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bruno madrigal | supersticioso


Era un día cualquiera de principios de abril en Encanto, y Pepa había quedado con una amiga suya para ponerse al día y hablar de libros, ya que a ambas les gustaba muchísimo leer. 

Ambas estaban sentadas en la cocina junto a Julieta, hablando mientras esta cocinaba. Las escuchaba hablar y a veces hacia algún comentario al respecto. 

—¿Pero tú crees que Lizzie realmente se enamoró de Darcy? —preguntó la pelirroja. 

—A ver, es sospechoso que se empezase a interesar por él justo después de ver la mansión en la que vivía, no te digo que no... Pero quiero creer que sí lo amaba de verdad. La interesada de su familia era su madre, no ella. 

—Tambien puede ser que se sintiese en deuda con él por ayudar a su hermana —su amiga puso cara de disgusto, y ella río—. Lo que pasa es que tú eres una romántica empedernida. 

—Perdoname por querer ver el lado bueno de las personas y querer un poco de romanticismos en mi vida, aunque sea en la literatura —contestó también riendo. 

—Y por eso sigues soltera. 

—No me lo recuerdes —dijo haciendo un puchero. 

—¿No le has echado el ojo a ninguno? 

—¿Como voy a conocer a nuevos hombres en un pueblo tan pequeño como este y tan aislado del resto del mundo? —dijo molesta pero a la vez en un tono gracioso. 

—...Espera, a Bruno no lo conoces —dijo Pepa. Tanto a ella como a Julieta, que se giró lentamente a mirar a su hermana, se les iluminó la cara, abriendo los ojos como platos y con una sonrisa de oreja a oreja. 

Al mencionado, que estaba en medio del patio con Mirabel, Camilo, Antonio, sus animales y sus ratas, le pareció escuchar su nombre, pero decidió no darle importancia y siguió entreteniendo a sus sobrinos. 

—Mmm... —ella no era tonta y sabía qué se les pasó por la mente—. No sé si es buena idea que empiece a conocer a vuestro hermano con esas intenciones... —susurró ella, por miedo a ser escuchado por cualquier otro familiar, sobretodo por Bruno (pero sabía que Dolores la escucharía sí o sí, les gustase o no a ambas). 

—Si no cuaja la cosa, no pasa nada. Sin dramas, los dos ya sois mayorcitos para esas cosas. 

—Ya, pero no sé...

—¿Qué pasa? ¿No te parece guapo o qué? —preguntó Pepa. 

—Eh... —ella, que tenía en frente el patio, lo miró a lo lejos, durante un segundo—. Sí que lo es, pero aún así... —contestó un poco sonrojada. 

—Además, es un hombre con mucha empatía, que intenta ayudar, le gusta el arte, es bueno con los niños... —dijo Julieta señalando con los labios al patio donde se encontraba el mencionado—, ya lo ves. 

—¡Seguro que os llevaréis muy bien! Podríais conoceros mejor durante la fiesta de cumpleaños de nuestra madre —que iba a ser dentro de unos días. 

Ella se fue de vuelta a su casa y después de comer, Pepa se acercó a su hermano, entrelazando sus brazos (para que no se escapase). 

—Bruno, querido mío, no estás viendo a nadie, ¿verdad? 

—Eh... ¿A qué te refieres...? —preguntó extrañado. 

—Ya sabes, con intenciones más allá de una amistad. 

—Mm no —dijo como si fuese obvio, que en verdad, sí que lo era. 

—¿Sabes? Tengo una amiga con la que te podrías llevar muy bien. 

—No sé Pepa...

—No pierdes nada por conocerla, es un encanto. Podréis conoceros durante la fiesta de cumpleaños de mamá. 

Los días pasaron y llegó la fiesta de cumpleaños de Alma, que se celebraba por todo lo alto en el pueblo, con una gran comida en la plaza principal del pueblo, para luego seguir con una gran fiesta que duraba hasta bien entrada la noche. 

Pusieron tres filas de mesas en la plaza del pueblo, junto a sillas, evidentemente. Ella se sentó relativamente cerca de la familia Madrigal, al ser muy buena amiga de ellos, sobretodo de Pepa. 

Cuando acabaron de comer y tomar el café, llegó la sobremesa. Algunas personas se quedaron allí hablando poniéndose al día con otros invitados, y otros se pusieron a bailar la música que había de acompañamiento. 

—¡Bruno, bro! —dijo Félix acercándose a su cuñado, que estaba sentado en su asiento, hablando con sus sobrinos Mirabel y Antonio, que le hacían compañía—. ¡Ve a divertirte! ¡Baila, habla con alguna chica...! 

—Aquí estoy bien —contestó él tímidamente. 

—Nonono, tienes que divertirte, aún más —dijo Félix levantándolo de su asiento y arrastrandolo para que lo siguiese. 

—¡_______! —dijo Pepa acercándose a ella, que estaba sentada tomando el café hablando con otras invitadas—. ¿Puedes venir conmigo un momento? 

—Sí, claro —dijo dándole un último trago rápidamente a su café para acabarselo de una vez—. ¿Qué pasa? —dijo ya levantada, andando al lado de su amiga, la cual entrelazó su brazo con el suyo. 

—Creo que te vendría bien bailar —dijo ella yendo al centro de la plaza, donde todos estaban bailando. Hizo contacto visual con su marido, y ambos se acercaron—. ¡Anda chicos, que casualidad! —dijo soltando a su amiga y acercándose a su marido, que soltó a su cuñado—. Bruno, mi amiga _______; ________, mi hermano Bruno. Nunca os he presentado como es debido. 

—Mucho gusto —dijo ella acercándose a él para darle dos besos en la mejilla como saludo. 

—Igualmente —dijo él haciendo lo mismo. 

—¿Y si los dos bailais? Estabais muy aburridos sentados —propuso Pepa. 

—Eh... —ambos se miraron por un segundo nerviosos y confusos, y luego volvieron a mirar al matrimonio, que los miraban expectantes. Viendo que no los dejarian en paz hasta que pasase lo que ella propuso, lentamente y muertos de vergüenza empezaron a mover sus cuerpos al ritmo de la música y sonrieron de forma forzosa, intentando que no se viesen muy falsas. 

—¡Muy bien! —dijo Pepa—. Os dejamos a solas —dijo guiñando el ojo, para luego retirarse. 

Ambos se alejaron, pero los seguían observando, a lo que siguieron bailando incómodamente, hasta que ella se fijó que por un momento dejaron de observarlos, asique cogió de la mano a Bruno. 

—¡Agachate y sígueme! —dijo ella, a lo que él, un poco confuso, le hizo caso. Se escabuyeron por la improvisada pista de baile y fueron a un sitio más tranquilo, a un lado de la iglesia. 

—Gracias —dijo Bruno. 

—No hay de que —vió que agachó la mirada a su mano, que aún agarraba la suya—, oh, perdona —dijo ella avergonzada. 

—No pasa nada —dijo él—. No sé por qué mi hermana se ha empeñado en emparejarme contigo... 

—Sí, sobre eso... —la vergüenza no se iba—. Estoy soltera y ya conozco a todos los hombres del pueblo, menos tú... Julieta preguntó si te conocía a ti, y... Ya sabes cómo sigue la historia. 

—Ah, tiene sentido, me pareció oír mi nombre el otro día cuando estabais en la cocina hablando las tres. 

—Perdón —dijo roja de vergüenza. 

—¡No pasa nada! —dijo intentando animarla—. Pepa es muy casamentera con sus amigas, no se puede evitar. 

—Ya —río ella—, es un sol- literalmente —ambos rieron. 

—¿Como os hicisteis amigas? 

—En la biblioteca. A ambas nos gusta mucho leer, sobretodo libros de romance y de época. 

—¿Cómo cuáles? 

—Los clásicos, ya sabes: Cumbres Borrascosas, Mujercitas, Jane Eyre, Orgullo y Prejuicio... Este último nos lo leímos hace poco y lo comentamos el otro día en vuestra casa, ¿lo has leído? 

—No, pero Cumbres Borrascosas sí. 

—¿Y qué te parece? —preguntó curiosa, e intentando ocultar su entusiasmo—. No he conocido a muchas personas que les guste. 

—Cuesta leerlo —dijo con una mueca dolorosa. 

—Si no fuese porque prefiero aprovechar mi tiempo en leer cosas nuevas o en hacer otras cosas, lo leería muchas veces más, me parece muy interesante y entretenido ver como Heathcliff tortura a una familia por dos generaciones. 

—Uff, yo lo odio. 

—Entendible y respetable. 

—¿Dónde están estos dos? —preguntó Pepa a su hija cuando se dió cuenta que su hermano y su amiga desaparecieron. 

—Están conversando en un sitio más tranquilo, no te preocupes y no los agobies —contestó ella. 

Sintieron la necesidad de hablar durante horas para conocerse más y mejor, pero no era el momento ni lugar; era el cumpleaños de Alma, y era el primero en 10 años que madre e hijo podían pasarlo juntos, asique lo dejaron para el día siguiente. Ahí sí, hablaron y hablaron hasta que las horas pasaron rápidamente y el sol se empezó a esconder entre las montañas. Ambos se cayeron muy bien y se divirtieron hablando e intercambiando opiniones y anécdotas. 

Quedaron el día siguiente, en casa de los Madrigal. Pero ella llegó un poco tarde. 

—¡Perdón por la tardanza! Y las pintas —se disculpó ella, y considerando que no iba lo suficientemente arreglada—. Hoy no sé qué pasa, pero se me rompió el reloj y el espejo. 

A Bruno, que era un hombre extremadamente supersticioso, no le hizo mucha gracia esa información. 

—¿En serio? —preguntó preocupado. 

—Sí —contestó ella sin darle importancia al asunto. 

Pasearon por el pueblo mientras conversaban, y él no pudo evitar darse cuenta de que ella, mientras caminaba, pisó algunas grietas en las losas de algunos caminos esfaltados. 

—Mira, aquí vivo yo, junto a mi familia —dijo señalando a su casa cuando pasaron por su calle—. Y ahí está mi gato —dijo señalando a un gato que dormía tranquilamente al sol, al lado de la puerta de la casa. Era negro. 

Él sabía que ella tenía un gato, se lo comentó el día anterior, pero jamás mencionó el pequeño y para él importantísimo detalle del color de su pelaje. 

Caminó hacia el gato y se agachó, acariciándolo. Se puso alegre tras el contacto con su dueña, y se rozó contra sus piernas, y luego las de él. 

—Le gustas —informó ella. Él sonrió falsamente con incomodidad, y no pasó desapercibido por la dueña del gato. También cabe decir, que Bruno era un hombre muy expresivo con su rostro y lenguaje corporal, no podía evitar ser leído por otros, incluso si no lo conocían bien—. ¿Qué, eres supersticioso? 

—Sí, bastante —admitió él. 

—Oh, pues mi cumpleaños es la semana que viene, el martes 13. 

—¿¡QUE QUÉ!? —preguntó horrorizado. Encima sabía que tenía 38, o sea que cumplía 39, es decir, 13 x 3. 

—Eh... Sí... —no le gustó la expresión de su nuevo amigo. Se agachó a quitarle el gato de las piernas, y lo cogió en brazos, como si fuese un bebé (aunque para ella era su bebé)—. Pensaba invitarte. 

—Mmm... Me halaga pero... No creo que vaya. 

—¿Por qué? —preguntó sorprendida y dolida—. ¿Simplemente por la fecha? —Bruno no contestó con palabras, pero su expresión lo decía todo—. Que fuerte... —dijo ofendida. 

—_______, me caes bien, pero- 

—No quieres estar conmigo por miedo a que te dé mala suerte —dijo dolida. 

—No-

—Sí, me lo acabas de demostrar —realmente quería decir muchas cosas más, desahogarse. 

Estaba harta de fracasar con los hombres, todos eran tontos en algún sentido. Pero Bruno realmente le cayó bien a parte de atractivo en rostro y cuerpo, y quería seguir conociéndolo mejor para ver si ese barco podía llegar a buen puerto tarde o temprano. ¿Le agradaba por las bajas expectativas que tenía en él por los malos rumores que escuchó durante años por el pueblo? ¿Por las bajas expectativas que ya tenía en los hombres por sus experiencias anteriores? ¿La desesperación por encontrar a alguien? Quién sabe, pero lo que sí sabía es que debía contenerse y guardar las formas, por el bien de su amistad con sus hermanas. 

—Pero... Bueno, es entendible —dijo mirando a su gato, mientras lo acariciaba con una mano—. Estás en tu derecho de alejarte de mí si te sientes incómodo en mi compañía. No pasa nada —dijo volviendo a mirarlo, sonriendo amablemente con la mejor sonrisa falsa que jamás había expresado su rostro, que si no fuese por el dolor que mostró un minuto antes, Bruno se la hubiese creído—. Fue un placer pasar estos días contigo. Ya nos veremos, supongo —dijo entrando a su casa, dejándolo allí, con la boca abierta a punto de decir algo, aunque ni él sabía bien el que. 

Bruno, aún sorprendido por la repentina discusión, volvió a su casa, porque no tenía otra cosa que hacer por el pueblo. 

—¿Vuelves tan pronto? —preguntó extrañada Pepa. 

—Sí... —contestó incómodo. 

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella mientras se formaba una pequeña nube encima de su cabeza. 

—Pues... Verás... —Bruno le explicó lo sucedido a su hermana, sabiendo perfectamente sin ninguna necesidad de ver el futuro con el poder de su don que se iba a formar una tormenta, y dicho y hecho, cuando acabó de contar todo, había una tormenta sobre el pueblo. 

—¿¡Cómo se te ocurre!? —preguntó horroizada—. ¡Dios mío! 

Todos corrieron hacia Pepa para ver que era lo que había pasado que le había puesto de tan mal humor y para intentar calmarla. El resto de pueblerinos achacó la repentina tormenta con ella, sobretodo ________. 

—Ya se habrá enterado de todo, supongo... —pensó ella desde el interior de su casa, intentando tranquilizar a su gato, asustado por el ruido de los truenos. 

—¡Bruno, te quiero muchísimo, lo sabes, pero eres un huevón! —dijo la pelirroja—. Ahora mismo ella se sentirá como tú te has sentido todos estos años. ¿Era verdad que tú traías desgracias? ¡No! ¡Pues ella tampoco! 

Y Pepa llevaba razón. Bruno había sido un idiota e hipócrita, y se sentía fatal al haber hecho sentir mal a alguien, y más a _______, que estos días había disfrutado gratamente de su compañía y le había acabado gustando. 

—Sé que debo disculparme, pero... No creo que quiera volver a verme —dijo él, apenado—, o por lo menos, no ahora ni pronto... 

—Tito, estos días la he estado escuchando cuando hablaba con su familia y otros amigos, y le gustas —dijo Dolores. 

—¿Qué? —preguntó sorprendido, a la vez que sonrojado—. No te creo, no puede ser. 

—¡Pues creetelo! —dijo Pepa—. ¡Tengo buen ojo para emparejar —bueno, eso no era tan cierto como ella decía, pero creía que sí—, ya lo sabes, ¿por qué iba a ser diferente contigo y ella!? ¡Además, eres buena persona y apuesto, empieza a creer más en ti, por favor! 

—¿¡Pero qué está pasando!? —preguntó Camilo confuso. 

—No lo sé —le contestó Mirabel. 

—Luego os cuento —dijo Dolores. 

Tenía que disculparse con ella, demostrar que se arrepentía de como la había tratado, que sabía que estaba mal y que no se volvería a repetir, si es que le permitía seguir en su vida. Y con el apoyo y ayuda de su familia, se dispuso a intentarlo. 

Pasaron dos días. Dolores estuvo con el oído pendiente de su posible futura tía. Informó de que ________ iba a llevar al parque a su sobrina pequeña. El plan inició. Bruno llevaría a Antonio "casualmente" al mismo parque, y allí le pediría disculpas, junto a un pequeño regalo. 

Cuando vio que él llegó al parque con su sobrino (y un par de animales) se puso un poco nerviosa. Los nervios aumentaron cuando se sentó a su lado, en el mismo banco en el que ella estaba sentada. 

Pero ella no era la única nerviosa, él lo estaba incluso más. Quería que todo fuese bien, que todo saliese como se había planeado y que lo disculpase. No quería que pensase y hablase mal de él, y no quería que ninguno de los dos ni ninguna Madrigal se sintiese incómodo al compartir espacios comunes, como en la Casita.

Encima, en el parque no eran los únicos adultos, y evidentemente se sorprendieron de ver allí a ese Madrigal. Pero tenía que ignorarlos, ser valiente y proceder a la acción. 

—Hola —dijo él muy tímidamente. 

—¿E-Es a mí? —dijo de coña haciéndose la sorprendida llevándose la mano al pecho y mirando detras de ella rápidamente. 

—Sí. 

—¿Estás seguro de que quieres hablarme? A lo mejor te doy mala suerte —dijo molesta mientras se cruzaba de brazos, a lo que él suspiró profundamente. Ella miró a los niños jugar, especialmente a su sobrina, que tenía la misma edad que el sobrino del Madrigal sentado a su lado. 

—Sobre eso... —volvió a suspirar—, quiero pedirte disculpas —ella lo miró—. De verdad que lo siento muchísimo. Sé que fue un comportamiento horrible por mi parte, y más porque yo he pasado por lo mismo toda mi vida, y sé perfectamente cómo se siente... Soy muy supersticioso y no puedo evitar algunos nervios... Pero sé que muchas veces no tiene sentido sentirlos. Además... Sé que ha sido poco, pero en todo el tiempo que he estado junto a ti, no ha pasado nada malo; todo lo contrario, me he sentido muy agusto y feliz... —vió como se puso rojo, y el rostro y cuerpo de la mujer se suavizó y relajó, a parte de que ella también se sonrojó, aunque muchísimo menos que él, que era obvio que quería que la Tierra lo tragase—. Me gustaría que siguiesemos siendo amigos y conocernos mejor, si me lo permites... Aunque entenderé perfectamente si tú no quieres, y respetaré tu decisión sin rechistar. Aunque... Sea cual sea la respuesta que me des, quiero darte algo, como muestra de mi arrepentimiento, cariño y respeto por ti —dijo metiendo su mano derecha dentro de su ruana verde, que al parecer por dentro tenía bolsillos. Sacó un trevor de cuatro hojas, pequeño, seco y aplastado. Claramente había estado durante mucho tiempo entre las páginas de un gran libro. 

—Oh no, no puedo aceptarlo —dijo sacudiendo sus manos a la altura de su pecho. 

—¿Por qué? —preguntó preocupado. 

—Porque seguro es muy importante para ti. Acepto tus disculpas, pero el trevor no. 

—Quiero que te lo quedes tú. 

—Pues yo quiero que te lo quedes tú. Yo no creo en que nada de ningún tipo de suerte, pero tú sí, asique a ti te hace más falta que a mí. Insisto. 

—Bueno... Lo que la dama desee —dijo él mientras lo guardaba de donde lo había sacado, y ella río levemente—. De verdad, lo siento muchísimo. 

—Venga, no pasa nada, no te preocupes, lo pasada pasado está. Yo te agradezco que me demuestres tu arrepentimiento y disculpas —él sonrió, contento y relajado porque todo había salido bien y justo como planeaba—. Así que... ¿Ya me tienes cariño? —preguntó de forma coqueta mientras cruzaba las piernas, apoyaba su codo en su muslo y su barbilla en su mano. 


Nota de autora:

Gente, Wattpad me va MUY mal, sobretodo en la tablet, que es donde tengo esta cuenta. Hubiese subido este one-shot ayer pero mis borradores tardan SIGLOS en cargar, a parte que se me peta de vez en cuando mientras escribo, y no me deja iniciar sesión en otros dispositivos a pesar de escribir usuario o correo electrónico y contraseña perfectamente. Espero que no pase, pero por si acaso, por favor, seguidme en mi cuenta inglesa asgardianjedi y sobretodo en mi AO3 PieckBurton. Ahora estoy más activa en esa página porque como escritora la encuentro muchísimo más cómoda, no tiene los problemas que tiene Wattpad.

Si te gusta el contenido que creo y quieres apoyarme un poco monetariamente, mi k0fi es https://ko-fi.com/pieckburton

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