Curiosidad [Riqui Puig & Gerard Piqué]
Riqui Puig no creía en el amor a primera vista.
Pero sí creía en el amor a primera broma, a primera risa.
Por eso, Riqui estaba perdidamente enamorado de Gerard Piqué desde el primer día en que lo había conocido.
Y nunca se lo había dicho, ¿qué le iba a decir? "Hola Geri, sé que me ves como a un hermano pequeño, pero ¿qué te parece si quedamos para tomar algo y nos comemos la boca?". Bufó, antes podía llevarlo algo mejor; lo veía en el entrenamiento, hacían cuatro bromas, y se iba de los partidos con unas ganas dolorosas de invertir toda esa euforia en intentar algo con el central, ahora todo era más complicado; se veían más, Riqui iba a su casa a menudo, y salían día sí y día también, las discotecas estaban hartas de verlos entrar juntos.
Todo había sido un secreto, bien custodiado por sí mismo, hasta que un martes, en el entrenamiento, Riqui le dijo a Gerard que había reservado una de las salas VIP de un local de fiesta del centro para aquella noche, y le preguntó si le apetecía ir, esperando la respuesta de todos los días.
Pero esa respuesta no fue la que esperaba.
—He quedado con Sergio para cenar.
Al centrocampista se le retorció el corazón en el pecho.
—¿Con Sergio?
—Me escribió el otro día— dijo sin darle mucha importancia —quiero... no sé, volver a intentar algo con él—.
—Ah.
—Pero no me mires así— le pasó el brazo por los hombros y lo acercó hasta pegar el cuerpo al suyo —que seguiré saliendo de fiesta contigo—.
A Riqui le sirvió ese último comentario para quedarse más tranquilo.
Más tranquilo durante un rato, porque unas horas más tarde, estaba vaciándose chupitos de Jägermeister en la garganta, mientras lloraba solo en una esquina del antro, pensando en que podría ser él, quien estuviera cenando en una mesa con velas con Gerard, y no Sergio, si se hubiera atrevido en algún momento a confesarle al central lo que sentía.
Ese pensamiento acababa dinamitando toda esa autoestima que parecía rezumar su cuenta de Instagram, y terminaba dándole vueltas a cómo él tampoco se elegiría a sí mismo, así que Gerard no sería tan estúpido como para enamorarse de él.
Suspiró cuando los colores y las luces empezaron a arremolinarse en sus ojos, después del quinto chupito de licor. El calor le subía por el pecho y empezaba a marearse, por lo que decidió salir de allí para tomar el aire.
Mala idea.
Muy mala idea.
Riqui acabó a las tres de la mañana en la calle, hablando con un policía nacional sobre lo rentable que le resultaría a la selección congoleña, saltarse todas las normativas de la FIFA para fichar a Benzema.
El policía seguramente fuera del Madrid.
Riqui terminó detenido, en una de las comisarías del centro.
Llamó a Gerard para que fuera a por él, pero evidentemente Piqué estaba demasiado ocupado como para cogerle el teléfono.
El policía no entendió por qué aquel niño estuvo llorando treinta y dos minutos de reloj antes de intentar llamar a otra persona.
Tampoco le importó.
A quien sí le importó fue a la persona a la que Riqui sacó de la cama para que fuera a buscarlo.
Xavi Hernández no cobraba lo suficiente como para tener que andar haciendo de niñera.
Lo hubiera matado cuando llegó a comisaría, pero el centrocampista estaba tan ocupado explicándole al Inspector Jefe el traspaso de Bale al Getafe, que el entrenador solo acertó a sacarlo de aquel despacho con mil disculpas y sentarlo en la sala de espera mientras le sacaba una botella de agua de la máquina.
Xavi hubiera querido irse de allí, pero uno de los policías, más por vacilar que por realmente cumplir ningún tipo de código penal, les propuso muy encarecidamente que permanecieran allí hasta que Riqui dejara de hablar con cualquiera que se le pusiera delante.
El entrenador quiso decir que entonces no se irían de allí jamás, pero pensó que ya eran demasiadas conversaciones con los cuerpos de seguridad por aquella noche.
—Hola Xavi— saludó Riqui demasiado efusivamente.
El mayor bufó, aquello era lo último que esperaba cuando se levantó aquella mañana.
Hablaron de fútbol, de Barcelona, del mar y la Rambla, del Camp Nou a rebosar y la ciudad deportiva los jueves, porque el chico decía que entonces, olía a césped recién cortado.
Habían pasado casi dos horas desde la fatídica llamada, cuando el móvil de Xavi sonó en su bolsillo.
—¿Todo bien, Xavi? ¿has podido verlo?
—He podido, por suerte o por desgracia, he podido— suspiró —saluda, Riqui— dijo, y le pasó el móvil.
—¡Hola Iker!— saludó el chico muy emocionado —siento haberte quitado el marido, Gerard es un imbécil y no me ha querido coger el teléfono—.
—No te preocupes Riqui, te lo dejo un rato— rio el de Madrid.
—Devuélveme el móvil, anda— pidió el entrenador.
—Estoy hablando con mi amigo Iker— contestó él con cierta indignación, pero pronto notó la mirada de Xavi, clavada en él como si quisiera dejarlo en el banquillo toda su carrera, y decidió que no era lo que realmente le apetecía —adiós Iker, hablaremos otro día, un abrazo gordo, ¿vale?—.
—Vale Riqui, un abrazo.
Casillas se reía a carcajadas cuando su marido volvió a ponerse al teléfono.
—No me pagan lo suficiente— se quejó el catalán al teléfono.
—Mucho ánimo y mucha paciencia, Pelopo— le dijo ya con tranquilidad.
—Te quiero, Iker, descansa— dijo, y colgó la llamada.
Cuando se giró hacia el centrocampista, este lo miraba con los ojos muy abiertos y una ceja levantada, en una mueca de curiosidad exagerada —¿lo quieres?— le preguntó.
—¿A Iker? Claro.
Riqui bufó, él también quería alguien que le quisiera.
—Yo también quiero un novio.
—¿Un novio?
—Sí.
Xavi estaba entre aburrido y desesperado, tal vez esa fue la explicación a que le siguiera aquella conversación, que ni había empezado bien, ni iba a terminar así.
—Un novio del Barça, con la equipación nueva— cerró los ojos y sonrió —mayor que yo, y tiene que ser guapo, porque si no, no tiene gracia— se rio levemente —y con los ojos azules, tiene que tener los ojos azules—.
El entrenador lo miró mordiéndose el labio con preocupación; sabía de quién hablaba, y no le hacía ningún tipo de gracia.
×
—¿De qué quieres hablar con tanta prisa?— preguntó Gerard entrando al despacho de Xavi.
—Cierra la puerta.
—Eso suena fatal, míster, ¿me vas a echar?— rio e hizo lo que le pedía.
—No, Geri— bufó —quiero hablar contigo, de amigo a amigo—.
El central levantó una ceja —¿tienes una crisis matrimonial con Iker y vas a pedirme consejo?—.
—Solo te pediría consejo si quisiera que mi relación se hundiera.
—Haces bien— suspiró —¿Qué pasa?—.
Xavi no sabía cómo decirlo, así que soltarlo de golpe le pareció la solución más factible.
—Riqui está enamorado de ti.
Gerard pestañeó un par de veces en silencio. Se hubiera echado a reír, pero el serio del otro hombre no invitaba a ello.
—¿Qué coño dices, Xavi?
—No es una broma.
—Riqui me admira, punto, ahí no hay nada más.
—Bueno, esa es tu opinión.
—Ni que tú supieras la suya.
—Pues fíjate, sí, la sé— lo mira a los ojos —porque mientras tú anoche estabas follándote a Sergio mientras recordabais buenos tiempos, yo tuve que ir a una comisaría de policía, a buscar a Riqui, que había salido y estaba borracho como una cuba— guardó silencio un momento —mientras tú estabas con Sergio, yo estaba oyendo lloriquear a Riqui, diciendo que quería un novio, del Barça, mayor y de ojos azules—.
Gerard bajó la vista al suelo al instante.
