Gol en Propia Puerta [Gerard Piqué & Sergio Ramos]
Para Henartt, porque aunque llegue tarde sabrá valorarlo. Feliz cumpleaños, amiga, que sean muchos más años juntas, con mucho más fútbol. Te quiero <3
El Fútbol Club Barcelona acababa de terminar el entrenamiento en la Ciutat Esportiva Joan Gamper. Gerard Piqué, por su parte, se dejaba caer sobre el banco del vestuario, con la ropa empapada en sudor y el pecho subiendo y bajando bajo su equipación, todavía acostumbrándose al ritmo relajado tras el esfuerzo del entreno. Desde que Xavi había tomado los mandos del equipo, todo se había vuelto más serio, más real, más duro. Y era justo lo que Geri quería, aunque eso le hiciera darse cuenta de que los años no pasaban en balde para nadie, y él iba haciéndose día a día, cada vez más mayor para seguir siendo ese titular indiscutible que había sido durante tantos años para el Barça.
Justo por eso, Gerard entrenaba con toda la intensidad que le permitía su cuerpo.
A la prensa le encantaba oír que quería volver a colocarse entre los mejores centrales del mundo, a Xavi, más.
Cogió el móvil, que se desbloqueó con el reconocimiento facial, y comprobó su barra de notificaciones. Un par de notificaciones de Twitch de Ibai, una polémica conversación en Twitter en la que probablemente le interesara meter baza, un mensaje del grupo del mundial de 2010, en el que, aunque nadie hablaba con asiduidad, Capdevila seguía mandando fotos que recuperaba de aquel entonces, por último, una llamada de Cesc, que probablemente se aburriera en Mónaco –porque por Dios, cómo no te vas a aburrir rodeado de yates, coches de lujo y casinos–. Hizo una nota mental para devolverle la llamada al chico cuando volviera a casa y borró el resto de notificaciones, justo después, su dedo se deslizó sobre el icono del gigante mundial de las redes sociales, e Instagram se abrió en su IPhone.
Su cuerpo se contrajo al ver la primera de las historias de su línea temporal. No entendía de tecnología y algoritmos, pero le fascinaba cómo la aplicación era capaz de enseñarle primero las historias de él.
Del que lo había sido todo.
Y no había sido nada.
Llevaba tiempo sin ver a Sergio, desde ese día que, en una azotea de Madrid, ambos vestidos de traje y con una copa de champán en la mano, Geri dijo esas palabras que a Sergio tanto le escocieron, esas palabras a las que culpa de no haber vuelto a hablar.
"Vas a cometer el mayor error de tu carrera, Ramos, abandonar el Real Madrid para irte a París, a ese equipo de vendehúmos y petrodólares acabará hundiéndote".
Y tal vez a Sergio le dolió tanto porque sabía que llevaba razón, pero era demasiado orgulloso como para admitirlo. Por el mismo motivo, Gerard no iba a pedir perdón por un comentario en el que sabía estar acertando.
Respiró hondo y pulsó sobre el círculo iluminado con la foto del defensa andaluz. Se le revolvió el estómago, no por la impresión de ver a Sergio de nuevo, sino por lo que una vez más, andaba haciendo.
Sergio había vuelto a tatuarse el cuello.
Geri gimió en un quejido, por qué tenía que dibujarse entero, que dejar todas esas marcas en su piel. Por Dios, se le ocurrían decenas de formas mejores de dejar su piel marcada, si le apetecía. ¿Por qué tenía esa obsesión por llenarse de tinta?
Bloqueó el móvil y lo tiró sobre la toalla, recostando la cabeza en su taquilla y cerrando los ojos cansado.
—Dúchate y vístete— le dijo Jordi —el míster quiere verte—.
Piqué entreabrió sus ojos azules extrañado.
—¿Xavi?
—No, Guardiola— se quejó Alba —claro que Xavi, haz el favor y no lo hagas esperar—.
La ducha lo dejó con un sueño imbatible, con toda la musculatura del cuerpo relajada, y la mente sobrevolando Dios sabe qué.
Xavi le abrió la puerta del despacho al primer toque, lo estaba esperando.
