El Banquillo [Gerard Piqué & Sergio Ramos]
A Henartt, por la idea, y por entender, que a veces lloro por cosas que nadie creería.
Gerard llegó al vestuario el primero, nada más sonar el pitido de final de partido. Apartó su mochila del suelo con una leve patada y se dejó caer en el banco con un bufido, hundiendo la cara en las manos mientras arrugaba la nariz, intentando camuflar el escozor que se instalaba en ella, con las incipientes lágrimas que comenzaban a asomar entre sus ojos. Cerró los párpados con fuerza, derramando el par de gotas de agua que necesitaba, y desvistiéndose con velocidad para ducharse. Aquel día no había jugado, pero la lluvia de la ducha le serviría para despejar la angustia que se le pegaba en la piel.
Para cuando sus compañeros entraron al vestuario, Geri estaba ya prácticamente vestido de nuevo, apoyado en una pared y con la mochila puesta, la mirada perdida entre las puertas de las taquillas y la boca torcida en una mueca entre cansada y afligida, un contenido gesto de dolor, que lo rompía por dentro y luchaba por ser manifestado.
A Gerard no le gustaba que los demás vieran que no estaba bien, que las cosas le importaban más, mucho más, de lo que intentaba aparentar. Siempre había sentido muy fuerte, y tal vez por eso mismo, se había esforzado por contener las olas de dolor y tristeza, camuflándolas entre sonrisas y bromas enrevesadas. Todos pensaban que a Geri no le dolía nada, que no sentía, que todo le resbalaba y no le importaba nada. A lo mejor, que pensaran así era lo mejor para él, para mantener esa coraza que siempre lo rodeaba, aunque implicara diversa cantidad de comentarios sobre no tomarse las cosas en serio, ser un gilipollas y un inmaduro. Se encogió de hombros para sí mismo y emitió una sonrisa ladeada, cansada, le compensaba ser un gilipollas y un inmaduro a cambio de esa protección que le proporcionaba su armadura.
Riqui llegó a su lado, apoyándose también en la pared, y teniendo que mirar hacia arriba para encontrarse con los ojos del defensa, que le guiñaron un ojo al encontrarse con los suyos. El más joven de los dos bufó, y escondió parcialmente la cara en el cuello de la chaqueta, con el gesto levemente fruncido, que se transformaba en un puchero en su rostro casi infantil.
—Hemos perdido— dijo ante la mirada interrogante de Piqué.
—No siempre se puede ganar.
—¿Quién eres y qué has hecho con Gerard Piqué?
El central sonrió con amargura —me estoy haciendo mayor, Riqui—.
—¿A eso vienen tus selfies, entonces? ¿Es una previa de la crisis de los cuarenta?
Gerard lo miró levantando una ceja, casi divertido, si no estuviera en aquel momento tan roto como estaba.
—Esfuérzate más si quieres que te lo diga.
—¿Qué te pasa, Geri?
Se mordió el interior de la mejilla al oír la pregunta, debía esforzarse más si quería disimular aquel nudo en su estómago.
—No es nada— sonrió.
—Hoy no cuela, Gerard— dijo Sergi Roberto colocándose al otro lado del central, mirándolo con esa sonrisa suya, de no haber roto un plato en su vida.
El del número tres se pasó la mano por la cara, retirando el sudor frío que empezaba a acumularse en su frente en una fina capa.
—No estoy de humor.
—Eso está claro— Sergi hablaba con una mezcla de seguridad e ironía —¿has llorado, Geri?— preguntó mirándolo a los ojos.
—Estáis chalados— les dijo el barcelonés, haciendo un gesto con el índice en su sien —anda, idos a hacer vuestras cosas y dejadme en paz, ¿queréis?—.
—Podemos llamar a Jordi y Busi— dijo Riqui —seguro que de ellos no te libras—.
—Acabemos con esto de una vez— murmuró Gerard en un suspiro cansado —¿Qué queréis?—.
—¿Has estado llorando?— preguntó Sergi.
—No.
—Si nos mientes no vas a salir del vestuario en toda la noche, Geri, podemos ser muy persistentes— volvió a apuntar el mediano de los tres.
—Antes de que digas que no mientes— se adelantó Puig —llevas los ojos hechos un cuadro— lo miró —o has estado llorando, o acabas de fumarte el cargamento entero de Pablo Escobar—.
Sergi miró al más joven, expresando conformidad con su comparación.
—No estoy bien, ¿vale?— se encogió de hombros Piqué —ya está, es lo que queríais, ¿no?—.
—El primer paso es admitirlo— dijo Riqui, y recibió una mirada de aviso del mayor, "te estás pasando" hubiera dicho Gerard si hubiera sacado ganas para rebatirlos.
El defensa se retiró de la pared e hizo ademán de marcharse, pero Sergi lo sujetó por la muñeca con fuerza.
—Sergi...— se quejó con la voz temblorosa —por favor... déjalo— bajó la vista al suelo —mañana hablamos los tres de lo que queráis, pero por favor, necesito irme de aquí— murmuró, y al chico le pareció tan raro verlo de aquel modo, tan expuesto y casi vulnerable, que soltó su muñeca sin dudar —gracias— susurró Gerard, se giró hacia Riqui y le guiñó un ojo sonriendo con cierta amargura.
—Geri— llamó Sergi, haciendo que el defensa se girara hacia él —cuídate mucho— dijo en un susurro, sabiendo que pasara lo que pasara, Piqué necesitaba estar solo.
(...)
Sergio acababa de llegar a casa después de un día de entrenamiento en las instalaciones del Paris Saint Germain. Nada más dejarse caer en el sofá, pensó lo urgente que resultaba de repente hacer una visita al fisioterapeuta del club; la tensión de su anuncio y su llegada, de la expectativa, combinada con sus entrenamientos diarios, lo dejaba completamente dolorido, pese a la costumbre que evidentemente era el deporte para él.
Se estiró, crujiéndose la espalda, y tras dejar salir un bostezo reparador, alargó la mano para hacerse con su móvil y pulsó el botón lateral que iluminó la pantalla. Una foto suya, todavía vestido de blanco madridista, lo saludó desde el fondo de bloqueo. Encogió el gesto con un leve pinchazo que escocía en su pecho, y desplegó el teclado para introducir su pin, el cual seguía utilizando pese a la comodidad que implicaba el reconocimiento de huella digital.
"110710" tecleó, y sonrió sin poder evitarlo, habían pasado tantas cosas en su vida, había tenido tantas idas y venidas... y aun así, el diez de julio de dos mil diez siempre volvía a su mente. Aquella noche... aquella noche era su vida entera.
Respondió un par de mensajes utilizando emoticonos, como hacía siempre que no tenía las fuerzas suficientes para escribir. Dudaba incluso que fuera a cenar; le podía la pereza de quedarse allí, disfrutando de la comodidad de su sofá nuevo, antes que el hambre que apenas notaba. Por un día no pasaría nada, de todas formas, tampoco se lo comentaría al nutricionista, fuera a ser que sonara la flauta.
Entró a Instagram, y llevó a cabo el ritual que llevaba haciendo ya tantos días, buscó una cuenta concreta, y se centró en las publicaciones del día. Adoraba que Gerard hubiera tomado aquella estúpida iniciativa de subir una foto diaria, de algún modo, así se sentía más cerca de él, más parte de lo que algún día pudieron haber sido, y todavía le escocía recordar. El primer selfie de aquel día, que intuía en el autobús, o algún tipo de transporte, hizo sonreír a Sergio; las luces rojas, tenues, afilaban los rasgos de Geri, serio, pero con esa mirada que sonreía, aunque no lo hicieran los labios, llamativos siempre en ese rostro enmarcado, en esa instantánea, por la capucha de la chaqueta de entrenamiento. Dio me gusta a la publicación y pasó a la siguiente, la más reciente. La sonrisa de Sergio no tardó en desvanecerse de su rostro; esa forma en la que Gerard miraba a la cámara sin realmente ver, con la mirada enrojecida y los labios casi fruncidos, como si tratara de contener una punzada de dolor. Los ojos húmedos, y la camiseta del equipo todavía puesta. Ramos se fijó en el tono de esta, oscuro, no lila, y entendió lo que había pasado. Abrió otra pestaña en el móvil y efectivamente, lo confirmó; el Barça había perdido su partido en Salzburg, un partido en el que prácticamente la convocatoria entera había pisado el césped, prácticamente todos, menos Geri. Su equipo, ese que era casi su vida, había perdido, y él no había tenido la oportunidad de hacer nada.
Sergio se pasó la mano por la cara, pensando en el catalán, lo conocía, sabía que estaría destrozado, con el corazón dolorido dentro del pecho, palpitando casi dudoso, con miedo de romperse en mil pedazos desiguales. A algunos les parecería una exageración, Ramos sabía que, exageración o no, aquello era exactamente lo que Geri estaría sufriendo, y lo sabía, porque sería lo mismo que sufriría él.
Salió de Instagram con un nudo en la garganta, y abrió la aplicación de llamadas, podría mandarle un mensaje, pero aquello sería más rápido. Varios tonos retumbaron consecutivos en los oídos de Sergio, pero al otro lado, nadie descolgaba el teléfono. Algo crecía dentro de Ramos con cada segundo que pasaba, con cada diabólico sonido de la línea de teléfono, mientras Gerard no cogía el teléfono. Saltó el contestador, y al mismo tiempo, el sevillano se puso en pie. Olvidó los calambres que le martirizaban las piernas, el dolor cargado de los brazos, las agujetas que tenía en lugares que ni siquiera consideraba posible tenerlas. Respiró hondo, llevando la mirada más allá de la ventana, sintiendo cómo su pecho resistía a duras penas a las fuertes embestidas de su corazón. Todo pensamiento se había esfumado de su mente, y Sergio sabía qué significaba eso, más bien, quién era el único capaz de conseguir aquel estado en él. Se calzó las zapatillas y volvió a abrir la aplicación de llamadas.
—Necesito el avión preparado— pidió al número que había marcado.
—¿Para cuando?
—Para ya— dijo, y colgó.
Con un rápido movimiento de dedos, cambió de nuevo de aplicación, entrando a Instagram otra vez para contemplar una vez más la cara del otro defensa. El nudo de su garganta se apretó más, y las piernas le fallaron; no era capaz de ver tanta tristeza convergiendo en esos ojos azules que tanto había observado, que tanto había querido.
—Espérame, Geri— murmuró, y salió de casa dando un portazo.
(...)
Gerard miraba la pantalla de su móvil casi con incredulidad; cómo la notificación de la llamada de Sergio no se había desvanecido todavía, y encabezaba la lista de mensajes y llamadas que no quería mirar, que no había querido responder. Giró sobre sí mismo, quedando tumbado bocarriba en la cama, que a cada momento que pasaba parecía abrazarlo más, reclamarlo. Tal vez si se iba a dormir ya, podría dejar de pensar un rato, y su cabeza dejaría de echar humo como si estuviera funcionando a más revoluciones que un deportivo. Ni siquiera se quitó la ropa de entrenamiento, solo se giró, extendió el brazo, y apagó la luz presionando el interruptor con la punta de los dedos. La oscuridad lo acogió en unos brazos cálidos y reconfortantes, en un susurro armónico que llevó al chico a respirar hondo, tranquilamente por un momento, aun sabiendo que instantes más tarde, volvería a recuperar esa sensación intermitente de ahogo.
Cerró los ojos y fue una única imagen la que llegó a su cabeza, unos ojos oscuros que lo miraban con calidez, que lo hacían aliviar esa presión que se instalaba en su pecho. Con ellos, una voz ronca, con un muy marcado acento andaluz "todo va a estar bien, Geri". Ni siquiera estaba seguro de que Sergio le hubiera dicho esa frase en algún momento, o si era una creación de su propia mente, buscando, en una muy buena estrategia, reducir el nivel de estrés que contenía, casi como una olla a presión a punto de explotar. Quiso oír ese acento, esa voz que tanto de menos echaba, que lo había salvado en tantas ocasiones, en las que sus ojos azules solo veían sombras oscuras y recortadas. Fue a coger el móvil, decidido a devolverle la llamada al chico, pero en el camino que tardaba su mano en llegar al teléfono, Geri cayó rendido ante el cansancio extremo de la presión y la acogedora cama que lo sostenía, quedándose dormido.
