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inexperienced -Carlos Sainz +18

Descripción: En donde le enseñas a un joven Carlos (Redbull era) a dar placer.

Palabras: 3902

Advertencia: Contenido +18 leer bajo propia discreción. Sexo sin protección. Sub Carlos. Dom reader. Age gap. Descripciones gráficas. Porn but with a plot.

Dedicado a: JavaddMad quien me ha insistido que lo termine y por fin aquí está, disfruten <3

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Viendo al gran Carlos Sainz de Ferrari, Il matador, nunca te imaginarías menos que un Dios en la cama, ¿no?

Con esos labios de infarto, cuerpo bronceado y tonificado, y sus grandes manos, debía tener un montón de experiencia en los placeres carnales.

Sin embargo, aunque esto sea cierto, no siempre fue así.

Todos aprendemos de alguna forma, ¿no?

Y a Carlos nunca se le olvidará la mujer que lo hizo el hombre que era en la cama hoy en día...



Cuando Carlos inició en Toro Rosso no lo veías más que como un crío.

Era un poco incómodo, se sonrojaba con facilidad y a veces se trababa entre el cambio de idiomas de inglés al español.

Y a pesar de todo eso, era un imán para las mujeres.

Aunque lo que tenía de hermoso, lo tenía de inexperto.

Carlos no sabía qué hacer con toda aquella atención que estaba recibiendo. Sin saber cómo, había logrado llevar a tres chicas diferentes a la cama.

¿El único problema? Las chicas hablan, y lo que dijeron de sus noches con Carlos dejaba mucho que desear.

No era culpable tampoco, solo era inocente de algún modo y creía que todo lo que veía en el porno debía ser equivalente a lo que era la realidad. Y esto no podía estar más alejado del caso.

Ninguna había llegado al orgasmo, y él había durado muy poco.

Las malas lenguas esparcieron la noticia y en menos de una semana todos en el paddock sabían lo malo que era Carlos Sainz en el sexo.

El joven de veintiún años se sintio algo encogido, donde sea que fuera los colegas se burlaban de él. ¿Y cómo no hacerlo? Si con el atractivo rostro del español resultaba irónico que darle placer a una mujer fuera lo único que no sabía hacer.

Y ahí es donde entrabas tú.

Tan solo estabas haciendo una pasantía de redes sociales con RedBull cuando la oportunidad de tener a Carlos entre tus manos se presentó. Eras unos cinco años mayor que él, pero con una vida sexual muy activa. Por lo que creerías que había alguna cosa o dos que le podrías enseñar a aquel manjar para los ojos.

No podías permitir que semejante hombre no supiera arrancar los orgasmos más desenfrenados que jamás hubiera atravesado una mujer. Se te hacía insólito.

Entonces con mucho pesar, iniciaste con tu labor.

Te acercaste a un solitario Carlos comiendo en una mesa apartada del resto, tus tacones resonando contra el suelo con parsimonia. Carlos no pudo evitar alzar la vista algo perdido cuando notó que el sonido iba incrementando en volumen hasta detenerse donde él estaba.

Sus ojos que estaban mirando al suelo subieron de manera lenta por tus piernas, recorrieron tu corta falda y siguieron su camino hasta detenerse por unos segundos de más en tu pecho, disfrutando de la manera en que tu camisa apretaba tus senos de una manera exquisita. Había llegado hasta tu sonrisa juguetona cuando exclamaste:—Mis ojos están más arriba, guapo.

Sintió toda la cara caliente. ¿Tan obvio había sido?

—Yo... perdón, qué mal educado de mi parte —exclamó Carlos sin poder verla a los ojos. En sí, la mujer era imponente.

—No te preocupes —le quitó importancia y señaló la silla a su lado—. ¿Puedo?

—Claro, permíteme —Carlos se levantó y fue en ese momento que conectaron miradas. El español se vio obligado a tragar en grueso. Tenías los ojos más hermosos que había visto. Y sin embargo, no podía evitar notar cierta picardía en ellos, como si todo fuera un juego para ti. Tal vez lo era.

—¿Sueles ser así de tímido? —lo examinaste sin vergüenza alguna de pies a cabeza enrojeciendo aún más las mejillas del español al tener tu atención en él.

—Sí... Digo, no, no normalmente —Se quería dar cabezazos en la cabeza. Claro que actuaba como un tonto apenas te tenía enfrente.

Al igual que tú habías oído de él, Carlos había oído de ti.

Eras todo lo contrario a él. Ningún hombre podía pasar una noche contigo sin cantar alabanzas con tu nombre.

Para las mujeres eras considerada una zorra, y para los hombres una diosa. Pero no te podía importar menos lo que pensaran, pues tan solo disfrutabas del momento.

—Podremos cambiar eso —dijiste sin darle importancia al asunto mientras te cruzabas de piernas y bebías de tu botella de agua.

—¿Podremos...? —Carlos parpadeó anonadado.

Quisiste sonreír por su ingenuidad, pero te divertía mucho como para cambiarlo.

Decidiste jugar un poco con él.

A propósito dejaste escapar pequeñas gotas de agua en el escote de tu camiseta observando como el piloto seguía la trayectoria con la vista.

—Sí. Tú... —alzaste su mirada por el mentón para conectarla con la tuya y guiñandole el ojo sonreíste—: Y yo.

—¿Y cómo harás eso? —Se quedó viendo tus labios, preso de tu atención. Hipnotizado con cada movimiento que hacías.

—Pues tengo una idea o dos... Siempre que estés de acuerdo, claro —te lamiste los labios prácticamente devorándolo con la vista. Era demasiado atractivo para su propio bien.

—¿Cómo negarte algo? —Lo pensó, pero terminó diciéndolo en voz alta causando que tu sonrisa se ensanchara.

—Te sorprenderá cuántos me piden parar apenas comienzo —susurraste acercándote un poco más a él, notando como tragaba grueso.

—Creo que tomaré el riesgo —suspiró cuando tu olor envolvió sus fosas nasales volviéndolo loco. Olías delicioso, y lo sabías. Habías elegido ese perfume justo con la intención de que le gustara.

Su respuesta tan solo te hizo sonreír aún más, tomando su mano entre las suyas antes de anotar tu teléfono.

Y oh, claro que llamó.







Carlos soltaba suspiros entrecortados desde su posición contra el espaldar en la cama.

Lo estabas torturando.

No tenía otra forma de describirlo.

Tu mano envolvía su miembro masturbándolo con una paciencia arrulladora. Mantenías al español al borde del orgasmo, pero sin dejarlo alcanzarlo. Así habías jugado por un largo rato, disfrutando del poder que tenías sobre él.

—Ya... —rogó en un gemido.

Tú solo lo miraste desde abajo, ignorando sus súplicas—Me han dicho cosas sobre ti, Carlos —dejaste un beso en su muslo y fuiste ascendiendo mientras hablabas, el piloto conteniendo la respiración—. Muchas cosas... malas —besaste justo al lado de su miembro y Carlos quiso desfallecer.

Sostuviste a Carlos por sus coloradas mejillas, obligándolo a verte a los ojos—Un chico tan guapo como tú... ¿y que se corre tan rápido sin complacer a sus acompañantes? —chasqueaste la lengua y Carlos se puso aún más rojo de vergüenza sin poder mirarte a la cara —. Eso tendremos que arreglarlo, cielo...

Tu mano empezó a acelerar sus movimientos mientras le dabas pequeñas lamidas en su punta, escuchando los gemidos del español y como se removía en la cama como un desesperado.

Te detuviste mientras lo sostenías del muslo, estabilizando sus piernas para que se quedara quieto—¿Quieres correrte, guapo?

Amabas el poder, eso era claro.

—Por favor, linda... —se cubrió la cara con las manos. No podía creer lo sumiso que estaba siendo, ese no era su estilo.

—¿Estás dispuesto a aprender?

Carlos asintió, pero eso no era suficiente para ti. Querías que rogara. Soltaste su miembro y eso fue suficiente para que te mirara entre avergonzado y anonadado—No pares —entrelazó su mano con la suya y la volvió a colocar donde estaba—. Solo no pares, vale, haré lo que sea, por favor —se oía como un desesperado, pero es que tus manos en su miembro se sentían exquisitas.

—Eso quería escuchar —sonreíste y sin más preámbulo lo tomaste entre tus labios sin detener los movimientos de tu mano. Te aseguraste de lubricarlo lo suficiente antes de ahuecar tus mejillas y dejar que follara la boca hasta que te dieron arcadas y tuviste que alejarte. Así estuviste durante un rato jugando con él, dándole todo un espectáculo para su vista con tus sonrisas juguetonas, antes de volver a tomarlo entre tus labios, dándole mayor prioridad a la punta sabiendo que era la parte más sensible. Sentiste su sabor en tu boca y su pesado miembro en tu lengua hasta que con una sacudida descargó todo su líquido en tu boca que te tragaste como buena maestra que eras. Tenías que darle el ejemplo y si Carlos no estaba dispuesto a dar sexo oral por asco no iban a llegar a ningún lado.

Carlos suspiró de alivio en la cama sintiendo su cuerpo relajarse, tratando de bajar de los efectos que lo recorrieron entero.

Puede que le hayas dado el mejor orgasmo en su vida.

—Mi turno —te quitaste las prendas faltantes y te tiraste a su lado bajo su mirada anonadada.

Eras una diosa, y tu seguridad tan solo te volvía diez mil veces más atractiva ante sus ojos.

—¿Solo te vas a quedar viendo o me vas a ayudar, guapo? —lo molestaste y Carlos salió de su ensoñación, poniéndose entre tus piernas, listo para comenzar a embestirte cuando lo detuviste con una mano en su pecho—. ¿Qué crees que haces?

Carlos frunció el ceño, confundido—¿Qué?

—Te digo que es mi turno y lo primero que haces es querer cogerme —explicas, pero Carlos todavía no capta lo que estabas tratando de decir—. Dios, esto es peor de lo que pensé —suspiraste—. Carlos, antes de coger tienes que dar un preámbulo, piénsalo como una entrada antes del plato fuerte —tomaste su mano y la colocaste en tu pecho, dejando que lo tomara en su gran mano.

—Tocar estos es muy útil, y mejor si pones tu boca en ellos —Carlos sin querer que lo sigas retando hizo caso, te sobresaltaste por un repentino mordisco en tú pezón sin previo aviso y lo pateaste—. ¡Ay! Tampoco seas un bruto. Son muy sensibles, tienes que ir despacio para que sea más placentero —tuviste la tentación de mencionar que a algunas sí se les hacía placentero el dolor, pero dejarías eso para otra clase. Ese era un grupo muy específico y en definitiva no aplicaba a todas así que lo mejor era explicarle lo básico.

Sentiste a Carlos obedecer dando besos de forma dudosa y lenta alrededor de tu pecho, de repente descendiendo despacio hasta tener tu pezón entre sus labios, el cual lamió escuchando como jadeabas encima de él. Eso le gustó. Continúo probando entre chupar y lamer para prestarle atención a tus reacciones. Le gustaba hacerte sentir bien como tú lo habías hecho con él. Y juzgando por la forma en que te removías debajo de él y soltabas gemidos ahogados, te gustaba, y mucho. Eso aumentó su confianza.

—¿Puedes... cambiar de pecho? —dijiste en medio de un gemido. El placer empezaba a nublarte la mente de tu posición como dominante, y a Carlos no le molestaba llenar aquel rol.

Obedeció raspando un poco la piel sensible con su barba cuando tomó aquel botón con sus gruesos labios, chupando y prestándole atención como un caramelo hasta que sintió como se endureció bajo su lengua. Suspiraste cuando se separó, algo sensible.

—Bien... —te aclaraste la garganta, tratando de recuperar tu compostura—. Bien, ahora. ¿Sabes de las zonas erógenas de la mujer?

Pudiste ver las tuercas en su cerebro girando—Te refieres al cuello, los labios y los pechos, ¿no?

Quisiste reírte—Sí... y no. No son todos ni los mismos para todas —tomaste su mano y con ella empezaste a recorrer todo tu cuerpo de forma lenta, sensual—. Las mujeres tenemos ciertos puntos que cuando les prestas atención nos pueden traer mucho placer. Ya descubriste que mis pechos son uno para mí, pero hay más. Te toca explorarlos... —explicaste y lo sentiste algo inseguro mirando todo tu cuerpo, sin saber ni por dónde comenzar—. Vamos, empieza por mi rostro —lo alentaste y eso pareció sacarle del trance, siguiendo tu instrucción y acercándose hasta que sentiste su pesada respiración sobre tu rostro. Comenzó trazando sus labios por tu mejilla, donde fue descendiendo.

