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El Precioso y Ordenado Centro del Campo de Toni [Toni Kroos & Fede Valverde]

A Toni Kroos no le gustan los cambios. Todavía menos cuando esos cambios implican un niño descerebrado y sin mucha idea que alteraría su ordenadísimo y bien gestionado centro del campo.

A Toni Kroos no le hace mucha gracia el fichaje de Camavinga, por no decir, que preferiría que se hubiera quedado en ese club francés perdido de la mano de Dios, en el que lo habían encontrado.

Y para Toni Kroos, ese sentimiento de invasión en su centro del campo se hace familiar. Se pasa la mano por el pelo, sonríe, y lleva la vista al techo cuando los recuerdos empiezan a ser más fuertes que él.

Temporada 2018/19

Fede Valverde llegó temprano, era su primer entrenamiento en la ciudad deportiva y por encima de todo no quería llegar tarde. Agarró las tiras de su mochila con fuerza y respiró hondo mientras cruzaba la puerta del vestuario, en el que no esperaba que a aquellas horas de la mañana fuera a haber nadie.

Por supuesto, se equivocaba, era lo que tenía, tener un alemán en la plantilla.

El recién llegado bajó la cabeza inconscientemente, murmurando un saludo mientras levantaba la mirada lo justo para encontrar su taquilla, entre grandes nombres que siempre había admirado, como eran Sergio Ramos, Isco o Luka Modrić.

"Si algo puede salir mal, saldrá" decía la ley de Murphy, y aquel día Fede lo comprobó con creces. De todas las taquillas que había, de todas las opciones posibles –y mira que eran muchas–, el hueco que le habían asignado era, concretamente, el que quedaba junto al único jugador que en aquel momento ocupaba el vestuario.

Fede resopló, aquel día no podía empezar peor.

O eso pensaba él, cuando el rubio a su lado abrió la boca por primera vez.

—No quiero que me desordenes el centro del campo ¿me entiendes?

El chico levantó una ceja confuso. Entenderlo, lo que era entenderlo, no lo estaba entendiendo.

Toni no pretendía sonar desagradable, solo expresaba su preocupación con ese tono neutro suyo, que desconcertaría a cualquiera. No tenía ganas de adaptar su juego al de otro jugador, y menos cuando era un niño como aquel.

Definitivamente, a Toni Kroos no le gustaban los cambios.

Tampoco le gustaba tener que cerrar la taquilla de Fede cada vez que se le olvidaba, pero lo hacía, porque así tendría más sitio para poner sus cosas, o eso decía él.

No le gustaba que se sonrojara ante todo lo que cualquiera pudiera decirle, tampoco que no dijera lo que pensaba, que se quedara callado ante las bromas pesadas y que llegara tan temprano por la mañana, cuando él se había acostumbrado a tener el vestuario para él solo. No entendía por qué el uruguayo seguía llegando con tanto tiempo a los entrenamientos, si lo único que hacía era cambiarse y esperar sentado frente a su taquilla a que la hora llegara.

Fede tampoco sabía por qué seguía apareciendo a aquellas horas intempestivas, pero siguió haciéndolo, día tras día.

El alemán acabó acostumbrándose a su presencia, que aunque no le agradaba, al menos había dejado de resultarle molesta. No hablaban de nada, no se miraban, no nada.

Casi tres semanas después, en el partido de debut del uruguayo, Toni encontró la primera cosa que le gustaba de Fede. Sorprendentemente, era realmente fácil jugar con él. Siempre estaba donde tenía que estar –donde Toni quería que estuviera–, aparecía cuando tenía que hacerlo, aguantaba el balón lo justo, y no conducía ni una décima de segundo de más. Era casi como si se deslizara sobre el césped.

Sobre el césped del precioso y ordenado centro del campo de Toni, que por sorpresa, ahora también era el precioso y ordenado centro del campo de Fede.

—Has jugado bien— le dijo en el vestuario, una vez terminado el partido.

El más joven lo miró con una mezcla de ilusión y desconfianza, casi como si esperara un golpe después de aquel cumplido. Pero el golpe no llegó.

—Gracias— susurró, sonrojándose como un niño y retirándole la mirada al alemán, mientras se escondía tras la puerta de su taquilla, lo cual no era mucho, teniendo en cuenta que en el vestuario del Bernabéu también los habían colocado juntos.

