|| Waver » Rin Matsuoka {1/3.5} ||
Naoki Suzumura
—¡Naoooo!
La alegría de Seijūrō era pegadiza. Le conocía desde que éramos niños y siempre se ocupó de sacarme una risa. Supuse que su estratosférica energía aquella tarde se debía a aquello. Ya habían pasado unos días desde que Rin y yo nos encontramos en los vestuarios, desde que me expuse a él a pesar de la timidez que solía ganarme la partida. Desde entonces, mi ánimo había sido prácticamente nulo. Si bien es cierto que intentaba aparentar normalidad con los chicos, con Seijūrō era diferente al resto. Su habilidad para leer el comportamiento de la gente a veces podía ser de lo más aterradora.
—¿Sí, capitán? —dije, fingiendo unas energías muy poco convincentes.
Él llegó hasta el lugar donde me encargaba de repasar los nuevos menús de entrenamiento que repartiríamos entre los novatos. Con la llegada del otoño cerca, la alimentación también cambiaría, así que me disponía a repasarla de nuevo, pero mi amigo no parecía contento con eso y volvió a interrumpir mis tareas por duodécima vez.
—¿Capitán? ¿Qué es eso de capitán, Nao? —inquirió, ofendido—. De pequeños siempre andabas por ahí diciendo "¡Sei-chan, Sei-chan!" —varios pares de ojos curiosos se giraron con disimulo al oír aquel detalle vergonzoso de la infancia que compartimos, así que le di un pequeño empujón y fruncí el ceño, molesta—. ¿Qué pasa? Podrías llamarme así, como antes. Ha sido muuuucho tiempo desde la última vez que lo dijiste, Nao.
—No lo haré —le contesté con firmeza—. Deberías volver al entrenamiento, Aoi-kun necesita que alguien le ...
—He dejado a Aoi con Rin —me comunicó, apoyándose en la pared—. Él no me necesita tanto como tú.
—Por favor —sonreí, consciente de que su objetivo era alegrarme y no tirar el anzuelo, como hacía con el noventa por ciento de las mujeres con las que establecía cualquier tipo de contacto visual—. Estoy bien, Seijū —le repetí, al igual que esa mañana, en clases—. ¿O quieres que piense que vas detrás de mí después de todos estos años?
El chapoteo del agua, a mis espaldas, me relajaba. Si trabajaba no pensaba en cosas baldías. Mis sentimientos no ganarían el pulso si yo imponía una fuerza mayor.
—¿Es un chico? ¿Alguien te ha rechazado? Dime su nombre —tomó sus manos y las hizo tronar a modo de amenaza—, le haré una visita a ese ...
—No digas tonterías —tomé un bolígrafo de mi bolsillo y traté de leer la siguiente línea—. Ni siquiera puede rechazarme ... —incluí con la boca pequeña.
Mikoshiba dio un salto, asombrado por haber acertado en cuanto al motivo de mis dolencias internas.
—¿De verdad es eso? —dijo otra vez—. ¿Mi adorable Nao-chan se ha enamorado por fin?
Exhalé un pesado suspiro.
—No hables tan alto o todos se ente ...
—¿Quién es, Nao? Vamos, dímelo —se acercó a mí, más empalagoso que nunca—. Nao .... Naooooo, dimeeee ... —agarró mis hombros y empezó a balancearme de un lado a otro, mareándome—. Nao-chan, no seas cruel conmigo. ¿Acaso no soy tu mejor amigo? Nao-chan, dímelo, vamos —siguió lloriqueando, haciéndome más débil por culpa de la ingente cantidad de apodos lindos que estaba soltando ese día—. ¿Es que no merezco saberlo? ¿De verdad? ¡Me haces daño, Nao-chan! Solo quiero que ...
Mis risas resultaron ser demasiado sonoras. Olvidaba lo adorable que podía ser Seijū y, por lo tanto, tampoco recordaba muy bien el efecto que tenían en mí sus ruegos y súplicas.
Cuando quise coserme labios, ya no había marcha atrás. Todos, en un radio de, aproximadamente, 15 metros, habían escuchado a la perfección mis carcajadas. Al menos la mitad del equipo de natación había detenido sus respectivas prácticas y tenía sus ojos clavados en mí mientras procesaba cómo era posible que su estricta manager hubiera reído de aquella forma gracias a la insistencia del capitán.
Un rojo intenso se instaló a lo largo y ancho de mi cara, razón de más para que Seijūrō retomara aquellas risotadas y se abrazara a mí con todo su ímpetu.
—Echaba de menos tus risas. ¿Tanto te costaba sacarlas, Nao? —revolvió mi pelo cariñosamente, contribuyendo a mi incapacidad de reacción—. Estoy seguro de que ese chico caería a tus pies si ...
—Deja de gritar, Seijū —me incliné, escondiendo la cabeza de las decenas de personas que tenían toda su atención puesta en mí—. Nos están mirando .... —le indiqué.
Si había algo que odiara de verdad era destacar por encima del resto. Puede que fuera un complejo que determinados acontecimientos externos me obligaron a desarrollar, pero esos indicios de pánico se sentían horribles. Aunque Mikoshiba no lo hiciera adrede, me era imposible no sufrir si ese tipo de escenarios se presentaban.
—Te dejaré sola por ahora, ¿me escuchas? —dejó de luchar contra mí y yo suspiré, aliviada de que me comprendiera—. Naoki, mírame —si pronunciaba mi nombre completo, estaba en serios problemas. Por lo tanto, me alejé poco a poco de la pared de cemento y le concedí esa petición. Seijūrō acarició mi cabeza con suaves palmadas y me mostró un gesto más severo—. No quiero que te hagan daño, da igual que sea el mejor tío del mundo. Prométeme que no se repetirá lo de aquella vez y que me dirás si ocurre algo.
Si él no hubiera estado ahí, no sé qué habría sido de mí. La mala suerte me perseguía, sí, pero el hecho de no ser capaz de expresarme con libertad también había contribuido a que jugaran conmigo. Seijū lo vivió de primera mano, así que resultaba lógico que estuviera tomando preocupaciones en esta ocasión.
No quería que se repitiera la historia y yo tampoco planeaba que sucediera.
—Te lo prometo —murmuré, apenada por haberle alarmado.
Con mi respuesta, esa gran sonrisa que le acompañaba a diario me deslumbró.
—Eso era lo que necesitaba oír —afirmó, más tranquilo—. No te molestaré más con el tema —se fue alejando, aunque sin apartar sus ojos de los míos—. Por hoy —y me tiró un torpe guiño antes de tirarse a la piscina. Reí su gracia en silencio y observé cómo sacaba la cabeza del agua, organizando a los chicos—. ¡Bien, se acabó el descanso! ¡Todos a hacer cinco series de mariposa ya!
Aquellos que todavía me observaban y susurraban cosas fuera de mi alcance no pudieron recrearse ni un segundo más, puesto que el capitán había vuelto a su rol.
El espectáculo había concluido y yo tomé esa brecha para esconderme en el despacho del entrenador. Solo me ausenté por un rato; cuando salí, todo seguía igual que siempre y no tuve que preocuparme por la miradas indiscretas. Además, puse de mi parte para que mi ánimo subiera. Después de que Seijūrō pusiera esa cara, lo mínimo que podía hacer era aparentar una recuperación, a pesar de que esta fuera transitoria.
Narrador
Los miembros del club de natación de la preparatoria Sametsuka se quedaron atónitos por las dulces risas de esa chica, también conocida como su manager. ¿Había sido ella? ¿De verdad? A algunos les pareció una ilusión y otros comenzaron a verla con otros ojos. A lo mejor no era una senpai tan antipática como creyeron.
A tan solo unos metros de distancia de los dos protagonistas, se encontraban Aoi-kun y Matsuoka-san. Ellos presenciaron la escena sin pestañear, tratando de asimilar todo lo que estaba sucediendo.
Sería importante destacar la conducta de Rin. Él, desde el primer minuto, posó su mirada en la divertida charla que estaban manteniendo sus senpais.
De alguna forma, sentía que Suzumura-senpai era diferente siempre que hablaba con Mikoshiba-senpai, así que prestó atención a los tiernos apodos que este iba diciendo constantemente. Una inexplicable sensación serpenteaba por su estómago cada vez que escuchaba aquel "Nao-chan" en boca de su capitán de equipo.
Aquellas risas y el rostro de felicidad que ella regaló a su mejor amigo bastó para que Rin tragara saliva, perplejo y completamente maravillado.
¿Su senpai podía hacer esa clase de expresiones?
—Echaba de menos tus risas. ¿Tanto te costaba sacarlas, Nao? —la grave voz de su capitán interrumpió cualquier pensamiento.
Aoi-kun, desde el agua, se aproximó a Matsuoka-san, que le esperaba sentado al borde de la piscina, anonadado.
