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|| Worth it » Eren Jaeger |+18| ||

El sol se estaba poniendo cuando llegamos al cuartel general. Dejamos a los caballos comiendo cerca de los establos y escuchamos las palabras del capitán.

—Aún hay algo de tiempo hasta que se sirva la cena, así que podéis asearos antes —nos comunicó, quitándose la capa—. Los que estéis heridos, pasad por la enfermería. Los veteranos os llevarán allí. ¿Alguna pregunta?

La negativa de todos los cadetes bastó para que Levi asintiera ligeramente y se diera la vuelta, dejando a los novatos hablando entre ellos.

Al ver cómo me tomaba del antebrazo, recordó lo que aquel vendaje improvisado escondía, por lo que cambió su trayectoria y se acercó a mí. Con su ceño fruncido, se detuvo a un metro de distancia.

—¿Está bien tu corte, Uchida? —inquirió él.

Yo me erguí y le ofrecí una sonrisa de agradecimiento.

—Sí, capitán. Apenas me molesta —le fui sincera—. Puedo llevar a los nuevos a...

—No —me impidió continuar hablando—. Si crees que no es necesario ir a la enfermería, me parece bien, pero ve a lavarlo al menos. Podría infectarse y eso sería un problema. Vamos a necesitar a todos los mayores para la próxima expedición —señaló, estricto—. Ve a curarlo, ¿de acuerdo?

Relajé los hombros y acepté ese mandato oculto.

Nuestro capitán podía ser bastante duro, sin embargo, si se trataba de nuestra seguridad, siempre mostraba gran preocupación. Me alegraba tenerlo como superior. Era un verdadero alivio que pudiera protegernos él mismo.

—Está bien.

—La cena será en media hora. Que no se te olvide —comenzó a alejarse—. Yo iré a avisar a Hange y a Eren. Deben estar en el sótano.

Agh, ese estúpido.

Me giré, tratando de alejar cualquier pensamiento relacionado con él, y me aseguré de alzar la voz lo suficiente.

—Si veo a Armin le avisaré —dije.

Él me hizo un gesto con la mano, dando a entender que le parecía buena idea.

Después de cuatro años en el cuerpo de exploración, nuestra promoción tenía toda su confianza. Haber pasado tanto tiempo juntos había hecho que el capitán nos tomara en cuenta en las decisiones más importantes del cuerpo y que delegara en nosotros misiones que requerían de cierta confidencialidad.

Probablemente Armin estaría en el despacho de el comandante. No todos podían entrar allí e interrumpir sus reuniones, pero entendí que, si era yo, no importaba.

Habiendo dejado todo en manos de mis compañeros, me disculpé con el resto y recorrí los pasillos interiores que conducían a la zona residencial del edificio.

Mientras caminaba, palpé la herida a ciegas, comprobando de esa forma que no había molestia alguna. Solo había sido un rasguño mientras los novatos limpiaban las cuchillas nuevas esa mañana. No habría ningún problema durante la recuperación. Lo más seguro era que, en un par de días, no quedase ni rastro de dicho tajo.

Subí las escaleras que llevaban a los dormitorios y me dirigí hacia la derecha, dispuesta a recoger una muda limpia del cuarto que se me asignó el mes pasado.

No obstante, cuando quise darme cuenta, mis pies se negaron a continuar el camino.

Ver a Eren hablando con Jean al final del pasillo me obligó a cambiar de plan.

Parecía tranquilo. Su postura era relajada y, por su gesto, deduje que haberse quedado como Hange en esa ocasión había sido mucho más fructífero.

Al pensar en eso, vino a mi cabeza las escenas de nuestra pelea. Él, empeñado en que también debía marcharse con el resto, siguió dando voces hasta que yo me cansé de escuchar su infantil berrinche y le eché en cara su poca paciencia. Aquel fue el detonante y el motivo principal por el que me prohibí avanzar hacia él.

Una parte de mí le había añorado. No podía negarlo, pero no quería hablar con él. El sabor amargo de las palabras que nos dijimos era demasiado para mí, por lo que escogí la salida fácil y retrocedí en silencio.

Aquel día se comportó como un estúpido y, a pesar de que me dolía, no era una sorpresa.

Parecía no haber madurado después de todo.

¿Por qué no confiaba en mis habilidades? Él era imprescindible en el cuerpo de exploración. No podíamos arriesgarnos a llevarlo a una simple expedición rutinaria, pero su orgullo era mayor y no pudo acatar las órdenes que le expliqué. Ocurrió todo lo contrario y sentí ... Sentí que no era nada para él.

