Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Noveno grado.

En plena clase de español, la profesora Lia dictaba su lección correspondiente para ese día. Preocupada por algo no tan importante, hizo que el salón entero quedara en completo silencio para ella continuar con lo que tenía que decir.

—Voy a aclarar algo porque sí me preocupa algo, y a mí me gusta poner todo el salón; porque no me gustan las cosas a medias —empezó con un tono de voz autoritario—. El tiempo no alcanzó para hacer las exposiciones, yo no puedo suspender actividades que están programadas para una exposición. La exposición se da cuando tengamos la clase. "Profe, es que estoy cansada de traer la cartelera". Qué pena, todas nos cansamos. Déjenlas en la entrada, o no sé cómo harán para que miren el material. O díganle al profesor Hugo, él tiene llaves privadas de la sala de informática. Estoy segura que él se las guarda.

 —Profesora, ¿también podemos dejar las carteleras aquí? —inquirió una de las alumnas.

Lia asintió con la cabeza.

—Bajo su responsabilidad, señorita. ¿Bien?

—Sí —contestó la niña.

—Pueden retirarse —anunció la mujer tras el escritorio.

Las chicas comenzaron a recoger sus cuadernos, con el fin de salir al descanso. Así que, con sumo pesar me despegué de la ventana desde donde admiraba a la profesora.

Caminé lejos de aquel salón y me dirigí a la cafetería. Había una pequeña fila para comprar, por mi parte estaba muriendo de hambre y necesitaba ingerir algo antes de que me desmaye.

Cuando llegó mi turno para comprar, me concentré en observar la comida que había en la vitrina y que era lo que realmente quería desayunar. Segundos después, sentí unas manos ceñirse a mi cintura. Tensé mi cuerpo y mis piernas empezaron a fallar.

—Hola —susurró esa voz.

Antes de que pudiera responder, una profesora se acercó a nosotras con una sonrisa abierta.

—¡Lia y Carolina! —expresó, y al acto sus manos abandonaron mi cuerpo.

Sin siquiera pedir algo, volteé a mirar a Lia y ella me miró de vuelta. Le sonreí y me guiñó el ojo.

—Martha, ¿cómo estás? Buenos días —respondió Lia con esa voz tan imponente que tiene.

—Bien, ¿y ustedes?

—Bien también —contesté esta vez. Le propiné una palmada en el hombro, y regresé mi atención a la cafetería. Terminé por ordenar un sándwich y un jugo; pagué la comida y al determinar que Lia y Martha se sumieron en una conversación aparte, me marché a la sala de profesores sin mirar atrás.

Al llegar había varios educadores allí, pronuncié unos buenos días y seguí a una silla que está ubicada al fondo.

Comí en silencio, entre tanto admiraba el sitio. Todos sumidos en sus asuntos, mientras que yo solo podía proyectar a una sola persona y unas manos sobre mí.

 Maldita sea, Martha. Siempre de inoportuna.

Al cabo rato, mi corazón sufrió un vuelco a admirar a Lia entrar a la misma sala en donde me hallaba yo.

Le sonreí de inmediato, y traté de disimular un poco el brillo que transmiten mis ojos cada vez que la veo, pero me es imposible ocultarlo.

—Hola —modulé, y ella se acercó a mí.

—¿Desayunaste ya? —inquirió y le asentí—. ¿Puedo sentarme? —Señaló una silla vacía a mi lado, y sin chistar le dije que sí.

Mi corazón no paraba de latir, y sé que el de ella tampoco.

Cada vez que estábamos juntas, mi piel sentía una inexplicable sensación hogareña, mi mente confiaba que todo estaría bien siempre y mi pecho parecía salir a correr una maratón.

Suspiré al verla arrastrar la silla y colocarla muy cerca de mí. Esbozó una sonrisa de boca cerrada, yo solo podía mirarla sin decir algo más.

—¿Cómo te fue en clases? —cuestioné, cruzando mis manos y apoyando la mandíbula en ellas.

—Ah, eso deberías saberlo tú —respondió con picardía.

Fruncí el ceño y decidí seguirle el juego. Manteníamos un tono de voz muy bajo, procurábamos que solo nosotras escucháramos nuestra charla.

—¿Sí?

—Ajá.

—¿Por qué?

—¿No eras tú quién espiaba mi clase por la ventana del aula? —Enarcó una ceja sugestiva, y yo quedé muda.

Lia se carcajeó y pasó una mano por su cabello atado en una coleta.

Me derretí, y mi corazón se calentó.

Sosteníamos una relación amorosa desde hace ya un año, en la cual nadie de esta institución lo sabía. Afuera podíamos ser libres, pero aquí debíamos regirnos por un sistema reglamentario donde prohibían rotundamente las relaciones entre los empleados.

—Sí, era yo —confesé con las mejillas encendidas.

Alternaba la vista entre sus ojos y sus labios. No sé cuál de los dos me enloquecía más.

—¿Y qué te pareció?

—Divina, como siempre.

De pronto, mi anatomía empezó a reaccionar de una manera no muy favorable para la ocasión. Lia me platicaba de cualquier cosa y yo asentía sin entenderle nada.

—Caro, ¿estás escuchándome? —me preguntó, y di un respingo. Me miraba expectante y con el ceño fruncido.

Hmm, sí. Perdón.

Me tomó de las manos, y continuó hablándome. Mi cuerpo estaba presente, sin embargo; mi mente me trasladaba a pensamientos insanos y lujuriosos que necesitaba saciar... con ella.

—Carolina, tú no estás oyéndome —espetó alzando un poco el tono de voz.

—No, disculpa —respondí, mirando sus labios—. Quiero besarte.

Lia volteó a todos lados, encontrando la sala de profesores llena. En una esquina, el practicante de Educación Física y el profesor de matemáticas nos observaban para luego murmurar entre ellos. Revoleé los ojos en su dirección y Lia apretó mi mano.

—Te espero en cinco minutos en el salón de noveno grado —anunció, levantándose y guiñándome un ojo. Mi rostro se tiñó de rojo y la vi partir con apuro.

Miré el reloj en la pared y no quedaba demasiado tiempo libre, emití un resoplido y revisé mi teléfono. Quería marcharme ya, pero no podía ser tan evidente.

A la mierda, me incorporé y salí apenas dos minutos transcurridos.

Llegué al salón y divisé a Lia recogiendo unas carpetas del escritorio, el mueble estaba despejado. No pude evitar enarcar una ceja y verla con sorna.

Cerré la puerta y pasé el pestillo, esa pequeña castaña a pocos pasos de mí se sobresaltó y dejó de hacer lo propio y volteó a verme.

—Profesora Mendoza —deslizó las palabras con suavidad. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Apreté las manos en puños, y caminé cerca de ella.

 —Lia Herrera —comenté, y una vez la tuve muy cerca pasé mis manos por su cintura tan diminuta.

Cerré los ojos al sentirla así, tan cerca de mí y ella apoyó su cabeza en mis senos. Planté un beso en su coronilla y dejé la mejilla un rato allí.

De pie ambas detrás del escritorio, acompañadas de un cómodo silencio y muy juntas, era mi momento favorito. Solo ella y yo.

—¿En qué grupo impartirás clases ahorita? —preguntó.

—Noveno A. —Las manos de Lia se posaron sobre las mías y empezó a acariciarlas—. Te amo.

—Yo a ti, Caro. 

Lia se giró hacia mí, pasó sus manos por mis caderas y las apretó. Por mi parte, la atraje un poco más y la rodeé por su cuello. Se colocó de puntitas y yo me agaché tantito.

Nos fundimos en un beso anhelado, pasional y a su vez tierno. Lia me permitió explorar su boca mucho más allá de lo que conozco, paseé mi lengua por sus paredes bucales y la suya se topó con la mía solo un instante. Mis manos tanteaban su cuerpo por encima de la ropa, mientras que las de ella sobaban mis glúteos y los apretaban.