—¿Realmente ha sido Suzumura-senpai? —dudó, emocionado por el descubrimiento.
—Eso creo ... —contestó el más mayor.
A su mente volvieron un par de recuerdos que ella lideraba. Estando solos, su senpai también había demostrado actitudes relajadas, incluyendo alguna que otra pequeña sonrisa que Rin conservaba con gran aprecio. Sin embargo, el joven estudiante de segundo no estaba muy enterado de lo que implicaba su propio comportamiento.
—Es increíble. Hasta Suzumura-senpai puede ser linda si se lo propone —añadió su compañero.
Mikoshiba se acercó a la chica, acariciando su melena castaña. La predilección que el capitán mostraba por ella no tenía parangón.
Rin se preguntó si serían algo más que amigos. Tantas confianzas podían significar mucho en una relación. Imaginando aquello, un fuerte estremecimiento apuñaló su vientre. ¿Qué le pasaba?
Muchos comenzaron a hablar de lo inusual que era aquello. Rin llegó a escuchar a alguien, no demasiado lejos, que aseguraba cuán atractiva era su manager con un gesto sosegado y alegre.
Se tensó.
—Claro que lo es —dijo a regañadientes—. Hasta un ciego lo habría visto, estúpidos ...
¿Los chicos que la habían criticado y despreciado hasta la saciedad, de repente reconocían lo innegable? Él se percató del adorable potencial de su senpai desde el primer día, el mismo día que se conocieron y ella se sonrojó por un inocente comentario.
Ese repentino malhumor le confundió, impidiendo escuchar lo que su kōhai decía.
—¿Rin-senpai? —se interpuso en su camino, reclamando la atención del pelirrojo—. ¿Dijiste algo?
Rin chasqueó la lengua y se tiró a la balsa de agua cristalina, notando cómo sus músculos exigían movimiento.
—No, nada —farfulló, observando al capitán dar nuevas instrucciones.
—¿En serio? —insistió el pequeño—. ¿Entonces no piensas que Suzumura-senpai se veía bonita? ¿No es el tipo de chica que te gusta?
Matsuoka desvió la mirada, ligeramente irritado por las suposiciones de Aoi-kun, pues quedaban bastante lejos de la realidad.
—Tsk, yo no he dicho eso —replicó, enfurruñado.
Aoi, interesado por la respuesta de su admirable senpai, se aproximó a él, molestándole.
—¿Eeeeh? ¿Qué quieres decir, senpai? —los ojos del novato centellearon, infinitamente emocionado por poder compartir esa informal charla con su adorado superior.
—Nada. Nada en absoluto, Aoi —zanjó Rin, cambiándose de carril para que el rubor en sus pómulos no lo delatase—. Vamos, estilo mariposa, ¿no has oído al capitán?
Pero no estaba siendo sincero y, en el fondo, Rin lo sabía.
Esa misma noche, cuando el entrenamiento llegó a su fin y los jóvenes nadadores se duchaban, Rin Matsuoka perdió la noción del tiempo. Cuando quiso preguntar a sus compañeros por la hora, descubrió que estaba solo en las duchas. Los demás una se habían ido y él era el último allí.
Un poco consternado, recogió sus enseres y se acercó a los vestuarios para cambiarse de ropa. Por el camino, se percató de que las luces del despacho del entrenador estaban aún encendidas. La idea de que la manager de su equipo anduviese por el recinto no era descabellada, así que se dio prisa en tomar sus prendas. Un insensato picor se apoderó de él de tal manera que ni siquiera pudo esperar a vestirse de pies a cabeza; estrujando su camiseta de tirantes, atravesó el oscuro corredor. Frente a la puerta del despacho, se pasó la tela negra por el cuello, completando por fin su vestimenta.
Rin no lo reconocía, pero había ansiado pasar un rato a solas con ella. Desde aquel abrazo, apenas intercambiaron algún que otro saludo y el chico se negaba a que esa esporádica relación desapareciera como si nunca hubiera existido.
Empujó con suavidad la puerta, temiendo ser una molestia.
—¿Senpai?
La voz del joven alarmó a Naoki Suzumura, que se encontraba demasiado absorta en la lectura de unos documentos.
—¿Matsuoka? —se puso en pie, en extrema desconcertada por su aparición—. ¿Qué haces aquí? Es muy tarde.
Rin entró al cuarto.
—Vi las luces y me imaginé que no te habías marchado —comentó, acercándose al mueble donde la chica se disponía a recoger los papeles que había estado ojeando hasta esas horas—. Es noche cerrada y pensé que podríamos ... Volver juntos a los dormitorios —propuso, aunque simplemente dijo lo primero que se le pasó por la cabeza—. Los edificios están cerca, ¿no?
Naoki se mantuvo callada durante unos instantes, procesando la repentina invitación de su kōhai. ¿Qué estaba ocurriendo?
—Yo ... Sí, me parece bien —sus ojos chocaron y ella no logró sostener aquella unión—. ¿Te importaría llevarle estos informes al capitán Mikoshiba? El entrenador se lo encargó ayer y no los ha revisado esta tarde ...
—¿Por eso estás haciéndolo tú, senpai? —se inmiscuyó, dando en el clavo.
La mayor asintió, guardando dicha documentación en una carpeta de color granate.
—Suele pasar —dijo, indiferente—. Yo me ocupo del papeleo molesto y así también puedo quedarme en el despacho a estudiar. Es mucho mejor que hacerlo en mi habitación —Naoki se detuvo, lamentando haber dicho eso—. No me importa hacerlo —le explicó, revelando una delgada sonrisa.
Rin aguardó en el centro de la habitación, siguiendo el movimiento de sus manos por el escritorio.
Había algo que le incomodó durante toda la tarde. Esa amistad entre el capitán y su manager ... ¿Realmente no escondía nada más?
Apretó la mandíbula. ¿Por qué le interesaba saber más de esa relación? No era de su incumbencia, sin embargo, aquella información podía aplacar el nerviosismo que le había perseguido desde que las risas de su senpai se esparcieron por el pabellón.
Suzumura le tendió la carpeta y él la cogió, dubitativo.
—¿Hace mucho que conoces al capitán, senpai?
—¿Mucho? —ahí estaba de nuevo, una gran sonrisa como la que mostró horas atrás—. Nuestras familias se conocen desde antes de que nacieramos. No tengo ningún recuerdo de cuando era niña en el que Seijūrou no esté.
Ella agarró su bolso. Mientras, Matsuoka-san la observaba, preguntándose cómo era Naoki-san con sus amigos, cómo habría sido su infancia. ¿Fue una niña feliz? ¿Atesoraba todos esos momentos que compartió con el capitán Mikoshiba?
Sostuvo el objeto entre sus dedos y dijo lo que estaba sintiendo, sin tapujos ni medias tintas.
—Mikoshiba-senpai es afortunado.
La chica, sin comprender, rodeó el enorme mueble y se acercó al lugar donde él la esperaba.
—¿Por qué dices eso? —lanzó la pregunta.
Rin relamió sus labios y se dio la vuelta, abriendo la puerta para que pudiesen salir del recinto cuanto antes. De tal forma, la oscuridad de la zona le ayudaría y la rojez en su rostro no destacaría a la vista de Suzumura-san.
—Porque te conoce mejor que nadie —contestó, cabizbajo.
Naoki interpretó aquella respuesta como un halago, pero no pensó en nada más allá de un simple comentario, inocente y descuidado.
—No hay nada de especial en conocerme —atravesó el umbral del despacho, dejando a un lado a Matsouka-san—. Créeme, la mayoría de gente que lo intenta se aburre y prefiere ...
La mano derecha del chico buscó la forma de detenerla y lo único que pudo hacer fue tomar un trozo de la tela de su chaqueta. Esto produjo el efecto más previsible, pues su senpai quedó estática, incapaz de mover un simple dedo o de girarse siquiera para averiguar por qué estaba actuando de esa manera.
—¿Puedo ...? —su boca se secó y carraspeó—. ¿Puede decirte Nao-senpai? —al no obtener una contestación, soltó su chaqueta y trató de excusarse—. Me refiero a que ...
Confundida y esperanzada, entendió que él estaba intentando entablar una relación más estrecha que la ya mantenían. La iniciativa del chico podía guardar miles de razones que ella no podría descubrir, así que simplemente dijo lo que su corazón gritaba en aquel exacto momento.
—Solo si yo puedo llamarte por tu nombre —indicó, luchando contra la oleada de calor que tenía su cara.
Él relajó los hombros, aliviado, y una tenue sonrisa se tejió en sus comisuras. Fue un verdadero desperdicio que su senpai siguier d espaldas.
—Pensaba pedírtelo igualmente, pero habría sido demasiado egoísta —le reconoció, también con la tez enrojecida.
