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|| Shelter » Takashi Mitsuya {2/3} ||

Coloqué en la estantería algunos volúmenes que estaban sobre el mostrador. Mi hermana tuvo que salir antes de lo previsto a comprar unas cosas y me dejó a cargo de los quehaceres que no había podido completar esa mañana.

Así que, con la mente en otra parte, fui al pasillo central y me detuve frente a la balda indicada.

A pesar de la escasa atención que pude reunir, me dispuse a terminar la tareas pendientes. Solo tenía que reponer unos cuantos libros y podrían ponerme a estudiar para evitar pensar en lo sucedido. Era un buen plan, el problema sería ejecutarlo.

Con los últimos dos libros en mis manos, intenté alcanzar una de la estanterías más altas. Ser baja no ayudaba mucho en esas ocasiones, así que desistí y agarré un pequeño taburete que solíamos utilizar para problemas como ese.

Una vez sobre él, me aseguré de tener el equilibrio suficiente y levanté los brazos para poner los tomos en un lugar.

Puede que fuera por lo espesa que me encontraba, pero ni siquiera escuché el ruido de la puerta de la tienda abriéndose. En mi interior solo resonaban una y otra vez las palabras de aquel chico y, con ellas, su desagradable insistencia.

¿Qué había visto en mí un tipo como él? Me resultaba muy complicado creer que alguien tan diferente podía desarrollar sentimientos por mí sin tan siquiera conocerme.

En cierta forma, resultaba algo ridículo. No tenía sentido alguno. No importaba cuánto lo meditara; aquel chico solo se había encaprichado de la niña callada del salón. Y, por desgracia, esa era yo.

—¿Narumi?

Su voz me sorprendió tanto que no tuve tiempo de reaccionar, pues mi cuerpo se movió por sí solo debido al pequeño susto. Me sujeté al borde de la estantería, pero las yemas de mis dedos no parecían colaborar y así fue cómo perdí la estabilidad estando parada encima de aquel taburete.

La distancia entre los pasillos no era mucha. Solo dejaba que estuvieran dos o tres personas, por lo que, al caer, mi cabeza daría contra el gran mueble que quedaba a mis espaldas y no había duda de que me abriría la nuca tras el fuerte golpe.

Sin embargo, mi mente no pensó en nada de eso, sino que se bloqueó. Por instinto, cerré los ojos, aterrada, y me encogí levemente.

Aquello no habría evitado que resultase herida tras la caída, pero no fue necesario recurrir a eso.

Durante unos instantes lo único que escuché con total claridad fueron los intensos latidos de mi corazón. Mi pulso se había disparado. Toda yo era consciente de que caer desde una distancia tal me llevaría, como mínimo, a urgencias y de alguna forma me preparé para el impacto.

Fue algo gracioso porque, en el momento crucial, el único choque que sentí fue el de su pecho.

No entiendo cómo consiguió atraparme a tiempo, pero lo hizo. Evitó un mal mayor en menos de cinco segundos.

Incapaz de respirar, me aferré a él. Mis dedos arrugaron su chaqueta del uniforme escolar sin miramientos y mi rostro acabó cerca de su cuello.

El bombeo de mi corazón siguió siendo el protagonista, no obstante, con un poco después esfuerzo para volver a la realidad, pude discernir su dulce voz hablándome.

—¿Estás bien? —interrogó, abrazándose a mi convulsa complexión—. Ese habría sido un golpe muy feo.

Mitsuya entendió que el miedo estaba haciendo su efecto y decidió esperar. Se agarró a mí casi tan fuerte como yo lo estaba haciendo con él, empatizando conmigo de la manera más suave y educada que pudo encontrar.

Solté gran parte de la tensión en un suspiro y, un poco más liberada, me dejé sostener por él.

—Perdón ... —me lamenté, sintiéndome el ser más estúpido sobre la faz de la tierra—. Tendría que haber ...

—No pasa nada —me impidió hablar—. Fue mi culpa por llamarte. No sabía que estabas subida ahí arriba —dijo, cargando con la responsabilidad.

Pero era así. No había sido por su llegada. La razón por la que tenía la cabeza en otra parte era muy diferente. Él solo había aparecido en el momento oportuno. De no ser por Mitsuya, puede que no estuviera consciente para lamentarme por ser tan irresponsable.

Me permití ser egoísta y enterré la cara en su hombro. Él me abrazaba con tanta firmeza que no había posibilidad de que llegase a tocar el suelo, así que me aproveché de aquel momento y aspiré su aroma con el objetivo de relajarme.

—Creo ... Creo que ya puedes bajarme, Mitsuya —dije después de verme con la capacidad de mantenerme en pie sin ayuda.

Comenzó a soltarme casi al instante de escuchar mi petición.

