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8. No se admiten vampiritos aquí (II)

Paseábamos a solas por la calle. Ambos llevábamos las manos en los bolsillos. Era asombrante cómo nuestra manera de vestir era tan parecida, mientras que nuestros interiores eran mundos distintos.

–Oye, Leia.

–Dime.

–He hablado con los chicos sobre ir un poco antes al campus para poder vernos y hablar, ya que este semestre apenas tenemos horas libres. Y me preguntaba si te apetecería venir.

–Es mejor que no, Nic.

–¿Por qué?

Tardó en contestar. Empezaba a acostumbrarme a aquellas pausas que hacía cada vez que se planteaba si de debía hablar o callar.

–Porque cuanto más me junto con la gente es peor.

–Leia, somos tus amigos, te apreciamos. No vamos a cambiar de idea sobre ti.

–Si me apreciáis es porque aún no me conocéis.

–Lo dudo, Leia.

–Piensa lo que quieras, gilipollas.

–Confía en mí. No te vamos a dejar sola.

Ella no contestó. Continuamos caminando durante largos minutos en silencio. Yo no me atrevía a decir nada, pues suponía que estaba pensando.

–Quizá me pase algún día –soltó al fin.

Asentí con la cabeza. Seguimos caminando. Ambos teníamos dos aficiones compartidas: pensar en voz alta y estar en silencio. Nos gustaba hacerlas juntos.



Aquella mañana, como de costumbre, estábamos los cuatro en los jardines. Al final, Silvia había hecho muy buenas migas con nosotros, aunque al principio le molestaba que nos juntáramos con ellas. Tengo la impresión de que Leia es su la primera amiga que tiene, y teme perderla porque ella se vaya con alguien más. Silvia tiene esa mirada que tenemos los seres acostumbrados a la soledad.

La pelinegra nos sorprendió con su presencia aquella mañana.

–Adivinad qué.

–¿Qué? –preguntó Silvia.

–¿Entiendes el concepto "adivinar" o te hago un croquis?

–Leia... No seas tan borde –la regañé.

Me había dado cuenta de que la chica no se daba cuenta de cuando sus comentarios se hacían demasiado hirientes, por lo que solía advertirla regañándola. Parecía empezar a entenderlo.

–Lo que sea. Tengo novio.

–¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién? –inquirió Silvia.

Carlos la miró curioso, ocupando su lugar apoyado en la pared. Marco pareció olvidarse de sonreír por unos instantes, apagando su mirada. Yo sentí cómo algo golpeaba mi corazón con fuerza. Había aceptado que no tendríamos nada, pero me dolía que aceptara a otro tan rápido, estaba claro que no salía conmigo por ser yo. Aún así, sonreí. Esperaba que al menos se hubiera buscado a un buen chico, uno que la quisiera y no le hiciera más daño.

–Se llama Leandro. Lo conocí ayer, en un pub. Nos liamos y bueno –Se encogió de hombros.

Esta vez no pude evitar mirarla apenada. No por mí, sino porque me entristecía su perspectiva de una pareja, su manera de rechazar a quienes la querían e ir detrás de los que deseaban su cuerpo.

–¿Este es buen chico, al menos? –preguntó Silvia.

Leia se quedó mirándola, parecía confusa.

–¿Qué? –inquirió la rubia.

–Mírame –contestó ella señalándose.

Silvia frunció el ceño.

–¿Qué? –repitió.

La pelinegra negó con la cabeza.

Yo lo entendí. Un buen chico no saldría con ella. Más que nada, porque ella no lo dejaría.

Y eso apestaba. Iba a terminar destrozándose a sí misma intentando proteger a los demás de su propio ser.



Conocí a Leandro tiempo después, un día en el que fue a recogerla después de clases. Por aquel entonces, ya me caía mal por las cosas que me contaba Leia. Me había llegado a hablar desde escenas de celos y posesión sobre ella a humillaciones. Además, la chica hacía lo que él decía con tal de que no la dejara. Me parecía, simplemente, horrible. Le estaba quitando su personalidad. Su poder de decisión. Eso por no decir que Leia estaba cada vez más agresiva, llegando a rozar límites más allá de cuando nosotros la habíamos conocido. Aquel tipejo era una mala influencia, pero Leia se negaba a dejarlo. Se decía a sí misma que era lo mejor para ella.

Estábamos hablando cuando llegó Leandro. Tenía la cabeza rapada y varios piercings en la oreja. Era alto, delgado y musculoso. Pero eso no me preocupaba. El problema residía en su ojos, en su manera de caminar. Parecía creerse dueño del mundo, por no hablar de que miraba a todo el mundo despectivamente, con superioridad y asco. Pero eso no era lo peor. Lo que más me asqueó de él, fue la manera en la que observaba a Leia: no había ni pizca de amor en sus ojos, la miraba como si fuera su objeto sexual personal.