—No importa que tú estés con el capitán. Os hago falta y no puedes negármelo, Sayuri.

Su injusta declaración me acompañó durante todo el viaje, pensando acerca de lo poco que me valoraba.

Para mi mala suerte, antes de volver sobre mis propios pasos y encaminarme en la dirección contraria, nuestros ojos se encontraron brevemente.

Los abrió, permitiéndose el lujo de lucir algo aturdido por mi presencia.

Él ya se había percatado de mi regreso. Genial.

Hice rechinar mis dientes e intenté apresurarme hasta llegar al baño del fondo. No había manera de que mi llegada pudiera ir a peor.

Mi pecho ya estaba agitado y solo había sido una maldita mirada.

—¡Sayuri-san! ¿Ya has vuelto?

Mi nombre resonó por todo el pasillo.

Incluso si Eren no me hubiera visto segundos antes, aquel eufórico grito le habría alertado, sin duda alguna.

Un par de cadetes bajaban en ese preciso momento, así que las saludé, retrasándome, pero no me entretuve demasiado y evité volver la vista atrás.

La corta charla acabó en un abrir y cerrar de ojos. Mis manos comenzaban a sudar de puro nerviosismo porque sabía que él me miraba y temía no recopilar las fuerzas necesarias para plantarle cara si llegábamos a cruzar palabra esa noche.

Una vez se marcharon, yo huí del lugar y me escondí en el aseo que había localizado antes.

Entré en el pequeño cuarto y cubrí mi rostro con ambas manos.

Me alegraba de que estuviera bien, de que los experimentos con Hange no hubieran sido demasiado agotadores para él. Claro que me hacía feliz y ese era el problema.

Con el corazón en un puño, me insulté.

¿Por qué dejo que me afecte tanto?

Eren Jaeger no merecía mi atención en absoluto. Tampoco era la persona por la que debería sentirme así.

Toqué mis mejillas, avergonzada de esos sentimientos que seguían creciendo a pasos agigantados en lo más hondo de mi ser. Era incapaz de frenarlos, pero sí podía crear la distancia necesaria entre ambos. Aquello era lo único a lo que me aferraba después de haber compartido la cama de ese niñato y de haber esperado algo más que unos cuantos encuentros en secreto.

Yo había sido un entretenimiento. Su juguete. Nada más.

Me acerqué hasta el lavabo y allí me percaté del rubor que se había extendido por toda mi cara. En un triste intento por mitigar el sonrojo, abrí el grifo y tomé algo de agua fría entre mis manos.

Rocié mi tez y las gotas cayendo por mi barbilla me hicieron reaccionar por fin.

¿Qué vas a conseguir pensando en él? Es evidente que ha estado perfectamente sin ti, Sayuri.

No vale la pena que te duela.

Algo más despejada, me fijé en las vendas que cubrían mi brazo afectado. Tiré de ellas con suavidad y las restiré, encontrando que la herida ya se estaba cerrando. Todavía quedaba algo de sangre a su alrededor, así que me agaché y dejé que la corriente de agua humedeciera mi piel.

Limpié la zona cuidadosamente y acabé tan concentrada en ese quehacer que no sentí la llegada de aquel indeseable invitado.

Rocé la brecha con un par de dedos, examinando su estado. Determiné que no sería necesario pasar por la enfermería. Cambiar las vendas debía bastar.

Sin embargo, terminé tocando un punto demasiado sensible que aún no había sanado del todo. Dos pequeñas gotas de sangre se escurrieron por mi antebrazo, a lo que me incliné nuevamente con el objetivo de que el insípido líquido se las llevara por delante.

A punto de que el agua me mojara otra vez, su mano me retuvo. Agarró mi brazo, alertándome por su repentina entrada.

Di un paso atrás, sorprendida. También me encontré aguantando la respiración, analizando su forma de tomar mi extremidad. Agobiada, me giré hacia él. Ya conocía su tacto y no necesitaba alzar la vista para identificarle, pero fue tal la urgencia por verle que esos deseos me vencieron y, de un momento a otro, mis ojos estaban posados en el mismo chico que había ocupado mi mente hasta hacía solo unos miserables segundos.

—¿Qué te ha pasado? —lanzó la pregunta, con un gesto contrariado.

A pesar de su clara preocupación, yo no me pronuncié, sino que permanecía callada mientras él inspeccionaba la herida con sus propios ojos.

Varios mechones cortos caían por su despejada frente puesto que tenía el cabello recogido como de costumbre.