—Siéntate, anda— le pidió.
El defensa se tranquilizó todavía más al eliminar su principal preocupación; el tono desenfadado de Xavi no podía presagiar nada malo.
—¿Cómo te ves?— le preguntó el entrenador crujiéndose los nudillos de las manos con gesto cansado.
—Mejor— respondió el defensa —puedo aguantar en mi máximo, tal vez un par de años más— Xavi asentía en silencio —¿he venido a hablar de mi contrato?—.
—Tal vez mañana— resolvió el moreno —quiero invitarte a una fiesta—.
—Me interesa, sigue hablando.
Ambos rieron, Xavi sabía que jamás oiría un "no" de la boca de Geri en lo que a fiestas, música y alcohol se refería.
—Es una fiesta de la Fundación.
Gerard levantó una ceja —¿qué es esta vez? ¿niños en la África profunda? ¿animales abandonados que van a ser sacrificados?— su tono mordaz era evidente —¿o la deforestación y la contaminación del mar?—.
—Geri...
—Sabes que apoyo todas esas causas, que soy el primero en donar, pero la Fundación Barça no me gusta, Xavi, no mientras siga gestionada por la vieja guardia de Bartomeu.
El entrenador chasqueó la lengua y dejó escapar una risita ahogada.
—¿Qué te pasa?— quiso saber el central.
—Sé que la Fundación no te gusta, Geri, no te preocupes, pero es que no te estoy invitando a una fiesta de la Fundación Barça, te estoy invitando a algo que todavía te gusta menos.
—¿Menos?
—La Fundación Real Madrid.
—Estás como una puta cabra— se levantó Gerard de su asiento —te has vuelto loco—.
—Te aseguro que no, de momento no.
—¿En qué momento se te ocurre que es buena idea meterme ahí?
—La idea no ha sido mía, lince, es cosa de Iker.
Piqué frunció el ceño, más confuso a cada momento que pasaba.
—Dile a tu marido que vaya al médico, que le hagan las pruebas de la demencia temprana.
Xavi rio con fuerza.
—No le veo la gracia, Xavier.
—No me llames así— lo apuntó con el dedo, todavía con los ojos empañados en lágrimas divertidas —vamos, Geri, lo pasarás bien—.
—¿Con qué queréis que me entretenga? Además, ya no conozco a nadie en el Madrid, son todo niños.
—Tú también fuiste un niño que no conocía nadie.
Gerard permaneció en silencio.
—Además, sí conoces a gente.
—¿Por ejemplo?
—Benzema.
—Ah, el balón de oro.
—Geri...
—Perdón, sigue.
—Luka Modrić.
—Supongo que podría hablar con él de... no sé, el tiempo.
Xavi sonrió de lado con un brillo divertido en sus ojos.
—Toni Kroos.
—Oh vamos, no me jodas.
—Oí que el control de dopaje del Clásico fue entretenido.
—Para él seguro que no.
—Oh desde luego, no me gustaría haber sido él, y tener que aguantaros a Jordi y a ti después del 0-4 durante hora y media.
—No le dijimos nada.
—Mientes.
—Suelo hacerlo.
La mirada de ambos coincidió, forzándolos a reírse de nuevo, a carcajadas y hasta quedar sin aire.
—¿Sabes quién quiere mucho al señor Toni Kroos?— preguntó Xavi, después de guardar un silencio prudencial.
Gerard supo leer sus ojos.
—No vayas por ahí— le pidió.
—Vamos Geri— insistió —han invitado a Sergio a la fiesta—
—Para eso sirve la Fundación del Real Madrid, para fingir que siguen en sintonía con sus viejas glorias, que no les dieron la patada sin remilgos, o que no fueron abandonados como si no se conocieran, ¿no es eso de lo que te quejabas cuando entró Iker?
—No es lo mismo, Gerard.
—¡Claro que es lo mismo!
—¿Y si no quiere venir?
—Con razón.
—¿Con razón?
—No sabe qué pasó, está avergonzado, él no quería irse, tampoco hicieron nada para mantenerlo, joder Xavi eran dieciséis temporadas vestido de blanco.
—Y te encantaba verlo así.
—Eso no tiene que ver.
—Ayúdalo, Geri, ayúdalo a reconciliarse con el club de su vida, sabes que le harías un favor. Sé que tú no querías que se fuera a París.
Piqué se sorbió la nariz, llevándose las manos a la cabeza, para masajearse las sienes con los dedos.
—No quería que se fuera Xavi, y se fue, ya está.
—Tú mismo has dicho que él no quería irse.
Gerard odiaba a Xavi, odiaba que le diera tantas vueltas a las cosas, que lo hiciera hablar, que le diera tantos argumentos que al final, él mismo acabara contradiciéndose.
—No voy a ir.
—Irás.
—¿Qué os hace pensar que seré un aliciente para que Sergio vaya?
Xavi se quedó en silencio, dándose cuenta de su metedura de pata.
—Sergio os ha dicho que no, ¿verdad? No quiere ir. Por eso me pides que lo ayude, porque necesitáis que vaya, y queréis usarme de reclamo.
—Gerard...
—No voy a ayudar al Madrid, Xavi.
—No lo hagas por ellos, hazlo por ti, por Sergio.
Gerard negó con la cabeza, mordiéndose el labio.
—Pongamos, que acepto— hizo una pausa —que me pongo mi traje, mis zapatos, mi mejor cara conciliadora, y me presento en esa estúpida fiesta vuestra en Madrid— bajó la mirada al suelo —¿qué os hace pensar que Sergio querrá ir? ¿por qué iba a querer verme, si llevamos casi un año sin hablar?—.
Esta vez fue Xavi quien no supo que decir.
—Iker y tú seguís empeñados, en tener otra parejita que salga con vosotros a cenar, o para hacer vacaciones dobles— dijo Gerard —no vais a conseguir eso, no conmigo y Sergio, eso ya pasó—.
—¿Con otra persona sí?
—No, Xavi.
—No lo has olvidado.
—No porque no quiera.
—Puedo presentarte a alguien, Geri, no sé.
—No quiero conocer a nadie— lo miró —además, conociéndote, seguro que te parecería divertidísimo verme otra vez, colgado por uno de esos imbéciles del Madrid, y me acabarías pasando el número de... yo qué sé, Toni Kroos—.
—¿Te gustaría?
—No, Xavi, no me gustaría, no quiero que Iker me organice una cita con nadie, no me hace falta.
—Está bien.
—Iré a la fiesta, por ti y por Iker, porque de alguna forma creéis que así podré ayudar— tragó saliva —pondré mi mejor cara, guardaré mi antimadridismo en un cajón con llave y la tiraré al mar— se encogió de hombros —hablaré con ellos si hace falta, del tiempo con Modrić, y de cualquier estupidez con el descerebrado de Courtois— miró a su entrenador —pero no esperes que corra a los brazos de Sergio y le ruegue por una vida juntos, con una casita en el monte, un perro y tres hijos, porque no va a ser así—.
—Gracias Geri, nos haces un favor muy grande.
×
—¿Aceptó?— preguntó Iker —¿sin que tuvieras que presionarlo más?—.
Xavi asintió mientras le ajustaba la corbata al portero.
—Quería venir— siguió hablando el de Móstoles —solo se hizo un poco de rogar, pero quería venir, estoy seguro—.
—No lo veo muy convencido con lo de Sergio.
—Pues le vendemos a Toni, no te preocupes, Geri de aquí no sale solo, Pelopo.
—¿Sergio ha confirmado la invitación?
—En cuanto lo llamé— dijo —pero lo mejor era decirle a ese defensa tuyo que lo necesitábamos, Gerard es un salvador por naturaleza, no podía decir que no—.
—El problema lo vas a tener tú, como se pasen con el whiskey y empiecen a discutir.
—Geri y Sergio nunca discutían cuando se emborrachaban— se detuvo un instante — bueno, sí, pero a su modo, ya sabes— levantó las cejas y dejó escapar una media sonrisa.
—¿A nadie se le va a ocurrir preguntar qué hace el mayor exponente culé en tu fiesta del Madrid?— cambió de tema el catalán.