Yo no era el único que pensaba que le estaba haciendo daño. Todos lo hacían. La diferencia residía en que Silvia y Valeria apenas se limitaban a comentárselo sutilmente, Marco y Carlos no se atrevían a decirle nada a la cara y yo se lo decía directamente. Leia me decía que tenía celos, que la dejara en paz; pero yo sabía que en el fondo ella entendía mis motivos, sólo que no quería darme la razón. No quería aceptar que salía con él por suplir un vacío interior que sabía que nadie llenaría.

Nadie iba a llenarlo porque ese era el lugar de un amor propio que no sentía.

–Hola, muñeca –saludó el tipejo dándole una palmada en el trasero.

–Hey –saludó ella.

El joven la besó en los labios, con deseo, sin ningún pudor. Aparté la mirada. Silvia me cogió la mano. La miré extrañado. Ella me sonrió con pena. Lo sabía.

–Hola, gente –nos saludó desganado.

Miró a Leia con los ojos entornados.

–¿Qué pasa? –preguntó la chica.

–No me gusta que te juntes con tantos chicos –murmuró él, con una mueca.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Silvia notó que se me tensaban los músculos y apretó mi mano para que me contuviera, pero no lo hice.

–¿Y quién eres tú para decidir con quién se junta ella?

Leandro me miró con odio y desprecio, Leia me suplicó con la mirada que me callara.

–Nico, déjalo.

–No. No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo te pisotean, me niego. No puedes dejar que te traten así, Leia. Joder. ¿Es que no ves cómo te mira? ¡Piensa hacer contigo lo que le de la gana y te da igual!

El chico se acercó a mí apretando los puños. Mis amigos dieron un paso atrás instintivamente.

–¿Quieres pelea o qué, idiota? Métete en tus propios asuntos.

–Es tan asunto mío como tuyo. Es tu novia, vale, pero es mi amiga.

–¿Quieres pelea?

–¡Leandro, estate quieto! –le pidió Leia.

–Tú cállate, mujer.

Apreté la mandíbula. Tenía que ser machista, claro. Ganas de matarle no me faltaban.

–No voy a pelearme contigo porque Leia no es un trofeo. Sólo doy mi opinión de manera civilizada, hazlo tú si sabes hacerlo. 

Leandro se lanzó sobre mí para golpearme. Yo di un paso hacia atrás. Leia corrió a ponerse en medio.

–Leandro, para. Vámonos.

–¡¿Qué tienes con este cabrón, zorra?!

–Nada. Vámonos.

Vi a Luke y Ashton acercándose a nosotros a toda prisa al ver que se montaba jaleo.

–¿Qué está pasando?

–Pasa que este cabrón trata como una mierda a tu hermana y ella la deja.

Luke no fue tan civilizado como yo. Él aún tenía esa retrógrada idea de que debía proteger a su hermana por la fuerza. Supe lo que iba a hacer en cuanto vi la vena de su cuello hinchada.

Su puño impactó en el rostro de Leandro con fuerza. Él se lanzó a agarrarlo del cuello, pero Ashton se interpuso tirándolo de un empujón. Ashton intentó alejarlos, pero eran demasiado fuertes para él solo, por lo que llamó a sus colegas a voz en grito, quienes sujetaron a ambos.

–¡Soltadme, joder! –gritó Luke.

–¡Luke, deja de comportarte como un crío! –replicó su hermana.

–¡Deja de hacerlo tú!

Leandro respiró hondo. Dejó de intentar soltarse.

–Soltadme. Me piro de aquí.

Los chicos lo hicieron, no sin reparo. Él miró a Leia con los ojos entrecerrados. Tenía la nariz y el labio rotos por la brutalidad del golpe de Luke.

–Y tú no vuelvas a hablarme.

Se largó por donde había venido sin decir nada más. Leia nos miró furiosa.

–¡¿ESTÁIS CONTENTOS?!

–En realidad, sí –contestó su hermano.

Yo observé en silencio. Ashton bufó enfadado, enfrentándose a Luke.

–¿Tú eres gilipollas, no? ¿A qué vas, empezando una pelea así? ¿No puedes ser menos cavernícola?

–No es el primero ni será el último como la niña siga así. ¡No voy a quedarme quieto mientras destrozan la vida a mi hermana!

–¡No son maneras, Luke!

–¡Y métete en tu propia vida! ¡¿Vale?! ¡Joder! ¡Soy mayor de edad, tengo derecho a tomar mis propias decisiones!

–¡Pues deja de salir con capullos integrales que sólo te hacen daño, te mereces algo más que eso, idiota!

–¡No todos somos chicos perfectos que encuentran a novios perfectos como tú! –Bufó– ¡Dejadme en paz, joder!

Leia nos dio la espalda largándose. Estaba muy enfadada, lo notaba en sus músculos tensos. Pero más allá de eso, había notado la tristeza en sus ojos, su desolación.

Los amigos de Luke lo soltaron. Él estiró los brazos. Me miró.

–Tú le has plantado cara primero. ¿Qué piensas?

–Que eres un cavernícola. Pero tienes razón: se merece algo mejor. Voy a hablar con ella.

–Yo de ti no lo haría. Te pegará.

–Sufriré el riesgo.

Corrí para alcanzarla, lo cuál fue complicado, porque Leia enfadada anda muy rápido. Claro que siempre se detiene en alguna parte: para golpear una pobre pared inocente.

–Hey, Leia.

–Déjame en paz –contestó ella entre golpes.

Me apoyé en mis rodillas para recuperar el aire. Ella me miró.

–¿Qué, no estás acostumbrado a moverte mucho, no?

–Corre tú con mis kilos a ver cómo te sienta.

–Corre tú con mis piernas paticortas.

–Touché.

Se quedó observando cómo recuperaba el aliento. Casi me dio la impresión de que le parecía tierno que hubiera corrido tanto por ella. Se descolgó la mochila de la espalda. Me tendió una botella de agua.

–Ten. Te sentará bien.

Asentí. Bebí unos cuantos tragos. Me senté en el bordillo de la acera para recuperar el aire. Leia se sentó a mi lado.

–¿Te ha llegado a golpear?

–Gracias a tu hermano, no. 

–Mi hermano es idiota. No tenía ningún derecho a pegarle.

–Lo sé.

–Y tú podrías habérmelo dicho en cualquier otro momento.

–Lo sé. Lo siento. Me enfadé, lo solté sin pensar.

–¿Y por qué te enfadas?

Me quedé observándola, moviendo el agua restante dentro de la botella. Pensaba en cómo decirlo sin que le sentara mal.

–Porque soy feminista y ese tío me da asco.

Leia sonrió levemente y miró al suelo negando con la cabeza.

–Leia, te aprecio muchísimo, me importas, y ese chaval no te conviene.

–¿Qué sabrás tú lo que me conviene o no?

–Ese tío no le conviene a nadie, Leia.

–No quiero quedarme sola.

 Pareció que esa frase retumbaba por las paredes de su cerebro. Me dio la impresión de que era la primera vez que lo decía en voz alta. Se quitó el piercing falso que llevaba en la ceja para jugar con él.

–No vas a quedarte sola. 

–Si seguís espantando así a mis novios, lo dudo mucho.

Se colocó el piercing en el labio. Yo toqué el que yo tenía en ese mismo lugar por acto reflejo.

–No estás sola, Leia. Y para eso no necesitas ningún novio.

–Lo que digas.

–Yo no voy a dejarte, Leia... Soy tu amigo, no voy a dejarte sola.

–Lo harás. Lo haréis.

–No.

–Sí.

–¿Y por qué nosotros sí y un novio no?

–Porque a ellos les aporto algo. Gracias a mí, tienen sexo. A vosotros no os aporto nada.

–Sí.

–¿El qué?

–Una bonita amistad. Alguien en quien confiar.

–Búscate un osito de peluche, Nico... Te vendrá mejor. 

–Hablo en serio, Leia.

–Yo también. En fin, supongo que volveré a mi rutina de gimnasio y soledad.

–Puedes venir a mi casa si quieres.

Me miró con los ojos entrecerrados.

–No te lo digo con segundas, Leia. Vente cuando quieras. Posiblemente tendré que cuidar a mis hermanos, pero podremos hablar. Incluso tengo juegos de mesa. Piénsalo, no es un mal plan.

–Los asustaré. 

–Mírame, Leia. No vas a asustar a mis hermanos. Sólo... Procura no decir muchas palabrotas. O al menos no hables de sexo.

–Eso puedo intentarlo. 

–¿Te veo el sábado?

Asiente con la cabeza lentamente.

–¿Puedo preguntarte algo?

–¿Qué?

–¿Por qué sólo sales con tipejos así?

–Define "así".

–Tíos que no te quieren, que sólo desean tu cuerpo y que te hacen daño.

–Porque prefiero que me hagan daño a mí que hacer daño yo a un buen chico. No estoy dispuesta a romperle el corazón a nadie más.

–No eres ningún monstruo, Leia...

–Lo que sea.

–Y aún así, es mejor no salir con nadie a salir con alguien así.

–Ya te lo he dicho: no quiero estar sola.

–Por favor, Leia... No sigas haciéndote esto. Te estás destrozando tú sola. Te estás matando. Acabarás hundiéndote.

Ella tardó en contestar. Esperé paciente. Levantó sus ojos hacia mí.

–Hagamos un trato: yo dejo de salir con tíos así si tú dejas de matarte con cigarrillos.

Me sorprendió bastante su propuesta, que se preocupara así por mis pulmones. Le tendí la mano con una sonrisa.

–Trato hecho.



Leia y yo nos hicimos muy unidos. Mis hermanos la adoraban. Tanto que incluso nos acompañó en alguna que otra reunión familiar. Éramos buenos amigos. Muy buenos amigos.

Me sorprendió descubrir que Leia tenía tan poca costumbre al contacto social como yo. Todas sus interacciones con gente se habían reducido a chicos que la trataban mal, Silvia, Valeria y su familia. No había más. Quizá a eso mismo se debiera que siempre fuera tan borde.

Un día, estábamos viendo una película en mi casa cuando nos asaltaron los anuncios. Estábamos tirados en mi cama, para poder verla sin las molestas interrupciones de mis hermanos pequeños. A fin de cuentas era una película de miedo, y no había nada peor que un pequeño Demi aterrorizado por sus pesadillas.

–Oye, Nic.

–Dime.

–¿Tú alguna vez has tenido pareja?

–Sí.

–Cuenta.

Me reí. Me hacía gracia que la galáctica fuera tan curiosa a pesar de mostrarse siempre tan indiferente.

–He tenido tres. Ninguna de ellas fue muy bien.

–¿Qué pasó?

–La primera fue con quince años, resulta que me utilizaba para poner a su exnovio celoso y que volviera con ella.

–Qué asco.

–Sí. Además no entiendo el sentido de eso. Con un poco de cabeza, si ves a tu ex con otro tío la dejas ser feliz, no te dan más ganas de reconquistarla.

–Está claro que ambos tenían poca cabeza. Sigue.

–La otra fue con dieciséis. Tuvo que mudarse por el trabajo de sus padres y se acabó rompiendo la relación.

–Vaya. ¿Y la última?

Me quedé callado. Mirando los anuncios en silencio. Leia se giró para mirarme.

–¿Nico?

–No tengo ganas de hablar de eso.

Me miró bajando las cejas, parpadeó.

–¿Qué pasó?

Percibí un tono preocupado en so voz seria. Suspiré.

–Ella me maltrataba. Física y psicológicamente. La denuncié a la policía. Se rieron de mí. Ya está, capítulo cerrado.

Leia hizo una mueca.

–Lo siento.

–Ya qué más da.

–Si me das su dirección me vengo por ti.

La miré. Ella forzó una sonrisa inocente. Me reí. Leia no sabía sonreír, no estaba acostumbrada a hacerlo, por lo que cuando lo hacía le salía un gesto un tanto extraño. 

–Creo que es mejor que no.

Me reí.

–¿Alguna vez has golpeado a alguien que no sea dar una bofetada a tu hermano?

–Una vez. Estuve a punto de matar a un chico. A partir de ahí sólo a la pared.

–¿Qué pasó?

Ella negó con la cabeza.

–Hey, venga, un demonio por otro.

Leia hundió la cabeza en el colchón, pero acabó levantándola.

–Está bien. El chico era el jefecillo de los que me hacían bullying en el colegio. Me lo volví a encontrar siendo mayor y más fuerte, me insultó y descargué mi furia contra él. Ya está, capítulo cerrado.

Asentí con la cabeza.

–Lo siento.

–No lo sientas. Sus insultos me hicieron ser más fuerte.

 La observé. Me daba pena que entendiera ser fuerte como ser fría y dura, cuando realmente es más fuerte quien es capaz de llorar, mostrar sus sentimientos y seguir adelante. Aún así, guardé silencio para respetar la película que acababa de continuar.



–¡Nico!

–Dime.

–¡Problemas! Aaaaagh.

Parpadeé. Ella dio un par de puñetazos a la pared a su lado. Respiró hondo y me miró.

–¿Recuerdas a Ali?

–La adorable novia de Valeri, sí.

–Tiene cáncer.

–¿Qué?

–Pues eso. Agggh. Y encima la capulla de Val me dice ahora que estaba pensando en dejarla. Y aaaaagh.

–¿Por qué? 

–Porque está enamorada de otra.

–¿Quién?

–Melca. Lleva años obsesionada con ella y se niega a pasar página, a pesar de que Ali es mucho mejor con ella.

Hice una mueca.

–Cosa mala.

–Sí. Le he dicho que tenga huevos y la apoye mientras esté así, que ahora no puede deprimirse. Pero... Ufff, no sé.

–Que tenga ovarios, querrás decir. –Leia me miró con sus ojos de "no estoy para tus sermones feministas"– Debería seguir apoyándola.

–Sí. Lo malo es que dudo que lo haga siempre. Y me gustaría hacerlo yo, pero no quiero molestar.

Coloqué una mano en su hombro mirándola a los ojos.

–Leia, Alicia te adora... Le alegrará que vayas a hacerle compañía cuando Valeri no pueda. Tranquila.



Tiempo después, Alicia se recuperó del cáncer y Valeria se sinceró con ella, dejándola. Más tarde, empezó a intentar salir con Melca, quien le dijo que no quería nada con ella, dejó de hablarle durante un mes, y volvió a ser su amiga al cabo de ese tiempo. Leia me preguntó ambas veces si debía o no intervenir hablando con las chicas, ya que en ambos casos sabía qué decir pero se sentía demasiado insegura como para hacerlo. Yo la animé a ello, así que le dio por un día un hombro en el que llorar a Ali y habló con Melca sobre Val.


Llegó el primer cumpleaños que vivía con ella. Después de clase, la detuve cogiéndola del hombro. Leia me miró. Le tendí un pequeño paquete disimuladamente. Ella lo miró, para luego mirar mis ojos.

–Ya te he dicho que odio los cumpleaños.

–Venga, es sólo un pequeño regalo.

–Porque es mi cumpleaños, y es algo que no deseo celebrar.

–Porque para celebrar tu cumpleaños tienes que estar feliz de estar vivo...

–Exacto –me cortó.

–Pero cógelo.

Leia bufó. En otro tiempo, me hubiera dado la espalda o me lo hubiera tirado a la cara, pero nuestra compañía parecía haberle sentado bien para calmar su alma.

Lo cogió de mi mano. Volvió a mirarme a los ojos antes de decidirse a abrirlo.

Se encontró con un pequeño peluche de un erizo. No pudo evitar sonreír.

Me miró. Fue la primera ve que vi que sus ojos demostraban un verdadero y profundo cariño ante alguien que no era Valeria.

–Gracias, vampirito.

Se puso de puntillas para abrazar mi cuello y besó mi mejilla. Yo no la correspondí. Ella me había explicado que le agobiaba que los demás le abrazaran porque se sentía atrapada.

Se descolgó la mochila para guardar el peluche. Me asombró cómo lo hacía con cuidado, como si fuera una niña que usa toda su ternura en buscar un lugar en la mochila donde su muñeco no se haga daño.    

–No hay de qué. Felicidades, Leia. –Ella me miró. Sus ojos sonreían por sus labios– Te quiero.

Era la primera vez que se lo decía, y lo hacía como amigo, como mi hermano. Ni siquiera sabía cómo iba a reaccionar.

–Puto cursi.

Solté una pequeña risa tímida. Ella me señaló los jardines con la cabeza, invitándome a caminar con ella. 



–¿Puedes venir? –la llamé.

–¿Qué ocurre?

–Demián se ha puesto malo, no deja de vomitar. Mis hermanos están nerviosos y mis padres no están en casa. No sé qué coño hacer.

–Tranquilo, estoy allí en cuanto pueda. Intenta mantener la calma.

Tardó como media hora en llegar, pero cuando lo hizo estaba jadeando de tanto correr. Di por hecho que la había pillado estando lejos. Alberto le abrió la puerta y la guió donde estábamos nosotros: volvíamos a estar en el servicio, porque Demi volvía a vomitar.

Ella tocó su frente.

–Tiene fiebre.

–Sí. Pero no puedo darle una pastilla porque la vomitaría.

Leia notó en mi rostro que estaba agobiado, lo que ponía peor a Demi.

–Tranquilo. Yo me ocupo de él. Vete con tus hermanso y cálmalos. Todo va a estar bien, ¿vale?

Asentí, yéndome con mis otros cinco hermanos.

La pelinegra acarició la espalda de Demián y le habló con voz dulce, tranquilizándole. Cuando dejó de vomitar le limpió la boca con cariño. Lo abrazó.

–Tranquilo, pequeño, tranquilo... Todo va a salir bien, ¿vale? No te preocupes, enano, ya verás cómo se te pasa.

–Me siento muy mal, Leia...

–Lo sé. Pero verás cómo se te pasa. Vamos a darte una ducha fría para que te baje la fiebre, ¿vale? Tranquilo, que yo me quedo aquí contigo para asegurarme de que estés bien.

–¡No quiero que me veas la pilila!

Ella se aguantó la risa.

–Tranquilo, que no voy a asustarme. –Besó su cabeza– Pero tampoco pienso mirar.

Regresé cuando todos mis hermanos estuvieron tranquilos y acostados. Encontré a Leia acostada en mi cama con el pequeño dormido sobre su pecho. Ella sujetaba un trapo húmedo sobre su cuello.

–¿Me matas si te digo que es la escena más tierna que he visto?

Me tiró el trapo a la cara. Lo cogí al vuelo.

–Me tomaré eso como un sí.

Leia dejó que su comisura derecha se elevara lentamente. Posó los labios en la frente de mi hermano para tomar su temperatura.

–Sigue caliente.

Fui al servicio para mojar de nuevo el trapo. Lo coloqué sobre su cuello.

–¿Cómo sabes cuidarlo tan bien si no tienes hermanos pequeños?

–Se llama mente fría. Además, yo cuidaba a Vale y a Luke cuando nuestros padres no podían.

–Pero si eres la pequeña.

–Lo sé.

Me tumbé a su lado, observando la cara de Demi, relajado al dormir.

–¿Quieres que te lo quite de encima?

–No, no vaya a ser que se despierte. Necesitará descansar. Sólo manda un mensaje a mi hermano para avisarle por si llego tarde a casa.

–Vale. Espero no haber interrumpido nada.

–Te sorprenderías.

–¿Por qué?

–He conocido a la chiquilla más espectacular del mundo.

Me sorprendí.

–Cuenta.

–Es una artista digna de nuestras conversaciones filosóficas.

–Vaya. Tendrás que presentármela.

–Sí. Tengo su número.

–Raro en ti, quedarte con el número de alguien y no con el recuerdo de su entrepierna.

–Culpa tuya, que me has cortado el rollo antes de tiempo.

Me reí.

–¿Cómo la has conocido?

–En un pub.

–¿Pensabas probar con una mujer?

–No. Sólo me la encontré de casualidad.

Asentí. Miré de nuevo a mi hermano entre sus brazos.

–De verdad que se os ve muy tierno.

Ella me atizó con el trapo. Me reí protegiéndome con las manos.

–¡Vale, vale! Ya me callo.

Demi abrió los ojos de golpe, levantádose con urgencia. Leia se dio cuenta, saltó de la cama y lo llevó en brazos al servicio para que llegara antes. Escuché el vómito caer de nuevo. Hice una mueca. El pobre se iba a vaciar por completo.

La pelinegra volvió a ayudarle a limpiarse. Acarició su cabello besando su frente para tranquilizarlo. Mi hermano la abrazó temblando.

–¿Tienes frío, grandullón?

Él asintió.

–Vamos a acostarte, anda.

–Pero ven conmigo.

–Vale.

Volvió a tumbarse abrazando al pequeño, transmitiéndole su calor.

–Le está bajando la fiebre.

–Menos mal.

–Nico, Leia es mejor camita que tú.

Me reí.

–Sólo lo dices porque ella tiene tetas.

El pequeño se sonrojó. Se quedó en silencio mirando a otro lado.

La chica soltó una carcajada.

–¡Será pillín!



–Leia.

–Dime.

–Te voy a decir algo y tú me vas a pegar. Pero te lo voy a decir de todas formas porque es verdad.

–Adelante, valiente.

–Estás enamorada.

–¿Qué?

–De Azu. Estás enamorada.

Me dio una colleja.

–Eso porque dijiste que te pegaría. Y deja de psicoanalizarme, psicólogo de pacotilla.

–Pero es verdad.

–O no.

–O sí.

–O no.

– Venga, Leia, ¿por qué lo ocultas?

–Agh, déjame,

Sonreí.

–Estás enamorada –afirmé.

–¡No sonrías por las desgracias ajenas! 

–No es ninguna desgracia.

–Lo es. No salí contigo porque no quería hacerte daño, Nico. Tampoco voy a hacérselo a Azu.

–Quizás no lo hagas.

–Nico, déjalo ya, ¿quieres? 

–Os entendéis mejor que nadie, Leia, ¿qué puedes perder?

–Exactamente eso: una hermosa amistad.

–Yo creo que saldría bien.

–¿Ahora tienes derecho a opinar sobre mi vida? ¿Desde cuándo sabes tú más de mí que yo?

–Venga, Leia... Sonríes más cuando estás con ella, no pierdes nada intentándolo.

–Nico, déjame en paz.

–¿Sabes una cosa?

–¿Qué? –espetó ella de mal humor.

–Hay una canción que dice "la vida se nos va queriendo que sea lo que nunca será" –cité La última cena de Efecto mariposa–. Aplícate el cuento. 



Estaba en la Nave con Azu y Leia. A Valeria se la veía cada vez menos, ya que estaba ocupada con su nueva novia, Melca. La pelinegra se había ido al servicio.

–Oye, Az.

–Dime.

–¿A ti te gusta alguien?

Me miró como si intentara leerme la mente.

–¿Por qué lo dices? 

–Nada, curiosidad de psicólogo. Tú sólo di.

–Sí.

–¿Quién?

–Mi ex. A la que no puedo ni ver. Y nadie más.

–¿Por qué no la puedes ver?

Respiró hondo.

–Por nada, Nic.

–Te maltrataba.

Frunció el ceño.

–¿Cómo lo sabes?

–A mí también me pasó.

–Oh. Entiendo.

–¿Cómo era ella?

–Pues... Curiosamente, como Leia pero al mismo tiempo más tierna y más iracunda.

Asentí lentamente.

–Leia sabe cómo controlar sus emociones, pero lo hace tanto que mantiene a raya tanto las buenas como las malas.

–Me he dado cuenta. –Me miró– ¿Por qué lo hace?

–Porque le han hecho daño.

–¿Cómo le haces tanto daño a alguien que termina negando sus propios sentimientos?

–No ha querido contármelo todo, pero... Sé que algo muy malo le debió pasar.

Asintió.

–¿Por qué me lo preguntas?

–Porque he visto cómo la miras.

–¿A quién?

–A Leia.

Sabía que realmente no había notado nada de Azu hacia Leia, aunque si lo hubiera hecho al contrario. Pero también sabía que podía inducirla un poco a que se fijara más en ella.

No quiero que me malinterpretéis, no soy ningún manipulador, pero quiero mucho a Leia y me gustaría que fuera feliz. Me gustaría que alguien le mostrara que vale muchísimo, que se la puede querer, que el amor no es algo malo y la felicidad también está hecha para ella.

Por otra parte, Azuleima me cae muy bien, y sé que ella también estaría bien saliendo con Leia. Se entienden muy bien, y Azu tiene la desesperanza escondida en sus ojos. Aprendí a notarla en los ojos de Leia.

La artista frunció el ceño, extrañada. En ese momento llegó Leia, por lo que no comentó nada más. Aún así, me fijé en que la observaba más detenidamente, pensativa.



–Nico.

–Dime.

–Eres de las personas que más conocen a Leia.

–Me honra que pienses eso.

–Sí, bueno, la cosa es... Ella podría...

–¿Golpearte? No.

Azu me miró con gesto molesto.

–¿Quieres dejar de leerme la mente?

Me reí.

–Leia no podría hacer daño ni a una mosca, créeme. Ni tampoco siente celos, por lo que me ha contado. Le pusieron los cuernos varias veces siendo más joven y le dio exactamente igual. De hecho, solía tener relaciones abiertas.

–¿Desde cuando no sale con nadie?

Me pensé si ser sincero con esa respuesta. Bajé la mirada.

–Desde... que la convencí de que no saliera con ningún maleante.

–Ups.

–Sí. –Me acaricié la barbilla pensativo– Mira, Azu, si le preguntas a Leia sus motivos para salir con esos tipejos seguramente te diga que no se merece nada mejor. Ella considera que es un monstruo, así que...

–¿Por qué cree eso?

–Porque se lo han hecho creer. Le llamaban Hija del Diablo en la escuela por lo que parece. Y cuando escuchas tantas veces algo... Acabas creyéndotelo.

Azu hizo una mueca.

–Pero Leia es una buena persona... ¿No?

–Lo es.

Le conté como anécdota el día que me ayudó a cuidar de Demián. Ella sonrió con ternura.



–Leia.

–¿Sí?

Ella la observaba lanzar piedras al río distraída.

–¿Puedo hablar contigo?

–Lo estás haciendo.

–Que vengas, coño.

Leia lanzó una última piedra. Se sentó enfrente de Azu, mirándola curiosa.

La artista la observó. Abrió la boca para comenzar a hablar, pero no sabía cómo hacerlo.

Al final se acercó a sus labios y la besó. No era la primera vez, pues solían jugar a callarse así, pero esta vez la pelinegra comprendió que era diferente. La correspondió sintiendo que el corazón se le salía del pecho.

La miró a los ojos cuando se separaron. Azu sonreía vergonzosa.

–¿Quieres salir conmigo?

–Yo...

–Venga, no es tan difícil, di un "sí" o un "no" –bromeó con una risita.

–Agh.

Leia se frotó el rostro, sin saber qué mierda hacer. Estaba nerviosa, muy muy nerviosa. Miró a la artista a los ojos, pero acabó retirando la mirada.

–No... No puedo. No soy buena para ti, Azuleima. 

–Déjame juzgar eso a mí –respondió acariciando su mejilla.

–No... Azu, no. No puedo hacerte daño.

–Leia. Si pensaras sólo en ti y no en cómo podrías repercutir en mí... ¿Qué pensarías?

Apartó aún más su mirada.

–Que estoy jodidamente enamorada de ti.

Azu se apoyó en sus piernas cruzadas para acercarse más a ella. Se acercó a sus labios, esperando para perdirle permiso. Leia no se apartó. La besó.

La pelinegra le correspondió con ganas, fundiendo su miedo y su amor en un solo beso.

Cuando se separaron y se miraron a los ojos, Azu notó el miedo en ellos. Leia volvió a apartar la mirada.

–Leia...

–No, Az.

–Puedo besarte hasta que me digas que sí –bromeó.

Ella sonrió levemente.

–Puedes hacerlo. Pero te advierto que me tendrás que besar por toda la eternidad, porque no pienso decirte que sí.

–Mira, Leia. He salido con gente mucho peor que tú. No eres un monstruo. Y no vas a romperme. Si quiero salir contigo es porque confío en ello, y en cuanto me hagas daño procuraré alejarme de ti. Pero dame una puta oportunidad.

–¿Por qué debería hacerlo?

–Porque me la merezco –contestó con total seguridad.

Leia agachó la mirada.

–Te mereces ser feliz. Y no vas a ser feliz conmigo.

Azu sujetó su cabeza para hacer que la mirara.

–Mira, Leia. Si he aprendido algo, es que no quiero arruinar mi presente por preparar mi futuro, porque al final ese futuro no llega nunca. Así que, si quieres hacerme feliz, hazme feliz ahora. Y eso lo conseguirías diciéndome que sí.

–¿Quieres que salga contigo sin pensar en si seguiremos juntas mañana?

–Sí. Exactamente quiero eso.

–¿Pero qué...?

–Leia, quiero disfrutar este momento, ¿entiendes? Si quiero besarte no voy a esperar a que llegue el momento propicio porque estaría desperdiciando este momento. Y no voy a dejar de hacerlo tampoco porque piense que pueda llegar el momento en que deje de poder besarte, porque entonces sería infeliz luego pero también ahora. ¿Lo entiendes?

–Entiendo que has hablado con Nico.

Azu sonrió.

–Deja de darme largas. Dime que sí.

–Azu... Me importas demasiado como para hacerte eso.

