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♉Tauro♉


Acabo de verla —Comentó Tauro sonriente a Aries trás un resuello.

—Dime, ¿Finalmente te armaste de valor y le dijiste? —lo miró con intriga.

—¿Bromeas? —frunció el seño— ¡Claro que no! Jamás aceptaría estar con alguien como yo.

—Y ¿Por qué no? —preguntó confundido.

—¿Cómo preguntas eso? Solo deberías verla —sonrió atontado—, es extremadamente bella… y yo —volvió la mirada al suelo entristecido— soy horrible, ella no estaría con alguien como yo ni en un millón de años.

—¿No piensas que exageras un poco, Alde? —sonrió el carnerito para luego ponerse de pie— si me preguntas…  yo la noto muy interesada.

—¿Tú crees? —preguntó el taurino emocionado.

—Claro —lo mira alegre—, pienso que es momento de que hables con ella.

—¡Tienes razón! ¡Iré a verla ahora mismo!

Aldebarán se puso de pie y caminó a paso firme para abandonar el templo de Aries. El carnerito lo miraba sonriente mientras poco a poco el taurino desaparecía del alcance de los ojos del tibetano.

Voy a conseguirlo, le confesaré mi amor y ¡estaremos juntos al fin! —pensó confiadamente.

Aldebarán buscó a su bella amada por todo el santuario, sin embargo no encontró rastro de la mujer.

—¿Dónde se habría metido? —pensó y pensó un lugar en el que pudiera estar, hasta que finalmente fue capaz de recordar.

Ella me mencionó en una ocasión que todas las tardes suele pasear entre los bosques cercanos al santuario, es algo que le ha dicho que le relaja mucho.

El guardián de la segunda casa caminaba lentamente jugando con los dedos de sus manos a causa de su nerviosismo. ¿Cómo le diría aquello?

Debería haber pensado en algo antes de haberme marchado así —especuló un tanto deprimido, hasta que vió a la distancia un pequeño y bello campo de flores que se encontraba en una zona abierta del bosque en el que se había adentrado.

—Bueno… eso es un buen comienzo, ella ama las plantas —sonríe cortando delicadamente cada tallo para armar un ramo con ellas, olió el bello perfume que emanaba de las flores recién cortadas y continuó con su camino.

Mientras él avanzaba iba observando atentamente el pequeño ramo que había conseguido armar, inevitablemente una sonrisa se escapó de sus labios.

Y eso que solo había pensado en ella.

Finalmente consiguió escucharla a lo lejos. El se deleitó con el bello sonido de su tierna risa, y lentamente se acercó.

Le intrigaba saber que era lo que le divertía tanto a su amada, hasta que una segunda carcajada se oyó de fondo, esta era masculina.

¿Está con otro hombre? —pensó.

Decidió escabullirse entre los arbustos para contemplar aquella situación. Reconoció la pequeña complexión de la joven, junto con un hombre robusto, poseedor de una armadura dorada.

—Con que el escorpión —susurró para el mismo.

Un enorme pesar se apoderó del noble corazón del taurino. Atisbó con aflicción a ambos dos, ella reía divertida a causa de los comentarios del griego.

—Entiendo… fui un estúpido al pensar que podría conquistarla con un discurso improvisado y un par de flores cutres —mi vista se dirigió hacia el pequeño ramo que armé, de nada me serviría tenerlo. Si ella quiere al escorpión… y realmente no la culpo. Él es mucho mejor que yo.

Solté un resuello con desánimo, abrí mí mano lentamente permitiendo que aquellas bellas flores que había recolectado para ella cayeran y se impactaran contra el vergel del bosque, y regresé al templo que se me había asignado resguardar según mí constelación.


[ •  •  • ]

Era un nuevo día en el santuario, Aldebarán no había salido de su templo desde aquel desafortunado suceso. Sentado apoyaba los codos sobre sus piernas cruzadas, mientras acunaba su rostro con desánimo entre sus manos.

—Pido permiso para pasar por tu templo, Aldebarán —Tauro reconoció fácilmente aquella amistosa voz que retumbaba en el interior de la segunda casa.

—Puedes pasar, Mu —respondió entre suspiros.

—¿Sigues triste, Alde? —preguntó el lemuriano al distinguir el entristecido rostro de su amigo, y decidió sentarse a su lado en el suelo para brindarle compañía.

—Ella no me ama —susurró.

—Debe haber una explicación lógica para todo esto —especuló—, dudo mucho que Milo haga una cosa así.

—¿Tienes alguna suposición? —Tauro miró incrédulo a su amigo.

—¿Solo los viste reír? —preguntó.

—Bueno… sí, ¿Por qué me preguntas eso? —frunció el entrecejo.

—Alde, no pensaste que tal vez, no sé… ¿solo conversaban? —sugirió Aries.

—No lo sé —vaciló volviendo su mirada hacia el suelo con tristeza—, ella se veía tan alegre y animada con Milo…

—Quizás sea porque ella es alegre y animada —Mu observó a su amigo alzando una ceja para luego soltar una suave risa—, actúas como si no la conocieras —finalizó tras ponerse de pie.

—¿A caso ya te vas, Mu?

—Si, así es. Tienes cosas que hacer, y no deseo retrasarte más de la cuenta —se despidió agitando levemente una de sus manos para abandonar el templo de Tauro.

Sin embargo Aldebarán no deseaba moverse de allí. Aunque moría por saber la verdad sobre Milo y su amada.

—Solicito de tu consentimiento para ingresar a Tauro, Aldebarán —esa voz podría reconocerla muy bien, tan bien que se entristeció de inmediato al oírlo.

—Pasa, Milo —respondió con desánimo.

—¿Qué te pasa, Alde? —preguntó el escorpión tras arrodillarse junto al nombrado.

—Nada —respondió inexpresivo, volteando su mirada hacia otro punto.

—¿Nada? —enfatizó— ¿con esa expresión en tu rostro esperas que me crea que "nada" te pasa? —Milo esperó pacientemente una respuesta de parte de Aldebarán—. Bien —continuó al no tener una contestación—, _____ me envió para decirte que te está esperando en donde siempre.

—¿______? —abrió sus ojos sorprendido volteando a ver al escorpión.

—Sí, en efecto eso dije —se puso de pie.

—Milo-

—No somos nada ella y yo —respondió incluso antes de que Aldebarán se atreviera a preguntar—, no creas que no fui capaz de sentir tu cosmos ayer. Estabas escondido en los arbustos, ¿verdad?

Y-yo solo quería hablar con ____ — tartamudeó sonrojado, buscando algún tipo de pretexto válido.

— ¿Entonces al verme reír con ella pensaste que iba a robártela? —respondió jocoso—, que imaginación tienes, Alde.

—¿Por qué te envío a ti en lugar de venir ella?

—Te tiene una sorpresa —contestó entre suspiros—, ya me fui de lengua, no pienso decirte más. Será mejor que te vayas —aconsejó antes de abandonar el templo.

¿Una sorpresa? Para mí… —pensó él, sentía como su corazón comenzaba a latir rápidamente.



Narra _____:

Esperaba sentada pacientemente a que Aldebarán llegara al que se convirtió en nuestro lugar especial.

Espero que Milo no se olvide de avisarle…

Suspiré.

No sé si haberle asignado esa tarea al escorpión haya sido una buena idea.

Sonreí al escuchar pisadas a lo lejos, entonces decidí esconderme para que no me encontrara. Pude distinguir su robusta complexión, con una mano sostenía el casco de su armadura, mientras que en la otra llevaba un bello ramo de flores.

Él se sentó mirando a todas direcciones, aunque analizara cada rincón del lugar parecía estar dispuesto a esperar pacientemente. Decidí no hacerle perder el tiempo, con sigilo me acerqué por detrás hacia donde estaba y cubrí sus ojos delicadamente.

—_____… —murmuró mí nombre.

—Hola fortachón —le sonreí al sentarme a su lado.

—Y-yo… te traje estas flores —me entregó el ramo apenado, sus mejillas ardían.

—¡Gracias! —me alegré al recibir el obsequio, y acerqué las flores a mí nariz para oler sus fragancias— son hermosas. ¿Sabes? —me miró— ¡Yo también te tengo un regalo!

—¿En serio? —me miró emocionado.

—Si, y está justo aquí —tomé delicadamente la guitarra que mantuve oculta entre los arbustos, y cuando finalmente la sostuve en mis manos comencé a producir una tierna y dulce melodía.

Cada vez que Aldebarán y yo visitamos este bosque acostumbro a tararear melodías para él mientras contemplamos el atardecer.

Pero esta vez quise hacer algo más especial, crear una melodía solo para él.

Mis dedos bailaban ágilmente sobre las cuerdas de aquél instrumento, Aldebarán no me quitaba la vista de encima, me miraba atento, alegre. Y cuando la melodía acabó, una lágrima se escapó de los ojos de Tauro.

—¿Por qué lloras? —mi sonrisa se esfumó, abandoné la guitarra y corrí rápidamente a sus brazos— ¿A caso no te gustó mí regalo? —pregunté entristecida.

—No es eso —sollozó—, es que ha sido el regalo más hermoso que alguien me ha hecho jamás —sonreí. Me puse de pié sacudiendo mí vestido, estiré mí mano hacia él para que también se levantara— _____, hay algo que necesito decirte.

—Soy toda oídos —reí.

Él me miró ruborizado, abrió su boca con el fin de que las palabras salieran pero la cerró finalmente, sin decir nada.

—Lo siento —murmuró—, no tengo el valor suficiente para hacerlo.

Posé mis níveas manos sobre las sonrojadas mejillas de Aldebarán, el acunó las mías mas tarde.

—No hace falta que lo digas, tontito —reí alegremente.

—¿Ah, no? —me miró confundido. Negué con la cabeza.

—Tu también me gustas —confesé. Los ojos de Tauro se abrieron como platos, mí risa aumentó en demasía al notar la rigidez de su cuerpo tras mí confesión— ¿Que pasa, Alde? Parece que viste un fantasma —me burle.

—E-es que yo… jamás creí que tú…

—¿Que podría enamorarme de ti? —finalicé, el asintió con pena—, ¡pero si eres el taurino mas tierno y dulce que he conocido! —apreté sus mejillas cual una abuelita causando que soltara una tímida risa.

Finalmente sus brazos rodearon mi cintura con el fin de apegarme a su complexión. Nuestras respiraciones comenzaban a entremezclarse, finalmente eliminamos el poco espacio que de interponía entre nosotros, y nos fundimos en un tierno, corto e inocente beso.

—Te quiero, _____ —me dijo aún entre mis labios.

—Te quiero, Aldebarán —correspondí.

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