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𝓚𝓾𝓲𝓷𝓪

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Advertencias: ninguna

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Alex Yamamoto era todo lo contrario a una persona extrovertida; le gustaba pasar desaperciba en la mayoría de los lugares que frecuentaba, no acostumbraba a hablar con extraños y jamás regresaba comida alguna al chef, incluso si esta se encontraba en mal estado. De padres dedicados a la pesca, había crecido en un pequeño pueblo estancado en el tiempo, hasta que tuvo que decidir lo que quería hacer con su vida.

Le encantaban los animales, y más aún su cuidado desde el momento en que se encontraban en el vientre de sus madres, hasta el proceso de nacimiento. Decidió entonces estudiar medicina veterinaria, pero para eso tendría que dejar a su familia y vivir en Tokio para poder costear sus estudios.

Sus padres le dejaron una moderada cantidad de dinero, lo suficiente para pagar la matrícula de la universidad y costear un mes de renta en un lugar de mala muerte, pero para Alex significo demasiado. Tomó las pocas cosas que poseía en una maleta que cabría en el asiento trasero de cualquier vehículo y unas 7 horas después se encontraba en la gran ciudad.

Le costó 3 semanas de enviar su currículum y asistir a entrevistas encontrar un lugar lo suficientemente desesperado como para contratarla, y eso era bueno pues apenas faltaba un mes para que el alquiler se le venciera. Se trataba de un hospital que requería una mujer joven que se dedicara a la limpieza y desinfección del área de cuidados intensivos, que fuera cauta y que no hablara. Alex cumplía con todas estas características al pie de la letra.

El primer día de trabajo resultó duro. Estaba acostumbrada a dormir sus 8 horas, y este requería un esfuerzo sobrehumano para poder mantener limpias e impecables todas las camas, además de no dejar pasar el más mínimo detalle. A la japonesa también le causaba incomodidad los pacientes, que parecían estar más muertos que vivos; no se movían, únicamente estaban conectados a máquinas que hacían lo posible para mantener sus corazones latiendo, incluso olvidados por sus familiares pues no recibían visitas. Alex pensó que sería mejor morir a estar atrapado en esa situación, cuando no tienes control sobre tu vida.

Fue en la quinta noche, cuando acababa de fregar los pisos de la habitación 13 cuando la miró. Una chica alta, con rastas en el cabello amarradas en una coleta alta. Vestía algo sencillo, e incluso un poco desprolijo. Alex miró sus facciones con detenimiento hasta que esta se giró a mirarla, para después sonreírle levemente provocando que Alex se girara y torpemente tropezara con el trapeador y el carrito de limpieza, ocasionando un desastre que sorpresivamente pasó por alto a los guardias de seguridad del final del pasillo.

-Sí que te has lastimado...-escuchó una voz una vez que volvió en sí. Quería que la tierra se la tragase, alzó la vista llevándose la sorpresa de ver los ojos de aquella chica apenas a centímetros de los suyos. -¿cómo te llamas?

Le había tendido la mano para ayudarla a levantarse. ¿Qué rayos le pasaba a Alex? Se encontraba sonrojada como si hubiese estado corriendo por horas, el bochorno era tal que no tomo la mano de la chica, sino que intentó pararse por sus propios medios, pero debido a lo mojado del piso solo ocasionó que casi volviera a caer, si no hubiera sido porque la japonesa de las rastas la estaba sosteniendo con ambos brazos.

-Un poco torpe eh...- le dijo, pero sin soltarla. -No hay problema.

Alex se recompuso un poco para inclinarse en un saludo y musitar un pequeño gracias, quería salir huyendo pero la mano de la japonesa se lo impidió al tomarla por la muñeca.

-Si sigues huyendo vas a caerte una tercera vez.

-Lo siento. -se disculpó casi de inmediato.

-Soy Kuina. - se presentó, con una sonrisa. Miraba un poco hacia abajo porque le sacaba a Alex casi una cabeza y media. - ¿Te encuentras bien?

-Sí...gracias....