—Lia —musité sobre sus labios. Ella continuaba besándome—. ¿Qué tan cierto es que no te gustan las cosas a medias?

Entonces la escuché carcajearse.

Sentí un vacío en mi estómago, y una calidez correr por mi sangre.

—No voy a responder a eso. Mejor compruébalo tú.

Acto seguido, la guie entre besos y pasos atropellados al escritorio que ella se encargó de despejar. La tomé por sus glúteos y se acomodó en el reducido espacio. Abrió ligeramente las piernas y me metí entre ellas. De a poquito me deshice del pantalón de Lia, y de su bata escolar que en realidad era un estorbo visual. La castaña apenas desabrochaba el cinturón, mientras que yo estaba jugueteando con mis dedos por encima de sus bragas.

—Carolina...hazlo —advirtió Lia, con una mirada brillosa. Tragué saliva.

Negué con la cabeza.

—Quiero ver por qué no te gustan las cosas a medias.

—Oh, no. En serio no querrás saberlo.

Un segundo después, tomó mi mano y la colocó sobre su piel lisa. Sentí un hormigueo recorrer mi cuerpo entero, y mi vientre empezó a palpitar. Los labios inferiores de mi novia goteaban, mis dedos se deslizaban con facilidad entre ellos. No esperé demasiado, y la embestí con rapidez mientras las manos de Lia se aferraban a mis hombros. Gemía junto a mí, nuestras miradas conectadas en todo momento hacían que incrementara la velocidad en mis manos.

—Nena... —susurré.

Introduje un dedo más, y jadeó con sorpresa. En esta ocasión mis movimientos no eran tan acelerados, y disminuyeron en demasía cuando sentí su mano colarse por debajo de mi pantalón.

Lia comenzaba a reaccionar, su cuerpo tembloroso se aferró al mío y mi mano seguía moviéndose no tan eficaz como antes. Sin embargo, el espesor de sus fluidos me llenó y luego de sacar mis dedos de su sexo, los limpié con mi lengua. Uní nuestras bocas y se me escapó un gemido gutural, cuando Lia empezó a masturbarme solamente el clítoris que ya bastante hinchado lo tenía.

Mis piernas comenzaron a fallar, con pasos temblorosos me senté en la silla que estaba allí. Lia se bajó del escritorio y sin acomodar su vestimenta, se subió sobre mí y comenzó a besarme con ahínco. Su mano bailaba sobre mi botón sensible, no se atrevía a bajar a mi entrada y no entendía por qué. La tomé por sus brazos y dejé de besarla.

—¿Qué pasa? —inquirió jadeante.

—Tócame bien.

—Estoy haciéndolo. 

—Claro que no, y lo sabes.

Lia bufó y al instante me penetró con tres dedos.

Incapaz de callarme, emití un grito que ella ahogó con un beso.

Nunca habíamos sido tan salvajes, ni rápidas. Nuestros labios iban en sincronía con su mano dentro de mí. Mis caderas subían y bajaban al compás de las embestidas. Supongo que lo hacía así por el poco tiempo que debía de quedarnos, sin embargo; me sentía en las nubes, extasiada y sumamente complacida.

Unimos nuestras frentes y sin dejar de mirarnos, continuamos la ardua faena de hacer el amor en pleno salón de clases. No exudábamos tanto, el aire acondicionado hacía su labor con eficacia.

Minutos después de haber alcanzo mi punto máximo, el cuerpo de mi novia cayó sobre el mío en la silla. Besó la comisura de mis labios, yo la apreté en un abrazo. Un poco más tarde, el timbre de la escuela sonó, indicándonos que debíamos volver a la realidad.

N/A:  

este escrito es demasiado especial para mí, porque me inspiré en personas reales y también porque casi nunca he leído sobre profesoraxprofesora, casi siempre es alumnaxprofesora. 

btw, agradecida de que lean, comenten y voten. 

lo dedico a una amiga veeeeery special to me <33

xoxo, A. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro