« say something »
—ok, esto para mí fue muy difícil de narrar, dado que Eren es un personaje que ahora mismo no comprendo mucho, por lo tanto me esforcé a horrores para hacer que esto tuviera una mínima coherencia, espero haberlo logrado :(. Para evitar confusiones, traten de verlo más desde la perspectiva del Eren que vimos en el cap 123, más precisamente en la escena donde abandona el estrado. Sin más, disfruten la lectura <3
—o—
" say something I'm giving up on you
I'll be the one if you want me to
Anywhere I would've follow you „
—o—
Para Eren, era algo verdaderamente desalentador el cómo todo parecía estar tan predeterminado.
Se encontraba a sí mismo cada noche en la inhóspita oscuridad de su habitación extrañando la incertidumbre que solía carcomerlo hace dos años, cuando ser un chiquillo inmaduro e ignorante era una bendición de la que ahora se arrepentía a más no poder de haber despreciado. El despertar sin saber lo que le depararía el día, si moriría mañana o la próxima semana se había convertido ahora en un lujo inaccesible. Era una opresión que se había instalado en su pecho y no le permitía respirar con la libertad que solía codiciar. Porque ya ni ese consuelo podía permitirse. La libertad le sabía insípida, no como el éxtasis que soñó en su infancia y que con tanto anhelo aspiraba.
Ahora los días le parecían monótonos, aburridos y predecibles. Y Eren juraría que es incapaz a veces de diferenciarlos de unos con otros. Lo único que conseguía apartar del resto con claridad actualmente, era a sí mismo. Sus ojos vivaces se oscurecieron con el tiempo, pasando de su característico y reconocible verde ávido y sediento de libertad a grises con algunos vestigios de su color anterior. Justo como él era tan sólo las cenizas de lo que alguna vez fue. Lo encontraba más que irónico. Su cabello había crecido bastante también, y él no tenía interés alguno en cortarlo.
A decir verdad, ya no tenía mucho interés en nada.
Creía haberlo visto todo. El futuro ya no tenía mucho que ofrecerle desde que el susodicho llegaba a él sin siquiera buscarlo. La primera vez que sucedió, acababa de cumplir los 17 y, pecando de ingenuo, quiso creer que fue una simple sueño que se convirtió en una extraña casualidad. Estaban todos alrededor de una fogata que se le hacía familiar, frente a los graneros del orfanato de Historia, quien estaba allí presente también y aún así, parecía ausente de todo. Una melodía se escuchaba animando el ambiente. Jean tocaba la guitarra mientras los demás observaban con júbilo. Armin tarareaba al ritmo de la canción con un libro entre sus manos, y Mikasa tenía la mirada perdida en el fuego que se consumía en el centro de todo, sumergida en sus pensamientos qué, a juzgar por su semblante vacío, no eran tan agradables como el lugar donde se encontraba. Y por un momento, Eren se vio reflejado en ella. Sasha, al contrario, aplaudía cantando en voz alta junto con Connie y el mismo Jean, disfrutando con emoción de la cálida velada.
Al momento de ello acontecer, Eren supo la razón del rostro estoico de la asiática en lo que él aún creía que fue un sueño. Aquel había sido el día que Kiyomi Azumabito había arribado a Paradis, y dicho sea de paso, la revelación de los planes de Zeke. Al menos esos lo tomaron desprevenido. Sin embargo, cuando cayó la noche y estaban todos reunidos alrededor del fuego, Mikasa sonreía. Y así permaneció por el resto de la actividad. Se suponía que eso no iba a pasar.
¿Por qué? No lo sabía. Mas era una pequeña esperanza a la que Eren se aferraba de que el futuro podía cambiarse, que las líneas de tiempo podían ser alteradas.
Eren creía haberlo visto todo, hasta que ella sonrió contra todo pronóstico.
Aunque dolía admitir, qué el hecho de que todo en sí se hubiera realidad con la mayor precisión posible, en vez de brindarle una felicidad momentánea, no hizo mas hundirlo más en su miseria y dar casi por aseguradas sus sospechas. Excepto por aquel pequeño detalle que lo intriga y lo persigue hasta el día de hoy.
La segunda vez sólo calló, confirmando finalmente su espantosa corazonada con un nudo en su garganta, y a la tercera se había resignado. Así hasta que ya ha perdido la cuenta de las veces que ha sucedido. En ocasiones le costaba entablar conversaciones con quienes antes podía pasar la noche entera charlando sobre nimiedades. Hange era el vivo ejemplo de ello, no podía mirarla mucho tiempo a los ojos sabiendo lo que le deparaba el destino.
No obstante, había algo entre toda aquella escala de blanco y negro en la veía el mundo, que resaltaba en colores brillantes. No sabía si era él, que veía ahora las cosas de un modo distinto, o que desde aquella vez que ella desafió el destino con un simple gesto que le resultó sumamente alentador había cambiado algo en su manera de verla. De alguna forma, se había permitido apreciarla más, estudiarla a fondo. Solía observarla cuando la veía distraída. Repasaba sus rasgos, su andar, cosas tan simples como el sonido de su voz, una y otra vez, queriendo grabarlos para siempre en su mente como un pilar para mantener su alma en pie. Hallaba en verla, una salvación efímera, quizás un breve escape diario de la realidad.
Había descubierto, por ejemplo, que cuando le daba mantenimiento a su equipo de maniobras tridimensionales, la chica tarareaba una vieja canción que su madre solía cantarle de niño. Aquello le llegó como una caricia suave al alma, y puede que haya sido desde ese instante que Mikasa despertó algo en él que no sentía desde hacía meses. En las mañanas, había decidido desayunar con ella, normalmente lo hacía solo, así que lo consideró un buen avance. Tampoco sabía que tomaba café, ni que lo prefería dulce y menos se había parado a analizar antes en cómo algunos mechones de su cabello azabache caían rebeldes por sus mejillas, perfilando su rostro y haciendo lucir aún más bonita.
No había notado tampoco el momento en el que Mikasa dejó de ser una figura fraternal para empezar a verla como una mujer, y para su desgracia, una mujer muy bonita en la que, sin ella saberlo, él por fin veía algo que lo hacía sentir diferente, algo que lo hacía sentir vivo y que llenaba su alma hueca después de tanto tiempo sobrellevando una existencia vacía.
Había algo diferente la tarde de otoño en que arribaron a Marley, un cosquilleo intermitente en la boca de su estómago que lo atormentó desde que zarparon y se prolongó durante casi todo el día. El aire se respiraba distinto. Todo se veía distinto. Y aún así, todo permanecía igual. Ya había visto esto antes, mucho antes, por lo que es incapaz de observarlo maravillado como el resto de sus compañeros embobados por el paisaje. Suspiró con amargura, sin saber qué es lo que le causa tanta inquietud si no es estar en el continente marleyano.
La ubicó con la mirada sin siquiera quererlo, sus instintos impulsándolo a quedarse a su lado. Eren, les obedece como siempre, dejándose guiar por ellos una vez más. Se posicionó a su derecha, fijando su vista en las costas de Marley, apreciando la viveza económica del lugar. Sintió su mirada sobre él, sus hombros se tensaron casi de inmediato.
Ah, así que era eso.
La volteó a ver inexpresivo como de costumbre, repasándola de arriba a abajo con la mirada. Su cabello estaba más corto a causa de un desafortunado accidente, aún recordaba lo triste que estaba por aquello cuando sucedió, le hacía mucha ilusión volver a llevarlo largo. Estaba más alta y esbelta, su cintura pequeña, sus caderas anchas y sus piernas torneadas. Mikasa ya no era una niña, sabía que había dejado de serlo hace mucho tiempo. Varias veces se había sorprendido a sí mismo fantaseando con ella estando con otras mujeres, eso no se suponía que pasara aunque después recuperara la compostura y se centrara en lo suyo segundos después.
Cerró los ojos por un instante, intentado poner sus pensamientos en orden de nuevo. Al abrirlos, Mikasa volvía a mirar al frente con una diminuta sonrisa en su rostro que para Eren nunca pasaría desapercibida. Sin poder evitarlo, sus labios también se curvan en una mientras la brisa marítima los abraza, dándoles la bienvenida.
—o—
Si pudiera definirlo en una palabra, sería caos. Dentro de las murallas no había tanto tránsito de personas ni tantos comercios como donde se encontraban. Y si Eren no lo hubiera visto antes, también estaría asombrado de lo concurrido que solía ser allí, no pudo evadir la pregunta de si dentro de los años consiguientes, Paradis lograría semejante desarrollo.
Oyó un alboroto a unos metros de distancia. Identificó las voces al momento, divisando a lo lejos a sus compañeros y principalmente a Hange viendo incrédula a un auto y saludándolo como si tuviera vida propia, seguido de un Levi hastiado de tanto llamar la atención jalándola del brazo y llevándole de vuelta al grupo mientras los demás bajaban la mirada avergonzados de la escena.
—Hay tanta gente aquí...—Mikasa comentó, anonadada por la multitud—. Eren, no sabemos lo qué hay aquí, así que mantente cerca de mí.
Pero no la escuchaba, inmerso aún en sus cavilaciones. Sus ojos grisáceos se pasearon curiosos por el lugar, reconociéndolo todo con rapidez. Su rostro se transformó en el vivo ejemplo de la angustia y un nudo se instaló en su garganta, pronto todas esas personas... Todas esas personas no presentían ni se esperaban lo que estaba por suceder. Y menos sabían que él sería su verdugo.
Aquel lugar tan lleno de gente, de vida, pronto se reduciría a nada.
Vio pasar a una mujer embarazada, la culpabilidad golpeándolo aún más fuerte.
¿Qué pensaría mamá de todo esto?
—¿Eren?
Reaccionó al fin, parpadeando con el pulso agitado.
—Ah... sí —contestó en voz baja, recuperando el aliento y la compostura.
—¡¿Qué te trae tan distraído, Eren?! ¡Estamos en el mundo exterior! —Armin le jaló de su manga, extasiado por las emociones. Lo observó por un momento, envidiando el sentimiento. La sonrisa en el rostro de su amigo era tan genuina que dolía verla. Esto era lo que tanto querían, y cuando por fin lo cumplían, Eren ya no compartía el mismo júbilo que él. Y ojalá Armin lo supiera, pero sólo sonríe allí, ignorante de su pena. Bajó la mirada con un semblante casi estoico.
—Sí... este es... el otro lado del océano, ¿verdad? —exclamó monótono.
Levantó la mirada, dirigiéndola sin darse cuenta hacia ella. Sus ojos brillaban con preocupación y le fue inevitable sentir una punzada en su pecho. Ella siempre se preocupaba por él, aunque fueran por nimiedades.
«Si tan sólo ella supiera también, quizás todo sería diferente.»
—¡Hey! No se separen mucho del grupo, y menos tú —escuchó decir a Onyankopon para luego ver como lo señalaban a él.
—¡Ya vamos! —respondió Armin por los tres.
La vio de reojo nuevamente, cruzando miradas por un segundo, solo para luego voltear al frente una vez más con el ceño algo fruncido y emprender su andar.
Distinguió la voz de Sasha por un lado, hambrienta como siempre y con Connie haciéndole compañía. No supo en qué momento se distrajo y la perdió de vista, pero lo próximo que sus ojos capturaban era a ella observando un helado con curiosidad, fascinada por el sabor del postre y lo frío de este, y ofreciéndoselo, sus obres oscuros iluminados con la ilusión de una niña pequeña.
—Eren, pruébalo tú también.
La miró un momento, saliendo de su trance.
—¿Helado, huh? —se repitió a sí mismo. La verdad era que también estaba algo curioso, no era lo mismo verlo en sus memorias que admirarlo con sus propios ojos.
—¿Ya sabías lo que era? —preguntó perspicaz, aún con el cono en su mano.
—Sólo lo sé por las memorias de mi padre. Los eldianos de los guettos rara vez comen esto aún cuando... el mundo exterior es tan inmenso.
La emoción en el rostro de la asiática se desvaneció en un parpadeo tras escuchar aquello, permaneciendo ambos en silencio. Ahora, todo lo que queda de su sonrisa, es angustia.
—o—
Después de que un niño los asaltara y tuvieran que correr como almas en pena para no ser linchados, llegaron finalmente a la mansión de los Azumabito. La residencia era enorme debía admitir, tanto que temía perderse en uno de sus infinitos pasillos buscando el salón y terminar en el jardín. Eren intuía que a estas horas debían estar discutiendo cualquier asunto referente a Zeke o al retumbar, pero él no estaba allí para comprobarlo.
Se había alejado de la mansión, rumbo a las casas de campaña de los refugiados extranjeros desamparados. De hecho si había estado más de una hora en aquella casa era demasiado, saliendo sin ser notado por nadie, ni siquiera por Mikasa, quien caminaba al lado de Kiyomi, maravillada por todo a su alrededor como los demás.
Conocía las calles como la palma de su mano, así que vagó sin rumbo fijo, simplemente observando y restregándose a sí mismo en la cara la barbarie que estaba por hacer. No había perdón para aquello y-
Un jadeo proveniente de un callejón. La curiosidad le pudo de más y el mismo niño de antes, estaba siendo golpeado por hombres muy mayores a él. Sintió la necesidad de socorrerlo, mas pronto se retractó. ¿Qué caso tenía? Después de todo, un día él mataría a ese niño. Sería muy hipócrita de su parte. Pero aún así se quedó, su alma no le permitía dejarlo regresar solo y era lo menos que podía hacer por él para sentirse mejor consigo mismo. No era mejor que Reiner, no... se había convertido en algo peor que Reiner. Iba transformándose poco a poco en lo que tanto repudió.
Un pedazo de mierda.
Pero así fue. Lo llevó en su espalda hasta las carpas donde vivía guiándose por sus indicaciones y descubrió tras entablar una conversación pequeña con él que su nombre era Ramzi. No le veía el punto a dialogar si pronto acabaría con su vida y él ni siquiera lo veía venir, pero lo hizo. Y justo allí, Eren se quebró ante los ojos marrones de Ramzi observándolo confundido.
—¡Lo siento! ¡Lo siento!—vociferó entre sollozos, aquel chiquillo no tenía ni idea de porqué, solo lo veía atónito. —¿Por qué lloras?— inquirió al fin.
Eren lo miró a los ojos, arrepintiéndose en silencio y sintiendo su corazón siendo machucado por la culpa una y otra vez sin parar. Se limpió las lágrimas como pudo con el antebrazo y tragó saliva, frustrado como nunca antes lo había estado. Rendido ante todo, ante el inminente y trágico futuro que le esperaba.
Ni siquiera la mínima esperanza que le había brindado Mikasa en el pasado era suficiente. A este punto ya estaba convencido.
El destino no podía cambiarse.
—Por el bien de la isla, los eldianos... no... no es sólo eso. Lo que había más allá de los muros, no es lo que soñé. El mundo que vi en los libros de Armin... era diferente. Cuando supe que la humanidad vivía fuera de los Muros yo... estaba decepcionado. Yo deseé... que todo desapareciera de algún modo—su voz se quebraba con cada palabra—. Lo siento tanto— murmuró.
El menor permaneció quieto, callado. Eren al razonar le indicó que se fuera, que fuera y abrazara a su familia, el niño asintió inseguro y se alejó a paso calmado de él antes de mirarlo por última vez.
Se paró, sacudiéndose la tierra de las rodillas y sintiendo unos pasos acercarse sigilosos tras de sí.
—Eren —su voz en su susurro poco a poco cobrando fuerza—. Todos hemos estados buscando por ti— la escuchó detrás, incapaz de encararla en semejantes condiciones—. ¿No sabes que eres el objetivo principal del enemigo?
Y de pronto calló, Mikasa percatándose del niño que los saludaba a lo lejos con su padre al lado y de que algo no estaba bien en aquel lugar.
—¿Ese no es el niño del mercado? —asintió suavemente, los pasos de Mikasa acercándose más hasta estar a su lado—. ¿Pasó algo?
—Nada aún. —La de cabellos azabaches descubrió el tono escondido de amargura en la voz de Eren, desconcertándola.
—¿A que te refieres...? —Eren no dijo nada, su vista enfrascada en ellos—. Aquí... aquí es donde ellos vive luego de perder su hogar por la guerra.
—Tal como nosotros. Un día, nuestras vidas cambiaron abruptamente y todo nos fue robado. Toda nuestra libertad, nos fue robada.
El ambiente se envolvió de repente en un silencio tenso. Estaba tocando fondo, y si ella estaba allí, con él, tal vez podría evitar eso, ¿no? Eso es lo que hace Mikasa, devolverle la vida cuando siente que la está perdiendo, siempre dándosela con un poco más de color que cuando se le iba de las manos y el la aceptaba gustoso. Ella estaba ahí y aún había esperanza. Al final, ella había desafiado el futuro esa vez. No perdía nada con intentarlo.
—Mikasa, ¿por qué te preocupas tanto por mí? —Su voz adquirió una firmeza espontánea y pese a que el arrojo lo acompañaba, Eren temía. A ella, a esa respuesta que le aguardaba. Aún así, se decidió a probar suerte una última vez.
Quizás ella podría cambiarlo todo, quizás si ella...
Quería que lo obligara a quedarse, a sentir que aún valía la pena luchar contra todo, que él podía. Porque en cada cosa que él hacía, allí estaba Mikasa dándole fuerzas para lograrlo. No tendría porque ser diferente esta vez. Y si Mikasa lo dijera, si de su boca salieran esas dos palabras que él sabe que llevan atascadas allí mucho tiempo, él se quedaría a su lado, se lo debía y quería hacerlo por primera vez. Sería de nuevo ese bastardo suicida y lucharía, lucharía y ganaría, solo por tenerla de su lado.
»—¿Es por qué te salvé de niña o... porque soy familia?
Familia.
Una palabra que hace mucho tiempo que no los definía. Lo eran, de alguna manera, atados el uno al otro por las suturas de las desgracias; pero también era una excusa que le ponía para justificar el porqué después de tantos años, ella permanecía a su lado. Esa noche quería que ella dijera algo diferente, algo que no había oído antes, algo real.
La escuchó jadear a su lado, atónita y con sus mejillas sonrojadas.
»—¿Qué soy para ti? —Sus ojos grises se llenaron con algo que se asemejó a una súplica, a un ruego. La encaró finalmente, apreciando su rostro desorientado. La vio nerviosa. Sus ojos ahogándose en temor y sus labios temblorosos.
Dilo, por favor.
Dejó escapar un suspiro, impaciente, mirándola a los ojos, implorándole una respuesta sincera.
—Eres...—el corazón de Eren se aceleró, queriéndose escapar de su pecho—.... familia— para luego volver a su lugar y volver a latir de nuevo con normalidad, más aburrido y decepcionado de lo usual.
Su vista se giró en torno al anciano a su lado ofreciéndoles unas bebidas humeantes que parecen ser té.
—Parece que tratan de hacernos sentir bienvenidos —indicó con voz neutra, Mikasa agachó la mirada, dándose cuenta del cambio repentino en su tono mientras su respiración se calmaba.
—¡Hey! —Más voces se escuchaban detrás suyo, Jean y los demás siguiéndoles el paso—. ¡¿Qué demonios haces, Eren; eres idiota o qué!? —gritó el susodicho con molestia. El de cabellos castaños sólo atinó a suspirar irritado.
—Justo a tiempo —susurró derrotado.
El resto de la noche se pasó entre botellas de alcohol y charlas animadas en las que Eren no participó. Sólo se quedó allí en un rincón, mirando al suelo y bebiendo. Todo volvía a ser como antes. Monótono, predecible. Pero no podía culparla, ella tampoco sabía el peso de sus palabras y no es como si él en realidad la mereciera. Ella merece a alguien mejor, no a un... monstruo.
Pronto, todos caen rendidos, borrachos en el suelo. Armin descansando en su izquierda, y Mikasa en su derecha. La observó una vez más, la cicatriz en su pómulo susurrándole cuando daño le había hecho y todo el que estaba por causarle. Quizás así deben ser las cosas. Que por mucho que intente hacerlo funcionar, todo lo guiará allí, al fracaso absoluto porque en su futuro él no es más que un infeliz llevando a cabo un maldito genocidio. No era la vida que ella merecía; menos aún cuando lo único que podía brindarle eran cinco miserables años.
Era lo mejor, quizás esto era lo mejor por muy cruel ayer fuese.
Ella lucía más bonita que nunca, y Eren ya no distinguía en realidad entre su conciencia y el alcohol, pero sabía que ella sí era la chica más bonita que sus ojos cansados de tanta tragedia llegarían a ver. Más allá de ideales y conceptos etéreos, la dulzura que los ojos de Mikasa guardaban para con él no la encontraría jamás en los brazos de una libertad incierta.
La chica se acomodó más aún en la curva de su cuello, su rostro tan cerca del suyo que Eren sentía su respiración, mas ya nada de eso importaba. De hecho, ya absolutamente nada importaba. Quizás ni siquiera ella, por mucho que la amara y qué tanto quiera cuidarla del nefasto futuro que les deparaba.
De cualquier manera ya el guión estaba escrito, él se marcharía mañana al terminar la conferencia y en los giros macabros del destino, no pasaría mucho hasta que llevara a cabo la mayor atrocidad de la Humanidad.
—o—
Después de un buen bloqueo, salió esto, ojalá les haya gustado porque casi nunca escribo desde la perspectiva del suicida uwu. Me quedó algo largo pero es que a último momento le inspiré de más, lo siento :(. Ya saben que si les gustó pueden dejar su voto (que esta vez lo atesoraré aun más <3) y comentar que les pareció (que lo apreciaría muchísimo :D) Cuídense mucho,
isa🌸.
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