La bailarina de oro (Shiva)
Nombre: Sati.
Ocupación: Primera esposa de Shiva (antes de su reencarnación en Parvati)
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- ¡Bien! ¡Es mi turno!
Con una gran sonrisa, el dios de cuatro brazos miraba a la arena de batalla desde unos metros más atrás de la salida a ella. Aquel humano que estaba de pie casi desnudo sobre las baldosas, de aspecto sereno y despreocupado que acaparaba las miradas tanto de los hombres como de mujeres no parecía muy fuerte, y carecía de armas visibles. Y no había nada que le gustase más a Shiva que una pelea cuerpo a cuerpo. Cuando iba a dar un paso al frente, una voz le detuvo.
- ¡Shiva, querido!
La voz de su esposa le detuvo, y al girar la cabeza, la encontró corriendo hacia él. Él ni se había imaginado que ella pudiese haber salido de las gradas para escabullirse a la zona de los dioses para ir con él.
Ella agarró uno de sus brazos morados, reteniéndolo como pudo.
- ¡No! ¡No salgas a pelear! - le pidió.
- Pero Sati...
Shiva no sabía qué preguntarle primero; si cómo se escabulló por los pasillos, cómo sabía que le tocaba ir segundo, preguntarle qué hacía, qué quería... pero dejando todo eso de lado, la belleza de su esposa siempre le terminaba ocupando todos sus pensamientos. Daba igual cuantas veces le mirase: le seguía pareciendo tan hermosa como el día en que la vio por primera vez.
- No quiero que salgas a pelear... por favor... - le pidió ella con tristeza.
- Sati, quiero hacerlo - dijo él colocando sus brazos superiores sobre sus hombros - No me va a ocurrir nada, sabes lo fuerte que soy. Además, la lista no puede ser modificada.
- ¡Entonces no salgas todavía! - pidió ella tomando sus manos de sus brazos libres entre las suyas - ¡Quédate el último! Así puede que no tengas ni siquiera que combatir...
- Entonces no es divertido... - se quejó él en voz baja.
Ella bajó la mirada tristemente. Shiva seguía siendo aquel joven al que le gustaba divertirse casi por encima de todo, y eso no iba a cambiar. Sin embargo, Sati se había criado como la hija de un rey muy poderoso, y estaba acostumbrada a una vida en la que nadie de su círculo más cercano sufría por una pelea.
Shiva la miró de arriba a abajo, intentando saber en qué pensaba, deduciendo que en su mente batallaba el amor y el cariño que sentía por su marido para no querer que saliese herido contra la confianza y la fuerza que le transmitía. Él miró su ropa con una sonrisa, sabiendo que esos colores le gustaban mucho al dios. Sin embargo, aunque ella llevaba varios brazaletes de oro, un collar y la decoración de sus piernas, Shiva lo veía escaso, pues él la mimaba casi diariamente con regalos de oro puro que ella no solía ponerse.
- ¿Y el resto de tus joyas, Sati? - preguntó - Te dije que si venías a verme, tenías que ir llena de oro, que todos supiesen que eres la primera esposa del gran dios Shiva, aquel que te trata como una reina.
- Sí, lo se... - murmuró ella sin mirarle a los ojos - Pero amor, no estoy cómoda. Tengo que estar sentada y rodeada de otros humanos que me miran demasiado... y me da desconfianza.
Shiva dio una mueca de enfado con un gesto desaprobador.
- Malditos humanos descarados... - gruñó - A mi esposa nadie la hace sentir incómoda.
- Tú me estás haciendo sentir incómoda... - gimoteó ella apretando sus manos - Por favor, no vayas... o por lo menos, no a esta batalla. Shiva, tengo un mal presentimiento acerca de ese hombre casi desnudo de ahí.
- ¿Hombre... casi desnudo? - repitió él entrecerrando los ojos mirándola.
Ella dio un pequeño bufido. Él siempre se ponía así cuando ella hablaba de un hombre refiriéndose a una cualidad atractiva. Que si "aquel hombres musculoso", "el de ojos azules", "el de gran valentía"... y en realidad no era por unos celos tóxicos ni mucho menos. Lo hacía para molestarla un poco, desde el cariño.