Su mente no fue capaz de detenerse ni aun cuando su respiración se había acompasado y se mecía ya en los brazos de Morfeo. Decenas de imágenes se sucedían en su mente con violencia, como ríos desbocados escapando de su cauce. En sus sueños, veía un partido desde el banquillo, con la ropa de entrenamiento puesta. Sus compañeros, destrozados en el campo, trataban de seguir el ritmo a un equipo indistinguible, pero con jugadores evidentemente más altos, más fuertes, más rápidos, a los que la plantilla del Barça no conseguía alcanzar, ni siquiera seguir de lejos. Jordi Alba parecía incapaz de recorrer su lateral del campo, esperaba doblado sobre sí mismo, con las manos apoyadas en sus rodillas, respirando con pesadez y con los ojos cuajados de lágrimas. Sergi Roberto temblaba, tumbado en el campo, mirando al cielo y sin fuerzas para levantarse, sin conseguir que las piernas le respondieran. Busquets conseguía mantenerse en pie, miraba a su alrededor con una mueca destruida, sin saber qué hacer, sin saber cómo podía conseguir que el brazalete alrededor de su brazo ayudara a salir mejor parados de aquella situación. Mientras tanto, el otro equipo al completo llegaba a la portería con facilidad, con dos zancadas en las que ni siquiera les era necesario esquivar a los jugadores del Barcelona. Riqui Puig lloraba desconsolado, con las lágrimas marcándole carriles húmedos en la cara, pero sin dejar de correr, de un lado al otro, sin nada claro, pero con la necesidad de sentir que había luchado hasta el final. Bajo palos, Neto, sobrepasado por la situación sin saber dónde meter las manos. A su lado, con la misma equipación, Ter Stegen, todavía mermado por su operación de rodilla, emitiendo alaridos de dolor mientras utilizaba su cuerpo para intentar detener alguno de los tiros, aun así, el marcador seguía subiendo ante los ojos aterrados de Gerard, que intentaba desesperadamente levantarse de su asiento, al que parecía estar atornillado a la fuerza.
Cinco, diez, quince, veinte, veinticinco goles en contra, a cero.
Los jugadores del Barça se agarraban al césped, arrastrándose, manchados para siempre de una sangre, sudor y lágrimas que alcanzaban el punto álgido de humillación con las peticiones del equipo contrario al árbitro de finalizar el partido, ante un Barcelona derrotado que no era capaz de dar más de sí.
El pitido final retumbó en la mente de Piqué, que abrió los ojos de golpe, con la respiración agitada, un escozor insoportable en los labios, y completamente empapado en sudor. Había dormido un par de horas. Se levantó, apoyando los pies en el parqué, notando el frío en las plantas, mientras un nudo ejercía su máxima presión en su estómago, sacudiéndose, desmontándolo por completo. Gerard se levantó con urgencia, caminó hasta el baño con pasos largos y rápidos, y dejó que todo el contenido de su estómago se vertiera en el inodoro. Emitió un quejido, no había comido en horas, ¿qué coño estaba vomitando, entonces? Cerró los ojos con fuerza, sentándose en las baldosas frías del baño, apoyando la espalda en la pared de la bañera. Pestañeaba con lentitud, notando vacío en su interior, a su alrededor, en todas partes.
Tenía ganas de escapar, de huir, salir corriendo y no parar jamás. Tal vez gritar, pedir ayuda como nunca la había pedido, como solo una persona en el mundo se la había brindado, sin pedírsela, sin echárselo en cara.
El estómago del chico parecía haberse calmado, asentado al menos, cuando decidió levantarse de nuevo, temblando de frío a causa del sudor y el destemple, y sintiendo que el aire de la habitación no era suficiente para llenar sus pulmones. Abrió la ventana completamente, y el frescor austriaco se coló en él con facilidad, respirar era algo más fácil entonces, cuando la brisa veraniega, fresca, aun así, le acariciaba el rostro y se colaba en sus pulmones, que escocían, pero agradecían el oxígeno. Cuando se dio cuenta del bien que le hacía el aire fresco, se calzó las zapatillas, se puso una sudadera y cogiendo la tarjeta de la habitación, salió al pasillo y cerró la puerta, llegando al ascensor y pulsando el botón superior de este.
La azotea siempre le había resultado terapéutica, por decirlo de algún modo. La brisa lo despeinó levemente, y cerró los ojos hinchando sus pulmones, sintiendo que se encontraba algo mejor, al menos las náuseas y los sudores fríos habían remitido, aunque los temblores continuaban, no tanto por el cambio de temperatura, tal vez, sino por las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos, silenciosas, como cuchillas que abrían camino a su paso.
"Todo va a estar bien" se repitió mentalmente, con ese cálido acento andaluz que lo acariciaba por dentro tratando de calmarlo.
Levantó la vista al cielo cuajado de estrellas y murmuró, dolido como nadie —Ojalá estuvieras aquí, Sergio—.
(...)
Ramos bostezó mientras bajaba del taxi que lo había dejado en la puerta del hotel en el que se alojaba el Fútbol Club Barcelona, ese bostezo era lo único que quedaba del cansancio que hacía unas horas lo había arrugado, ahora, no se apreciaba ni un mínimo resquicio de dolor físico en él, ni calambres, ni pinchazos, ni agujetas, al menos no los notaba, mientras la imagen de Geri seguía latiendo en su cabeza. Sergio sabía que el chico estaría solo, que no habría pedido ayuda a nadie, nunca lo hacía, joder, seguía empeñado en salir de todo él solo, por su propio pie, fuera la situación que fuera.
En el mensaje en el que Jordi Alba había informado a Ramos del lugar en el que se alojaban, estaba también incluido el lugar de la discordia; el número de la habitación de Gerard Piqué.
Sergio ni siquiera esperó a coger el ascensor, se encaminó por las escaleras y las subió con toda la prisa que pudo, trepando los escalones de cuatro en cuatro hasta conseguir plantarse ante la puerta que buscaba, con la respiración algo alterada más por los nervios que por el esfuerzo. Geri no quería ver a nadie, ¿y si tampoco quería verlo a él? Joder, ni siquiera le había contestado al teléfono. Una losa cayó sobre él al pensarlo, ahogándose más todavía cuando al otro lado de la puerta no respondió nadie a su llamada, cuando sus golpes en la madera no obtuvieron respuesta.
Se llevó las manos a la cara, al pelo, revolviéndolo con fuerza, intentando obligarse a funcionar, no podía haber llegado hasta allí para nada.
—Te has vuelto completamente loco, Sergio— murmuró para sí mismo, cuando una última idea centelleó en su mente con fuerza. No perdía nada por intentarlo, y lo peor es que confiaba fielmente en que llevaba razón, y Geri estaría en ese sitio que hotel tras hotel, había sido tan importante para ambos. Un punto de encuentro, un lugar sagrado, un oasis en el desierto. Ramos no lo pensó más, y de nuevo por las escaleras buscando ahorrar tiempo, subió hasta la puerta que daba a la azotea, abierta, imponente ante sus ojos con decenas de luces brillando en todos los alrededores. Por un momento, un silencio pesado, el de quien trata de no ser visto entre las sombras.
Sergio sonrió satisfecho, complacido al descubrir que no se había equivocado.
—¿Geri?— susurró, bajando la vista para encontrar al defensa catalán sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el muro bajo de ladrillos que daba al vacío —Geri— repitió sonriendo, aliviado al ver al chico entero.
Los ojos azules de Gerard lo miraron, titilantes, dudosos, parpadeando con lentitud como si realmente no creyera verlo allí.
—Geri, estoy aquí— se sentó a su lado y colocó la mano sobre la del chico, que, aunque pareció sobresaltarse levemente con el contacto, se acostumbró con velocidad.
—Sergio— murmuró —Sergio— repitió, y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas —estás aquí— levantó la voz y se giró para abrazarlo con fuerza, empapando el hombro del sevillano de lágrimas.
—Ya está, ya está— decía Ramos con tono conciliador, afianzando el peso del chico sobre sus piernas, sobre las que estaba sentado a horcajadas, mientras el central andaluz le acariciaba la nuca y la cabeza con cariño —todo va a estar bien, Geri— giró la cara para besarle la mejilla.
Gerard se estremeció al oír la frase que llevaba esperando toda la noche, más al tenerla tan cerca, susurrada en su oído.
—No he podido salvarlos, Sergio, no he podido hacer nada— sollozó con voz temblorosa.
—No siempre puedes salvarlos a todos.
—Les he fallado.
—No, Geri, no te han dado la oportunidad de hacerlo.
—¿Y si Koeman ya no me quiere?— sus ojos azules se apagaron —¿Y si piensa que no puedo dar más de mí?—.
—¿Puedes dar más de ti?
—¡No lo sé!— volvió a hundirse en el llanto —yo quiero, Sergio, quiero dar más, creo que puedo hacerlo, pero...— suspiró.
—Pero... ¿qué? ¿qué pasa, Geri?— hablaba con suavidad, invitándolo a continuar la conversación.
—¿Y si estoy acabado?
Sergio arrugó la nariz en un intento de ocultar un gesto amargo.
—No estás acabado Geri, ¿cómo vas a estarlo?
El catalán se encogió de hombros.
—Eres uno de los mejores centrales del país.
—Eso lo dices tú.
—Eso son datos, Geri.
Gerard se llevó las manos a la cara, y Sergio trató de retirarlas con las suyas, tratando también de secar las lágrimas que empapaban su rostro.
—No me ha sacado a jugar, joder, De Jong estaba lesionado, estaba jugando en la defensa— bufó —podría haber hecho el cambio— tartamudeó.
—Es lo que debería haber hecho— suspiró —¿has hablado con Koeman?—.
El chico negó con la cabeza —me da miedo— susurró.
—¿Miedo, Geri?— lo miró preocupado —¿desde cuándo te da miedo hablar?— acarició su mejilla despacio, con cuidado, mientras Piqué giraba la cara para aumentar el contacto con él.
—Me da miedo que me diga que me quiere fuera.
Ramos asintió.
—No quiero que mi carrera termine todavía, Sergio, no quiero— negaba con la cabeza, llorando de nuevo —todavía tengo cosas que aportar—.
—Geri— llamó —¿esto es todo por lo que ha pasado en el partido?—.
Gerard bajó la mirada.
—Cuéntamelo— pidió el andaluz —por favor—.
—He tenido un sueño— dijo —una pesadilla— se corrigió, bajando la cabeza con vergüenza.
—¿Te echaban?
—Peor.
Ramos posó los dedos en la barbilla de Geri, instándolo a levantar el rostro, a mirarlo.
—Me dejaba en el banquillo, Sergio, sin poder hacer nada, con todos perdidos, derrotados, humillados sin otra opción— soltó de golpe, dejando salir todo el aire de sus pulmones.
—¿En el banquillo?
—No quiero quedarme ahí, como un perro desterrado, que está demasiado viejo y desgastado para jugar.
—Geri...— suspiró, estrechándolo contra su pecho y dejando un beso en su cabeza —¿te acuerdas...?— sonrió, buscando cambiar de tema para tranquilizar al chico —¿te acuerdas cuando estábamos así, igual que ahora, en las concentraciones de la selección?—.
—Han pasado muchos años— sonrió el chico de lado, todavía con lágrimas en los ojos, pero reconfortado por el recuerdo.
—Yo no siento que sea así.
Gerard lo miró.
—No sé, Geri, yo... ahora mismo siento que podríamos estar perfectamente en dos mil diez, dos mil doce, no sé— se encogió de hombros —pero yo te abrazo, Geri, y siento que no ha pasado el tiempo—.
—¿Sabes Sergio?— se sorbió la nariz —creo que hay algo que nunca me atreví a decirte— llevó sus ojos azules a los oscuros de Ramos —y si voy a tener que atreverme a hablar con Koeman...— suspiró —voy a lanzarme al vacío con esto también—.
—¿Lanzarte al vacío?
—Al vacío, sin mirar y sin dudar.
Sergio asintió —¿y qué es eso que me tienes que decir?—.
—Que nunca he dejado a nadie verme tan expuesto como me has visto tú— comenzó —que nunca nadie me ha visto llorar como me has visto tú— tosió —que has venido desde París a buscarme, Sergio— le temblaba la voz —no ha cambiado nada, nunca ha cambiado— suspiró —te sigo queriendo como el primer día—.
Una sonrisa perfectamente marcada y brillante se construyó en el rostro del andaluz, acompañada de unos muy brillantísimos ojos oscuros.
—Geri...
—Si me vas a mandar tú también al banquillo no sé si quiero oírlo, Sergio.
Ramos rio con suavidad —no voy a mandarte al banquillo, Gerard, por Dios— cogió su rostro entre las manos —¿sabes? No lo dudé ni un segundo antes de venir, sabía que no estabas bien, vi esa foto— lo miró a los ojos —te he echado tanto de menos, Geri, tanto de menos— lo abrazó con fuerza.
—Sergio— llamó.
—¿Sí?— preguntó en un susurro.
—¿Me quieres?
—Con toda mi vida, Geri, con toda mi vida.
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