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La fe convoca sorpresas (Ronmione)

Hermione acababa de llegar a su casa después de una reunión en el Ministerio de la Magia donde habían participado los elfos domésticos.

Ron la esperaba jugando alegremente al ajedrez mágico con Hugo, quien todavía no entraba a Hogwarts y protestaba cada vez que iban a dejar a su hermana Rose a la estación de King's Cross.

—¡Mamá ha llegado! —exclamó Ron emocionado, como un niño, a su hijo cuando se dio cuenta que Hermione, su Hermione, los observaba con una sonrisa desde el umbral de la puerta.

—Mami, al fin.

Hugo corrió hacia ella para abrazarla.

—¿Qué tal ha ido en el trabajo? —preguntó el pelirrojo.

Hermione recordó lo sucedido en el trabajo y se le ensombreció la cara, no era que todo hubiese salido mal, pero no resultó como esperaba.

—¿Qué pasó, Hermione? —añadió Ron con preocupación, incorporándose del suelo para acercarse a ella y abrazarla—. ¿Fue Kreacher de nuevo? —indagó con voz amenazadora.

—No, no ha sido el pobre Kreacher —respondió finalmente mientras se le caía una lágrima. Iba limpiársela con una mano pero, en cambio, lo hizo Ron.

Hugo los observaba a un lado, provocando que Hermione se removiera incómoda.

—¿Puedes ir a buscar las cartas explosivas, Hugo? Y el que gana el campeonato gana un pastel de calabaza —le propuso Ron a su hijo con falso entusiasmo al captar la señal de su esposa.

Hugo sonrió divertido y fue corriendo a su habitación.

—No es fácil esto, Ron. Casi he terminado la ley para que los elfos no sean maltratados y sean unas criaturas dignas, pero si no hago lo que me pidieron, echaré todo por la borda —le contó rápidamente a penas Hugo se perdió de vista. Ron la escuchaba con atención—. Debo irme una semana o tal vez más a hablar con los Ministros de otros países al ser yo la creadora de este proyecto; debo convencerlos de que firmen, son los últimos que quedan. Tengo todo pensado —cómo no, pensó Ron—. ¿Pero qué sucederá entonces con Hugo? Quedará solo, yo estaré de viaje y tú trabajando. No podría soportar que le llegase a pasar algo —dijo mientras se le volvían a llenar los ojos de lágrimas.

—Es necesario que hagas ese viaje, Hermy —apuntó Ron después de una pausa—. Ya hallaremos la forma. Mis padres no pueden y los tuyos tampoco pueden quedarse con él. Quizás Ginny y Harry... Sí, hablaré con ellos. De hecho, ahora mismo iré a escribirles. No te pongas así.

—No, ya han sido muchos favores, Ron. Ellos también tienen que cuidar a sus niños —repuso inmediatamente recordando la cantidad de veces que les habían pedido lo mismo a causa de sus trabajos, y temía que Hugo fuera a resentirse con ellos por todo el tiempo que pasaban afuera.

—Hoy, Hugo dijo que Hermione sería un bonito nombre para su pieza Reina del ajedrez —le contó Ron con una triste sonrisa adivinando los pensamientos de su esposa.

El pequeño llegó con las cartas, así que Ron tuvo que cumplir su palabra, mientras que Hermione preparaba el pastel de calabaza para la comida. Tenía una sonrisa impresa en los labios, producto de lo que le había contado Ron.



Querida Dalia:

Hola. ¿Cómo estás? Espero que sin novedades malas.

¿Recuerdas que ayer en la reunión nos dijeron que debíamos ir al oriente para terminar al fin la ley élfica? Me temo que no podré ir. Ya te había comentado que Hugo no tiene con quien quedarse, me necesita. Hay cosas más importantes, como mi familia, no pretendo que se destruya por el exceso de trabajo.

Te quería pedir que seas tú quien pueda ir a convencer a los Ministros y a los diferentes tribunales. Sé que podrás hacerlo, por eso lo dejo en tus manos.

Un beso de,

Hermione.


Releyó varias veces el pergamino que acababa de escribir, lo ató a la pata de la pequeña lechuza de Ron, que partió hacia el horizonte batiendo sus alas.

Le preocupaba no haber recibido una respuesta en días.

—Pigwedeon debe haberse perdido, ya llegará —la trataba de calmar Ron.

Él comprendía la decisión de Hermione y, también, sus temores, puesto que él los sentía a veces.

Un día, cuando Hermione comenzaba a resignarse ante la idea de que la despedirían del Ministerio, una lechuza chocó contra la limpia ventana. Salieron los tres a ver qué había ocurrido, descubriendo a la lechuza que se incorporaba tambaleante trayendo un pergamino.


Querida Hermione:

Por supuesto que lo haré, sabes que cuentas con mi apoyo. Entiendo tu situación. Sé lo importante que es la familia.

Intentaré arreglarlo con el Ministro para que no tenga que ir sola, quizás Vane pueda acompañarme, ¿qué dices? Por cierto, quiero invitarte a una cena el domingo. Espero tu confirmación.

Abrazos,

Dalia.


Hermione le leyó la carta a Ron con una sonrisa enorme. Este se mostró agradecido hasta que su esposa pronunció "Vane" un poco más lento. Hizo una mueca. Aun así, en un trozo de pergamino escribieron "Allí estaremos. Gracias", para luego enviarlo con el pobre Pigwedeon.

Cuando llegó el día, los tres Weasley fueron a la casa de Dalia. Se miraron extrañados, pues parecía que había preparado más que una cena. Ella los condujo al interior encontrándose con Harry y Ginny, quienes corrieron a saludarlos alegremente. Y, luego, apareció el serio Ministro.

Hermione buscó la mirada de Dalia, pero sólo le guiñó un ojo sonriéndole para calmarla un poco.

—Buenos días, señor Ministro —lo saludaron Ron y Hermione.

—Buenos días —respondió complaciente mientras se sentaba en la mesa invitándolos a todos a hacer lo mismo. Hugo y los hijos de los Potter fueron a jugar al patio—. La señorita Dalia me ha comunicado el problema, pero creo que es importante que vaya, señora Granger. El éxito de la ley, que es muy importante para provocar un cambio a nivel de conciencia en el mundo mágico, está a pocos pasos de ser realidad —dijo sin rodeos. Cuando vio que Hermione miraba fugazmente a Ron con preocupación, añadió:—. Por eso he decidido que el trabajo de conseguir la dos últimas firmas las haré yo mismo con Dalia, ¿no es así?

—¡Oh, sí! Hermione, tenemos prácticamente ganada la batalla —afirmó alegremente.

Ginny y Harry estaban ahí para presentar apoyo a los chicos; una sorpresa preparada por Dalia. Los observaban sonrientes.

—Oh. Bueno, yo no me anticiparía a los hechos —terció el Ministro entre risas—. Aunque dicen que tengo la convicción de un troll, no sé si eso es bueno o malo —comentó entre las risas cómplices de los otros—, pero supongo que se refieren a la determinación —añadió con una sonrisa divertida y serena.

—Sin duda —susurró Harry por lo bajo a Ron, quien trataba de ocultar una sonrisa.

El Ministro se marchó poco tiempo después de solucionado el problema, dejando a los chicos charlando y bromeando mientras se ponían al día con sus vidas.

Hermione rió con sus amigos mucho más aliviada.

Dalia había resultado ser una gran amiga, había aprobado su confianza y le agradecía lo que había hecho por ella.

—No fue tan difícil después del confundus —soltó Dalia seriamente, provocando que Hermione adoptara una expresión de terror, ante lo que ambas se echaron a reír—. La verdad es que fue bastante amable el Ministro.

—¡Daly! —interrumpió Hugo con un grito desde el otro lado de la habitación. Llamaba Daly a Dalia por cariño—. Daly, ven un poco.

Hermione observaba con orgullo a su hijo

—Claro. Ya voy, cariño —contestó, incorporándose—. ¿Qué sucede? —preguntó.

Se agachó hasta quedar a la altura de Hugo.

—¿Daly, en qué casa quedaste tú? —inquirió el niño mirando el suelo.

—¿Yo? Quedé en Gryffindor. ¿Por qué?

—Es que papá dijo que me desheredaría si quedo en Slytherin.

Dalia se echó a reír contagiando a Hugo.

—No te preocupes, Hugo. Si quieres quedar en Gryffindor, el Sombrero te pondrá en la casa que quieras —calmó al niño.

Él volvió a jugar con sus primos y ella con sus amigos. 




¡Hola, lectores! 

Un nuevo one-shot que espero les haya gustado. Si no, pueden lanzar tomatazos Jajaja (aunque deben limpiarlo después)

¿Les gusta shippear el Ronmione? 

Como sabrán los que leen mi fanfic Deletrius, a mí me gusta el cannon, así que me parece bien. Eso sí, no me impide escribir sobre otras parejas.

¡Herencias para todos! Ejem, ejem (Ok, lancen tomatazos xD)

Digo, ¡besos para todos!

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