Toni odiaba que hiciera eso, pero aquel día le importó un poco menos.

Fue un par de semanas más tarde cuando el alemán se hizo daño en un entrenamiento, un tirón mal gestionado que acabaría siendo un esguince de rodilla.

—Nada de entrenar hasta nueva orden— le había dicho uno de los fisioterapeutas del club —reposo deportivo absoluto, y de momento no hagas esfuerzos, ni caminar mucho, ni correr, ni conducir—.

El nunca afectado Toni Kroos se perdió entonces. ¿Conducir? Eso no podía contar como esfuerzo, ¿cómo iba a volver a su casa si no?

Salía caminando como podía de la zona de fisioterapia, cuando se encontró el primero de los obstáculos. Había olvidado por completo todos los tramos de escaleras que lo separaban de la calle. Bufó, era incapaz de doblar la rodilla sin ver las estrellas del dolor. ¿A nadie se le había ocurrido que la zona de lesiones necesitaba un ascensor?

Se sentía ridículo, había tardado veinte minutos solo en llegar a la planta de la cafetería, y ya estaba completamente hecho polvo, físicamente y en orgullo. Respiró hondo, no quería que nadie lo encontrara en aquella situación, cuanto más rápido consiguiera llegar a la calle, antes podría pedir un taxi, o buscarse la vida de alguna manera para llegar a su casa.

Estaba a medio tramo de escaleras de la calle cuando le falló la rodilla y cayó.

Aunque no llegó a tocar el suelo.

Toni Kroos odiaba, que fueran los brazos de Fede los que lo sujetaban. Después pensó en que cualquier otro compañero hubiera estado riéndose durante años de aquella situación, y se dio cuenta de que aquello podría haber sido mucho peor.

—Gracias— murmuró.

—¿Estás bien?

Toni levantó una ceja.

—He visto que te has hecho daño en el entrenamiento— se justificó Fede, que probablemente nunca hubiera tenido una conversación tan larga con el centrocampista alemán —¿estás bien?—.

—Tengo un esguince en la rodilla.

El más joven encogió el gesto de una forma indescifrable para Toni.

—¿Cuánto tiempo?— preguntó el chico.

—No lo sé.

Fede no pudo contener la risa.

—¿Qué coño te pasa?

—¿Crees que nos dará tiempo a desordenarte el centro del campo?

Toni rio irónico, bajando la vista al suelo y pasándose la lengua por el filo de los dientes.

Ese día, Toni Kroos descubrió la segunda cosa que le gustaba de Fede Valverde; había sabido hacerlo sonreír cuando él mismo no había sabido.

—Tengo que llamar a un taxi— dijo el alemán, sin ningún tipo de intención de contestar a la broma del chico —parece ser que ahora conducir es un sobreesfuerzo—.

Fede nunca sabrá cómo se atrevió a decir aquello, tal vez la culpa la tuviera la conversación que estaban teniendo, o que aquella mañana, Kroos le pareciera extremadamente guapo.

—Yo te llevo.

El alemán lo miró con incredulidad.

—No voy a dejar que un niño como tú coja mi coche.

—Tengo el mío aquí.

Toni lo miró, no quería coger un taxi y que el conductor fuera un aficionado al fútbol, no quería dar todas esas explicaciones, no quería que un desconocido supiera exactamente dónde vivía. Joder ¿no podría poner el club alguna facilidad?

—Está bien— cedió —pero ten cuidado, quiero llegar vivo a casa—.

Volvió entonces el Fede que Toni conocía, el que se sonrojaba y retiraba la mirada avergonzado.

Toni odiaba que hiciera eso.

En casa, una vez se hubo ido el uruguayo, el centrocampista alemán se preparaba una ensalada en silencio, absoluto y precioso silencio. Pero no conseguía tranquilizarse, no conseguía acallar esas voces que gritaban en su cabeza, que solo le dejaban pensar en una cosa.

Lo dolorosamente irritante que era Fede Valverde.

Esa sería la conversación que tendría un par de días después con Sergio Ramos, que se presentó en su casa, nadie sabe si en calidad de capitán o de amigo.

—No lo aguanto, Sergio, no puedo con él.

—Ya será para menos.

—Está todo el día sonrojándose y escondiéndose.

—Eso lo sabes porque te pasas el día mirándolo, Toni.