A lo mejor Xavi sí sabía cuál era la opinión de Riqui.
—¿Y me cuentas todo esto porque...?
Xavi bufó —porque sé que le vas a romper el corazón, Geri— hizo una pausa —y si pudieras no comportarte como un imbécil con él, le harías un favor—.
—Comportarme como un imbécil— al central se le escapó una risa contenida.
—Sí, como un imbécil que le da esperanzas sin realmente querer nada, porque adoras gustarle a la gente, adoras que te alimenten el ego de esa manera, Gerard, no hagas que lo pase peor de lo que ya puede ser.
—Qué mala imagen tienes de mí.
—La misma que supongo que tienen Sergio y Cesc, aunque siempre acaben volviendo.
—No voy a tener nada con Riqui.
—Me alegro, es muy joven como para que lo hundas así— suspiró Xavi —no te metas donde no debes, Geri, o tragarás agua hasta ahogarte—.
×
Ahogado o no, Gerard no iba a dejar de salir aquella noche solo por la impresión que le había dado a Xavi la conversación con Riqui. Era un niño borracho, por Dios, la de cosas que hacía y decía él borracho sin que fueran de verdad.
Así que pensó que no podía ser mala idea invitar al centrocampista a salir con él un día más, como llevaban haciendo ya un tiempo. Llamó a su discoteca favorita y alquiló un reservado, justo después envió un mensaje al chico.
"Paso a buscarte a las once".
Fue el primer Whatsapp que mandó.
"Ponte guapo".
Fue el segundo.
El central se rio un poco para sí mismo. ¿Le gustaba a Riqui? Iba a tensar la cuerda para saberlo. No pretendía darle esperanzas, jugar con él ni prometerle nada, solo... solo tenía curiosidad.
Sí, eso.
Curiosidad.
Gerard no solía ponerse la americana para salir.
Aquel día lo hizo.
Riqui tuvo que pararse a respirar hondo cuando lo vio.
—Me has hecho caso— le dijo Geri nada más subió al coche.
El chico se sonrojó, y no sería la última vez aquella noche.
Se abrochó el cinturón y apoyó la cabeza en el asiento, cerrando los ojos por un momento. ¿Desde cuándo usaba el central esa cantidad de colonia?
Gerard sonrió, consciente de cada reacción del chico.
Y así siguió, con su tira y afloja, hasta que a las tres de la mañana, Riqui hubo bebido lo suficiente como para dejar de apartar la mirada y sonrojarse ante cada comentario del mayor.
—Cuéntame un secreto— le pidió Geri pegándose más a él en el sofá del reservado.
—Si te contara todos mis secretos...— sonrió —no volverías a mirarme igual—.
El central dejó que una de sus infames sonrisas se dibujara en su rostro —a lo mejor por eso quiero escucharlos—.
Riqui rio, rio hasta que Gerard volvió a abrir la boca.
—Xavi dice que quieres un novio.
El centrocampista se pasó la lengua por los labios, bajando la mirada y volviendo a subirla a sus ojos.
—Tal vez Xavi lleve razón.
—No sabía que te gustaban los chicos— murmuró Geri pasando el dedo por el pecho de él.
—No me gustan los chicos— rio Riqui atrapando el dedo del defensa con un movimiento rápido —me gustas tú, Gerard—.
El mayor sonrió, sintiendo como algo crecía en su interior, cómo aquellas palabras eran una caricia para su ego.
Riqui quiso tirar de su mano para acercarlo a él, pero Piqué se adelantó, y tiró del chico hasta que quedó sentado en sus piernas.
"Tragarás agua hasta ahogarte" la voz de Xavi se repitió en su mente.
El central sonrió "a quién cojones le importa ahogarse" pensó, y sujetó al chico por la cintura para acercarlo más a él.
Riqui Puig miró a Gerard a los ojos, a ese azul arremolinado lleno de oscuridad que tan loco lo volvía.
—Venga Geri— lo animó —unos besos no van a estropear nada— susurró sobre sus labios.
El del número tres se mordió el labio y pensó que todavía estaba demasiado sobrio para aquello. Estiró la mano y cogió una de las botellas que le quedaban cerca, dando un par de tragos largos. Necesitaba ahogar todas las voces que le decían que aquello no estaba bien, que era un imbécil y que ya tenía una edad para seguir jugando.
Sus labios sabían a whiskey caro cuando Riqui pasó su lengua por ellos.
Gerard estaba tan ebrio de su propia vanidad que apenas se enteró cuando sonó su móvil. Lo sacó del bolsillo, más porque le molestaba que por cualquier otro motivo, y fue el centrocampista del seis quien, en un momento en el que consiguió separarse de él, leyó el remitente de la llamada.
Piqué no se enteró de que Riqui había colgado la llamada por él.
Riqui no iba a decirle que era Sergio quien llamaba.
Volvió a besarlo con hambre, con ganas. Hundió las manos en el pelo del defensa y tiró de él lo justo como para que un leve quejido escapara de sus labios.
Geri sonrió, ¿cuándo había aprendido el chico a hacer todo eso? Lo sujetó por la cintura y se encargó de hacer la fuerza suficiente como para que no quedara un espacio entre ellos.
Riqui gimió al notar la fuerza del central sobre él. Profundizó el beso, y cruzando las manos en la nuca de él, comenzó a moverse, a frotarse contra el cuerpo del defensa.
Gerard fue entonces consciente del punto exacto en el que todo aquello se le fue de las manos.
Conducía su Porsche Cayenne a toda velocidad por las avenidas de la capital catalana, con un cuestionable uso de los semáforos, aunque esa no fuera la única norma que se saltara aquella noche.
El centrocampista, sin ser consciente de nada más allá de la que él creía la historia de amor de su vida, se empeñaba en no dejar las manos quietas pese a la insistencia del defensa, que aseguraba no tardarían en llegar a casa, y allí podría hacer lo que quisiera.
Riqui no lo veía así; se aburría, en el asiento del copiloto, se aburría porque hacía un rato lo había tenido todo, y ahora no tenía nada.
Y Geri no le dejaba tocarlo, no dejaba que lo besara, no le dejaba hacer nada.
—Harás que nos matemos— le había dicho.
¿Sinceramente? A Riqui en aquel punto ya le daba igual; si tenía que morir, quería que fuera allí, con él.
Un Gerard sobrio hubiera pensado que estaba loco, que el amor adolescente lo había dejado completamente inútil. Pero el Gerard borracho que se saltaba los semáforos de la Diagonal ni siquiera se enteró de qué pasaba por la mente del chico.
El más joven dibujó una sonrisa en su rostro cuando una idea se abrió paso entre la maraña de pensamientos que lo acompañaba. El defensa había hablado sobre él; no tocarlo ni besarlo porque estaba conduciendo.
Pero él no estaba conduciendo.
Riqui desabrochó su propio pantalón tras algo de esfuerzo; el alcohol seguía inundándolo.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó el defensa.
—Nada— murmuró.
—Riqui— lo llamó —¿qué estás haciendo?—.
—Yo no estoy conduciendo.
Por Dios, aquel niño iba a acabar con él.
—No vas a hacer nada.
—Ya veremos— introdujo la mano bajo la tela del pantalón.
Gerard respiraba con pesadez, intentando contener toda la lujuria que amenazaba con destruirlo.
Tomó un desvío a la derecha; en diez minutos estarían en casa, en diez minutos podría hacer callar a Riqui y encargarse de él por todo lo que estaba jugando con él aquella noche.
Pero diez minutos eran muchos minutos, y el centrocampista seguía enfocado en su tarea de desquiciar a Geri.
El primer gemido del chico le dejó a Gerard la boca tan seca que no fue capaz de responder.
El segundo se le clavó en la parte baja del estómago.
—No me hagas parar, Riqui— murmuró en un gruñido que hizo sonreír al chico.
El centrocampista vio cómo apretaba el volante con más fuerza, cómo entreabría la boca para ser capaz de coger más aire, cómo sus pantalones ahora le quedaban más justos.
Riqui sonrió viendo que todo eso lo había generado él.
Y se sintió poderoso.
El Porsche Cayenne de Gerard Piqué se detuvo en el garaje de casa.
No consiguieron llegar a la habitación.
De hecho, ni siquiera consiguieron salir del coche.
×
Riqui se despertó medio cubierto por la sábana en una cama que olía a Geri. Sonrió, nada de lo que recordaba había sido un sueño.
Abrió los ojos y vio al central sentado en el borde de la cama, con un pantalón de chándal y el pecho descubierto. Miraba al suelo fijamente, nadando entre sus pensamientos.
Tratando de no ahogarse.
Si tan solo le hubiera hecho caso a Xavi...
El centrocampista se acercó a él por detrás, dejando un beso en su hombro desnudo.
Gerard se apartó levantándose de la cama.
—Tenemos que hablar, Riqui.
El chico lo miró confundido.
—Esto no puede ser, fue una mala idea.
Las palabras se clavaron en el pecho del más joven desgarrándolo por completo.
—Pero te encantan las malas ideas, Geri.
El central sabía que el chico llevaba razón.
Riqui sonrió y quiso acercarse a él —no tengas miedo, Geri, yo siento como tú—.
—No, Riqui, no sientes como yo— lo miró y se apartó de él de nuevo —no sentimos igual porque a mí no me gustas, yo no te quiero, y tú estás enamorado de mí—.
—Pero...— lo miró confundido —¿y todo lo que dijiste anoche?— preguntó — dijiste que había química entre nosotros— las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos —dijiste que no tenías con nadie la conexión que tenías conmigo—.
Gerard bufó y se llevó las manos a la cara.
—Estaba borracho cuando dije todo eso.
—¿Entonces es mentira?
—No, Riqui, no es mentira— respiró hondo para evitar que le temblara la voz —claro que tengo algo especial contigo, pero es... es más como si fueras mi hermano pequeño, no sé si lo entiendes—.
—Osea, que has pasado toda la noche follándote a tu hermano pequeño— sonríe amargamente, con rabia.
—Eso no... no es así.
—¿No? Venga, emborráchate, si es lo que necesitas para decir la verdad.
—No digo la verdad cuando estoy borracho, Riqui, no soy capaz de pensar.
Riqui lo miraba exigiendo una explicación.
—Xavi me dijo que te gustaba, yo...— respiró hondo —joder, soy un gilipollas— suspira —yo quería ver hasta dónde podía tensar la cuerda—.
—Efectivamente, Gerard, eres un gilipollas— lo miró el chico con las lágrimas ya rodándole por las mejillas —te encanta saber que le gustas a la gente, te pone saber que voy detrás de ti, que hubiera dado lo que fuera por un beso tuyo— vuelve a sonreír, y la mueca se le clava al central en lo más hondo de la mente —un beso, Geri, ¿no podrías haberlo dejado ahí?— ahora es él quien se sienta en el borde de la cama —tenías que acabar lo que habías empezado, claro, ver hasta dónde podía llegar— lo mira a los ojos —ya sabías hasta dónde podía llegar, Geri—.
—Y tú ya sabes cómo va a acabar todo esto, Riqui.
—Vi cómo me mirabas, Gerard, y los amigos no se miran así— suspiró —los putos amigos no se miran así— repitió para sí mismo.
—Pero los dos sabemos, Riqui, que no podemos ser más que eso.
Al más joven le tembló la voz, la mirada, le tembló todo mientras se vestía todo lo rápido que podía.
—¿Sabes cuántas putas veces he llorado por ti?— le gritó —no lo sabes, no lo sabes porque no piensas en los demás, no te importamos— lo miró a los ojos —te diría cuántas han sido, pero he perdido la cuenta— sonrió de nuevo con su mueca de dolor —¿también te pone saber eso, eh, puto ególatra?—.
Estaba saliendo de la habitación cuando se detuvo en seco con un pensamiento que abordó su mente. Sus uñas clavándose en la espalda de Gerard, dejando marcas y arañazos por todas partes, carreteras rojo brillante sobre su blanquísima piel.
Sabía que él no iba a verlas.
Y no iba a decirle nada.
Ya las encontraría Sergio.
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