Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

playa

En este one shots un par de cosas cambian.

Se tratara de Ale y Dany.

Ale va a tener 16 años y Dany va a tener 20

Ok

-------

Pov Ale.

Estoy tirada en la cama del hotel, mirando ese bikini que Dany me regaló con una mezcla de incredulidad y un toque de horror. Es como si mi hermana hubiera elegido el modelo más atrevido que pudo encontrar. El bikini es de un color verde fosforescente, con detalles en dorado, y las piezas parecen más pequeñas que un pañuelo. La verdad, nunca me he considerado una persona muy confiada con mi cuerpo, y esto... esto no ayuda.

—Definitivamente no lo usaré —murmuro para mí misma, dándole vuelta al sujetador como si pudiera deshacerlo solo con la mirada.

A mi lado, Dany, que ya se ha puesto su propio bikini y está buscando su pareo en la maleta, suelta una risa.

—Venga, Ale, ¡te verías increíble con eso! —dice con esa sonrisa traviesa que me hace cuestionar todas las decisiones de vida que he tomado.

—¡Dany, ni en un millón de años! —respondo, apretando el bikini entre mis manos como si fuera una bomba de tiempo—. ¿Vas a matarme de vergüenza?

Dany se acerca a la cama y se sienta junto a mí, mirándome de arriba a abajo como si fuera una escultura sin terminar. Siempre tiene esa manera de mirarme, como si estuviera evaluando cada pequeño detalle para decidir qué es lo mejor para mí.

—Ale, en serio —dice mientras me toma la mano y me mira con esa expresión decidida que suele tener cuando está convencida de algo—. Tienes la figura perfecta para ese bikini. Vas a romperla en la playa.

—No quiero romperla en la playa, Dany, solo quiero relajarme. ¿Por qué no me compras uno más normal? Como, no sé, uno que no me haga sentir que estoy a punto de ser la nueva portada de una revista de deportes extremos.

Dany sonríe, y me lanza una mirada que sé que no me va a dejar en paz. Y entonces, como si fuera una niña pequeña, me da un empujón para que lo pruebe.

—¡Vamos, Ale! Póntelo, al menos para probarlo. Luego, si te sientes incómoda, te lo quito y listo. Pero seguro que te verás increíble.

Mi primera reacción es negar con la cabeza, pero, ¿quién soy yo para resistirme a mis hermanas? Al final, respiro hondo, me levanto de la cama y, con una mezcla de molestia y curiosidad, me pongo el bikini. Me miro en el espejo del baño y, aunque sigo sin estar segura, algo en mi mente me dice que no me veo tan mal.

—¿Ves? ¡Te dije que te verías espectacular! —grita Dany desde la habitación, aplaudiendo como si fuera mi mayor fan.

—Te juro que cuando vuelvas a hacerme esto, te corto el crédito de la tienda —le digo, pero no puedo evitar sonreír un poco. El bikini, aunque sigue siendo bastante arriesgado para mí, no se ve tan mal como pensé.

—¡Ay, por favor, no seas tan dramática! —responde Dany, poniéndose una camiseta de tirantes y mirando su teléfono móvil—. Además, si no te gusta al final, no pasa nada. Pero por ahora, ¡estás lista para la playa, hermana!

En ese momento, Dany se da vuelta y se empieza a poner su pareo. Mientras se viste, mi teléfono suena y me veo obligada a responder. Es Pau, la otra hermana que se quedó en casa porque no pasó las materias.

—¡Hola, Pau! —digo, tratando de sonar alegre, aunque ya puedo escuchar el tono cansado de su voz.

—Ale... —empieza, su voz entrecortada, como si estuviera a punto de llorar—. ¿Sabes lo mal que lo estoy pasando aquí? Todos mis amigos ya están de vacaciones, y yo... estoy aquí, con todos los libros abiertos y sin ganas de hacer nada.

—Lo sé, Pau... pero, escucha, no te preocupes. Te vamos a traer algo de la playa. ¿Quieres un souvenir de aquí o algo?

Dany me mira desde el otro lado de la habitación y me hace un gesto con la mano como pidiéndome que termine la conversación rápido. Mi hermana, siempre tan impaciente.

—No, no quiero nada. Solo... quiero que me hagas compañía en alguna videollamada. Estoy empezando a odiar estos libros —me dice, entre risas forzadas.

—Pau, ya sabes que todo va a estar bien. ¡Tú puedes! —le digo, mientras Dany empieza a bailar en medio de la habitación, haciendo un par de movimientos extraños que intentan imitar a alguna estrella pop.

—¡Ay, no me hables de eso! ¡Me siento un desastre! —se queja Pau, y en ese momento siento un pequeño nudo en el estómago por ella. Me da pena que esté pasando por eso, pero también entiendo lo que significa para ella estar separada de nosotros en este momento.

—Pau, lo vas a lograr, y si no, siempre puedes culpar a mamá y papá por ser tan estrictos —bromeo, intentando alegrarla un poco.

Después de un rato más de conversación, cuelgo el teléfono y me siento un poco más aliviada, aunque aún me pesa que Pau no pueda disfrutar de estas vacaciones con nosotras.

—¿Todo bien con Pau? —me pregunta Dany, mientras se pone unos lentes de sol enormes y hace una pose exagerada frente al espejo.

—Sí, está un poco deprimida, pero nada que no se solucione con un par de videollamadas. —respondo, mientras trato de ponerme la renera por encima del bikini.

—¡Vas a estar genial con eso! —dice Dany, dándome un empujón hacia la puerta.

Nos dirigimos hacia la playa, y la brisa marina golpea mi rostro, aliviando la humedad del aire. El sol brilla sobre nosotras, y aunque aún me siento un poco nerviosa con el bikini, no puedo evitar reírme mientras Dany empieza a cantar una canción absurda, imitando a una cantante famosa.

—¡No entiendo cómo no te da vergüenza! —le grito mientras ella hace un baile ridículo en la arena.

—¡Lo único que me da vergüenza es que me imites mal! —me responde, mientras me tira agua de la botella encima.

Este viaje va a ser una locura. Pero al menos, sé que siempre tendré a Dany a mi lado para hacerme reír, incluso cuando todo lo que quiero es quedarme en la cama a leer un libro.

El sol ya se ha ocultado en el horizonte, y la playa se empieza a llenar de luces suaves y cálidas. La brisa nocturna acaricia la piel, y la música suave de un bar cercano llega hasta donde estamos, sentadas sobre una manta que extendimos sobre la arena. Dany está mirando el mar, pensativa, y yo solo observo las olas romper en la orilla. A veces me pregunto si Dany puede leerme la mente, porque no me ha dicho ni una palabra sobre mi ex desde que llegamos, pero sabe que algo no está bien.

De repente, suelta un suspiro y se voltea hacia mí, con esa mirada traviesa que sabe que me pone nerviosa.

—Oye, Ale, ¿qué te parece si salimos un rato esta noche? —me dice mientras se acomoda los lentes de sol, aunque ya está oscuro—. Podemos ir a ese bar de allá y tomar algo. Tal vez puedas conocer a alguien... no sé, distraerte un poco.

Levanto las cejas, sorprendida. No me esperaba esa propuesta, no después de todo lo que he estado sintiendo desde que llegamos.

