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♥EL DEMONIO DE LA ISLA, KANON♥

—Dicen que tiene más de quinientos años —comentó, la luz de la fogata iluminaba su rostro por completo. El sombrío de su mirada bajó al suelo, el ambiente moribundo del lugar era insoportable—. Pero que sigue tan joven como la primera historia que contaron de él.

—El tiempo se está acabando... Y tenemos hambre, los niños están sufriendo y los mayores mueren. Ya no podemos aguantar esto... Señor —la mujer frente suyo lo miró con desesperación, su ropa vieja, sus manos lastimadas y el último trozo de comida en la boca de su bebé. El alfa levantó la mirada, era un hombre viejo y sabio, el pueblo pequeño que habitaba tras la guerra sólo se conformaba por betas y pocas omegas mayores que no podían concebir. La guerra contra los cambia formas puros les había arrebatado todo los recursos, los alfas jóvenes, las armas, los animales... Incluso todo Omega capaz de concebir. El alfa levantó la mirada cansada. Había pasado tantos años en aquellas tierras montañosas que lo último que hubiera pensado era la guerra contra los salvajes.

—Ya no... No podemos hacer más. No tenemos recursos para ofrecerle, aunque sea por un poco de comida, la fertilidad de nuestras tierras, animales. Él está enojado con nosotros, nos hemos confiado demasiado...

—¡Pero todo estaba bien! ¡No era necesario volver a dar más ofrendas a un Dios que lo tiene todo! Todos los omegas... Los cambia formas nos quitaron todo... Tantas ofrendas le dimos, ¡Y nos castiga de esta manera!

—¡Ya basta! —rugió y los betas se encogieron de hombros. La fogata se mantuvo intacta cuando el viento sopló con fuerza, los árboles susurraron en sus oídos, el aroma a sangre. Sus ojos viajaron a las decenas de personas a su alrededor, mujeres grandes, pocos cachorros. A este paso toda su generación desaparecería—. Yo fui... Lo ví y conozco bien lo que quiere.

La mujer a su lado lo tomó de los brazos, su mirada cubierta de lágrimas limpiaron la suciedad de sus mejillas.

—¿Qué pide a cambio? ¿Qué podemos ofrecerle?

—Él quiere... Un Omega —murmuró, su voz se quebró. Todos a su alrededor quedaron en silencio, las pocas omegas que habían se encogieron de hombros—. Quiere un Omega fértil, joven y... Virgen.

—Pero... Pero ya no...

—No —murmuró el viejo alfa, se levantó como pudo, su rostro viejo, cubierto de arrugas y ojos negros se iluminaron por las llamas ardientes de la noche. Un gusto amargo se sumó a su boca cuando miró a los últimos sobrevivientes de la guerra. Eran apenas unas treinta personas que luchaban contra el hambre y la muerte. Y el invierno se acercaba—. Yo... Yo conozco a un alfa... Es un chico joven y...

Se quedó callado, su mirada se desvió y sintió la presión sobre su pecho como cuchillas. Iba a decir algo terrible, iba a hacer algo horrible... Pero era la única salvación para niños y madres.

—Él tiene un Omega —habló—. Tiene un Omega masculino que trajo de otra tierra. Es extranjero.

—¿Un Omega masculino? ¿No son los omegas hombres menos fértiles que las mujeres? —comentó un beta mirándolo directamente—. ¿Cómo sabremos siquiera si ese chico sigue siendo virgen?

—Es lo mejor que podemos ofrecer para salvarnos —acotó una beta. Muchas mujeres se unieron a la charla, el alfa mayor respiró con dificultad, su pueblo se alzó de pie, llenos de suciedad, hambre, cubiertos de vendas por la reciente retirada que hicieron de su hogar—. Debemos tomarlo, prepararlo si queremos complacer a ese Dios.

—No... ¿No les parece incorrecto separar a una pareja...? Si lo que el Señor dijo es verdad, no podemos hacerlo, es una pareja joven. No podemos solo ir y tomarlo como si fuera un pedazo de pan... ¿No creen que si nos estamos muriendo es por algo? Somos débiles... Nuestros dioses nos abandonaron y ahora tenemos que ceder ante... Un lujurioso Dios cualquiera obsesionado con la virginidad de Omegas.

Todos centraron la mirada en el joven beta que se levantó. Tenía el cabello corto, un ojo reventado en sangre y la mitad de la cara llena de cicatrices feas. La sangre seca de sus ropas se confundían con el barro.

—Intentamos sobrevivir —habló una Omega—. Tengo un cachorro de dos años... Nos dañamos el cuerpo para ya no ser fértiles, para que los cambia formas no nos lleven. Y ya no tenemos a nuestros alfas. Si este dios es capaz de devolverle la vida a nuestras tierras, de traer animales y felicidad... Es un sacrificio que se debe hacer.

—¿Acaso quieres que estos niños y mujeres mueran? —preguntó otro beta. El alfa mayor los miró a todos, levantó la mano y el silencio se hizo en todo el bosque. Podía oír el vago ruido del río, su poca agua... Ni siquiera los peces entraban.