El alemán fingió no escuchar eso —estoy harto de cerrar su taquilla porque siempre se le olvida—.

—Pero sigues haciéndolo.

Toni miró al Capitán a los ojos.

—¿Se puede saber qué coño estás queriendo decir?

—Estás así porque Fede te gusta, Toni.

—¿Te has vuelto loco?

—Estás asustado— le dijo —no es que no aguantes a Fede, lo que no aguantas es que te haya desordenado la mente por completo—.

—Eso no es así.

—No te engañes, Toni, mírate, el alemán impasible completamente derrotado, caótico. Por primera vez sin saber qué hacer ni cómo comportarse. ¿Me vas a decir que no?

—No sabes nada, Sergio.

—Lo único que sé, es que te pasas todo el día de aquí para allá, que si Fede esto, que si Fede lo otro, nunca has dado importancia a la gente que no soportas, eres así, si alguien no te gusta, él por su lado y tú por el tuyo, pero no le das tantas vueltas.

Toni permaneció en silencio, mordiéndose los labios con cierto nerviosismo.

—Nunca te había visto así— siguió Sergio —es la primera vez en tu vida que no sabes qué hacer, por eso, estás asustado, no porque Fede Valverde sea el peor demonio que hayas conocido en tu vida—.

A no ser, que los demonios tuvieran los problemas más mundanos posibles, porque en aquel mismo instante, Fede estaba sentado en la cafetería de la ciudad deportiva, hablando con Lucas Vázquez.

—¿Pero a ti te gusta?

—No sé, sí.

—Qué fuerte, qué fuerte, Fede.

—¡Lucas!

—Perdón.

—Es solo que... no le caigo bien, yo lo intento, pero siento que me odia.

—Toni Kroos no odia a nadie, no pierde el tiempo en eso.

El uruguayo lo miró mientras respiraba hondo, desesperanzado.

—No sé qué estoy haciendo.

—Te suele pasar, Fede.

El chico sonrió de lado. Aunque Toni Kroos odiara a Fede Valverde, a Fede sí le gustaba Toni.

Fue cuando el alemán volvió a incorporarse a los entrenamientos cuando aprovechó para comprobar por sí mismo eso de lo que Sergio decía estar tan seguro. No sería difícil; se aseguraría de que para él, Fede era uno más en el equipo, lo hablaría con el Capitán para que este acabara dándole la razón, y podría por fin apartar el tema de su mente.

Lo que Toni no sabía, y ni siquiera podía imaginarse, es que las cosas no iban a ser ni de lejos así de sencillas.

Nunca había estado tan nervioso, nervioso sí, él, quién iba a decirlo, que el alemán no era de hielo y también sentía.

Entró al vestuario al punto de la mañana, mordiéndose las uñas y colocándose compulsivamente el cuello de la camiseta, como si este fuera a ser capaz de ahogarlo si se distraía un segundo. Abrió su taquilla después de tres intentos para meter la llave y se cambió a la ropa de entrenamiento más rápido de lo que lo había hecho nunca. Para Toni, la preparación en el vestuario era todo un ritual, y como tal, debía de llevarse a cabo con el máximo cuidado.

Aquel día ese pequeño detalle se le olvidó por completo.

Estaba allí plantado, con la camiseta ya sudada por los nervios y algo despeinado. Llevaba una piedrecilla en la bota derecha y la espinillera izquierda se le clavaba; no se la había puesto bien. Se puso desodorante y colonia, capa sobre capa, más de lo que realmente le hacía falta.

Incapaz de quedarse en su lugar, como hacía siempre, acabó caminando prácticamente en círculos, alrededor del vestuario. Los tacos sonaban en el eco de las baldosas, y Toni sentía que cualquiera que estuviera allí podría oír su corazón estrellarse contra el pecho.

¿Qué le pasaba?

Veinte minutos de idas y venidas después, Fede llegó puntual, a su hora de todos los días, siempre excesivamente antes del entrenamiento.

Y Toni supo que era el momento de comprobar –por si no le había quedado a sí mismo lo suficientemente claro con el nudo de nervios– qué parte de todo lo que le había dicho Sergio, era real.

—Buenos días, Fede— saludó, y el uruguayo dio un bote sobre sí mismo, sobresaltado —sé que no hablo mucho— se justificó Kroos —pero tampoco es para que te asustes—.