—No sé, Dany... no estoy de humor para eso —respondo, mirando el mar nuevamente, como si pudiera encontrar las respuestas en sus aguas. La verdad es que mi mente está llena de recuerdos que no quiero recordar.

Dany no se da por vencida tan fácilmente. Me mira con una sonrisa pícara.

—Vamos, Ale, ¡sería divertido! Te vendría bien un poco de distracción. Y quién sabe, tal vez puedas conocer a alguna chica guapa. Para nadie es un secreto que eres lesbiana, ¿no? —dice mientras me lanza un vistazo burlón.

Mis mejillas se tiñen de rojo al escucharla. No es que me moleste, pero es raro escucharla hablar tan abiertamente sobre mi sexualidad, especialmente en un momento como este.

—No quiero conocer a nadie, Dany —respondo con un tono que no deja lugar a dudas. Mi mirada se fija en la arena, como si pudiera encontrar consuelo en ella—. Solo... extraño a alguien.

Dany, que hasta ese momento había estado mirando su teléfono, deja de teclear y me mira fijamente, como si intentara leer entre líneas. Sabe que me refiero a mi ex. La misma ex que no pude olvidar, que dejó un vacío que aún no sé cómo llenar.

—¿A esa chica? —pregunta, un poco más seria ahora, sin la broma habitual en su voz. Me lo pregunta con suavidad, pero sé que está esperando mi respuesta.

Sus palabras me golpean en el pecho. Noto cómo el nudo en mi garganta empieza a formarse. Miro a Dany, sin saber si quiero compartir lo que siento, pero al final decido hablar.

—Sí... extraño a Sofía —respondo, casi en un susurro, como si mencionar su nombre pudiera hacer que el dolor se hiciera más real—. No me importa lo que haya pasado, ni lo que me hizo. Cuando me siento sola, la extraño... y sé que no debería, pero lo hago.

Dany me observa unos segundos en silencio, y por un momento, puedo ver la preocupación en sus ojos. Ella es como una segunda madre para mí, pero también es mi hermana, y sé que se preocupa mucho por mí.

—Te engañaba, Ale —dice con firmeza, como si no hubiera espacio para el debate. Su tono es serio, y aunque sé que tiene razón, no puedo evitar que me duela.

—Lo sé... —respondo en un susurro. El recuerdo de las mentiras, las promesas rotas, el vacío que dejó... todo se mezcla en mi cabeza. Pero, a veces, solo quiero olvidar y disfrutar del momento, sin pensar en el pasado.

Dany me lanza una mirada desafiante.

—Entonces, ¿por qué sigues pensando en ella? —pregunta, sin intentar ser cruel, pero con un toque de reto. Es su forma de decirme que me haga valer.

—Porque me hizo sentir cosas que nunca pensé que sentiría —respondo, sintiendo la tristeza apoderarse de mi voz. Sé que Dany solo quiere que me olvide de ella, que siga adelante. Pero a veces es más difícil de lo que parece.

—¿Te hizo sentir especial? —pregunta Dany, y aunque su tono es suave, siento una ligera burla en su voz.

—Sí... me hizo sentir especial. Y lo peor es que, cuando me di cuenta de lo que había hecho, ya era tarde.

Dany suspira, y se recuesta en la manta, mirando las estrellas.

—Ale, siempre vas a ser especial, ¿lo sabes? No necesitas que nadie te lo diga, ni que te hagan promesas vacías. Te mereces mucho más que eso —dice con un tono sincero. Se toma un momento antes de continuar—. Y esa chica... esa chica no te merecía.

Por un instante, nos quedamos en silencio, con el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla. Siento que Dany tiene razón, pero también sé que el corazón no entiende de razones.

—Lo sé, Dany. Pero... aún la extraño —respondo, mi voz quebrándose al final.

Dany no dice nada más. En lugar de eso, se acerca a mí y me da un abrazo, apretándome con fuerza.

—Vas a estar bien, hermana. Y esta noche, te voy a hacer olvidar todo eso. Si no quieres conocer a nadie, no lo hagas. Pero al menos, vamos a divertirnos un poco. Solo por esta noche, ¿sí? —dice, y su voz está llena de esa confianza que siempre me hace sentir un poco más fuerte.

Me quedo en silencio, pensando. Finalmente, asiento con la cabeza, no porque quiera conocer a alguien, sino porque sé que salir con Dany me hará sentir mejor, aunque solo sea por un rato.

—Está bien, Dany. Vamos a salir. Pero solo por un rato. No quiero pensar más en ella hoy.

Dany sonríe y se levanta, dándome la mano para ayudarme a levantarme.

—Eso es todo lo que quiero escuchar. ¡Vamos, hermana, la noche es joven!

Nos levantamos, sacudiéndonos la arena de las piernas, y nos dirigimos al bar de la playa. La música se oye más fuerte ahora, y aunque mi corazón sigue algo pesado, sé que salir con Dany es justo lo que necesito. Al menos por esta noche, voy a dejar de pensar en el pasado.

Pov Belén.

La música del bar me recibe con un ritmo envolvente, y el murmullo de las conversaciones se mezcla con el sonido de las risas y el tintineo de los vasos. Al entrar, todo parece un poco más brillante, más vibrante, como si el aire estuviera cargado de una energía que no me puedo quitar de encima. Mi hermano Andrés va delante de mí, caminando con esa confianza que solo él tiene, como si fuera dueño de todo este lugar, como si fuera el centro de la fiesta, incluso cuando el bar está lleno de extraños.

—¿Nos sentamos allá? —me pregunta, señalando una mesa cerca de la ventana.

Asiento, siguiéndolo mientras me concentro en no parecer demasiado nerviosa. No es la primera vez que salgo con él, pero sí es la primera vez que estamos en un lugar así, un bar lleno de gente que podría no saber que tengo 17 años, aunque en realidad todos deberían saberlo, porque mi cara de niña nunca me ha ayudado mucho. Pero Andrés no se preocupa por esas cosas. Me cuida a su manera, y aunque siempre me dice que no lo haga, me gusta saber que está ahí, a mi lado.

Cuando llegamos a la barra, Andrés le hace un gesto al camarero, pidiendo dos cervezas. Mi estómago se revuelca, no porque me asuste la idea de beber, sino porque sé que no debería. Soy menor de edad, y lo sabemos. Pero Andrés tiene esa forma de convencerme de que todo estará bien, de que un par de cervezas no van a cambiar nada.

—Dos cervezas, por favor —dice Andrés con esa sonrisa que nunca me falla, la misma que me ha sacado de más de un apuro.

El camarero asiente, sin dudar ni por un segundo, y se aleja para preparar las bebidas. Yo no puedo evitar mirar el vaso con los ojos entrecerrados, mi mente girando en torno a la idea de que realmente estoy aquí, en un bar, con mi hermano, pidiendo algo que nunca pensé que haría.

Andrés se gira hacia mí, una sonrisa amplia en su rostro.

—No te pongas nerviosa, Belén. Solo estamos aquí para relajarnos, ¿vale? Nadie te va a juzgar por tomarte una cerveza. Además, con todo lo que ha pasado últimamente, un poco de diversión no viene mal.

Lo miro, tratando de encontrar alguna razón lógica para convencerme de que esto es lo correcto. Sé que Andrés tiene razón. La vida ha estado... rara últimamente, y todo lo que quiero es relajarme un poco, sentirme normal por una vez. No quiero pensar en el trabajo, ni en las complicaciones que trae mi vida, ni en esa sensación de estar constantemente arrastrando algo detrás de mí. Un poco de diversión no podría hacerme daño, ¿verdad?

El camarero regresa con las cervezas, y me las entrega con una mirada rápida, como si ya hubiera hecho esto un millón de veces. Le doy las gracias, y Andrés, sin pensarlo dos veces, levanta su vaso y me mira.

—Salud, hermana —dice, y yo levanto el mío, sintiéndome un poco fuera de lugar, pero también emocionada por lo que estamos haciendo.

Bebo un sorbo, sintiendo el sabor amargo deslizarse por mi garganta. No es tan malo como pensaba, aunque definitivamente no es algo que querría tomar todos los días. Pero hoy, hoy está bien. Hoy me siento libre, aunque solo sea por un momento.

Andrés me observa con esa mirada juguetona que siempre tiene cuando me ve hacer algo que no debería hacer.

—¿Ves? No es para tanto. Estás más relajada, ¿verdad? —me dice, y yo asiento, incluso si en el fondo sigo sintiendo esa pequeña chispa de culpa.

Nos quedamos en la barra durante unos minutos, disfrutando de la música y de la charla. Andrés me hace reír con algunas de sus historias de trabajo, cosas que ni siquiera sé si son ciertas, pero que siempre me hacen soltar una carcajada. Es lo que tiene mi hermano: sabe cómo hacer que todo se sienta mejor, incluso cuando no hay razones claras para sonreír.

La gente a nuestro alrededor sigue conversando y bailando, y aunque el ambiente es festivo, siento una pequeña desconexión. Todavía no me siento completamente parte de este lugar, pero Andrés parece estar en su elemento, como si él ya hubiera estado aquí mil veces. Yo, en cambio, me siento como una turista en un mundo que apenas empiezo a comprender.

—Vamos a sentarnos —sugiere Andrés, y me toma de la mano, guiándome hacia una mesa vacía. Se sienta frente a mí, y seguimos charlando sobre cualquier cosa, mientras la noche avanza.

Al final, después de un par de cervezas más y algunas bromas sobre el tipo de gente que suele salir de noche, me siento un poco más cómoda, como si el peso de la semana se hubiera aligerado un poco. Pero, aún con todo, sé que no todo se olvida con unas cervezas. La vida sigue adelante, aunque esta noche esté un poco más tranquila.

Y, mientras miro alrededor, me doy cuenta de que quizás lo que más necesito no es olvidar, sino recordar quién soy.

La música del bar sigue siendo alta, y las risas alrededor suenan como un eco lejano en mis oídos. Mi hermano Andrés y yo seguimos allí, sentados en una mesa, entre sorbo y sorbo de cerveza. Ya no estamos tan tensos como antes, ni tan conscientes de nuestra pequeña rebelión. Pero, a medida que la noche avanza, algo en el aire cambia, como si la conversación hubiera tomado un giro hacia algo más serio, más real.

—¿Te pasa algo? —me pregunta Andrés, su tono más suave de lo habitual. Siempre ha tenido esa habilidad para leerme, incluso cuando intento esconder lo que siento.

Lo miro un momento antes de responder. Mi hermano no es solo mi confidente, sino también alguien que no tiene miedo de preguntarme cosas que yo misma no quiero enfrentar. A veces me molesta, otras me alivia. Hoy, curiosamente, es lo segundo.

—Es todo un poco… raro últimamente —admito, mientras giro el vaso en mis manos, observando las burbujas que suben y se deshacen.

Andrés no parece sorprendido. Sus ojos se suavizan, y toma un sorbo de su cerveza, esperando que le explique más. Por un momento, me quedo en silencio, sin saber por dónde empezar. Las palabras no siempre son fáciles, especialmente cuando se trata de lo que realmente está pasando dentro de mí.

—¿Sabes? La vida se siente como una serie de malos días seguidos —digo al fin, con una risa nerviosa que apenas se escucha. —Es todo tan… pesado. Y yo soy la única que parece estar estancada.

Andrés me observa sin interrumpir, como si estuviera esperando que dijera más. Y, sin darme cuenta, empiezo a hablar. Todo fluye de una vez, como si las palabras finalmente pudieran salir sin que mi cabeza las frenara.

—Trabajo en algo que no quiero hacer, y la gente a mi alrededor no entiende por qué me siento tan... atrapada. Y luego está todo el lío con mi vida personal. A veces me pregunto si alguna vez voy a encontrar algo que realmente me haga sentir... libre. No sé, tal vez soy solo una niña que espera demasiado de la vida, pero... parece que nunca soy suficiente, ¿sabes?

Mi voz se quiebra un poco al final, y trato de mantenerme firme, como si eso fuera lo que debería hacer. Andrés se inclina hacia adelante, sin decir una palabra, y me mira fijamente. Su mirada es la de alguien que realmente escucha, no solo un hermano que espera su turno para hablar. Y, de alguna manera, eso es lo que más necesito ahora.

—No eres una niña, Belén —dice finalmente, con una seriedad que rara vez muestra. —Y no tienes que ser "suficiente" para nadie. No lo entienden porque no viven lo que vives, pero eso no significa que estés haciendo las cosas mal.

Me quedo en silencio, procesando sus palabras. Es raro oírlo hablar así, tan sincero. Mi hermano siempre tiene una forma de hacer que las cosas suenen más simples de lo que en realidad son.

—Pero… ¿y tú? —le pregunto, cambiando de tema porque, en realidad, no quiero quedarme atrapada en mis propios problemas. —¿Cómo estás tú con todo? Porque no todo ha sido fácil para ti tampoco.

Andrés se ríe suavemente, y por un momento parece más relajado.

—¿Te refieres a mi "súper vida de adulto responsable"? —bromea, pero noto que hay algo más detrás de esa sonrisa. La sonrisa que pone cuando las cosas realmente lo están afectando.

Dejo que se tome su tiempo para responder, aunque ya sé que está a punto de decirme algo que no esperaba escuchar.

—A veces me siento igual que tú, Belén. Igual de perdido. Y a veces, el peso de todo lo que tengo que hacer me ahoga un poco. Pero nunca lo digo, porque... no quiero que piensen que soy débil, ¿sabes?

Sus palabras caen sobre mí como una revelación. Mi hermano, siempre tan fuerte y tan seguro, también tiene sus momentos de duda, sus momentos de fragilidad. No lo había pensado nunca así. A veces lo veo como alguien que tiene todo resuelto, como alguien que no necesita ayuda. Pero, en este momento, me doy cuenta de que todos estamos cargando con algo, cada uno con sus propias batallas internas.

—No te preocupes, no eres débil —le respondo con una pequeña sonrisa. —Somos más fuertes de lo que creemos.

Andrés me mira por un momento, y sus ojos brillan con una mezcla de gratitud y entendimiento. Es como si, por un segundo, nos hubiéramos conectado de una manera que no habíamos hecho antes.

—Tienes razón —dice, y me da un golpe suave en el hombro. —Pero, ¿sabes qué? A veces también hay que aprender a soltar. No todo tiene que ser perfecto todo el tiempo.

Siento una ligera presión en el pecho, como si esas palabras me hubieran tocado de una manera más profunda de lo que esperaba. El problema es que no sé cómo soltar. A veces, parece que todo lo que hago es aferrarme más fuerte a las cosas, incluso a las malas. Pero aquí, con Andrés, en este bar lleno de gente y risas, por primera vez en mucho tiempo, siento que tal vez, solo tal vez, puedo dejar ir algunas de esas cargas.

—A lo mejor, solo tenemos que aprender a vivir con las imperfecciones —susurro, más para mí misma que para él.

Andrés me sonríe, como si también entendiera lo que acabo de decir. No es una solución mágica, ni un remedio rápido. Pero, tal vez, eso no está mal. Tal vez es suficiente por ahora.

El ambiente en el bar sigue igual: el sonido de las risas, la música de fondo, las conversaciones en el aire. Pero dentro de mí, las cosas empiezan a sentirse un poco más ligeras. La noche sigue siendo joven, pero por primera vez, me doy cuenta de que está bien no tener todas las respuestas, y está bien no estar bien todo el tiempo.

Andrés y yo seguimos charlando, pero ya no se trata solo de lo que pasa en el bar. Se trata de nosotros, de las vidas que llevamos, y de cómo, incluso en medio de todo lo complicado, estamos aprendiendo a lidiar con lo que nos toca.

Al día siguiente.

El sol ya estaba alto en el cielo cuando desperté. La habitación del hotel aún estaba oscura, y por un momento no entendí si ya era de mañana o si seguía siendo de noche. Cuando vi la luz del sol filtrándose por la ventana, me levanté rápidamente, estirándome en la cama y agradeciendo que por fin tuviera tiempo para relajarme. Los días anteriores habían estado llenos de cosas que hacer, de viajes y de trabajo, pero hoy era distinto. Hoy, finalmente, el único plan era disfrutar del día.

Me vestí rápido, poniéndome mi bikini favorito, ese que había comprado hace tiempo pero nunca tuve la oportunidad de usar. Ya era hora de dejar de preocuparme por cosas innecesarias. A veces, los días de descanso son solo eso, días para no pensar demasiado, para simplemente existir y sentir.

Cuando salí al pasillo, Andrés ya estaba listo también. Aunque aún estaba medio adormilado, había algo en su forma de moverse que me decía que estaba tan listo como yo para olvidarse del estrés por un rato. Me miró con una sonrisa cuando me vio salir, y su rostro se iluminó aún más cuando notó el bikini.

—¿Así que finalmente lo pusiste? —me dijo con una sonrisa burlona mientras se ajustaba el bañador.

—No me hables, que sé que te mueres de risa —le respondí mientras le sacaba la lengua, algo que siempre hacía cuando me sentía un poco incómoda con algo.

Él solo rió y sacó su teléfono para revisar algo rápidamente antes de que saliéramos. Mientras tanto, fui a la pequeña nevera del hotel y saqué una botella de agua, dándome un pequeño respiro antes de salir al calor del exterior. La idea de la playa me emocionaba, pero también me ponía nerviosa. No era tan fanática del sol como mi hermano, que podía pasar horas tomando sol sin inmutarse.

Pero en este momento, las reglas eran simples: solo sol, mar y relajación. Sin preocupaciones.

Antes de que nos fuéramos, Andrés me pasó unas cervezas. Las había comprado camino al hotel, y sabía que yo necesitaba algo para relajarme mientras descansábamos en la playa. Le agradecí con una sonrisa, y me tomé una rápidamente.

Nos dirigimos hacia la playa, y la brisa del mar ya comenzaba a sentirse agradable, algo que me ayudó a desconectar aún más. La arena estaba cálida bajo mis pies, y el sonido de las olas me daba una sensación de paz que no sabía que necesitaba tanto.

—El mar tiene algo que te tranquiliza, ¿no? —le dije a Andrés mientras nos íbamos acercando a las reposeras que habíamos elegido.

Él me miró y asintió mientras sacaba otra cerveza de su bolso.

—Sí, lo tiene. —Dijo con tono relajado, casi como si todo en la vida fuera más simple con el sonido de las olas de fondo. —Pero no olvides que la cerveza también tiene algo de magia.

Lo miré y reí, ya sabiendo cómo iba a ser todo el día. No importaba lo que sucediera, hoy era para disfrutar.

Nos tumbamos en las reposeras, Andrés a un lado y yo al otro, mirando el cielo azul sin una sola nube. Dejé mis gafas de sol sobre mi cara, y sentí cómo el sol comenzaba a calentar mi piel de forma agradable. Aunque sentía que no era muy buena para tomar el sol, había algo en esta sensación de estar allí, sin preocupaciones, sin horarios ni problemas, que lo hacía todo perfecto.

Tomé un sorbo de mi cerveza, dejando que el frío del líquido contrastara con el calor de mi piel. El sabor estaba bien, suficiente para acompañar el ambiente. Andrés ya había comenzado a hablar sobre algo relacionado con la universidad, pero yo no le prestaba mucha atención. Lo dejé hablar mientras yo cerraba los ojos y me concentraba en las sensaciones que me rodeaban.

El día era perfecto. El mar estaba tranquilo, y la brisa del océano suavizaba el calor. Al fondo, se veía gente disfrutando también, niños corriendo por la orilla, y parejas caminando por la arena. Parecía que todo en el mundo estaba en paz.

—¿Sabes qué? —le dije a Andrés mientras me recostaba más, buscando comodidad en la reposera. —Deberíamos hacer esto más seguido. Tal vez no en la playa siempre, pero en algún lugar donde podamos desconectarnos. Necesito más de esto.

Andrés miró al frente, hacia el mar, y asentó con la cabeza.

—Lo sé. A veces la vida pasa demasiado rápido, y no te das cuenta hasta que ya estás cansado. Pero hoy no vamos a pensar en eso. Hoy solo estamos tú, yo y el sol.

Sonreí, contenta de estar con él. No necesitaba mucho más que eso. No necesitaba complicarme ni preocuparme por lo que venía. Por un día, el futuro podía esperar.

------------------------------------------------------------------

Okey, pongan la canción "sexi bitch"

------------------------------------------------------------------

Tomé otro sorbo de mi cerveza y me acomodé aún más en la reposera, disfrutando de la tranquilidad. Andrés comenzó a hablar otra vez, pero esta vez de algo más trivial, algo sobre la gente que veía en la playa, sobre los que tomaban el sol o jugaban al vóley. A medida que el día avanzaba, la sensación de calma aumentaba.

Al final, con las gafas de sol puestas, la cerveza en la mano y el sonido del mar de fondo, me dejé llevar por el momento. Todo lo que importaba ahora era disfrutar del sol, de la compañía de mi hermano, y de la simple sensación de estar viva y respirando en medio de todo lo que me preocupaba. Todo lo demás podía esperar.

—Esto es perfecto —dije, y mi hermano sonrió al escucharme.

—Lo sé. Disfrutémoslo, que esto no pasa todos los días.

Y, con eso, me quedé en silencio, dejando que la tarde pasara lentamente mientras las olas seguían rompiendo en la orilla, como una melodía tranquila que me arrullaba hacia la paz de la playa.

------------------------------------------------------------------
Que coinsida la parte buena de la canción con lo que pasara.
------------------------------------------------------------------

Mientras estábamos sumidos en nuestra pequeña burbuja de tranquilidad, de pronto unos silbidos nos hicieron levantar la mirada. Un par de chicas caminaban justo frente a nosotros, ambas con trajes de baño que dejaban muy poco a la imaginación. Pude escuchar a Andrés soltar un leve suspiro, y con solo mirarlo, supe que estaba totalmente embobado con la mayor de las dos.

Mis ojos, en cambio, se dirigieron automáticamente a la más joven. Tenía el tipo de cuerpo que te deja sin palabras: alta, con piernas largas y bien torneadas que se movían con gracia sobre la arena. Su piel bronceada reflejaba la luz del sol de una manera que la hacía ver como una escultura viva, y sus caderas, bien definidas, se balanceaban al caminar, como si el universo mismo estuviera siguiendo su ritmo.

Subí la mirada lentamente, sin perder detalle. Su vientre era plano, con un pequeño piercing en el ombligo que relucía cada vez que el sol le daba de lleno. Era de esos detalles que llaman la atención sin esfuerzo. Y el bikini... bueno, ese bikini definitivamente estaba diseñado para robar miradas, ajustándose a su figura de una manera que resaltaba cada curva sin pedir permiso.

Su pecho, aunque no era exagerado, era firme y perfecto en proporción, moviéndose suavemente al ritmo de su caminata. Y su rostro... Tenía un perfil que se podría haber sacado de una pintura clásica: nariz recta, labios carnosos y ojos grandes, llenos de seguridad y algo de picardía, como si supiera perfectamente el efecto que causaba en quienes la miraban. El cabello le caía en ondas sueltas, danzando con el viento, añadiendo un toque salvaje y libre que encajaba perfecto con el lugar.

—¿Ves lo que yo veo? —me susurró Andrés, todavía hipnotizado por la otra chica, que era apenas unos años mayor que la mía.

Asentí, sin despegar los ojos de aquella visión frente a mí. No era solo la apariencia; había algo en su forma de caminar, en la manera en que se reía con su amiga, que dejaba claro que disfrutaba de la atención, pero no dependía de ella. Era una de esas personas que simplemente tienen una confianza tan natural que te contagia.

—Definitivamente, es algo... difícil de ignorar —le respondí, y Andrés soltó una pequeña risa.

—Creo que encontré una razón para venir a la playa más seguido —me susurró, dándome un codazo.

Ambos reímos, compartiendo el momento. Sin duda, esas dos chicas habían añadido un toque inesperado a nuestra tranquila mañana.

Andrés, con una confianza que a veces me parecía admirable y otras un poco atrevida, se levantó de su reposera y caminó directamente hacia las chicas. Lo vi acercarse con su mejor sonrisa y su típico aire despreocupado, haciéndome reír mientras se alejaba. No podía oír lo que decía, pero me quedé observando, esperando a ver qué pasaba.

Después de unos minutos de charla y risas, finalmente regresó con una sonrisa de satisfacción y una mirada triunfal.

—Bueno, misión cumplida —dijo, sentándose a mi lado como si nada.

—¿Y? ¿Qué conseguiste, Casanova? —le pregunté, tratando de disimular mi curiosidad.

—Para empezar, la mayor, la que me tenía embobado, se llama Daniela. Tiene veinte años, igual que yo, y está de vacaciones con su hermana menor, que, casualmente, se llama Alejandra —dijo, dándome una sonrisa juguetona.

—¿En serio? —me reí, sorprendida por la coincidencia de nombres.

—Así es. Y adivina qué... nuestra tocaya tiene dieciséis, como tú. —Andrés me guiñó un ojo, como si esto fuera una señal del destino o algo por el estilo.

Le di un pequeño empujón, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas al escuchar los detalles. Aunque siempre fui un poco más reservada que Andrés para acercarme a desconocidos, había algo divertido y hasta emocionante en la idea de conocer a alguien nuevo, especialmente en un ambiente tan relajado como la playa.

—Entonces, ¿qué te dijo Daniela? —le pregunté, tratando de sonar casual.

—Oh, hablamos de lo típico. Me dijo que están aquí por unas vacaciones familiares, pero que su otra hermana tuvo que quedarse porque desaprobó algunas materias. Así que, técnicamente, ellas están aquí para relajarse… y se nota. Parecen muy buena onda, ¿no crees?

—Sí, definitivamente. Parece que las vacaciones se pusieron más interesantes —dije, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. La idea de conocer a alguien nuevo, especialmente a alguien con quien tenía tanto en común, de alguna forma parecía demasiado perfecta para ser verdad.

—Bueno, ya veremos. Quizás esta tarde tengamos la oportunidad de hablar más con ellas —dijo Andrés, recostándose de nuevo con una sonrisa satisfecha.

Mientras me acomodaba de nuevo en mi reposera, no pude evitar seguir pensando en aquella Alejandra. El universo tiene maneras muy curiosas de juntar a las personas, y quizás esta coincidencia de nombres y edades fuera una señal de que esta semana sería mucho más interesante de lo que imaginaba.

Mientras me recostaba en la reposera, observé cómo Alejandra se levantaba y caminaba hacia el agua, ajena a que alguien la miraba. Me quedé embobada, siguiendo cada movimiento, notando la gracia natural que tenía en cada paso, como si la arena bajo sus pies hubiera sido hecha para que ella la caminara. El sol iluminaba su piel bronceada, y el agua que salpicaba al tocar sus pies parecía querer seguirla también, como si no quisiera que se fuera.

Desde mi ángulo, podía ver cómo su cabello caía en ondas sueltas por su espalda, rebotando suavemente con cada paso. Sus hombros estaban rectos y firmes, como si cargaran con una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que resultaba extrañamente cautivadora. Mis ojos se deslizaron hacia abajo, observando cómo su cintura estrecha se conectaba con sus caderas curvas y bien formadas, acentuadas por el bikini que llevaba. Todo en ella parecía balancearse al ritmo de las olas, como si el mar y ella compartieran un secreto del cual yo solo era una espectadora.

—Tiene una figura increíble —murmuré, casi sin darme cuenta de que lo decía en voz alta.

—¿Perdón? —escuché la voz de Andrés a mi lado, y de inmediato sentí el calor subir a mis mejillas.

Giré la cabeza para mirarlo y, por un momento, pensé en inventar alguna excusa, pero me di cuenta de que ya era tarde. Andrés me miraba con una ceja levantada y una sonrisa pícara en el rostro, como si acabara de descubrir un secreto que no debía.

—Nada... solo decía que... que parece que... bueno, ella... tiene una bonita figura —balbuceé, intentando salir del aprieto. Pero Andrés, por supuesto, no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.

—¿Una bonita figura? —repitió, burlón—. Belen, creo que te quedaste corta. Llevas mirándola como si fuera una obra de arte en un museo y tú fueras la crítica más apasionada del mundo.

Intenté mantener la compostura, pero sentí cómo el rubor se intensificaba en mis mejillas. Andrés se echó a reír, disfrutando de mi incomodidad.

—Cállate, no seas tonto —le dije, dándole un empujón suave—. Es solo que… no sé, hay algo en ella que... no sé cómo explicarlo.

Andrés se inclinó hacia mí con una sonrisa traviesa.