—Tú estás aquí también.
—No es lo mismo, Iker, ya preguntaron bastante cuando nos casamos.
—No pasará nada— besó la frente de su marido —además, las fiestas de la Fundación son siempre un aburrimiento, nadie rechazará un poco de novedad—.
Un par de habitaciones más allá, Gerard Piqué terminaba con su segundo vaso de licor, enfundado en ese traje a medida que solo se ponía en las ocasiones especiales. Joder, ver de nuevo a Sergio sí que era una ocasión especial. Se peinó con la mano y se espolvorizó con ese perfume tan ridículamente caro que al central andaluz le encantaba, y que un día había decidido regalarle.
Seguía con ese estúpido nudo de nervios en el estómago, a ese paso no iba a ser capaz ni de emitir una sola palabra. Se ajustó la corbata y se miró al espejo.
Estaba guapo.
Y lo sabía.
No se lo había dicho a Xavi, aunque pudiese imaginarlo. No lo había hablado con Jordi y Busi, aunque ellos se hubieran esforzado por sacar el tema. Pero aquella noche no pretendía pasar desapercibido, no para todos esos grandes magnates vestidos de blanco, esos le daban igual, pero sí para Sergio. No iba a apartarse, no iba a dejarlo correr y fingir que todo había pasado.
Porque no había pasado.
Su puerta sonó, y un par de segundos más tarde, Geri abría para quedar mirando de frente a Iker y Xavi.
—Buenas noches, parejita— saludó, cogiendo el abrigo, la cartera y el móvil, precipitándose al pasillo sin mucho miramiento.
—¿Estás preparado?— preguntó Iker.
—¿Para qué?— le tiró de la lengua el catalán.
—Bueno, para...— dudó.
—Nací preparado, Ikerca.
Portero y centrocampista se miraron con complicidad. Geri no había dicho nada, ni falta que hacía.
La Fundación Real Madrid no había escatimado en gastos aquella noche, y de nuevo, una de las mejores azoteas de la capital española recibía a Gerard y su traje, que, tras los saludos y fotos de rigor, seleccionó la barra de licores como su primera parada.
Saboreaba un envejecido en barrica cuando su estómago hizo el primero de los amagos de la noche, saltando sobre sí mismo, retorciéndose.
Sergio había llegado.
Flashes, vítores, celebraciones. El Madrid no había olvidado al que había sido su central de preferencia, su titular indiscutible durante años.
Geri se incorporó, levantándose del asiento en el que se había apoyado. Inconscientemente se pasó la mano por el pelo y carraspeó. El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho al ver que la ruta trazada por el andaluz era exactamente la misma que había llevado él, y que en no más de medio minuto estaría allí, en la misma barra que él, bebiendo lo mismo que él.
Sus cálculos solo se desviaron en segundos, y fue finalmente un minuto lo que tardó Sergio Ramos en pedir una copa de licor, con las manos en la cara, demasiado abrumado como para fijarse de primeras en quién demonios estaba a su lado.
Se apretó los ojos con la punta de los dedos, y al dejar su nariz libre, un aroma conocido alcanzó su interior, arrasándolo todo como un tsunami.
—¿Geri?
El catalán agradeció oír su diminutivo de labios de él, siempre sonaba mejor, más cercano, con más cariño.
—Hola, Sergio.
Ramos frunció el ceño y se frotó los ojos —¿qué haces en una fiesta del Madrid?— preguntó con incredulidad —al final va a ser verdad que estoy volviéndome loco, y veo alucinaciones—.
—¿Sueles verme en lugares en los que no estoy, Ramos?
—No te hagas el gracioso.
—Llevábamos mucho sin vernos.
—Nueve meses.
—¿Los apuntas?
—Gerard...
Piqué supo que había tirado la cuerda hasta el máximo en cuanto oyó su nombre completo.
—Te lo pregunto porque yo sí los he contado, Sergio.
Los ojos oscuros del andaluz se clavaron en los azulísimos del catalán.
—¿Cómo te va en París?— preguntó Gerard al ver que el chico no contestaba.