- Todo el mundo lo dice, y es algo obvio que va desnudo, no seas tonto... - dijo empujando su pecho con un poco de molestia.
Pero sus pequeños brazos humanos no eran nada para los cuatro brazos del dios, que agarraron sus muñecas dos de ellos y con los otros la volvió a atraer de la cintura.
- Sabes que me gusta molestarte - comentó sonriendo y acercando su cara a la suya para buscar sus bonitos ojos color oro.
Ella hinchó las mejillas un poco con molestia y un poco de sonrojo, huyendo de su cara y sus ojos mirando hacia otro lado. Shiva tomó su cara con una mano, haciendo que le mirase directamente a los ojos, mientras sonreía.
- ¿Me vas a privar de mirarte a los ojos, Sati? - preguntó con una sonrisa divertida, mientras que la punta de sus narices se encontraba.
Ella se sonrojó un poco más sin mirarle. Siempre que él le decía eso, si le miraba a los ojos, hacía algo que la hacía sonrojar aún más fuerte, y no le parecía el momento y el lugar para eso... aunque eso le diese igual a Shiva. Cuando se iba a lanzar a los labios de su esposa, un carraspeo de garganta le hizo detenerse y mirar rápidamente detrás de ellos, apegando a su chica contra él, protegiéndola.
- Oh, Hermes, ¿por qué has hecho eso? - preguntó un anciano con una túnica blanca - Iba a empezar lo mejor.
- No me parecía apropiado - contestó el dios vestido con un elegante traje negro - Shiva y su esposa podrían enojarse mucho y tuve que interrumpir sutilmente.
- Tienes razón, Hermes - contesto Shiva de mala forma - Me hubiese enfadado muchísimo. ¿Tanto te gusta mirar, viejo? - le preguntó a Zeus.
- Me gusta más participar - confesó el dios sin vergüenza alguna - Aunque no tenga oportunidad con una humana tan bella como lo es tu esposa Sati, me conformaré con mirar.
Shiva apretó los dientes enfadado mirando al anciano, mientras estrechaba contra su gran cuerpo a su esposa, cubriéndola con sus cuatro brazos todo lo que podía. Zeus realmente, decía lo que quería cuando quería.
- ¿Eso es lo que vienes a decirme? - preguntó el dios morado - No lo necesito, ya voy a salir a pelear.
- Eso mismo venía a decirte, en realidad - Zeus se acarició la barba - No vas a salir. Es mi turno.
- ¿Eh? Ni hablar - contestó él - Quedamos en que saldría segundo.
- Ya, pero las cosas han cambiado. Y es mi turno - el rostro del viejo se volvió sombrío y espeluznante, y Shiva sostuvo la cara de su mujer contra él para que no le mirase.
La humana levantó la vista hacia su marido, sintiendo su mano en su nuca. Él estaba muy tenso. Cerró los ojos y rodeó su cintura con sus finos brazos para calmarle.
- Haz lo que dice, Shiva... - pidió ella - Tienes que obedecerle...
- Oh, además es muy sumisa - comentó Zeus - Eso me gusta. Hazle caso, Shiva.
El dios morado seguía muy tenso, cada vez más ante las palabras del dios de los dioses, y Hermes tuvo que empujar un poco las espaldas del viejo para recordarle que debía salir a pelear junto con él. Mirando de reojo, Sati los vio a ambos salir fuera, mientras el árbitro anunciaba su nombre. No pudo evitar soltar un gran suspiro más despreocupado. Poco a poco, Shiva relajó sus brazos para soltarla, estando menos tenso.
- No soporto esa actitud que tiene cuando te ve - comentó - Cada vez que ve a una mujer hermosa, se sobreexcita. Viejo asqueroso...
- Ya, déjalo... - ella puso su mano en su mejilla para que le mirase - No tiene sentido seguir hablando de eso, ya sabes cómo es.
- Sí... - contestó dando un último vistazo para luego volver a mirarla a ella - Bien... ¿por dónde íbamos?
Shiva sonrió volviendo a acercarse a su cara, pero alguien los volvió a interrumpir.
- ¿No tienes habitación para eso, Shiva? - Hermes volvía de la arena, mientras balanceaba el arco de su violín en su mano - ¿O tan desesperado eres?
- Haz el favor de irte ya, Hermes. Deja de molestar - riñó Shiva.
- A eso voy, no te preocupes. Pero, una última cosa - dijo deteniéndose con una sonrisa - El dios Zeus sabe muy bien lo que hace, y te acaba de hacer un favor: acaba de evitar que mueras ahí fuera en esta segunda ronda.
- ¿¡Qué dices?! - Shiva gritó.
Al mirar a la arena junto con su esposa, ambos abrieron los ojos. Al ver la habilidad de Adán y los golpes que Zeus estaba recibiendo, rebasando su increíble velocidad, por primera vez, Shiva sintió miedo de un humano. Sati, aterrada, se escondió en su pecho sin querer mirar.
- Ya lo sabes, Shiva - Hermes sonrió - Piensa que si hubieses muerto ahí, tu joven esposa sería una pobre humana viuda triste... y al dios Zeus se le da muy bien consolar a las viudas...
Dijo esto último entre risas, mientras se marchaba por el pasillo dejándolos solos. Shiva, que había vuelto a abrazar a su esposa ante la llegada del dios, se separó de ella y tomándola de la mano con uno de sus brazos inferiores, comenzó a andar rápidamente por el pasillo seriamente. Sati tenía que seguirle casi corriendo, pues sus piernas no eran tan largas como las suyas.
- Te prometo que a partir de ahora confiaré mucho más en tus malos presentimientos - le dijo sin mirarla.
Sati sonrió mirando su espalda. Tras un par de giros por un pasillo, llegaron a una estancia reservada sólo para el dios Shiva, siendo una habitación grande y lujosa con todas las comodidades que podía necesitar. El dios entró con su esposa y cerró la puerta tras de sí.
- Aquí estaremos tranquilos - comentó mientras se acercaba a la ventana.
- Está bien...
Ella observó el cuarto, caminando despacio por él. Aunque hubiese muchas comodidades y lugares mullidos donde a su marido le encantaría estar acostado en estos momentos, se encontraba mirando por la ventana, serio y callado. Él no solía ser así.
Sonriendo, puso un pie de puntilla, dejando que la raja de su falda revelase su muslo y la decoración de su sandalia de oro, donde lucía una serpiente de este mineral que se enroscaba por su pierna. Sin hacer ruido y con mucha elegancia, tan como debía ser, Sati comenzó a danzar por la habitación, sin que la suela de sus sandalias hiciese ruido en el suelo de mármol. El único leve sonido que dejaba tras de sí, eran los suaves roces de sus joyas de oro entre sí.
Al pasar cerca de Shiva, él notó el movimiento y el aire que movía, y se giró a mirarla. Se quedó viendo danzar a su esposa por el cuarto unos breves segundos, hasta que ella se giró hacia él sin dejar de bailar, haciendo un movimiento con los brazos y con los hombros indicando que se acercase a ella. Shiva terminó por sonreír, y empezar a alejarse de la ventana.
- Oh, Sati... mi dulce y adorada Sati... - decía acercándose - Tú si que me entiendes.
- Por algo soy tu esposa, ¿no es así? - preguntó ella dando una vuelta sobre sí misma.
- Sabes perfectamente lo que necesito para dejar de pensar y sentirme mejor... mi bailarina de oro...
Siguiendo a la danza de su mujer, el dios comenzó a mover su cuerpo de la misma forma que ella, moviéndose al ritmo de danza tradicional aunque no sonase la música, pues no se necesita para bailar. Muchas veces, cuando bailaba con su esposa, Shiva perdía la noción del tiempo. Escuchaba música, aunque no sonase; se imaginaba un escenario perfecto, aunque fuera un cuarto; y ni siquiera necesitaba tocar a su esposa para sentir su roce. Muchas veces, el roce de su corta falda contra su pierna era mucho más que suficiente para hacer al dios caer en la tentación, con la que siempre terminaba abrazado a su esposa con un largo beso tras un baile emocionalmente reparador.
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