9. El arte de vivir.
Leia te recoge temprano en la puerta de tu casa. Subes a la motocicleta detrás de ella y te agarras al asiento. No es la primera vez que lo haces, y Leia siempre te ha dicho que eres un buen paquete porque no desestabilizas la moto al sujetarte así y no tambalearte.
–Sujétate a mi cintura... No sea que vayas a caerte.
Frunces el ceño, pero lo haces. Entiendes que Leia te está pidiendo un abrazo, a su manera. No le gustan las muestras de afecto, pero tampoco sentirse sola.
Estar sola sí, sentirse sola no.
Además, no la estás abrazando. Sólo te sujetas a su cintura para no caerte. Como cualquiera en una moto.
–¿Cómo estás? –le preguntas.
–Bien, como siempre. ¿Y tú qué tal, puta?
–Bien.
–¿Y tu novia?
Suspiras.
–No hablemos ahora de eso...
–¿Volviste a hablar anoche con ella?
–La llené de mensajes... Pero nada.
–Bueno. No te preocupes. Todo va a ir bien.
–¿Cómo lo sabes si no sabes lo que le pasa?
–Porque eres tú. Todo te acaba saliendo bien siempre. Además... le pregunté a Sam.
Asientes, aunque ella no pueda verte. Apoyas la cara en su camiseta.
Leia aparca cerca del ginecólogo y espera a que bajes antes de hacer lo propio. Te ayuda a quitarte el casco y lo guarda bajo el asiento. Después se quita el suyo, dejándose los guantes de cuero negro abiertos que van hasta la mitad de sus dedos.
–¿No te dan calor?
–¿Sabes eso de que haces un gesto, como acariciarte la muñeca, siempre que estás en una situación agradable para usarlo como calmante en una situación desagradable?
–Sí.
–A mí me gusta montar en moto. Siempre los llevo en la moto.
Asientes y la ves cerrar el asiento y echar el seguro. La sigues hasta el interior del ginecólogo.
–¡Leia! ¡Valeria! ¡Esperad!
Os giráis. Azu se acerca a vosotras. Leia te mira.
–Me dijiste que a ella se lo contarías... Y yo necesitaba hablarlo con alguien.
Espera a que llegue a vuestro lado.
–¿No te ibas ayer?
–Sí, pero mi amigo decidió hacer un desvío para ver antes a su novia y me quedé.
–Ah.
–¿Cómo estás?
–¿Como crees que estoy?
–Si fueras yo, muerta de miedo.
Leia hace un gesto con la cabeza hacia el pasillo y sigue caminando. La seguís.
Os sentáis en unas sillas delante de la puerta de su ginecólogo. Esperáis unos minutos hasta que se abre y una mujer sale sonriendo de la mano de un hombre.
–Buenos días, Leia –saluda el ginecólogo, saliendo detrás de sus pacientes– ¿Vienes sola?
–No.
Señala a uno y otro lado con la cabeza, hacia vosotras.
–Hacía mucho que no te veía por aquí.
–Y ojalá que no tuviera que estar en este momento.
–¿Ha pasado algo grave?
Leia saca el test de su bolsillo. Es una buena manera de no tener que decirlo en voz alta.
–Me haría un gran favor si me dijera que estoy fuera de ese 97%. Y si no, quiero abortar.
El hombre se muerde el labio y pasa la lengua por él.
–Ya eras mayor de edad, si no recuerdo mal, ¿verdad?
–Sí.
–¿Y tu novio?
Leia abre la boca para hablar, pero por una vez no sabe qué contestar. No quiere que el hombre intente convencerla de que debería contárselo y, después de tantos años, el ginecólogo se toma muchas confianzas.
–En realidad, ahora está conmigo –dice Azuleima, con toda la naturalidad del mundo–. Me puso los cuernos con un tío y se les rompió el condón. Me agradaría si no preguntara más por el tema, por favor.
Habla cortante, haciendo una mueca, arrugando la frente. La creerías si no supieras que Leia te hubiera contado que está con ella. Es una gran actriz.
–Claro... Lo siento. Anda, pasad las dos. Usted mejor que espere aquí.
Asientes. El ginecólogo y Leia pasan, Azu te dice "lo siento" moviendo los labios, niegas con la cabeza restándole importancia. Entra con ellos.
–A ver, Leia, túmbate. Lo primero es asegurarnos de que el test no haya dado un falso positivo.
–De que lo haya dado, mejor –reitera–. Tendría que haberme traído a la beata para que rezara por mí.
Azu se aguanta la risa.
–Melca no rezaría para que no nazca un niño.
–Pero sí para que no lo tenga que abortar.
–Touché.
Leia se acomoda. Azu se pone a su lado y le coge la mano. Leia tiene los ojos cerrados con fuerza.
–Tranquila... Todo va a salir bien...
–¿Estáis seguras de que queréis abortar? Quiero decir... Aunque no lo esperárais, no es muy fácil tener un hijo en vuestra condición.
–Por favor, está aterrada, no le haga planteárselo más –le pide Azu.
Él asiente.
–Bueno... Pensándolo mejor... Tú no debes tener edad para tener un crío.
Ese hombre no se calla nunca. Han venido a que les digas si está embarazada o no, no a que les hables, señor.
–¿Qué? Soy mayor que ella. –Él la mira frunciendo el ceño– Sé que parece que tenga dieciséis, pero estoy a punto de cumplir los veinticuatro, ¿vale?
Leia se ríe.
–Lo siento, cariño, estás condenada a tener para siempre aspecto de cría.
–Y tú a parecer una pedófila.
Leia suelta una carcajada.
–Está bien... Salgamos de dudas –anuncia el ginecólogo–. Quítate los pantalones, Leia, tengo que hacerte una ecografía vaginal.
–Espera –pide ella.
Azu la mira. Está muy asustada. Se le han saltado las lágrimas y aprieta el puño que no está cogiendo ella.
–Hey... Tranquila... –le dice con voz dulce– Sea como sea, todo va a salir bien.
La hace incorporarse cogiéndola del hombro y la abraza. A Leia se le escapa un pequeño gimoteo en su hombro. No le gusta que la abracen, pero detesta más que la abracen cuando está al borde del llanto justamente por eso: es más difícil aguantarlo. Y no le gusta llorar. No le gusta sentirse débil, descontrolarse. Azu la abraza pasando la mano por su espalda. Leia ha pasado los brazos por su cuello en un impulso desesperado por aferrarse a algo. Está aterrada.
El ginecólogo espera pacientemente. Entiende que es una situación difícil.
Leia respira hondo y cierra los ojos, recomponiendo mentalmente su armadura, su fachada de metal. Vuelve a tumbarse, con su gesto tan serio como siempre.
–Vale, ya.
Leia se quita la ropa de cintura para abajo y el ginecólogo le echa una manta sobre las piernas, que ella flexiona hacia arriba.
Azu pone la mano al lado de la suya por si Leia quisiera cogerla. Leia la mira por el rabillo del ojo y atrapa su mano entre sus dedos.
–Cuando salgamos de aquí, no quiero oír ni una palabra de esto.
Azu intenta reprimir una sonrisa.
–Tranquila, no te recordaré que tienes sentimientos.
Leia arruga la nariz cuando el ginecólogo intenta introducir su instrumental.
–Leia... Tienes que relajarte si no quieres que sea incómodo.
–No estoy en la mejor situación para relajarme, señor.
–Leia, tienes todos los músculos agarrotados, y así no hay manera.
–Tranquilo, yo la relajo.
Azu se apoya al lado de la cabeza de Leia para quedar muy cerca de ella, sin soltar su mano. Con la otra mano, acaricia su cabello. Empieza a cantar con voz dulce, como si fuera una nana:
–Deja de llorar, tus lágrimas te van a ahogar. Sálvate y no te fallaré. Echa a andar, y si la vida te pisa, desenvaina una sonrisa y vuélvete a levantar.
Leia sonríe al reconocer la canción Deja de llorar, del Mago de Oz. Cierra los ojos y se deja llevar por su voz, relajándose.
Abren la puerta. Pegas un salto levantándote de tu asiento. Leia es la primera en salir. Tiene la cara pálida y la mirada fija en el suelo, da la impresión de que vaya a caerse de un momento a otro.
–¿Qué ha pasado? –preguntas alarmada.
Leia camina cabizbaja hacia la salida. Azu sale tras ella.
–Está... embarazada.
Sientes como el alma se te cae a los pies. Miras a tu amiga, que camina arrastrando los pies.
Nico alza una mano hacia la puerta del ginecólogo. Aprieta la mandíbula y vuelve a bajarla. No es el momento de enfrentarse a Leia. Está demasiado enfadado. Se da la vuelta y se va por donde ha venido. Ya lo discutirán en otro momento.
Estáis en la puerta de la Nave. Leia os ha dicho que quiere estar sola, pero no os atrevéis a dejarla totalmente sola. Está destrozada. Sus ojos casi parecen haber perdido su color, su rostro está apagado y triste, desolado.
–Tienes unas ojeras enormes –comenta Azu.
–Lo sé... No he dormido apenas pensando en esta y en Melca.
–Vuelve a casa y descansa.
–Es que... No sé... –Miras a su ventana.
–Ve. Yo me cuidaré con ella.
La miras. Aún no comprendes por qué es tan atenta con vosotras, pero terminas asintiendo.
–Gracias, Azu. Llámame si pasa algo.
La artista asiente y te abraza.
–Descansa, bonita.
Te vas. Azu observa la Nave, vuelve a entrar, subiendo hasta el dormitorio de Leia. Está vacío.
–¿Leia?
La pelinegra asoma un pie por la ventana como respuesta. Está sentada en el tejado. Azuleima sale por la ventana y sube, sentándose a su lado.
Quedan dos rastros de lágrimas en sus mejillas. Sus ojos están fijos en el horizonte, aunque no lo ve. Está aterrada y dolorida. No sabe qué hacer.
Azu coge su mano, intentando reconfortarla.
–Tranquila, Lei...
–Esto no va a solucionarse con un "tranquila". –La mira– Es un niño, Azuleima, un puto niño. ¿Cómo voy a tenerlo? ¡No puedo hacerlo! ¿Pero y si lo aborto y me arrepiento toda mi vida? Conozco bien los efectos secundarios... Una depresión me destrozaría, créeme, saltar desde aquí es demasiado fácil.
–Pero eso no va a pasar. –Acaricia su mejilla y la besa en ella– Mira, vamos a hacer algo, ¿vale? Hoy no vas a tomar una decisión, te vas a dejar descansar para que te hagas a la idea de lo que está pasando. Aún tienes tiempo para tomar una decisión.
Leia suspira.
–No es tan fácil.
–Lo sé. Vas a pasar un día de mierda. Pero vas a pasar un día de mierda a mi lado.
La pelinegra observa sus ojos celestes, sinceros, seguros, reconfortantes. Intenta regalarle una sonrisa de medio lado, pero no lo consigue.
–Okey.
–Baja conmigo, anda.
Leia no tiene ganas de bajar, le gusta estar ahí arriba, sentir el viento en su cara, pero cede, sin saber por qué. Una vez que están ambas en su dormitorio, Azu toma su mano y la guía hasta la cama. Se tumba sobre ella instando a Leia a tumbarse sobre ella. La abraza. Besa su frente, utilizando su cuerpo como una armadura contra todos los males, acogiéndola en un lecho reconfortante.
La pelinegra apoya el rostro en su hombro y cierra los ojos.
–¿Qué crees que debería hacer, Az?
–No lo sé, Lei. Yo sólo puedo decirte que creo que serías una madre asombrosa. Y que como hijo no deseado no se está tan mal... Yo lo soy, ¿sabes? Y soy feliz así. Tengo un primo, Lolo, que es adoptado, y es el niño más feliz del mundo. Así que no te preocupes por eso... Pero piensa en qué quieres hacer con tu vida. Es difícil, y más siendo tan joven.
Azu vuelve a cantar Deja de llorar en forma de nana, hasta que Leia, obligándose a no pensar, se queda dormida.
Ya ha pasado una semana. Una semana que ha pasado acompañada por ti, por Azu y por Luke, al que acabó contárselo. Le convenció para que no dijera nada a nadie hasta que tomara una decisión. Ni siquiera Nico lo sabe, lo cual no os parece correcto, pero tiene que ser decisión de Leia.
Se ha pasado la semana como muerta, sin hacer nada, ni siquiera deporte. Alguna vez conseguíais sacarle una sonrisa, pero era una sonrisa ida, rota, apagada. Incluso os ha pedido más de un día que os quedéis a dormir con ella, a pesar de que odia dormir en compañía. Se despierta en mitad de la noche descontrolada. Está aterrada y confusa.
Está en un campo. Hay muchas flores, rojas y amarillas, pequeñas. Levanta la mirada de ellas, encontrándose con un pequeño. Debe de tener unos tres años. Viste con una camiseta azul y blanca a rayas y un pantaloncito celeste. Es muy moreno, su pelo negro azabache y sus ojos marrones oscuros. Lo coge en brazos, sonriendo. El pequeño pone ambas manos al lado de sus labios. Le saca la lengua y él se ríe. Tiene una risa preciosa.
–¿Dónde está mi pequeñín? ¿Dónde está Sergio?
–¡Aquíii!
Se ríe. Le hace una pedorreta en la barriga y el pequeño ríe más fuerte. Lo pega a su cuerpo para poder llevarlo en brazos y él la abraza. Se siente bien. Reconfortante, tierno, cálido. Siente amor. Un amor sincero.
