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Igualmente afortunadas

La rutina de aquel día transcurría con normalidad en la casa de los Evans en Cokeworth, Inglaterra. La madre de Lily y Petunia estaba lavando la ropa que sus hijas iban a ocupar para ir a la escuela, mientras el padre de las chicas estaba sentado en el sillón del mismo cuarto leyendo el periódico. Las niñas, luego de desayunar, habían ido al parque a disfrutar del soleado día. Por lo tanto, el silencio era interrumpido sólo por el sonido que hacía el señor Evans al dar vuelta las hojas o por algún automóvil que pasaba por la calle.

Mientras la señora Evans comentaba las excelentes calificaciones de Lily en su escuela, se armó un barullo que los sobresaltó; las hermanas llegaron peleando y gritándose mutuamente.

—¡Mamá! Lily es un monstruo —gritaba la pequeña Petunia, una chica alta, con cara de caballo y delgada.

—Petu, no seas dura con tu hermana —se limitó a reprocharle su madre.

Petunia siempre que podía criticaba a su hermana menor con la que tenía un año de diferencia. Y la señora Evans creía que eran celos, porque Lily era más mimada por ser la más pequeña de la familia.

—¡Es mentira, mamá! Porque Petunia también pudo hacerlo —respondió chillando una ofendida Lily.

Lily Evans era hermosa, de cabello rojo y poblado, y ojos verdes almendrados.

—A ver, se callan las dos y me explican qué sucedió como la gente civilizada. ¿Qué hizo tu hermana, Petu?

La chica suspiró y le contó lo que había ocurrido.

—Lily hizo que todas las hojas de un árbol cayeran y, luego, volvieran donde estaban.

La madre se echó a reír.

—No es broma, mamá. Lily ha... —continuó Petunia, enfadada.

—Déjense de bromas, chicas. Petunia, no inventes cosas así sobre tu hermana.

—¡No son inventos! —la ira de la chica era notoria.

—¡Petunia también puede! —repitió Lily.

—Bien. Ahora vayan a jugar y déjenme en paz que tengo que revisar su uniforme para...

—Petunia hizo una mariposa con una flor —continuó Lily con los brazos cruzados.

La insistencia de las chicas era extraña, así que la señora Evans las miró con el entrecejo fruncido.

—Y ese infeliz...

—Se llama Severus, Petu. No seas así con él —le corrigió Lily—. Y él también puede hacer cosas extrañas. Es divertido —sonrió.

—¿Quién es ese Severus? —preguntó el padre de las niñas desde un rincón.

Siempre se mantenía al margen de las discusiones de sus hijas y dejaba que su esposa se encargara de ellas.

—Un amigo —respondió la pelirroja, sonriendo.

—Un monstruo igual que tú —le espetó la mayor.

—¡Cállate! Eres mala —los ojos de la pequeña se llenaron de lágrimas.

—Un monstruo y otra igual que él. No me extrañaría que terminaran siendo novios —se burló.

Lily rompió en llanto.

—¡Petunia, pídele disculpas a tu hermana! —el señor Evans se estaba hartando del asunto.

La chica se negó cruzándose de brazos con aire altanero.

—Petunia... —repitió en tono de advertencia.

—Está bien. Lo siento —cedió la chica, enfurruñada, luego de un momento de silencio.

—¿Y bien? ¿Quién es ese tal Severus?

—Un niño de mi edad, papi. Dice que somos unas brujas y que él es un mago, y por eso hacemos esas cosas —explicó Lily con naturalidad.

—¡Yo no soy un fenómeno! —exclamó Petunia indignada.

—No estoy entendiendo —comenzó su madre. Se estaba alterando—. ¿No se trata de un juego?

—No —respondieron ambas al unísono.

Hubo un momento de silencio en el que sus padres intercambiaron miradas temerosas por la salud mental de sus hijas.

—Miren —Lily frunció el entrecejo y fijó su vista en un jarro que había sobre una mesa. El jarro se movió de su lugar sin que nadie lo tocara.

—¡Déjate! —gritó Petunia, asustada.

La mayor se refugió detrás del sillón en el que estaba sentado su padre.

Los señores Evans habían quedado mudos, mirando inexpresivos el jarro.

—¿Lo ven? ¡Vamos, Petu! Muéstrales tú también —le insistió Lily con optimismo.

—No. Yo no sé hacer eso.

La chica temblaba.

—Sí sabes. Te vi en el parque.

Luego de otro momento silencioso, los señores Evans miraron alternativamente a sus hijas.

—¿Petu? —preguntó su madre con un hilo de voz.

La chica salió lentamente detrás del sillón, se paró ante la mesa mirando el jarro, y este volvió a quedar donde estaba en un principio.

—Bueno... —su padre no hallaba las palabras.

—¿Por qué? —cuestionó la señora Evans, mirándoles.

—Así nacimos —respondió Lily orgullosa, mientras que Petunia parecía a punto de llorar.

—¿Pero por qué lloras, Petunia? ¡Es fantástico! —exclamó su madre. Todos quedaron sorprendidos y Lily sonreía—. Tenemos dos hijas superpoderosas.

El señor Evans se echó a reír y se relajó.

—Espero que sepan hacer aparecer un par de cervezas —bromeó el hombre, sonriendo ampliamente.

—¡Papá! —rió la pelirroja.

Luego de la revelación de los Evans, el trato hacia las chicas cambió considerablemente y para bien. Los padres se sentían orgullosos de sus hijas y las mimaban. Como la señora Evans predijo, Petunia dejó de hacerle críticas a su hermana y comenzaron a llevarse mejor.

Una semana después, la última de Octubre, apareció un hombre de barba detrás de la puerta, con anteojos de medialuna y vestido con una túnica.

—Buenos días, señora Evans —saludó el hombre amablemente.

—Buenos días. ¿Qué se le ofrece?

—Tengo que darles una noticia y ver a su hija Petunia Evans —respondió.

—Bueno... adelante —lo invitó con inseguridad indicándole los sillones para que se sentara.

El extraño se sentó, mientras que la madre llamaba a Petunia, así que regresó con ella y su esposo.

—Vengo a comunicarles que su hija tiene una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —dijo inmediatamente cuando se sentaron junto a él. Le sonrió a la niña—. Soy Albus Dumbledore, director del colegio —le entregó un sobre grueso a Petunia, esta lo recibió sin comprender bien—. Soy un mago, así como su hija es una bruja. Se habrán dado cuenta de que puede realizar cosas que los muggles no pueden.

—¿Soy... una bruja? —preguntó Petunia.

Dumbledore asintió con la cabeza.

—¡Te lo dije, Petu! Eres una bruja, igual que yo y Sev —interrumpió Lily emocionada, pues había estado escuchando la conversación a hurtadillas.

Dumbledore se volvió hacia la pelirroja, sonriente.

—¿Lily Evans? Supongo que te veré en Hogwarts el próximo año. Si es que sus padres las autorizan, claro —se volvió hacia los padres de las chicas.

—Pero... ¿nos podría explicar cómo...? —a pesar de que ella sabía que sus hijas eran superpoderosas, no creía que hubieran colegios de... ¿magia?

—Oh, sí. Les explico todo...

El mago les explicó con detalle la forma en la que sus hijas habían sido registradas por la pluma mágica de Hogwarts al nacer como todo mago y bruja nacidos en Inglaterra. También les explicó que el colegio era un internado, por lo que sólo podrían regresar a sus hogares en las vacaciones y festividades, entre otras cosas que explicaban la funcionalidad de Hogwarts y del mundo mágico, cómo ir a comprar los materiales al Callejón Diagon y cómo atravesar hacia el andén nueve y tres cuartos.

Los cuatro presentes escucharon con atención cada palabra del director y los padres, luego de meditarlo un momento, consideraron que privar a sus hijas del futuro que se les había dado al nacer era una maldad, por lo que aceptaron que sus hijas asistieran a ese colegio.

—¡Excelente! Conocerán a muchos magos de su edad —celebró Dumbledore poniéndose de pie—. Nos vemos en Hogwarts el primero de septiembre y el boleto del tren está en el sobre. Hasta pronto —se despidió el hombre, sonriendo.

Después, salió a la calle.

Hubo un silencio en el cual no sabían que hacer, era demasiada información que debían asimilar, hasta que Lily se lanzó hacia su hermana y la abrazó.

Desde ese entonces, los rencores de las hermanas Evans quedaron atrás. En el fondo, lo único que deseaba Petunia, pero que le daba miedo aceptar por las opiniones de los demás, se había hecho realidad y no tenía nada que envidiar de Lily. Iría a Hogwarts.

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