¿Cuántas cosas habría dado al diablo con tal de pode echar un vistazo atrás? ¿Cúantas? Pero sus piernas no reaccionaban a los mandados de la dueña, por lo que solo le restó añadir una frase final.
—Puedes ser egoísta conmigo, Rin.
Naoki aclaró su garganta y echó a andar. Le habría concedido cualquier locura; su amor crecía tan rápido que oponerse a sus deseos no era viable.
Su pulso se había vuelto loco después de aquello, sí, aunque el del joven parecía haber cobrado vida propia.
Suzumura ya había utilizado su nombre, en contadas ocasiones. ¿Qué había cambiado para que, de pronto, sonase tan bien en los labios de su manager?
Rin apagó los focos del despacho y siguió las nerviosas pisadas de Nao. Debían regresar a sus dormitorios antes de que el toque de queda les buscase nuevos problemas.
🌊🌊🌊
Naoki Suzumura
—¿Por qué diría algo así?
A través de la ventana del corredor se podían ver las primeras hojas caer de los vigorosos árboles. El otoño ya había llegado a Japón y, con él, pronto bajarían las temperaturas. No obstante, mis pensamientos no hacían más que aumentar y aumentar, consiguiendo que un leve dolor de cabeza me persiguiera desde esa mañana.
—No lo sé, Nao —me contestó un resignado Seijū—. Llevas días preguntando cosas que no entiendo, ¿sabes? Y ya ni hablemos de ese chico sin nombre que te está volviendo majareta —movió un poco la máquina de refrescos, sin lograr que la lata cayera.
—Sí ... —coloqué mi dedo índice sobre el cristal—. Acabará volviéndome loca —suspirando, apoyé mi frente sobre la fría superficie.
Los dormitorios de las chicas estaban en calma a esa hora de la tarde y me alegraba. Casi todas las residentes andaban por los alrededores de la escuela, disfrutando de las pocas tardes que quedaban para la temporada de lluvias. Otras tantas se encontraban en sus clubes, ocupadas con los preparativos del Festival de otoño. Por eso había elegido aquel momento del día; habría menos miradas curiosas.
—Bueno, si me dijeras al menos cómo se llama, podría aconsejarte —insistió él—. ¿Lo conozco? ¿Es del equipo?
Seijūrō sabía la respuesta a esas preguntas. Mi silencio era suficiente. Sin embargo, continuaba esperando a que yo misma le contara algo más.
—Nada bueno saldrá de esto, Seijū —me lamenté.
—¿Tan complicado es?
Mi amigo abrió su refresco, desesperado por los miles de rodeos que seguía dando sobre ese maldito tema.
—Él no me mira como yo lo hago —apunté, recordando la última conversación que compartimos y todos los enigmas que se me plantearon a partir de entonces—. ¿No crees que solo eso ya es complicado?
—¿Y qué criterio sigues para estar segura? —se posicionó a mi izquierda, dando un trago a la gaseosa.
Visualicé a un par de chicos de primero que charlaban animadamente en su día libre.
—Sus ojos —me humedecí los labios— solo brillan cuando nada. Apostaría cualquier cosa a que ese es el único amor que conoce.
—Nadar, ¿eh? Gracias por confirmar mis sospechas, Nao —comentó con cierta burla.
Descansé los párpados. Buscar en mi memoria no servía en absoluto. No conseguía extraer ni el más mínimo detalle de nuestro encuentro la semana anterior, en el despacho del entrenador.
¿Y si Rin solo quería ser amable conmigo? ¿Y si creía que me debía algo después del apoyo que le ofrecí y que le seguía proporcionando? Agh, no podría saberlo si esperaba y esperaba indefinidamente. Pero, ¿qué ganaría confesándome? Solo sería incómodo para los dos. Todavía teníamos por delante medio año y después ... Después cada uno seguiría caminos distintos.
Puede que, antes de irme de Samezuka, y solo entonces, me sincere con él.
Sí, puede.
—No indagues más —me opuse a su gran curiosidad—. Si supieras quién es, intentarías cambiar algo. Sé cómo eres —le eché una mirada—. Es asunto mío, ¿de acuerdo?
—Pero, Nao ...
—Seijūrō —él se irguió, sintiéndose amenazado ante mi tono—, por favor.
Me sentía impotente y una cobarde en toda regla, por supuesto. También aceptaba la voluntad de Mikoshiba porque su único objetivo era poder ayudarme a ser feliz y disfrutar del poco tiempo que quedaba como estudiante de preparatoria. Estaba agradecida con mi mejor amigo, solo que ... Ese problema solo era mío. Yo me enamoré de él a sabiendas de que nunca recibiría lo mismo por su parte.
Con algo de suerte, podría superarlo antes de marcharme a la universidad. Debía trabajar en ello y en ...
—¡Matsuoka! ¡Estamos aquí! —gritó mi mejor amigo.
La sorpresa fue tan grande que no pude contener la ansiedad y me golpeé contra la dura cristalera, entrando en pánico.
¿Él traería los carteles? ¿En serio? Esto se asemejaba cada vez más a una broma pesada de alguien que solo deseaba verme sufrir.
Seijūrō puso una mano sobre mi hombro, riendo abiertamente. Yo, a su vez, palpé mi frente en busca de alguna herida mayor, aunque ya empezaba a irritarse y a arder.
Mis dientes chirriaron y así evité maldecir.
Venga ya ...
¿Cuántos años de desgracias había ganado desde que vine al mundo? ¿Qué daño había causado para obtener un resultado tan derrotista?
—¿Senpai? ¿Estás bien? Eso sonó bastante mal —su voz pellizcó mi alma al segundo y supe que el rubor ya estaba ascendiendo por mi cuello.
Sin alzar la barbilla, cubrí la zona golpeada y me giré, distinguiendo su figura.
—No ha sido para tanto, descuida ...
—Capitán, habla demasiado alto —bromeó Rin, arrancando nuevas risas a Seijūrō—. Estos son lo carteles que decía, ¿no? —él los agarró, dispuesto a comprobar que no se había equivocado de papeles—. Senpai, ¿de verdad estás bien? Déjame echarle un vistazo ...
Y, antes siquiera de poder apartarme, él ya había tomado mi brazo. Alejó mi mano de la zona, destapando también mi ruborizado semblante. Era tan tentador que mis pupilas viajaron solas hasta su gesto, hallando su faz, sería y abstraída.
Oh, no ...
—Está sangrando un poco, senpai —declaró, frunciendo de una forma muy adorable el ceño—. Debería verlo la enfermera —la hinchazón comenzaba a ser más y más notable, pero yo no gemí a causa de la molestia, sino por la sensación de sus dedos sobre la herida—. ¿Te duele?
—¿Eh? —sus orbes rojos aguardaban una respuesta que mi persona no supo darle en un primer momento—. ¿Doler? No, claro que no. Ni siquiera sangra ...
Rin sonrió, divirtiéndose a costa de mi torpeza.
Por su parte, él decidió romper el contacto entre su piel y la mía con el propósito de mostrarme unas diminutas gotas de sangre coloreando sus yemas.
—¿Ves? No es mucho, pero sangras, senpai —tragué saliva, obnubilada con su resplandeciente mirada—. ¿El golpe te ha dejado conmocionada? Pareces ...
¿Estúpida? Sí, probablemente.
Todo ese revuelo me hizo olvidar que no sólo estábamos allí Rin y yo, por lo tanto, cuando escuché el balbuceo de Seijūrō, el terror causó un impacto incluso peor que aquel que ya adormecía mi cabeza.
Él nos miraba, más atento que nunca. Sus labios se fueron separando poco a poco, al tiempo que su vista se afilaba, encajando las piezas de un rompecabezas que, de pronto, resultaba ser mil veces más sencillo que ningún otro.
—No me jodas, Naoki ...
Sus palabras desorientaron a Rin, que creyó que iban dirigidas a mi agraciada contusión. Solo yo me di cuenta de lo que quería decir con esa línea.
Ojiplática, lamenté que sus neuronas hubiesen funcionado justo en aquel instante y pedí, de todo corazón, que el suelo se abriera en dos para desaparecer de aquella embarazosa escena.
Traté de pensar en una vía de escape, algo que evitase que Seijū metiera la pata frente al menos indicado, y terminé agarrando su brazo. Ambos se sorprendieron de mi repentina energía, pues mis movimientos habían sido bastante tardíos en el corto período de tiempo que Matsuoka llevaba con nosotros.
—¿No has oído a Rin? —le acusé, rozando la desesperación plena—. Deberías ... Deberías ir a por un botiquín. Estoy sangrando. Tu mejor amiga, tu manager está sangrando y podría empeorar si no se limpia ahora, Seijū —apelé al drama en toda su esencia.