Camina con el niño en brazos, aunque no sabe bien hacia donde se dirige.
–¿Jugamos a piratas?
–Luego, piratilla. Es hora de comer.
Entra en una casa. Es una casa pequeña, rústica, de madera. Está en mitad del campo, sin nada al rededor, pero no se siente sola. Parece que el pequeño la llene por completo. Entra en la cocina, dejándolo en el suelo y calienta la comida.
Cuando se gira, ve a Azu jugando con Sergio. Ambos ríen. Leia sonríe mirándolos. Se toca los labios. Sí, está sonriendo. Siente algo raro en su interior, como si no estuviera sola. Como si el vacío hubiera desaparecido.
De la nada, aparece Valeria, quien ayuda a Sergio a cambiarse cuando a este se le cae el puré encima.
Se despierta. Respira agitadamente, llevándose las manos a la barriga sin darse cuenta.
–¿Sergio? –susurra.
Mira a su lado en la cama, donde hay un bulto que le da la espalda. Se acerca y lo zarandea levemente.
Azu se gira con un bostezo. Abre los ojos.
–¿Qué pasa, enana?
–He tenido un sueño.
–¿Y qué pasaba?
–Tenía un bebé. Uno precioso. Estabais tú y Valeria.
La artista sonríe levemente. Acaricia su mejilla.
–¿Qué piensas hacer?
–Voy... Voy a tenerlo.
Azu parpadea.
–¿En serio?
–Eso creo...
–¿Por qué?
–Me vas a llamar idiota.
–Dime.
–Creo en el significado de los sueños. No como algo sobrenatural pero... Si mi subconsciente me está hablando, será por algo.
Azu asiente.
–Está bien, pequeña.
–Sólo necesito saber una cosa.
–¿Cuál?
–Que me ayudarás a cuidarlo.
–He estado pensando... En intentar conseguir un trabajo en el museo de aquí. Si lo consigo, te prometo que estaré para todo lo que necesites. Si no... Haré todo lo que pueda desde la distancia. Pero ten en cuenta que tienes más gente.
–No es lo mismo, Az...
–¿Por qué?
–A Valeria y a Luke los cuido yo. Con mis padres no me siento cómoda. Pero tú sabes entenderme y tranquilizarme.
–¿Qué pasa con Nico?
–Él también me tranquiliza. Pero no creo que después de esto me perdone.
–¿Por qué?
–Llevo una semana pasando de él sabiendo que estoy embarazada. Si eso no es la gota que colma el vaso, no sé cuál es.
–Entiendo. Creo que deberías hablar con él. Al fin y al cabo, el hijo es suyo.
–Sí... Y ojalá me perdone. Pero lo dudo mucho.
–Ven aquí, pequeña...
Azu se acerca a ella para abrazarla, acomodándola entre sus brazos.
–No me llames pequeña... No soy pequeña. Voy a ser... madre.
–Es igual, seguirás siendo mi pequeña.
La aprieta entre sus brazos. Leia se ríe.
–Estás loca.
–Puede.
–Azu.
–Dime.
–¿Quieres ser la madrina de mi bebé?
–Por supuesto, cielo.
–Creo que va a ser un niño. Se llama Sergio.
–¿Y si fuera niña?
–Entonces ya buscaré un nombre. No sé... ¿Luz?
–¿Por qué Luz?
–No sé... Pero no quiero que conozca mi oscuridad.
–Todo el mundo tiene que conocer la oscuridad para conocer la luz, Leia.
–Bueno...
–O sea que has decidido quedártelo.
–Eso creo... Oye, un hijo de Nic tiene que ser un niño adorable, y te lo digo yo que conozco a todos sus hermanos.
Azu sonríe.
–¿Y por qué Sergio?
–No tengo ni puta idea.
La rubia se ríe.
–Eso está bien. Anda, vamos a dormir.
–Sí. Azu...
–Dime.
–¿Puedo usarte de almohada?
–Claro que sí, pequeña.
–Que no me llames pequeña.
–Pequeña.
–Vete a la mierda.
Azu la toca. Leia la mira con los ojos entrecerrados, aunque no se percibe bien con la oscuridad. Apoya el rostro en su pecho. Azu besa su cabeza y la acaricia, volviendo a quedarse dormida.
Cuando vuelve a despertarse, Leia se levanta y coge su móvil. Lo enciende. Lleva una semana apagado. Tiene muchos mensajes del grupo, al igual que de los chicos por individual preguntándole dónde se ha metido. Pero ni un solo mensaje de Nico.
Siente como su corazón se acelera. No es normal que no haya intentado buscarla en una semana entera. ¿Le habrá pasado algo?
