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⠀ El futuro incierto de una dama

El tiempo que pasa Eloise en Aubrey Hall con su familia cuando Anthony y Kate regresan de su luna de miel, le hace pensar en su futuro y en lo que en verdad quiere.

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FANDOM: Bridgerton

PAREJA: Eloise Bridgerton y Theo Sharpe.

GÉNEROS: fanfic, romance de época, amor prohibido (murmuran por las calles).

ADVENTENCIAS: ninguna.

NOTAS: Lo escribí al día siguiente que acabé la segunda temporada. Sé que ellos no son canon en los libros, pero me hizo feliz ver a Eloise tener sentimientos por un chico sin perder su esencia. Espero lo disfruten, si tiene buena recepción podría haber otras partes sobre los hermanos o este mismo universo. <3


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Desde su tierna infancia, Eloise ha tenido sentimientos encontrados sobre Aubrey Hall, por una parte, abraza el lugar como un lugar donde casi puede palpar el vínculo familiar y el terreno es, por mucho, hermoso. No tiene mayores quejas sobre su cómoda alcoba o tener que soportar a sus hermanos mayores, más de normal. No es que vaya a admitirlo mucho menos a Daphne, Anthony o Colin, pero a veces los extraña.

No obstante, al estar tan alejado de la vida colorida y ruidosa de Londres, naturalmente se aburría. Por mucho que buscara algo en que entretenerse más allá de sus libros, los chismes de la servidumbre apenas rozaban lo interesante.

Esta temporada en la casa de campo fue una tortura. La miel que derrochaban su hermano Anthony y su nueva esposa Kate, quien reclamaba ahora Eloise como su hermana favorita, le hastiaba. De nuevo, no hay que decirle nada de esto a Daphne, ni a la pequeña Hyacinth, que no te confunda su tamaño.

Toda esa miel y felicidad que exudaban los enamorados, trasmutaba en amargura para Eloise. Sin poder sacar de su cabeza es fatal noche en la que perdió a la última persona aparte de su familia, que le importaba. Una parte de ella quería volver deprisa a Londres y ver si Penélope era capaz de disculparse de todo corazón, pero entonces recordaba la expresión de dolor en el rostro de Theo y rabia líquida le recorría por las venas.

—Lo que sea que te esté molestando, me temo, no se va a solucionar mirando por ventana. ¿Por qué no intentas escribirlo?

Había dicho Benedict en sus primeras semanas en la casa de campo, ella agradeció de corazón que él no preguntara por la razón de su desasosiego y constantes suspiros. Solo le ofreció su compañía, un suave abrazo y un cigarrillo compartido.

La última noche, antes de regresar a la gran ciudad, con expresión seria poco antes vista en su hermano mayor, pronunció las siguientes palabras:

—Nadie que te haga sentir tan miserable puede ser poco importante. Y más aún te ha lastimado, tampoco puede ser bueno. Mereces que te hagan feliz siempre, El.

Tal vez fue la firmeza con la que habló o el reconfortante contacto de su mano en su hombro. Decidió ceder un poco. Aunque se sentía acorralada, era mejor hablar con Ben que confesar con su madre o alguna de sus hermanas.

—¿Qué pasa si fui yo quien lo lastimó?

Los ojos azules se abrieron en sorpresa que no pudo esconder. Eloise se negó a bajar la cabeza en vergüenza por exponerse así, lo dicho, dicho estaba. Vio el conflicto marcarse en las facciones de su hermano y unos segundos después que se sintieron como horas dijo:

—Entonces si te importa, pide disculpas. Si sabe el valor que tienes, te hace feliz y tú a él, sabrá perdonarte.

Se quedó muda en la banca del gran jardín y, antes de que pudiera intentar formular palabra, su hermano se puso de pie.

—Es difícil aceptar que mi hermanita también está cerca de dejar el nido. Acude a mí si necesitas ayuda —sonrió de miedo lado con un deje de tristeza—. Buenas noches, El.

Sin esperar nada más, entró de regreso a la gran casa. Eloise se quedó sola con sus pensamientos toda la noche, con la mirada de ojos llorosos de Theo, las crueles palabras de Pen y el consejo de su hermano, dando vueltas por su cabeza.

Así es como ella, una vez de nuevo en Londres, salió disparada hasta Bloomsbury, prometiendo entre dientes salir con Penelope, después de todo, su familia todavía no sabía sobre su discusión con ella.

La ansiedad e inquietud no dejaba su cuerpo, fue el viaje más largo de su vida hasta la imprenta. Las manos la sudaban y las palpitaciones desembocadas de su corazón, no ayudaban.

Al visualizar ya los edificios más conocidos, tiró de sus guantes y apretó sus manos forzándose a calmarse. John, el maravilloso lacayo que a este punto era casi un amigo para ella, notó de inmediato su turbulencia. Quizás el hecho de que casi se cae al bajar del carruaje le había dado una pista de aquello.

—Todo saldrá bien, señorita —dijo con voz suave.

—Gracias —respondió ella con una sonrisa forzada.

Solo necesita tocar dos veces para que el culpable de sus noches en vela y suspiros, abra la puerta. Los cálidos ojos marrones se abren en sorpresa y un jadeo se le escapa de los labios. Eloise intenta no bajar la mirada y se pregunta si así de asustada luce ella también, es posible que incluso peor.

—¿Qué hace aquí?

Bueno, eso dolió.

—Yo... Vine a disculparme —Se seca las manos en la falda de su vestido, pero no aparta la vista—. La última vez que hablamos tengo la impresión de que me malinterpretaste.

—Creo que la entendí muy bien, señorita Bridgerton.

—Te equivocas —le asegura con firmeza, ahí está esa chispa apasionada que nace al debatir con Theo. Puede sentir la confianza adueñándose de ella—. Entendiste lo que tú quisiste. Dije todo eso porque me preocupo por ti.

Él aprieta la mandíbula y mira a ambos lados de la calle, inquieto de que alguien pueda verlos o escucharlos.

—Entre —dice, ella no espera que lo diga dos veces—. Eloise...

—Ahora sí vas a llamarme por mi nombre.

—Acepto tus disculpas si es a eso que has venido —Se pasa una mano por el cabello evitando mirarla, ha pasado las últimas semanas añorando su presencia y su cercanía se siente como un oasis y una tortura al mismo tiempo—. Admito que también le debo unas disculpas, no debí pensar tan mal de usted.

—Bien, te perdono. Pero no por eso que he venido.

—¿Se trata de Lady...?

—No, ella ya no me importa —aclara rápidamente—. Se trata de ti.

—¿Qué puede importarle de mí?

—¿Tal vez todo? —se ríe con amargura—. Eres inteligente Theo, más que la mayoría de hombres que he conocido en toda mi vida. Sabes de qué te estoy hablando. Lo que no sé es por qué actúas así.

Él deja de darle la espalda y cuando menos se da cuenta, están tan cerca del otro que casi pueden sentir el calor que irradia el cuerpo del otro.

—Soy ayudante en una imprenta, Eloise. Ya han hablado de ti y no quiero saber qué podría pasar si supieras que hemos estado solos.

—Mis hermanos pensarían lo peor —coincide ella—. Pero no me importa.

—A mí sí me importa.

—Entonces has algo al respecto.

—Dijiste que no querías casarte nunca —le recuerda—. En muchas ocasiones.

—Lo sé. Pero eres mi mejor amigo y mi madre dice que es natural que tu... Ya sabes, sea eso.

Los ojos avellanas ante sus palabras, lucen rebosantes de emoción y una pizca de diversión al ver trabarse con las palabras. Theo le toma las manos. Gracias a la ausencia de sus guantes puede sentir el contacto de su piel contra la suya. Eloise no puede evitar preguntarse cómo se sentirían esas ásperas manos en el resto de su cuerpo, como la abrazarían, como se sentirían sobre sus mejillas...

La imagen de Eloise, sonrojada frente a él, le llena a Theo la cabeza de ideas inapropiadas y solo desea tener a esa mujer en sus brazos, aun así, consigue pronunciar con la voz más suave:

—Tú también te has convertido en mi mejor amiga.

—La noche en que discutimos sentí que tú... Que nosotros pudimos...

—Pero no podemos.

—Oh —Ella intenta esconder la desilusión de su rostro. Procura reconfortarse a sí misma, recordándose que al menos recuperó a su amigo. Pero eso ya no es suficiente para su corazón, tal como parece—. Entiendo si ya no quieres y estás en tu derecho, si tus afectos por mí cambiaron.

—No, no se trata de eso —suelta sus manos y la mirada herida de Eloise le rompe un poco el corazón—. No hay cambiado y sí quiero.

Theo ve como el pecho de Eloise se agita por sus palabras.

—¿Cuál es el problema entonces?

Ella intenta ser paciente, pero ese no ha sido su fuerte nunca.

—Eloise, ¿no puedes verlo? —la forma en la que sale el nombre de su boca es lastimera y camina alrededor de la mesa, tan lejos de ella como puede. Actuando como un hombre que sabe ha sido condenado a muerte y su única opción es prolongar lo inevitable. Habla con voz angustiada y un tono más brusco, pero la atención de ella está en los ojos llorosos de él—. Eres una mujer brillante, ambos conocemos las consecuencias de ser atrapada conmigo hablando. ¡Hablando! Ahora imagina lo que podría sucederte si pasara algo entre nosotros. Nunca podría vivir en paz sabiendo que te hice algo así. Tú no quieres esto, créeme.

Eloise considera lo que podría suceder. Sabe que camina sobre una línea muy fina, al borde de cruzar hasta un punto sin retorno. ¡Pero qué prometedor es!

La idea de un lugar incierto, donde no se tenga que escabullir para ver a Theo, ni tenga que tolerar a más hombres que esperan que sea una fábrica de bebés bonita y recatada.

La imagen de su madre desconsolada por sus acciones es su primer vistazo del futuro. Sabe que ni Hyacinth o Gregory jamás harían algo en su contra, pero ella sí podría perjudicarlos con sus acciones. ¿Se convertiría en la nueva Lady Mary?

Anthony estaría furioso y buscaría a Theo hasta debajo de las piedras. Ni siquiera Kate podría frenarlo.

Sabe que a pesar de su naturaleza opuesta a Daphne, al final del día acabaría por apoyarla. Incluso sí evitaba pronunciarse en voz alta al respecto. Colin seguiría ciegamente a Anthony, pero acabaría entrando en razón, Francesca se enteraría muy tarde.

Ahora Benedict, su querido hermano. Él la amaba tal como era, con sus pintas extrañas y pensamientos inapropiados de una dama, con su tendencia a decir la verdad sin filtro alguno y su torpeza. No hay un cabello de duda en su cabeza, sobre Benedict.

Él sería capaz de hacer mano de su propia fortuna para ayudarla a escapar a América con Theo.

Un segundo. ¿Escapar con Theo? ¿De dónde había sacado eso?

Oh Dios. Las historias de la madre de su nueva cuñada y su padre de alguna manera habían perdurado en su cabeza.

¿Quería huir de todo esto? ¿O eran lo suficientemente fuertes para enfrentar lo que viniera pese a las consecuencias?

Entonces, al salir de sus cavilaciones, ella se percata de la incertidumbre en que lo ha dejado. No sabe cuándo tiempo ha estado en silencio enfrascada en sus pensamientos y si mutismo es una respuesta para él.

—Theo —Saborea su nombre en sus labios.

Se permite ser valiente, da un par de pasos hacia él, acortando de nuevo la distancia.

—Eloise.

Un nuevo escalofrío recorre su cuerpo al escucharlo, en verdad ama como pronunciaba su nombre.

Ella voz trémula le dijo:

—Entiendo lo que te preocupa, no lo hice en su momento y también ahora comprendo la posición privilegiada en la que he estado toda mi vida. Pero quiero —su voz se quiebra al final—. Eso lo que debes saber, yo quiero.

—¿Estás segura?

—El futuro es incierto.

—Sí que lo es.

—Pero esto es de lo único que estoy segura.

—Voy a besarte —murmura él contra sus labios.

Eloise sonríe contra sus labios, felicidad desbordándole por su declaración:

Su sonrisa se borra por el contacto de un par de labios contra los suyos. Es torpe y casto, Eloise nunca ha hecho esto y Theo no sabe dónde colocar sus manos porque teme no poder soltarla una vez que esté en sus brazos.

Se ven a los ojos y todo lo que deben saber, con esa mirada compartida, está dicho.

—Eloise, yo...

Ahora es ella quien no lo deja terminar, con una mano temblorosa subiendo por su mejilla hasta su nuca, el anhelo y el calor de su Eloise embriaga a Theo haciendo que sus manos sostengan firmes la cintura de su amada. Sus labios se mueven con nerviosismo y deseo, suspiros escapándose al igual que un par de sonrisas.

No saben cuándo o como van a casarse, si lo harán en algún rincón de Inglaterra, América o donde lleve el viento. La idea de tener hijos todavía le parece poca atractiva y tiene tanto que aprender, pero Eloise sabe que lo único de lo que está segura es que quiere esto. Ella ama a Theo.

Nada estaba escrito sobre piedra, pero Eloise sabía algo. Ni Lady Whistledown, ni su familia, ni nadie más que ella, iba a decidir como debía ser feliz.

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