Lo empujé, incapaz de medir lo que estaba diciendo.
Él me regaló una mueca impulsada por la sorna que tanto lo caracterizaba. Realmente no habría caído en quién era ese chico si ... Si Rin no hubiera aparecido de la nada, conmocionándome con aquella intensidad.
—¿Rin? Incluso lo llamas por su ... —señaló en voz alta, sintiéndose el mejor detective del país—. Nao, tú ... Tú necesitas algo más que un botiquín ahora mismo —concluyó, derrochando ironía por doquier.
Pero no añadió nada de lo que estaba pensando y siguió su camino a lo largo del pasillo principal.
—¿Algo más? ¿A qué se refiere, capitán? —vociferó al tercero en discordia, claramente perturbado.
Mikoshiba levantó la mano, sin abandonar su visita a la enfermería del edificio.
—Cuida de ella, Rin —le encargó, yendo más allá—. Te lo encargo.
¿Estaba dando su visto bueno? Ese idiota de Seijūrō ... ¿Pretendía avergonzarse más? ¿Era eso posible después de haber hecho el mayor ridículo frente al chico que ocupaba mi mente las veinticuatro horas del día?
Agobiada por no haber logrado que su indetidad siguiera siendo desconocida para mi amigo, acabé agachándome y ocultando mi inoportuno sonrojo de un Rin demasiado desconcertado como para comprender algo de lo que había pasado.
—¿Senpai? —me llamó, evaluando la situación—. ¿Nao-senpai, estás mareada? ¿Necesitas que te lleve a ...?
—No, nada de eso ... Estoy bien, de verdad.
Si me tocas otra vez, puede que me desmaye. Tengo razones más que suficientes, Rin.
Al cabo de un rato, Seijū regresó con una pequeña caja rojiza en sus manos. La enfermera estaba ocupada con alguien, así que, tras explicarle que solo necesitaba unos pocos utensilios para limpiar una herida menor, le ofreció un botiquín cualquiera.
—Bien, quédate aquí sentadita y yo pegaré los carteles en los tres pisos, ¿vale? —ojeó los papeles.
—¿No la curará usted, capitán?—preguntó Rin.
—El herido sería yo si hiciera eso, Rin —se burló, alejándose de nosotros para cumplir con mi trabajo—. Creo que tú tendrás más paciencia con ella.
Dicho eso, entró en el salón común.
¿Ese era su maravilloso plan? ¿Dejarnos a solas?
Cansada de aquella ida y venida de emociones, me senté en el banco de madera más cercano y abrí la caja. Agarré el algodón y el bote de desinfectante, cabizbaja, pero no pude mirarle a la cara cuando tomó asiento, poniendo las piernas a ambos lados de la banqueta.
—¿Piensas hacerlo sola, senpai?
Destapé el recipiente y se lo ofrecí.
—Lo haría si pudiera —mascullé, resignada—. Gracias.
—No las des.
Y me obligó a levantar el rostro para tener una mejor visión del golpe.
Resultó gracioso que, mirarlo a los ojos unos minutos atrás me supusiera tal trastorno, puesto que, en esos precisos instantes, con él analizando aún más mi débil sangrado, debería tener mayores repercusiones en mi estado y ocurría casi lo contrario.
Tener a Rin allí era un fuerte motivo para que comenzara a temblar, pero su mirada de concentración apaciguó mis fuegos internos. No siempre podía permitirme el lujo de observarlo con apenas unos centímetros de separación mientras sus dedos sostenían mi mejilla.
—Mikoshiba no tenía por qué pedirte este favor —me atreví a decir—. Hoy hay descanso en el club y pegar carteles no es muy divertido que digamos.
Retiró la escasa secreción del corte, realmente concentrado en su tarea.
—No importa —le restó importancia—. ¿Qué anuncio es?
Su interrogante me descompuso, pero no dejé que se me notase en el gesto. ¿Había venido a ayudar sin tener ni una ligera idea de lo que nos proponíamos sus mayores?
Me concentré en el cuello de su camiseta de tirantes negra, que apenas veía la luz por la chaqueta oscura que llevaba encima.
—La nueva manager —le contesté, deteniendo su cura—. Las prácticas empiezan la semana que viene, después del festival, y queríamos pegar los carteles hoy para que haya más candidatas a ...
—¿Nueva manager? ¿Por qué buscáis una ...? —me interrumpió.
Sus iris cambiaron de color, oscureciéndose ante la mala noticia. Yo, por mi lado, solo pude malograr una agradecida sonrisa. Suponía que Rin no había pensado más que en su futuro, así que su atribulada imagen entraba en mis expectativas.
—Soy de tecero, Rin —le recordé, tomando una bandita curativa del botiquín. Se la tendí—. En unos meses me iré de Samezuka y tengo que dejar mi lugar a otra chica. Es lógico.
Lentamente, cogió la tirita.
La seriedad en su rostro me indicó que no era lo que quería. De algún modo, su tierno mohín aligeró el pesar con el que cargaba esos días. Incluso si no me correspondía, saber que me valoraba como su superior era más de lo que podía pedir.
—No lo había pensado —murmuró.
—Ya veo —sentí sus dedos de nuevo en mi pómulo, que le servía de punto de apoyo para tapar mi herida—. Aunque es algo que debes tener en cuenta. Quién sabe; puede que tú seas el próximo capitán. Tendrás que llevarte bien con quien ocupe mi ...
—Solo quiero a una manager, senpai —su voz resonó grave y profunda.
Puede que nunca le hubiera visto hablar con tal solemnidad y reconocerlo removió mis entrañas de una forma inolvidable.
Aquella frase sería lo más similar a una confesión que oiría de él, sí. Sin embargo, me hacía feliz. Me hacía mil veces más feliz.
—Todo lo bueno acaba —añadí, sonrojada—. A mí tampoco me apetece que una desconocida se encargue de mi trabajo. Podría ser mejor que yo y así sería más sencillo que os olvidaseis de vuestra aburrida senpai, ¿no crees?
—No digas tonterías —el calor subió a su rostro, poco acostumbrado a abrirse con los demás—. No seré capitán, pero me aseguraré de que todos te recuerden, Nao-senpai.
Por pequeños detalles como ese llegaba a enamorarme más y más de él. Me alegraba que fuera él, que la persona que me había ayudado a conocer ese sentimiento fuese Rin.
Alejó sus manos de mí, dando por finalizada la pequeña curación.
A pesar de que su altura me complicaba las cosas, logré alzar mi brazo lo necesario y acariciar su cabello. El color anaranjado de la tarde hacía que sus hebras adquirieran una tonalidad más rojiza que de costumbre.
Me recreé en aquella inesperada caricia, sin separar los labios. Debía atesorar todos los momentos que pasara con él aunque un pequeño pinchazo se clavara en mi pecho mientras admiraba al chico que tenía delante.
—Has crecido, Rin —él rechazaba mi mirada, avergonzado—. Ahora que me fijo, también te has vuelto más apacible. Diría que rozas lo adorable. De aquí a un tiempo, podrías competir con Aoi-kun.
Con esa broma, aparté de mis dedos de su cabello y, al segundo, comencé a extrañar la suave sensación de sus mechones escurriéndose entre mis dígitos.
Él se encogió, afectado por mis palabras.
—Tsk, no es como si quisiera ser así —se quejó, contribuyendo a que sus niveles de ternura se dispararan en todas direcciones.
—Ahí está tu terquedad —me reí, perdiendo la compostura. Rin analizó mis carcajadas atentamente y yo comprendí que estaba corriendo el grave peligro de ser yo misma—. Bueno, deberíamos ayudar al capitán antes de que coloque los carteles al revés o ... —me levanté, tirando por la borda el control de mi nerviosismo.
—Senpai, tú eres mucho más adorable.
Pasó frente a mí, ignorando el sonrojo que me había provocado, y siguió el camino que Mikoshiba trazó en primer lugar.
¿Y ahora? ¿Qué hago con esto, Rin? No es justo tener que cargar sola con un amor que no llegará a nada, maldita sea ... No puedes ... No puedes ir por ahí diciendo que te parezco linda cuando yo no soy capaz de olvidar ni una sola palabra tuya.
Me tomé unos segundos para que mi corazón recuperara la compostura y me forcé a ir con ellos. No era mi intención crear una burbuja de incomodidad entre los tres, así que, tan pronto como llegué al salón, me comporté con normalidad.
—Ningún problema, manager Suzumura —dijo Mikoshiba, orgulloso de la rectitud con la que había pegado los folios en el tablón de anuncios.
—Senpai estaba preocupada de que hubiera hecho un desastre, capitán —me expuso en tono alegre.
Eché una ojeada a su trabajo y no pude sacar pega alguna. Si se lo proponía, podía hacer las cosas bien y a la primera. Parecía estar pidiendo a gritos que acariciara su cabeza a modo de premio.
—También has elegido un buen sitio en el tablón. ¿Quién eres y qué has hecho con el Seijū que conozco? —me burlé, ocultando la sonrisa.
—Agh, ¿ni siquiera reconocerás mi esfuerzo? —dramatizó.
Viendo aquel pedazo de papel, comencé a sentir algo de ansiedad. Cada vez quedaba menos para iniciar mi vida adulta y no me sentía preparada. Dejar el equipo de natación, separarme de mi mejor amigo después de casi dieciocho años juntos ... No estaba segura de cómo acabaría. Si salía de mi zona de confort y me encontraba sola en un lugar tan alejado de casa, ¿realmente podría empezar con buen pie? Mis mayores miedos tendrían el paisaje despejado, por eso debía armarme de valor. Era mi futuro de lo que estábamos hablando; no iba a flaquear. No podía hacerlo.
—¡Ah, es Mikoshiba-senpai! ¡Senpai! —una voz de lo más aguda nos desconcertó—. ¿Qué haces aquí?
Nos giramos, buscando a la chica que chillaba con esos ánimos. Un grupo de tres estudiantes se acercaba, ilusionadas por descubrir que el capitán del famoso equipo de natación de la escuela estaba haciéndoles una visita.
Seijūrō, como era habitual en él, no dudó en sacar a relucir su faceta de galán. Siempre que hubiera mujeres de por medio, él se mostraría de lo más contento.
—¿Cómo estáis, chicas? Hacía días que no te veía, Izumi-chan —dijo, encantado de recibir atención.
Yo aparté la mirada, incómoda ante la presencia de chicas que no conocía de nada.
Mis relaciones con compañeras de clase eran prácticamente nulas, pero recordaba las caras y algunos nombres, por lo tanto, concluí que no me había cruzado nunca con esas chicas. Era muy probable que fueran más pequeñas que yo, así que me mantuve en silencio.
—He estado ocupada con el club de arte desde que volvimos de vacaciones —explicó, poniendo ojos de cachorro malherido—. Podrías habernos visitado, senpai.
—Bueno, nosotros también hemos estado un poco liados con los entrenamientos —quiso excusarse Mikoshiba.
¿Era impresión mía o Seijū no estaba muy acaramelado con esa chica? Por el vistazo que había echado cando llegaron, entraba en el prototipo de mujer que mi mejor amigo solía perseguir. Puede que solo fuera una sensación, pero no estaba muy emocionado de toparse con aquel grupito.
—Rin-san, ¿tú también has venido? Nunca te había visto por nuestros dormitorios —dirigió la conversación a Rin, que permanecía en silencio.
¿Rin-san? ¿Rin conocía a esa chica? En realidad, no era de extrañar, pues mucha gente de otros cursos sabía que el nuevo estudiante, llegado de Australia, había batido varios récords en el equipo de natación. Su recorrido había sido bastante sonado por la preparatoria. No obstante, la forma en que ella le miraba, dejaba caer que había intereses personales detrás de aquellas insípidas palabras.
—Sí, estamos aquí por el club —aclaró, algo seco.
Incluso si ya habían hablado en otras ocasiones, Matsuoka no era como nuestro capitán y su contestación ofendió claramente a la chica. No estaba acostumbrada a que los hombres la tratasen como a una persona normal, o al menos eso sentí observando su mueca.
—¿De verdad? ¿Y por qué? ¿Aceptaréis a chicas a partir de ahora, es eso? —bromeó y las dos chicas que la acompañaban emitieron unas cuantas carcajadas.
—Ojalá, pero no es nada parecido —se lamentó Seijū—. Nuestra manager también es de tercero, así que estábamos dejando algunos carteles informativos para que chicas tan bonitas como vosotras sepan que pueden apuntarse para el puesto.
—¿Es así? —preguntó, visiblemente emocionada tras conocer el motivo de su presencia. Entonces y solo entonces, ladeó la cabeza y posó sus ojos en mi persona—. ¿Eres tú la manager actual, senpai?
Forzada a sonreír, asentí. No me agradaban las chicas como ella; te miraba por encima del hombro con unos aires de superioridad que reconocería en cualquier parte después de haber pasado incontables malos ratos gracias a comportamientos tan superfluos.
—Sí —añadí—. ¿Alguna de vosotras estaría interesada? El período de prueba comenzará la semana que viene.
Mi alto grado de simpatía bastó para que no dejaran de hablarme, pero tampoco fueron muy útiles, pues su gesto de rechazo creció más.
—¿La semana que viene? Puede que me apunte, senpai —comentó, volviendo la mirada al capitán—. ¿Tendría que ir a dar mis datos?
—Eso creo —contestó él—, pero estás en el club de arte, Izumi-chan. ¿No sería un problema que ...?
—Oh, no te preocupes por eso. Pensaba dejarlo pronto, no fue lo que esperaba y andaba algo desmotivada —hizo un puchero muy artificial—. Puede que esta sea una buena oportunidad para probar cosas nuevas y estar más tiempo contigo, senpai —dijo ella sonriendo de oreja a oreja.
Oh, no. Es esa clase de chica, ¿verdad? Esas que no se toman nada enserio y que aprovechan la situación simplemente porque hay una ingente cantidad de cuerpos masculinos medio desnudos que contemplar a diario. Genial.
Tratar con alguien así sería mi peor pesadilla, desde luego. Por eso mismo, me propuse poner papeles por toda la escuela si hacía falta; una chica así no haría un buen trabajo. Si bien odiaba juzgar a alguien por su apariencia, aquella niña me lo estaba poniendo en bandeja. Su personalidad, por arrogante que fuera, me daba igual. El problema estaba en su falta de dedicación y en la facilidad con la que había despreciado a su propio club con tal de halagar al capitán de nuestro equipo.
Supuse que Seijūrō también había notado su actitud. Si no pretendía comprometerse con su trabajo, ni siquiera Mikoshiba la favorecería. Había algo más importantes que las mujeres para mi mejor amigo y eso era la estabilidad del equipo a pesar de su marcha próxima. No pensaba dejar en manos de cualquiera el hogar que tanto apreciaba.
—Es algo que deberías pensar más, Emiya-san —intervino Rin, sorprendiéndonos a todos—. Ser manager de nuestro equipo no es sencillo.
La cara de aquella chica era un verdadero poema, pero no dejó que su adorada imagen se viera afectada y recuperó aquella sonrisa que destilaba falsedad.
—Si me conocieras más, sabrías que soy muy seria en lo que hago, Rin-san. Siempre consigo lo que quiero y, por el momento, nadie ha tenido queja de mi desempeño.
Rin también había marcado una línea entre ambos, admitiendo su rechazo por la repentina candidata. No estaba segura de cómo tomarme su posicionamiento, ya que la joven insistía y ninguno allí podía denegar su postulado. De todos modos, agradecí internamente que Rin entendiese la importancia del manager. No era un trabajo que pudiese llevar a cabo todo el mundo.
—Me alegra oír eso —respondió nuestro compañero a regañadientes.
El ambiente se enfrió de golpe y todos nos percatamos de que la situación empeoraría, así que Mikoshiba tomó la iniciativa y se despidió de aquellas chicas amablemente. Teníamos aún muchos carteles que repartir y la tarde se acabaría en menos de un abrir y cerrar de ojos. Ellas lo entendieron y dijeron adiós con mucha suavidad, pero no cabía duda de que un fuego se había encendido y que sería difícil apagarlo sin que nadie saliera herido.
Tan pronto como desaparecieron, solté un suspiro que los dos escucharon a la perfección.
—Nao ... —bisbeó Seijū.
—Solo tenemos que llenar la escuela de papeles —intenté aparentar cierto positivismo—. Además, que sea prepotente no significa que tenga en mal fondo, ¿verdad?
Mikoshiba intentó sonreír, en desacuerdo con mi suposición.
—Emiya-san va a mi clase —nos comunicó Rin, poco convencido— y no me gustaría tener que soportarla más horas al día, senpai.
—Qué bien ... —mordí mi labio inferior, sopesando que la mayoría de chicas que quisiesen entrar al club serían bastante similares a esa tal Izumi-chan—. Siempre podría repetir un año y esperar a que un ángel cayera del cielo.
Mi angustia causó una hilera de risas en Seijūrō, que animó mi pesado espíritu y ayudó a que Rin sonriera por un instante.
¿No existía una chica que encajase con el perfil que estaba buscando?
🌊🌊🌊
EL día del festival de otoño de nuestra preparatoria había llegado después de una semana repleta de múltiples preparaciones y de organizarlo todo para que las cosas marchasen adecuadamente. Aunque el asunto de la nueva manager me tenía algo despistada, intenté ser la más eficiente con el objetivo de que los demás pudieran disfrutar lo máximo posible de aquella jornada de descanso.