Enciende la luz del dormitorio, recibiendo un gruñido de la rubia.
–Oye, Azu.
Ella le contesta con un gruñido.
–Nico no me ha dicho nada en toda la semana.
–Ni tú a él tampoco...
–Ya, pero eso en mí es normal.
"Leia: ¿Nikolai?
Nikolai: Hola.
Leia: ¿Qué tal?
Nikolai: Aquí.
Leia: ¿Puedo hablar contigo?
Nikolai: Claro.
Leia: Tengo que contarte algo importante...
Nikolai: Ya lo sé.
Leia: ¿Qué?
Nikolai: Que ya lo sé. Me lo dijo Sam. Me preguntó cómo estabas.
Leia: ¿Y no me has dicho nada?
Nikolai: No. Pensé que lo lógico era que me lo dijeras tú. No pensé que tardarías tanto.
Leia: Lo siento... Estaba aterrada.
Nikolai: Ya, y en vez de venir a contármelo y a refugiarte en mí, te refugias en tu hermana y en una chica a la que conoces desde hace algunos meses.
Lo normal en todas las parejas, vaya. Se nota la confianza.
Leia: Sé que lo he hecho mal. Fatal. Y lo siento.
¿Puedo verte? Te echo mucho de menos...
Nikolai: Me cuesta creer que me eches de menos después de haber pasado de mí toda una semana.
Leia: Tú tampoco me has buscado.
Nikolai: Porque no es justo que vaya yo siempre detrás de ti, Leia. Y menos después de que no me hayas dicho nada. Ese hijo es mío. ¿O es que no lo es?
Leia: Es tuyo. Tiene que serlo.
Nico, ¿puedo verte?
Nikolai: Sí. Pero necesito pensar en esto.
Leia: ¿No has tenido suficiente con una semana?
Nikolai: Una semana de llorar porque mi novia pase de mí y no tenga la suficiente confianza en mí como para decirme que espera un hijo mío sólo me da más que pensar.
Leia: Lo siento...
Nikolai: Que lo sientas a posteriori no arregla nada.
Leia: Lo sé.
Quiero un abrazo."
Nico no contesta, se desconecta. Leia suspira. Se sienta en la cama enterrando el rostro entre sus manos. Siente el corazón roto, vacío. Ama a Nico, lo ama mucho, y no quería perderlo a pesar de que hiciera todo sabiendo que lo perdería.
Azu se acerca a ella por la espalda. Pasa los brazos por su cuello y besa su mejilla.
–¿Estás bien?
Niega con la cabeza.
Minutos después, Luke abre la puerta de la Nave. Escuchan pasos por las escaleras. Alguien abre la puerta.
Leia levanta la mirada encontrándose con Nico, quien observa a la rubia. Encontrarla ahí le duele. No porque tenga celos, sino porque Leia no ha ido en ningún momento a buscar que él la reconforte, pero sí lo necesitaba.
La pelinegra se levanta separándose de Azu. Se acerca a él y lo abraza. Está llorando levemente.
–Putas hormonas –se queja.
Nico corresponde su abrazo, pasando un brazo por su espalda mientras acaricia su cabello.
–Lo siento... –murmulla Leia.
–Ya. Lo sé.
Leia levanta la cabeza para mirarlo, con la pena reflejada en sus ojos. Las hormonas del embarazo están haciendo que sea más sensible y controle menos su coraza, y eso la aterra.
–Leia, sé que lo sientes y que no querías hacerme daño... –responde con voz dulce– Pero ese no es el problema. El problema es lo que significa. ¿Qué clase de pareja somos si no vienes a refugiarte en mí?
–Lo siento... Lo haré la próxima vez.
–Eso no sirve, Leia. Dices lo mismo siempre.
La pelinegra traga saliva. Lo mira a los ojos.
–¿Quieres cortar?
–No lo sé. Tengo que pensarlo.
Ella agacha la cabeza. Él vuelve a abrazarla.
–Lo siento... –dice él– Pero no sé a dónde va una relación si no tienes confianza. Tengo mis dudas.
–Lo entiendo. Debí ir en cuanto me enteré.
–¿Y por qué no lo hiciste? –pregunta él, aún con voz dulce.
–Tenía miedo.
–¿De mí?
–Algo así. Temía tu reacción.
–¿Tan mala imagen tienes de mí?
Leia suspira.
–¿Has pensado en qué quieres hacer?
–Creo que voy a tenerlo.
–Creía que abortarías...
–Yo también.
–¿Y qué ha cambiado?
Leia toma su mano, sin mirarlo a los ojos, y la coloca en su barriga, que aún está plana.
