2. Si Nico no existiera.
Llegas a la Universidad, como un lunes cualquiera. El viernes pasado te reconciliaste con Melca después de un mes sin que hablarais. Menuda novedad.
Te encuentras con tu grupo: Sam, Zahara, Leonor y Fabiola. Hubieras querido hablar con Leia, tu mejor amiga, de todo lo ocurrido con Meca; pero no pudiste porque ella estaba con su novio. De todas formas, tampoco te importa mucho: si de pequeña era brusca y arisca, ahora lo es cada vez más.
—Hola, chicas.
—Hola, Val. ¿Qué tal todo?
—Bien. Ayer me reconcilié con Melca por fin.
—¿Y todo bien?
—Sí.
—Valeri, no me gusta esa chica para ti... —cometna Fabiola— Te está haciendo daño.
—Sí... —Suspiras— Lo sé. ¿Pero qué le hago si no puedo controlar a mi corazón?
Ves a Leia cruzar los paseillos universitarios. Parece que tiene prisa.
La has visto llegar de lejos. Al fin de cuentas, sus vestimentas negras y esos pelos que parecen un girasol oscuro por su cresta se ven de lejos. Además, crees que es la única persona que tiene un pinsir en cruzando la ceja de todo el campus. Eso por no hablar de la cicatriz tan fea que cruza su labio... Todo un elemento. A veces hasta a ti te da miedo.
Leia llega al aula. Se escabulle entre los grupos de alumnos para llegar al final y se sienta al lado de Silvia.
—Ya pensé que no venías.
Contesta con un bufido.
—¿Pasa algo?
—He dormido como una puta y reverenda mierda.
—¿Y eso?
—Leandro.
—¿Qué hizo?
—Tenía... demasiadas ganas de juerga.
—Podrías decirle que no de vez en cuando.
Leia hace una mueca. Mira a la profesora entrar en la clase con hastío. Quita la mochila de su mesa y cruza los brazos sobre ella.
—Buenas noches.
Apoya la cabeza sobre sus brazos. Silvia se dispone a tomar apuntes por las dos.
A mitad de la clase, la profesora manda un trabajo en grupo. Empuja a Leia para despertarla. Ella gruñe.
—Grupos de cuatro.
—¿Qué? ¿Otra vez? Joder...
Se incorpora. Se estira sin pudor alguno, echando un vistazo a los especímenes de la clase. Hace un gesto con la mano al nerd de la clase, que, como de costumbre, está solo con el que tiene pinta de maricón. Él se acerca a ambas con recelo.
—¿Qué?
—Tú, con nosotras. ¿Te llamabas...?
—Carlos.
—Eso.
—¿Y qué te hace pensar que quiero ponerme con vosotras?
—Que estás más sólo que la una, capullo.
—Tengo a Marco.
—¿Ah, sí?
Lo señala con la cabeza. Carlos se gira. Marco se ha puesto con otras tres chicas.
—Está bien... Nos falta una persona.
—Sé contar, gilipollas. Silvia, ¿algún espécimen suelto?
—Está el feo.
—Mejor. Así Leandro no tendrá motivos para ponerse celoso.
—¿Qué? ¡No! —se queja Carlos— Ese tío nunca hace nada, le haremos todo el trabajo.
—¿Ves a alguien más que quiera ponerse con nosotros? —espeta Leia— No, ¿verdad? Mira, idiota, por si aún no te has dado cuenta, tú, como nosotras, eres parte de la roña de la sociedad, de los que sobran. Si querías poder elegir con quién vas a trabajar, haber nacido de otra manera.
Carlos bufa. Se sienta a su lado de brazos cruzados.
—¿Siempre eres tan agradable?
—No, a veces soy peor.
Silvia llama al otro individuo. Leia respira hondo, exasperada. ¿Por qué la obligarán a soportar a la gente?
Sales de la facultad. Has quedado con la pelinegra en la puerta. Esperas mirando a la gente pasar, hasta que la ves. Te acercas a ella.
—Hey, puta.
—Hey. ¿Qué tal?
—Odio mi vida. Mátame y haz esta tortura más leve y llevadera.
No te la tomas en serio. Son los típicos comentarios de Leia. Echáis a andar una al lado de la otra, ella con las manos en los bolsillos.
—Las clases aburren.
—Demasiado. ¿Cómo te fue con la beata?
—Bien. Lo hemos arreglado.
—Deberías haber aprovechado ese mes para olvidarla.
—Leia, es mi amiga.
—Una amiga que no te merece.
—Pero la quiero.
—Que la quieras no significa que debas permanecer a su lado. Huye de lo que te haga daño.
Suspiras.
—No quiero perderla.
—Pues, al menos, olvídala.
—¡Hey, Valeria! ¡Tortillera! ¿Qué tienes hoy de comer, bollos?
Pasas olímpicamente de los chavales, que se ríen de sus propias gracias. Leia se gira a ellos furiosa.
—Hey, Leia, tranquila...
Demasiado tarde. La mujer ya está al lado de ellos. Levanta al que ha hablado del cuello de la camiseta y lo estampa contra el tronco de un árbol.
—¡¿Qué has dicho?! ¡Repite eso, capullo! ¡Con mi amiga no te metes, entiendes!
Intentas tirar de ella, sin ningún resultado. Los amigos del chico le piden clemencia.
Leandro llega con vosotras y coge a Leia de la cintura, separándola del árbol. Ella se lleva al chaval consigo.
—Suéltale, muñeca.
La pelinegra lo tira al suelo con desprecio.
—¿Qué ha hecho? —pregunta su novio con aire de superioridad.
Lo mira como el dueño del universo que se cree que es, con esos aires suyos tan altaneros. Tiene el pelo rapado y las orejas llenas de pinsirs. Es alto y más fuerte que Leia.
—Se ha metido con Valeria.
—¿Con que has molestado a mi chica, eh, mequetrefe? —replica Leandro acercándose a él.
Le escupe en la cara con desprecio.
Los amigos del chico se acercan a él intentando levantarlo del suelo.
—Nosotros ya nos íbamos, señor... Nos... Nos vamos. ¡Lo siento!
Leandro los deja marchar. Les da la espalda como la escoria que son. Se acerca a Leia agarrando su trasero y la besa en los labios.
—¿Cómo estás, muñeca?
—Bien, ¿y tú?
—Bien, bien.
—Yo... Tengo que irme a casa —dices sin levantar la mirada del suelo.
No te gusta el novio de tu amiga. No te gusta nada. Ni siquiera te gusta compartir aire con él. Sí, lo sé: se te nota a leguas.
—Adiós, puta. Te veo mañana.
Estás en la Nave, la casa de Leia. Estás tirada en su cama mientras ella hace pesas.
—¿Sabes? Había pensado en llevarte a un pub para ver si conocieras a alguien y te despejaras un poco de tu Melquimosis. Pero Leandro me ha dicho de quedar.
—No creo que un pub sea el mejor sitio para ir a conocer a alguien...
—¿Por qué no? Yo conocí a Leandro allí.
—Ya... ¿Sabes? A mí tampoco me gusta ese chico para ti.
—No es tan malo. Tiene sus cosillas, como todos.
—Leia... Digas lo que digas, ese tío es una mala influencia. No estudia ni trabaja, se mete en peleas cada dos por tres, hace carreras de motos peligrosas... No sé, todo lo que hace huele a peligro. Y no sólo eso: no me gusta cómo te mira.
No es como si me pudiera permitir mucho más... Piensa ella. Pero no lo dice.
—Pero es a mí a quien me tiene que gustar, ¿no?
—Por supuesto que sí.
—Y no te preocupes por lo demás, sé cuidarme.
—Lo sé, Lei.
La pelinegra llega a su casa tras varios días sin pisarla. Para su sorpresa, la puerta está cerrada, y ha vuelto a perder las llaves. Llama con impaciencia. Le abren.
—¿A buenas horas, no? —espeta a su padre.
Él la mira apenado. Frunce el ceño. Abren la puerta del todo. Están los tres allí, en torno a una enorme maleta.
—Lo siento, Leia, pero... Ya eres mayor de edad y... Tienes que irte de casa —Se le corta la voz.
—No podemos más... —continúa su madre llorando— Lo rompes todo, no te empeñas en tus estudios y ya te han llevado varias veces a la comisaría... Lo siento, pero... Vas a tener que buscarte la vida por tu cuenta.
Luke coge la maleta de las manos de su padre y la acerca a ella, no queriendo que alguno de sus progenitores se acerque en mitad de un ataque de cólera a su hermana. Ella los mira seriamente, apretando la mandíbula.
Coge la maleta que le pasa su hermano sin pensar, en automático.
Por dentro, se siente vacía. Como si acabaran de cortar el único hilo de cordura que le quedaba.
Las emociones se agolpan en su interior. No sabe identificarlas, sólo sabe que le oprimen el pecho, asfixiándola.
Entonces, reacciona de la única manera que sabe: empuja la puerta con todas sus fuerzas, rompiendo una de las bisagras. Coge la maleta y se va de allí, sin un rumbo fijo. No quiere vivir con Leandro, a pesar de que se pasa en su casa casi todo el tiempo; pero... ¿Qué más le queda?
No puede irse a casa de Valeri, sus padres son amigos de los suyos, y si han querido deshacerse de ella no le parece justo obligarles a seguir viéndola.
La única persona que conoce que vive en un piso de estudiantes es Sam, la amiga de Valeri, pero le tiene miedo.
Sólo le queda Leandro.
Meses más tarde, veis una actuación en el campus. Es sobre la diversidad. Te llama la atención un baile que hacen enseñando cuadros y cantando cómo es cada persona. También el baile del final, en el que danzan una pareja de chicos, otra de chicas y otra de un chico y una chica.
—La rubia es guapa —comentas.
—Lígatela —bromea Melca.
Niegas con la cabeza.
—Ya tengo los ojos puestos en alguien.
—¿Ah, sí? ¿En quién?
—En alguien a quien nunca debí perder. Y que no creo que me acepte de nuevo, pero...
Estás en el parque. Ella está a tu lado en el banco. Quitas un mechón de pelo de delante de sus ojos.
—De verdad que lo siento mucho por todo lo que hice.
—Ya me lo has dicho un millón de veces, Valeri. De verdad que no pasa nada.
Le sonríes con vergüenza. Sus ojos aguamarina te devuelven el brillo.
—Ali... Quería decirte algo.
—Dime.
—Yo... Eh... ¿Te...? ... ¿Quieres ser mi novia? Empezar de cero, como si aquello no hubiera pasado. —Ella se te queda mirando, petrificada— Sé que tendrás dudas, y lo entiendo; pero... —Suspiras— ¿Sabes eso de que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes? Creo que es cierto, aunque sea darse cuenta tarde y... Espero que no sea demasiado tarde para ti.—Coges sus manos entre las tuyas y las besas— Respóndeme cuando quieras, entiendo que necesites tu tiempo para pensártelo.
La miras a los ojos. Ella te sonríe tímidamente. Se tapa los ojos con sus manos claras.
—Yo... No sé qué decir.
Te ríes para aflojar el nudo en tu estómago.
—Pues no digas nada.
Baja las manos lentamente. Te mira a los ojos. Se acerca a ti y te besa. Es un beso dulce, lleno de añoranza. Te pegas más a ella llevando tu mano a su nuca y la besas con ganas, con voracidad. Ali se aleja de ti con una sonrisita tímida. Su mechón rebelde vuelve a caer sobre sus ojos, lo sopla sin conseguir apartarlo.
Te ríes y lo colocas detrás de su oreja.
—Oye, Valeri, quiero que tengas más cuidado.
—¿De qué hablas, Leia?
—Hay un chico de mi clase que lleva sin venir meses a clase. Al parecer le pegaron una paliza por maricón. No sé si le rompieron varios huesos, lo dejaron en coma o qué, hay muchos rumores circulando. El caso es que quiero que tengas cuidado. Las calles son peligrosas.
Tragas saliva y asientes con la cabeza. Pobre chico.
—Mira quién está ahí.
Sigues el gesto de su cabeza. Es Sam, que camina de la mano con Víctor. Ella termino sincerándose sobre sus sentimientos por él poco después de que lo dejara con su novia. Al principio, al chico se le hizo raro. Pero ahora están felices juntos.
Ya hace algunos años desde que terminaste la facultad.
Tu mejor amiga, Leia, está siempre de un país a otro: va allá donde le financien mejor sus experimentos. Es una nueva psicóloga experimental. De todas formas, no le queda nada que le ate a ningún sitio. Sólo sabe cómo le va a su familia por los pocos mensajes que intercambia contigo de cuando en cuando, a Silvia la perdió hace tiempo y Leandro (al igual que sus novios posteriores) la dejaron.
Tú trabajas con Melca y Paloma en la misma oficina. Los fines de semana sueles pasarlos con Zahara, quien ahora tiene una novia a escondidas de sus padres. Ali se mudó con su primo Kike hace algún tiempo. Ahora sois amigas. A ninguna os dolió demasiado: el amor se fue acabando con el paso del tiempo.
De Leonor y Fabiola tampoco sabes nada. Te peleaste con ellas y, sin la ayuda de Leia (harta como estaba de resolver todos tus problemas), las perdiste.
Sam ahora sale con otro chico, aunque sigue manteniendo una bonita amistad con Víctor.
Por lo demás, no hay mucho más que contar. Llevas una vida bastante normal y apacible.
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