—Sé que el sacrificio de un Omega es un golpe fuerte para muchos, más cuando se trata de uno joven. Sé que seremos castigados por entregar una vida de esta manera... Pero pensemos en las siguientes generaciones. Si los niños sobreviven podrán tener abundancia en tierras y animales. Al menos hasta donde llegue la promesa del Dios.

—¿De cuánto tiempo hablamos...?

—Todo el tiempo... Que dure el Omega a su lado.

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—No quiero matarlo —murmuró con tristeza el pequeño omega. El alfa a su lado se volvió y lo miró a los ojos, el Omega tenía un conejo entre los brazos. Blanco, suave, que habían encontrado en una madriguera oculta. Su mirada se suavizó cuando los ojos del chico se llenaron de lágrimas—. No quiero.

—Escuchame... —habló, la mañana en el bosque se alzaba de manera majestuosa, el clima presentaba ligeras lluvias y el bosque húmedo dejaba una ligera brisa a tierra mojada. El joven alfa se acercó, y posó una mano en el hombro delgado del Omega—. Sé que no quieres... Pero no tenemos nada más para comer.

—Entonces moriré de hambre —sollozó y abrazó al conejito con fuerza. El alfa a su lado suspiró. Sus dedos se alzaron y tocaron con cariño la mata de cabello rizado, el menor lo miró, sus ojos grandes estaban brillantes y tristes y las pecas sobre su mejilla resaltaron con fuerza cuando el sonrojo inundó su rostro.

—Podemos... Buscar otras cosas entonces.

—¡¿De verdad?! —habló y una gran sonrisa se asomó en su rostro. El alfa sonrió, llevaban más de una semana comiendo las últimas raciones de semillas y frutos secos, ni hablar del té de menta que bebían por la noche para apaciguar el hambre. Su estadía en aquellas montañas no traían los mejores beneficios, su mirada azul viajó por el rostro del Omega, sintió su cercanía y su calor cuando lo abrazó con rapidez—. ¡Te quiero, te quiero mucho!

—Tranquilo... Si vas a tenerlo como mascota cuídalo bien, hay gente suelta que mataría por encontrar un conejo —habló mientras el Omega corría a la pequeña casa que tenían. Era una cabaña de dos habitaciones y bastante humilde para cualquiera. Tenía el techo dañado y la lluvia le entraba por todas partes. Suspiró cansado y llevó una mano a su estómago, el hambre le era tan insoportable...

Trató de pensar en otra cosa, tomó el hacha y volvió a cortar leña para esa noche. Escuchó la risa de su Omega, su canto, la felicidad que tenía en un ambiente tan desastroso lo ponía sensible. Posiblemente volverían a viajar por más recursos, sin embargo, ahora que la capital estaba tomada por los cambia formas no sabría bien si llevarlo consigo...

—¡JULIÁN , JULIÁN AYUDAME! —escuchó el grito de su Omega y se volvió con rapidez, la desesperación causó que tomara con fuerza el hacha y corrió directo a la casa. Sabía que los cambia formas robaban a los Omegas, que se los llevaban y los utilizaban para engendrar más niños. Su corazón se llenó de terror e ira cuando empujó la puerta trasera y se encontró con simples betas sucios y desesperados. Su boca se secó, y su mirada destelló furia al notar cómo tenían aprisionado a su chico de manos y piernas, su Omega lloraba con fuerza y sostenía entre sus brazos al pequeño conejito como si fuera lo más importante a proteger.

—¡Suéltenlo! —rugió con fuerza y los betas se dieron para atrás. Eran tantos, todos lastimados, sucios, los ojos eran tan saltones por el hambre que volvió a rugir con advertencia. Sintió el estruendo detrás suyo cuando un golpe seco lo empujó contra la pared, su cabeza dió vueltas y sintió la caliente sangre resbalar por su cráneo cuando dos betas más grandes se pusieron frente suyo. Lucían tan aterrados que no sabía siquiera cómo mierda habían actuado—. ¡Fuera de aquí!

Se abalanzó en su contra, su puño se estrelló con locura al rostro ajeno y removió toda piel de su mandíbula. Sintió que sus nudillos ardían y su mirada desesperada viajó por toda la casa. Su Omega. Su Omega no estaba. El alfa empujó al otro beta y salió corriendo, sus feromonas se volvieron amargas y aspiró con furia, el mal olor de aquellas personas, las feromonas agridulces de terror... Y la sangre. La sangre estaba presente en todas partes.

—¡SORRENTO ! ¡SORRENTO! —gritó y observó a lo lejos cómo se lo llevaban a rastras, el camisón blanco de lino se ceñía a su cuerpo gracias a las cuerdas que lo ataban, oía su llanto, su mirada cubierta de lágrimas se pegó a él en el último instante que vio la luz del día.

Sus ojos... Sus ojos habían sido lo primero que lo enamoró de todo. Y fue su voz y su llanto lo ultimo que escucho cuando lo golpearon con fuerza en la cabeza. Cayó de rodillas al piso, mientras sentía que la sangre caía por todo su rostro, mientras Julián agonizaba y la fuerza lo abandonaba con rapidez. Las manchas negras que rodeaban a su Omega lo dejaron en la oscuridad absoluta.

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