Lo Que Haga Falta [Lewandowski & Goretzka + Lewandowski & Reus]
La Copa Pokal brillaba desde el margen del campo dedicado al túnel de vestuarios, bruñida en oro y con sus numerosos tallados y piedras incrustadas, tan imponente como el primer día.
Pese a la luz que parecía irradiar el trofeo, el día había salido oscuro, y aunque todavía era media tarde, el cielo estaba tan nublado que no hubiera sido mala idea encender toda la iluminaria del estadio.
A Robert le gustaba jugar con lluvia, estaba acostumbrado al frío, así que en ese sentido no tenía problema. El césped era más maleable, esponjoso también, y decenas de diminutas gotas de agua, hasta entonces varadas entre las fibras de hierba, saltaban a tus piernas al correr. Se llevó la mano al pelo para revolvérselo, pero apenas tuvo tiempo de reaccionar; una jugada impecable del Bayern, los pases justos y necesarios, ni uno más, ni uno menos. Precisión y complicidad, el esférico se encontraba en los pies de Lewandowski, que al levantar la vista encontró frente a él una evidente barrera amarilla, jugadores del Dortmund que se apiñaban ya a su alrededor. Por supuesto, sabían lo que hacían; el delantero del número nueve era un peligro potencial, más si como en aquella ocasión se encontraba dentro del área. Robert rebasó a un par de centrocampistas que se habían incorporado a la defensa, efectuó un pase limpio del que Thomas Müller estuvo pendiente, el delantero consiguió colarse entre los dos centrales, que ya temiéndose lo peor se habían acercado al polaco hasta casi tocarlo. Lewandowski se encontró de frente con el portero del Dortmund, que lo miraba con un brillo tembloroso en los ojos, sabedor de lo que se venía. Thomas devolvió el balón a su compañero, que se encargó de rematarlo con un tiro que se estrelló segundos más tarde en la red del Dortmund.
La grada estalló en gritos y vítores de los aficionados afines al Bayern, y Lewandowski recuperó esa sensación que nunca cambiaba, esa que llevaba sintiendo desde que era un crío en la cantera; la sangre bullía en sus venas con velocidad, haciéndolo sentir que prácticamente hervía, su pecho alternaba en respiraciones fuertes, que hinchaban y deshinchaban sus pulmones, que de pronto parecían capaces de aceptar todo el oxígeno del mundo. Todo el vello del cuerpo se le erizó mientras corría al córner, empapado completamente por la lluvia, retirándose el pelo de la frente con un golpe de cabeza. Cayó de rodillas sobre el césped y se levantó en un mismo movimiento, uniendo sus puños como ya era costumbre. Sentía ese leve mareo, esa embriaguez que solo el fútbol podía darle, de pronto todo el estadio parecía tener más color, y los cánticos del grupo quedaban amortiguados.
Sintió cómo unos brazos lo abrazaban con fuerza, y al girarse, encontró de frente los ojos amarronados de Leon, mirándolo con ese brillo ilusionado suyo, impregnado siempre de confianza, con un resplandor de satisfacción. Lew sonrió por un momento, fijándose en cómo el gesto de Goretzka era exactamente el mismo, milímetro a milímetro, cuando marcaban o ganaban un partido, que cuando estaba tirado en la cama, desnudo y medio cubierto con la sábana. En ambas ocasiones, el éxtasis relampagueaba en su mirada, como si no existiera más allá que ese partido, jugado, bien en el estadio, bien entre las sábanas.
Robert sentía que Leon iba a besarlo en cualquier momento, a empujarlo contra la valla publicitaria y dejar que ese ímpetu suyo, gobernado siempre por el hambre de la juventud, terminara con él encima del césped, con la lluvia bañándolos desde las nubes. Colocó su frente contra la del alemán, mirándolo a los labios con sugerencia, cubierto por las ganas que tenía el fútbol de camuflar aquellos actos como "grandes y fortísimas amistades".
Si ellos supieran...
—Ya vale, ¿no?— se oyó cómo un jugador pedía al árbitro con la voz rota —ya tendrán tiempo de celebrar cuando acabe el partido— añadió —si es que ganan, claro— exigía al colegiado, que por algún motivo estaba –a ojos de Marco Reus– alargando innecesariamente la pausa antes de reanudar el partido y poner el balón en juego.
Robert no necesitaba levantar la vista para saber de quién era aquella voz normalmente suave y cantarina, que aquel día se esforzaba por hacerse oír sobre el ruidosísimo estadio, con un evidente deje molesto, que le rasgaba la garganta. El polaco levantó la vista y no le costó encontrar al rubio que buscaba; Marco Reus lo miraba con los ojos temblorosos y gesto dolido, ahora ya en silencio, tragándose todos los pensamientos que se dibujaban en su mente.