—¿Será que alguien tiene un pequeño “crush” de verano?

Suspiré, lanzándole una mirada de advertencia, pero en el fondo sabía que, en parte, él tenía razón. Había algo en Alejandra, algo que iba más allá de lo físico, una especie de aura que me intrigaba y me hacía querer conocerla más.

—Ok, tal vez un poquito —admití, mirando nuevamente hacia el agua, donde Alejandra ya estaba sumergiendo los pies y jugando con las olas.

Andrés soltó una risita victoriosa, y yo solo pude reírme también.

Sin darme cuenta, mis ojos se desviaron hacia su trasero mientras caminaba hacia el agua. Era imposible no notar la firmeza y la definición en sus piernas y caderas; se notaba que Alejandra entrenaba o, al menos, hacía alguna actividad que le exigía mantener ese nivel de tonificación. Me sorprendí admirando cada detalle, desde la forma en que el bikini se ajustaba a su figura hasta la seguridad con la que se movía, como si estuviera completamente en sintonía con su cuerpo.

Estaba tan concentrada en mi análisis que ni siquiera noté que Andrés había estado observándome de reojo. Hasta que, de repente, soltó un suspiro dramático y se levantó de un salto de su reposera.

—No aguanto más, Belén. Me voy a jugarme la carta de la cita doble —anunció, con una mezcla de nervios y emoción en el rostro.

Antes de que pudiera reaccionar, ya lo veía caminando decidido hacia Daniela, que estaba acomodando sus cosas bajo una sombrilla cerca de la orilla. Me quedé mirándolo, sin saber si reírme o ponerme nerviosa, y una parte de mí deseó que la arena me tragara. No me había preparado mentalmente para algo así.

Lo observé llegar hasta Daniela, charlar con ella unos segundos y, después de intercambiar algunas risas y miradas cómplices, vi cómo ella asentía y se reía, aceptando la propuesta. Andrés volvió hacia mí con una sonrisa triunfante, como si acabara de ganar un trofeo.

—Listo, Belén. Hoy en la noche tenemos una cita doble con las hermanas —dijo, como si fuera la noticia más natural del mundo.

—¿Qué? ¿En serio? —Mi sorpresa era evidente, y él simplemente asintió, sonriendo de oreja a oreja.

—Dani dijo que le encantaría salir esta noche y que su hermana también estaría de acuerdo. ¿Ves? Te dije que una cita doble era una buena idea.

Sentí cómo mi corazón empezaba a latir un poco más rápido. La idea de pasar más tiempo con Alejandra, aunque fuera en una cita doble y acompañada de nuestros hermanos, me llenaba de nervios y emoción al mismo tiempo. Esto era totalmente inesperado… y totalmente perfecto.

La noche llegó más rápido de lo que esperaba, y antes de darme cuenta, Andrés y yo estábamos listos para nuestra cita doble. Ambos habíamos puesto nuestro mejor esfuerzo en los looks: él llevaba una camisa de lino y pantalones oscuros, con un aire relajado pero elegante, mientras que yo opté por un vestido sencillo pero favorecedor, con el cabello suelto y un toque de maquillaje. La emoción y los nervios se mezclaban mientras nos dirigíamos al restaurante, con la brisa nocturna de la playa acompañándonos.

Cuando llegamos, mis ojos recorrieron rápidamente el lugar hasta que las vi: Daniela y Alejandra estaban sentadas en una mesa al aire libre, bajo una luz suave que parecía hecha para realzar la elegancia y frescura de ambas. Daniela llevaba un vestido corto y colorido que resaltaba su energía vibrante, mientras que Alejandra lucía increíble en un conjunto más casual, pero perfectamente combinado. Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, y una sonrisa tímida apareció en su rostro al vernos acercarnos.

Andrés me dio un codazo sutil y murmuró, con una sonrisa de satisfacción en los labios:

—¿Ves? Te dije que iban a verse espectaculares.

Me reí nerviosa y asentí, sin poder apartar la vista de Alejandra. Caminamos hacia ellas, y cuando llegamos, Andrés se adelantó con su típica confianza.

—¡Buenas noches, chicas! Espero que no hayamos tardado demasiado.

Daniela sonrió ampliamente y nos hizo un gesto para que nos sentáramos.

—Para nada, apenas llegamos. —Miró a su hermana y luego a mí—. Ale, ¿verdad? Y tú debes ser Belén.

—Sí, encantada —respondí, tratando de mantener la compostura mientras tomaba asiento frente a Alejandra. Ella me saludó con una sonrisa tímida y asentí, devolviéndole el gesto.

Andrés, siempre el más sociable, comenzó a hablar con Daniela, comentando sobre el restaurante y haciendo algunas bromas para romper el hielo. Mientras tanto, Alejandra y yo intercambiamos miradas y algunas sonrisas tímidas, como si ambos aún estuviéramos ajustándonos a la idea de estar en una cita.

Después de un rato, los meseros vinieron a tomar nuestros pedidos, y mientras elegíamos la comida, aproveché para iniciar una pequeña conversación con Alejandra.

—Entonces, ¿es tu primera vez aquí? —le pregunté, tratando de sonar casual.

Alejandra asintió, jugueteando un poco con el borde de su menú.

—Sí, es la primera vez que vengo a este restaurante… y a esta playa en general. Dani fue la que organizó todo, así que estoy dejándome llevar —respondió, mirándome con una sonrisa cómplice—. ¿Y tú? ¿Vienes mucho por aquí?

—Bueno, la verdad no tanto. Solo cuando Andrés tiene algún impulso espontáneo de hacer un “viaje de hermanos” —dije, riéndome mientras Andrés levantaba su vaso en señal de aprobación.

La cena avanzó entre risas, bromas y una conversación ligera. La conexión entre todos era tan natural que el tiempo parecía pasar volando. Por momentos, sentía que los nervios se desvanecían, y cada vez que miraba a Alejandra, la sonrisa en mi rostro se volvía inevitable.

Al final de la cena, Andrés sugirió que fuéramos a dar un paseo por la playa para disfrutar de la brisa nocturna. Nos levantamos y empezamos a caminar juntos, con las luces del restaurante cada vez más lejanas, y el sonido de las olas como telón de fondo. Me sentía tan en paz y tan emocionada al mismo tiempo; era una noche que, de alguna manera, sabía que recordaría por mucho tiempo.

La noche había avanzado, y tras un rato de caminar junto a la orilla, Daniela se volvió hacia Alejandra con una mirada cómplice y una sonrisa en los labios.

—Bueno, Ale, me voy al hotel. Cuídate, ¿sí? —dijo, guiñándole un ojo. Andrés, que estaba junto a ella, aprovechó para acercarse a Belén y le pidió su billetera.

—¿Para qué la quieres? —preguntó Belén, sin entender, mientras Andrés tomaba su billetera y la abría con total confianza.

Él no respondió de inmediato. Solo sacó un preservativo que había dentro y luego le devolvió la billetera con una sonrisa pícara.

—Para estar preparado, hermanita. Nunca sabes qué puede pasar —dijo en tono burlón, ganándose una mirada incrédula de Belén y unas risas de Daniela.

—Eres un descarado, Andrés. Vete ya —Belén se rió y le dio un empujón suave, mientras él se iba con Daniela, intercambiando risas y miradas cómplices.

Alejandra miró a Belén con una expresión divertida.

—Bueno, parece que tu hermano y mi hermana se llevan bien… o quizás muy bien —bromeó, con una sonrisa en los labios.

Belén soltó una risita y se encogió de hombros.

—Digamos que Andrés no pierde el tiempo. Y veo que Dani tampoco.

Ambas rieron, y la conversación se volvió más ligera y natural. A medida que caminaban por la playa bajo las estrellas, el ambiente entre ellas se tornaba más íntimo. Belén sentía una mezcla de nervios y emoción; nunca había coqueteado de esta forma con alguien como Alejandra, pero algo en la mirada de ella, en la manera en que sus ojos brillaban al hablar, la hizo querer arriesgarse un poco.

—¿Sabes? —dijo Belén, con un toque de atrevimiento en la voz—. Me gusta que te hayas quedado. Hace la noche… mucho más interesante.

Alejandra arqueó una ceja, una sonrisa divertida asomando en su rostro.

—¿Ah, sí? Pues estoy de acuerdo… Aunque no sé si debería preocuparme —respondió, con un tono juguetón que no pasó desapercibido para Belén.

Belén sonrió, tomando la confianza de acercarse un poco más, de modo que sus brazos casi se rozaban.

—¿Y por qué deberías preocuparte? —preguntó, con un tono que insinuaba que quizá, solo quizá, Alejandra ya sabía la respuesta.

—Porque tú… —Alejandra se tomó un segundo para mirarla a los ojos, como si estuviera evaluando la situación— eres una chica peligrosa.

Las dos estallaron en risas, pero el aire de coqueteo seguía ahí, como un pulso que se intensificaba a cada palabra, a cada mirada compartida. A medida que se acercaban al hotel, sus pasos se volvían más lentos, como si ninguna de las dos quisiera que ese paseo terminara tan pronto.

Belén, sintiendo un impulso que ya no podía controlar, se atrevió a levantar la mano y rozar suavemente el brazo de Alejandra.

—Ale… ¿sabes que tienes unos ojos increíbles? —le dijo, su voz casi un susurro, como si se tratara de un secreto entre ellas.

Alejandra sonrió y la miró con intensidad, sus ojos brillando en la oscuridad.

—Bueno, debo decir que tú no te quedas atrás —respondió, y la forma en que sus palabras resonaron entre ellas hizo que el corazón de Belén latiera un poco más rápido.

Continuaron caminando, hablando en murmullos, intercambiando comentarios cargados de un coqueteo que ya no se esforzaban por disimular. Cuando finalmente llegaron al hotel, Alejandra se detuvo un momento y miró hacia la entrada.

—Bueno, aquí estamos —dijo, sin moverse realmente.

—Sí… —Belén asintió, pero tampoco parecía tener la intención de dar por terminada la noche. La invitación estaba en el aire, sutil, y ambas lo sabían.

Alejandra entonces dio un paso adelante, mirándola fijamente, hasta que apenas unos centímetros las separaban. Belén contuvo el aliento, sin saber exactamente qué decir o hacer, pero antes de que pudiera reaccionar, Alejandra se inclinó y la besó. Fue un beso suave al principio, como si probara el terreno, pero pronto se volvió más apasionado. Belén respondió al beso, dejándose llevar por la calidez de los labios de Alejandra y el roce de sus manos, que la hacían sentir viva y llena de energía.

Ambas se separaron un segundo para mirarse, y Alejandra esbozó una sonrisa antes de tomar su mano y guiarla hacia el interior del hotel, subiendo juntas por los pasillos silenciosos hacia la habitación de Belén. Durante el trayecto, no dejaban de sonreír, de mirarse como si compartieran un secreto, con pequeños roces y besos rápidos que hacían que el trayecto pareciera eterno y perfecto al mismo tiempo.

Cuando finalmente llegaron a la puerta de la habitación de Belén, Alejandra se apoyó contra el marco, observándola con una mezcla de ternura y deseo.

—¿Te importa si entro? —preguntó, con una sonrisa ladeada que hizo que Belén no pudiera resistirse.

Belén solo asintió, abriendo la puerta y permitiéndole entrar. Era como si esa noche todo cobrara sentido, y, aunque ninguna sabía exactamente cómo había llegado hasta ahí, ambas sentían que no querían que terminara.

Al cruzar el umbral de la puerta, Alejandra y Belén parecían flotar en una burbuja, aisladas de todo lo demás, con el suave sonido del mar resonando a la distancia a través de la ventana. La habitación era sencilla y acogedora, pero en ese momento parecía el lugar perfecto.

Alejandra cerró la puerta lentamente, su mirada fija en Belén. No hicieron falta palabras; el silencio entre ellas estaba cargado de una electricidad que ambas podían sentir en el aire. Con pasos suaves, Alejandra se acercó a Belén, que permanecía de pie junto a la cama, como si también estuviera esperando algo.

Alejandra sonrió y le acarició el rostro con ternura, observando cada detalle de su expresión. Sin dejar de mirarla, acercó su rostro al de Belén, sus labios apenas rozándose, como una promesa de lo que estaba por venir. La calidez de su aliento hizo que Belén cerrara los ojos, anticipando lo que vendría a continuación.

El beso fue lento al principio, suave y cargado de emociones. Alejandra la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia sí, mientras la intensidad entre ambas comenzaba a crecer. Las manos de Belén, inseguras al principio, recorrieron la espalda de Alejandra, y pronto los gestos de ambas se tornaron más apasionados, como si estuvieran perdiéndose en el momento.

Alejandra sonrió entre besos, y deslizó sus manos hacia la cintura de Belén, susurrándole al oído:

—Sabía que esta noche sería especial… pero no imaginé que tanto.

Belén rió suavemente, con un toque de nerviosismo y emoción. Sin decir una palabra, se dejó llevar por las manos de Alejandra, sintiendo cómo todo a su alrededor se desvanecía. En ese instante, lo único que importaba eran ellas dos y la conexión que las envolvía.

Mientras continuaban explorándose, las emociones se intensificaron y el mundo exterior desapareció por completo.

Alejandra, con una sonrisa traviesa, empujó suavemente a Belén hacia la cama, tomándola completamente por sorpresa. Belén se dejó caer sobre las suaves sábanas, sin poder evitar una risa nerviosa y emocionada al ver cómo Alejandra, con esa seguridad que la caracterizaba, se subía a horcajadas sobre ella. La mirada de Ale estaba llena de una mezcla de ternura y deseo, y Belén sintió cómo su corazón se aceleraba mientras las manos de Alejandra se deslizaban lentamente hacia su cuello.

Ale bajó el rostro, acercándose a su piel con una delicadeza casi exasperante, como si estuviera saboreando cada segundo. Primero, dejó un beso suave en el hombro de Belén, apenas un roce de sus labios, lo suficiente como para hacerla estremecer. Luego, se acercó al cuello, y comenzó a recorrerlo con besos lentos, profundos, cada uno acompañado de un suspiro que hacía que Belén se sintiera aún más atrapada en ese momento.

—¿Sabes cuánto he esperado algo así? —susurró Alejandra con voz suave, sus labios rozando la piel de Belén entre palabra y palabra.

Belén apenas podía responder. Cerró los ojos, entregándose completamente a la sensación de los labios de Ale sobre su cuello, recorriendo cada centímetro como si quisiera memorizar su sabor y su aroma. Sentía cómo la piel se le erizaba con cada beso, cada caricia. Sin darse cuenta, sus manos se aferraron a la espalda de Alejandra, en un intento desesperado por acortar la distancia entre ellas.

Alejandra sonrió al notar la respuesta de Belén, y llevó sus manos a los hombros de ella, acariciándolos suavemente mientras continuaba su recorrido. Subió un poco más, hasta llegar al lóbulo de su oreja, donde dejó un pequeño mordisco, provocando que Belén soltara un suave jadeo. Aprovechando esa reacción, Alejandra continuó besándola allí, dejándole una mezcla de cosquillas y calidez que la dejaba sin aliento.

—Ale… —susurró Belén, apenas capaz de articular palabras mientras sentía cómo el calor se extendía por todo su cuerpo.

Alejandra sonrió de nuevo y descendió, volviendo a su cuello, esta vez con una pasión que se iba intensificando. Los besos se volvieron más firmes, y sus manos acariciaban los brazos de Belén, deslizándose con suavidad pero con una intención clara. La energía en la habitación era cada vez más intensa, y el mundo exterior seguía desapareciendo para ambas.

Belén abrió los ojos por un momento y miró a Alejandra, sintiendo una mezcla de emociones que no podía explicar. Se sentía segura, deseada y completamente conectada a ella en un nivel que no había experimentado antes.

Alejandra se apartó un poco y la miró de arriba abajo, con una sonrisa algo pícara que dejaba claro lo que tenía en mente. Sus dedos trazaron suaves círculos en la piel de Belén mientras inclinaba la cabeza hacia ella, sus labios peligrosamente cerca del cuello de Belén, pero sin llegar a tocarlo del todo.

—Entonces dime, Belén… —murmuró, con una voz juguetona y sugerente—. ¿Cómo prefieres que sea esto? ¿Rudo? ¿Tranquilo? ¿O tal vez… como te guste a ti? —Ale dejó que su mirada descendiera lentamente, tomándose su tiempo para analizar cada centímetro de ella—. Aunque si me dejas decidir a mí, te aseguro que será una experiencia… inolvidable.

Belén tragó saliva y sintió que el corazón se le aceleraba, como si cada palabra de Alejandra despertara algo en su interior. Su rostro se sonrojó, y cuando estaba a punto de responder, bajó la mirada, algo nerviosa, pero no queriendo detener el momento. Sin embargo, cuando buscó las palabras, finalmente decidió que necesitaba ser honesta.

—Ale… —empezó con un leve temblor en la voz, su corazón latiendo a mil por hora—. Es que… nunca he estado con nadie antes. No sé si… si estoy lista para esto.

La sonrisa de Alejandra se suavizó, aunque no desapareció. La miró con ternura, pero aún había un toque de picardía en sus ojos. Se acercó un poco más, rozando su nariz con la de Belén.

—¿Eres virgen? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y diversión en su voz—. Bueno, bueno… No pensé que yo tendría el honor de ser la primera.

Belén rió nerviosa, y Alejandra la abrazó, tirando de ella hacia sí. A pesar de la intensidad en sus palabras, su abrazo fue cálido, seguro.

—Mira, Belén… —continuó Ale con un tono divertido pero serio a la vez—. No tienes que hacer nada que no quieras, ¿ok? Solo quiero verte disfrutar. Me encantaría que cada parte de esto sea especial para ti. Así que, si no estás lista, no tienes que preocuparte.

Belén la miró, con un suspiro de alivio. Pero Ale no estaba dispuesta a que el momento terminara sin algo más de diversión. Le sonrió, acariciando su mejilla, y con un guiño le susurró:

—Aunque, no te voy a mentir… Si decides cambiar de idea, solo dilo. Porque tengo un par de ideas… bastante interesantes para ti.

Belén rió, aunque seguía algo nerviosa, y le devolvió la mirada con un toque de valentía que antes no había mostrado.

—¿Ah, sí? —dijo, un poco más segura de sí misma—. Bueno, tal vez… te tome la palabra en algún momento.

—Cuando quieras, preciosa —le respondió Alejandra, mordiéndose el labio mientras le daba un beso suave en la frente—. Por ahora, solo quiero que estés aquí conmigo. Lo demás… ya vendrá.

- y....tu eres virgen?

Pregunto Belén.

Alejandra suspiró profundamente y se apartó un poco de Belén, mirando al techo con una expresión que se tornó más seria de lo habitual. Había un brillo apagado en sus ojos, como si una nube gris cubriera la chispa que normalmente reflejaban.

—No… no soy virgen —dijo en voz baja, evitando la mirada de Belén. Se mordió el labio y respiró hondo, como si las palabras le pesaran en la boca.

Belén la observó en silencio, notando cómo la expresión juguetona y coqueta de Alejandra había cambiado por completo. Apretó suavemente su mano, intentando brindarle apoyo sin necesidad de palabras.

—Mi ex… —comenzó Ale, con voz temblorosa—. La primera vez fue con ella, pero… no fue como yo esperaba, ¿sabes? —Hizo una pausa, con la mirada perdida en el techo—. Yo estaba tan enamorada, pensaba que ella también lo estaba. Y… cuando me pidió dar ese paso, pensé que era porque era algo importante para las dos.

Se detuvo un momento, su voz quebrándose un poco. Sus labios se curvaron en una sonrisa triste, apenas perceptible, que no alcanzó sus ojos.

—Resulta que no era así —continuó, sin mirar a Belén—. Tiempo después me enteré de que… para ella, yo solo era una más. No significaba lo que yo creía. Y lo peor fue que… —la voz se le apagó y se le escapó un suspiro de tristeza—. Nunca me lo dijo, ¿sabes? Tuve que enterarme de la peor manera, por comentarios de sus amigos. Yo era un chiste para ella.

Belén sintió cómo su propio corazón se encogía al ver la vulnerabilidad de Alejandra. Se acercó más a ella y le acarició el cabello, intentando brindarle consuelo.

—Ale… no sabía eso. Lo siento mucho —murmuró Belén con sinceridad.

Alejandra esbozó una sonrisa débil, una mezcla de tristeza y resignación.

—Fue una de las cosas más duras que he pasado. No se lo deseo a nadie —admitió, soltando un suspiro—. Me costó mucho confiar en alguien después de eso. Sentía que no valía la pena, que yo no era suficiente.

Se detuvo, tragando saliva y cerrando los ojos un momento, como intentando desterrar esos recuerdos dolorosos.

—Por eso… no quiero que pienses que estoy buscando algo superficial contigo, Belén. Eres diferente. Me haces sentir… segura. Me haces sentir que… que valgo algo.

Belén no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia Alejandra y la abrazó con fuerza, como si quisiera envolverla en una promesa silenciosa de apoyo y cariño. No hacía falta decir nada; su abrazo hablaba por ella.

Alejandra se relajó en los brazos de Belén, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, comprendida. Esa noche, entre palabras y miradas cargadas de significado, se sintió un poco más libre de la sombra que su ex había dejado en ella.

--------

Holaaaa

Va a ver parte dos.

Opiniones:

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #thewarning