—Bienvenidas —saludé a las nuevas visitantes—. Tomad asiento —les tendí un menú a ambas chicas y ellas asintieron.
Se adentraron en el aula, murmurando acerca d las vestimentas que los chicos del club de natación estaban obligados a llevar durante el festival de otoño. Todos los de primer y segundo curso tenían que vestirse de maids y servir a los clientes con una gran sonrisa.
Por suerte, yo ya pasé por ese duro momento y ese año me tocaba vestir de mayordomo. Los de tercero podíamos elegir la vestimenta que quisiéranos y era un alivio tremendo en mi caso. Incluso siendo la única chica del equipo, agradecía poder vestirme como más cómoda me sentía. Cuando fue mi turno, doce meses atrás, lo pasé bastante mal; demasiado pares de ojos observándome como si fuera una persona distinta.
¿Tanto importaba vestirse de determinada manera? ¿Parecer más femenina? ¿Era eso?
Tomé unos cuántos menús más de la improvisada recepción y me olvidé de aquella mala sensación. Ya no tenía que soportarlo.
—¿Nao-senpai?
Seguía sin acostumbrarme a que alguien más fuera de mi familia o Seijū me llamase así. Un suave escalofrío me recorrió el cuerpo, pero tan pronto como vi allí a Rin, todo ello fue remplazado por el inconmensurable cariño que le tenía.
—¿Pasa algo, Rin? —aclaré mi voz, intentando recuperar mi comportamiento habitual.
Él ladeó la cabeza, revelando su sonrojo.
—Tengo un problema con el vestido —me comunicó.
Sostenía algo a sus espaldas, por lo que supuse que necesitaríamos ir a la cocina, que quedaba al fondo de la clase, para arreglar el inconveniente.
Tras dejar a cargo de la entrada a otro de mis compañeros de tercero, me marché junto con Matsuoka hacia las bambalinas que separaban las mesas que habíamos preparado para los visitantes de los fogones donde los más mayores preparaban los distintos platos de comida. Al llegar a dicho lugar, algo más tranquilo, Rin se dio la vuelta y me mostró su ancha espalda. Un par de botones se habían desabrochado y me imaginé que había sido por la anchura de torso. Aquellos trajes no estaban hechos para cuerpos como el suyo, era de esperar que algo como eso pudiera ocurrir.
—Mi turno aún no ha acabado y ninguno quiere ayudarme a arreglarlo. Es demasiado gracioso para ellos—dijo, molesto por la poca solidaridad de sus amigos.
Junto a una pequeña sonrisa que él no descubrió, me acerqué y analicé el tejido, comprobando que no hubiera ningún rasgado.
—No te preocupes, parece que solo han sido los botones —tomé la tela—. Aguanta la respiración y no te muevas, ¿de acuerdo?
Rin asintió, dispuesto a seguir mis órdenes. Cuando escuché cómo recogía una buena bocanada de aire, me apresuré a agarrar el primero de los botones que se habían soltado y traté de colarlo por su ranura correspondiente. Lo logré al cabo de unos segundos forcejeando con el accesorio. Rin notó la presión nuevamente y volvió a respirar con normalidad.
—Gracias, senpai —soltó mientras yo terminaba de encajar el resto de botones—. No soporto estos vestidos. Son realmente incómodos ... —se lamentó.
—Lo sé —secundé su afirmación, concentrada en mi tarea—. No volvería a ponerme uno por nada del mundo —reconocí.
Rin se mantuvo callado un corto período de tiempo, como si estuviera pensando en algo muy importante.
—¿Por qué no? —inquirió, sorprendiéndome—. Me habría gustado verte, senpai —se percató de lo atrevido de sus palabras y trató de arreglarlo de algún modo sin levantar más mis alarmas—. Quiero decir ... Eres la única chica del club. Solo tú podrías lucirlo correctamente.
Tragué saliva.
¿Por qué me había puesto nerviosa de repente? Sabía que la insinuación de Rin no conllevaba segundas intenciones, entonces, ¿por qué demonios había acelerado mi corazón una frase tan inocente? Lo más seguro es que todos allí pensasen igual que él, era lógico, pero la idea de que me viera vestida con uno de esos trajes logró que todo en mi interior se revolucionara. No me favorecía, en absoluto. Tampoco era una chica que supiera llevar atuendos de ese tipo, así que quise creer que solo lo decía por cura cortesía.
En mitad de aquel momento de inseguridad, la punta de mis dedos rozó su columna. Fue un simple despiste, pero ambos lo sentimos y fuimos conscientes de ello más de lo debido.
—No ... No tengo un buen recuerdo de los últimos años —le confesé, avergonzada—. Confía en mí; no fue nada memorable. Es mejor que me vista así —sostuve la última pieza, completando la fila. Aquellos recuerdos estaban enterrados y no los recuperaría, daba igual la razón—. Además, es más divertido de esta forma. En realidad, pienso que resalta tu figura, Rin —ese comentario ocultaba un amargo sabor que no estaba dispuesta a desvelarle.
Mi tonta broma aligeró un poco la tensión que se había creado, no obstante, un pequeño detalle en la tela del traje de maid capturó mi atención de repente. Fue solo un segundo, pero bastó para recordar ciertos acontecimientos que había procurado olvidar por mi bienestar mental.
—Me lo quitaré en cuanto tenga el descanso —farfulló, en total desacuerdo.
Alcé la barbilla, chocando con su rostro.
Forcé a mi cuerpo y emití una débil carcajada. Él se dio cuenta de que algo me había dejado traspuesta.
—Vamos, seguro que hay muchas chicas que están deseando verte —le apremié, corriendo la cortina para volver a mi puesto—. Te queda muy bien.
Y escapé de sus ojos rápidamente. No podía sostenerle la mirada porque acabaría teniendo una idea equivocada y eso ... Eso era lo que debía evitar a toda costa, sin importar cómo me sintiera cada vez que nuestras pupilas chocaban accidentalmente.
Rin Matsuoka
Cuando Nao-senpai se escabulló de mí, seguí observándola en la distancia. Aquel traje de chaqueta le quedaba como un guante, pero no supe cómo lanzarle el halago sin que una enorme bola se formase en mi garganta.
Suspiré, odiándome a mí mismo por ser un cobarde si se trataba de ella. ¿Acaso no era aceptable que dijese un comentario tan inofensivo? Senpai también me había lanzado un piropo, entonces debería haberle devuelto el gesto, ¿verdad? ¿Por qué no fui capaz? ¿Qué estaba mal conmigo?
Y, por si no fuera suficiente, el calor no abandonaba mis mejillas. ¿Tanto me afectaba ir por ahí vestido de maid?
Me acerqué a los fuegos vacíos y apoyé ambas manos en la superficie de la alargada mesa.
Era ridículo que un maldito disfraz me tuviera alterado, desde luego.
—Rin, ¿qué haces aquí? ¿Ya ha terminado tu turno? —la fuerte voz del capitán surgió, irrumpiendo en mis atribulados pensamientos.
Él, al igual que Nao-senpai, portaba un traje de chaqueta negro, más elegante que nunca. Solo los alumnos de tercero podían vestirse de aquel modo.
—Ojalá —mascullé entre dientes—. Este endemoniado vestido no colabora —le expliqué—. Nao-senpai tuvo que ayudarme a cerrarlo.
—¿Nao, dices? —dejó sobre la encimera un par de platos sucios y me miró—. ¿Acaso la espantaste? Tenía mucha prisa hace un momento, ¿sabes? —me comentó entre risas.
Puede que fuera eso. Puede que mi deseo de verla vestida como nosotros le hubiera molestado. De todos modos, ¿por qué demonios tuve que soltar algo tan infantil? En realidad, ni siquiera tenía ganas de analizar cómo se ajustaba a su cuerpo aquel vestido. Por supuesto que no.
—Dije algo que no debía —expuse, irritado conmigo mismo.
El capitán Mikoshiba sacó un juego de platos limpio del armario.
—¿De verdad? Me cuesta creerlo, Matusoka —dijo, escéptico—. Que Nao se enfade contigo es algo que no puedo imaginar —me aseguró, aliviando mínimamente la pesadez que cargaba en mi pecho—. Aunque podría ocurrir si le recordaste el festival de otros años, claro ... —razonó él, pensativo.
¿Otros años? Me insulté en voz baja. ¿Por qué tuve que recordarle aquello? Tendría que haber sido más cuidadoso.
No sabía mucho de Nao-senpai. Ella era bastante reservada y yo tampoco reunía la confianza suficiente para preguntarle sobre su vida privada. Aquel límite seguía separándonos duramente, pero me gustaba pensar que la línea se iría deshaciendo hasta que no existiera distancia alguna entre nosotros.
—Puede ... Puede que lo hiciera.
El capitán se detuvo, cortando el flujo de agua que salía del grifo.
—¿Dijiste algo del vestido?
Relamí mis comisuras, temiéndome lo peor.
—Sí —admití, descorazonado.
—Bueno, entonces puede que ... —por su semblante, intuí que estaba valorando las opciones.
—No quería que se sintiera mal, capitán —mis cuerdas vocales volcaron aquel sentimiento de culpa en palabras—. Ni siquiera sé qué pasó en el anterior festival. No era lo que ...
Agarró mi hombro y, con ese gesto, consiguió retener aquella verborrea de lamentaciones que parecía haberse apoderado de mí. La mirada que me proporcionó fue realmente tranquilizadora, al igual que la amable sonrisa que la secundó.
—Cálmate, Matsuoka —me pidió—. No va a odiarte por esa tontería.
Resoplé, creyendo en él.
—Iré a disculparme ahora que ... —comencé a decir, deseando que el asunto no fuera muy peliagudo.
—No has hecho nada por lo que tengas que pedirle perdón —insistió mi senpai—. No podías saberlo. Estoy seguro de que Nao no lo tendrá en cuenta.
Volvió a su ocupación, fregando los utensilios de cocina que quedaban por lavar. ¿Podía fiarme de su firmeza? Sin duda, el capitán Mikoshiba conocía más que nadie a Nao-senpai, así que ... Quería creer que no lo decía en vano.
Observé durante unos segundos cómo el agua fría corría por la pila.
—¿Fue grave? —la pregunta huyó de mis labios antes de que pudiera impedirlo.
El capitán continuó limpiando, atento a los cubiertos que tenía en sus manos.
—Rin —su seriedad me desestabilizó—, ¿conoces a alguna amiga de Naoki?
¿Amiga? Aquel sustantivo tan simple y común para una adolescente de diecisiete años ... ¿Por qué no encajaba con senpai? ¿Solo tenía esa sensación porque no recordaba el nombre de ninguna conocida suya o porque nunca había escuchado que nuestra mánager tuviera alguien a quien llamar así?
—Yo ... —balbuceé, meditando acerca de esas supuestas amistades que no lograba recordar.
Mikoshiba esbozó una sonrisa, pero no era como siempre; había un toque de amargura en ella.
—Eso es. No hay ninguna —me confesó a pesar de que la idea rondaba mi cabeza—. Es difícil de creer, ¿verdad?
¿Difícil? Imposible, más bien.
Contrariado ante el escenario que me estaba planteando, intenté encontrar un error de cálculo. ¿No podía ser que el capitán tampoco conociera a ninguna de las amigas de senpai? Pero, al cabo de unos instantes barajando la escasas probabilidades, caí en el mismo socavón que él.
—No tiene sentido —me negué a aceptarlo—. Senpai es ... Puede que sea un poco seria con la gente al principio, sí, pero también es amable y se preocupa por el resto más que nadie. Debe haber alguien que ...
—Sé que es surrealista, pero, lamentablemente, solo nos hemos dado cuenta de eso tú y yo —me respondió, decaído—. En realidad, es casi un milagro que hayas entendido su forma de ser, Matsuoka —se giró, agradeciéndome por haber visto lo mismo que él descubrió en su mejor amiga años atrás—. Me alivia saber que la aprecias.
Si me paraba a pensar, nunca había visto al capitán de aquella forma. Le dolía, le lastimaba profundamente que Naoki-senpai estuviera sola. Por mucho que lo intentara, entendí que no podría sentir ni la mitad del ardor que se propagaba por sus intestinos cada vez que mencionaba la situación de la chica que le había acompañado desde que lloraban en la cuna.
—Capitán ... —su lamento comenzaba a alcanzarme.
¿Era consuelo para él que yo la tuviese en alta estima?
—Sé que es triste, pero Nao odia que sientan lástima por ella —me advirtió, recuperando sus ánimos lentamente—. En mi caso, prefiero no pensar demasiado. De lo contrario ... Puede que acabe odiando a medio mundo —concluyó, alargando su forzada sonrisa y regresando al tema que continuaba embuido en un total misterio—. Ella no es la culpable. La gente con la que se ha tropezado era jodidamente estúpida, ese ha sido el problema siempre —su fuerte expresión me congeló los músculos—. Desde que éramos niños, malinterpretaban sus acciones o confundían sus intereses. Nunca tuvo suerte aunque pusiera de su parte; era muy frustrante —hizo una pausa—. Y se repitió hace dos años.
—Durante el festival —añadí.
Con un gesto de cabeza, me dio a entender que así era.
—Estábamos en primero y cambiar de escuela es complicado para Nao. Ya sabes; no es como yo. Reservada y tranquila —tomó aire—. Por eso mismo nuestros compañeros la ignoraban. Incluso siendo la chica más inteligente y de mayor corazón de todo el curso, solo la miraban y decidían apartarse —chasqueó la lengua, molesto por el recuerdo—. En aquel entonces, Nao era mucho más alegre que ahora —un rastro de tristeza empapaba sus ojos—. Trataba de ser la persona que todos esperaban y esa lucha terminó consumiéndola. Ella no muestra sus sentimientos fácilmente, pero creía que siendo más abierta llegaría a ganarse la aprobación del resto.
¿Por esa razón senpai se cerraba herméticamente? ¿Tan mal la habían tratado? ¿Cuánto daño tuvieron que hacerle para que decidiera olvidarse de socializar?
Un cúmulo se rabia e impotencia se iba formando en la boca de mi estómago mientras el capitán me relataba lo sucedido.
—Unas chicas se acercaron a ella por aquella época —puntualizó—, pero sus intenciones no eran buenas. Vieron en Nao un blanco fácil y decidieron que descargarían su envidia en ella porque ninguna había sido elegida como mánager del equipo de natación —una mueca repleta de resentimiento se formó en su rostro—. Si la hubiese avisado de que ...
—Esas chicas —le interrumpí—, ¿siguen aquí?
Mikoshiba negó en silencio y cortó el flujo de agua.
—Se marcharon al acabar el curso. Creo que a Tokio —intentó rememorar—. Me alegré de que se largaran.
Palpé la fría superficie de la mesa.
Imaginar a Nao-senpai sufriendo, sintiéndose sola y traicionada por aquellas personas a las que dio su confianza ... Era muy hiriente.
—¿Qué fue ...? ¿Qué fue lo que le hicieron? —conseguí preguntarle.
No estaba muy seguro de querer saber la respuesta, pero la ansiedad que se había adueñado de mi interior no cesaría hasta que supiera el motivo qu había detrás de la actitud habitual de Nao-senpai.
—Se burlaron de ella, una y otra vez, a sus espaldas —indicó, ensombreciendo su testimonio—. No fue un evento aislado, pero supongo qué aquel día Nao entendió que habían jugado con su amistad —dejó la mirada perdida, escogiendo las palabras exactas—. Hicieron desaparecer los números que conseguimos con el café. Todos los registros ... Se deshicieron de ellos y ridiculizaron a Nao, echando por tierra todo su trabajo —apretó la mano en un puño y prosiguió—. La menospreciaron, delante de todo el equipo, y no se fueron contentas hasta derramar una taza de té sobre su vestido —la dureza con la que había hablado hasta ese momento fue mitigándose—. Ella no lloró, no las insultó. Tampoco las culpó de aquello y cargó con toda la responsabilidad. ¿Sabes qué hizo después, Matsuoka?
—No —musité, atento a la historia.
Mikoshiba-senpai observó la pila donde había lavado aquellos platos y relajó su ceño.
—Vino aquí y se encargó de limpiar hasta la última gota de té de su traje —secó sus dedos en el delantal que llevado atado a la cintura y buscó algo en sus bolsillos—, pero hubo una que no salió, sin importar cuánto empeño pusiera. Fue ahí cuando comenzó a llorar —sonrió, desbloqueando su teléfono móvil—. Recuerdo cómo se quejaba por haber comprado té negro mientras lloraba sin parar —el capitán se movió, acercándose a mí—. Yo intenté animarla, quise hacerla reír. A veces siento que es lo poco que puedo hacer por ella —se olvidó de su móvil y revisó mi disfraz cuidadosamente hasta dar con lo que perseguía—. Esas niñatas se esfumaron, sus intentos por encontrar a alguien que la entendiera de verdad también, pero la mancha de té no. ¿Lo entiendes, Rin?
Su dedo índice se clavó suavemente en mi costado, indicándome el lugar en el que aún se podía distinguir difícilmente el pequeño lamparón.
Abrí mis ojos, examinando la tela oscurecida.
Aquella coincidencia me descolocó y, al mismo tiempo, abrazó con una extraña calidez mi pecho. La angustia que me acompañó durante su relato fue descendiendo, dejando un débil regusto en mí.