Era más alto que yo y eso nunca había supuesto un problema, pero en aquellos instantes, con sus defensas bajas y mis nervios a flor de piel, sentí una pequeña presión en el pecho. De pronto, Eren se me antojó mucho más grande y fuerte.

Puede que fuera por la decisión con la que agarró mi brazo o por la angustia que reflejaban sus ojos claros. No estaba segura, pero tuve que mirar hacia otra parte.

Aquella fue la primera vez que me sentí intimidada, indirectamente, por él.

La corriente de agua helada se deshizo de la sangre que emanaba del corte. El sonido del líquido perdiéndose era lo único que se escuchaba en el estrecho cuarto.

Él tampoco hizo el amago de soltarme.

—¿Ahora me evitas?

Su pregunta me golpeó de lleno.

Si no recuperaba mi resistencia habitual, sería complicado librarse de él. Por lo tanto, en un arrebato por retomar el control de la situación, intenté escapar de su agarre.

Eren lo notó a tiempo e impidió mi huida.

Esto no va a funcionar. ¿Acaso no recuerdas cómo es?

—¿Y qué si lo hago? —contraataqué.

Cerré los dedos en un puño, recordando lo furiosa que estaba con él.

No te dejes arrastrar. Tienes que mantenerte firme. Has decidido que no vas a tolerar ni uno más de sus hábiles encantos, ¿verdad? Entonces no retrocedas y plántale cara.

Solo es Eren. Por mucho que lo quieras. Solo es él.

Comprendió que mi enfado seguía ahí y optó por pensar mejor sus palabras.

—¿Ni siquiera vas a mirarme? —preguntó, fingiendo una fragilidad inexistente—. Tus castigos son perversos, Yuri.

Ahí estaba. Ese toque de picardía que había añorado tanto como odiado en algún punto de nuestra extraña relación.

Suspiré, cansada.

—Déjame, Eren. Tengo que ...

Volví a tirar de mi brazo y él, unido a mí, se negó a dejarme ir.

En lugar de hacerse de rogar hasta sacarme de mis casillas, se movió, quedando tras de mí. Me acorraló fácilmente y, sin soltarme, apoyó su mano libre en el lado opuesto del lavamanos.

Completamente enjaulada, abrí los ojos en grande. Estos denotaban el enfado que cargaba a mis espaldas y Eren lo sabía, pero su travesura ya había dado comienzo y no dejaría que yo le impidiera disfrutarla.

Observé a través del reflejo del espejo del baño, viendo cómo él se había agachado bastante, pudiendo encerrarme aún más contra su gran complexión.

—Aléjate de mí —me quejé.

—No puedo hacer eso —me respondió en voz baja.

Su forma de hablar me provocó un escalofrío. Ambos lo percibimos, conscientes de que mi cuerpo reaccionaba por sí mismo cuando se trataba de él.

—Eren, deja de jugar —le pedí, tragando saliva.

Antes de querer darme cuenta, había vuelto a bloquear mi escapada. Se las arregló para noquear mis sentidos. ¿Estar tantos días alejada de él me había hecho más torpe a la hora de escabullirme de sus trampas?

No. En realidad solo estaba rindiéndome. En algún lugar dentro de mí, ansiaba que me venciera en aquel tira y afloja de una buena vez. Luchar contra mis propios anhelos era demasiado difícil.

—¿Ahora sí te apetece hablar?

Alargó su brazo izquierdo y cerró la llave del grifo. Un renovador silencio nos congeló a ambos, pero, de algún modo, su cercanía frenó aquel frío ambiente.

Notaba su corazón palpitar contra mi espalda y también sentía su respirar. Su aliento caía cerca de mi oreja y se deslizaba por mi nuca generándome una desesperación sin igual. El vaivén de su pecho era pausado, mientras que sus exhalaciones albergaban una pizca de esa impaciencia suya tan característica.

—No —me limité a decir, encogida.

Yo, con los ojos clavados en la pila del lavabo, no me atrevía a mirarle. Sabía que sus ojos me atraparían en cuanto entrasen en contacto con los míos.

—Bien —susurró—. No hablaremos.

Pero esa afirmación no era un consuelo.

Se adelantó un poco más y mi vientre chocó contra el mueble sin remedio. Yo quise quejarme porque, a ese ritmo, no podría siquiera tomar aire. Y, con los labios entreabiertos, me dispuse a rechazar su acercamiento.

Fue una pena que reuniera ese valor, pues no lo llegué a emplear debido a la escena que tenía frente a mí.