Ramos suspiró tembloroso, dio un trago a su bebida y volvió a mirarlo —mal, Geri, mal— miró al cielo —pero eso tú ya lo sabías, ya me lo dijiste y no quise escucharte—.
—Nunca me has escuchado— sonrió el catalán —para que ibas a perder las buenas costumbres entonces—.
—Eres un imbécil.
—Siempre lo he sido, Ramos.
—¿Qué tal en Barcelona?
—Bien, como siempre, Busi y Jordi te mandan saludos.
—Devuélveselos.
—Riqui quiere conocerte.
A Sergio le extrañó.
—Le he hablado mucho de ti.
—¿Por qué, Geri?
Gerard tragó saliva, se encogió de hombros y terminó su copa de un trago, levantó la mano para llamar la atención del camarero y pidió otra.
—¿Cuántas llevas ya?
—Solo esta.
—No me mientas, siempre tomabas un par de copas antes de ir a sitios con tanta gente, en los que no querías estar.
—¿Cómo sabes que no quiero estar aquí?
—Venga Geri, nunca te han gustado las fiestas de la Fundación, menos las del Real Madrid.
—Podría no haber venido, Sergio, yo no tengo ningún compromiso aquí.
—Pero aquí estás.
—Aquí estoy— suspiró —porque me dijeron que vendrías—.
—Si tenías tantas ganas de verme podrías haberme llamado.
—¿Me hubieras cogido el teléfono?
Sergio guardó silencio.
—¿Ves? Por eso no te llamé— se quejó —tenía que verte, y esta, Sergio, rodearme de estúpidos amiguitos tuyos que visten de blanco, era la única opción—.
—Iker no me dijo que vendrías.
Gerard levantó una ceja, confuso.
—¿Qué pasa?— le preguntó Ramos.
—Nada— resolvió Geri —tengo que hablar con Xavi— bufó —¿nos vemos luego?—.
El andaluz asintió, levantando su copa como despedida mientras el catalán se alejaba. Joder, lo había echado tanto de menos, solo el hablar con él, el verlo... Tan solo si le hubiera hecho caso, si lo hubiera escuchado y hubiera hecho más por quedarse en Madrid... tal vez entonces todo sería más fácil.
—Tenemos que hablar— le dijo Gerard a su entrenador en cuanto consiguió acercarse hasta él.
—Menos mal que me lo dices tú y no Iker— rio —mira, te presento a Toni— señaló al jugador alemán a su lado.
—Por Dios, Xavi, déjame en paz, ya nos conocimos cuando la FIFA quiso ver si nos metemos droga— bufó —¿puedes hacer el favor de venir un momento?—.
—Así no vas a conseguir ligarte a Kroos— le dijo el moreno en voz baja cuando se apartaron un poco de la gente.
—¿Eres gilipollas Xavi? ¿Pensabas que no iba a enterarme?
—¿De qué?
—Tanto hablar de Kroos, tanto hablar de Kroos, tú solo quieres que acabe con Sergio.
—Eso lo has dicho tú, no yo.
—Sergio quería venir, joder, quería venir, no necesitabais usarme como reclamo.
—De hecho...
—De hecho fue al revés— intervino Iker en la conversación —el reclamo fue él, y tú, Geri, fuiste la presa—.
—Soy un imbécil por no haberme dado cuenta— se pasó las manos por el pelo —solo habéis querido engañarme—.
—Engañarte por tu bien.
—Parece que ya no se acuerda, Pelopo— rio Iker —¿te acuerdas cuando nos encerraron en los vestuarios?—.
—Me acuerdo— rio Xavi —¿recuerdas de quién fue la idea?—.
Ambos miraron a Gerard, que frunció el ceño en una mueca de cansancio.
—Acábate esa copa, haznos el favor, y vete a buscar a Ramos.
—Esta te la devuelvo, Ikerca— le apuntó con el dedo mientras vaciaba la copa en su boca y salía caminando hacia la otra esquina de la fiesta.
—¿Crees que hacemos bien?— le preguntó Xavi a su marido.
Este se encogió de hombros, lo miró y sonrió —ya es hora de que espabile—.
Y Gerard lo intentaba, estuvo media hora dando vueltas por la fiesta sin resultado, sin encontrar a Sergio. No lo había perdido de vista mientras hablaba con la parejita feliz, no lo había perdido de vista ni un segundo, y ahora parecía haberse esfumado.
Al final, Geri desistió, se cansó de buscar sin resultado, por lo que visto que en aquella fiesta no le quedaba nada, decidió que lo más sensato era coger un taxi y volver al hotel. Meterse en la cama, y tal vez ver alguna de esas sitcoms americanas, traducidas sin mucha gracia, pero que al menos lo salvarían de quedarse dormido llorando bajo las sábanas.
Había terminado la botella que había dejado empezada, una de esas pequeñas, que los hoteles caros dejan como cortesía en el minibar. La boca le sabía a whiskey viejo y desesperanza, a palabras no dichas y días grises.
Cuando la puerta sonó en tres golpes secos desde el pasillo, Gerard se planteó que podría ser perfectamente su imaginación, la que le estuviera jugando una mala pasada. Aun así, se levantó de la cama, quitó el sonido a la televisión y cruzó la habitación para acabar abriendo la puerta.
De nuevo, podría haber sido su imaginación divirtiéndose con él, pero en aquel caso, Sergio Ramos sí se encontraba realmente en el pasillo, esperando ver los ojos azules del catalán al otro lado del umbral.
—Iker y Xavi dijeron que estarías aquí— se justificó el ex del Madrid —tenemos una conversación pendiente—.
Gerard no dijo nada, se apartó y dejó pasar al otro defensa, que se quitó el abrigo para dejarlo reposando en la mesa del escritorio.
Cuando Sergio se dio la vuelta para mirar al catalán, que había permanecido en silencio hasta entonces, lo encontró a escasos centímetros de él, con sus brillantísimos ojos azules mirándolo con atención.
—¿Por qué has vuelto a hacerlo?— le preguntó Gerard, llevando sus dedos al cuello del andaluz, rozándolo con cuidado —¿por qué has vuelto a tatuarte?—.
—¿Has bebido, Geri?
—Ya pensaba lo mismo antes de tomar nada, si te apetece marcarte el cuerpo, Sergio, la próxima vez llámame, se me ocurren formas mucho más interesantes de hacerlo.
Ramos se pinzó la nariz y bajó la vista, en aquella habitación el aire acababa de volverse un poco más denso, más complicado de respirar.
—Gerard...
—Siempre me miras así, Sergio— dijo mirándolo a los ojos —siempre me miras así, cuando quieres hacer algo y no te atreves— sonrió —cuando querías tirar un penalti en la selección, y no sabías cómo pedirlo, cuando quieres besarme, y tampoco sabes cómo—.
—Yo no quiero...
—¿Tirar el penalti?
Ramos volvió a bajar la vista al suelo.
—No sé si lo marcaría.
—Yo no tengo ninguna duda.
—¿Seguimos hablando del penalti?
Gerard llevó las manos al cuello de Sergio, al punto en el que se une con la mandíbula. Lo acercó a sí con cuidado y se detuvo a un par de centímetros de sus labios.
—Déjame marcar a mí— murmuró el catalán —se prepara Gerard Piqué para marcar el gol de su vida, el pase a la final, el estadio se cae con la hinchada rugiendo en la grada—.
Sergio sintió cómo se le erizaba toda la piel del cuerpo, cómo la mente se le nublaba y sus pensamientos se ralentizaban.
Geri y el fútbol, el fútbol y Geri, no había nada en el mundo que le gustara más al andaluz.
Fue entonces, cuando Sergio, con la sangre borboteándole en las venas, estampó sus labios contra los del defensa catalán, saboreando ese premio por el que tantos años llevaba luchando.
Piqué se apartó tras unos minutos, sonriendo y con los ojos más brillantes que nunca. Una risa tonta escapó de sus labios, algo hinchados y enrojecidos.
—¿Qué te pasa?— le preguntó Sergio levantando una ceja.
Gerard rio mirándolo a los ojos, para señalarlo con el dedo justo después —Gol en propia puerta, Ramos—.
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