–Confía en mí.

–Lo hago, pero no en mí.

La artista besó su frente. Leia suspiró. Sabía que con ese gesto le prometía que todo estaría bien, pero ella no se lo creía. La artista volvió a besarla. Leia notaba todas las mariposas zumbar por su cuerpo. Cuando se separaron se le escapó una breve sonrisa.

–Me tomaré eso como un sí.

Volvió a besarla. Leia se rió, separándose de ella.

–¡No puedes interpretar mis gestos como te de la gana!

–Leia, dime una cosa.

–¿Qué?

–¿Te hago feliz? –Se quedó seria observándola– ¿Te hago feliz? Porque si te hago feliz, permítete serlo por un momento.

Leia la tomó de las mejillas y la besó.

Cuando se despidieron, me llamó para contármelo todo con pelos y señales y para amenazarme de muerte. Yo sonreí. Se la notaba feliz.



 Llegué a la Universidad. Los chicos ya estaban allí. Leia, como siempre, apoyada en la espalda de brazos cruzados. No parecía haber cambiado nada desde el día anterior.

Cuando llegué a su lado, golpeó mi hombro.

–Ay –me quejé.

–¿Qué pasa? –preguntó Silvia. 

–Que intervine por ella en una relación romántica –respondí sonriendo.

–Que se mete en donde puto no le llaman.

–¿Que qué? –inquirió Carlos.

–Que se dio cuenta de que me gusta Azu y movió sus hilos de psicólogo entrometido para que ella me pidiera salir.

–¡¿Y por qué coño no me dices nada?! –se quejó Silvia.

–¡Porque no quería que pasara nada, joder! Pero tuvo que venir este puto loco a entrometerse.

–¿Le dirías que sí, no?–preguntó ilusionado Marco.

–Le dije que no.

–¿Que qué? –inquirieron él y Carlos a la vez.

–Agh. –Se separó de la pared descruzando los brazos de puro nervio– Le dije que no, pero luego me convenció, porque estos dos son muy putos y me manipulan mentalmente. Así que he terminado saliendo con ella y no sé ni yo por qué.

Se dejó caer contra la pared, que tembló debajo de mí por su fuerza, y volvió a cruzarse de brazos.

Solté una risita.

–Le has dicho que sí porque estás enamorada de ella.

–Que te calles, puto.

–Hablando de la reina de Roma –Silvia señaló con la cabeza a Azu, que se acercaba hacia nosotros sonriendo.

Leia dejó escapar un suave suspiro.

–¡Hola, chicos! –se acercó a su novia– Hey, Lei.

La abrazó.

–No toques. ¿Por qué tocas? 

Azu se separó de ella poniendo los ojos en blanco. Le sacó la lengua y le dio un pico en los labios. Leia siguió sus labios para volver a besarle con ganas.

–¿En serio no puedes darme un abrazo pero sí besarme en los labios? –preguntó sonriendo.

–Cállate –contestó antes de volver a besarla.

Comenzamos a hablar de no-me-acuerdo-qué. Leia se separó de la pared para acercarse más al grupo. Azu fue a pasar su brazo por su cadera, pero la chica la esquivó.



–Nico...

–Dime.

–No puedo más con esto.

En cuanto entendí a qué se refería, la miré preocupado.

–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

–Siempre he sabido que Leia era muy ruda, que no le gustan los gestos de cariño y tal. Pero es que es demasiado. Se comporta exactamente igual que como éramos amigas sólo que ahora me besa más e intenta meterme mano en cuanto puede. Ni una palabra de cariño, ni un abrazo... Ni siquiera quiere dormir conmigo. Me hace sentir que sólo me quiere para "eso", aunque no lo hayamos hecho y sepa que no es así, y no me gusta.

–Eres la primera persona con la que sale que realmente la quiere, Azu... Dale tiempo.

–No. Ya conozco esta historia. Me pasó con Ishtar, ¿sabes? Cambiaré, sólo dame tiempo. Pasaron cuatro años, Nico, ¡cuatro años! Y nada cambió. Sólo iba a peor. No, me niego. Si tengo una novia quiero que ella me demuestre cariño, no esto.

–No le rompas el corazón así, por favor...

–No voy a salir con ella por pena, Nic.

–¿La quieres?

–Sí. Pero ese no es el caso.

–¡Claro que es el caso!

–Quiero disfrutar el presente, Nic, no voy a estar esperándola toda la vida. Y menos si ella no me demuestra que quiere que la espere.

–Pues disfruta el presente, Az. Disfruta los buenos momentos que tienes con ella, en vez de quejarte por los momentos que no te da y que no tendrías de todas formas de estar con ella. Mira... Leia necesita tiempo para ganar confianza, tanto confianza en ti como confianza en sí misma. Yo lo sé porque le pasa con todos, a mí al principio no me hablaba, ahora bromea conmigo y me cuenta sus cosas. Poco a poco. Tú sigue abrazándola y al final cederá. Sólo no la agobies mucho.

–Yo... No lo sé, Nic. 



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