I - Mil Puntos
Era 2007 y Nueva York aclamaba a su nuevo ganador del US Open.
Roger Federer posaba para la prensa, sonriente, sosteniendo tan fuerte el trofeo que sus nudillos habían perdido el color. A su lado, Novak Djokovic sonreía también, sujetando el plato que le relegaba directamente al segundo puesto.
Novak, en realidad, no necesitaba fingir su sonrisa. No hacía tanto que su nombre había escalado a los puestos más altos del ranking ATP, y aunque era competitivo como el que más, se alegraba de estar allí, de haber competido al número uno.
Además, se alegraba por Roger. Cómo no iba a hacerlo, si hacía tan solo unos años, seguía sus partidos sin despegarse de la pantalla del televisor. Novak lo admiraba desde lo más profundo de su ser.
El serbio observaba a Federer con atención; la agilidad con la que se desenvolvía en conversaciones, entrevistas y demás eventos sociales que a él en particular nunca se le habían dado bien.
Y podía entender por qué todos se deshacían en elogios, por qué todo el mundo hablaba de Roger, de su elegancia, de su actitud. A Novak nunca le había parecido tan magnético como entonces, impregnado de victoria, reflejado en el metal de un torneo centenario.
Recogió sus cosas mientras Su Majestad seguía estrechando manos y repartiendo sonrisas, dedicando un momento a todo el que lo quisiera. Cuánta gente, llegaría aquel día a casa con la sensación de haberse cruzado con la perfección personificada. Eso, era al menos lo que pensaba Novak mientras dejaba caer su bolsa en uno de los bancos del vestuario, junto a la taquilla que llevaba su nombre y en la que había dejado el resto de sus pertenencias antes de empezar el partido.
Tuvo tiempo de ducharse y cambiarse de ropa con tranquilidad antes de que la puerta del vestuario se abriera de nuevo, y unos pasos cansados dejaran caer sus cosas no muy lejos de la taquilla del serbio.
Novak sintió entonces un nudo de nervios apretándose en su estómago, retorciéndose desde dentro. Todavía no había dedicado un solo instante a pensar en el premio plateado que reposaba sobre el banco, porque había estado demasiado ocupado pensando qué iba a decirle a Roger Federer cuando volviera a encontrarse con él a solas. Decenas de fórmulas de admiración y agradecimiento habían surfeado sus pensamientos, entremezclándose entre ellas, y haciéndolo dudar de cada pausa, de cada palabra. Había dado vueltas a la frase perfecta para el tenista perfecto, aquella que sin hacerse demasiado larga, expresara todo lo que quería decir, todo lo que sentía en aquel momento, la admiración y la emoción.
Cuando finalmente, Novak se atrevió a dirigir la mirada a Roger, que estaba sentado en el banco, mirando al suelo y tratando de procesar las últimas horas, se sintió pequeño. Era de nuevo un niño en una pista de Belgrado, con una raqueta casi más grande que él, pero esta vez tenía delante al número uno, al mejor.
-Ha sido un partido increíble- fue lo que terminó diciendo Djokovic, porque el resto de frases preparadas se le atascaron en la garganta.
Los ojos de Roger se posaron sobre el más joven con lentitud, y casi se pudo apreciar en ellos un ligero cambio de color, de brillo, que hubiera pasado inadvertido para cualquiera, pero no lo hizo para Novak, a quien nunca se le escapaba un detalle. El marrón cansado y apático se convirtió en el brillo cristalino que había visto hacía un rato sobre la pista, saludando celebridades y compromisos.
-Gracias- dijo el suizo con una sonrisa que a Novak le pareció preparada -el equipo y yo lo habíamos trabajado mucho, el trofeo es de todos-.
Djokovic frunció el ceño confundido, sorprendido del automatismo con el que Federer daba la respuesta, casi como si cada mirada, cada gesto, cada sonrisa y cada palabra estuvieran estudiadas al detalle de antemano. Aún así, el corazón le latía fuerte en el pecho, su admiración crecía cada segundo que aguantaba la sonrisa del suizo. Tal vez esa fuese la finalidad exacta de las respuestas controladas de Roger; que todo aquel con el que hablara terminara inevitablemente a sus pies.
-Cuando... has hecho ese revés tan ajustado yo... - la emocionada frase de Novak se vio interrumpida por el estridente tono de llamada del móvil de Federer, que retumbó en todas y cada una de las baldosas del vestuario.
-Disculpa, tengo que irme- Roger se levantó, cogió su bolsa y tras colgársela del hombro se dirigió a la salida, descolgando la llamada -¡Rafa!- sus ojos marrones volvieron a la calma exhausta, y por primera vez en todo el día, una sonrisa genuina y relajada se abrió paso en su rostro.
La puerta del vestuario se cerró de nuevo, y Novak se quedó solo de nuevo. Tragó saliva, la calidez que en un inicio había generado Roger en su interior se convirtió pesadamente en una punzante sensación de aversión, al darse cuenta de que la elegancia, la educación y la cercanía, no eran más que una fachada para quedar bien con los medios, los invitados y la organización. Novak sentía la sangre bullirle dentro, lleno de rabia tras descubrir que aquel a quien tanto había admirado por su genuina perfección, no era más que una mentira. Había elogiado el partido, había querido aplaudir sus acciones de juego, había querido ser amable con quien en teoría, lo era con todo el mundo, y tras recibir únicamente respuestas preparadas y sonrisas falsas, ahora solo podía sentirse estúpido, ridículo.
Cerró el puño con rabia y tragó saliva. Pensó en que sin embargo, parecía que mil puntos en el ranking sí te permitían el privilegio de que Su Majestad te mirara de verdad, te hablara de verdad.
Novak sabía que el tenis era un deporte elitista, cómo no iba a serlo si había nacido en las más altas cunas, pero lo que no esperaba, era que su escalada de trece posiciones para situarse en tercera posición en el ranking, fuera insuficiente para que sus rivales le miraran como a un igual, insuficiente para que Roger le mirara como a Rafa, y no como a la aristocracia que acudía a los partidos como evento social.
¿Acaso era eso lo que valía una mirada real? ¿Mil puntos en el ranking ATP?
Londres, 2014
Novak Djokovic lloraba mientras alzaba el trofeo de ganador al cielo de Wimbledon, todavía con la boca impregnada del sabor de la pista y la victoria, los músculos chillándole por la tensión y la mente diluída y tan inconexa que era incapaz de formar un pensamiento coherente. Había ganado por segunda vez el Grand Slam más antiguo del circuito, y no podía evitar que el niño que un día fue, se escapara por sus ojos colmado de emoción.
No recuerda a cuánta gente saludó y agradeció aquel día, uno tras otro, antes de volver al vestuario, por fin en un silencio que le dejaba pensar, calmar su respiración y sus latidos, antes de que el corazón se le saliera por la boca. Dejó caer sus cosas y justo después, se dejó caer él mismo sobre el banco, con la cabeza apoyada en la taquilla y los ojos cerrados, su propio pulso retumbándole en los oídos.
Algo cayendo al suelo le hizo salir de su trance, y abrió los ojos para encontrarse con Roger Federer en la parte más alejada del vestuario, quien se agachaba para recoger una botella de agua que acababa de escurrírsele de una mano apenas sin fuerzas.
Roger sintió la mirada del serbio clavada sobre él y se giró despacio para mirarlo, sus cansados ojos marrones chocaron con el verde electrizado de los de Djokovic, y Federer sonrió.
Novak sintió cómo todo cambiaba en su interior al verle, cómo la embriaguez de la victoria se disipaba de golpe transformándose en rabia, calentando sus venas hasta hacerlas hervir, al ver cómo los ojos de Roger cambiaban en un parpadeo a ese velo cristalino que llevaba viendo tantos años, que le recordaba lo lejos que estaba de él y lo insuficiente que le hacía sentir.
Quiso gritarle, que si acaso no era suficiente, estar el primero en el ranking ATP, que si no era suficiente tener dos mil puntos más que él. Quería preguntarle, por qué no era suficiente, tener cinco mil puntos más que Rafa, para obtener una mísera mirada suya, una de verdad, una que no estuviera velada por la anticipación, los formalismos y la indiferencia. Porque eso es lo único que Novak había aprendido en tantos años; que el Roger Federer perfecto, educado y considerado, que siempre sabía qué decir y cuándo hacerlo, no era más que una fachada, una mentira elaborada al detalle, con la que cubrir la expectativa de aquellos que casi le rendían pleitesía. Y es que Su Majestad no se mostraba nunca real, nunca cansado, derrotado o abatido, porque eso era exactamente lo que nadie quería ver.
Nadie, salvo Novak.
Novak llevaba desde aquel día en dos mil siete, en Nueva York, peleando por hacerse un hueco entre aquellos que conocían al Roger de verdad, y no al de televisión. Y le invadía la rabia, al pensar, que no lo había conseguido, que podía estar sujetando un trofeo de Wimbledon en aquel instante, pero no era capaz de atravesar la coraza del hombre frente a él, el hombre al que tanto había admirado, y del que nunca había conseguido más que las migajas de una realidad falsa que el suizo construía cada vez que pisaba un torneo. Djokovic no había conseguido mantener una conversación real con él, nunca, ni en fases previas ni en finales, ni en el vestuario ni en la pista, porque Federer decidía siempre mostrarle la cara de revista con la que contentaba a aquellos que no le habían observado lo suficiente, o a aquellos a los que no les importaba lo suficiente. Novak no era de ninguno de esos dos grupos, y no podía soportar que Roger lo relegara a ellos automáticamente.
-Has hecho un gran torneo- dijo Federer sacando al serbio de sus pensamientos -tu equipo y tú debéis de haberlo preparado bien- sonrió, siempre correcto, siempre acordándose de todos -para que todo en pista haya salido perfecto-.
Perfecto.
Dios, cómo odiaba Novak esa palabra, esas putas ocho letras que le recordaban que todo lo perfecto, no es real, que había cometido fallos en la pista como cualquier otro día, pero que había ganado, porque habían sido menos que los que había cometido Roger. Que la perfección solo servía para marcar expectativas inalcanzables, para engañar y engañarse.
-No he sido perfecto- contestó el serbio -ni quiero serlo, no soy tú-.
Roger tragó saliva incómodo por la respuesta -yo no soy perfecto, Novak-.
-Claro que no- se le escapó una risa irónica -pero quieres serlo, por eso lo finges constantemente-.
Federer se arrepintió entonces de haber querido sacar conversación al ganador, pensó en que hubiera sido buena idea simplemente darse una ducha y volver a casa, pero ya era tarde para salir de aquella conversación sin ningún rasguño.
Todos sabían cómo era Novak, o al menos, creían que lo sabían; hiriente, irónico y cruel cada vez que abría la boca, con esa insoportable sonrisita de suficiencia cuando conseguía mantenerla cerrada.
-¿Prefieres vivir así? ¿Engañándote y engañando a los demás?- insistió el serbio.
-No sabes nada de mí.
-Claro que no sé nada de ti- se encogió de hombros -porque nunca has querido cruzar más de cuatro palabras conmigo-.
-Bueno, a lo mejor nunca has sido demasiado amable.
-Tienes mala memoria, si piensas eso.
A Roger casi se le escapa la risa -¿mala memoria? No recuerdo ni una sola vez en la que no hayas sido un capullo-.
-A mí lo que me parece de capullo es tener cuatro frases aprendidas y usarlas en bucle para quedar bien con los demás.
-No lo hago con todos- se encoge de hombros -pero también tengo que ser educado con la gente que no me importa-.
"La gente que no me importa"
Novak sintió esas palabras clavársele demasiado dentro, retorciéndose en su estómago, y tuvo que tragarse las ganas de vomitar, que enseguida, y como de costumbre, se convirtieron en rabia en su sangre.
-Tengo una imagen que mantener- siguió Federer al ver que no contestaba.
-¿Y no te cansa ser Don Perfecto?
-No intento ser perfecto.
A Djokovic se le escapó una mirada incrédula.
Roger suspiró -no con todo el mundo-.
-No, con todos no- bufó molesto.
Federer lo miró confundido, feunciendo el ceño -mira, Novak, si quieres decir algo, dilo, pero no me hagas perder el tiempo-.
-¿Cuántos puntos hay que tener en el ranking de la Asociación para ser dignos de Su Majestad?
Los ojos de Roger se abrieron despacio, llenos de sorpresa -¿qué?-.
-Bueno, no sé, es que como parece que a Rafa es al único que le hablas como si no tuvieras cuatro micrófonos delante...- dijo condescendiente -fue la conclusión a la que llegué-.
El mayor bufó medio riendo -¿osea que toda esta tontería es un numerito de celos?-.
Novak frunció el ceño. Celos. No se le habría ocurrido etiquetar así las llamas que le ardían dentro, quemándole y arañando sus entrañas.
Roger podía apreciar el proceso mental que estaba llevando a cabo el serbio, fijándose en cómo cambiaban el brillo y el tono de sus ojos; un fuego vivo, eléctrico, descontrolado, que arrasaba con todo, apagado en un instante por una tormenta de ultramar con un único velero a flote.
-Mira... Novak- suspiró cuando intuyó que el velero había quedado a la deriva -lo de Rafa... es diferente-.
-Eso está claro- murmuró aún rumiando sus pensamientos -¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?-.
Roger contuvo una sonrisita -no estamos saliendo- dijo -solo... somos amigos-.
Amigos.
El tono con el que lo dijo volvió a retorcerle el estómago, volvió a tirar de sus ideas inconclusas. ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué le dolía el pecho? ¿Por qué estaba celoso? Recorría cada pregunta con detenimiento, buscándola en su cuerpo, diseccionándola. Lo primero que encontró fue la rabia, visible, hirviendo. Al rascar la superficie, al profundizar, llegó a encontrar esa admiración que un día sintió, ahora llena de polvo y telarañas, pero todavía latente, camuflada. Novak quiso traer ese sentimiento de nuevo al frente, quiso cogerlo y notar su calidez, su brillo. Al hacerlo, no esperaba lo que encontró debajo, escondido tras la admiración; primero, afecto y cariño, que se extendieron por todo su interior como un aliento cálido, al final, tras todo lo demás, oscuro y pesado, viajando en sus venas disfrazado de rabia, un deseo arollador.
Novak necesitó coger aire, con los pulmones ardiéndole por la necesidad.
-Yo... también quiero que seamos amigos- dijo casi sin aliento.
Roger se rio, desde dentro, y miró al serbio levantando una ceja -¿nos odias a todos porque te gusto?-.
-No os odio.
-Pero te gusto.
-Supongo que esa es la parte importante de la frase.
Al suizo se le escapó una sonrisa que contuvo mordiendo levemente su labio inferior, guardó silencio.
-No te hagas ilusiones- le dijo Novak -y no pongas esa cara, que tampoco eres tan guapo-.
Roger se rio con fuerza -¿no cierras la boca nunca?-.
El serbio se mordió la lengua y esbozó su habitual sonrisa ladeada, llena de orgullo.
Federer dirigió una mirada rápida a la puerta cerrada, y volvió a posar sus ojos en Novak, que bullía de expectación viendo por primera vez la realidad de la mirada del suizo; una mezcla de cansancio, comprensión y deseo. Roger recorrió los dos pasos que les separaban, y torció un momento el gesto no contento con que Novak fuera más alto que él.
Djokovic se rio, y abrió la boca para decir algo, pero fuera lo que fuese, se evaporó de su mente cuando Roger se acercó lo suficiente como para que sus respiraciones se mezclaran.
-¿Esto es todo lo que hace falta para que cierres la boca?
Novak rio levemente, y entonces Roger pudo besar esa sonrisa arrogante que tantas veces le había llamado la atención y que tantas veces había descartado por el chico orgulloso e insolente que en aquel momento, era incapaz de dejar de sonreír.
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