—Hay heridas que no sanan —contesté, apesadumbrado.
—Sí, y creo que tú lo entiendes mejor que nadie —se aventuró a decir, alejando su mano de mi atuendo—. Nao es reacia a las relaciones sociales a día de hoy por todo lo que ha tenido que soportar, por las experiencias que no debería haber vivido —se lamentó—. Puede que verte en él le haya recordado lo que significa este vestido —dejé caer mis hombros, comprendiendo la reacción de senpai—. Eh, no se te ocurra poner esa cara frente a ella —me aleccionó—. Ya te lo he dicho; no soporta que le tengan ...
—No es eso, capitán —traté de sonreír, restándole importancia a pesar de lo mucho que me había afectado conocer la realidad—. Solo pensaba que Nao-senpai debió llevarlo mucho mejor que yo.
Mikoshiba-senpai se contagió de mí, esbozando una gran sonrisa. Casi podía decir que estaba orgulloso de mi comentario.
Por supuesto que me dolía conocer el pasado que la atormentaba a diario. De alguna forma, sentía que empatizar con ella no era complicado. Puede que Nao-senpai se sintiera del mismo modo. Me habría gustado tener el valor que se requería para preguntárselo, pero ...
La pantalla encendido de su teléfono entró en mi campo de visión, impidiendo que buceara más de la cuenta en mi psique.
—No puede enterarse de que te la he enseñado, Matsuoka —me susurró en secreto—. Esto tiene que quedar entre tú y yo.
La fotografía que me mostraba era, probablemente, el único recuerdo que se conservaba de aquel fatídico festival.
Esperaba descubrir una imagen que me agujereara el corazón, que me destrozara con fuerza, pero fue lo opuesto, pues senpai reía entre cristalinas perlas que caían de sus ojos cerrados. El llanto todavía estaba presente en su semblante, rompiendo la armonía de la escena. Sin embargo, aquellas lágrimas la hacían ver más bonita de lo que ya era.
De rodillas, en aquel suelo que mis pies pisaban entonces, ella trataba de alcanzar a su divertido amigo que la amenazaba con presionar el botón y capturar aquel momento tan lamentable en su vida estudiantil. Senpai solo fue capaz de alzar su brazo, permitiendo que la cámara atrapase el instante en que lloraba, desconsolada, por el estropicio de sus ropas. El color oscuro del té bañaba gran parte de la falda y debía ser aquel elemento lo que retuviera mi atención, pero ella ... Ella, con su sonrisa rota, me embaucó rápidamente.
Una acogedora brisa me rodeó al tiempo que analizaba con detenimiento la felicidad y la aflicción que enturbiaban su rostro.
—Es preciosa ...
Cuando mi voz salió, noté los dedos agarrotados, próximos al entumecimiento.
¿Por qué mi cuerpo pedía tocarla, limpiar sus mejillas y escuchar sus risas en persona? ¿Por qué sentí esa imperiosa necesidad de decirle que era valiente, que debía estar orgullosa de sí misma?
—Rin.
Desvié la mirada, algo desorientado por el maravilloso efecto que aquella fotografía había provocado en mi tórax.
Mikoshiba-senpai había dejado de sonreír; sus facciones eran severas. Imponían, pero yo no podía tenerle miedo después de haber saboreado por primera vez ese sentimiento de anhelo, insólito para un chico como yo.
Poco a poco, entendí lo que había dicho frente a mi capitán. Entendí también que no quería retirarlo, incluso si con ello generaba un enfrentamiento real entre ambos.
No obstante, el sonrojo se propagó por mis mofletes.
—Mikoshiba-senpai, yo ...
—¿Estás enamorado de Nao? —lanzó la pregunta, directo y cortante.
¿Enamorado? ¿Yo? Si me lo hubiera preguntado semanas antes, lo habría negado por completo. Estaba seguro de que no sentía algo así por senpai. Entonces ... ¿Qué explicación le daba a esa frase y a la molestia que escaló por mis vasos sanguíneos, indicando un claro cambio en mi organismo?
¿Por qué vacilé?
Aparté la mirada, con el rostro ardiendo. Llevé la mano derecha hasta mis labios, recuperando la suavidad con la que dije aquella realidad. Después, oculté parte de mi rostro de él, avergonzado y colapsando ante mi propia sinceridad.
—No —articulé, confundido por el veloz bombeo de sangre que se había propagado por todo mi ser—. Aún no.
En silencio, evaluó mi endeleble contestación.
—De acuerdo.
—Senpai —lo llamé.
—¿Mmm?
—¿Y tú? —mi escueta interrogación le pilló desprevenido, pude percibirlo en la manera de cruzar sus brazos.
¿Qué buscaba preguntándole aquello? ¿Alivio? ¿Comprensión? ¿Una razón sólida para olvidarme del pálpito que me ahogaba cada vez que hablaba con ella?
—¿Mi respuesta cambiaría lo que sientes por ella? —me atacó abiertamente.
¿A quién quería engañar?
Aunque Mikoshiba-senpai la amase, esos torpes latidos no desaparecerían. No quería deshacerme de ellos. Todavía no había podido comprender qué lugar ocupaba senpai en mi vida. Era demasiado pronto, tanto si se trataba de olvidarme de ella como si resultaba cayendo en sus encantos.
—No —negué de nuevo.
Puede que sea un cobarde, pero ni siquiera yo me escondería de algo tan sincero como lo que Nao-senpai había suscitado en mí.
—¿Recuerdas lo que siempre te digo?
Mis pupilas cobraron movilidad, topando con la suyas.
—No te lamentes antes de tiempo y llega hasta el final —mi resolución satisfizo sus expectativas, ya que asintió y depositó su mano en mi hombro izquierdo.
Sus comisuras se levantaron, revelando una curiosa sonrisa.
—Cuando la vi y decidí hacer la foto —empezó a decirme—, pensé: "Aguantará. Mi hermanita es fuerte y crecerá hasta que alguien más vea lo mismo que yo —su confesión me dejó perplejo—. Y cuando el día llegue, me aseguraré de que esa persona merezca apoyarla incluso más de lo que yo la he apoyado" —dio un leve apretón a mi hombro—. Siempre he sabido que Nao necesita más que el cariño que yo pueda ofrecerle. Necesita a alguien que la vea en sus peores momentos y que reconozca lo hermosa que es, en todas y cada una de sus facetas —respiré entrecortadamente, reconociéndome en dicha descripción—. Así que, Rin, ocúpate de que ese "aún no" prospere como es debido hasta convertirse en un sí rotundo.
Con mis labios secos, aguardé unos largos segundos hasta pronunciarme y darle una respuesta que estuviera a la altura de su petición.
—No sé cómo manejarlo, senpai. Ni siquiera sé si lo que siento por ella puede llegar algo más. No tengo experiencia con cosas como esta —evidencié, consternado por la agitación a la que me veía arrojado cada vez que Nao-senpai estaba ahí—. Nunca me había preocupado por querer de esa forma a alguien. Yo solo ... Solo me he centrado en nadar desde que tengo uso de razón, pero este año han pasado muchas cosas —me detuve, recordando cuánto había aprendido a valorar el calor humano tras los acontecimientos de los últimos meses— y, aunque siga sin comprenderlo, estoy seguro de que, si tiene que ser, será con Nao-senpai. No puede ser con nadie más.
Apenas había comenzado a darle un nombre a lo que sentía por mi superior. Todavía era pronto para asegurar que se trataba de los incipientes pasos hacia algo más que complicidad entre senpai y kōhai. Todavía tenía que enfrentarla, seriamente, como la persona que tanto me había ayudado, como la chica que me hacía sudar más incluso que una competición oficial.
Aclarar mis sentimientos era primordial y Mikoshiba-senpai lo sabía tan bien como yo, por lo que aceptó mi explicación, bastante satisfecho, y me aconsejó que volviera al trabajo antes de que alguien reclamara mi presencia.
Mientras atendía a una pareja recién llegada, logré desviar la mirada hacia su puesto, donde sonreía cálidamente a nuevos estudiantes. El alto en mi corazón fue tan grande que pedí a los clientes su pedido por segunda vez. Ese pequeño percance me hizo entender que una parte de mí también quería recibir aquella sonrisa.
No hay marcha atrás, Rin. No la hay.
🌊🌊🌊
Siguiente parte subida uwu y justo el 2 de febrero; feliz cumpleaños, Rin 💜💜💜✨🦈
Ya se va calentando la cosa y él empieza a sentir más de lo esperado por Nao 👽👽
c viene salseo del bueno en en el siguiente cap 🙄👹
Espero que hayáis disfrutado de la actualización (*≧▽≦) Buenas nochessss <333 ✨
Os quiere, GotMe 💜
2/2/2022
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