aemond targaryen | en la salud y en la enfermedad
⚠️ Incesto.
El sonido de una campanilla era un sonido al que estaban acostumbradas las doncellas en la Fortaleza Roja. Era cuestión de tiempo que alguno de los vástagos de Viserys tuviese la misma mala suerte que él, teniendo poca salud (por no decir ninguna) y teniendo que estar en cama a menudo, teniendo que usar una campanilla cuando necesitase asistencia o ayuda, siendo esta una extensión de su brazo cuando estaba encamada.
Tenía dolores de todo tipo, principalmente de espalda y de barriga, además de cansancio crónico y poder resfriarse muy fácilmente. A veces le dolía tanto la espalda que no podía caminar o iba coja, a veces le dolía tanto que moverse tan solo un centímetro le hacía gritar. Su salud era tan imprevisible como el tiempo. Sus dolores de barriga eran más constantes, siendo estos frecuentes durante las primeras horas de todas las mañanas; pero si hablamos de sus dolores de espalda podía estar una semana entera en cama, tres semanas bien, de repente tres días mal, luego un día perfecto, después otra vez un día mal y de repente otra vez bien como si nada.
Todo esto le causaba nervios y melancolía, además de que si estaba bien y recebia una fatídica noticia o algo le perturbaba mucho emocionalmente, se ponía mala, e incluso podía llegar a rozar el desmayo.
Y todo eso hacia que todos a su alrededor la tratasen con delicadeza en todos los sentidos, y le prestasen mucha atención. A veces no decía lo mal que se encontraba no solo para no preocupar a sus seres queridos, si no para no ver esa preocupación y tanta atención volcada en ella. Les decía que por mucho que se preocupasen por ella, eso no cambiaría nada para mejor. Quería todo lo contrario, porque siendo tratada diferente recordaba que en el fondo era diferente a los demás, por lo menos en salud. En ese sentido tenía más en común con un anciano que con otra chica de su edad.
Y las chicas de su edad ya estaban casadas y en cinta. Su madre decidió seguir la tradición y casarla con el único hermano soltero que le quedaba, su hermano mayor, Aemond. Pero al contrario que en el resto de matrimonios en todo Poniente, _______ no estaba obligada a tener hijos; de hecho, se lo prohibia por miedo a lo que pudiese pasarle al bebé y sobretodo a ella. Aún así ella quería tener hijos y no por cumplir un deber, si no por la necesidad que sentía como mujer, ese instinto materno dentro de ella.
—¡No puedes pedirme eso! —dijo ella llorando.
Su llanto llamó la atención de su hermano, el susodicho, justo cuando abrió la puerta para entrar a los aposentos de su madre, donde había sido citado para la reunión, pero paró en seco, escuchando detrás de la puerta entornada.
—Sí que puedo, soy la Reina asique es una orden que debes acatar.
—¿¡Con Aemond!?
Y el susodicho decidió que había escuchado suficiente, dando media vuelta por donde había venido. Le dolió la manera en la que su hermana pequeña se había tomado su casamiento con él. ¿Acaso era una mala opción? Ni que fuese Aegon. La quería y no le guardaría rencor por no querer casarse con él por el motivo que fuese, pero le dolía porque él sí que quería casarse con ella, porque la quería en todos los sentidos.
—¡Si me pides eso entonces él se merece alguien mejor que yo! ¡Una mujer sana que le pueda dar descendencia! ¡Me odiará por no poder dársela, y a tí por obligarlo a casarse conmigo! Casalo con una mujer que le pueda dar hijos.
—Aemond nos quiere con locura a ambas, él jamás haría eso. Y también le ordenaré que no ponga su semilla en tí.
—¿Entonces no consumaremos el matrimonio?
—Sí lo haréis, en la noche de bodas.
—¿Pero que sentido tiene que nos casemos si no vamos a tener descendientes?
—Los matrimonios no solo se llevan a cabo para dar descendencia, también son movimientos políticos y una tradición. También, a veces, suelen ser por amor, y si no, puede llegar a surgir después de la boda.
Guardó silencio. Su madre llevaba razón, incluso en lo último en cierta medida. No sabía lo que sentía Aemond por ella, no sabía si la quería más que simplemente como una hermana, pero al menos ella a él sí, asique al menos una de las partes estaba enamorada del otro, pero no lo admitiría.
—Además, entre tú y yo hija mía, tu hermano es muy antisocial, cualquier mujer- o en general cualquier persona que no sea de su familia saldría aterrada por su carácter, asique tú eres la mejor opción para él. Y él para tí, no dudo en que te tratará con la delicadeza y paciencia con la que mereces ser tratada.
Cerró los ojos y suspiró profundamente, molesta y derrotada. Sabía a lo que se refería su madre con ese último comentario, y no le gustó nada, le sobró.
—...¿Y qué será de mis sobrinos?
—Se podrán casar entre ellos.
—¿Y si me quedase embarazada por error? Antes de llover chispea —advirtió ella.
—Entonces Aemond me avisará y tomarás té de leche de amapolas, como las doncellas a las que Aegon viola.
Nunca pensó que podría llegar a tener algo en común con esas pobres desgraciadas y con prostitutas de casas de placeres. Era una mujer de la más alta cuna que deseaba ser madre, pero podría llegar a ser similar a esas pobres. La idea le llenaba de impotencia.
—Solo que a mí no me darás una recompensa monetaria —dijo sarcástica. Vio que daba igual lo que dijese, no podría cambiar de opinión a su madre, asique se rindió, aceptando su destino—. ¿Algo más que deba saber, Madre? —preguntó.
—No por hoy.
—¿Entonces puedo retirarme?
—Sí —dió media vuelta tras recibir la respuesta de su madre, encontrándose a su hermano en la puerta.
—Prometido —dijo apagada y cabizbaja pasando de largo, saliendo de la sala y cerrando la puerta tras de si.
—¿Tanto le ha disgustado la idea de que nos casemos? —preguntó intentando disimular su dolor una vez se quedó a solas con su madre.
—¿Qué? ¡No! —contestó su madre, pero Aemond se atrevió a asumir erróneamente lo peor, asumiendo que mentía—. Le ha disgustado que le he ordenado no tener hijos, y te he reunido para ordenarte lo mismo —quedó confuso por unos segundos, pero rápidamente lo entendió sin necesidad de una explicación—. Consumareis el matrimonio, pero no pondrás tu semilla en ella.
—Será lo mejor.
—Me alegra que lo entiendas y aceptes fácilmente, no como ella.
Sería una boda menos ostentosa que la boda de sus hermanos mayores, pero aún así llevó semanas de preparación.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Aemond, que le hacía una visita en sus aposentos la noche anterior a la boda.
—Sí, muchas personas nuevas a las que tendré que darles explicaciones si me encuentro mal —contestó tumbada desde su cama—. Espero despertar bien mañana.
—No tienes que darles explicaciones a nadie —dijo sentándose a su lado en el borde de la cama.
—Llamaré la atención y creeran que soy extraña.
—Llamaras la atención por ser la novia y nadie creerá que eres extraña, tus problemas de salud no te hacen serlo. No te debe importar la opinión de nadie, menos las de desconocidos.
—Soy la primera que se dice eso a si misma, pero aún así... —él le cogió de la mano, acariciándola con el pulgar mientras hablaba.
—Eres hija del Rey, y cualquiera que ose a opinar algo negativo de ti, encima por tus problemas de salud, es escoria y se las verá conmigo. Le cortaré la lengua con mi espada y luego será víctima de las llamas de Vhagar —ella sonrió levemente, cansada en muchos sentidos.
—Gracias.
—Estás cansada, por lo que observo. No te entretendré más pues debes descansar ya que mañana será un día largo, pero quiero recordarte que si lo necesitas siempre te podrás apoyar en mí, en muchos sentidos, mañana y siempre.
—Lo sé Aemond —dijo sonriendo enternecida ahora siendo ella la que acariciaba su mano con el pulgar—, gracias, tú también.
Por suerte, a la mañana siguiente, la princesa despertó bien (dentro de sus estándares de salud). Aún así, la boda se llevaría acabo denoche en la sala del Trono de Hierro con solo sus padres y el septon como testigos del enlace según la tradición, y después seguiría el encamamiento y siete días de festines y festejos.
—El amor de los Siete es sagrado y eterno —empezó a decir el septón una vez la princesa se posicionó enfrente de su prometido—, fuente de vida y de amor. Nos reunimos esta noche agradecidos para rezar y hacer de dos almas una sola. Padre, Madre, guerrero, herrero, doncella, vieja y desconocido, escuchad ahora sus votos.
—Yo soy tuyo, y tú eres mía, ante cualquier adversidad.
—Yo soy tuya, y tú eres mío, ante cualquier adversidad.
—Aquí, en presencia de Dioses y hombres, declaro a Aemond y ______ de la casa Targaryen marido y mujer. Una carne, un corazón, un alma, ahora y siempre.
El ritual de encamamiento fue incómodo, pero cosas peores vendrían después.
Ambos eran inexpertos y estaban nerviosos por muchos motivos, además de incómodos porque pensaban que el otro no quería hacer lo que estaban a punto de hacer y que no lo amaba como hacía él.
Estaban demasiado tensos y ocupados pensando que el otro prefería no estar ahí haciendo eso con él asique fue un desastre (como casi todas las primeras veces, torpes y poco eróticas), pero lo peor fue cuando la princesa quiso besar a su hermano mientras esté estaba encima y dentro de ella y este la esquivó. También se sorprendió cuando este sacó su miembro de ella y le manchó su pecho con su semilla, cayendo agotado a su lado.
—No era tu primera vez, ¿no? —preguntó ella.
—Como si lo fuese, solo lo he hecho una vez antes, hace muchos años. Aegon me obligó.
—Ya, me acuerdo. En fin... Buenas noches —dijo mientras se giraba, poniéndose de lado, dándole la espalda. Intentó quedarse dormida lo más rápido posible, pero no pudo evitar derramar algunas lágrimas en silencio, teniendo en bucle el momento en el que le rechazó el beso.
Pasó la semana de festines y torneos, y muchas semanas más. Evidentemente, por orden de su madre, no engendraron un hijo. Sería difícil, probablemente un milagro de los Dioses pues lo único que se dedicaban a hacer juntos en la cama era hablar, leer y dormir. Por culpa de malentendidos y falta de comunicación ambos pensaban que uno sentía asco por el otro en el sentido sexual, que no quería estar casado con el otro y que era imposible que le correspondiese sus sentimientos. No estaba siendo un matrimonio feliz, a pesar de que se seguían queriendo como hermanos y en general como personas, y se lo demostraban.
A menudo la princesa se encerraba en sus aposentos para estar en cama a pesar de encontrarse bien de salud física. Decía que se encontraba mal, lo cual no era mentira en cierto modo; se encontraba mal, pero de salud mental. Deseaba que su marido la amase como ella a él, deseaba poder decirle a Aemond lo que sentía de verdad por él sin miedo a las consecuencias, deseaba que la desease carnalmente y que la besase hasta que les faltase el aire, y deseaba poder tener sus hijos. Lo deseaba tanto como tener buena salud.
Se sentía querida pero no deseada, y encima también se sentía como una carga para él a pesar de que quienes la cuidaban más tiempo eran las doncellas. Se preguntaba a si misma si tan poco atractiva era que ni un beso le aceptó, que tipo de mujeres le gustarían a él, y si es que tenía una o varias amantes.
Cuando quedaba poco para que la mañana se convirtiese en tarde por fin su barriga le permitió salir de sus aposentos, un poco coja pero creía que podía disimularlo bien, además de que cuando le dolía poco el dolor menguaba según caminaba, andar era la cura.
Al ser la Princesa mas pequeña no tenía ningún deber que cometer, asique era libre de hacer lo que se le placiera. Cuando su salud se lo permitía no dudaba en salir de sus aposentos, vagar por el castillo y sus jardines, volar en su dragón... Al contrario que su marido, era social y amaba conversar con los miembros de la corte. Ese día entabló conversación con una joven embarazada.
—¿Y da ya patadas? —preguntó la princesa.
—Sí, de hecho ayer estuvo muy inquieto —le parecía curioso como todas las embarazadas con las que había hablado a lo largo de su vida se referían a sus bebés en masculino, supuso que simplemente se hacían a la idea de tener un varón porque eso eran lo que querían sus maridos; varones, y no niñas—. ¿Deseáis poner la mano? —preguntó ella.
—Sí por favor —admitió ella levemente sonrojada, asintiendo a la vez que reía ligeramente. Colocó su mano sobre la gran barriga a poco de parir, pero no hubo suerte—. Que pena —dijo intentando disimular que realmente le había afectado no poder notar al bebé. No tenía suerte ni con bebés ajenos.
—Otro día será, o quizá más pronto, en otro momento.
Siguieron conversando hasta que en la distancia, en la otra punta del pasillo donde estaban, _______ no pudo evitar fijarse en un joven alto y con el pelo del mismo color que ella. Se despidió de la cortesana y fue hacia él, y él hacía ella.
—Buenos días esposa mía —dijo él—, ¿como te encuentras hoy? —sabia que se refería en concreto a su salud, no en general. Le molestó pero no era digno de queja.
—Bien —dijo forzando una sonrisa—, ¿y tú? —preguntó ella intentando cambiar de tema de conversación para llevar su atención a otro asunto que no fuese ella, preguntando por él en general, no solo por su salud, aunque realmente no tenía que prepararse por él.
—¿Qué ocurre?
—Nada, ¿que va a ocurrir?
Él le ofreció el brazo para que se apoyase, y esta lo miró confusa y dudosa en aceptar el gesto.
—Estoy bien.
—Cojeas ligeramente y estás con el ánimo caído, ¿como pensabas que no me daría cuenta? No me hace falta tener dos ojos para ello, soy tu hermano y tu marido.
Abrió la boca ligeramente a punto de pronunciar palabra, pero no buenas. Se mordió la lengua para no decirle que no lo consideraba un buen marido, porque un buen marido la amaría, la besaría y la tocaría, pero realmente no podía culparlo por eso, asique decirle algo así, encima cuando se estaba preocupando en todos los sentidos por ella, sería demasiado cruel e injusto para él. Ya había sufrido bastante a lo largo de su vida, recibir un comentario así de su hermana y mujer sería una carga más en su corazón que no necesitaba: ya tenía bastante con no ser querido ni defendido por su padre, saber que el matrimonio de sus padres era una farsa sin amor real, que su madre fue forzada a tenerlo, que jamás seria rey, las burlas por parte de su hermano mayor y sus sobrinos, que el huevo del que iba a salir su dragón original se volviese roca, que su sobrino más pequeño le cortase la cara, el dolor que sintió cuando le arrancaron el ojo y le pusieron un zafiro en su lugar...
—¿Qué ibas a decir?
—Nada Aemond, déjalo, en serio —dijo cansada.
—Lo que te perturbe me lo puedes comentar —dijo bajando el brazo—, y yo te intentaré ayudar de la forma que me sea posible.
Quedó pensativa, mirando un punto fijo detrás de él durante unos segundos, quitándose y poniéndose una y otra vez uno de sus anillos, un anillo con un retrato en miniatura de Aemond que ella misma encargó a un joyero, hacía dos años. Siempre que estaba a solas y lo echaba de menos, lo cuál era a menudo, lo abría y lo observaba.
Sabía que no podía cambiar nada para mejor si ella tampoco cambiaba, sabía que las mejores relaciones se mantenían a base de conversaciones incómodas en las que una se envalentonaba para expresar lo que realmente sentía, y sabía que Aemond la quería y a pesar de todo siempre serían buenos amigos, asique decidió por fin expresarle todo lo que sentía.
Y de repente, el anillo con el que se calmaba a si misma los nervios se le cayó al suelo, abriéndose. Se quiso agachar para cogerlo, pero Aemond fue más rápido, como siempre en todo.
Tampoco necesitaba dos ojos para reconocerse a si mismo en un retrato en miniatura. Lo examinó extrañado, arrodillado enfrente de ella, roja de vergüenza mientras los cortesanos y trabajadores que pasaban por allí los miraban enternecidos. El rubor de sus mejillas y las miradas cotillas fueron a más cuando este le cogió de la mano y le colocó de vuelta el anillo en su mano original.
—¿Prefieres hablar de ello en nuestros aposentos? —preguntó levantándose.
—Sí, por favor.
—Está bien —dijo volviendo a ofrecer su brazo, y esta ahora sí aceptó el gesto.
—Gracias —susurró.
Mientras caminaban hacia sus aposentos le empezó a dominar el pánico dentro de ella, su corazón iba a mil a la vez que sus pensamientos, quería decir muchas cosas y no sabía cómo, ni si quiera sabía por dónde empezar, pero ya era demasiado tarde como para acobardarse y echarse atrás.
Se sentaron en el sofá y Aemond la miró expectante, esperando a que abriese la boca y le explicase que le perturbaba para ayudarla y animarla, pero lo primero que dijo al abrir la boca fue:
—No sé ni por donde empezar —dijo riendo nerviosa—. Son muchas cosas, la verdad...
—Por donde tú te sientas más cómoda.
Abrió la boca, pero no supo muy bien que decir asique la cerró mientras se le humedecían los ojos. Pensó que lo mejor era ser directa, así pasaría todo más rápido.
—...¿Tan horrible soy que no me puedes besar? —preguntó al borde del llanto.
—¿Qué? —preguntó Aemond confuso al igual que sorprendido.
—Cuando nos acostamos te intenté besar —dijo empezando a llorar, su voz rota— y tú te negaste, y esa no solo fue la primera si no la última vez que lo hicimos.
—_______, eres preciosa, eso no tiene nada que ver con tu físico.
—¿Entonces? ¿Como explicas ese gesto? —preguntó mirándolo fijamente en el ojo mientras lloraba.
Aemond no supo que responder. No quería decir la verdad en voz alta, pero no encontraba una buena excusa, y cuanto más tardase en responder más obvio sería que lo que dijese era mentira, asique decidió decir la verdad.
—Dicen los maestres que las enfermedades se trasmiten de boca en boca- —ella gritó horrorizada y lo más ofendida que jamás se había sentido. Esas palabras intensificaron su llanto.
—¡Asique es eso! ¡¿Creías que te iba a contagiar!? ¡Claramente mis enfermedades no son contagiosas al igual que las de Padre, si no ya te hubieses enfermado hace tiempo!
—Deja que me explique. No era por mí, si no por tí. No quería contagiarte alguna posible enfermedad que yo portase.
—¿Crees que soy tan débil que hace falta tener tanta precaución conmigo? —preguntó ofendida y enfadada.
—Solo intentaba protegerte, eso es lo que hace un buen marido-
—Un buen marido me besaría y me haría el amor —dijo sin pensar con veneno en su lengua afilada, dejandolo mudo del asombro. Le dolió que pensase que era un mal marido, pero no diría nada al respecto pues no era momento y además sabía que llevaba razón.
—¿De verdad quieres que haga eso?
—Sí —contestó sería y rápidamente, sin ninguna duda.
—¿Por qué? El día que Madre nos reunió para hablarnos de nuestro compromiso te escuché llorando disgustada hablando de mí y no parecías contenta, asique asumí que no querías casarte conmigo.
—No sé de lo que hablas, lloré porque Madre me prohibió tener hijos y me pareció injusto para tí. ¿Acaso no es obvio?
—Porque estoy enamorada de tí, y de ahí que tenga un anillo con tu retrato —contestó apenada, cansada y avergonzada, ahora ya más calmada—. Como toda mujer enamorada deseo que se me bese y se me haga el amor, y deseo darte hijos pero se me ha prohibido. Siento que Madre te haya casado conmigo, entendería que buscases a otra mujer que te los pueda dar.
—¿Quién me va a querer más que tú? ¿Con quien voy a ser más feliz que contigo?
—Lo dices como si nuestro matrimonio hubiese sido muy feliz hasta ahora.
—Lo será a partir de ahora porque ahora sé que tú me amas al igual que yo a tí.
—Me hace muy feliz que correspondas mis sentimientos pero yo no seré completamente feliz hasta que dejes de tratarme como si fuese una muñeca de porcelana a punto de romperse en todo momento.
—Me preocupo por ti, no me gusta verte indispuesta y me da miedo perderte. Sabes lo peligrosas que pueden ser algunas fiebres y la peste.
—Sí de verdad te preocupas por mí entonces para, porque tratándome así todo el rato recuerdo constantemente que soy diferente —dijo ahora otra vez con la voz rota y más lágrimas creándose en sus ojos, conteniendolas—. Solo quiero ser tratada como una persona normal porque nunca podré irme a dormir por la noche tranquila sin pensar que a la mañana siguiente me va a doler la barriga y con la incertidumbre de si podré caminar bien —Aemond se acercó a ella y la abrazó, esta aceptando su abrazo encantads, hundiendo su rostro en su pecho.
—Eres muy fuerte —le susurró él mientras la abrazaba.
—No tendría que serlo. Es injusto —dijo explotando en llanto—. He soportado ya dolores de tantos tipos, estoy tan cansada...
—Lo sé, mi amor —dijo acariciandola para calmarla y demostrarle su apoyo y cariño—. Pero tienes que aceptar el hecho de que es mejor que no te quedes embarazada. Es algo demasiado doloroso y cansado incluso para las mujeres más fuertes y sanas —dijo mientras se separaban.
—Lo sé, pero aún así... ¿Tú no deseas tener hijos? —dijo frotandose los ojos con los dedos, ahora más calmada gracias a sus gestos de cariño.
—No es una idea que me apasione tanto como a tí. No me quita el sueño la idea de no serlo, si no tú. Además, ya tenemos a nuestros sobrinos. Helaena estará encantada de compartirlos con nosotros. Por qué no sean tuyos de sangre no significa que no sean tus hijos, ya has visto a Leanor con los hijos bastardos que Rhaenyra tuvo con lord Strong —ella sonrió por la broma—. Quiero ver más esa sonrisa —dijo mientras ponía su mano dominante en su mejilla para acariciarla y borrar el rastro de lágrimas, mirando sus labios y acercando su rostro lentamente al suyo.
—Creo que sabes que hacer para ello —susurró ella, y efectivamente Aemond supo muy bien que hacer: por fin se besaron, ambos sonriendo.
—Te amo —dijo él entre beso y beso.
—Y yo a tí —contestó ella feliz, por fin creyéndose por completo el amor de su hermano hacía ella.
—¿Y qué más decías que querías que hiciese? —preguntó de forma picaresca entre beso y beso haciéndola sonreír y ruborizar aún más que antes, inclinándose sobre ella lentamente mientras la besaba, acabando encima de ella.
Puede que su salud física no mejorase, pero sí que mejoró su salud mental porque todo se solucionó, Aemond la trató con amor como el buen marido que siempre deseó que fuese y dejó de tratarla con tanta compasión cuando no la necesitaba, incluso convenciendo a su otra hermana y a su madre que la tratasen igual. Y además, le regaló un colgante con un retrato en miniatura suyo pero más grande que el de su anillo, para que lo viese mejor y para "llevarlo más cerca de su corazón".
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