♥EL DEMONIO DE LA ISLA, KANON♥
Tragó saliva cuando escuchó que la puerta se cerraba detrás suyo.
El banquete al pueblo y los niños duró alrededor de tres horas. El dios les proporcionó comida, ropa, semillas y muchas cosas que había visto en sus viajes con su alfa. Les prometió tiempos buenos, tierra fértil y buena vida a todo niño, mujer y hombre. Prometió todo deseo mientras la belleza de Sorrento durara.
Y cuando todos se fueron, cuando la última miga de pan fue comida el silencio en aquél templo se hizo, los pasos, su respiración y los latidos de su corazón hacían eco por todas partes. Era un lugar bastante extraño, a decir verdad cuando lo guió a aquella habitación pensó que descansaría de todo problema.
Y sin embargo, se quedó quieto como una estatua cuando sintió su respiración en su cuello. Los brazos de Sorrento temblaron al notar sus manos en su vientre, y el conejito saltó al suelo y se ocultó bajo la cama cuando su tacto se aflojó.
-¿Te gustaría... Tener niños? -susurró el dios en su oído. El Omega se encogió y su cuerpo empezó a temblar, sus dedos se apretaron en la gran mano sobre su vientre y sus piernas se aflojaron cuando sintió sus labios en su cuello-. Un Omega... Nunca tuve un Omega...
-Y-yo... -Sorrento cerró los ojos, no era un alfa. No era un humano. No era nada que conociera pero temía por todo, la mayor parte de su vida se había cuidado de la mordida de un alfa. Pero ahora no sabía muy bien cómo cuidarse de un hombre que lo veía como ofrenda. Sintió su respiración pesada, y sus besos y caricias lentas parecieron cegar su cuerpo. Sorrento apretó los párpados, recordando a su alfa. A Julián, A su única familia.
Ya no le quedaba nada más ahí afuera. Pero siquiera sabía si tenía algo ahí dentro.
Sintió que sus ojos picaban y la mano del hombre acarició sus muslos, Sorrento suspiró y bajó la mirada, sus manos temblaron cuando quiso tomar el brazo del Dios, sintió sus dedos fríos, largos, suaves asomándose por sus partes íntimas. Apartó la mirada y jadeó, los labios de aquél se posaron en su mejilla y sus toques se volvieron más fuertes.
-¿Tú...? ¿Ya estuviste con un alfa, no? -Sorrento cubrió su boca, las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas cuando sintió el calor en su vientre, entre sus piernas. Su Omega empezaba a reaccionar, sus movimientos, toda estimulación empezaba a notarse en el ambiente. Las feromonas de Omega se exparcieron por todos lados y Sorrento se sintió pequeño al lado de aquél hombre. Parecía suave de cierta forma, pero sus toques ansiaban su cuerpo, su piel.
-Cuando te ví... Supe que no eras un Omega vírgen -susurró, sintió que sus manos recorrían todo su cuerpo, su pelvis, su estómago, sus caderas-. ¿Sabes? Se nota aquí... Aquí es donde se nota más el cambio de cuerpo de un Omega que ya fue tomado. Pero... Se veían tan desesperados que me dió pena la idea de rechazarlos.
-¿Q-qué quieres...? ¿Tú... Quieres cachorros, es eso? -preguntó Sorrento y sintió que su cuerpo caía frente a la cama, sintió el frío suelo sobre sus piernas y se sostuvo de las sábanas suaves. Su mirada cayó al dios detrás suyo, en su gran altura, sus ojos cegados y los dedos cubiertos de lubricante natural. Estaba espeso, se veía espeso incluso cuando él Dios lo metió dentro de su boca, Sorrento sintió que su cuerpo se desvanecía, y su vista se tornó cansada. El dios se vió borroso, y el calor empezó a brotar de sus poros. Sus piernas temblaron y empezó a sentirse necesitado, cuando Sorrento abrió los ojos frente al dios notó el ambiente negruzco que rodeó su cuerpo, su piel se tornó más blanca, su estatura, sus manos.
Todo cambió frente a sus ojos que casi se sintió drogado por eso. Y observó sus ojos, su cabello, su Omega se retorció en su interior por aquél hombre y rápidamente se unieron en un beso húmedo y salvaje, Sorrento fue arrastrado hasta la cama, mientras se deshacía de su ropaje medianamente delicado y su cabello rizado se volvía un desastre. Sus mejillas se tiñeron de un carmín fuerte y sus manos se enterraron en las hebras doradas de aquél hombre. Se sintió tomado por completo, en conjunto, su cuerpo entero pareció encajar a la perfección con el ajeno. Sintió que su vista se perdía, se nublaba, y su Omega disfrutaba de cada toque sin importar de quién fuera.
