🍃Sanemi Shinazugawa🍃
Parte 1/2
Cuando abrió sus ojos, un leve aroma dulzón llenó sus pulmones. No reconocía esa fragancia y le resultó extraño el no reconocer donde se encontraba. Analizó por completo la humilde morada, con techos de paja y un hogar en el suelo con leña que crepitaba.
No había nadie allí más que él, el hogar y la olla de la que creyó venía el otro aroma dominante. Analizó la situación, estaba delicadamente recostado en el único futon a la vista y con un paño en su frente.
Alguien había estado cuidando de él, pero no recordaba en absoluto quien podría ser.
Sintió que alguien lo observaba, encontrado un par de ojos inocentes que lo miraban desde el otro lado del hogar, moviendo su colita y sin sacarle la mirada de encima. El can era más grande que los perros que normalmente se veían en la ciudad, fácil pesaría unos 30 kilos y medía casi unos sesenta centímetros sentado, su pelaje era de un negro profundo, con dos orejas puntiagudas que percibían cada uno de sus movimientos y los del exterior.
El animal jadeaba aunque tuviera un tazón con agua no muy lejos, con la lengua a un costado y prestaba tanta atención al otro individuo en la habitación que comenzaba a ser inquietante.
Oyó un ruido afuera, los pasos de alguien. Se levantó, poniéndose en posición y observó al animal que también miró a la puerta con emoción, bajando sus orejas y corriendo enseguida a la puerta cuando esta se abrió.
— Dai~, ¡estoy en casa!— lo que entró por aquella puerta era todo menos una amenaza. La chica dejó la cesta vacía que llevaba en manos en el suelo para poder saludar al animal que se acercó a recibirla. Luego de la bienvenida, ella lo miró y sonrió.— ¡Hey! ¡Despertaste! Estuve preocupada mientras estaba fuera. ¿Cómo te sientes?
El albino relajó un poco su postura, cayendo sentado en el futon y destenzando sus adoloridas articulaciones. La chica dejó en el suelo la cesta que llevaba a sus espaldas y que llevaba algunos vegetales, especias y un conejo y se apresuró a servirle agua en un tazón para que bebiera.
— Bebe, debes de estar sediento, dormiste por dos días enteros.— bebió el agua que ella le ofreció, siguiéndola con la mirada. Ella comenzó a sacar la comida fresca de su cesta, avivando el fuego y comenzando a cocinar.
— ¿Qué me pasó?— preguntó, un poco ronco aún, llamando la atencion de la fémina justo cuando ella comenzaba a preparar el conejo.
— Eso me encantaría saber, te encontré en el camino a casa desmayado mientras volvía del mercado con Dai.— él miró al perro que ahora movía la cola y se veía con poco más amistoso.
— ¿Que mierda...? Eso fue una completa estupidez, no sabías si podría hacerte algo en cuanto despertara, tonta.— la regañó, masajeando el puente de su nariz con irritación, ubicándose vagamente y recordando la subida de muertes por demonios en las cercanías. Ella sonrió con diversión, comenzado a cortar vegetales para un estofado.
— Dai no va a dejar que me hagas nada, idiota.— dijo, con calma. Intentó levantarse y como su dueña lo había dicho, el perro negro comenzó a gruñir en cuanto estuvo un paso más cerca de su ama, erizando el pelo de su lomo. Ella tocó la cabeza del animal con delicadeza, haciendo que se calmara y permitiendo al albino acercarse hasta el fuego.
— ¿Cómo es tu nombre? El mío es Shizu, pero no tengo un apellido, y ella es Dai. Espero que la trates bien, sino me voy a enojar mucho.— amenazó entre risas, empezando a cocer los vegetales.
— Sanemi.— contestó sin pensarlo mucho, tapando su boca de inmediato. Ella levantó su mirada ambar y sonrió.
— Es un nombre precioso, ¿cuál es tu apellido?
— Shinazugawa, Shinazugawa Sanemi.— respondió inmeditamente. No sabía porqué, pero se estaba reprochando mentalmente el haberla insultado
— Tienes un nombre muy hermoso, Shinazugawa Sanemi.— le halagó con su voz suave, poniendo el estofado al fuego.
Rodeó el hogar, hasta llegar a él y revisó su temperatura con el dorso de su mano. Por reflejo, él se alejó de su tacto.
— Tranquilo, Shinazugawa-san. Estuviste haciendo un poco de fiebre anoche, pero parece que ya estás bien.
Luego de eso, Shizu sirvió el estofado, disculpándose por la humilde comida, pero Sanemi no replicó, tampoco lo haría. Se sentía culpable de comer la deliciosa comida de aquella chica humilde y de haber irrumpido en su morada. Solo podía agradecer por la comida y retirarse cuando el sol saliera, al día siguiente.
Al finalizar la cena, iba a levantarse para sacudir el futon, pero ella no se lo permitió, volviendolo a sentar sobre su trasero.
— No puedes hacer esfuerzos, Shinazugawa-san.— el futon era pesado, pero ella lo levantó y sacudió sin problemas, volviendo a prepararlo.— Aquí, puedes volver a dormir Shinazugawa-san.
— Duerme tú, yo ya estoy bien.— respondió. Su expresión era aterradora para todo el mundo, pero ella no había mencionado nada sobre aquello, siquiera había mencionado sus cicatrices, lo que le resultó extraño.
— Tranquilo, puedes dormir. Yo estoy bien. Dai y yo no solemos dormir de noche, es peligroso.— se acercó a una de las maderas que estaban para quemar, comenzando a tallarla con una pequeña navaja.— Vendo figuras de madera para poder vivir y normalmente las hago de noche, no usaremos el futon.
— No estoy cansado. Me quedaré despierto.— decretó, sentandose contra una de las paredes. Ella rió, pero no le obligó a volver a dormir.
— Si te vas a quedar despierto, ¿te importaría acompañarme al pueblo ni bien salga el sol? Debo de comprar leña y me ayudarías mucho si lo haces, antes de irte. — Sanemi asintió, adivinando que, sacando a su fiel perro, ella vivía sola.
Mientras tallaba, intentó sacarle charla. Aunque su delicada apariencia no lo mostrara, ella era muy parlanchina y enérgica y hasta le contó la historia de como había encontrado a su perro, que, en ese momento, se hallaba dormitando pegado a su espalda.
Comenzó a preguntar sobre su vida y sobre la nichirin que había dejado a un lado del futon, preguntándose si era una especie de samurai pero Sanemi no respondió, en ningún momento lo había hecho. Shizu entendió, guardando silencio.
— Lamento ser molesta, no tengo muchas oportunidades de hablar con alguien, más allá de para vender o comprar.— se disculpó, bajando un poco la cabeza.— Puedes irte ni bien salga el sol, perdón por molestar.— volvió a disculparse.
El silencio se apropió de la morada, solo oyendose los ruidos del exterior y el leve silbido del viento.
Se preguntó si debería haberle dicho algo, no era propio de él guardar silencio pero tampoco lo era hablar cuando no era necesario. Pero estaba cómodo, su presencia lo hacía sentir cómodo.
Sanemi no despegaba la mirada de las hábiles manos de la femina con la navaja, consiguendo varias figurillas realistas de varios animales para cuando el sol salió.
— Puedes irte, ya no hay peligro.—murmuró Shizu cuando vio unos rayos de sol.— Por favor, ten cuidado mientras-
— Iré contigo.— la interrumpió, poniéndose de pie con su típica expresión irritada y portando su espada.— Vamos.
Los ojos de la fémina se iluminaron de emoción, como un niño pequeño al que le acaban de dar un dulce, preparándose con rapidez para partir al pueblo, seguida de Dai y el cazador. Llegando al pueblo, compraron primero la leña y cada uno llevaba una mitad de la carga en su espalda.
Sanemi pudo notar que no solo él había sido cautivado por la amabilidad de su salvadora, sino que todo aquél con el que hablaba parecía estar en paz hablando con ella.
Shizu le pidió que esperase fuera de una tienda con Dai, el perro al ver que aquel hombre no era peligroso, se mostraba más amable y accesible, dejando que el albino la acariciara de vez en cuando.
— ¡Mira! Es el asqueroso perro ese.— alguna gente comenzó a murmurar sobre la cariñosa criatura a la que estaba rascando detras de las orejas. No supo la razón de que llamaran a Dai así, pero no les prestó atención.
— ¡Joven! Es mejor que le alejes de ese animal, es un inugami invocado por esa niña bruja.— crispó un poco su paciencia ese apodo y no pudo evitar volver a ser él, mirándola con su típica expresión asesina y amenazante, haciendo retroceder a la anciana.
No parecía mucha gente la que murmuraba sobre la mascota, la mayoría parecía no ser siquiera del pueblo, por lo que no se preocupó.
— Shinazugawa-san, Dai, vamos.— se disculpó por la tardanza y volvieron por el mismo camino de tierra.
Shizu era alguien demasiado enérgica, debía admitirlo, pero me preocupó que no había pegado un ojo en mucho tiempo.
Ni bien llegaron a dejar la leña, él le agradeció por sus cuidados. La fémina se sonrojó, un poco avergonzada.
— No te preocupes, me alegra haber ayudado a alguien tan amable.— ella corrió hacia dentro de la casa, tomando una de las figurillas que había hecho, no más grande que la palma de su mano.— Por favor, acepta esto. Dai y yo estaríamos muy felices si no nos olvidas.
Sanemi se quedó sin palabras, aquel pedazo de madera era una obra de arte en la que replicada en miniatura su nichirin. Los patrones y hasta el color verde de la hoja, todo era sublimentente igual.
— Lamento haber visto tu espada mientras estabas inconsciente, pero nunca había visto una de tan cerca y ¡me inspiré mucho! Esa es la única réplica que hice, puedes llevártela.— el albino miró confundido ese regalo.
— No lo quiero. No puedo aceptarlo.— susurró, devolviendo con delicadeza la figura a su creadora. El brillo en los ojos de Shizu desapareció, tomó débilmente su regalo rechazado y Sanemi se reprochó por los ojos llorosos de la joven.— De Dai. Quiero una de Dai.— dijo rápido y brusco, reponiendo sus palabras, haciendo que Shizu lo mirara con emoción.
Sanemi sonrió levemente cuando ella le dio la espalda, ella tenía el tipo de pureza a la que él siempre estaría privado de obtener.
Ella le trajo una figurilla más pequeña, de color negro que replicaba exactamente su amada perra.
— Gracias, lo atesorare.— dijo, suavemente, tomando con sus cicatrizadas manos la figurilla y sonriendo, enternecido.
— Debería sonreír más seguido, Shinazugawa-san, realmente le queda.— Shizu tenía el rostro rojo, pero con una linda sonrisa de mejillas sonrosadas.— Por favor, tenga cuidado y si está cerca algún día, estaré feliz si pasa a saludar.
Esas ultimas palabras lo dejaro inquieto, ¿cuanta soledad había sentido todo ese tiempo? Un nudo se formó en su garganta, ¿y su familia? ¿Y sus hermanos? ¿Por qué esa hermosa dama no tenía ni siquiera un amante al que abrazar? Las dudas penetraron su cráneo, inmovilizandolo.
— ¿Huh? ¿Shinazugawa-san? ¿Estás bien? — una sombra caía sobre sus ojos negros y ella se tomó el atrevimiento de sacarlo de su mente tomando su mejilla. Era un tacto calido, apenas áspero, que lo devolvió al mundo.
Su expresión preocupada le hizo morder su lengua, ¿por qué gastaba sus amables expresiones en él? No merecía esa sonrisa, esa calidez, ese tacto. Tomó la mano en su mejilla.
—... comida.— Shizu entendió al instante el susurro del más alto, sonriendo.
— ¿Te quedas a almorzar, Shinazugawa-san? — él asintió, dejando que ella lo guiara dentro de la morada tomando su mano.
Pasaron un rato cálido, aunque era Shizu quien hablaba en la gran mayoría, Sanemi no se mantenía callado. En las miles de historias que le contaba, la curiosidad la hizo preguntar.
— ¿Como te hiciste esas cicatrices?— dejó de comer para mirar a otro lado.
— Son aterradoras, ¿no?
— No, yo también tengo muchas así en mi espalda. Fui esclava y me azotaban a diario, pregunté porque te debieron de doler mucho.— Murmuró, apenada por su pregunta.
Sanemi no pudo explicarlo, pero su sangre comenzó a hervir de furia. La esclavitud se seguía dando aunque ya había sido abolida y Shizu tenía su cuerpo marcado por eso.
Su corazón se sinceró, no supo como o porque de esa espontánea sinceridad, pero a medida que le contaba su historia a Shizu, sus lágrimas fueron sinceras.
Ella estaba llorando por él, por su familia, cuando ella ni siquiera podía culpar a un demonio de sus cicatrices, porque el demonio causante no tomaba sangre. Y se disculpó, le pidió perdón por las marcas que ella ni había causado y sus lágrimas ablandaron su corazón que había permanecido tanto tiempo de piedra.
***
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