Eren levantó mi brazo y, descubriendo una solitaria gota ensangrentada que se resbalaba por mi piel, se tomó la licencia de llevar su boca hasta el lugar indicado y lamer suavemente. Aquella gota se esfumó ante mi estupefacta mirada, pero sus labios se adueñaron de la situación y plantó un par de besos cerca del corte.

Mi pulso se desbocó al instante y fue tal la picazón que se extendió por mi torso que me quedé analizando el sincronizado movimiento de su lengua y labios.

Eren había entrecerrado los orbes, así que, atraparme desprevenida no fue una tarea muy peliaguda.

Giró la cabeza y mis pupilas se vieron entre la espada y la pared. La profundidad de sus iris marcó el inicio de mi final.

Por si fuera poco, el brillo de sus ojos azules me hizo colapsar y el florecer de aquellos sentimientos me cerró la boca del estómago.

—¿Te lastimaste en alguna otra parte?

¿Por qué me hacía tantas preguntas? ¿Por qué parecía que yo era su prioridad? ¿Por qué demonios era él quien destrozaba mi capacidad de raciocinio?

Luchando contra esa oleada de ataques, logré rescatar unas tristes energías y hacer una escueta negación moviendo la cabeza.

Ese pequeño gesto llegó a él correctamente, a lo que asintió, dejando mi brazo sobre el lavabo.

Apoyé mi palma sobre la superficie y Eren colocó sus dedos sobre el dorso de mi mano.

Incluso habiendo peleado de la manera en que lo hicimos, le conocía y estaba segura de que había trazos de arrepentimiento bailando en su mirada. No lo admitiría porque la vergüenza era un factor demasiado imponente y yo estaba totalmente desarmada frente a él.

Ninguno de los dos quería sacar aquella discusión a la luz porque aquella fue la primera ocasión en que chocamos con tanta intensidad.

Nuestras personalidades eran más similares de lo que me gustaría, así que no hacía falta mucho para que el ego y el orgullo de uno intentara pisotear al del otro. Siempre discutíamos por tonterías y estábamos acostumbrados a ello, pero ahora había tomado un color distinto y mucho más aterrador.

—Entiendo que no quieras hablar —farfulló, rozando mis nudillos— o que no te apetezca mirarme, pero eso no quita que me haya preocupado —aseguró, sosteniendo mi mirada—. Hace tres días llegó un aviso del capitán en el que confirmaba que volveríais con varios heridos y ha sido horrible estar aquí, esperando de brazos cruzados, sin saber si estabas bien.

Vulnerable. Ese era el adjetivo adecuado para describir al chico que tenía a mi lado. El miedo se esparcía por su semblante, como una sombra cayendo sobre su rostro.

—Estoy bien —le contesté, perpleja por su forma de actuar—. Me corté esta mañana, limpiando las hojas con los novatos. Los demás se han marchado a la enfermería. Lo mío ni siquiera es profundo, así que ...

Alzó levemente las comisuras, satisfecho.

—Me alegra que no sea grave.

Tras decir eso, dejó caer su peso en el lado derecho de su cuerpo, empujándome aún más contra el lavabo. Solo tuvo que inclinarse hacia mí y, al segundo, su cara estaba a poca distancia de la mía.

Sus labios eran más dulces de lo que recordaba y supongo que fue el vacío que sentí esa semana lo que me convenció de no alejarlo. Dejé que sostuviera mi barbilla mientras me besaba porque lo había echado en falta. Desde que me marché, él había ocupado la mayoría de mis pensamientos y no sería justo para ninguno que yo me negara a un contacto como aquel.

Con recelo, se apartó de mí y estiró su mano, retirando un mechón del cabello que se había escapado de mi recogido. Avanzó, con sus labios humedecidos, y acarició el lóbulo de mi oreja con su nariz.

—¿Besarte no es un problema?

El calor subió de nuevo a mi rostro, exponiéndome por completo ante él.

Su mano abarcó todo mi pómulo, percibiendo a la perfección el sofoco que se había apoderado de mí.

—Lo es —contesté, avergonzada.

—¿De verdad? —cuestionó, burlándose de mí.

Su brazo izquierdo seguía bloqueando mi vía de escape, por lo que no tuve más remedio que perderme en sus dilatadas pupilas. Inconscientemente, relamí mis labios. Él, como respuesta, deslizó su pulgar y lo acomodó sobre mi comisura inferior.

Conocía esa forma de tocarme tan bien que sentí cómo algo en mi interior se estremecía, sacudiendo los cimientos de mi posición.

