12. Piratilla
[Este one shot estaría situado muchos años después de Coraza. Se lo dedico a Darknnes2312, quien me dio la idea para escribirlo]
Leia termina su terapia con una niña de seis años a la que le aterra dormir sola. Sus padres han hecho bien en llevarla, ya que acostumbrarse a dormir siempre con ellos podría complicar que algún día sea capaz de dormir en su propio dormitorio, así como la vida de pareja de ellos.
Al abrir la puerta, la nena corre hacia su madre, abrazándola. Leia la mira con ternura. Imagina a un pequeño abrazándola así y no puede evitar sentir cierto calor en su corazón.
No es la primera vez que le pasa. Ella adora a los niños. Siempre lo ha hecho.
Debe ser muy especial ser el refugio de un pequeñín que te llame mamá.
Tras hablar con la madre, cierra la consulta, volviendo a casa. En el camino, se coloca sus auriculares, escuchando algo de rock. Aunque suela escuchas música más moderna ahora, a veces se deja llevar por el cálido sentimiento de escuchar Deja de llorar o La suerte de mi vida, recordando aquellos momentos en los que aún era una niña. Una niña con mayoría de edad legal, pero una niña de todas formas.
Llega a casa. Azu no ha llegado aún, así que se dispone a hacer la cena. Cuando escucha las llaves, sonríe. A veces, se pregunta si llegará el momento en que deje de hacerle ilusión saber que, cada día, Azu volverá a dormir entre sus brazos.
La artista llega a la cocina, abrazándola por la espalda y besando su mejilla. Se acomoda en su hombro mientras ella termina de cocinar.
Durante la cena, hablan de cómo les fue su día. Leia se encuentra nerviosa. Hace mucho que no hablan sobre tener hijos. Sabe que, en principio, ambas estaban concienciadas de no tenerlos. No obstante, se ha dado cuenta de que podría compaginar su vida laboral con un niño, que era lo que tanto temía perder al pensar en tenerlo. Lo mismo ocurre con la artista, aunque puede que ella prefiera ocuparlo en otras cosas.
–¿Te ocurre algo, Lei? –La psicóloga la observa, saliendo de sus pensamientos– Te noto rara.
Ella suspira. Si bien está acostumbrada a ser ella quien analice a los demás, sabe bien que, hablando con su esposa o su suegra, no es ella la única que lo hace. Sin embargo, eso le gusta: siempre le da el empujoncito para decir lo que ella no se atreve.
–Estaba pensando... –Pasa la lengua por sus labios, buscando las palabras– Es que, hoy vi a una niñita abrazar a su madre cuando vino a recogerla, ¿sabes? Y, como que me dieron ganas de tener uno.
Azu sonríe, mirándola con ternura. Si hay algo que le encante de su mujer, es la adorabilidad que se encuentra en su interior.
–Podemos pensarlo.
Leia parpadea, sorprendida.
–¿Sí?
Azu suelta una carcajada.
–¡No me mires así! ¡Ni que odiara a los niños! Yo también lo pensé. Estuve hablando con Gallo, y se le cae la baba cada vez que habla de su bebé. No sé... Sabes que nunca he querido ser madre. Pero tampoco estaba en condiciones emocionales para pensar en cuidar a alguien más. Ahora que sí lo estoy, me lo planteo. Me gusta la idea de formar una familia contigo, aunque también me asuste.
Leia asiente. Entiende ese sentimiento: un niño es una gran responsabilidad, y cambia todo en tu vida. Desde qué destino podrás tener de vacaciones hasta la lista de la compra o las horas que puedes dedicarte a ti misma. También sabe que muchas relaciones se resienten al tener un hijo que cambia todas las prioridades de la pareja.
No fue hasta varios meses después que decidieron ir a un orfanato. Habían pensado en todas las opciones. Por una parte, a Leia le atrae la idea de quedarse embarazada, de sentir a un bebito creciendo dentro de ella, poder darle de mamar y ver si sus ojitos son tan negros como los de ella.
Por otro, ambas sentían la necesidad de darle a un niño un hogar. De darle una segunda oportunidad que lo sacara de sus demonios. Ambas están muy concienciadas sobre los traumas de la infancia.
Los trámites duraron varios años, hasta el punto de hacerlas desesperar varias veces, planteándose si no deberían desistir e intentarlo por la inseminación artificial. Justo cuando se habían prometido que cambiarían de opinión como tuvieran que esperar un mes más, recibieron la llamada.
Fue un día cargado de emociones. Les hablaron del niño, presentándoselo. Tenía poco más de dos añitos y era una mezcla extraña entre extrovertido y miedoso. Les explicaron que, por el momento, tenía mucho miedo de los hombres grandes, pero que solía confiar más en mujeres pequeñas. Al parecer, su padre había matado a su madre antes de suicidarse. Lo descubrieron cuando nadie fue a recogerlo de la guardería. Tras ello, hicieron una exploración al pequeño, notando que tenía varios hematomas.
La pareja se debatía entre la felicidad por tener a su hijo y la tristeza profunda de saber por todo lo que debía haber pasado. Sólo esperaban que no le quedaran secuelas grandes.
Les advirtieron de que deberían tener paciencia. Leia lo sabía, puesto que había tratado a niños adoptados con anterioridad. En algunas ocasiones, sus padres adoptivos no sabían cómo enfrentarse a sus demonios, y les tentaba la idea de devolverlos de nuevo justificándose con que no había nada que hacer.
Se habían concienciado mucho al respecto.
El pequeño Sergio puso reparos al principio. Aceptó a marcharse cuando le dijeron que podía llevar su juguete favorito y que irían a jugar a un parque y tomar helado. Azu y Leia se esforzaron en jugar mucho con él, sonreír constantemente y demostrarle que podía confiar en ellas y pasarlo bien. Aunque, lo cierto, es que no fue mucho esfuerzo: estaban encantadas. Fue un amor a primera vista. La vitalidad del niño era contagiosa.
–Esperemos que sea capaz de dormir bien. Debe estar extrañado con tantas cosas nuevas –dice Azu.
Se acuesta. Leia sonríe, tumbándose sobre ella para darle besos en la cara que la hacen reír.
–¡Estoy tan feliiiiiiz! –exclama la pelinegra.
Azu se ríe, abrazándola.
–Te amo, mi ericito mamá.
Leia sonríe de oreja a oreja. La abraza con fuerza.
–Te amo, mi mamá tigresa.
Azu sonríe, apartando un mechón de su frente. Leia sigue teniendo un estilo rapero, pero algo más largo.
–Amo verte tan feliz.
–Deberíamos celebrarlo –responde ella antes de lanzarse a morder sus labios.
La andaluza suelta una carcajada.
–¡Leia! –reclama, hablando bajo– ¡Que está el niño al lado!
–Pues que se duerma.
Azu se aguanta la risa mientras su esposa da besos por su cuello. Se besan con amor, con pasión, con felicidad.
Leia se frena en seco, quedándose muy quieta. Se levanta de un salto, saliendo de la habitación. Azu la sigue, preocupada por su reacción.
En la habitación contigua, Leia se ha agachado ante Sergio, que llora.
–Hey... ¿Qué te pasa, campeón? ¿Te duele algo?
Sergio continúa llorando, mirando hacia el suelo. Su pequeño rostro está descompuesto, con todos sus musculitos agarrotados.
Leia lo toma en brazos, meciéndolo.
–Todo está bien, cielo. Tranquilo –le dice dulce.
La mujer lo mira, sabiendo que no va a sentirse protegido por más que ella le diga que está bien. Ella no es una figura de protección para él, no tienen un lazo afectivo. No la conoce.
Y eso, en cierto modo, le duele. Porque sabe que si lo hubieran adoptado desde bebé él se sentiría seguro entre sus brazos.
Recuerda la manera en la que ella y Nico conseguían que los pequeños se vistieran. No está muy segura, pero podría funcionar.
Mete al niño debajo de su camiseta, sin dejar de mecerlo entre sus brazos. Suelta un gritito de sorpresa.
–¡Azu, he perdido al niño!
Su esposa enciende la luz, de modo que el pequeño no se asuste al quedarse completamente a oscuras bajo la tela.
–¿Cómo? ¿Dónde está?
–¡No lo sé! ¿Sergiiiiiiiii? ¿Sergio? ¿Dónde está Sergio?
Sin dejar de mecerlo, hace como que lo busca, andando por toda la habitación. El niño deja de llorar, sujetándose a sus hombros. Moviendo su cabecita para hacerse espacio, consigue salir por el cuello de su pijama.
–¡Aquí! –exclama con una sonrisa mirándola.
Leia no puede evitar sonreír de oreja a oreja al ver su carita, sus mejillas rechonchas, sus ojos inocentes, su sonrisa traviesa. Besa su frente.
–¡Ay, aquí estás! ¡Te había perdido!
El niño se ríe suave. Leia intenta pensar qué debería hacer a continuación, para que no vuelva a llorar. Sabe que llorar es bueno, que no se puede correr a consolarlos en cuanto derraman una lágrima. Pero Sergio no estaba llorando por ninguna tontería. Su expresión estaba descompuesta. Tenía miedo.
Ya les avisaron de que había sido maltratado por sus antiguos padres. Aunque sea demasiado pequeño para racionalizarlo, es normal que tenga muchos traumas.
Entonces recuerda que, cuando lo vieron, él estaba jugando con una barquita y un muñeco del Capitán Garfio.
–¿Quieres jugar a algo, campeón?
Sergio asiente efusivo, con una sonrisa. Leia da gracias porque a esa edad aún sea fácil hacerlo pensar en otra cosa.
Camina con el niño en brazos hasta su dormitorio, haciendo un gesto a Azu para que los siga. Se mete en la cama con él.
–Mira, peque: este es nuestro barco. Así que hay que tener cuidado de no caerse al agua, ¿vale? –Cambia la voz, susurrando– Y hay que ser muy silencioso para que el Kraken no sepa que estamos aquí. Shhhh.
El niño sonríe, mirando al suelo de la cama. Se gira hacia ella llevándose una mano a los labios.
–Tamb'en hay tibu'ones –susurra.
Leia abre mucho los ojos, llevándose las manos a la boca, en un gesto desproporcionado de sorpresa. Sergio se ríe. Leia lo toma tumbándole y le hace cosquillas.
–No te rías, que nos pilla el Kraken –susurra.
Él intenta aguantarse la risa, pataleando divertido.
–¡Pero déjameee!
Haciendo la croqueta, consigue evadirse de ella. Corre sobre la cama hasta esconderse detrás de Azu.
–Dile cosquis no.
La artista sonríe.
–Nada de cosquis, Capitana Leia. El Kraken os podría escuchar.
–¡Es el castigo para los que hacen ruido!
Sergi la señala.
–'uido.
Azu deja salir una exclamación de sorpresa y se lanza a hacer cosquillas a Leia, seguida por el niño, quien se sube a su barriga para hacerle cosquillas.
Leia maldice su suerte por no inventarse un castigo que le cause menos molestia. Aunque debe admitir que le encanta que el niño no tenga reparos en subirse sobre ella.
–¡Shhhh! ¡Escucho al Kraken! –susurra.
Sergio pone la boca en forma de "o", tirándose a la cama. Se queda muy pegado a ella, mirando a Leia en completo silencio. La mujer coloca un dedo en sus labios, imitando la postura del niño, al igual que Azu.
Al poco, Sergio se asoma sobre la espalda de Leia.
–Se ha ido –susurra.
–Está en el otro lado del barco –advierte Azu.
Sergio vuelve a tirarse a la cama.
–Creo que si cerramos los ojos no nos verá –aconseja la artista.
Y así, escondiéndose del Kraken, Sergio termina quedándose dormido. Leia lo mira con dulzura, acariciando su cabello. Lo arropa.
–Es una ternurita.
Mira a Azu, quien a su vez está observándola a ella con amor.
–Tú sí que eres una ternurita, capitana.
Leia sonríe. Se incorpora para acercarse a ella sin mover al niño, besando sus labios con dulzura.
–Buenas noches, princesa.
–Buenas noches, amor.
Azu abre las puertas de la casa. Todo está en silencio, así que procura no hacer ruido por si Leia hubiera conseguido por fin que Sergio duerma la siesta. Busca a su esposa, yendo a su dormitorio. Ve a ambos tumbados. Se acerca más. Los dos están tumbados sobre su lado izquierdo. Sus bocas están entreabiertas y su pelo revuelto. El brazo de Leia reposa sobre el cuerpecito de Sergio, quien está encogido sobre sí mismo, con la espalda pegada a la mujer. Sonríe con ternura. Si no tuviera muy claro que es adoptado, pensaría que el niño ha salido a su madre.
Toma su cámara, haciéndoles una fotografía. Con cuidado, coloca una silla frente a la cama. Toma su cuaderno de dibujo y comienza a retratarlos.
Cuando Leia despierta, lo primero que ve es el cuaderno de su esposa. Bosteza levantando su brazo, recibiendo un "ssh" de su parte. La mira con una ceja alzada.
La artista da la vuelta a su cuaderno. Leia sonríe al ver el dibujo. Vuelve a colocar el brazo en su lugar. Besa suavemente la cabeza del pequeño.
Se queda mirando a Azu dibujar, mientras siente la respiración profunda del niño a su lado. Si alguien detuviera el tiempo justo en ese momento y los dejara para siempre así, no le importaría.
Ve la cámara de Azu, que ella ha dejado sobre su mesita de noche. La toma con cuidado de no moverse mucho y saca una foto cuando la artista está distraída.
–¿Qué haces? –susurra ella con una sonrisa.
–Lo mismo que tú: guardar un bonito recuerdo.
Azu sonríe, lanzándole un beso. Leia la mira con amor, sintiéndose plena.
–Cuando lo acabes, podríamos enmarcarlo y colgarlo en el dormitorio de Sergi.
–Me parece una idea fantástica.
–Así que tendrás que dejarme haceros un reportaje de fotos para que tenga un cuadro tuyo también.
Azu se ríe suave, tapándose la boca para no despertarlo.
–Hecho.
Sergio despierta una hora después. Se siente calentito, arropado por aquel brazo moreno y fuerte con el que lo han abrazado tantas veces en los últimos días. Frente a él, está la mujer de la sonrisa resplandeciente, quien le regala una sonrisa al ver sus ojos abiertos. El pequeño sonríe de vuelta. Siente un beso en su cabeza.
Se gira, abrazándose a Leia. Ella devuelve su abrazo dándole besitos en la cara, que lo hacen reír.
–¿Come?
–¿Tiene hambre mi piratilla?
Asiente tocándose la barriga. La mujer sonríe. Besa su nariz antes de incorporarse.
Sergi se sujeta a la mano de Leia con fuerza, acostado en su cama. Le pide con ojos llorosos que se acueste a dormir allí con él. Leia mira a su esposa con cara de circunstancias, sabiendo que sólo necesita dos segundos más para ceder. No quiere que Sergio dependa de ellas para dormir, pero le rompe el corazón sentir que lo está dejando solo.
Azuleima va hasta su dormitorio, donde coge el gran peluche de oso que su padre le regaló a ella cuando era pequeña. Lo lleva hasta la habitación del niño.
–Mira, Sergi. Te presento al Sargento Adelmón. Es un oso militar especializado en el combate contra pesadillas. No podrá pasarte nada mientras lo tengas a tu lado, y quiere dormir contigo.
El niño mira al peluche y a Leia alternativamente.
–Yo tengo que ir con mami para que ella no tenga pesadillas tampoco –le dice Leia, acariciando su cabello–. Pero te prometo que el Sargento es mucho mejor protector que yo. ¡El mejor de todos! Y le encantan los piratas.
Al final, Sergio acaba cediendo, abrazándose al peluche. Leia le lee un cuento, con el que se queda dormido a mitad.
Va al dormitorio con Azu, quien se cuelga de su brazo para besar su mejilla.
–Siempre serás mi fiel soldada Duarte.
Leia se ríe, robándole un beso.
–Sabes que no podrías dormir sin mí.
–¡No me parece justo, quiero ir a conocerlo! ¡Es mi sobri!
–Ya lo sé, Luke. Pero entiéndelo: necesita adaptarse.
–¿Y Valeri?
–¡Ya te he dicho que los hombretones le dan miedo!
Luke bufa, cruzándose de brazos al otro lado de la pantalla. Leia sabe que, en el fondo, su hermano lo entiende. Pero que está deseando conocer a Sergi. Ella también lo estaría.
–Quizá cuando conozca a Leo y Max se tranquilice.
–No lo sé, Luke. Son mayores que él. Quizá se asuste.
–¡No se le quitará el miedo si lo sobreproteges!
–Yo soy la psicóloga aquí, Luke. Y Ángela me apoya. Necesita adaptarse poco a poco. El otro día se puso a llorar cuando el padre de un compañero se le acercó en la guarde. Y también se negó a pasar al lado de un tipo en el parque. Hay que darle su tiempo.
Luke suspira. Se frota el rostro con las manos.
–Lo siento. Es que...
–Lo sé, quieres conocerle. Yo también me muero de ganas de verlos. Pero debemos darle su tiempo. Piensa que, de la nada, tiene dos madres nuevas, una casa nueva y un cole nuevo. Es demasiada información.
–Lo sé. De todos modos, si necesitáis ayuda... No es lo mismo ser padre que psicólogo. Estoy aquí si necesitas consejo o que coja un avión para ir hasta allí.
Leia le sonríe. Después de tantos años, sigue extrañando tener al lado a su hermano. Aunque nunca lo admitiera en voz alta, su simple presencia siempre la hizo sentir mejor. Adoraba poder verlo a diario.
–Gracias. –Llaman a la puerta– Debe ser Val, te llamo mañana.
–Hasta mañana, enana.
Escucha la puerta abrirse. Deja el móvil, dirigiéndose a la entrada. En cuanto la ve, la abraza levantándola del suelo. Val se abraza a sus hombros, depositando un beso en su mejilla.
–Hola, puta.
–Os extrañé.
–Y nosotras a ti –responde Azu abrazándose a ellas.
–No, yo no, que es muy puta.
Se gira al ruido de los pasitos tras ellas. Sergio las mira sujetando su barquita entre las manos. Leia se agacha, quendando a su altura.
–Esta es tu tía Val, Sergio. Ya hemos hablado con ella por el móvil, ¿recuerdas?
Valeria imita a su amiga, agachándose. Dirige una sonrisa al pequeño, sin acercarse para no invadir su espacio personal.
El pequeño sonríe, dando un saltito.
–¡'uta!
Leia tarda unos segundos en entender lo que ha dicho el crío, abriendo mucho los ojos al notarlo. Las tres intentan no reír, sin poder evitar hacerlo.
–Creo que voy a tener que dejar de saludarte así.
–Más bien sí –responde Valeri entre risas.
–Es Val, Sergi, Valeri,
–¿Uta? –pregunta él, mirándola con la cabeza ladeada.
–No, piratilla: Val.
Al notar que las adultas se ríen cada vez que emite ese sonido, Sergio vuelve a gritarlo dando un saltito de emoción:
–¡Uuuutaaaaaa!
Azu se tapa la boca para no reírse de nuevo, sin éxito. Le da la espalda, tratando de que no la vea reír.
–Esperemos que se le haya olvidado esto para cuando venga la trabajadora social –comenta.
–Más nos vale que sí –responde Leia riéndose– Eso, o hacemos como si dijera "upa".
Sergio no tarda mucho en querer incluir a Valeri en sus juegos, dejando más tranquilas a sus madres. Si fuera por ellas, volverían a sus ciudades natales presentándoselo con orgullo a todo el mundo. Pero es demasiado pronto aún.
Por ahora, ha conocido a Val y a Ángela. La mujer ha aprovechado sus vacaciones para visitar el lugar, pasando un rato casi todos los días con ellas durante la semana que ha pasado allí. El pequeño le cogió cariño rápidamente, dada la dulzura natural de su abuela. Por su parte, Ángela está encantada de tener por fin un niño, mimándolo sobre medida.
Cuando la ve con su hijo, Leia piensa que Azu tuvo muchísima suerte de tener una madre así.
Azu dibuja en su caballete, perfilando los detalles del cuadro de Leia y Sergi. Escucha los pasitos tras ella, girándose.
–Hola, piratilla. ¿Qué quieres?
El niño señala su pincel, tratando de cogerlo.
–¿Quieres pintar como mami?
–¡Sí!
La artista sonríe con orgullo. Le da un papel y un pincel, colocando periódico sobre el suelo para que no lo manche todo.
–¡No, ahí!
Azu lo mira señalar a su caballete. Se ríe. Quita el cuadro, colocando otro lienzo. Sabe que, haga el manchurrón que haga, querrá guardarlo para la posteridad.
Toma a Sergio en brazos. Coloca un taburete al lado del caballete, apoyando la pierna en él, y lo sienta en su rodilla sujetándlo. Toma su manita, enseñándolo a mojar el pincel con cuidado, y la lleva al lienzo haciendo trazos.
–Así, ¿ves? Ahora tú.
Sergio ríe viendo como el palo en su mano crea senderos rojos en el papel. Azu sonríe mirando las líneas erráticas de su pequeño artista. Hiciera lo que hiciera, sería magia para ella.
Tras darle un buen baño, sacando toda la pintura que ha quedado pegada a su piel, Leia lleva al pequeño a su dormitorio. Le coloca su pijama de barquitos entre una guerra de pedorretas de la que él se intenta escapar.
Cuando acaba, Sergio estira la mano hacia uno de los cuentos de su estantería. Leia suele leerle cuentos antes de dormir. Al niño le gusta acomodarse sobre su pecho viendo las ilustraciones mientras lo arrulla la voz de su madre. Leia se convierte en la mejor cuenta cuentos cuando es para él.
–¿Qué quieres, piratilla?
Sergio estira el brazo todo lo que puede, dando saltitos sobre la cama.
–Pero dímelo.
–Mamá –dice él repitiendo el gesto.
Leia lo mira con los ojos muy abiertos, quedándose paralizada por unos segundos. Mamá. La ha llamado mamá. Sonríe enormemente, sintiendo como las lágrimas se agolpan en sus ojos. Lo toma, abrazándolo con fuerza, y llenando su carita de besos.
Él se retuerce entre risas.
–¡Aaaaah! ¡K'ake'!
Leia sonríe, dándole un beso largo en la frente.
–Te amo, bebé. –Toma Peter Pan de la estantería– ¿Quieres este?
Él asiente sonriendo. Palmea su lado en la cama para que Leia se siente. En cuanto lo hace, él se sienta sobre ella.
Cuando se queda dormido, Leia lo tumba arropándole. Besa su mejilla. Al hacerlo, piensa que espera que su pequeño ritual dure muchísimos años. Le encanta el vínculo que se crea entre ellos cuando le lee un cuento antes de dormir.
Comenzó a hacerlo porque, como psicóloga infantil, sabe que de esa manera Sergio relaciona los libros con una sensación agradable, predisponiéndolo por tanto a ser un buen lector en el futuro.
Sin embargo, continuó haciéndolo por ella misma. Le encanta sentir al pequeño entre los brazos mientras le lee. No es como si Sergio las dejara tomarlo en brazos mucho tiempo, ya que él ama moverse. Está descubriendo el mundo.
Se dirige a su dormitorio. Azu acaba de terminar de limpiar su cocina, y ahora escribe algo en su agenda. Se tumba a su lado, abrazando su cintura, y da varios besos por su espalda.
–Sergio me ha dicho "mamá" –dice, sintiendo de nuevo lágrimas en sus ojos.
Azu se gira de golpe hacia ella.
–¡Serás puta! ¡Yo quería ser la primera! –bromea.
La artista toma su almohada, estampándola en la cabeza de su esposa. Ella se ríe, tratando de protegerse de los almohadazos. La toma de la cintura, levantándola en el aire, donde Azu continúa atacándola. Le da la vuelta y se tumba sobre ella, en el momento justo para aplastar la almohada entre las dos.
–Agresiva. Eres una mala influencia para el niño, te voy a denunciar.
–No lo hice con él delante. Denúnciame si te atreves.
Se ríen. Leia la besa con amor en los labios. Ella acaricia su cabello, soltando un suspiro.
–Es un niño hermoso.
–Sí que lo es. Se parece a su madre –dice Leia mirándola a los ojos.
Azu sonríe juguetona.
–A ti es a quien llama mamá, puta –la golpea con su otra almohada en la cabeza.
Leia se ríe.
–Te dije que esa palabra es de mi monopolio.
–Cierto. Disculpa, señora idiota.
Leia muerde su labio. La besa dejándose llevar por sus labios.
–Te amo, princesa.
Azu estira su cuello hacia ella, sin llegar a sus labios.
–Cállate.
La galáctica sonríe, volviendo a besarla.
Sergio vuelve a estar sentado sobre la rodilla de la artista, pintando. Ha utilizado ya tanto ese lienzo que tiene toda su superficie manchada de distintos colores, formando un cuadro abstracto. Leia entra en la habitación. Besa la mejilla de Azu, ganándose una de sus sonrisas.
–Mira, Sergi.
Moja su mano de pintura azul, pegándola al lienzo. El niño se ríe cuando ve la forma de su mano en el lienzo.
–¡Yo tamb'en!
Leia sonríe, ayudándolo a mojar su mano en la pintura roja. Lo toma de la muñeca con cuidado, guiándole a presionarla sobre el lienzo. Él aplaude, salpicando pintura roja por todas partes.
Gira la cabeza hacia arriba, tratando de ver a Azu.
–¡Mami, tú!
Azu parpadea. Mira al niño y después a Leia, quien le sonríe ampliamente. Abraza a Sergio con fuerza, dando un largo beso en su cabeza. Sus mejillas se mojan de la ilusión. Con una sonrisa de oreja a oreja, mancha su mano de amarillo, dejándola impresa en el lienzo.
Azu observa el cuadro. Sus tres manos forman un triángulo en el centro, sobre retazos de colores dispersos que Sergio y ella han estado transformando en versos durante esos días.
Si algo puede asegurar, es que es la mayor obra de arte que ha visto nunca.
Sale de su ensimismamiento cuando Leia, con Sergio ahora en sus brazos, mancha su nariz con la pintura. Sacude la cabeza, haciendo al piratilla reír. Él lleva ambas manos a su rotro. Azu persigue a ambos, corriendo hasta que los tres están llenos de pintura. Sergio ríe a carcajada limpia, al igual que ellas.
–Deberíamos darnos una buena ducha. –Azu se ríe al ver un mechón de Leia pegado por la pintura– ¿Quieres ir tú mientras yo lo cuido?
Leia sonríe. La abraza, acercándose a su oído.
–¿Qué tal si lo bañamos, le damos de cenar, lo acostamos y luego nos duchamos las dos?
Besa su cuello, erizando su piel. Azu se muerde el labio.
–Pero, Leia...
Bajo su instinto protector de madres primerizas, aún no han sido capaces de quitarle el ojo al niño durante mucho tiempo. Azu teme que, si despierta y ellas no están en el dormitorio, el pequeño se asuste.
–Nos llevaremos el escucha al baño, sabremos si se despierta.
Leia vuelve a besar su cuello, enroscando los labios a su cintura. Azu sonríe, besándola en los labios.
–Está bien. Voy haciendo la cena.
Le da un beso efusivo antes de irse rápido hacia la cocina. Leia se la queda mirando, sintiendo cómo su corazón se acelera sólo con la expectativa. Sonríe para sí. Esa artista nunca dejará de fascinarle.
Setenta años después, el pequeño Esteban sube a las piernas de su abuelo. Señala los dos cuadros que se hayan encima de su butaca, velándolos.
–¿Y esos cuadros, abuelo?
Él sonríe echándoles un vistazo. Como siempre, suspira al ver el rostro de su madre dormida. A su lado, las manos de los tres le recuerdan sus juegos de niño, la paciencia de su madre artista para enseñarle a dibujar, el amor con el que Leia los miraba a ambos mientras lo hacían.
–Esos, son hermosos recuerdos, pequeño.
Es la primera vez que escribo algo con tan poco drama, por Satán. Qué ñoño me he puesto. Claro, que es lo que tiene escribir escuchando a Maldita Nerea, que me reblandece. Por cierto, la canción de multimedia la compuso el cantante para su hijo cuando este le preguntó por qué él no tenía una canción.
Ok, no, es que no pegaba el drama para este one-shot. Pero se le echa de menos. Con lo que amo haceros llorar. Como que ha quedado flojo, pero no podía escribir mucho para no hacer un one-shot interminable, que ya sabéis cómo me enrollo.
Dato curioso: los colores de sus manos en el cuadro, están basados en el libro Bicolor. Son los colores que creo que tendrían en ese libro, basándome en cómo era la personalidad de Azu y Leia cuando eran jóvenes. Y, por supuesto, ambas serían bicolores y no les importaría adoptar a un hijo de un color distinto a ellas.
¿Cómo no iban a ser bicolores con lo que aman el arte? Además de lo poco que les importan a ambas las convenciones sociales, claro.
Para quien no esté entendiendo ni mierda, decirle que se está perdiendo lo mejor de todo Wattpad. Así que que vaya a pasarse por el perfil de Ciru, la stalké y se lea todas sus novelas. Y sí, es una orden, grumetes. No podéis perderos esas maravillas de libros (y por si con esto no os convenzo de ir a leer, que sepáis que llevo varios días durmiéndome a las ocho de la mañana a base de leer Bicolor XD). Os la cito acá para que la encontréis rápido: CiruelaAcida. (Por si lo ves, hola, Ciru XD Siento petar aún más tus notificaciones, pero era necesidad de máxima urgencia mandarlos a todos a leer).
Un abrazote de oso para todos, mis little heros. Sé que después de tantos años de haber acabado la saga no os pasaréis muchos por aquí, pero a los que lo hagáis os lo digo desde ya: mil gracias por todo.
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