El más joven de los dos entendía poco y menos de lo que estaba pasando, mientras contabilizaba mentalmente la inesperada cantidad de palabras que estaban saliendo aquella mañana de la boca del rubio.

—Hola Toni— contestó perdido —no sabía que volvías hoy— caminó con la mirada baja hasta su taquilla, la abrió y se ocultó como pudo tras ella, fingiendo estar concentradísimo en su ropa de entrenamiento, cuando la realidad era que tenía la mente tan puesta en el centrocampista alemán que en aquel momento ni siquiera hubiera sido capaz de enumerar la mitad de las cosas que llevaba en su propio neceser.

El rubio llevó la vista al recién llegado, y por una vez, a Toni Kroos le gustó ver a Fede sonrojado y nervioso, o por lo menos eso decía el calorcito que le subía por el pecho.

Tragó saliva, no entendía qué le pasaba, necesitaba forzar la máquina, llegar hasta la raíz, saltar al vacío y ver si se abría el paracaídas.

—No quería darte más tiempo para desordenar mi centro del campo— sonrió, colocándose de un paso tras él y cerrando la puerta de la taquilla del quince apoyándose en ella.

Fede quedó atrapado. Con Toni pegado a su espalda, y el banco y las taquillas en el frente, con el brazo del alemán bloqueándole el paso por uno de los lados. Respiró hondo, oía su propia sangre correrle en las sienes, el estómago le apretaba en un nudo de nervios.

—Yo...— no le salían las palabras.

—Lo has hecho bien mientras yo no estaba.

Notaba el aliento del chico en su nuca, veía cómo su propio pecho subía y bajaba. Algo mareado, abrumado por la situación, se giró para quedar de frente a Toni. Sus ojos se clavaron en los suyos, y sintió que el suelo temblaba. Joder, cuando había salido de casa aquella mañana esperaba cualquier cosa menos aquello.

—Estos días he tenido tiempo para pensar— introdujo el alemán —hablé con Sergio, también—.

—¿Y qué te dijo Sergio?

El rubio sonrió; en el campo, Fede siempre estaba donde él quería, en la vida, también.

—Me dijo que el motivo de que me esté volviendo loco— hizo una pausa —es que me gustas—.

El uruguayo pensó que el que se estaba volviendo loco era él, que no era posible estar escuchando aquello, que estaría delirando después de haberse mareado por no desayunar.

—¿Qué opinas de eso, Fede?

¿Qué iba a opinar? Que el corazón le daba palmas, y en su mente solo se oían fuegos artificiales.

Aun así, no sabía qué hacer ni decir, cómo se suponía que debía comportarse.

—No lo sé— acabó por decir —¿Qué opinas tú?— todo sería más fácil si Toni daba los pasos importantes.

El alemán se encogió de hombros —que tendré que comprobarlo— dijo, poniendo la mano con firmeza en la cintura de Fede, que lo miró con sus enormes ojos oscuros.

Pasaron unos segundos eternos en silencio hasta que el uruguayo apoyó las palmas de las manos en el pecho del alemán, que sintió una descarga con el tacto de él. Nunca se había fijado bien en los rasgos del chico, en sus ojos oscuros brillantes, la barba recortada al milímetro y el gesto de curiosidad.

Tal vez nunca hubiera querido fijarse.

Y qué gran error.

Porque en aquel momento, Toni sentía que ahora que había guardado todos esos detalles en su mente, no quería olvidarlos nunca.

Quitó la mano que todavía tenía apoyada en la taquilla para colocarla en la cara de Fede, justo en la unión entre el cuello y la mandíbula, mientras dibujaba sus labios con el pulgar, despacio, con todo el cuidado del mundo, casi como si tuviera miedo de romperlo.

Respiró hondo, y sin ningún tipo de prisa, fue acercándose a Fede, que lo rodeó con sus brazos todavía sin creerse lo que estaba pasando. Fue Kroos quien, tras dudar unos segundos, besó al uruguayo con delicadeza, con el mismo cuidado y precisión que tenía en el campo, con las mismas ganas.

Tal vez Toni pensara que no le gustaba Fede porque no entendía lo que le hacía sentir, y eso, de alguna forma, desordenaba la tranquilidad del alemán.

Pero ahora sí, ahora lo tenía claro.

A Toni Kroos sí le gustaba Fede Valverde.

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