Todavía tengo miedo.
Todavía hay noches en las que no puedo dormir porque mi corazón late más rápido de lo que debería, porque mi mente no deja de dar vueltas.
De verte donde no estás.

Ojalá, fuera tan fácil como pulsar tu mombre, oír tu voz al otro lado de la línea. Tal vez tú consiguieras calmar mis lágrimas.
Estoy seguro de que lo harías.

Que ni siquiera me salen las palabras para decir que te quiero. Y eso, que no paro de hablarles a todos de ti.
De lo que vives, de lo que dices. De tu ser, porque es algo que te encanta.
Ser.

Y yo no soy, no soy nada. Nada más que miedos y dolor, una vida escondido, una vida de espectador. ¿Y cómo se hace? ¿Cómo se hace para meterte en la película?
Lo he intentado tantas veces, y tantas veces me ha salido mal...

A veces pienso que tú puedes curarme. Tú. Con tus historias y tu risa, con esas veces que hablas y siento que todo está bien. Cuando me hablas de ellos, cuando te veo y la herida cierra.
Pero tú no quieres que mi herida cierre. No lo quieres porque ni siquiera sabes que está ahí, ni siquiera te has dado cuenta de cómo te miro, de cómo te hablo.
Y eso, a veces, me duele.

Me duele pensar que en algún momento, la ciudad fue nuestra. Vencimos, aunque en esa batalla, solo luchara yo.
Todavía estoy sacando trozos de metralla de dentro, del corazón.

Del corazón que no es alma, aunque estén rotos los dos, aunque no sean capaces de funcionar, el uno sin el otro. Un engranaje a dos piezas al que le falta motor, le falta vida.

Tal vez a nosotros nos falte vida. A mí más que a ti, y quién lo diría. Vida para aprender, vida para sanar, para amar.
Para vivir, claro.

Abrázame cuando el sol se vaya. Cuando tenga demasiado miedo para dormir. Demasiado miedo de cerrar los ojos, de estar solo.
Irónico, porque los demás nunca han sido lo mío, aunque me haya empeñado siempre en que tú sí lo seas.
Sí seas mío.

"Mío". Qué palabra. Cuando ni siquiera yo mismo soy mío, porque soy tuyo. Tuyo desde que solo río por ti, desde que solo hablo por ti, desde que solo vivo por ti.

Apago la luz y cierro los ojos rápido. "Cuanto antes me duerma, antes llegará mañana, antes lo leeré, lo escucharé, lo veré de nuevo".
Y el sol sale. Y te leo, te escucho, y te veo. Pero solo te leo a ti, te escucho a ti, y te veo a ti.
Tú vas más allá, siempre has ido más allá, siempre hay más gente, siempre estás leyendo, escuchando y viendo a alguien que no soy yo.
A alguien que tal vez cumpla lo que esperas de ti.

Nunca soy yo. Ni para ti, ni para nadie.
Y uno se cansa de no ser.

No me quieres, ni lo harás. Aunque a veces tus sábanas huelan a mí. Yo siempre estoy cuando abres los ojos. Tú ni siquiera dejas que la noche te pille conmigo.
A veces pienso que eres tú quien tiene miedo. Miedo de mí. De encontrarte con el reflejo desfigurado del que un día fue el amor más puro, y hoy es el peor de los sueños. La pesadilla.

No vas a leerme. Menos mal que no lo harás. Porque lo último que necesito es tu mirada compasiva brillando en esos ojos oscuros en los que tantas veces he querido verme.

Borrarte de mi mente y olvidar. Olvidar por qué me siento así. Olvidar el vacío y las lágrimas. La tortura del no entender y del querer. Querer sin ser querido.
Olvidar para curar. Olvidar para vencer. Aunque yo siempre pierdo, porque fuiste tú, el que conoció el "Ganar, Ganar y Ganar". Y que de tanto ganar, no dejaste nada para los demás.
Yo sí que dejo, te lo dejo todo, por si un día te apetece cogerlo. Por si tu sonrisa y tus pecas queréis volver. Por si tu pelo quiere volver a brillar, dorado, con mi luz. Por si te apetece volver a desordenarme entero.

Siempre tuyo, porque no creo que vaya a ser capaz de Ser, con mayúscula, de nadie más, ni con nadie más.

–Saúl.