11. Ángel de la guardia.
Y entonces, vio las estrellas. Pero no la detuvo, no. Porque las estrellas no velaban por ella. Porque, aunque lo hicieran, no deberían hacerlo. Deberían centrarse en alguien más. Alguien importante. Alguien que no lo destruyera todo a su paso.
Caminó el último paso hacia delante y su cuerpo se precipitó al vacío. Un cuerpo de dieciséis años cayendo a la deriva, con el aire azotándole. Cerró los ojos para no ver su propia muerte. Su garganta se agarrotaba y su corazón le pedía volver atrás, pero ya no podía hacer nada. Pensó en su familia, que podría ser feliz y estar tranquila sin ella. Y entonces, con esa última imagen en mente, se apagó.
Luke se despertó con su despertador. Como todas las mañanas, fue al dormitorio de su hermana para despertarla, y se extrañó al no encontrarla allí. Bajó a la cocina, donde su padre estaba desayunando.
–¿Has visto a Leia, papá?
–No. ¿No está arriba?
–No, y en el baño tampoco.
–Quizá haya salido antes.
–¿Tan pronto? ¿Para qué? No lo creo.
El rostro de su padre empezó a palidecer.
–¿Escuchaste anoche que volviera a casa?
–No, pero su cama está deshecha.
–Ella nunca la hace.
–Cierto...
Luke se mordió el labio. Sintió una corazonada y salió a fuera.
–¡Papá!
Jaime corrió a su encuentro.
–¿Qué ocurre?
–Mi moto no está.
–Leia no tiene el carnet de conducir.
–No, pero es lo suficientemente idiota.
–¿Y a dónde iría?
–No lo sé.
Mónica se acercó a ellos.
–¿A qué vienen tantos gritos?
–Mamá, Leia no está –contestó Luke asustado–. Ni mi moto tampoco.
El rostro de la mujer se descompuso al tiempo que su alma caía a sus pies.
–¿Qué? No.
Tenía un mal presentimiento. Corrió al interior de la casa, a coger su teléfono. Llamó a su hija, recibiendo una canción en el piso de arriba. Se había dejado su móvil, lo que haría aún más difícil encontrarla. Llamó a la policía.
–Valeri... ¡Valeria!
Melca y Val se volvieron a mirar a Luke, quien había irrumpido en su clase. El profesor estaba aún colocando sus cosas, y se asombró ante el irrespetuoso gesto del muchacho, que había entrado como si nada.
–Valeria, por favor, dime que sabes dónde está Leia.
–No... ¿Por qué?
–No estaba en casa cuando me desperté y se ha llevado mi moto. ¿No te dijo nada?
–No, Luke.
Las lágrimas empezaron a recorrer el rostro del muchacho. Estaba atemorizado. Su hermana... Su pequeña hermana... ¿Qué no podría haberle pasado?
–Profesor, ¿puedo salir un momento? –pidió Valeri.
El hombre asintió al darse cuenta de la gravedad del asunto. La chica acompañó a su amigo fuera. Cuando hubo cerrado la puerta, lo abrazó, intentando consolarle.
–Leia está bien. Tiene que estarlo. Ella es fuerte.
–No lo sé, Val... Yo... Tengo un mal presentimiento. En su gimnasio dicen no haberla visto desde antes de ayer, y si tú tampoco sabes nada... ¿Dónde más podría estar? Lleva casi veinticuatro horas fuera, Val, y ni siquiera lleva su móvil. No entiendo nada. ¿Y si...?
–No digas ningún "y si". Leia está bien. Suele desaparecer. Ya volverá.
–Leia nunca falta a clase, Val, y allí tampoco está. Eso no es típico de ella. Joder, si lo único que parece gustarle además de golpear cosas es aprender. Y no está. No está. ¡No está!
–¡Tranquilízate, Luke! No está, pero estará, ¿vale? Está bien. Tiene que estarlo. Joder, tiene que estarlo.
El muchacho respiró hondo. Se tapó el rostro con las manos, secándose las lágrimas.
–Como le haya pasado algo yo me muero.
–No digas tonterías, Luke...
–¡Joder!
El chico golpeó la pared con fuerza.
–Hey, tranquilo... –le pidió Val sujetando su brazo.
Él respiró hondo pasándose las manos por el cabello.
–Está bien. Iré a clase. Te informaré en cuanto sepamos algo.
–Sí... Por favor.
Valeria llamó a la puerta. Regresó al interior, sentándose al lado de Zahara. Ella acarició su mano. Segundos después, Valeria lloraba de miedo y de impotencia. Nunca en su vida había visto a Luke tan alterado. La situación era grave. Demasiado grave.
Pasaron una semana sin saber nada de Leia. Las suposiciones decían que se había ido por su propia voluntad, ya que había desaparecido con la moto. Lo que no sabían, era qué hubiera ocurrido después. ¿Quién sabía si la hubieran raptado o violado y dejado a la deriva? ¿O si había decidido irse a otra punta de España por la carretera? Ella era capaz de todo. Pero dudaban que se hubiera ido sin su cartera, que aún seguía en su dormitorio.
Los nervios carcomían a sus familiares, incluida la familia de Valeri. Cuanto más tiempo pasaba, más imágenes turbias pasaban por su cabeza. ¿Qué le había ocurrido a su pequeña para desaparecer así sin más? No era la primera vez que no sabían nada de ella en días, pero nunca había durado tanto tiempo.
Llamaron a la puerta. Mónica corrió a abrirla, rezando porque fuera su hija. En su lugar, encontró a dos agentes de policía.
–Saben... ¿Saben algo de Leia?
–Sí, señora. Lo lamentamos. Hemos encontrado su cuerpo a los pies de una colina, en su cima estaba su moto. Todo indica que ella misma subió para tirarse. Salvo que muestra rastros de heridas en sus puños y algunos hematomas en el cuerpo, por lo que no sabemos si pudo haber tenido alguna pelea antes. ¿Sabe usted si tenía algún enemigo?
Mónica lloraba desconsoladamente. Sentía cómo su corazón se había partido en dos, mientras recordaba el rostro de Leia, de su pequeña.
Luke abrazó a su madre. Intentó controlar el llanto para poder contestar.
–Ella solía golpear la pared hasta hacerse daño, agente. No creo que se lo hiciera peleando con nadie.
–¿Quién fue la última persona que la vio?
–Que sepamos, nosotros. Vino a comer, gritó a mamá y se fue enfadada. Fue a mediodía, el día antes de que os llamáramos. Que sepamos no volvió a aparecer por casa.
–Está bien. Lo siento por su pérdida.
Valeria caminaba por las calles de la ciudad. Estaba sola, con la cabeza agachada. Desde que Leia se había ido, se sentía vacía, apagada. Su amiga estaba tan triste que había decidido acabar con su vida y ella ni siquiera se había dado cuenta, no había hecho nada para evitarlo. Estaba tan pendiente de sus propios problemas...
Ahora se sentía perdida, abandonada en el mundo. No sabía qué hacer sin las palabras de Leia aconsejándola. No sabía qué hacer sin sus brazos arropándola, consolándola. Se sentía insegura sin su mirada clavada en su nuca cada vez que paseaba por el instituto. Era su ángel de la guardia, y ahora se había ido. Había desaparecido para siempre. Y ella no había sabido verlo venir. No había sabido darle un hombro en el que llorar, unas palabras de aliento. Simplemente, nada. Había disfrutado de su amistad, de su protección, sin darle nada a cambio. Y ahora se sentía sola, porque ninguna persona en el mundo podría llenar el gran vacío que su hermana había dejado en su corazón. Se había ido. Se había ido para siempre, la persona a la que más amaba en el mundo. Y ella no había tenido la oportunidad de decirle cuánto la quería, de despedirse, de decirle que nunca la olvidaría. Que la amaba. Que era su hermana y lo sería para siempre. Y que ojalá ella pudiera seguir siendo su ángel de la guardia.
Vio a una muchacha pelirroja, que caminaba llorando. La observó sola y tuvo la tentación de ir a consolarla, pero no lo hizo. Si no había sido capaz de ayudar a su mejor amiga, no lo sería con nadie.
Mónica llegó a su casa, encontrándose la puerta abierta. Suspiró al ver todas las llaves esturreadas en la mesita de la entrada.
–¡Chicos! Sé que estamos todos tristes y nos cuesta concentrarnos, pero no podéis dejaros siempre la puerta abierta y las llaves tiradas.
–Siempre lo he hecho –contestó Luke. Sus ojos se apagaron más–. Supongo que Leia lo arreglaría.
La mujer sollozó. Cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia la cocina. Necesitaba un pedazo de chocolate. No solucionaría nada, pero siempre la aliviaba.
Abrió la nevera. No quedaba. Era la primera vez en años que no encontraba su chocolate favorito al llegar.
Leia.
Mónica suspiró. Estaba sentada en la cama de Leia. Ya habían pasado varios años, pero el vacío aún se hacía insufrible. Había tenido que ir al psicólogo, quien le había diagnosticado depresión. No le apetecía hacer nada. Sólo sabía que estaba triste, que quería poder abrazar a su hija una vez más. Que se sentía culpable de haberla dejado ir.
Lo último que habían hecho era pelearse con ella, y eso le dolía como nada.
Culpable. Se sentía culpable. Era su madre y no había sabido retenerla con vida.
Observó el agujero de su armario. Aún no lo habían arreglado. No habían cambiado nada. Cuando más la aroñaba, subía a sentarse en su cama, ponía a tope la música de Extremoduro y Leia las frases que ella había escrito sobre sus problemas. Casi conseguía escuchar su voz leyéndolas. Casi sentía la casa retumbando bajo sus saltos en la cama mientras cantaba a voz en grito sus canciones de Extremoduro. Casi sentía sus golpes en la pared. Casi la escuchaba haciéndole algún comentario sarcástico, diciéndole que se estaba volviendo viejita. Cerraba los ojos y todo lo que veía eran sus ojos negros. Sus primeros pasos. Sus caricias de pequeña. Si se concentraba lo bastante, aún sentía sus pequeñas manitas en sus mejillas, su boquita alimentándose de su pecho entre sus brazos. Aún creía escucharla tirar su mochila cada vez que llegaba de la escuela.
Silvia se sentó en el fondo de la clase. Había pasado ya un cuatrimestre, y siempre se sentaba allí, sola. Suspiró. Ya se había hecho a la idea de que se pasaría la vida estando sola e intentando no llamar la atención, pero cuando pensó en pasar a la Universidad tuvo un atisbo de esperanza de encontrarse con alguien con quien hablar. Había sido estúpida. Eso nunca pasaría.
Sacó su agenda y comenzó a garabatear dibujos sin sentido. Pronto se aburrió y alzó la cabeza para inspeccionar los especímenes de su clase. Le aburrían, pero también le daban envidia. Ellos reían, se hacían bromas y hablaban de sus problemas. Ella estaba sola.
Incluso aquellos dos raritos, Carlos y Marco, tenían la compañía el uno del otro, aunque nadie más los aguantara ni se juntara con ellos. Silvia creía que eran pareja, pero no lo tenía claro. Solían parecer tristes. Como ella, huían de la compañía de los demás. Pero ellos no estaban solos.
Y luego, estaba el gordo emo de la clase. Aquel hombretón con aspecto poco afable que se sentaba en la primera fila y nunca hablaba con nadie. Creía que se llamaba Nicolás, aunque no lo tenía muy seguro. Ese sí que estaba tan solo como ella. Nunca lo había visto abrir la boca.
Melca se sentó a su lado en clase.
–Oye, Vale.
–Dime.
–Verás, ha venido un chico nuevo a las Comunidades. La cosa es que me gusta mucho, y me ha invitado a salir con él y sus amigos, pero me da vergüenza ir yo sola. ¿Me acompañarías?
–Pídeselo a Paloma.
–No... Ella reclamaría toda su atención, la de todo el mundo. Ya sabes cómo es. Por favor...
–No tengo ganas, Melca.
–Venga... ¿Hace cuánto que no sales? ¿Años?
–Melca, te he dicho que no.
–Valeri... Sé que lo has pasado muy mal. Y lo entiendo. Leia era una chica fantástica y te abandonó demasiado pronto. Pero Val... No puedes estar triste siempre, tienes que vivir tu vida. Tienes que superarlo.
–¿Superarlo? ¡¿Superarlo?! ¡Espera a que la persona más importante en tu vida se suicide sin que tú hagas nada para evitarlo y supéralo si eres capaz!
Se levantó tirando su silla y salió de allí malhumorada. En cuanto caminó unos pocos pasos, se echó a llorar.
–Dios, Leia... Te echo de menos...
Anduvo cabizbaja hasta salir del edificio.
–¡Leonor!
Se giró para ver a una chica morena que llamaba a una rubia, pero no les dio demasiada importancia y siguió caminando. Le pesaban las piernas, y realmente no tenía ningún lugar al que ir, así que se sentó.
Ojalá estuviera allí Leia para decirle que levantara su maldito culo y se pusiera a hacer algo útil por la vida. Ojalá estuviera allí para darle la seguridad que a ella le faltaba, para proporcionarle la racionalidad que ella no tenía, para aconsejarla, cuidarla. Nunca había aprendido a vivir sin la ayuda de Leia, y ahora todo se le hacía más difícil. No se había dado cuenta de lo dependiente que era de ella hasta que esta había desaparecido. No sabía arreglar los problemas con sus amigos, no sabía decidirse sin preguntarle, ni siquiera podía dormir sin mandarle antes su audio diario contándole todo lo que le había pasado. La extrañaba. La extrañaba mucho.
Luke terminó su clase y salió. Caminaba por los pasillos solo. Se había vuelto un joven triste, desapasionado. Él nunca había sido fuerte, siempre había sido el chico sensible de la familia. Era Leia quien sabía animarle en los peores momentos metiéndose con él hasta hacerle reír, era Leia quien le avisaba cuando algo iba mal y le sugiría qué hacer, Leia era la fuerte. Él sólo se había dejado fluir, y ahora no tenía ganas de nada que no fuera dormir. Se había vuelto tan triste y cansado que sus amigos habían acabado abandonándolo, perdiendo su popularidad, lo que le había dejado aún más solo y desamparado que al principio. Pero en el fondo, a él lo único que le importaba era que no recuperaría a su hermana. Que no había sabido desempeñar su papel de hermano mayor, protegiéndola.
Salió de la facultad. Mientras se dirigía a la salida del campus, se encontró con Valeria. Se sentó a su lado en el suelo y apoyó la mano en su rodilla. La chica entrelazó los dedos con los suyos. Se acompañaron en silencio, viendo cómo la gente iba y venía, cómo sonreían y gritaban, cómo vivían.
Luke vio pasar a Ashton, el chico inglés de su clase, por delante de él. No lo saludó. Ya nadie lo hacía. Había perdido su encanto.
Melca se armó de valor para acudir a la cita ella sola.
–Hola, Kike.
Sonrió con timidez antes de darle dos besos en las mejillas.
–Hola, rubita.
–Hola, Alicia.
La chica de ojos aguamarina le sonrió también con timidez, antes de darle un abrazo.
Azu estaba en un pub con sus amigos, riendo y bebiendo. Quizá ya había bebido demasiado, pero no le importaba, se lo estaba pasando bien. Reía a carcajadas. la canción Shape of you sonaba a todo volumen por los altavoces.
Observó un punto exacto de la sala, sin saber muy bien por qué.
Pero allí no había nadie.
Hola, gentecilla. Bueno, nada más decir que estaba pensando en qué hubiera ocurrido si Leia, quien ha estado moviendo todos los hilos a su al rededor desde que nació, se hubiera suicidado como pensó en hacerlo cuando era adolescente. Y este sería el resultado un par de años después, cuando empezaran la Universidad (a parte de la escena de Azuleima, que ocurriría años después, cuando transcurre la novela).
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