♥EL DEMONIO DE LA ISLA,KANON♥
—¿Qué tenemos? —preguntó el alfa mayor frente a todo su pueblo. Se encontraban fuera a una cabaña abandonada por la guerra. Adentro se escuchaba el llanto del Omega y toda su gente estaba en silencio, asustada y desesperada. El alfa mayor tragó saliva cuando una mujer se acercó con lágrimas en los ojos—. Victoria.
—Y-yo... Mi alfa me regaló esta ropa —murmuró y las lágrimas cayeron por su mejilla—. Planeaba usarla en nuestro casamiento pero... Ya... Ya no.
El viejo hombre tomó la bolsa que le ofrecía la mujer, la abrió con cuidado y observó la tela suave de seda. Era color crema, brillante, delicada y digna frente a un Dios. Un gusto amargo se presentó en su boca.
—Gracias por tu ofrenda —murmuró, y entrecerró los ojos cuando otro grito desgarrador se oyó dentro de la cabaña. Las omegas del pueblo cerraron los ojos y bajaron la mirada, sabía que esto las afectaba también a ellas. Por sus cachorros, por su jerarquía. Sintió otra presencia a su lado—. Niño.
Tuvo que bajar la mirada para darle toda su atención. Los ojos negros del niño estaban tristes, como si se tratara de la mirada de un cadáver putrefacto y vacío. El alfa mayor extendió la mano cuando el niño levantó sus bracitos.
—Mi hermana y yo ofrecemos esto para el Omega —murmuró, tenía una venda cubriendo su ojo izquierdo. La mugre y la sangre seguían intactos. Lo reconoció al instante, era un niño huérfano que sobrevivió junto a su hermana por ser betas. Su padre había sido ejecutado frente de sus ojos y su madre... Ya siquiera podía pensar en ello. Sintió su pequeña mano fría y miró lo que ofrecía—. Es... Lo único que tenemos.
Era una pequeña barra de jabón. Apenas del tamaño de su dedo meñique—. Muchas gracias —susurró y acarició la cabeza del niño. Cuando todos ofrecieron algo de su parte finalmente entraron a la cabaña. Habían conseguido un vestido, joyas viejas, jabón y un par de sandalias que debían coser. El Omega lloraba con fuerza en una esquina mientras dos betas hacían guardia.
—Ya no puedo aguantar su llanto... —susurró uno y salió de la habitación. El otro beta bajó la mirada, el alfa mayor levantó la mano y finalmente salió. Las mujeres omegas fueron llamadas, listas con la olla de agua caliente, sin embargo, el alfa mayor miró al Omega.
Era hermoso. Tan juvenil que sintió una presión en su pecho al ofrecerlo como sacrificio, su mirada lo observó de pies a cabeza. Era pequeño, posiblemente de un metro cincuenta y cinco, sus pies estaban llenos de tierra y su piel se veía un poco sucia y dañada. Su cabello rizado estaba desordenado. La mirada llena de tristeza que se levantó hizo que su piel se erizara.
—No queremos dañarte...
—Lo mataron... Lo mataron, mataron a mi alfa —sollozó y notó que tenía algo entre sus brazos. El alfa mayor se acercó apenas un poco, notó que era un animal—. Mi alfa... Mi alfa...
—No... No queríamos dañarlo —habló. Era un conejito. El Omega tenía un conejito entre los brazos—. Es... ¿Tú sabes sobre la guerra? ¿La guerra contra los cambia formas puros?
El Omega no contestó.
—Los alfas murieron —dijo—. La guerra consumió a todo el mundo, hijo. Se llevaron la comida, a los Omegas, se llevaron todo.
—No... No. No hables, no hables —sollozó el niño. El alfa sintió cómo las Omegas detrás suyo rompían en un llanto silencioso.
—Escúchame, por favor —susurró y el Omega levantó la mirada recordando a su alfa. Su mirada era tan majestuosa, tan bella. Un hermoso rosado claro—. Hay un Dios... Que nos prometió paz, comida y abundancia, protección... Las omegas de aquí perdieron a sus alfas y ahora cargan a sus cachorros solas. Tenemos niños huérfanos... Podemos salvarlos, podemos darles un buen futuro... Si nos ayudas. ¿Puedes hacerlo?
—¿Eso... Qué tiene que ver conmigo? —murmuró llorando—. Yo no soy de aquí. Estoy triste, estoy enojado... Yo... No tenían porqué matar a mi alfa...
—Tenemos muchos niños con hambre, por favor, eres nuestra única salvación. Es... Se nos mueren los cachorros de hambre. Por favor —el alfa mayor se puso de rodillas, rogando, las mujeres omegas detrás de él sollozaron con fuerza y el Omega los miró con grandes ojos. Las lágrimas resbalaban por sus ojos con rapidez. Su corazón agonizaba.
—¿Q-qué quiere? ¿Qué quiere...?
—Ese Dios... Pidió un Omega —murmuró—. ¿Estás dispuesto... A salvar a todos nuestros cachorros... Por favor?
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—Ya deja de llorar por favor —murmuró una Omega mientras limpiaba la espalda pequeña del chico, las mujeres a su alrededor limpiaban su piel con la pequeña barra de jabón. Sorrento sollozó y cubrió su boca con fuerza, sus ojos ya estaban hinchados, y sentía el cansancio sobre su cabeza como un pesar. La gente a su alrededor era tan desconocida, y lo extrañaba, extrañaba tanto a su alfa...
—Muchas gracias, muchas gracias... —lloraba otra mujer—. Gracias, mi cachorro solo tiene dos años. Serás su héroe. S-su...
—Ya basta, Miriam —contestó otra, mientras limpiaba las uñas del Omega—. Sabemos lo de su alfa... Me disculpo por mi gente, la guerra trajo muchas desgracias. Pero mire el lado bueno... Dicen que ese Dios es mejor que todo alfa... Que trata a sus parejas como reyes. Tendrá una vida llena de lujos...
Sorrento sollozó, las miradas de todas las mujeres se pegaron en aquella Omega y apretaron los labios. El silencio se hizo después de eso y solo dedicaron el momento a lavar el cuerpo del Omega.
Cuando terminaron le colocaron el vestido de seda blanco, se sintió extraño cuando se lo pusieron, era algo ajustado. Muy distinto a las ropas que su alfa solía darle como regalo, Sorrento sollozó cuando colocaron joyas en su cuello, en sus muñecas, todo era tan lujoso para él... Que tenía miedo del lugar al que iban a llevarle. Cuando terminaron de ponerle las sandalias corrió en busca de su conejito, lo abrazó y el animalito descansó en su pecho con tranquilidad.
—¿Está listo? ¿Podemos ver al Omega? —escuchó tras la puerta y las mujeres abrieron la puerta. Sorrento entrecerró los ojos cuando la luz del día iluminó toda la cabaña. Pilas de miradas se pusieron sobre él, la mayoría betas, sucios, dañados, no los conocía. Sin embargo, cuando miró a los pequeños niños que salieron de la nada su corazón se oprimió con fuerza. Estaban tan lastimados... Tan sucios que se sintió fuera de lugar con toda su piel limpia y esa ropa de aspecto costoso— Woaah es hermoso. Es muy lindo.
—¿Lo llevarán hoy? ¿Comeremos? ¿Qué vamos a comer? —oyó a los niños. Siempre había querido tener cachorros con su alfa. Lo había imaginado todo... Y el solo hecho de escucharlos sentía que la presión en su pecho crecía más.
—Sí. Posiblemente el Dios no dé montones de pan y agua fresca para tomar —habló un beta. Sorrento se encogió de hombros. Sintió una presencia a su lado y su mirada verde se levantó. El alfa viejo lo miró con tristeza.
—¿Yo... Salvaré a todos esos niños de verdad? —murmuró con la voz temblorosa, mientras las lágrimas resbalaban de sus mejillas. El viejo hombre limpió su rostro.
—Estaremos eternamente agradecidos contigo, Omega.
Lo cubrieron con una capa una vez emprendieron el viaje a las montañas más altas. No estaban tan lejos, el templo donde se encontraban con aquél Dios tenía un aspecto viejo. Los sollozos del Omega ya no de oían y su gente volvía a recuperar la esperanza con cada paso que daban.
Cuando estuvieron frente a la vieja arquitectura, después de haber subido las altas escaleras de piedra pudieron ver cómo el viento se volvía en contra de todo. El alfa viejo avanzó y se puso de rodillas.
—Señor —habló—. Le trajimos lo que pidió. Le trajimos al Omega más bello de todos.
Las grandes puertas del lugar se abrieron, de ella salió un hombre alto, grande, de cabello rubio y mirada filosa color verde. Traía en su cuello joyas y marcas extrañas sobre su brazo. Su pecho desnudo mantenía las cicatrices de numerosas batallas. Un hombre ancestral que se convirtió en el Dios de todas las montañas. De aquella isla.
—Quiero ver al Omega —murmuró, la mirada del viejo hombre se clavó en el Dios. Era la primera vez que lo veía en su forma humana, era tan irreal, tan extraño. Levantó una mano y escuchó murmuros, el Omega chico caminó unos pasos, y el viejo alfa retrocedió—. ¿Este es el Omega más bello de todos?
Tragó saliva con fuerza.
—Sorrento —murmuró y el chico se quitó la capa de encima. Sus rizos lilas se movieron con el aire, y sus feromonas dulces inundaron el ambiente. Su piel blanca, las pecas sobre sus brazos, el vestido que se ceñía a su cuerpo resaltaba las curvas y las joyas su belleza. El Dios lo miró de pies a cabeza y caminó a su alrededor. Le era tan poco creíble pensar que ese hombre no era Alfa—. ¿Señor...?
—Es tan exquisito —murmuró, sus ojos estaban brillantes, era tan alto y grande, que el Omega quedó pequeño frente suyo. La mano del Dios levantó su barbilla—. ¿Qué tienes entre los brazos, creatura?
—U-un... Un conejito.
—¿Un conejito, mm? ¿Te gustan esos animalitos? Te regalaré cien de ellos entonces —murmuró el Dios dándole la espalda al pueblo, llevó una mano a la cintura del omega y lo empujó con suavidad para que caminaran—. ¿Te llamas Sorrento?
—Yo... ¿Dónde está lo que prometió para los niños? —preguntó el chico. El hombre lo miró y sus ojos brillaron.
—Eres tan hermoso —murmuró y se volvió al pueblo. Las mujeres y hombres lo miraron con miedo, el Dios levantó los brazos y las puertas del lugar se abrieron para ellos. El aroma a comida avanzó de tal manera que los niños se inquietaron en los brazos de su madre—. Primero coman. Les preparé un banquete.
Los niños corrieron con rapidez y todos entraron desesperados. Sorrento miró todo con preocupación, sintió la mano grande el hombre sobre su hombro. Se encogió, esperando sentir algún aroma, alguna feromona por parte de aquél ser.
—¿Qué... Qué eres realmente? —murmuró.
—Yo... Solo tengo muchos años aquí.
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