-Eres tan bonito, tan hermoso -murmuró en su oído, Sorrento lo miró, su entrecejo se frunció cuando sintió sus dedos en su interior, se retorció y gimió quedito cuando mordió su mejilla-. Tan lindo, tan lindo Omega.
-Y-yo... -susurró y se perdió por completo, luchó por aire, por sentir alguna feromona dominante, por sentir alguna esencia de alfa. Algo. Algo que lo asemejara a lo normal, a lo que conocía. Y sin embargo, no fue conciente del tiempo, ni de los toques, el calor, pero cuando lo sintió entrar más tarde su cuerpo entero tembló de placer. Sorrento se retorció y sus uñas marcaron la espalda del hombre, mordió su hombro, y gimió cansado, su vista se tornó borrosa frente a sus ojos, lloroso.
-Me quedaré contigo... Definitivamente, me quedaré contigo. Omega.
¤~¤~¤~¤~¤~¤~
—Ya... Ya me duele, me duele —gimió el Omega con lágrimas en los ojos. El calor sobre su cuerpo era insoportable, el sudor, las hebras suaves de su cabello se pegaban a su cuello y Sorrento las apartó inconscientemente. Sintió el último vaivén de embestidas y sintió que el hombre sobre él se detenía por completo. Las manos pequeñas del Omega fueron a parar a su vientre, se sentía tan lleno, tan lleno por dentro que no podía respirar bien. La cotidiana intromisión de aquél Dios se había convertido en un peso difícil de cargar, Sorrento jadeó y se retorció cuando sintió que salía de él.
—No duras mucho como antes, ¿Porqué? —susurró, y Sorrento lo miró con los ojos cristalinos, sus mejillas estaban rojas, sus labios hinchados y rosados volvieron a morderse cuando su mirada bajó a su vientre—. ¿Te duele de vuelta la pancita, es eso, Omega?
—No sé qué pasa —habló en un hilo de voz. Sorrento se encogió, el gran cuerpo del Dios cayó a su lado y su escuálida anatomía se encogió. El Omega presionó su vientre una vez más, estaba hinchado—. Me duele.
—¿Tal vez esperas un niño? —preguntó el Dios, Sorrento apoyó su cabeza sobre su hombro, su mirada risueña cayó en los ojos del más grande.
—¿Crees que es posible tener un cachorro? —murmuró, el cansancio se sumó a su cuerpo—. Tal vez... Tenga uno.
El dios no dijo nada más. Sorrento sintió el tacto de sus dedos ásperos sobre su barbilla. Sus miradas se conectaron y la intimidad volvió a ser un factor entre ellos. Él era tan grande, tan fuerte, era tanto para él que sentía que ya no tenía energías para seguirle el ritmo. Sorrento gimió quedito cuando el Dios lo besó con fuerza, rápido, el deseo que rebasaba sus acciones condenaron a su Omega una vez más. Sus pieles chocaron y aunque se sintiera débil deseaba rodear su cintura una vez más con sus piernas. Sentirlo. Sorrento cegó su mente una vez más cuando el Dios se abalanzó sobre él como un depredador.
Había pasado cerca de cuatro meses junto a su lado cuando notó los primeros síntomas de su estado. Sorrento se había vuelto risueño, dormilón, deseoso por aquél Dios a todo momento que se sintió sucio de solo pensarlo. Cuando cayó en la idea de que tenía un cachorro creciendo en su vientre algo hizo clic en su cabeza. El tiempo había pasado tan rápido, las horas, los momentos, aquél hombre lo había absorbido de tal manera que jamás se dió cuenta lo solo que estaba.
Cuando el Dios no estaba en el templo Sorrento se la pasaba durmiendo o tratando de leer el montón de libros que tenía guardado. La mayoría eran antiguos y olían raro, pero tenían montones de dibujos raros que se la pasaba viendo. Lentamente había aprendido a leer algo, a cocinar cosas ricas con montones de especias y fruta que no conocía. Sorrento mataba el tiempo vagando por el templo del Dios, y sin embargo, ese día se lo encontró afuera, frente a la gran puerta de salida donde lo vio la primera vez.
Sorrento se animó al segundo, la luz del día se asomaba con furia y la necesidad de estar a su lado inundó su corazón. Quería disfrutar de un poco de aire fresco. Así que fue con suma tranquilidad a la intemperie, el pequeño Omega se asomó y notó la gran estatura del Dios, en su espalda desnuda, en las joyas que colgaba de su cuello y sus largas piernas. Sorrento lo miró de pies a cabeza, sintiendo un ligero toque extraño en su vientre, sus feromonas se volvieron suaves y rápidamente agitó la cabeza cuando sintió la necesidad de tenerlo encima de él.