Pero no pudo continuar, por el otro lado del corredor un guardia de seguridad le hacía señales de que no se distrajera, y es que Alex se encontraba tan necesitada del empleo que el tan solo pensar en perderlo la aterraba muchísimo, así que se despidió algo rápido para entrar ahora a la habitación 15.

Kuina se quedó un momento procesando lo ocurrido, quizá la chica no estaba interesada en ella y eso lo entendía perfectamente, pero tampoco se le había insinuado o algo parecido. De cualquier forma, parecía una niña asustada por la forma que se comportaba y eso lo tomaba a que estaba nerviosa. Negó levemente en un intento de que los pensamientos se le disiparan por la mente revuelta y entró a la habitación 28, la de su madre.

Eran ya las 2:48 am cuando Alex debía comenzar a lustrar la habitación 28, y en cuanto abrió la puerta se echó para atrás, solo para caer en cuenta de lo tonta que era. Kuina estaba durmiendo en el sillón continuo a la cama de la mujer que se encontraba hospitalizada. El frío en esa habitación hacía que de pronto soltara pequeños sonidos, y se encontraba en posición fetal para guardar el calor lo suficiente.

Alex fue silenciosa al momento de limpiar, no quería despertar a la chica que estaba durmiendo, pero esto también le dio acceso a mirarla nuevamente. Era muy atractiva, de eso no había duda, pero ¿por qué se sentía así? Nunca se había planteado la idea de ser lesbiana, por supuesto que no. En realidad jamás había salido con ningún chico o chica en su pueblo natal, era lo suficientemente tímida para alejarse de todas las personas que le hablaban con otras intenciones. Una vez terminado el turno, se acercó a tomar del clóset de blancos una manta y colocarla sobre Kuina, para que no pasara frío, y en la libreta que estaba en la mesita donde también estaba el control de la cama de la mujer, escribió:

-Mi nombre es Alex.

Algo simple, pero que desencadenó una serie de eventos muy gratos para ambas partes. A la mañana siguiente, Kuina se despertó extrañamente cubierta con mantas que habían hecho su estadía muchísimo más cómoda, y también se percató de que la libreta que nadie tocaba ahora tenía un mensaje. Era ella, estaba segura. Sonrió levemente y le respondió.

-Un gusto, Alex. Espero no te hayas hecho daño.

Ese día en la noche cuando el turno de Alex inició se dirigió directamente a la habitación 28, esperando encontrar algo diferente. Kuina no estaba ahí, pero sí la nota. Entonces escribió, y la respuesta la encontró la siguiente noche. Kuina le explicó que no tenía una hora fija de visita, que se encontraba ocupada y que por eso no habían podido coincidir.

Ese pequeño juego inocente de cartas o notas pronto escaló más allá, Alex esperaba intranquila, deseaba llegar rápido a su trabajo para poder entrar en la habitación número 28 y leer lo que Kuina le había escrito. Esa noche fue diferente, encontró un número telefónico y nada más que eso.

Pensó que quizá ahí había acabado todo. No sabía si llamarla, su timidez era muy fuerte a veces y se encontró en un dilema que no la dejó trabajar de la mejor forma esa noche. Llegó a casa, se preparó una infusión de anís y se recostó con el pedazo de papel en la mano y con el teléfono en la otra. ¿Qué podía perder?

Sus dedos se movieron solos, ahora tecleando los números y posteriormente el sonido de la llamada hizo eco en la habitación. Fueron apenas dos sonadas, cuando finalmente el típico sonido de enlace sonó del otro lado.

-¿Kuina? -¿Alex? - se interrumpieron mutuamente, para después estallar en carcajadas, las de Kuina un poco más estridentes y las de Alex más discretas.

-Esperaba que llamaras, pero temí que tardaras un poco. -soltó un poco de aire al otro lado de la línea. - ¿Tienes algo que hacer hoy?

Y como después del otoño llega el invierno, las cartas se convirtieron en salidas, y esas salidas comenzaron a ser más frecuentes, hasta que los inocentes roces de las manos que tanto ansiaban ambas se convirtieron en besos. Kuina le pidió que fuera su novia a la luz de la luna un día de verano, agregando luz a la vida de ambas, y Alex aceptó gustosa.

Pasó el tiempo, el primer año de la carrera de Alex había concluido y en el hospital le otorgaron dos semanas de vacaciones.

-Quiero que conozcas a mis padres. -le confesó Alex a Kuina, recostada en sus piernas mientras esta le hacía mimos en la cabeza.

-Por supuesto cariño. - a pesar de lo nerviosa que estaba, eso no la hacía sentir menos emocionada que lo que lograba el saber que Alex quería que sus padres supieran de su relación. Eso, en realidad la ponía inmensamente feliz.

-Tengo planeado un viaje a casa, es el viernes entonces apenas tenemos 3 días para hacer maletas y...

-Estaré aquí el viernes temprano. - asintió Kuina, dedicándole una sonrisa tierna a la chica para después besar sus labios con fervor.

El viernes llegó, Alex preparó café para ambas y un par de tostadas con mermelada, además de unos aperitivos para el camino. Colocó sus maletas junto a la puerta y se cercioró quizá 3 veces de que las ventanas estuviesen bien aseguradas. Pasaron las 8, y después las 9, con esto llegaron las 11 y casi sin darse cuenta el medio día arreciaba ya.

Le llamó, pensó que había algún problema en su hogar o no podía acomodar bien sus maletas. El autobús partía a las 4, por lo que sobraba tiempo para poder esperarla un poco más.

Dos de la tarde, Alex comenzó a preocuparse. La zona en la que vivía era de lo peor, quizá podría haberle pasado algo y ella ahí encerrada como una tonta. El teléfono la mandaba a buzón y la angustia de no saber qué ocurría podía más con ella.

Ya eran las 5, había perdido el autobús pero eso no le importaba, algo había pasado, estaba segura. Se dirigió al edificio de Kuina, unos 38 minutos las separaban en el tren rápido que cruzaba la ciudad. Tocó la puerta y nadie respondió, entonces llamó y su teléfono sonó del otro lado de la puerta.

-¿Kuina? ¿Estás ahí? - preguntó inútilmente.

-Ha salido en la mañana muy a prisa, dijo que tenía algo importante que hacer. - la sorprendió una anciana, que era vecina de su novia.

-Oh, lo siento, ¿de casualidad se fijó si traía consigo unas maletas? - preguntó Alex esperanzada.

-Mi niña, salió como alma que lleva el diablo. Ni siquiera sus llaves tomó.

Algo raro estaba pasando, pues Kuina no se alejaría simplemente así como así. Con pesar e invadiendo la privacidad, Alex tomó las llaves de debajo del tapete que Kuina guardaba y abrió la puerta, para cerrarla tras de sí y derrumbarse. Ahí no había nada, ni muebles, ni ropa, ni siquiera la cama en el cuarto.

Se había ido, simplemente se había esfumado de la Tierra. Lloró un poco, dolida imaginándose mil cosas en la cabeza, hasta que el dolor se transformó en enojo, y el enojo en rencor.

Había pasado un año sin ver a su familia, sin salir de Tokio y ahora pasaba eso. No había esperar más. Tomó el siguiente autobús que salía, el de las 12 am, y llegó a los brazos de sus padres que la notaron triste toda la estancia.

Alex le siguió llamando, enviando mensajes que no fueron respondidos. Incluso intentó espiar si Kuina llegaba a colarse en la habitación de su madre cuando volvió al hospital, pero eso no era así. Pensó que la había abandonado sin más, que quizá se aterró con la idea de formalizar el noviazgo aún más al conocer a sus padres.

Y Kuina se encontraba en Borderland, atrapada. Pensando en Alex y en lo aterrada que debería haber estado, frustrada porque no podía hacer nada para escapar de ese maldito lugar. Ese día, en la mañana, Kuina había salido temprano para entregar las llaves de ese viejo apartamento. Con muchos ahorros y sacrificio había comprado uno en una zona mejor, con habitaciones más amplias, para que ahí ambas pudiesen hacer su vida. Cuando apareció en Borderland aún conservaba en el bolsillo el anillo que planeaba entregarle a Alex frente a sus padres esa misma tarde, cuando le pidiera que se casara con ella...

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