–Imagínate que sale un mini Demi de ahí... Uno chiquitito que alarga sus manitas hacia ti llamándote papi, se ríe y te abraza.
Nico se muerde el labio. Ha tocado su fibra sensible. La abraza.
–Quiero estar contigo.
–No... –responde ella– Tienes razón. Si tienes dudas, deberías pensártelo. Y más ahora que vamos a tener un hijo. No quiero que esté en medio de ninguna discusión.
–Está bien.–Besa su frente– ¿Quieres que te invite a comer?
–No. O sea, quiero, pero... Nic, sabes perfectamente que toco tu fibra sensible. No puedes verme y pensar con claridad, porque vas a querer abrazarme haga lo que haga. Así que vuelve a casa y piénsalo bien. No te preocupes por mí, estaré bien.
Él asiente con su cabeza. La toma de la barbilla y besa sus labios con ternura.
–Te quiero.
–Lo sé. Yo a ti también. Pero supongo que eso no es todo lo que importa.
Estás con Leia, Azu y Silvia en la Nave, jugando a las cartas sobre su cama. Sus padres han digerido bien la noticia, piensan apoyarla en todo lo que puedan.
Alguien sube las escaleras. Da dos toques en la puerta, que está abierta, llamando vuestra atención. Es Nico.
–Hola –saluda Leia.
–Hey...
Él se muerde el labio, ha notado la voz apagada de la pelinegra al verle, al igual que nota cómo vuelve su atención a las cartas. Vosotras notáis rápidamente el ambiente tenso.
–¿Puedo hablar contigo?
–Claro.
Sigue observando a las cartas. Coge una del mazo y suelta otra.
–Quiero estar contigo, Leia.
–Lo siento, Nic... Pero no.
El chico se queda completamente en silencio, sintiendo cómo se le cae el alma al suelo. Eso no se lo esperaba.
Leia lo mira.
–Lo siento, Nic. Yo también quiero estar contigo. Pero ahora tengo que pensar por dos. –Posa la mano en su barriga– Y seamos sinceros: tú sabes tan bien como yo que no voy a cambiar. Y no soportas mis manías. Si esperas a que te llame sabiendo que no lo haré, si te entran dudas cada vez que me alejo y tienes que replanteártelo... Tienes toda la razón del mundo en necesitarlo, soy una novia horrible, lo sé. Pero no quiero que el niño esté en medio de eso. No podemos ser padres con una relación inestable. Lo siento, porque te quiero y me encantaría formar una familia contigo... Pero no voy a dejar que mi niño pase por eso, por la incertidumbre de saber si sus padres estarán juntos o no cada vez que a mí me dé una paranoia.
–Lei... Leia... Yo...
–Ahórrate saliva, Nic. No voy a cambiar de opinión.
Él traga saliva.
–Está... Está bien. De todas formas, dime todo lo que necesites, no pienso desentenderme. Si puedo ayudar a cuidarlo, o necesitas dinero, o...
–Nico, tus padres tienen siete hijos y están cortos de dinero, a los míos les sobra. Y lo siento, pero yo sí quiero que te desentiendas del niño. Es mi hijo.
El joven se queda aún más parado. Ya se había hecho a la idea de todo, y... Ahora todo se desmorona. Está confuso, no entiende nada.
Tú lo miras apenada. Piensas que Leia está siendo demasiado dura con él, pero ninguna de vosotras se atreve a intervenir.
–¿Por qué?
–Porque creo que es mejor para el niño. Y para mí. No quiero estar pendiente de cuando te toca tenerlo, eso ni siquiera es del todo bueno para él. Y si tú y yo no nos compenetramos bien como pareja, tampoco lo haremos como padres, Nic. Lo siento, pero no.
Él traga saliva.
–¿Podemos ser amigos al menos, no?
–Si somos capaces de ser amigos sin tener drama, sí. Los niños captan muy bien las emociones de sus padres, no quiero estar triste o preocupada si eso puede alterarle.
Se acaricia la barriga. En su mente, puede ver a un niño saltando feliz, y se concentra en esa idea para no echarse a llorar y saltar a los brazos de Nico.
El joven ya no consigue contener las lágrimas, se echa a llorar.
–Es... Está bien... A... Adiós, chicas. Os... Os dejo jugar.
Te levantas y lo sigues a través de la puerta, aunque sea para darle un abrazo. Sabes lo que se siente que tu novia te deje llevándose consigo todos tus sueños.
Estáis sentadas en las escaleras del Museo, en una fría tarde de invierno. Esperáis a Azu para dar una vuelta. Cuando ella sale del trabajo, sonríe y va hacia vosotras. Besa tu mejilla.