—Abre bien —su exigencia me hizo dudar, pero la profundidad de su voz fue demasiado y acabé cediendo a su demanda—. Eso es ...

Rozó con la yema de su dedo por el perfil de mi boca y, una vez la abrí tanto como él deseaba, se enfocó en lamer mis labios, alimentando mi sed todo lo posible.

Si no me resistía, él conseguiría lo que se había propuesto. Yo debería haber rechazado sus intenciones y, a pesar de saberlo, no fui capaz de empujarlo. Por el contrario, busqué algún tipo de auxilio con mi mano sana. Tristemente, lo único que logré fue agarrarme a la suya. Ese estúpido detalle le hizo sonreír como si hubiera ganado el asalto y, para cuando quise apartarme, él sostuvo mis dedos con fuerza.

Parecía una macabra broma del destino. No importaba qué hiciera porque, sin importar cómo, acabaría unida a él.

En realidad .... No recordaba en qué momento empecé a sentirme atraída por Eren. Catalogar un recuerdo exacto era imposible, pero no podía luchar contra esa débil vocecilla que me empujaba a sus brazos una y otra vez. No obstante, esa simple atracción evolucionó a algo más y, mientras me besaba lascivamente, entendí que la opción de no enamorarme de él nunca estuvo ahí.

Su lengua se enredaba con la mía en una batalla sin fin hasta el punto en que el aire escaseaba y apenas podía seguir. Aguanté tanto como fui capaz y entonces Eren terminó con aquel vínculo, creando una pequeña separación entre nuestras bocas.

Un endeble hilo de saliva se escurría por sus labios hinchados.

—¿Pretendes ahogarme? —le recriminé, tomando una gran bocanada de aire.

Me regaló una mueca, divirtiéndose.

—¿Eso es lo que quieres? —desvió su mano, que aterrizó en la base de mi cuello, estremeciéndome—. Lo haré si me lo pides, Yuri ...

Sus largos dedos se repartieron por mi laringe. Acarició mi cuello descubierto, midiendo así la anchura de su palma. Le complacía saber que podía ahorcarme si así se le antojaba. Atrapó mi glotis sin ejercer apenas presión y yo respiré, controlando las ideas que estábamos compartiendo.

—No es momento para esto, Eren —le dije, apartando mi mano de la suya a duras penas.

Él reaccionó poco a poco a mis palabras, comprendiendo que estábamos en un cuarto de baño de la planta destinado a los dormitorios del cuerpo de exploración. Cualquiera podía pasar por el pasillo y descubrir aquella escena. Casi todo el mundo estaba en la enfermería, ya fuera ayudando a los heridos o porque necesitaban algún tratamiento, pero eso no eliminaba la posibilidad de que nos encontraran en una posición tan comprometida.

Nadie sabía de la relación que compartíamos por motivos más que obvios. Él era la estrella del equipo y la pieza clave para la supervivencia de la humanidad. Por otro lado, yo solo era una soldado más que tenía algo más de experiencia que la media de los integrantes del cuerpo de exploración.

Además, no había nada entre nosotros que nos hiciera pensar en desvelar algo. Éramos dos personas, con sus respectivos trabajos, que mantenían un trato de compañerismo. Habíamos llegado al escuadrón de Levi siendo reclutas de la misma promoción, así que era bastante normal que tuviésemos más familiaridad que otros, pero nada más.

Ese pensamiento, tal y como ya había sucedido en otras ocasiones, causó que un punzante martilleo reverberase en mi dolorido pecho.

¿Qué importaban mis sentimientos? No dejaba de ser una aventura para Eren. Él nunca dio indicios de que significase más que eso. Por lo tanto, y con toda esa tortura en mis hombros, no había nada que yo pudiera hacer para que nuestra relación avanzara.

Creí que lo había entendido, pues retrocedió. Alejó sus manos de mí, desconcertándome. Por su semblante, deduje que algo no estaba del todo bien. Preguntarle era lo correcto, pero recuperó rápidamente su astucia y se forzó a recobrar la compostura.

—¿Qué pasa?

Mi pregunta quedó en el aire, pero no obtuve ninguna respuesta.

Al contrario, con esa preocupación que acababa de sembrar en mí, lo vi acercarse a la puerta. Tomó el pomo y cerró con cuidado. Nos aisló del exterior, suponiendo que aquello me tranquilizaría y que podríamos seguir con ese reencuentro.

Atenta a sus movimientos, percibí cierta indecisión en él. En el pasado no me habría sorprendido sentir aquello, sin embargo, ese Eren desconfiado que no poseía la fuerza de voluntad necesaria para continuar quedó en algún punto del camino. Ese Eren ya no estaba allí y por eso mismo temí que algo hubiera ocurrido durante el tiempo que no estuve cerca.

—Eren, dime qué ...

—No pasa nada —soltó, dándome la cara nuevamente.

Había algo. Por mucho que él no quisiera decírmelo.

No confía en ti. Es eso, Sayuri.

Ya me lo dio a entender durante aquella discusión y lo estaba repitiendo.

¿Por qué? ¿Qué le hacía pensar que yo no podía ayudarle?

Mi cadera topó con el borde del lavabo y, a ciegas, tanteé por la superficie para recuperar algo de estabilidad.

Sentirme mal no arreglaría nada. No conseguiría que mis miedos desaparecieran.

Ni siquiera pude alzar la mirada; él ya había regresado hasta mí. Esquivó mis preguntas y, en lugar de abrirse y contarme la verdad, se escondió en nuevos besos a los que mis labios respondieron de forma automática.

Su mano derecha se escurrió por mi cintura. Sus dedos se anclaron a mi contorno, acercándome a su cuerpo tanto como pudo.

La lucha por lograr respirar volvió a hacerse presente dentro de mí. La intensidad con la que tomaba mi boca fue creciendo sin que pudiera pedirle algo de calma. Eren estaba explotando después de todos esos días en los que no pudimos vernos.

—Eren ... —lo interpelé.

Él no dijo nada y se concentró en acunar mi rostro con su otra mano. Estaba evitando mi curiosidad, cubriéndome de besos y caricias a las que sabía que no me resistiría.

Poco después, su lujuria ya crecida escogió otro lugar del que apoderarse. Así fue cómo sus dedos dejaron de recorrer mi pómulo y pasaron a tirar de los botones de mi camisa. Comenzó a desabrocharlos hasta que mi busto fue descubierto.

En ese momento, hice el esfuerzo de recordar dónde estábamos y del riesgo que conllevaba todo aquello.

—No podemos hacerlo aquí —dije, separándonos al hacer un poco de palanca entre su pecho y el mío—. Puede venir alguien. ¿No te das cuenta ...?

Eren jadeó, aminorando el ritmo con el que trataba de bajar mi sostén.

—¿Quieres parar? —me preguntó, casi ofendido por las excusas que le estaba dando.

Tragué saliva, agobiada.

Claro que quería llegar al final. Normalmente, cuando teníamos ese tipo de reuniones, también nos exponíamos a ser encontrados. Ese riesgo no era nuevo para nosotros, pero mi cabeza se negaba a continuar tras haber sido ignorada segundos antes.

—No, pero ...

Sus dígitos recorrieron una ruta desconocida sobre mis costillas, callándome al instante.

Él observó el malestar en mis ojos. El tiempo que habíamos pasado juntos nos había dado el pasaporte definitivo para conocer las pequeñas señales de consternación en el otro y la inconformidad estaba escrita en mi rostro.

Yo solía ser quien adivinaba lo que le ocurría. La que se preocupaba por su estado físico y emocional después de pasar todo el día convirtiéndose en titán para satisfacer las numerosas preguntas de nuestra excéntrica superiora. Yo siempre demostré un interés mucho mayor por él y esa diferencia afectiva estaba pasándome factura a un nivel demasiado profundo.

Si él se percataba de mis suspiros o de mis ojeras, se abstenía de preguntar. Prefería no indagar en los asuntos que rondaban mi mente por alguna razón que no alcanzaba a comprender.

Ladeé el rostro, recuperando el aliento.

¿Era unilateral? ¿Ese maldito amor que había desarrollado por Eren solo tenía cabida en mi interior?

—Yuri —me llamó, cabizbajo.

Las yemas de sus dedos calentaba mi piel y hacían que mi pulso siguiera corriendo a pesar de la crisis por la que estaba pasando.

—¿Qué? —respondí con un hilo de voz.

Incómodo, se deshizo de cualquier distancia entre nosotros. La tela de su camisa hizo cosquillas a mi vientre desnudo y, de pronto, su frente quedó apoyada sobre mi hombro. Esperó a ser capaz de decir lo que tenía pensado, invitándome a desear algo más que simple lascivia.

—Te he echado de menos —desveló.

Y esa afirmación rompió mi rechazo en mil pedazos.

Incluso si no era cierto y solo buscaba complacerme ... Podía aferrarme a ello por el momento.

En un impulso, invadida por el sueño de que él me necesitara realmente, lo atrajeron hacia mí y fundí nuestras bocas en una sola.

Eren comprendió que había ganado el pulso y profundizó cuanto pudo para adueñarse de mis débiles movimientos. Sentí algo de ansiedad mezclándose con ese fuerte deseo que solía dominarlo cuando estábamos a solas y, entre sus múltiples besos, me decidí a preguntarle si había una razón para ello que no me estaba contando. Aunque más tarde, claro.

Ni siquiera me atrevía a respirar a esas alturas, así que no podría haberle dicho aquello por mucho que hubiera querido.

Olvidándose de la cuestionable delicadeza con la que me había tocado hasta entonces, dio un tirón a mi sujetador y lo sustituyó por su mano. El brusco cambio de temperatura logró que mi piel se erizara y él lo interpretó como una buena señal, por lo que no perdió ni un segundo más y me estampó contra la pared más cercana. Contra ella, noté cómo apartaba mis piernas con su rodilla mientras se deshacía en fuertes caricias.

Tras un beso que me había arrebatado cualquier capacidad de razonamiento, se agachó y eligió mi pecho como su siguiente objetivo. En el instante en que la humedad de su boca entró en contacto con mi pezón supe que no había forma de pararle.

¿Acaso quieres que lo deje, Sayuri?

Se entretuvo largo rato con mis pechos, descargando sobre ellos una intensidad que estaba conteniendo desde hacía días. Aquella abstinencia a la que se vio obligado parecía haber hecho más daño del que creí al principio. Sus restos eran más rudos de lo normal y la sensación de su tacto era diferente.

Su lengua trazó extrañas figuras en mis senos. Chupó hasta la saciedad, quedando exhausto a pesar de estar lleno de energía. Y, para cuando quiso abandonar ese fetiche suyo, ya tenía un nuevo objetivo al que llegar.

No tuve tiempo de reacción; él se agachó, bajando mis pantalones hábilmente y levantándome lo suficiente para poder hacer lo que quería. Colocó mis piernas en sus hombros y retiró mi ropa interior con un par de dedos, los mismos que utilizó para masturbarme.

Me mordí el labio, perdiendo la cabeza debido a las suaves exhalaciones que se deslizaban por mi vientre bajo. Él no se inmutó ni siquiera después de escuchar mis repetitivos gemidos. No iba a tener piedad conmigo, lo sabía, pero no tuvo ningún tipo de cuidado al llevar su boca a mi intimidad y el sobresalto estuvo a punto de arrebatarme la respiración.

—Eren —gimoteé, con el orgasmo trepando por mis entrañas.

Al oírme, su ego creció, duplicándose, y sus dedos se hundieron en mis muslos, negándome ese pobre temblor que comenzaba a apoderarse de mis músculos. Por otro lado, los míos acabaron enterrados en su cabello recogido, liberando unos cuantos mechones castaños en el proceso.

El éxtasis me trepó por todo el estómago demasiado rápido, pero la potencia con la que lo hizo consiguió equilibrar la balanza y dejarme sin aliento durante unos segundos que se hicieron eternos.

Me aferré a sus hombros, clavando las uñas para canalizar de alguna forma la oleada de placer que había roto en mi interior, sin embargo, él tomó este gesto como un pase a que siguiera haciendo lo que prefiriera conmigo.

En un pestañeo, se sacó la camiseta, dejando a la vista su trabajado pecho, y se comenzó a desabrochar los pantalones, denotando una celeridad sin precedentes.

Quedó a la altura de mis ojos, relamiéndose las comisuras.

—Dilo tú también —me pidió, tanteando todavía mi entrepierna.

—¿El qué? —entrecerré los ojos, demasiado ocupada en seguir el rastro de sus dedos ahí abajo.

Introdujo dos de ellos de repente, a lo que yo di un breve respingo.

Eren entreabrió la boca, disfrutando del semblante que le estaba regalando inconscientemente.

—Que me has echado de menos —me aclaró—. Porque lo has hecho, ¿verdad?

Los hundió más dentro de mí, provocándome adrede.

—Claro que lo he hecho, estúpido —conseguí articular, luchando contra él—. Más que eso...

Pero no me dejó continuar y, de un segundo a otro, ya se estaba alineando para romperme en dos.

Sus embestidas fueron más intensas de lo esperado, aunque tampoco era tan descabellado que me estuviera tomando de aquella manera. Mis palabras habían actuado como un incentivo y, al procesarlas, su libido se disparó en todas direcciones.

El grosor de su miembro no era una broma. Nunca lo fue, pero, por algún motivo que desconocía, no se estaba centrando únicamente en él y en gozar a mi costa como solía hacer cuando intimábamos. Estaba... Estaba atacándome, sí, solo que había un toque de dulzura en sus labios, en la forma en su movía sus caderas.

Tomó mi pecho izquierdo, eufórico, irradiando un frenesí al que no estaba en absoluto acostumbrada.

Por suerte, pude controlar el siguiente gemido, temiendo que alguien en el pasillo nos escuchara.

Él, imperativo, atrapó mi quijada en su mano libre y me obligó a mirarle a los ojos, ennegrecidos por la lujuria que los empañaba.

—No hagas eso —se quejó, jadeando—. Que lo escuchen. Me da igual.

Sabía que si me negaba y no le hacía caso, se sentiría rechazado, así que intenté olvidar nuestra situación y me entregué a él arriesgando todo lo que tenía.

Me estaba desgarrando. Podía sentir perfectamente cómo se acercaba más y más a mi matriz y Eren empezó a notar la reacción de mi vagina, que se cerraba poco a poco. Ese detalle le gustó tanto que siguió aumentando el ritmo mientras me sostenía para que no perdiera el equilibrio, ya que apenas podía tenerme en pie debido a la posición en la que habíamos acabado.

Él me ayudó a levantar la pierna derecha, clavándose aún más profundo. Pensé que no sería posible, pero me demostró lo contrario junto a una sonrisa que se agrandaba conforme mis paredes lo acorralaban.

Sintiendo que estaba a punto de estallar, me besó, tragándose todos y cada uno de los lamentos cargados de placer que escaparon de mí unos instantes después.

Consciente de mi sensibilidad, terminó de dar unas últimas estocadas y se pegó a mi agitada complexión, extasiado y agotado tras esa sesión exprés de la que había encaprichado.

Hasta que no lo conseguía, no se detenía. Así era Eren y, para bien o para mal, así me había enamorado de él.

Respirando con alguna que otra dificultad, se mantuvo en mi interior. Su calidez se apoderó de mi sexo y un débil suspiro salió de mi garganta, habiendo añorado aquellos momentos de intimidad más de lo debido.

—Sayuri —me llamó, en voz baja—, ¿qué pasaría si ...? ¿Qué pasaría si te dijera que necesito más que esto?

Tardé un poco en interpretar su repentina declaración, pero la conmoción fue tal que enmudecí.

—¿Más?

Las lágrimas empezaron a molestarme.

—Sí —asintió, abrazándose a mí en silencio.

Estaba dudando. Temía que no compartiera aquello cuando, en realidad, yo había sufrido por ese jodido asunto durante meses enteros. ¿Acaso tenía él derecho a mostrarse temeroso después de haber actuado como un verdadero egoísta?

—De verdad eres ... El mayor imbécil que he conocido —aseguré, sonriendo a la nada a la misma vez que mis mejillas se mojaban.

Los espasmos del llanto llegaron a él, no obstante, permaneció inmóvil, atento al desaliento con el que estaba llorando. En su lugar, optó por afianzar el agarre, escondiéndose de mi evidente debilidad.

—Sí. Puede que lo sea —me dio la razón.

—Por supuesto que lo eres —un pesado sollozo resonó en el cuarto de baño—, pero no podría decirte que no por mucho que quisiera.

Aquella fue la primera vez que lo sentí vulnerable. Al encogerse y temblar de alivio, Eren me regaló una diminuta pista sobre su yo interior. De ese que trataba de ocultarse ante todos por miedo a no ser suficiente, por miedo a no cumplir las expectativas depositadas en su persona.

—Gracias —murmuró—. Gracias por esperar. Perdóname.

Había soportado tanto por él, por seguir a su lado incluso sin estar segura de que también lo quería así, que conocer sus deseos más ocultos actuó como una terapia de choque.

Apenas albergaba alguna esperanza ya y, de golpe, Eren lo había arreglado. Había puesto parches en mis heridas abiertas, indicándome el camino que podía seguir junto a él por fin.

—Está bien —intenté ser firme, pero mi voz temblaba más que nunca—. Para mí está bien con lo que eres. No espero nada de ti que no sea esto, Eren.

Que me quieras. Eso es suficiente.







🕊🕊🕊

En honor a Jesica. VA POR TI, AMIGA 🐷🤍

Aunque al final no salió tan +21 como había planeado, espero que haya sido de vuestro agrado 👁👅👁

Os quiere, GotMe 💜

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