Horacio se encontraba terminando de guardar sus últimas pertenencias en su maleta mientras que las lágrimas caían por sus ojos. Ni siquiera estaba seguro de tener todo allí, ahora mismo sólo quería largarse de ese lugar lo antes posible y no volver jamás. Dio un último vistazo a su alrededor una vez creyó haber finalizado, se permitió observar detenidamente aquella habitación, en la que había estado compartiendo algunos de los mejores momentos de su vida. Recordó la ilusión que se formó en su interior cuando les entregaron las llaves del departamento y como en menos de dos semanas, ya tenían afortunadamente todo, debidamente amueblado. La decisión no había sido fácil, y mudarse allí, empezando de cero y lejos de sus seres queridos; debió tener más peso en su momento para quizás de esa forma, poder ahorrarse todo este sufrimiento.

— Horacio — escuchó como lo llamaba desde el otro lado de la puerta — ¿Podemos hablar?

El moreno tomó su maleta para luego soltar un suspiro y prepararse para lo más difícil de todo, hacer como si nada le estuviera afectando y marcharse sin más. Por lo que poniendo su coraza sobre sí, salió de la habitación, topándose de inmediato con él.

— Ya no hay nada de lo que hablar, Viktor — dijo sin demostrar alguna expresión en su rostro y pasando por el lado de este.

— No puedes marcharte así sin más — le dijo en un tono bajo, pues tampoco tenía ánimos de iniciar otra discusión como las que habían estado teniendo.

— Sí puedo y es justo lo que estoy haciendo — dijo volteandose para mirarlo fijamente y fue cuando ambos se percataron de lo roto que estaban ambos, o por lo menos eso era lo que sus ojos reflejaban. Después de todo, dicen que los ojos son el reflejo del alma.

— ¿Entonces esto es todo? — le cuestionó el ruso aún sin poder creer como todo se había derrumbado en un abrir y cerrar de ojos — luego de todo por lo que hemos pasado... compramos este departamento juntos, nos mudamos a mi país juntos para iniciar una nueva etapa en nuestras vidas...

— Hubieses pensado eso antes — respondió cortante y dándole la espalda para ocultar las lágrimas que amenazaban con traicionarlo, pues el menor sabía que mientras más tiempo lo observarse, más difícil se le haría marcharse y ya su decisión estaba tomada.

— ¿Qué pasó con lo de que siempre estaríamos juntos? – dijo y el moreno automáticamente bajó su mirada hacia esa alianza que compartían en su dedo anular.

Hace casi tres años le había dicho que sí en el altar, hace dos que dijo que sí a tener un nuevo comienzo en Rusia y hace seis meses que sus desacuerdos se convirtieron en discusiones que acapararon su matrimonio hasta el punto de no poder seguir. Se había convertido en algo dañino y nada sano para ninguno de los dos; por lo que tomando su último aire de valor en lo que esperaba iba a ser su instancia en ese lugar, se volteó nuevamente y encaró al mayor.

— No es nuestro momento, Viktor... — le dijo aquello de lo que se había percatado ya — desafortunadamente el amor no siempre es suficiente... y este no es nuestro momento, o quizás no es nuestra vida...

— Pero... — quiso responderle, sin embargo las palabras abandonaron su ser en el momento en que como si en cámara lenta se tratase, su esposo comenzó a retirarse el anillo que con tanto amor le había entregado y se lo colocaba en la palma de su mano con delicadeza.

— Los papeles de divorcio están en tu escritorio... — trató de decir firme pero lo último le salió casi en un hilo de voz — ya los he firmado... envíalos a la dirección que te anoté cuando hagas lo mismo...

Y sin más que poder pronunciar, se dio la vuelta pero esta vez para dirigirse a la puerta y salir del que fue su hogar por dos años. Dejando todo atrás para retomar aquella vida que cambió por esta. Dispuesto a salir adelante y sanar a pesar de tener el corazón hecho pedazos.

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