–Hola, chicas.
Choca el puño de Leia. Se sienta a su lado y deposita un beso sobre su barriga.
–Hola, Sergio.
–Tratas con más cariño a mi hijo no-nacido que a mí –bromea Leia.
–Es que tu niño mola más que tú.
Ella se ríe. Tú acaricias su barriga.
–Da una patadita para la tita Valeri, anda –le pides al bebé.
–Está muy tranquilo. Creo que duerme –contesta Leia– Espera, se ha movido.
–¿Dónde? –preguntas.
Azu apoya su oído en su barriga. El bebé golpea debajo de ella.
–¡Lo he sentido! ¡Sergi me ha dicho hola!
–En realidad te ha dado una patada en la cara –bromea Leia–, pero tómatelo como quieras.
Os reís.
Estáis en el hospital, esperando en la sección de maternidad. Estáis todos allí: Silvia se muerde las uñas, Carlos juega a su consola, Nico lo observa jugar para distraerse, Marco tamborilea sobre su pierna, Mónica y Jaime se agarran de la mano, tus padres intentan tranquilizarlos y tú hablas con Azuleima intentando mantener la calma. Luke ha entrado con ella, quien aprieta su mano como si quisiera romperla.
En principio, todos pensábais que iba a acompañarla su padre, pero, ante la espectativa de que Jaime se mareó en su parto, ella le pidió a Luke que la acompañara. Además, Luke siempre ha conseguido hacerla sentir más segura con su compañía.
Están de nuevo en el dormitorio de Leia, ese que ha visto tantas cosas en él. Ahora, tiene una cuna al lado de su cama, y una cómoda con ropa de bebé. Incluso ha remodelado un poco su propia vestimenta, haciéndola más colorida. Dice que no sabe si al bebé le vendrá bien verlo todo tan negro. Se preocupa muchísimo.
Está sentada al lado de Azu en su cama, meciendo a Sergio mientras le canta una nana. Lo mira con cariño, como si viera su propia vida reflejada en él. Lo quiere. Lo quiere mucho, muchísimo. Se siente, incluso, una artista al mirarlo: ha creado una vida, el arte de vivir.
El pequeño cierra lentamente los ojos, hasta que llega a dormirse.
Leia levanta la vista, encontrándose con los ojos celestes de Azuleima, que la miran con cariño.
–¿Qué pasa? –susurra.
Azu niega con la cabeza. Sigue observándola, mordiéndose el labio por dentro. Se acerca lentamente a ella y la besa. La pelinegra parpadea confusa.
–¿Qué...? –pregunta.
–¿Qué? –repite Azu con una sonrisa.
–No estaba hablando, así que está claro que no me has besado para callarme...
–Lo sé.
Azu sonríe, reflejando una sonrisa confusa en el rostro de Leia.
–Espera.
La pelinegra se levanta para acercarse a la cuna. Acuesta a Sergio con cuidado, arropándolo.
–Ven.
Se acerca a la ventana.
–¿Por qué?
–Quiero poder hablar contigo sin molestarle y poder escucharlo si llora a la vez.
Azu sonríe. Le divierte ver lo atenta que es con Sergio. La hace ver todavía más adorable.
Suben al tejado.
–¿Por qué me has besado? –pregunta Leia, aún confusa.
–¿Y por qué no?
Azu sonríe y deposita un beso largo en su mejilla.
–Azu, va en serio.
La artista se ríe nerviosa. La mira vergonzosa. Acaricia su mano.
–¿Qué quieres, Az?
–¿Tú qué crees?
–Por algo te pregunto.
Azu sonríe de medio lado.
–Para ser tan lista para algunas cosas, eres muy torpe para otras.
Leia respira hondo. Mira al horizonte.
–¿Lo sabes, no?
–Llevo temiéndolo mucho tiempo.
–¿Temiéndolo?
Leia la mira.
–Azu, tengo un hijo. Tienes veinticuatro años. No te comprometas con eso.
–Y tú tienes veintidós. El hecho de que yo, con casi veinticinco años, tenga un hijo, es mejor a que lo tengas tú.
–Pero yo no tengo opción, Azu. Es mucha responsabilidad. Y como le dije a Nico...
–No quieres empezar una relación que pueda acabar porque no quieres poner al niño en una posición inestable. Lo sé. Y sé que es aún más complicado con un niño en medio, Leia. Créeme, ya lo he pensado. Por eso no me he lanzado antes. Pero...
–¿Pero?
Azu se mira las manos.
–No me importaría ser madre joven si es contigo. –Suspira– Quiero mucho a Sergio, ¿sabes? Y a ti también. Mucho, muchísimo. Te prometo que tendré cuidado con él, no quiero hacerle daño. Ni a ti tampoco.
–¿Y si todo sale mal?
–No pasará. Y si pasa, yo seguiré aquí contigo, como amiga. Te quiero mucho más que como una novia, Leia, eres mi mejor amiga. No te dejaría sola así sin más.
La pelinegra suspira. Cruzan la mirada.
Azu acaricia su mejilla. Se acerca a ella, quedándose a milímetros de sus labios.
–Te quiero... –susurra Azu.
–Yo también a ti... Pero... ¿Te lo has pensado bien?
–Sé que es complicado, Leia. Pero no me importa. Vale la pena. De hecho, espero que llegue el día en el que Sergio me pueda llamar mamá y me turne contigo para llevarlo a la cama.
Leia se muerde el labio. Besa su frente.
–Estás enamorada de mí... Yo también de ti –afirma Azu–. Sergio no tiene por qué ser un impedimento para eso. Sabes que tú y yo haríamos buena pareja... Yo te entiendo, Leia. Te prometo que no dejaré que el pequeño se vea en medio de ninguna discusión. Por favor, dame una oportunidad.
–¿Sabes una cosa?
–¿Qué?
–Que tengo una novia preciosa.
Azu sonríe. Leia la besa.
–Y un niño precioso, no sé qué más puedo pedir.
La artista apoya la frente en la de Leia, rozando su nariz. Observa con cariño sus ojos negros. Vuelve a besarla, acariciando su rostro. Leia la abraza.
–Has esperado tanto que empezaba a pensar que eran imaginaciones mías.
Azu se ríe.
–También podrías haber dado el paso tú.
–¿Y ponerte en un compromiso? No.
–No quería confundirte aún más, ya tenías bastante con todo el lío de Sergio. Pero ahora se te ve muy bien con él.
–Sí. Por suerte mis padres y Luke me ayudan mucho. Igual que tú y Valeri... Menos mal que al menos me queda sólo un año de carrera.
–Esto es muy surrealista.
–¿El qué?
–Aún no me creo que me hayas dicho que sí.
Leia se ríe.
–Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Azu. Ni yo soy tan masoquista como para decirte que no. Además, Sergio te adora... Creo que eso es que él vota a que sí también.
Azu sonríe. Entrelaza los dedos con su cabello y vuelve a besarla.
–Es curioso.
–¿El qué?
–Que eres su madrina. Es decir, que si me pasa algo, seamos pareja o no, tú te encargarás de mi piratilla.
–Pero eso no va a pasar, porque tú vas a estar bien.
–Eso espero.
–Lo estarás. Tienes que estarlo. Me debes muchos besos de cada vez que te he mirado y me he controlado.
Leia se ríe.
–Podrías no haberlo hecho.
Acaricia su cabello y vuelve a besarla.
–Anda, vamos abajo.
–¿Por qué?
–Porque me da miedo liarme contigo aquí arriba por si te caes.
Azu se ríe. Bajan al dormitorio. Ahora que es madre, Leia está mas serena, más cariñosa, pero también más pendiente de todo. Cada vez que entra en una habitación parece hacer un análisis mental de todo lo que pudiera hacerle daño a Sergio.
La pelinegra la abraza. Vuelve a besarla, esta vez, acariciando la parte baja de su espalda. Azu le corresponde pasando las manos por su cuello. Pegándose cada vez más, buscándose, encontrándose.
Sergio deja escapar un leve gritito. Azu se ríe, separándose de Leia.
–Ya voy yo.
Se encamina hacia la cuna. Leia la observa, como siempre que tiene ocasión, de arriba a abajo. Tiene un buen culo.
Azu mira a Sergio. Lo acaricia con cariño. El agarra su dedo entre su manita. Vuleve a dormirse.
La artista se ríe intentando no hacer ruido.
–Tu hijo me ha apresado –susurra.
Leia se acerca a ella, pasando las manos bajo su camiseta.
–Me parece bien.
Azu sonríe. La besa.
Leia da un beso largo en su frente. Ambas llevaban mucho tiempo esperando este momento, si bien habían estado esperando temiendo la reacción de la otra. Aún así, han mantenido una relación muy cercana. Tanto, que sólo les faltaba besarse fuera del juego para parecer del todo una pareja. La pelinegra la mira con cariño a los ojos.
–¿Qué piensas?
–En que, si todo sale bien, Sergio tendrá una familia preciosa.
Azu sonríe más. Vuelve a besarla.
–Las dos madres más magníficas del mundo, es un crío con suerte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro