𝐒𝐭𝐚𝐲 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐦𝐞 𝐟𝐨𝐫𝐞𝐯𝐞𝐫
— Esta todo listo. Esta vez conseguiré escaparme. —susurró (T/N) para que su compañero de cuarto no la escuchara y despertara de lo que podría decirse un profundo sueño.
Para estar más que segura, cerró el cuaderno donde iba escrito detalladamente su plan de escape y se inclinó un poco hacia la litera donde el peli-azul descansaba con una paz que incluso a ella le impresionó. Lo normal sería que estuviera en alerta por si se escabulle de la Iglesia como acostumbraba a hacer.
Así es, el peor obstáculo que podría tener no eran los guardias que siempre patrullaban a estas altas horas de la noche o las rejas gigantescas e improbables de pasar con tan solo saltar, sino era el más estrenado y capacitado para la eliminación de los muertos vivientes, y un completo galán: Karuto.
No importaba cuanto se esforzara, nunca podía evadirlo. Sea de noche o de día, Karuto siempre se las arreglaba para arruinar cualquier intento que ella tuviera a fin de abandonar la Iglesia, ya que eso también implicaba que no volviera a verle y eso, era algo que jamás permitiría que ocurriese.
Sin embargo, en esta noche hizo la excepción bajando la guardia al quedarse dormido. Era conveniente. Si tuviera abiertos sus ojos, caería hipnotizada bajo su brillo único y puro que la obligaría a reconsiderar su decisión.
Se quedó un rato más contemplando sus finos rasgos. Su cabello azulado y suave, que en muchas ocasiones había peinado. Su rostro calmado y sereno, ajeno a los problemas de su vida diaria. Esos labios un poco carnosos en el inferior, rosados y húmedos, tentativos a querer probarlos.
Rápidamente, se dió la vuelta dejandolo de mirar. Sin duda, Karuto era un buen partido o cómo podría decirlo en otros términos... Era jodidamente guapo.
También era uno de los puntos a favor de permanecer sana y salva en la Iglesia. Además, (T/N) estaba perdidamente enamorada de él y el sentimiento era mutuo, pero él se negaba rotundamente a dejar La Iglesia donde crecieron juntos.
Era muy leal cuando se trataba de La Iglesia, pues la marca en el dorso de su mano era como una cadena perpetua que le impedía traicionarla o abandonarla. Y, ¿era inteligente en pensar así? Claro que lo era. Aquella religión era absoluta en el mundo en que vivían, si la desobedeces terminas enterrado bajo tierra.
No obstante, (T/N) era medio caprichosa y deseaba reencontrarse con sus seres queridos, que desde muy pequeña había sido arrebatada de su lado porque nació con ella. La marca que indica que un ser humano es un "nigromante", y para su mala suerte, era igual a la de Karuto. Permanente.
Nunca sería libre y por ende, no tendría la vida de una chica normal. De por sí, ni la tenía. Ser enviada al campo de guerra no era el tipo de experiencia que, estando en sus mejores años de vida, esperaba probar.
Entonces, luego de tomar su mochila, empacado nada más lo necesario, le dio una última mirada a su amante y suspiró con pésame.
— Adiós, Karuto-kun.— murmuró en un hilo de voz antes de darle vuelta a la perilla.
Dado al rechinido que no pudó evitar al cerrar la puerta, se tensó un poquito ante el miedo a ser descubierta por el peli-azul, pero, por suerte o eso creía, no logró perturbar su estado de sueño.
Suspiró de alivio a su caso. Luego buscó con la mirada si no había moros a la costa, pero como lo había calculado, ni una sola alma andaba deambulando por los pasillos, ya que a esta hora, los afiliados hacían inspección de las áreas del exterior. Claro, tendría que evitarlos a no ser que quiera ser gravemente castigada por su travesía.
Vió por le rabillo del ojo, la ventana abierta a un costado de la entrada de su habitación, sacó la cuerda que equipaba en su mochila y, después de asegurarla atándola a un mueble cercano, arrojó el otro extremo de esta para poder deslizarse a pocos hasta que sus pies tocaran el suelo.
Estando fuera del establecimiento, solo le faltaba cruzar por encima de las rejas que asimilaban a los barrotes de una prisión. Apoyándose de un árbol, hizo algo de parkour y consiguió sobrepasar ese gran estorbo en su camino sin ser dañada de algún modo. Aterrizó justo como lo haría un audaz felino, con gracia y agilidad.
En sus adentros gritó de la emoción de lo tan fácil que resulto escaparse. De hecho... fue bastante sencillo. Lo demasiado para que comenzara a extrañarle esa sensación de temor a que ocurra algo inesperado que no previo con anterioridad.
Sin darse cuenta, las gotas de una pronosticada lluvia empezaron a golpearle cada zona del cuerpo. Estando en una pose reflexiva, se propusó a predecir lo que podría depararle el destino si seguía con su objetivo. El injusto y molesto destino.
No pasaron ni tres segundos para que ya no sintiera el agua resbalar sobre su piel y mojara su atuendo, algo que no le importaba en lo más mínimo. Sin embargo, la curiosidad de saber hizo que sus ojos tuvieran un encuentro con unos zafiros brillantes.
—¿Te presto una sombrilla, (T/N)-chan? — dijo Karuto, sosteniendo este mismo cubriéndolos a ambos y a la vez, evitando un posible resfriado en ella.
La chica se tardó un rato en reaccionar en frente del muchacho, quien aun mantenía su tierna y amigable sonrisa que denotaba en el fondo otra victoria al impedir que su (T/N) se distanciara de él.
— ¿C-Cómo...? —le costó hablar, siendo presa fácil de la sorpresa. — ¿No estabas dormido?
— ¿Creíste que el chillido de la puerta no me despertaría? — achinó sus ojos al extender más ese gesto inocente que, según ella, ocultaba lo engreído que se sentía ahora. — Además, olvidaste esto.
La mirada de (T/N) squedo penetrada en ese cuaderno que su compañero sostenía con la otra mano. ¡Pero si era el mismo donde había escrito su plan de escape! Se dio una bofetada mental de lo descuidada que fue por dejarlo asentado en su cama, ¿cómo pudo ignorar esos dos pequeños detalles?
A duras penas, se lo arrebató de la mano y lo abrazó como si quisiera que se desvaneciera de la existencia del universo, mientras lloraba por otra derrota.
— Ríndete de una vez, (T/N)-chan. —sugirió, limpiando los rastros de lágrimas que se asomaban en los bordes de sus ojos y se incitaban a recorrer por sus mejillas que en cuestión de segundos se tornaron como dos melocotones. — La Iglesia no es tan mala como parece y no necesitas nada más fuera de ella.
—¿Por qué? — insistió, pues sabía muy bien que el peli-azul seguiría hablando.
— Porque... — con la misma mano, la tomó suavemente del mentón obligándola a verlo. — Me tienes a mí, yo soy tu complemento, (T/N)-chan. Me necesitas, me deseas y me amas tanto como yo a ti.
Ambos no se dieron cuenta de cuando acortaron tanto la distancia, incluso el aliento a menta del chico rozaba sus labios y hacía que ese anhelo de querer probarlos se volviera más intenso en ella.
Por supuesto que, como toda chica de su edad, quería experimentar la maravilla del primer beso, pero no con cualquiera, sino con la persona que ahora tenía al frente. Aquel que había cuidado de ella y lo sigue haciendo, pudiendo hacerlo por su cuenta siendo mayor de edad. El que arriesga la vida cada día para volver a sus brazos lo más pronto posible y susurrarle al oído “Te extrañe. Quiero estar junto a ti, no más lejos a tu lado.” El que le dedica una sincera sonrisa sin importar la circunstancia en donde se encuentren. Tal vez, es tal como dice. La Iglesia no es nada si se tienen el uno al otro.
Lo que tardó en caerse la sombrilla sobre uno de los charcos de agua que creó la lluvia, le basto a Karuto para atraparla en un fuerte y ansiado abrazo. Dejando que ambos se empaparan por el rocío de la lluvia, que marcaba la llegada de un nuevo día, un glorioso amanecer.
Karuto hundió su cabeza sobre el cuello de ella sin importarle lo sorprendida que estaba ante el acto.
(T/N) pudo sentir como su compañero olfateaba su aroma a frutos rojos con desesperación, provocándole un potente sonrojo.
— Por eso... quédate conmigo, por siempre. — aquella frase terminó por dejarla estupefacta, dándose cuenta de la profundidad que tenía para que el peli-azul nunca quisiera soltarla.
Suspiró con pesadez, sabiendo que otro de sus intentos se vio perjudicado por Karuto, quien una vez más logró comprobar su amor y voluntad, quedándose juntos.
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