Luego, sin tú esperarlo, llegó al lóbulo de tu oído, donde tú misma te sorprendiste soltando un suspiro cuando lo tomó entre sus carnosos labios. ¡Bingo! Ese era uno.

—Solo... escucha por reacciones, o observa movimientos que te hagan saber que le está gustando —casi que balbuceaste cuando su sonrisa engreída bajó hasta tu cuello. No le tomó mucho encontrar el punto que te hacía gemir en voz alta.

Lo que pareció alentar al español a seguir. Bajó por tus clavículas, luego por tus pechos, por tu ombligo, tus brazos, el interior de tus piernas...

Cada vez que encontraba un nuevo punto se sentía satisfecho, pero a su vez era insaciable, quería seguir escuchando tus suspiros, seguir sintiendo como tu piel se estremecía bajo su tacto. Parecía sediento por ti, por aquellas pequeñas victorias.

Su respiración pesada y sus besos continuaron subiendo por el interior de tus muslos amando como tus gemidos iban en aumento. En realidad eras muy sensible ahí, era una zona que te traía mucho placer y Carlos no parecía tener intenciones de detenerse, tan solo quería seguir, pero lo detuviste cuando sentiste aquella barba al ras cerca de tu intimidad.

—¿Alguna vez has dado sexo oral? —miraste esos grandes y expresivos ojos marrones desde arriba.

Negó con la cabeza como un cachorrito perdido—No.

—¿Por qué no te gusta o...?

—Porque no sé hacerlo —se puso rojo.

—Pues eso termina hoy —Colocaste una almohada debajo de tu espalda baja y te acostaste boca arriba con tu piernas sobre sus hombros y tu intimidad apenas a centímetros, sentir su aliento mentolado entre ellas te tenía temblando de anticipación—. Te daré el truco que no muchos hombres saben. No se trata de frotar tu cara como un perro o pasar tu lengua sin ningún objetivo —tocaste tu clítoris—. El punto es darle placer aquí, entre más roces este punto, más probable la harás tener un orgasmo. Aparte... —tomaste la mano de Carlos y mirándolo a los ojos preguntaste "¿Puedo?" Por lo que asintió sin saber muy bien lo que hacías.

Doblaste los dedos de su mano de forma de que solo quedara el dedo índice y bajo la mirada atenta de Carlos lo acercaste a tu intimidad, donde veía todo como en un trance. Introduciste su dedo queriendo gemir por su tamaño y empezar a montarlo como loca, pero te contuviste.

Era demasiado insensato para ti el que este hombre tan atractivo no supiera todo lo que era capaz de hacer. Su potencial. Podría tener a tanto mujeres como hombres en la palma de su mano y no parecía tener idea de ello.

Te fascinaba.

Todo en Carlos era grande. Desde su altura, hasta sus brazos, hasta sus dedos... y hasta su miembro. El cual apenas lo viste alzarse en toda su gloria frente a tus ojos no pudiste evitar pensar lo desesperada que estabas por tenerlo dentro de ti.

Pero no eras egoísta, te tomarías tu tiempo, y si aquel español no se iba de tu habitación al día siguiente como un maldito dios griego en la cama, habrías fallado en tu misión.

Poco a poco fuiste empujando su dedo dentro de ti hasta que llegó a su nudillo. Tus ojos casi que daban vueltas dentro de su saco al sentirlo por completo.

Y eso era tan solo con uno de sus dedos. No querías imaginar qué te podría hacer sentir con dos.

Carlos se relamió los labios estudiando tu reacción. Podía sentir tus paredes apretándole, eran cálidas y húmedas, y solo con saber que en unos minutos sería su miembro el que te penetraría, fue suficiente para que la sangre corriera hacia abajo.

—¿Y... ahora qué hago? —preguntó inseguro, y te obligaste a recuperar la respiración.

—Palpa con tu dedo, ¿sí? —trataste de no gemir cuando lo sentiste moverse, pero era imposible—. Deberías poder sentir una superficie rugosa... sino, has este gesto —hiciste con tus dedos el gesto de "Ven"—. Adentro y lo encontrarás.

Carlos se veía enfocado en su tarea. Su ceño estaba fruncido y su boca entreabierta mientras su dedo imitaba tu gesto por dentro hasta encontrar el punto exacto.

—Dios... —suspiraste.

—¿Qué es eso? —parecía un cachorro perdido.

—Es lo que se le llama "Punto G" —dijiste en medio de un gemido. Ahora que lo había encontrado no paraba de frotarlo—. Es un punto de placer que algunas mujeres tenemos, a otras les funciona más el... el roce con el clítoris.

Cerraste los ojos por un momento.

Sin decirle nada, Carlos introdujo un segundo dedo y empezó a penetrarte despacio, enfocándose en rozar aquel punto. Le gustaba poder nublarte la mente de la forma en que hiciste con él.

Antes de que pudieras siquiera seguir hablando para instruirle, su boca estaba contra ti, lamiendo tu clítoris con parsimonia mientras escuchaba tus gemidos. Cuando empezó a chuparlo a gusto, se acabó la partida para ti.

Habías sido una buena profesora y Carlos un buen estudiante. Escuchaba tus reacciones y dependiendo de ellas iba adaptándose para hacerlas subir de volumen.

Cuando te sintió atraerlo más hacia ti con una mano en su cabello y tus piernas tensarse en sus hombros, supo que estaba haciendo algo bien.

"¿Quién tiene el control ahora, eh?" Quiso burlarse, pero una parte de sí temía que hablar te sacara de tu trance y terminara pagando las consecuencias.

Se enfocó en su tarea, aumentando sus embestidas sin que le dijeras nada, tus piernas se apretaron contra su cabeza debido al placer causando que una sonrisa engreída se formara en su rostro.

Trazó de forma sútil sus dientes contra tu clítoris y al escuchar tu pequeño grito, supo que había dado en el clavo.

No dejó de chupar y mover sus dedos como un desesperado. Solo que esta vez, a diferencia de otras, sabía lo que estaba haciendo.

Sabía que te gustaba y que estaba destinado a llevarte a un orgasmo.

Y justo cuando sentiste tus pies torcerse y tu mente dar vueltas, aminoró su ritmo.

Lo miraste parpadeando algo confundida, todavía con la mente nublada por el orgasmo que detuvo.

—Quiero que me mires mientras te corres —demandó, y te gustó la actitud dominante que dejó ver por primera vez en toda la noche—. Y que te quede la imagen de quién te hizo venir así.

Y sin apartar su mirada de la tuya volvió a penetrarte de forma rápida con sus dedos, su pulgar y boca moviéndose de tal manera sobre tu punto sensible que antes de que te dieras cuenta, espasmos te recorrieron entera llevándote a un desgarrador orgasmo.

Jadeaste con la boca abierta cuando lo sentiste de repente subir hasta ti para robarte el aliento con un beso en el que sentiste tu sabor en su boca.

Quisiste reír cuando se separó, empezando a bajar sus besos por tus mejillas mientras se posicionaba entre tus piernas, su duro miembro presionando contra tu abdomen como si tratara de llamar tu atención.

—¿Quién diría, hmm? El pequeño e inexperto Sainz llevándome al orgasmo... —dijiste entrecortada con orgullo en tu voz.

—Pues te lo debo a ti, ¿no? —sonrió y pudiste ver sus ojos llenos de deseo. Su gran mano empezó a acariciar tu cadera mientras te observaba como si no supiera ni por donde comenzar a venerarte—. Aunque... creo que igual merezco una recompensa. Ya sabes, por ser tan buen alumno y todo...

Sus ojos recorrieron tu cuerpo y supiste sus intenciones al momento, entrelazando tus piernas alrededor de su cadera y atrayéndolo más hacia ti.

—Adelante, cielo, te lo mereces —lo sostuviste del mentón para atraerlo hacia ti en un beso arrollador, lleno de tanta exigencia y destreza que casi le temblaron las piernas al piloto. Su cabeza se inclinó a la derecha permitiéndote profundizar el beso.

De sus habilidades en la cama podrían haberlo criticado, pero Carlos Sainz era un excelente besador. Si hubiera sido juzgado solo con ese simple hecho, no se burlarían de él en el paddock.

Sabía cómo hacerte suspirar contra su boca cuando su lengua trazó la tuya con lentitud, delineando tu boca y mordiendo ligeramente tu labio.

Todo esto para distraerte de su intrusión en tu zona íntima hasta que fue muy tarde. Tu boca se entreabrió con un gemido cuando sentiste a Carlos penetrarte. Te sujetaba con ambas manos en tus caderas como soporte, enterrándose cada vez más hasta que estuvo completamente adentro. No esperó a que te acoplaras a su tamaño antes de comenzar a embestirte como si fueras tan solo un juguete para su placer.

Y lo dejaste hacerlo, merecía llegar al orgasmo también y debías admitir que verlo utilizarte te calentaba.

—Dios, lo haces muy bien —mordiste tus labios sintiendo sus embestidas desenfrenadas. Parecía un animal en celo, hundiéndose dentro de ti buscando su propio placer sin importarle las consecuencias.

Escuchaste como soltó un gemido ahogado al escucharte alabarlo, por lo que seguiste, una de tus manos atrayéndolo por su espalda mientras susurrabas obscenidades en su oído:—Quiero que te corras dentro de mí. Quiero que seas mi chico bueno y tomes lo que quieras sin pedir permiso. Soy tuya.

Susurraste esa última parte mientras mordisqueabas su oído sintiendo como se tensaba encima de ti, su miembro dando una sacudida dentro de tus paredes debido a la excitación, volviéndose aún más duro si eso era posible.

Lo volvías loco. Eras mayor que él, más experimentada, y sin embargo, no podía pensar en alejarse.

Te quería siendo la protagonista de todas sus fantasías para siempre.

No podría pensar en otra mujer después de ti.

Casi que gruñó contra tu cuello sintiendo su orgasmo aproximarse, sus manos dejando marcas en tus caderas mientras te movía rápidamente para alcanzarlo a medio camino haciendo que gritos se escaparan de tus labios con sus implacables penetraciones, sintiéndolo en lugares que no sabías ni que se podía.

Sin esperarlo, se separó por un momento y te volteó como si no pesaras nada para él, arrodillando tus rodillas y empujando tu cabeza contra la almohada antes de volver a hundirse en ti haciendo que te estremecieras de pies a cabeza debido a la nueva posición.

—Dios, me vuelves loco, mujer —declaró en un gemido mientras sus caderas se clavaban contra ti de manera brusca y profunda. Supiste que habías logrado tu objetivo cuando bajó su pulgar hacia tu clítoris para presionarlo en lo que se corría dentro de ti, llevándolos a ambos al orgasmo al mismo tiempo con un grito.

Estabas sensible, y en definitiva agotada cuando Carlos salió de ti con un siseo bajo de parte de ambos. Se acostó a tu lado abrazándote para atraerte hacia él.

Cerraste los ojos, complacida con lo acontecido—Bueno, creo que después de esto no podrán llamarte malo en la cama nunca más —bromeaste y lo sentiste reír atrás tuyo.

—No, no creo que puedan.

—Mañana podrás volver a la cacería sin problemas —suspiraste algo soñolienta.

—¿Y si... ya no quiero seguir buscando? —la voz de Carlos rompiendo el silencio llamó tu atención obligándote a voltear a verlo—. Digo, todavía me falta mucho por aprender y supuse... supuse que serías la adecuada para enseñarme.

Se escuchaba inseguro, una de las pocas veces que lo escuchaste de esa forma.

—Las veces que te hagan falta, cielo —sonreíste y él besó tu frente, abrazándote por la cintura.

Y cabe decir que nunca se detuvo. El Carlos de Ferrari era un Dios en la cama.

Pero solo tuyo.

Y nadie más podía saber de tus privilegios.

Que tú habías hecho a Carlos Sainz el mejor amante que nadie más que tú jamás llegaría a presenciar.

Tal vez no era tan malo haber sido inexperto.

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