George Weasley
Elizabeth miraba a la nada mientras mordia la uña de su dedo pulgar. Decir que estaba nerviosa era poco.
Miró a la señora Weasley y luego a Ginny cuando su mente regresó a la realidad. Habían pasado apenas 15 minutos desde que los Weasley masculinos habían partido de la madriguera pero todas estaban con los nervios de punta.
—Tranquila, querida— le dijo la señora Weasley a Elizabeth.
La chica miró a la pelirroja mayor y le dedicó una pequeña sonrisa.
—Será mejor que preparemos algo de comida. Todos llegarán muy hambrientos.
Molly sabía que la chica necesitaba mantener su mente ocupada, así que asintió y se dirigió a la cocina.
—Vamos, Ginny. Sé que quieres ayudar también— dijo la señora Weasley a su hija.
Ginny sonrió y se acercó a la cocina.
Las tres mujeres estaban muy bien coordinadas al cocinar, sin embargo sus mentes estaban invadidas por preocupación.
Al terminar, Ginny subió a su habitación, Molly comenzó a lavar los utensilios utilizados y Elizabeth se quedó recargada en el marco de la puerta de entrada.
A Elizabeth le costaba un poco respirar, sentía una gran presión en el pecho.
El tiempo pasaba con una extraordinaria lentitud, o al menos así lo sentía Elizabeth. Cerró sus ojos y trató de pensar en cosas agradables.
Una de esas cosas era la gran amistad que compartía con los gemelos y el gran amor que sentía hacia George, sus pensamientos se centraron en él y en lo tanto que lo amaba.
Un terrible sonido de algo cayendo al agua se escuchó a lo lejos. Elizabeth y Molly se miraron preocupadas.
En poco tiempo dos figuras aparecieron en el jardín delantero. Harry y Hagrid.
Elizabeth corrió a abrazar a su mejor amigo, Harry y este la recibió con los brazos abiertos.
—Son los primeros— susurró Elizabeth en el oído de Harry— Tonks y Ron ya debieron llegar.
Los dos se separaron.
Molly y Ginny se acercaron rápidamente.
Dos personas más aparecieron, Remus y un clon Harry malherido. Elizabeth lo reconoció debido a que el efecto de la poción estaba por terminar.
Su estómago se encogió y sus ojos se empañaron. Era George Weasley.
—Ayuda— pidió Remus.
Elizabeth corrió hasta los dos hombres y pasó el brazo libre de George por sus hombros.
Lo llevaron hasta el sofá. Y Elizabeth no prestó atención a nada más.
La señora Weasley corría por todos lados en busca de algo.
—George, cariño— susurró Elizabeth con la voz entre cortada por los sollozos, acarició la frente del pelirrojo.
Molly se acercó a su hijo y comenzó con las curaciones, Elizabeth se hizo a un lado, sin dejar de tomar la mano de George.
Los demás comenzaron a llegar y Fred se puso a un lado de la chica. Miró a su hermano con preocupación.
—¿Cómo te sientes Georgie?— preguntó Fred.
Molly se había puesto detrás del sofá y acariciaba la frente de su hijo.
—Como queso...— dijo George en un susurro aún con los ojos cerrados.
—¿Cómo?— preguntó Fred desconcertado.
—Queso... Como queso— volvió a decir George, lentamente abrió sus ojos— tengo hoyos, ¿entiendes, Fred?
George se señaló su oreja con la mano libre y todos rieron un poco.
—Hay un mundo de humor en orejas y tenías que decir "como queso"— dijo Fred con una apenas perceptible risa— Das vergüenza.
George rió.
—Sigo siendo más guapo que tu, ¿verdad Liz?— preguntó George.
Elizabeth derramó un par de lágrimas riendo.
—El más guapo— dijo la chica con una gran sonrisa.
...
Ojo loco había muerto, a nadie le hizo bien la noticia.
Todos se dispersaron, algunos se fueron a dormir, otros comieron un poco y otros optaron por tomar un relajante baño.
Elizabeth y George quedaron a solas en el sofá.
La chica se había ofrecido a atenderlo y nadie se lo impidió. Primero lo ayudó a cambiarse de ropa, ya que la que traía estaba llena de sangre y sudor.
George se sentía muy débil, pero aún así hacía lo posible por mantenerse despierto. Elizabeth limpio con mucho cuidado toda la sangre alrededor de la oreja y de la cabeza, y después hizo un vendaje en la cabeza del pelirrojo.
—No me has dicho nada— dijo George mirando a la chica que estaba por terminar el vendaje.
Elizabeth se limitó a mirarlo. George soltó un suspiro.
—Ya entiendo— dijo el pelirrojo— sigues molesta conmigo...
Elizabeth se puso de pie llevando todo el material lleno de sangre y lo tiró. Lavo algunas cosas que utilizó ya que se habían impregnado varias manchas de sangre.
Cuando terminó dio media vuelta para mirar a George y este intentaba ponerse de pie.
Rápidamente, Elizabeth corrió hasta él y se lo impidió. Hizo que se recostara.
—Debes descansar— dijo ella— al menos hasta mañana. La herida se puede abrir si te mueves mucho, no hay pociones muy potentes por aquí.
Elizabeth evitaba la mirada del chico.
—Elizabeth— la llamó George, pero ella no quería mirarlo— Por favor Liz, mirame.
Se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos empañaron. Por más que lo quiso evitar, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
George tomó a la chica de las mejillas y limpió las lagrimas con sus pulgares. Elizabeth lloró con más fuerza y puso sus manos sobre las de George.
—Eres un imbécil— dijo la chica entre llantos— estaba muy preocupada por ti, primero me prohíbes rotundamente ir con ustedes, lugo tardas horas en llegar y después llegas herido, sin una oreja. Pudiste haber muerto.
Elizabeth abrazó a George con fuerza. Ella estaba sentada en el sofá y George seguía recostado.
Ella lloraba sobre el hombro del chico y George acariciaba la espalda de la chica.
Elizabeth se separó y limpió los restos de lágrimas con su blusa.
—Liz, sabes que te amo. Tienes razón, estuve en un gran peligro, pero ya estoy aquí y te juro que no me va a pasar nada.
Elizabeth sonrió sin muchas ganas.
—También te amo— dijo ella.
George se acostó de lado.
—Ven, acuestate conmigo.
Elizabeth lo pensó un poco, pero se quitó los zapatos y se acomodó junto al pelirrojo. George besó la punta de la nariz de ella y se sonrieron.
Elizaeth besó los labios del chico y este le siguió el beso. Al principio algo muy lento y poco a poco más intenso. Se separaron.
—Debes descansar— dijo Elizabeth.
George soltó una risa.
—Bien. Pero no te salvarás cuando me recupere.
Las mejillas de la chica se sonrojaron.
Esa noche durmieron muy cómodamente abrazados en el sofá. Se avecinaban tiempos malos, muy malo y era mejor disfrutar de los buenos momentos.
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