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7. No se admiten vampiritos aquí (I)

La profesora profirió una de mis mayores pesadillas: trabajo en grupos  de cinco.

Sí, sé que siendo estudiante de Psicología no debería tener pavor a hablar con otras personas, pero lo tengo. Y... Bueno, aún estoy en primero de carrera, tendré tiempo para aprender, ¿no?

–¡Ey, tú!

Miré a la enana forzuda que me llamaba. Por un momento, se me heló la sangre. Me penetraba con esos helados ojos negros repletos de odio.

–¿Tienes grupo?

Negué con la cabeza.

–No, claro que no, quién iba a querer estar contigo... –Bufó– Vente, anda, nos falta uno en el grupo.

Me quedé unos momentos parado. ¿Habría otra posibilidad? No era por discriminar, pero no me apetecía estar con una persona que te humillaba y soltaba comentarios sagaces y crueles a cada oportunidad que tenía. Aquella chica tenía fama de pisotear a la gente. A mí ya me habían  humillado bastante.

–¿Tienes tapones en los oídos o qué? ¡Vamos, que no tenemos todo el día!

Me levanté. La seguí hasta un grupo de mesas al fondo de la clase, alejadas de las demás. Ella y la chica rubia siempre evitaban cualquier tipo de contacto social imprescindible. Daban bastante mal rollo al resto de la clase, ya que nos miraban de lejos con los brazos cruzados, como si fuéramos especímenes a los que estudiar. 

–¿Nos conoces?

Negué con la cabeza. No me sabía los nombres de casi nadie de la clase.

–Aquel es Marco, este Carlos, ella Silvia y yo soy Leia. ¿Tú eres...? Además del Caballero Solitario.

Abrí la boca lentamente para responder. El tal Carlos se me adelantó:

–Es Nicolás, ¿cierto? 

Asentí.

–Se lo he preguntado a él –apuntó Leia.

–Mira, guapa, mantén la boquita cerradita si no es para decir algo del proyecto, ¿quieres? –le dijo Carlos.

Tragué saliva. Menudos huevos tenía aquel hombre. La chica sería pequeña pero todo el mundo conocía su mal genio.

Su reacción fue instantánea y amenazante, levantando el puño hacia él. Marco corrió a sujetarla, a pesar de que ella ganaba en fuerza a cualquiera de los dos.

–A mí nadie me manda callar, ¿te enteras?

–Tranquila, Leia... Está de mal humor –intentó intervenir Marco. 

–¡Pues que no lo pague con Leia! –se interpuso Silvia.

–¡Ella lo hace con todo el mundo! –se quejó Carlos.

–Chicos... –me forcé a hablar con calma– Entiendo que no os llevéis bien, pero hagamos rápido el proyecto y así no os tendréis que soportar, ¿vale?

Leia se dejó caer en su silla.

–Me gusta la idea del grandullón.

Nos pusimos a trabajar. Carlos sacó su enorme portátil de última generación, en el que pronto compartió pantalla con Leia. 

A mí me hizo gracia contemplar como ambos chicos tenían un roll de autoridad con sus respectivos amigos, Silvia por el lado de la chica y Carlos por la del chico, papel que se rompía cuando se juntaban, formando rencillas entre ambos.

Era un grupo extraño y disparejo, pero era lo normal cuando buscas a los estudiantes que se han quedado sin grupo y los juntas en un amasijo desordenado.

–¿Puedo preguntarte por qué estabas de mal humor? –preguntó Leia al joven pasado el rato.

Él gruñó.

–¿Y a ti qué te importa?

–Bueno, yo he pagado mi mal humor contigo y tú conmigo, creo que explicarnos por qué hemos reaccionado así sería una buena forma de apartar nuestras diferencias. Odio trabajar con tensión en el aire.

Al chico pareció gustarle la idea.

–Mis padres se metieron conmigo ayer. Están empeñados en que me eche novia, y no entienden que soy asexual, dice que eso son estúpidas paranoias mías y que debería probarlo antes de echarle la cruz. Que ellos quieren tener nietos y blablablá.

Leia abrió los ojos un poco más de lo habitual, interesada.

–¿Eres asexual?–preguntó Silvia.

–Sí –contestó el con mal humor–. ¿Por qué? Porque si vais a empezar a decir que...

–No, no, no –lo cortó Leia–. Es que Silvia es asexual. Asexual heterorromántica, en realidad, lo cual veo una tontería teniendo en cuenta que los tíos sólo servís para follar, pero...

–¿Te das cuenta de lo discriminatorio que es eso?

–¿Por qué? Míralo por el lado bueno: las mujeres no me sirven ni para eso.

–¿Por qué eres así? –soltó Carlos.

Marco la miraba como al mismísimo Demonio.

–No lo dice en serio –explicó Silvia–, lo dice por joder.

–¿Por qué? –pregunté.

–Porque es divertido –contestó la chica con simpleza.

–Porque no sabe interactuar de otra manera –la corrigió Silvia.

–Bueno, ¿y tú por qué coño estabas de tan mala leche que querías pegarme un puñetazo en la cara?

–Mi décimo quinto novio me dejó ayer –contestó ella.

Lo decía sin expresión, tan seria y distante como siempre, pero sus ojos revelaban que le dolía.

–Y por eso lo de que los hombres sólo sirven para follar–comentó Marco.

–No, lo hubiera soltado en cualquier otro momento, es por joder.

–Lei, si vas por el decimoquinto en cuatro o cinco años, según mis cálculos habrás salido con cien o doscientas personas para cuando te mueras... Eso si no llegas a mil–le dijo Silvia.

Ella asintió con la cabeza.

–Los hombres me van a llevar al Infierno.

–Te vas a llevar tú sola por tirártelos a todos –contestó Silvia aguantándose la risa.

Leia asintió dándole la razón.

–¿Así que son verdad los rumores? –preguntó Carlos.

–Si dicen que soy una diosa en la cama, sí.

–Más bien dicen que no tienes escrúpulos a la hora de acostarte con alguien.

–Sí, eso también.

–¿Y por qué?

–¿Por qué no? 

Carlos asintió, dándole la razón, no había ningún motivo para no hacerlo.

–¿Y no te resulta raro hacerlo con cualquiera? –pregunté– Quiero decir, no lo sé porque nunca lo he hecho, pero mis padres siempre dicen que no es peor follar que hacer el amor.

Leia me miró. Bajo su halo de seriedad y misterio me pareció ver que lle divertía la pregunta, como si el grandullón que tenía delante se hubiera convertido en un niño ante sus ojos.

–Puedo decirte que el sexo es genial, pero no puedo decirte que sea peor, porque nunca he hecho el amor.

–Pero si has estado enamorada vayas veces –comentó Silvia.

–Sí. –Hizo una larga pausa– Pero ellos no me amaban a mí.

–¿Y por qué siempre que se habla contigo se termina hablando de sexo? –pregunta la chica.

–Porque soy Afrodita.

–Creía que Afrodita era la diosa del amor, no del sexo –comentó Marco.

Ella se quedó pensando, la verdad es que no tenía ni idea.

–Agh, cállate, si yo digo que soy Afrodita soy Afrodita y punto.

–¿Sabes que eres muy prepotente? –inquirió Carlos.

–¿Sabes que eres muy insufrible?

–Chicos, relax –pidió Silvia.

–¿Por qué os peleáis tanto?–pregunté.

–¿Y por qué no? –contestó Leia.

Silvia puso los ojos en blanco.

–Leia es muy agresiva, Carlos siempre contesta a la defensiva, no son una buena combinación –contestó Marco, aburrido de tanta guerra.

–¿Y por qué os ponéis juntos?

–¿Ves a alguien más dispuesto a soportarme? –inquirió la pelinegra.

–Quizá si fueras más agradable... –soltó Carlos.

–No es por nada, pero si tú estás aquí es porque a ti tampoco te soportan.

El muchacho apartó la mirada dolido.

–Anda, sigamos con el trabajo –pedí.

Tiempo después, a mitad del trabajo, nos sumergimos en una conversación filosófica de la que ya no recuerdo todos los detalles. Por una vez, todos comentábamos en total armonía, salvo por algún comentario hiriente por parte de Leia. Eso sí, hay que admitir que aquella mujer te folla con la mente. Tiene una habilidad para unir conceptos y crear teorías impresionante. Sus compañeros tampoco se quedan muy atrás, pero llegó un momento en el que el debate se quedó en manos de nosotros dos, ya que éramos los más rápidos de pensamiento.



Comencé a sentarme en la parte de atrás de la clase, cerca del extraño grupo. Aquellos tipos tan extraños eran los únicos que conversaban de vez en cuando conmigo, aunque fuera para pedirme el sacapuntas.

Con el tiempo, Marco se hizo muy amigo mío, uniéndome con Carlos. Yo era de hablar poco, pero no les disgustaba, a parte de las miradas recelosas del gamer. Estaba claro que a aquel chaval le caía mal todo el mundo. Quizá en eso me recordaba a Leia.

La pelinegra, por su parte, despertaba en mí gran curiosidad, igual que su compañera hippie. Eran dos personajes, por lo menos, peculiares. Tenían un halo de superioridad e indiferencia que hacía pensar que se creían mejores que todo el mundo, incluso que lo eran. Pero en cuanto hablabas unos minutos con ellas te dabas cuenta de que se colocaban en lo más bajo de la sociedad. Se consideraban a sí mismas personas repugnantes con las que nadie querría trato alguno. Y, aún así, te miraban por encima del hombro.

A Leia le gustaba entablar conversaciones esporádicas conmigo. Yo tenía la sensación de que inspeccionaba mi mente, de que la estudiaba. Siempre hablábamos de cosas extrañas, filosóficas. Yo contestaba a cada una de sus preguntas y teorías, aunque no supiera a qué venían. El resto del tiempo me trataba como a todo el resto del mundo: como si no existiera.



Estábamos en un cambio de clase, sentados en las escaleras que subían a la Universidad. Era un lugar tranquilo. Por suerte para nosotros, en la facultad la gente suele meterse en sus propios asuntos, no como en el instituto.

Pero siempre hay excepciones.

Marco y Carlos hablaban del videojuego favorito del pelinegro. Yo los escuchaba en silencio.

–Mirad aquellos tres, ¿serán raritos? Mi amiga de Psicología me ha dicho que nunca hablan con nadie, y que cuando lo hacen murmuran cosas extrañas. Dicen que el gordo parece hacer ritos satánicos en su tiempo libre, que el bajo es friki y el alto maricón. 

–Así son los raritos: nadie los quiere y ellos se juntan.

Carlos y marco agacharon la cabeza, dolidos.

–Hey, venid –murmuré.

Ellos me miraron sin comprender, pero se levantaron conmigo para seguirme. Me acerqué al rinconcito que solían ocupar Silvia y Leia cuando había tiempo entre las clases. No les gustaba estar dentro de la Universidad, con toda la gente, así que se quedaban en los jardines. Las encontré allí.

–¿Os importa si nos quedamos por aquí hasta que vuelvan las clases, chicas? –pregunté dubitativo.

Leia nos escrutó con la mirada. Marco y Carlos se escondían detrás de mí, evitando ser el franco de más insultos. Debía parecerles una idea absurda escapar de una serpiente para acudir a otra.

–¿Por qué?

–Una chica se estaba metiendo con nosotros. A vosotras os tienen demasiado respeto como para acercarse.

Entrecerró los ojos.

–¿Quién?

Señalé con la cabeza.

–¡Será gilipollas! ¡PALOMA! –gritó, haciendo que la rubia la mirara– ¡APRENDE A METERTE EN TUS PROPIOS ASUNTOS, CABRONA!

La chica bufó y apartó la mirada de Leia, no parecía querer meterse en problemas.

–¿La conoces? –preguntó Silvia.

–¿Que si la conozco? Es el puto Diablo en persona. Y la mejor amiga de la amiga de mi mejor amiga. –Puso los ojos en blanco– La llevo soportando desde el instituto. Estaba en mi clase y decía que era la hija del Demonio, que mataría a alguien y blablabla.

–¿Por qué?

Leia sacó su navaja y se señaló de cuerpo entero.

–¿A ti qué te parece?

–¿Por qué llevas una navaja encima? –preguntó Marco.

–Para sacar punta. –La miré frunciendo el ceño– Y para resultar más amenazante, que soy muy bajita.

–Ya resultas amenazante sin saber que llevas eso –comenté.

–No os lo toméis a mal, pero a vosotros hasta Paloma os resulta amenazante. Y es una arpía. Tiene  veneno en la lengua, pero nada más. Le das un puñetazo en la boca y se calla.

–¿Lo has hecho? –pregunté.

–Sólo una vez. Me tocó demasiado los cojones. Me expulsaron del instituto.

–¿Qué te dijo? –preguntó Carlos.

Ella negó con la cabeza restándole importancia.

–Mira, allí están los matones del otro día –comentó Carlos a Marco.

Las chicas siguieron sus miradas.

–¿Qué os hicieron? –preguntó Silvia.

–No sé, que maduráramos y cosas así.

–Estábamos jugando con la consola de Carlos.

–¡ASHTON! ¡LUKE! –gritó Leia– ¡VENID AQUÍ AHORA MISMO!

Todos la miramos con urgencia. ¿Cómo se atrevía?

Los muchachos se miraron entre sí antes de acercarse a nosotros, separándose de su grupo.

En cuanto llegaron, Leia le atizó una bofetada en la mejilla al pelinegro.

Creo que todos sentimos cómo nos dejaba de latir el corazón en el pecho.

–¡Eres un cabrón, Luke! ¡¿Por qué te metes con chicos a los que ni siquiera conoces?! ¡Luego mamá dice que tú eres un santo?!

El joven la miró frotándose la mejilla.

–Que yo sepa, aquí eres tú la que más se mete con todo el mundo –comentó Ashton.

–Sí, pero no es lo mismo. Que yo diga algo malo de alguien hace que me odien a mí, que vosotros lo hagáis hace que odien a la otra persona. Y estos tipejos ya tienen bastante encima con ser ellos mismos.

–¡Oye! –se quejó Carlos.

–Tú calla, que te estoy defendiendo.

–¿Quiénes son? –preguntó Luke.

–Sí, eso deberías de preguntarte antes de darles caña. –Luke inquirió con la mirada, ella se lo pensó– Son colegas míos.

–Vale, –Nos miró– lo siento, chicos.

Ashton suspiró.

–No sé qué os diríamos, pero lo siento.

–Así me gusta –contestó Leia apretándole las mejillas como si fueran niños pequeños. Ellos la miraron con enfado–. Por cierto, chicos, –Se giró a mirarnos– estos son mi hermano y mi cuñado.

–¡Leia! –se quejó el que supuse, por nombre y apariencia, que era su hermano.

–¿Qué? Sois maricones, vale, superalo.

–No me llames maricón.

–Okay, gay de pelo en el pecho.

 Él la miró entrecerrando los ojos.

–¿Puedes dejar de joder?

Leia hizo como si se lo pensara.

–Me plantearé tu propuesta. Mientras tanto, planteate tú no tocar los huevos a estos. Son mi escoria, me meto con ellos yo, no tú.

–De acuerdo, princesa –contestó Ashton con hastío–. ¿Nos concede pirarnos ya o qué?

–Sí, largo.

–Hasta luego, hermanita.

–Ciao, payaso.

Nos quedamos mirándola sorprendidos mientras se iban. Nos echamos a reír.

–¿Y a vosotros qué os pasa? –preguntó ella confusa.

–Nada, nada...

–Nos has defendido –comentó Carlos.

–Ya, bueno... No os acostumbréis.

Pasó entre nosotros para volver a su habitual postura apoyada en la pared de brazos cruzados.

–Gracias–contestó el joven con sinceridad.

Leia lo miró a los ojos. Por unos segundos, su halo de indiferencia pareció caer, pero volvió a colocárselo mirando al suelo.

–¿Por qué lo has hecho? –preguntó Marco, aún sorprendido de que alguien lo protegiera.

–Porque yo he estado en vuestro lugar. Y sé lo jodido que es.

–¿Cómo dejaste de estarlo? –preguntó Carlos.

Leia lo miró a los ojos de nuevo.

–Ese es un secreto que no pienso confesarte. Si quieres que dejen de molestarte, acude a mí, pero no te diré cómo hacerlo por ti mismo.

–¿Por qué?

La chica tardó en decidir si contestar.

–Porque os convertiríais en un monstruo como yo.

Nos quedamos en silencio, hasta que yo me atreví a romperlo:

–No eres un monstruo. Los monstruos no ayudan a la gente.

–Os he humillado e insultado millones de veces. Os he ayudado una vez. Revisa tus cálculos, campeón.

–Pero no te metes con nosotros porque quieras hundirnos –contesté. Me miró entrecerrando los ojos–, lo haces porque pagas contra nosotros el odio que sientes por ti.

Pareció molesta, lo que me hizo tragar saliva y pensar si irme. Silvia la miraba preocupada, ya que Leia me miraba con los ojos inexpresivos y la boca cerrada herméticamente.

Hasta que decidió abrirla:

–Eso no me hace menos monstruo.


–¿Hay algo que no nos hayas contado? –me preguntó mamá.

Mi padre me miraba con una sonrisita que hacía que le brillaran los ojos.

–¿Por qué?

–Venga, somos tus padres... Hay alguien, ¿verdad?

Sonreí vergonzoso mirando al suelo. Miré mi pantalla, donde mantenía una conversación sobre la teoría del Psicoanálisis con Leia.

–Hay una chica. Pero no tenemos nada.

–¿Ves? ¡Te dije que había algo! –exclamó mi madre.

Me reí avergonzado.

–Tampoco os hagáis ilusiones... No creo que yo a ella le guste.

–¿Por qué? Eres un buen chico.

Estuve a punto de decir "por eso mismo", pero me lo callé.

–No sé, mamá, un presentimiento. Aún así, también hay algo más.

–¿El qué?

Sonreí, levantando la cabeza para mirarles alegre.

–Tengo mi primer grupo de amigos. Son unos chicos fantásticos.

–¿Cómo son?

Me pregunté cómo responder sin que mis padres pensaran que no entendía la definición de "fantásticos"

–Está Marco, que es un chico súper alegre y cariñoso, de esos que siempre intentan reconfortar a todo el mundo. Luego Carlos, es un poco arisco, pero en el fondo es muy simpático y bromista, sabe un montón de datos interesantes sobre todo. Silvia, es algo tímida y habla poco, pero... Es una chica encantadora. Y por último está Leia. Es un poco la que nos ha ido juntando a todos. Es un poco seria y gruñona, pero es la persona más inteligente que conozco y le gusta ayudar a los demás.



Llegué al aula. Los chicos no habían llegado aún, así que me senté delante de Silvia. Sabía que ocupar el lugar a su lado era sagrado: estaba reservado sólo para Leia.

Vi entrar a la pelinegra. La observé disimuladamente, viendo cómo andaba con ese porte seguro y altivo, caminando a zancadas, evitando cruzar la mirada con alguien. Sus pasos eran más fuertes de lo habitual y apretaba los puños. 

–¡No te puedes creer lo que me ha dicho mi madre, tía! –exclamó.

No parecía ser consciente de que yo estaba justo delante. Se sentó en su sitio enfadada, de brazos cruzados, bufando y dejando las piernas estiradas. Algunos compañeros se giraron a mirar por el ruido estruendoso que había hecho al caer en la silla; pero en cuanto arrugó la nariz dejaron de hacerlo.

  –¿Qué pasa, Leia? –preguntó Silvia mirándose las uñas. 

–Mi madre, que estábamos ayer hablando y me vino a decir querealmente no creía que fuera a tener nunca una pareja estable, y que ya quetenía un nombre de personaje ficticio quizá alguien ficticio era loúnico apropiado para mí, porque alguien con los pies en la tierrano me soportaría. ¡Me encanta el amor de madre, joder!

–¿Pero tú no decías que te importa un carajo tener parejacomo si estás soltera?

–Sí, pero esa no es la cuestión, joder.

–¿Y entonces qué?

–Que mi propia madre me diga eso. Menos mal que no hago ni putocaso a nadie, según dicen, porque si no tendría una autoestima demierda.

–Ya... La verdad es que es jodido que tu madre te diga algoasí. ¿Y por qué fue?

–Nada, que dice que soy una antipática, que soy más fría queel hielo y que podría demostrar algo más de cariño de vez encuando. Porque mi hermano Luke me abrazó por detrás mientras estabahaciendo la cena, le dije que se quitara porque me agobia que melimiten mi espacio vital mientras estoy haciendo cosas, me abrazómás diciendo "¡aaay, pero con lo que yo te quiero!" y leempujé diciendo que se fuera a dar por culo a otra parte. Y ya dicemi madre que voy a quedar más sola que to' como no aprenda acontrolar mi carácter y blablabla blablabla. Y luego con Luke siemprees a lo "¡ay que suerte tiene Ashton de estar con un chico comotú! ¡Ay que dulce es mi niño! ¡Ay que apañado que eres!".Vale, me conozco, sé como soy, y me mola serlo, sé que no estoyhecha para estar en pareja y que mi actitud no agrada a la mayoría,y me parece genial que sea así, no necesito que vengan a echármeloen cara.

–Lo sé... Pero no sé, Leia, quizá... Ya sabes que yo opinocomo tú y que creo que todo el mundo debería ser quién es. Perotambién opino que a ti no te cuesta nada quitar a tu hermano mássuavemente, callarte el comentario o darle de vez en cuando algunamuestra de afecto a tu madre, contestar a los "te quiero", nosé...

La miró enfadada.

–Es... mi puta... manera... de ser.

–¿Pero qué pierdes por decirle "te quiero" a tumadre o recibir bien un abrazo?

Le dirigió una mueca arisca.

Vio entrar a la profesora y se colocó detrás de la mesa conmi silla.

–Anda, calla, que empieza la clase. ¿Y tú qué miras, Nicolás? ¿Tengo monos en la cara o qué?

Negué con la cabeza y me giré hacia delante.

A mí me parecía extraño el comentario de su madre. Para mí, Leia era una mujer magnífica con la que cualquiera tendría suerte de salir. Ojalá se fijara en mí. 

En el descanso de clases, como en todos, nos juntamos en el rinconcito de siempre. Leia solía tontear con Marco, siguiéndole el juego, hablaba con Silvia y pegaba a Carlos. Yo solía mirarle.

Me daba la impresión de que a Marco le gustaba Leia de verdad (lo que no me extrañaría), mientras que Leia se lo tomaba a broma; pero no lo sabía con total certeza.



Días más tarde, escuché a uno de mis hermano hablando del personaje del libro que estaba leyendo y una idea surgió en mi mente. No sabía si debía hacerlo o no, pero terminé trazando un plan y armándome de valor. No sabía si sería capaz de llevarlo a cabo.

Vi a Leia sacando punta a un lápiz con su navaja, sentada en su mesa. Silvia aún no había llegado y Marco y Carlos nunca se sentaban al fondo de la clase, así que era uno de los pocos momentos en los que podía hablar con ella a solas.

Me apoyé en su mesa. Miré la navaja dudoso antes de saludarla. Acerqué una silla y me senté a su lado, mientras ella seguía pendiente a su labor, sin siquiera mirarme.

–¿Sabes...? Hay un personaje en Sombra y hueso que sellama Nikolai...

–Si vas a recomendarme que me lea ese libro ni se te ocurraspoilearme antes tus impresiones como siempre –me cortó.

–No... No es eso...

–Pues entonces no sé para qué me lo cuentas. Me importa unaputa mierda cómo se llame un personaje de un libro. ¿Sabes que noexisten, verdad?

–Por supuesto.

–Respuesta equivocada. Un personaje suele ser un conglomeradode ideas y cualidades que un escritor atribuye a un ente al que lepone nombre, esas ideas existen y esas cualidades también, por lotanto, de alguna forma, esos personajes existen. De hecho, no sabescuándo el personaje es una parte del escritor o es realmente unproducto de su mente, o un reflejo de cualquier otra persona. ¿Cómopuedes decir tan claramente que no existen? Quizá en algún punto deeste mundo, exista alguien con las mismas características ycualidades que Harry, que no tenga magia, pero que sea Harry. ¿Cómopodrías negarle su existencia si existe alguien que es igual que él?¿Acaso tú no sueñas y experimentas cosas que no han acontecidocomo les ocurre a los personajes de historias fantásticas? ¿Acasono hay historias iguales a las que cuentan algunas novelas realistas?

Sabía que lo que más le gustaba a Leia de mí era que siempre le siguiera el juego en sus interesantes comidas de olla, pero tenía los nervios demasiado a flor de piel como para seguirle el juego.

–Sí... Pero no he venido a discutir eso, ahora no quierofilosofar, Leia.

–Joder, encima de que me lo curro... Con lo que me gusta a mítener una persona a la que no le aburran mis filosofeos y que meconteste. –Suspiréó dramáticamente, aún sin separar la vista de su lápiz y su navaja– En fin, ¿qué quieres?

–Mmm... Bueno. Nikolai... Nico. Es mi nombre... Como tú con tupersonaje de Star Wars.

Me moría por poder continuar antes de que pensara que era idiota, pero la vergüenza me mataba aún más, oprimiendo mi garganta.

–¿Qué quieres, un pin o una chapa?

Respiré hondo.

–La cosa es que... El otro día te escuché hablar con Silvia.Sobre eso de que tu madre decía que tu nombre sería una premoniciónde que sólo podrías salir con un hombre ficticio... Y... Bueno, lohe buscado y... Creo que yo podría ser ese personaje ficticio, oh,reina de las galaxias.

No fue hasta ese momento que giró su cabeza hacia mí de golpey se quedó con la mirada clavada en mis ojos. Casi parecía suplicar que se tratara de una broma. Por una vez, su miradano era seria, sino un gesto indescifrable de sorpresa y espanto. Temí haberla cagado hasta el fondo.

Entró el profesor.

–Bueno... Sólo piénsatelo... –añadí levantándome, intentando arreglarlo. Las piernas me temblaban– Deverdad que no te haces una idea de lo que me gustaría salircontigo... -Hablaba con la cara completamente roja, mirando alsuelo- Me gustas mucho... Y sé que no es la mejor pedida del mundo,pero... En fin. De verdad que me gustaría compartir mi felicidadcontigo y apoyarnos en los malos momentos, como una pareja. Sólo...piénsalo.

Le di un beso rápido en la frente, no sé ni por qué. Me senté alejado de ella, para no soportar la tensión en esa hora de clase.

A partir de ese momento, ella pareció evitar quedarse a solas conmigo, aunque me llamaba Nikolai de cuando en cuando, sacándome una sonrisa. Yo decidí darle un tiempo antes de volver a intentar hablarlo con ella.


–Hola, Leia. ¿Qué pasa, Nikolai? –nos saludó Carlos.

–No me llames Nikolai -contesté amenazante.

–¿Por qué no? Si Leia lo hace.

–Sí, pero sólo Leia puede.

–¡Discriminación! 

Leia me miró con curiosidad, al igual que Silvia. Marco parecía haber sembrado la duda en sus ojos. Carlos comenzó a hablar de uno de sus videojuegos.

La mejor amiga de Leia, Valeria, se acercó a nosotros. Iba de la mano de una chica. Me fijé en sus ojos aguamarina cubiertos por su flequillo negro.

–¡Leeeeeiiiii!

Se acercó a la pelinegra para abrazarla. Ella puso los ojos en blanco, sin descruzar sus brazos.

–Tres... Dos... Uno...

Valeria la soltó con una sonrisa.

–¿Si te pego nada más acercarte dejarás de abrazarme?

–Oh, venga, no seas tiquismiquis.

Volvió a poner los ojos en blanco. Se fijó en su acompañante.

–Hola, Ali. ¿Qué tal todo, preciosa? –preguntó guiñando un ojo.

–¿Quieres dejar de tirarle la caña a mi novia?

–Si quisiera hacerlo, ya lo hubiera hecho.

La aludida se rió.

–Vale, sabes que es hetero y que sólo lo hace para molestarte. Deja de quejarte y dejará de hacerlo. O bueno... No lo hagas –guiño un ojo a Leia con una sonrisa, quien le devolvió el gesto.

Valeria miró a su amiga con los ojos entrecerrados, pero acabó riéndose. Abrazó por la espalda a su novia besándole el cabello.


–¿Por qué sólo yo puedo llamarte Nikolai?

–Soy Nikolai cuando soy el chico que se ha enamorado de ti...Algo íntimo entre los dos, ¿vale? Sé que no te gusta usaradjetivos posesivos con una pareja, ni a mí tampoco, porque nadie esposesión de nadie. Pero ese nombre es tuyo. Porque Nikolai es elpersonaje de tu historia que intenta llegar hasta la Galaxia parapoder estar con su Reina Leia.

Ella dejó que su comisura derecha se elevara mínimamente, sonrojándose levemente.

Me pareció que era la primera vez que un hombre le pedía salir con cariño y no con seducción.

–¿Y como piensa hacer Nikolai para llegar hasta la Galaxia?

Eso no lo había pensado. Leia pareció notarlo, porque me miraba divertida. Suerte que tengo una gran imaginación cuando de romanticismo se trata.

Recordé cómo me solían llamar en el instituto, algo que odiaba, pero que me servía para esta ocasión.

–Eh... Bueno, dicen por ahí que soy un vampiro. Así quellegaría volando, hasta que se le cansaran las alas, sabiendo quevaldría la pena por descansar en los brazos de su majestad.

Sonrió con picardía y me cogió por las solapas de la chaqueta, poniéndosede puntillas para besarme. Sus labios me supieron a gloria. Al contrario de lo que me esperaba, eran dulces y suaves. Se apoyó en mi pecho y pasó un dedo tentador por mi pecho,dibujando formas difusas. Si en algo era experta Leia, era en el arte de la seducción, pero no era eso lo que yo buscaba de ella. Quería su amor, no su cuerpo.

–Me gustan los vampiritos... ¿Por qué no me muerdes elcuello?

Noté que me había quedado rígido tras su beso al intentar moverme de nuevo. Agaché la cabeza lentamente y posé los labios con dulzura en su cuello.Sólo la rocé. Ella pareció perder la respiración por un segundo.

Me miró a los ojos. Estaba asustada, por mucho que se forzara para mostrarse seria.

–¿Y... qué quieres tú de mí, Nikolai?

–Quiero empezar una nueva novela contigo –respondí cogiéndole la mano y mirando al suelo con vergüenza–. Una que duretanto tiempo como lo que tarde mi ataúd en volver a sumergirse en elsuelo y su majestad en volver a cabalgar con las estrellas. Una queme llene por dentro y me recuerde que tú estás ahí fuera. Una comoRomeo y Julieta pero con un final feliz e inmenso.

–Pues... Tenemos un problema, Nico... -se alejó de mí paramirarme– A mí nunca se me dieron bien las novelas de amor... Yo soymás de 50 sombras de Grey; pero sin látigos y sadismos.

Me quedé quieto, mirándole, analizando la situación. Forzando a los engranajes de mi cerebro a funcionar rápido para encontrar una respuesta.

–Nunca me gustaron las novelas de miedo hasta que encontré lanovela indicada. Déjame adentrarte conmigo en nuestra historia antesde decirle que no, por favor.

–No sé, Nico, yo...

Suspiró frotándose la frente.

A mí me dolía ver el miedo en sus ojos. ¿Qué le habrían hecho para que estuviera así? 

–Prometo que no te haré daño...

Me miró furiosa, dándome a entender que había acertado.

–Ese no es el problema, Nikolai, oh, rey de los murciélagos.El problema es que te lo haga yo. Eres un chico muy dulce, muy bueno,y... No quiero hacerte daño.

–Pero yo quiero estar contigo, Leia. No creo que vayas ahacerme daño.

–Entonces no me conoces, Nicolás. Tú eres tierno, romántico,sensible, adorable, bonachón, amable, inocente, gracioso... Yo soytodo lo contrario. Soy fría, calculadora, irascible, capulla,agresiva, manipuladora, pervertida... Una puta piedra, vamos... Odiolas muestras de cariño y los romanticismos, Nico. No soy para ti. Yno quiero hacerte daño. Si un peluche abraza a una piedra picuda serompe. No quiero romperte.

–No lo harás, Leia... Si eso es lo que te preocupa, te prometoque te dejaré si veo que tienes razón. Pero por favor, quierointentarlo... Quiero estar contigo. Y sé que tú también quieres,en el fondo, aunque lo niegues. Por favor, aguantaré lo que sea.

Me miró suspicaz.

–¿Soportarías una relación abierta?

–Sí.

Me devolvió una mirada extrañada y asombrada.

–¿Qué? No me perteneces, ni tu cuerpo ni tu vida lo hacen. Site lías con alguien, es tu cuerpo y es tu vida. Yo sólo te pido queestés conmigo y que no me hagas falsas ilusiones: que si me dicesque me quieres sea de verdad. Pero no puedo prohibirte nada. No creoque yo me liara con nadie que no fuera mi pareja, aunque quizáalguna vez lo haga. Pero si lo haces tú, es cosa tuya, yo sólo tepido confianza, sinceridad, y que si llegáis al sexo tengasprecaución por dos. Pero sigue siendo tu cuerpo y tu vida. Ahorabien, si veo que no estoy a gusto con ello y que no me merece lapena, tendré que plantearme si quiero seguir así o no; pero yo novoy a prohibirte nada. No eres mía, y lo que decidas hacer es cosatuya. Eso sí: si te lías con otro teniéndome a mí delante no loentenderé, porque puedo comprender que tengas ganas y te tires aalguien, pero no que prefieras a otro antes que a mí si decidessalir conmigo, porque supondré que realmente no quieres tanto estarconmigo.

Bufó sacudiendo la cabeza. Clavó la vista en el suelo.

–Lo siento, Nico... Pero no.

–No vas a hacerme daño. –La cogí de la barbilla para ver sus ojos, en los que encontré frustración, desesperación, tristeza,rabia. Leia apretaba los puños con impotencia– ¿Por qué te temestanto?

–No serías la primera persona a la que veo romperse por estara mi lado.

–Pero tampoco voy a ser la siguiente.

–No, Nico, no... Porque pienso evitarlo. Olvídate de mí,¿quieres?–Respiró hondo, llevándose las manos al rostro– ¿Eres capaz de aceptar un no? No voy a salir contigo. Y no vuelvas a preguntármelo, porque mi respuesta seguirá siendo no.

Me dio la espalda, alejándose de mí. Sentí como mi corazón daba un vuelco. La observé caminar, todo su cuerpo temblaba de impotencia.

–¡Leia! Espera. –Me miró con rabia– ¿Amigos, no?

Sus mirada se ablandó. Parecía, incluso, sorprendida de que no quisiera alejarme de ella después de que me hubiera rechazado.

–Claro... 

Caminé hacia ella. Pasé el brazo por sus hombros para romper la tensión. Me tragué mi dolor para que ella no soportara verme llorar. No podía salir con ella, vale, pero no quería perderla como amiga.

–Tengo la moto aparcada cerca. ¿Te llevo a casa?



Dedicado a @eslloal , quien me pidió que hiciera un one-shot de cómo sería si Leia y Nico se hubieran conocido pero esta no hubiera aceptado salir con él. Lo publicaré en dos partes porque esta ya sobrepasa las 5000 palabras.

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