Leon seguía abrazándolo, pegándolo a su cuerpo, cuando Lew hizo algo de fuerza para apartarlo de él, sin retirar la mirada del delantero del Dortmund. Goretzka frunció el ceño levemente, en un gesto apenas imperceptible, cuando notó la necesidad de Robert de zafarse de su abrazo. Soltó al polaco y escaneó su entorno con la mirada, para ese momento, Marco Reus ya caminaba de espaldas, colocándose de nuevo en su posición, unos metros más allá de donde se encontraba ya Lewandowski.
El partido siguió en esa línea de todos los clásicos alemanes, con dos equipos luchando a dentelladas, empapando el campo de sangre, sudor y lágrimas. Miradas furtivas y gritos desgarrados, nadie salía impune de un Bayern – Dortmund.
Robert intentaba, cada vez que podía, colarse en el campo de visión de Marco, pero parecía, por primera vez, imposible. Hasta entonces, Reus había mantenido siempre la mirada fija en el polaco, en cómo se retiraba el pelo empapado de la frente y se intuían sus músculos bajo su piel, todo por la inyección de adrenalina del partido, pero ahora era algo diferente, ahora se sentía fuera de lugar, tan abandonado como se había sentido cuando Robert había partido al Bayern. Respiró hondo y volvió a intentar concentrarse en el juego, pero era incapaz de hacerlo si Lewandowski seguía esforzándose tanto por dejarse ver, por agacharse frente a él cuando ni siquiera necesitaba atarse las botas, cualquier excusa era buena, fuera colocar en su sitio la espinillera o estirar tras un movimiento controversial. A Marco se le secaba la boca cada vez que Robert cruzaba por delante, más todavía cuando debía seguir concentrado en fingir que le resultaba invisible, que su presencia no le aceleraba el pulso y le alteraba la respiración.
Un córner a favor del Bayern convocó a los jugadores alrededor de la portería amarilla, momento en el que, tras perderse el balón en los guantes del portero, Lewandowski vio una oportunidad de oro ante sus ojos. Caminó el par de pasos que lo separaban de Reus y extendió la mano hasta posarla en el cuello del rubio, que maldijo al sentir cómo el tacto del polaco forzaba a toda la piel de su cuerpo a erizarse, detalle que no pasó desapercibido para ninguno de los dos. Robert sonrió satisfecho viendo el efecto que todavía era capaz de crear sobre el chico.
—¿Sabes por qué prefiero los partidos con lluvia?— preguntó el polaco en un susurro.
Los ojos marrones verdosos de Marco se posaron sobre él, dudando de si debía responder, o de si ese minúsculo gesto sería capaz de arrastrarlo hasta el fin.
—Porque esa camiseta se te pega tanto que es como si no llevaras nada— respondió Lew sin esperar a que el chico contestara.
Marco contuvo el aliento mientras Robert dejaba escapar una de esas carcajadas cálidas y profundas que el alemán tanto echaba de menos, pero ante la que aun así trató de mantenerse firme, incapaz de todas formas de controlar la sangre que viajaba a sus mejillas, coloreándolas sin remedio, mientras se apartaba del tacto del polaco, de los dedos que todavía tenía en su cuello.
Muchos se preguntaron qué había pasado con Marco Reus, por qué era incapaz de chutar con precisión, por qué todos los intentos que había liderado el rubio en la primera parte se habían desvanecido en la segunda. Pocos entendieron realmente qué había cambiado en Marco, tal vez algún compañero, o el propio Lewandowski, pero lo que era inevitable era fijarse en cómo el alemán se esforzaba por no levantar la vista del suelo, por dirigirla a la grada en todo caso, jamás a sus rivales, por miedo a encontrarse al polaco de ojos azules, tampoco a sus compañeros, por miedo a encontrar en ellos las miradas decepcionadas que se clavaban en él aun sin verlos.
El pitido final dio la victoria al Bayern, a todos los aficionados que se habían dejado la voz en las gradas, a esos jugadores que levantaban la cabeza casi con cierta arrogancia, con la certeza, de que eran los mejores. Ambos equipos se encontraron en el centro del campo para los saludos y felicitaciones de rigor, en los que los jugadores del Dortmund participaban taciturnos, desilusionados y con cierto resentimiento. Marco huía del grupo que se había formado sobre el césped, había saludado a un par de compañeros de selección y sonreído con alguna de las bromas de los vencedores, aun así, prefería huir al vestuario, refugiarse en territorio amarillo, y no salir de allí hasta que el estadio se hubiera vaciado por completo, y tuviera claro que no iba a encontrarse con ningunos ojos azules brillantes.
—¿No vas a felicitarme, Reus?
Marco sintió que le faltaba el aire, sus piernas dejaron de responder ante sus órdenes y se quedó congelado, sin saber cómo reaccionar ante la repentina presencia del número nueve del Bayern. Cerró los ojos con fuerza, y se hizo creer que si daba a las cámaras la imagen que querían, podría salir de allí cuanto antes. Se giró y quedó mirando de frente a Robert, se acercó de un paso, lo abrazó sin detenerse mucho y trató de continuar su camino, cosa que impidieron los dedos de Lewandowski, que rodeaban su muñeca con la fuerza justa.
—¿Qué te pasa Marco?— sonrió de lado, pasando su índice por la camiseta amarilla del chico, justo sobre sus abdominales.
Reus trataba de mantener la frialdad que había mostrado en su abrazo, pero todos sus muros se derrumbaban con esos ojos azules que lo miraban.
—Lew...
—¿Por qué huyes de mí, Marco?— preguntó con esa voz suya de quien sabe que lleva las de ganar.
—Yo no...
Robert negó con la cabeza, llevando los dedos al pelo del rubio y colocándolo con cuidado.
—¿Sabes? Estás muy guapo, así, todo mojado.
Marco volvió a sonrojarse, pero se mantuvo en silencio.
—¿Tienes miedo de volver a caer, Reus?— lo miró a los ojos —¿Tienes miedo de volver a perderte en eso que en su día tanto te gustaba?— llevó la mano del alemán a sus propios abdominales, y Marco no tardó en moverla hasta la cinturilla del pantalón blanco de la tercera equipación del Bayern, jugando con la goma mientras Lew sonreía de lado, mordiéndose el labio.
—¿Vas a dejar que toda esta gente te vea metiéndome mano, Marco?— preguntó Robert divertido, señalando a todos los aficionados, jugadores y cámaras a su alrededor. El rubio ahogó un gemido frustrado y devolvió la mano a los abdominales del polaco.
—¿Qué ha pasado en el partido?— insistió Lewandowski.
—No ha pasado nada.
—¿Estás celoso?
—¿Qué? ¡Ya te gustaría!— dijo bajando la vista al suelo.
—¡Estás celoso de Goretzka!— exclamó divertido, viendo los ojos titilantes del rubio —Oh vamos Marco, no tienes de qué preocuparte— acercó la boca a su oído —con él no he hecho ni la mitad de lo que hice contigo— murmuró, y Reus tembló sin remedio al notar el aliento del moreno en su cuello.
—Leon...— murmuró Marco.
—¿Qué pasa con él?
—No quiero...— al alemán le costaba adoptar ese tono dominante que tan sencillo parecía resultarle a Lew —no quiero que vuelva a tocarte— dijo, y un brillo oscuro relampagueó en su mirada —no quiero que vuelva a ponerte las manos encima, ¿me oyes?—.
Robert sonrió divertido, viendo cómo su Marco arrogante y soberbio volvía a construirse ante sus ojos.
—No quiero que vuelva a besarte, no quiero que te mire como yo lo hago.
—¿Ah no?— Lew acercó su rostro al del chico.
—No— dijo con seguridad —a partir de ahora, Robert, solo voy a tocarte yo, solo voy a besarte yo, ¿lo entiendes?—.
—Puedo hacerme una idea.
—No me sirve con que te hagas una idea— murmuró con violencia sobre sus labios —quiero que te quede claro, y haré lo que haga falta para que así sea—.
—¿Lo que haga falta?— Lew dirigió una mirada fugaz a Goretzka, intentando llevar a Reus al límite, intentando que el rubio se lanzara al vacío sin paracaídas. Robert supo que lo había conseguido cuando la chispa de fuego en los ojos del rubio pareció alimentarse con el combustible que llevaba intentando avivarla toda la noche, y un incendio descomunal se abrió paso entre el verde de la mirada de Marco.
—Eres un cabrón, engreído y orgulloso, Lewandowski— murmuró Reus antes de atrapar el labio inferior del polaco entre sus dientes, antes de llevar las manos a la baja espalda del delantero del nueve y atraerlo hacia él. Un silencio aplastante se irguió en el estadio al ver que Robert seguía el juego de Marco, besándolo con avidez mientras colaba las manos bajo la camiseta amarilla del Dortmund. Ambos eran bañados por decenas de focos y flashes de todo tipo de cámaras, pero a ninguno de los dos pareció importarle, no cuando ambos seguían centrados en la tarea que los ocupaba, allí, ante la vista de todos, y mientras Müller y Hummels intercambiaban un par de miradas entre ellos, sonriendo ante una apuesta hecha hacía ya años.
Marco se separó por un momento de los labios del polaco, mirando a su alrededor, justo después, dirigiendo la mirada de nuevo al chico que tenía a apenas algunos centímetros.
—Lo que haga falta, Lew, lo que haga falta.
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