—Tu pueblo agoniza —murmuró y el deseo de Sorrento se esfumó cuando avanzó unos pasos. Desde la montaña se podía ver todo, el valle, las casas, extensiones largas de tierra. Era como ver el mundo entero. Y sin embargo, la mirada rosada del pequeño Omega se pegó en el pueblo lejano, en la gran llamarada y los cuerpos ensangrentados del suelo. Sorrento cubrió su boca y retrocedió, el aroma a carne quemada llegó como veneno a sus pulmones. Sintió las manos del Dios sobre su hombro—. Parece que la codicia y las riquezas que nacieron fueron mucho para ellos.
—¿Porqué? ¿Porqué...? —murmuró recordando a los niños, a los cachorros, el omega llevó una mano a su vientre—. ¿No dijiste... Que serían felices, que tendrían todo lo necesario?
—Pidieron más de lo que podía dar, y empezaron a pelear entre ellos —escuchó su voz y Sorrento retrocedió, se volvió agitado, con las mejillas encendidas y el corazón en la boca.
—¡Debemos ir y ayudarles, debemos salvar a los cachorros, tenemos que apagar las llamas antes de que los cambiaformas lleguen!
—No, Omega —adviritió el Dios, su rostro se frunció y sus brazos rodearon el delgado cuerpo. Sorrento frunció el ceño—. Actuaron mal. No puedes salvarlos siempre.
—¡Pero hay Omegas, hay cachorros! —gritó el chico, intentó zafarse de su agarre—. ¡Hay cachorros, hay niños inocentes como el que tengo aquí en mi vientre!
—Es distinto —murmuró, Sorrento enrojeció. Volvió su mirada al pequeño pueblo, la sangre, el humo lo estaba mareando. Podía observar a los niños, a pocas omegas. Podía incluso sentir la desesperación de sus feromonas.
—¡No puedo, no puedo! —sollozó, sintió las manos del hombre alrededor de su cuerpo, su respiración cálida. El llanto se sumó a sus ojos con rapidez y se irritó con facilidad. Sorrento se agitó.
—No debes ir, tienes un niño. No debes.
—¡Pero están sufriendo! —Sorrento se alejó del Dios, rápidamente bajó por las escaleras de piedras tras el grito del hombre. Sentía su presencia tras él y sin embargo Sorrento siguió sin importar qué. El aroma a carne muerta, las feromonas de desesperación se sentían por todas partes. El bosque empezaba a incendiarse, y a lo lejos se oían los aullidos. Los cambiaformas venían a devorarse todo.
Y corrió, corrió como una liebre, como un conejo. Corrió tan rápido para llegar a ellos que cayó con estrépito por todo el barro y las hojas. El humo inundó sus pulmones y rápidamente se levantó, buscando a todo cachorro, a todo Omega que estuviera consciente. La sangre, el aroma, era tan fuerte, tanto que Sorrento tuvo que tragarse el vómito cuando observó bajo un tronco hueco a dos pequeños niños.
El Omega corrió hacia ellos, los tomó con rapidez y sintió la fuerza de su agarre. El temblor de sus pequeños cuerpitos hicieron que sus ojos se llenaran de lágrimas. Sorrento miró para todos lados, había tantos cadáveres, tantos omegas agonizando, que al oír el último rugido su cuerpo colapsó al segundo.
Su Omega interior de agitó, los cachorros se escondieron tras él con temor cuando decenas de lobos grandes arrancaron y desgarraron con sus colmillos las tiendas, el aroma fuerte, la pureza salvaje de sus miradas lo cubrieron de terror. El Omega cerró los ojos, su pecho subía y bajaba con rapidez, su respiración errónea, el miedo hizo que sus piernas perdieran la fuerza para levantarse. El agarre de aquellos niños era real. Y fue en aquél momento cuando la desesperación y el terror le jugaron en su contra. Porque Sorrento cerró los ojos y no volvió a despertar incluso cuando tomaron a los cachorros detrás suyo.
Tomó una gran bocanada de aire cuando se levantó del suelo, sus ojos se abrieron con fuerza y sus manos recorrieron con rapidez a su alrededor. Sorrento gimió asustado cuando no encontró nada más que tierra húmeda detrás de él. Miró a su alrededor, parecía estar dentro una pequeña tienda improvisada. La mirada rosada de Sorrento se agrandó y sus manos tocaron la tela, era suave, extraña. Le recordó las hermosas sábanas que tenía en la casa de su alfa.
El Omega asomó la mirada fuera de la tienda, el día estaba soleado, iluminado y el viento soplaba con fluidez por los árboles. El Omega salió con cuidado, con su mirada volviéndose por todas partes cuando notó la gran cantidad de personas que había ahí. Omegas, Omegas por todas partes, sentados, sobre el suelo. Sus miradas llenas de vacío y su piel sucia y pálida. Sorrento sintió que su corazón empezaba a acelerarse, su respiración se volvió irregular y retrocedió. Eran muchos omegas, muchos cachorros sobre el suelo, callados, estaban quietos, como si no tuvieran vida alguna.
—Omega —escuchó detrás suyo y su cuerpo se volvió. Sintió grandes feromonas pesadas que lo marearon. La mirada rosada de Sorrento se agrandó cuando un voluptuoso cuerpo enorme se presentó ante él. Su Omega chilló asustado y retrocedió, era enorme, era tan grande que pensó que se trataba de un gigante. Sorrento se sintió mareado cuando empezaron a aparecer con rapidez. Eran tantos, tan apestosos en feromonas, tan fuertes. Los lobos eran grandes bestias que se volvían hombres y Sorrento no pudo decir palabra alguna ante sus presencias. Eran cambiaformas. Eran aquellos hombres que secuestraban a los cachorros y buscaban con gran desesperación a los omegas fértiles. Su corazón dió un vuelco tremendo y su mano dió a parar a su vientre. Las miradas de aquellos era negra, brillante.
—No... No —negó y se encogió asustado cuando dieron un paso hacia él. Sorrento saltó con miedo y escuchó sus risas, el llanto empezó a brotar de sus ojos y el miedo le hizo una mala jugada. El aroma apestoso de sus feromonas era insoportable, la vista de aquellas bestias, los omegas desechos que había a su alrededor, los posibles abusos. Sorrento se asustó tanto—. No, no por favor tengo un cachorro. T-tengo un cachorro.
—Huele como nosotros —murmuró uno, la mirada del Omega se horrorizó cuando lo vió relamerse los labios—. Es muy bonito.
—Ya basta —se escuchó y el Omega se volvió con la mirada enorme. Su corazón dolió con fuerza cuando encontró la mirada del Dios puesta en él, rápidamente corrió a sus brazos y lloró con desesperación, sus uñas se hincaron en su carne y rápidamente quiso sentirse protegido—. Sorrento.
—Vamonos, vamos, vamos por favor, me duele, me duele mucho —sollozó y lo miró a los ojos. El hombre lo tomó del rostro, sus ojos estaban rojos, intensos, Sorrento sintió una extraña esencia viniendo de él—. Por favor.
—No debiste desobedecer mis palabras, Omega —murmuró el Dios y levantó la mirada, Sorrento se volvió y sus manos se aflojaron cuando observó a todos los cambiaformas arrodillados frente a él. Eran tantos, tan grandes, tan salvajes y llenos de aromas extraños que Sorrento sintió que su estómago daba vueltas.
—Estos son todos los omegas, padre —habló uno, el simple sonido de su voz hizo que se pusiera rígido como una piedra. Sorrento se quedó atónito.
—¿Pa... Padre? —murmuró y miró nuevamente al Dios. Su gran estatura, su gran tamaño, Sorrento retrocedió y se sintió chiquito cuando conectaron sus miradas. El rostro de aquél hombre fue cambiando, su piel se volvió pálida, y sus ojos se volvieron más intensos, una vieja cicatriz de marcó en el lado derecho de su rostro y las marcas relucieron como un farol. Sorrento empezó a temblar con fuerza cuando volvió su vista a los cambiaformas, eran cientos, miles. Miles de lobos y hombres gigantes.
—Ellos... Son todos los hijos que tuve a lo largo de mi vida —escuchó, las lágrimas empezaron a descender de las mejillas del Omega—. Desde el inicio de los tiempos, desde el primer ser vivo, desde el primer Omega que pisó esta tierra. Yo estuve ahí. Esta es mi gente, mis seguidores. Es la raza pura de todo los tiempos.
Los labios de Sorrento temblaron y sus manos cubrieron su vientre, estaba tan aterrado, tan asustado que su mirada no pudo mantenerse por dos segundos. Aquellos ojos rojos empezaron a asustarle.
—Yo no soy un dios —habló—. Se han dicho muchas cosas de mí. Sobre mi tiempo aquí, tantas mentiras. Mi existencia remonta a los primeros seres. Al primer llanto, el primer cachorro. Tuve muchas esposas, Sorrento, muchos amantes. Pero entre tantos tiempos... Jamás tuve un Omega de este siglo. Eres tan lindo, Sorrento, tan bonito y horriblemente bueno que siento pena por todo lo que te pasó.
Sintió sus manos frías, su piel gris, sus venas notorias. Sorrento lo miró con grandes ojos, tenía la mirada intensa, gruesas cicatrices sobre su rostro, sobre su cuello, se veía tan salvaje, tan... Tan raro que la intensidad de sus feromonas hicieron que cayera al suelo. Sorrento temblaba.
—Soy el primer alfa que pisó este mundo. Y esta —habló, alzando los brazos. Los cambiaformas detrás de Sorrento empezaron a transformarse, a rugir con fuerza, el control total parecía estar en las manos de aquél hombre—. Es mi verdad. Soy el DEMONIO DE LA ISLA , KANON
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro