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¿Noche de brujas?

Era de noche. Ni la luz de la luna o de los faroles lograban iluminar del todo el ambiente. Hermione percibía que algo pasaba, mientras indagaba el exterior a través de la ventana de su dormitorio, quería ver si todo estaba bien. Vivía en una calleja que solo estaba bordeada por una hilera de casas modestas construidas a un lado y del otro se podía observar una plazoleta bastante precaria que contaba con pasto y pocos árboles, secundado por un gran muro que recorría todo el largo de la calleja separando dos vecindarios: el muggle y el mágico. Obviamente, los muggles no podían percibir la pequeña villa de brujas y magos, pues después de la insistencia al Ministerio de Magia, habían accedido a construirla y hacer los trámites para la ocultación mágica. 

La calleja, denominada SlideDark, era tan oscura como su nombre; los faroles emitían una débil luz amarilla que titilaba y chirriaba, como si pronto dejarían de funcionar, pero seguían batallando contra el frío y la oscuridad de la noche. Por eso no era tan transitada como otras aledañas.

Aunque Hermione sentía preocupación, decidió echarle un vistazo al chivatoscopio que le había regalado Ron para su cumpleaños anterior, pero el objeto de metal seguía quieto. Esto le dio más seguridad para tomar la decisión de salir a comprar papel higiénico. No se atrevía a hacer sus necesidades sin papel.

Sin más, pues no creía que aguantaría mucho, bajó las escaleras rápidamente, se cubrió con una túnica larga y gris para capear el frío, que estaba colgada en un perchero junto a la puerta de entrada y guardó su varita mágica en un compartimento al alcance de la mano, por si tenía que usarla. Cerró la puerta tras ella con cierto nerviosismo, así que caminó rápidamente a la calleja. Sus pasos resonaban, mientras miraba de un lado para otro. No podía entender por qué esa noche era más inquietante.

Había recorrido un largo tramo cuando un grito escalofriante quebró el silencio. Era una chica. Se quedó helada aferrándose instintivamente a la varita, no podía evitar mirar en todas direcciones en busca del lugar de donde podría provenir el sonido, como si de repente un tic nervioso la hubiera asaltado. Iba a irse de allí, pero otro grito se escuchó más cerca y sintió miedo. La mano le temblaba mientras apuntaba con su varita mágica a nada. ¿Qué tal si la próxima era ella? Decidió salir a una calle lateral, pero en el momento que dobló la esquina vio algo espeluznante. Una mujer joven estaba rodeada por un charco de sangre que también empapaba y teñía de rojo su ropa, se apoyaba en un poste de luz titilante que echaba chispas. Miró hacia arriba y se encontró con dos destellos rojos que asemejaban a unos ojos, pero desaparecieron en un revoltijo de la túnica negra que ese ser vestía. Se aproximó aterrada a la chica que había caído al suelo con una mano ensangrentada cubriéndose el cuello y la observaba con los ojos bien abiertos, suplicante.

— A-ayúdame —le pidió con voz apenas audible.

— Tranquila —fue lo primero que se le ocurrió decir torpemente—. Te ayudaré con esa hemorragia.

No dominaba el temblor de sus manos, le impedía realizar un hechizo que sellara la herida.

De pronto, los ojos vidriosos de la chica se abrieron aún más, fijos en un punto detrás de ella. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse vuelta rápidamente para ver qué ocurría. Dejó caer la varita con un sonido sordo.

A lo lejos se veían unas personas demasiado delgadas y curvadas para ser reales, se acercaban a paso lento y rengueando hacia ellas. Eran más o menos diez, pero no lograba distinguirlas, porque aún estaban a una distancia lejana como para diferenciar algo más que sus oscuras siluetas. Cuando pasaban cerca de un faro, notaba que su piel producía ligeros destellos. No sabía qué eran esas cosas, pero estaba segura de que no suponían la ayuda que necesitaba en ese momento.

— Tenemos que irnos —le dijo alterada a la mujer. Estaba pálida, perdía mucha sangre—. Hazte presión en el cuello. Te llevaré a casa.

Incapaz de aparecerse, porque no podía mantenerse concentrada, se vio obligada a cargarla. No recordaba los hechizos para facilitar el trabajo, la desesperaba y sentía ganas de llorar. Mientras intentaba poner de pie a la chica, escuchaba los gemidos cada vez más cerca de las criaturas. No sabía cuánto tiempo le había costado estabilizarla, poniendo uno de los brazos en sus hombros cuando una mano huesuda jaló de uno de sus brazos, haciendo que perdieran el equilibrio. Miró aterrada a las criaturas indescriptibles que las habían alcanzado, otros dos tironeaban de la chica que gemía aterrorizada. No pensaba soltarla, la mantendría junto a ella.

— No me dejes —le suplicó llorando.

Le corría la sangre por el cuello, pues la mano que tapaba la herida la tenían las criaturas cadavéricas que seguían jalando y el esfuerzo no hacía más que empeorar la hemorragia, que salía despedida a chorros al ritmo de sus latidos. Hermione no dejaba de forcejear intentando librarse de otro que la agarraba por el cuello.

— ¡No! ¡¡NO!! —aulló la chica.

El brazo que le rodeaba los hombros se deslizó lentamente, mientras la joven herida le tironeaba el abrigo apenas con los dedos tratando de no soltarse, pero fue en vano.

La castaña tenía el cabello revuelto cubriéndole la cara, le impedía ver qué ocurría, mientras luchaba contra los atacantes que cada vez parecían más feroces y gritaban a cada tirón, pero sabía que la chica había caído al suelo haciendo lo posible con su limitada fuerza, escuchando golpes sordos que los enfurecían más. Cuando una de las criaturas tiró de su cabello haciendo que levantara la cabeza bruscamente aullando de dolor, logró ver que por lo menos ocho se abalanzaban sobre la joven y recibían puñetazos, arañazos y patadas que cada vez cedían más. Necesitaba ayuda, pero la castaña no lograba liberarse.

La chica lanzó unos gritos escalofriantes que erizaron su piel.

Los inferis que sostenían a Hermione la soltaron para ir por la chica que había perdido las fuerzas y vio cómo uno de los seres tironeaba su brazo y le arrancaba un trozo de carne con un sonido nauseabundo, dejando la carne al rojo vivo y la sangre salía a raudales. Ella gritaba. La criatura emitió un sonido triunfante con el trozo de brazo en la boca chorreándole la sangre por el mentón, y luego lo lanzó a un lado. Estaba aterrorizada y las ganas de vomitar eran incontenibles. No recordaba que tenía una varita mágica, mientras observaba cómo la despedazaban. Retrocedió algunos pasos inconscientemente hasta que tropezó logrando sostenerse. Aprovechó de arrancar a la casa con gran pesar por haberla dejado ultrajada por esas horrendas criaturas.

Todo le daba vueltas. Corría por la calleja en la que se encontraba su hogar temiendo encontrarse con otras criaturas. Su mente solo pensaba en escapar y no procesaba ninguna otra información; no se dio cuenta que estaba a oscuras, sin ningún farol prendido. Llegó a las afueras de su casa y las manos le tiritaban descontroladamente.

¡Alohomora! —exclamaba repetidamente. La varita apuntaba a cualquier parte menos a la cerradura. Lloraba, mirando hacia ambos lados de la calleja por si aparecía algo— Alohomora.

Sonó un ligero click que le devolvió el alma al cuerpo y entró cerrando la puerta con todos los hechizos que conocía para sellarla.

Al echarse en la butaca más cercana, se largó a llorar sintiendo las incontenibles ganas de vomitar y tuvo que correr al baño. Luego de lavarse la cara, se miró al espejo. Estaba pálida, con ojos ojerosos y enrojecidos, despeinada y sucia. La ropa estaba manchada de sangre de la chica que había abandonado y, al recordarla, se echó a llorar nuevamente. Salió a trompicones del baño hacia su habitación, sin preocuparse por prender las velas y alumbrar un poco.

— Pensé que traerías otra carnada esta noche —dijo una voz rasposa y pausada.

Se le erizaron los pelos de los brazos y miró adonde provenía la voz. Había una figura alta observándola fijamente con sus ojos rojos destellando. Era un vampiro.

— Vete —atinó a decir recobrando de pronto la valentía.

Alzó la varita hacia él, quien lanzó una risa áspera.

— Me iré, pero antes debo invitarme a una deliciosa cena. La sangre de la chica que dejaste abandonada no era tan apetitosa como la tuya. Puedo olerlo —dijo, mientras olfateaba a lo lejos cerrando los ojos, como si estuviera deleitándose.

— ¿No te basta con haber matado a una persona? —le preguntó con voz temblorosa.

Pensaba en una forma de escapar, pero no había.

— No —contestó simplemente.

Se comenzó a acercar lentamente a ella con una sonrisa en sus labios delgados, disfrutando del terror que producía en sus víctimas antes de morderlas hasta vaciarlas. Soltó un gemido y se abalanzó sobre ella. Empezó a gritar, deseando que algún vecino la escuchara y acudiera, pero no llegó nadie. Luchó con manos y pies lo más que pudo, pero su oponente era fuerte y logró contenerla afirmándola de las muñecas, aprisionándola contra la pared. Logró obtener acceso a su cuello. Ella vio como este abría la boca y dejaba a la vista los colmillos que destellaron amenazantes, gritó desesperada y se movió tratando de soltarse en vano. El vampiro clavó sus colmillos provocándole un dolor punzante, cerró los ojos con todas sus fuerzas concentrándose en la varita que tenía en un bolsillo. Apuntó y murmuró "Avada kedavra", haciendo que un destello verde los separara. Se cubrió el cuello con las manos, igual como había hecho la chica que terminó devorada por inferis, y observó cómo el vampiro caía inconsciente. Corrió hasta la sala e intentó pensar en la mansión de los Black, donde vivía Harry. Se apareció en las afueras de la mansión, aliviada. Tenía la respiración agitada, estaba mareada y a punto de echarse a llorar, segura de que no volvería a SlideDark. Antes de poder tocar la puerta, se desmayó.

Ginny la abrió después, mientras hablaba en voz alta y alegre, pero calló al descubrirla afuera con muy mal aspecto, le gritó a Harry para que saliera de inmediato y este no se demoró en aparecer con la varita en mano. Tenía una expresión de horror cuando vio el motivo. No dudó en socorrerla, pero la pelirroja se le adelantó inclinándose sobre ella. Tomó su cara entre las manos.

— Despierta, Hermione —le decía sacudiéndola con suavidad.

— Yo me ocupo —Harry se arrodilló al otro lado y la apuntó con su varita mágica— Ennervate.

No hubo respuesta.

— Esta muy débil. Hay que llevarla a San Mungo —le habló a su novio con tono de alarma.

De pronto, Hermione se movió y emitió un gemido débil. La miraron expectantes, sobresaltándose cuando abrió los ojos, eran rojos. Pestañó unas cuantas veces como si estuviera saliendo del aturdimiento y cerró los ojos, escuchando un latido de corazón delicioso que había cerca de ella y la llenaba de vigor. Al abrir los ojos nuevamente supo de dónde provenía, ni siquiera se fijó quién era, porque no podía quitar la vista de su cuello donde la vena sobresalía a medida que escuchaba el latido. Sintió que los colmillos filosos crecían. No esperó ni un segundo más, no podía, y se levantó de improviso haciendo que la pelirroja cayera de espaldas con un grito de sorpresa.

— ¿Hermione? —no escuchaba al chico que le había hablado.

La inmovilizó mientras se acercaba peligrosamente a su cuello y enterró los dientes sintiendo la sangre fluir por su boca produciéndole un éxtasis incomprensible. Los esfuerzos inútiles de Harry no sirvieron para separarlas, tenía una fuerza sobrehumana. 

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