—Claro.

Nos alejamos demasiado rápido para mi gusto, pero no podía hacer otra cosa. La situación se volvería demasiado incómoda si no creábamos distancia suficiente.

Me tomé de las rodillas y mantuve la compostura difícilmente.

—Soy un desastre ... —solté a modo de broma.

Me mantuve agachada, esperando a recobrar la energías en las piernas. Entonces, su mano entró en mi campo de visión.

—¿Qué estás diciendo? Vamos, necesitas sentarte —me sugirió.

Tomé su oferta, avergonzada, y dejé que él me llevara hacia la zona principal de la tienda.

El amparo de sus dedos sacó a relucir los colores en mi rostro. Si mis ojos ya estaban llorosos por el susto que acababa de sufrir, que él me tomara de la mano fue la gota que colmó el vaso.

De pronto, se paró delante del mueble de recepción. Pensé que me soltaría, que me dejaría ir tras el escritorio para poder sentarme y recuperar el aliento, pero no ocurrió como creí.

Al ver que no avanzaba, se giró hacia mí y me observó con su serenidad habitual.

—Yo te ayudo —indicó.

¿Ayudarme? ¿A qué, exactamente...?

Podría haberle preguntado. Habría sido lo más sensato. El problema fue que se acercara tanto como para robarme el oxígeno. No me dio oportunidad de retroceder; antes de que pudiera ver sus intenciones él ya tenía sus manos en mi cintura y me estaba levantando.

Mi trasero cayó sobre la superficie del mostrador gracias a su impulso.

¿Podía sentir más vergüenza a esas alturas?

Solo hacía falta que se tomara esas libertades para hacer que mi corazón fuera nuevos tumbos y me mareara hasta el punto de querer correr lejos de él y de su encantador cuidado.

Entonces nuestras miradas se cruzaron y la realidad le golpeó de lleno.

Su sonrojo me debilitó y todo fue a peor cuando alejó la vista, abrumado por algo que él mismo había hecho.

—Lo siento, ni siquiera ... —carraspeó—. Ni siquiera te he preguntado si era lo que querías. Estoy acostumbrado a tratar de esta forma con mis hermanas, así que ...

Aquella justificación me dolió porque estaba relacionándome con su familia. Él se portaba con tanta delicadeza conmigo porque me veía como a una hermana pequeña, ¿verdad?

¿Qué pasaría si no te veo como a un hermano mayor, Mitsuya?

Me sostuve ambas manos, conteniendo todas esas emociones que amenazaban con salir de mí.

—No te preocupes —aclaré, entristecida—. No me ha molestado.

Me ha gustado demasiado.

Asintió, tiernamente sonrojado por su repentino atrevimiento.

—Bien —intentó recuoerar el control de la situación—. ¿Te has hecho daño en alguna parte?

Al no escucharme responder, levantó la mirada y analizó por su propia cuenta el enigma que reflejaba mi apabullante gesto.

Se reclinó hacia su lado derecho, dejando caer su cuerpo contra el borde del mostrador. Apenas quedaba distancia entre los dos, pero en ningún momento quiso invadir mi espacio, así que miré hacia otra parte y me enfoqué en lo que era realmente importante.

—No. Estoy bien —le comuniqué, palpando un poco mi ardiente mejilla—. No fue culpa tuya que me cayera. Estaba distraída y no tuve cuidado.

—¿Ha pasado algo con tu hermana? —inquirió, interesado por la razón que me había llevado a ser tan desprevenida.

—No ... No es eso —contesté.

—¿En clase, entonces?

Solté un pequeño suspiro y pensé en cómo explicarlo lo ocurrido sin parecer una exagerada.

—Más o menos —murmuré.

Por mucho que lo pensara, no encontraba el sentido a esa fijación por mí. ¿Qué tenía yo para que alguien desarrollara tales deseos? Sonaba como una estupidez. Un juego de lo más infantil que no me hacía ni una pizca de gracia.

—Podemos hablarlo, si te apetece —continuó—. Parece que necesitas sacarlo.

Y así era, pero me resultaba un poco vergonzoso comentarlo con él. En especial porque era Mitsuya quien más me importaba y no quería que descubriera lo vulnerable que podía llegar a ser.

—En realidad no creo que sea muy importante. Ha sido tan extraño que ... Supongo que no puedo dejar de pensar en ello porque no estoy acostumbrada a que me pase —reconocí, ordenando los acontecimientos antes de relatárselo—. Hoy un chico de otra clase vino a mi aula y se ... Se me declaró.

Miré fijamente mis dedos mientras esperaba una respuesta por su parte.

—Oh —musitó, desconcertado—. Y él ... ¿Te gusta?

Había un claro rastro de duda en su pregunta.

Yo no buscaba crear una imagen equivocada, por lo que corrí a destruir cualquier idea que hubiera surgido en él antes de que diera por sentado que mi estado se debía a algún tipo de sentimiento amoroso por aquel desconocido.

—Ni siquiera sé quién es —le expliqué, contemplando su imperturbable mirada—. Nunca le había visto en los pasillos, aunque parece que es de mi grado —mi aclaración logró que su semblante cambiara a uno más aliviado—. Empezó a decir que me quería y que le gustaría que saliésemos, pero yo ... —agarré el borde de mi falda, nerviosa—. ¿Cómo puedo rechazar a alguien que no conozco de nada? Estaba muy ilusionado y por eso ... Pensé que pedirle un poco de tiempo sería lo correcto.

Había sido un acto estúpido. Habría sido mucho más sencillo y rápido si le hubiera sido sincera. No podía aceptar el amor de alguien al que recién veía por primer vez. Era ... Definitivamente era imposible.

Y, aun sabiendo aquello, no pude echar por tierra el brillo de sus ojos y le pedí unos días para poder meditarlo.

Venga ya, Narumi.

¿Qué se supone que tienes que meditar?

Cabizbaja, volví a insultarme.

Ser amable con él no hará que duela menos descubrir que sus sentimientos no son recíprocos. Tonta.

—Y ahora te sientes mal por haber alimentado sus esperanzas —acertó Mitsuya.

Expulsé un largo suspiro y llevé ambas manos a mi enrojecimiento rostro. Cubrí mi cara, impidiendo que pudiera ver el bochorno que se había apoderado de mí tras contarle algo tan frustrante e infantil.

—Soy la peor persona de la que podría haberse enamorado —cerré mis ojos, enfadada por no haber sabido manejar lo ocurrido—. No buscaba romperle el corazón y me desvié por completo de lo que debía hacer. En lugar de rechazarle, opté por aplazar su decepción amorosa porque no quiero cargar con eso yo misma.

Estaba siendo demasiado sincera. Tanto que me costaba creer que era yo quien estaba diciendo cosas como esa. Y él era el oyente particular de mis malas decisiones. Genial.

—Puede que no fuera la elección más adecuada —reconoció—, pero eso no significa que hayas obrado mal.

Sorprendida por su sentencia final, retiré mis manos y tracé el camino con la vista hasta topar con su perfil.

Seguía a mi izquierda, pero ya no me observaba. Sus pupilas se perdían en algún punto, entre las tablas de madera que conformaban parte de la entrada de la librería.

No supe muy bien si evitaba mirarme adrede, sin embargo, una escondida parte de mí agradeció aquel detalle. No estaba segura de poder sostenerle la mirada después de haberle revelado algo tan íntimo.

—Pero ... —intenté rebatirle sin éxito.

—No deberías culparte por algo como eso, Narumi. Lo único en lo que fallaste fue en ser demasiado cordial con él, ¿no? —se llevó la mano derecha al cabello, despeinándolo mínimamente—. No es ridículo. Si la chica que me gusta tuviera esa consideración conmigo ... Creo que no me sentiría mal, después de todo.

Los latidos golpearon con dureza en mi pecho, reverberando por todo mi ser a través de numerosos ondas.

El nerviosismo comenzó a asfixiarme, pero no intenté detenerlo porque esas palpitaciones llevaban su nombre.

Apreté mis dedos y los enrosqué entre sí, paralizada.

—¿Eso crees?

—Sí —asintió, empequeñecido—. Además, si te quiere, entenderá tu respuesta.

¿Me quería o solo había llamado su atención por algún motivo? Si era un tonto capricho, no debería haber alargado más la espera. ¿Cómo podía amarme si no habíamos compartido ni una conversación normal y corriente?

Es más, si se interesaba en mí, lo más probable sería que acabase comprendiendo el error que había cometido.

—Lo siento, Mitsuya —me disculpé, cohibida—. No pretendía que escucharas mis problemas. Si es que pueden llamarse problemas ... —mascullé, pensando que había metido la pata.

Él acostumbraba a escucharme hablar, pero siempre me quedaba la sensación remanente de que lo hacía por pura cortesía.

Yo también intentaba serle de ayuda cuando surgían inconvenientes en la Tōman. En especial desde que me contó cuál era su papel en la banda, parecía sentirse más cómodo al charlar conmigo sobre temas relacionados con esa parte de su vida.

Me alegraba muchísimo que quisiese contar con mi opinión, pero no estaba muy segura de que le sirviera. Si llegaba con una cara larga, solo deseaba calmar su ansiedad. Si, por el contrario, la alegría se leía en sus palabras, quería que permaneciera todo el tiempo que fuera posible.

—No digas tonterías —me sermoneó—. Escucharte es lo mínimo que puedo hacer.

Con una apagada sonrisa, me empujé hacia adelante y recuperé el equilibrio.

—Claro —no me atreví a mirarle y avancé hacia el pasillo en el que estuvo a punto de producirse la tragedia—. Aunque no creo que sienta nada por mí. Solo me ha pillado indefensa porque es la primera vez que se me confiesan, pero sería un milagro que alguien viera algo destacable en mí. No es muy atractivo ser la chica callada de clase que está siempre entre libros, ¿verdad?

No buscaba generarle lástima alguna ni que me notara dolida.

Para empezar, ¿por qué tendría que afligirme aquello? No estaba preparada para recibir unos sentimientos como esos. Si ya me era complicado administrar mis propias emociones, sería una maldita locura tratar de recibir el amor de un tercero.

El calificativo "inexperta" se quedaba demasiado corto en mi caso.

Recogí la banqueta tirada y me aseguré de que el golpe no había afectado a la estructura. Me apoyé sobre ella, aprobando su consistencia, ya que tendría que subirme de nuevo.

Mientras procuraba que todos esos pensamientos deprimentes desaparecieran, él se encargó de llegar hasta mí después de recoger los libros que quedaron tirados por el suelo.

Me los tendió, irrumpiendo ese momento de paz que precisaba para poder continuar con mis tareas en la tienda y salir de una pieza.

Muda, alargué mi brazo y agarré los volúmenes, no obstante, Mitsuya mantuvo la sujeción. Al ver que no soltaba los libros, me ví obligada a encontrar alguna razón y, como la inepta que era, solo se me ocurrió buscarla en la profundidad de sus ojos.

—A mí sí me lo parecería.

Esa afirmación hizo que los cimientos de mi resistencia se tambaleasen peligrosamente porque él estaba ... Estaba reconociendo que esa fachada que me había formado con el paso de los años era suficiente para llamar la atención de alguien. Su atención, siendo aún más precisos.

Dejó que me quedara con los libros, pero su mirada siguió siendo presa de mis inseguridades hasta que la puerta principal propagó su usual sonido por todo el lugar.

Un señor de avanzada edad nos saludó educadamente y nosotros le devolvimos el gesto de una forma un tanto mecanizada.

Carecer de aquella intimidad dificultó la continuación de nuestra conversación, pero yo me acogí a esa interrupción para esconder la irremediable alegría que sus palabras habían provocado.

—Tengo que seguir ... —murmuré.

—Ah, ya —volvió en sí—. ¿Puedo ...? ¿Puedo ayudarte? No quiero que te caigas otra vez —señaló, sonrojado.

¿Por qué? ¿Por qué te ruborizas también? Se supone que solo sería yo la que cayera por tí, Mitsuya.

—Gracias —pude articular, contra viento y marea.

Iba a subir el peldaño necesario, pero su mano entró en mi campo de visión y mi cuerpo se negó a seguir la indicaciones adecuadas.

Bloqueada, observé sus dedos.

¿Por qué demonios se esforzaba tanto? Si no dejaba de hacer ese tipo de cosas, terminaría enamorándome de él y no sería un enamoramiento ingenuo y temporal, sino uno del que no podría escapar por mucho que lo intentara.

Atrapé la palma de su mano, palpando la dureza de su piel. Aquella era una nueva experiencia para mis pobres sentimientos. A simple vista, sus manos lucían finas y suaves, pero tocarlas con aquella libertad me dio a conocer lo maltratadas que estaban. Y, pese a esa capa de rugosidad, sentí que era el tacto más dulce que había tenido el privilegio de conocer.

Mitsuya también cerró su agarre sobre mi extremidad. Fue cálido. Tan cálido que inició todo un abrasador fuego en mi interior.

Debido a ese tsunami de inquietudes, cuando puse mi otro pie sobre la banqueta, la superficie tembló bajo mis pies y yo temí que volviera a hacer un espectáculo frente a él.

Pero esa vez era diferente porque Mitsuya estaba allí desde el principio y supo reemplazar aquella falta de simetría que caracterizaba a la pequeña banca. Su técnica consistió en atrapar mi cintura con su mano libre y dejar que su pecho hiciera de colchón para mi espalda.

Nuestra diferencia de altura no era muy grande, así que bastó con que él se colocara tras de mí para regular mi estabilidad y evitar un desastre mayor.

—Con cuidado —me indicó.

Su boca, próxima a mi oído, expulsó aquel ruego con naturalidad, pero no necesité más que eso; mi corazón rozaba la locura. Desde luego, Mitsuya no era consciente de lo que conseguía desatar en mitad de aquel caos sentimental que me perturbaba a diario.

Tras esos instantes de crisis, volví a la tarea que me ocupaba.

Mitsuya dejó ir mi mano, pues se dio cuenta de que la necesitaría para hacer hueco en las estanterías. Sin embargo, en ningún momento soltó mi costado y yo pude sentir el calor de su mano traspasar la camisa de mi uniforme.

Me humedecí los labios en repetidas ocasiones y pensé en qué hacer porque llegaría un día en que dejaría de tener control sobre mis propias acciones y, si eso sucedía, habría un problema que no me sentía capacitada para resolver.


・・・


Tres días después, le pedí a Hiro-kun que nos viésemos al acabar las clases. No sabía muy bien cómo explicarle mis motivos, pero alargar la espera no haría que fuera más fácil destrozar sus esperanzas.

Él se presentó ante mí, sonriente e ilusionado, como si estuviera seguro de que mi contestación sería un sí. Por eso mi negativa le dejó helado.

—Si necesitas más tiempo, puedo esperar ... —volvió a insistir, rozando la desesperación.

—No, Hiro-kun —me planté, incómoda—. No me gustas, así que es imposible que acepte salir contigo. Perdón por las molestias —me incliné frente a él, avergonzada, y me marché de la escuela a todo correr.

¿De verdad lo había hecho? ¿Realmente conseguí hablar con total claridad por una vez?

Pasado el mal trago, me preocupé por haber roto el corazón de ese chico. Mi único deseo era que pudiera olvidarse de mí y encontrar a alguien más apropiado. No habríamos encajado como pareja por mucho que hubiese puesto de mi parte. Por lo tanto, hice bien en aclarar la situación.

Ya en la librería, me repetí una y otra vez que había obrado como debía. No había nada de lo que tuviera que arrepentirme y tampoco tenía por qué sentirme culpable. Al fin y al cabo, él solo se fijó en mí por un corto periodo de tiempo y pronto se libraría de mi borroso recuerdo, ¿verdad?

Expulsé una bocanada de aire, sintiéndome mucho mejor después de haber acabado con todo aquello.

Justo entonces, la puerta se abrió a mi derecha y yo me incorporé, más animada.

Mitsuya me visualizó tras el mostrador y avanzó en mi dirección. Entre tanto, se ocupó de aflojar el nudo de su corbata, visiblemente afectado por el apabullante calor que había golpeado la ciudad esa mañana.

Una nueva oleada de energías me invadió al verle es tarde.

—¿Por qué demonios hace tanto calor hoy? —inquirió, mostrando una mueca.

—La primavera ya se está acabando. Supongo que eso tiene que ver en el cambio de clima —bromeé.

—¿No me digas? —acabó riendo gracias a mi comentario y se acercó hasta quedar cara a cara conmigo—. ¿Es la subida de las temperaturas lo que te hace tan feliz?

En realidad me estaba forzando a mostrarme más alegre de lo que sentía y supongo que Mitsuya también se percató de aquello. Empezaba a leer mis gestos y palabras mejor que mi propia hermana. Era tan perspicaz que entendió cuál era la causa de mi sobreesfuerzo sin necesidad de increparme con ninguna pregunta.

Él sabía qué había estado rondando mi cabeza esa semana, así que no incidió en el asunto y aguardó a que yo le dijera el desenlace.

—Hablé con él y lo rechacé formalmente —le dije, brevemente.

No me apetecía entrar en detalles. Mi sobredosis de energía dio cuenta de ello, por lo que Mitsuya se inclinó hacia mí y me regaló una sonrisa que desborbaba orgullo.

—Sabía que podías hacerlo.

Llevó su mano a mi cabello y revolvió unos cuantos mechones entre sus dedos. Se sintió como una recompensa por mi valentía, pero, en cierto modo, era consciente de que el cariño con el que me acarició significaba algo más. O al menos eso quise pensar.

La tarde transcurrió como siempre. Hablamos de esto y de aquello y, por mucho que lo ocultara, él sacaba nuevos temas de conversación con tal de que no pensase más en cosas irremediables.

Quería agradecerle por su compañía, pero me di cuenta de que había gastado todo el valor que mantenía bajo llave por un tiempo.

Una hora más tarde, mi hermana me avisó de que podía cerrar antes la tienda. Era inusual que me pidiera aquello, aunque entendí que se sentía mal por haberme dejado a cargo de la librería durante toda la semana.

Ella tuvo unos días muy ajetreados y yo me ofrecí a controlar que todo marchase bien a pesar de que me restaba tiempo para estudiar. Se trataba de un esfuerzo que estaba dispuesta a hacer y ella lo sabía.

—¿Te marchas antes? —me preguntó Mitsuya.

—Sí —dije, comenzando a recoger el escritorio—. Mi hermana me ha pedido que cierre pronto, así que ...

Escuchándome hablar, se recostó contra el mostrador y analizó mis movimientos. De esa manera, conseguía que mis nervios estallaran una y otra vez, pero me contuve y esperé a que dijera lo que estaba pensando tan silenciosamente.

—Voy a verme con Hakkai en un rato. Puede que vayamos a dar una vuelta —me comentó, desviando la mirada, que acabó lejos de mi alcance—. ¿Por qué no vienes?

Entonces ... Era eso lo que quería preguntarme.

Mi pulso creció repentinamente.

No cabía ninguna duda de que, si Mitsuya me hubiera mirado en aquel instante, habría visto en mí esa insondable emoción que me insuflaba siempre que compartíamos un rato juntos, por breve que fuera. Y, de pronto, me sugería que ese tiempo se prolongara. ¿Cómo no iba a alegrarme?

Dejé el libro de registros en su cajón y me incorporé, escogiendo una respuesta adecuada.

—¿Estás seguro? No quiero molestaros —mi alegría rebosaba, próxima a adueñarse de mi voz, haciéndola temblar.

Se volvió, dispuesto a corregir mi suposición, sin embargo, distinguió algo en mi gesto que le hizo frenar. Meditó sus palabras y, para mi sorpresa, acabó agachando la vista por segunda vez.

Si la luz hubiera sido más fuerte, habría podido confirmar si era un sonrojo lo que le impedía mantener la compostura. Fue una pena que el sol se estuviera poniendo tan pronto.

Débil a mis ojos, se apoyó en la mesa y despeinó su cabello corto en un curioso ataque de pánico que me ablandó el alma.

—Es imposible que me moleste pasar el rato contigo —aseguró, ocultándose.

La necesidad de acercarme a él y retirar sus brazos para poder analizar correctamente su ruborizado rostro fue incontrolable por unos segundos. A duras penas logré reprimir aquel impulso, tras lo que agarré la llave de la tienda y dije, perdiendo el rumbo de mis sentimientos.

—Solo tengo que cerrar la puerta del almacén. Espera aquí —le indiqué, ansiosa por la idea de conocer a su mejor amigo y de atrasar nuestra despedida.

Entonces, mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad; nunca había estado con Mitsuya en un lugar que no fuera la tienda. Siempre nos veíamos allí. Aquel se había transformado en nuestro habitual punto de reunión y, de la nada, parecía que nuestra relación avanzaba.

Y, por supuesto, sabía quién era Hakkai.

Mitsuya me había hablado mucho sobre ese chico y no me asustaba conocerle, pero imponía. El simple pensamiento de presentarme a una persona tan importante para él me aterraba como nada en el mundo.

¿Estaba bien para él?

No seas tonta, Narumi. Si no quisiera, no te lo habría pedido, ¿verdad?

Y así me convencí de que Mitsuya realmente deseaba dejarme entrar en su complicada vida.

A mí. A una extraña.

Tampoco quise hacerme ilusiones, pero esa esperanza latía en mi pecho. Era algo innegable que me acompañó a lo largo de aquella salida.

Después de comprobar que la llave estaba echada, Mitsuya, que me esperaba en la calle, sonrió ampliamente y me comentó dónde había quedado con Hakkai.

No se encontraba muy lejos, por lo que supuse que no llegaría demasiado tarde a casa. Igualmente, decidí avisar a mi hermana. Ella estuvo de acuerdo, no puso ningún impedimento a mis repentinos planes, pero sabía que, detrás de esas amables palabras, existía un irremediable deseo por descubrir quién era ese amigo con el que me se había citado su hermana pequeña.

No cabía duda de que me haría más de una pregunta al llegar a casa.

A pesar de aquel nerviosismo, la tarde dio paso a la noche sin ningún altercado. Tal y como imaginaba, Hakkai fue el chico simpático y dulce del que Mitsuya me había hablado tanto. Rápidamente entendí por qué eran como hermanos y me alegré de que Mitsuya tuviera a alguien así de fiel en su vida.

Todavía no conocía mucho de su papel en la banda, pero me tranquilizaba mucho que Hakkai permaneciera a su lado en todo momento. Sabía que no debía preocuparme por esos asuntos. Confiaba en Mitsuya, no obstante, ví en Hakkai un salvavidas y procuré que lo supiera cuando nuestro amigo en común se marchó a tomar unos dulces.

Cuando Mitsuya lo propuso y aseguró que me gustarían no pude negarme a ello. Se marchó en un abrir y cerrar de ojos, dejándonos esperando su vuelta.

Hakkai carraspeó, rompiendo el silencio entre ambos.

—Entonces ... ¿Taka-chan va a verte a menudo? —lanzó su pregunta, envuelto en un aura de inocencia.

Tomó asiento al borde de la fuente que presidía el parque y yo me senté a su izquierda.

Por algún razón, se me hacía terriblemente fácil hablar con él. Nunca fui muy hábil socializando y mucho menos haciendo amigos nuevos, pero Hakkai era tan abierto con los demás que no encontré dificultades para continuar con esa improvisada conversación.

—Bueno, viene a diario a la librería —le dijo la razón y continué—, aunque no es a mí a quien visita. A este paso, terminará devorando todos nuestros libros.

Dije lo último con una sonrisa forzada, pensando en cómo, esos últimos días, Mitsuya apenas había tocado un libro y, en su lugar, dedicaba su tiempo a hablar conmigo.

¿Era más interesante perder la tarde con una chica como yo?

—Permíteme que ponga eso en duda, Narumi-chan —recalcó Hakkai, sonriente—. Taka-chan parece apreciarte mucho.

Sonrojada, volví a negarlo.

—Apreciar es decir demasiado —me rehusé, aplacando todas las emociones dispares que brindaban y alborataban mi pecho—. Supongo que nos llevamos bien, pero nada más.

Hakkai me escuchó con atención para terminar suspirando y echando un vistazo al cielo nocturno que nos vigilaba desde las alturas.

—¿Sabes? Le conozco desde que éramos niños y siempre ha sido una persona humilde y altruista —me relató, pausado—. Todos estos años me han servido para conocer hasta la última parte de él y había creído que eso era todo, que no habría nada que no conociera de Taka-chan —bajó la cabeza y decidió posar su cálida mirada en mí—. Fue así hasta que me habló de ti —reconoció, revelando algo que, probablemente, no debería estar escuchando—. Actuaba igual que siempre, impasible y sereno. Creí que nadie podría alterar ese sosiego, pero, en el instante en que dijo tu nombre, su voz tembló y no tuvo el coraje suficiente para explicarme quién eras.

Su explicación era aterradora.

Hakkai hizo una pausa y tomó aire, consciente de que tenía mi plena atención a pesar del súbito incremento en mi pulso.

Aprovechó y dibujó una dulce sonrisa en sus labios.

La marca que cruzaba su boca dejó de ser intimidante de pronto y descubrí que era orgullo lo que desprendía su semblante.

—Nunca pensé que lo vería de esa forma —prosiguió, recordando la escena—. Parecía un cervatillo, débil y asustado. Fue gracioso, pero también me preocupó. La necesidad de conocer a esa chica fue creciendo y me alegra que te trajera hoy —sus ojos se cerraron más, reflejando todo su cariño—. Ahora entiendo mejor su comportamiento.

Una parte de mí era plenamente consciente del mensaje oculto que residía en aquella conversación y me hacía muy feliz que Hakkai, siendo su mano derecha, hubiera visto en mí a una buena persona. Alguien que no lastimaría a su mejor amigo por nada. Porque, sí, llevaba razón al pensar aquello, pero no estaba segura de poder afrontar mis sentimientos.

—¿Lo entiendes? —interrogué.

—Sí y me hace muy feliz que seas tú. Presiento que nos llevaremos muy bien, Naru-chan.

Aquel apodo me devolvió un poco de calma.

—¿Naru-chan? —mi voz salió más suave, cada vez más cómoda.

Hakkai me miró con cierta travesura surcando sus facciones.

—¿Puedo llamarte así? Suena lindo.

Entonces me detuve a recordar aquellos escena que continuaba anclada en alguna parte de mi memoria. No habían pasado más de tres semanas desde la mañana en que Mitsuya llegó golpeado a la librería, sin embargo, sus embriagadoras palabras volvieron a repiquetear en lugares estratégicos, consiguiendo, sin apenas esfuerzo, que mis mejillas ardieran.

—Mitsuya dijo algo similar —logré explicarle, luchando contra mi vergüenza.

—¿De verdad?

Su pregunta me desestabilizó. No era su intención, pero me dejó ligeramente desorientada.

¿Cómo podría hacerle entender que eso no significaba nada en realidad?

—Bueno, supongo que es ... —quise intentarlo, pero fue un estrepitoso fracaso.

Hakkai tenía muy claro lo que ocurría y no habría forma humana en la que pudiera hacerle ver las cosas de otra forma.

—No te preocupes. Eso solo me da la razón —destruyó mis muros por completo y se rio, algo asombrado por el repentino descubrimiento—. Taka-chan es muy selectivo con su círculo de amistades y, siendo el líder del segundo escuadrón de la Tōman, no deja que cualquiera se tome esas confianzas. Me sorprende, pero al mismo tiempo creo que debería haberlo esperado —se resignó, con ese aire infantil rodeándole.

Me quedé callada, asimilando cuánto de verdad había en sus palabras. Ni siquiera pude preguntarle más, pues Hakkai se incorporó y se acercó a Mitsuya, que regresaba con tres conos de helado.

El más pequeño agarró uno y le dio las gracias, eufórico por poder saborear su helado favorito. Yo me levanté, dispuesta a agradecerle también, pero Mitsuya se me adelantó y puso el dulce frío entre ambos.

Sonrió.

—Frambuesa, ¿verdad?

¿Podía existir alguien así? ¿Alguien que recordara hasta el más nimio detalle? Incluso si era un simple sabor de helado ... ¿Cómo era posible que no olvidara algo tan tonto?

Lo cogí, sofocada.

—Sí. Gracias —le respondí, preocupada por el rápido palpitar de mi corazón.

Esa noche, Mitsuya se ofreció a acompañarme hasta casa y Hakkai insistió en que era su deber, por lo que yo no me vi con suficientes argumentos para negarme.

Nada fuera de lo esperable sucedió en el camino y nuestra despedida fue tan casual como siempre. Todo fluía correctamente entre nosotros. No se apreciaba ningún cambio en nuestra relación y me hacía dudar.

¿Quería más que aquello? ¿De verdad?

¿Sería egoísta por una vez o terminaría huyendo de esa abominable ambición que nacía en mí cuando estábamos juntos?


・・・


Unos cuantos días pasaron y todo estaba bien. Demasiado bien.

Se asemejaba a la típica calma antes de la tormenta, como ocurre en las películas de miedo.

No sabía qué era, pero una pequeña inquietud crecía diariamente. No podía deshacerme de ella porque no estaba segura de qué podía tratarse, así que lo dejaba estar, como si de esa manera fuera a desparecer por cuenta propia.

La semana siguiente, el martes, llegué a la tienda antes de lo previsto.

Ensimismada en repasar los pedidos restantes y comprobando las cuentas, decidí esperar a que Mitsuya llegara.

Era un tanto estúpido que quisiera verle con tales ganas porque nos veíamos todos los días, pero esa ansiedad por tenerle cerca no disminuía. Iba en aumento, incluso después de dos meses conociéndonos.

Pronto estaría allí y yo sentiría mi pecho menos pesado.

Solo podía pensar en eso, por lo tanto, cuando el sonido de la puerta se hizo audible, dejé aquella operación matemática y tiré la cabeza hacia mi derecha, deseosa por saludarle.

Fue una sorpresa que no se tratara de él y, con el transcurso de los minutos, entendí que había resultado ser una visita muy poco favorable.

Encontrar allí a Hiro-kun, el chico que semanas atrás aseguró quererme, no me transmitió buenas sensaciones. Todos mis nervios se crisparon, alertándome.

No estaba bien.

¿Qué hacía él allí?

Por un breve momento quise creer que se trataba de una desagradable casualidad, pero él me observaba con gran atención, dejándome en claro que sabía de mi presencia en el local antes de aventurarse a pasar.

Mi confusión se disparó y a duras penas conseguí aclarar mi voz, olvidándome del nombre que ocupaba mis pensamientos.

—¿Hiro-kun?

Él parpadeó, como si no se encontrase a poco metros de mí. Por su gesto juraría que había algo más de lo que no era conocedora.

—Narumi-san —respondió, con acciones robóticas—, yo ...

—¿Sabías que trabajo aquí? —le pregunté, controlando la ola de pánico que amenazaba con derribar mi forzosa sonrisa—. Nunca te había visto por aquí. Es raro que ...

Dio un paso adelante y yo, inconscientemente, retrocedí tras la mesa.

—Sí, lo sabía —dejó un par de risotadas nerviosas—. Te he visto por la zona varias veces y hace poco me enteré de que este es el negocio de tu familia —sus palabras restaban importancia a lo que decía, pero su mirada era tenebrosa. Tanto que se percató de ello y se obligó a echar un vistazo al lugar para no intimidarme más—. Es un sitio acogedor. Debí venir antes a visitarlo.

No. No debiste.

Su presencia no era correcta.

Siempre hubo una parte del ese chico que no me gustó, pero fui adecuadamente con él ante todo. Nunca dejé que notase mi rechazo porque habría herido aus sentimientos demasiado y no buscaba hacerle daño.

Yo solo quería que se olvidara de mí.

¿Tan difícil sería?

—Entonces ... ¿Buscabas algo en particular? —busqué la mejor forma de desviar la charla—. Tenemos toda clase de libros. Siéntete libre de buscar un ejemplar que te agrade.

Le estaba tratando cómo a un cliente más. No había nada más entre nosotros y necesitaba que quedase claro otra vez porque presentía que no se había rendido conmigo.

En silencio, se encaminó hacia el pasillo central, pero, al llegar a mi escritorio, detuvo su recorrido y apoyó la mano sobre la madera desgastada.

—En realidad, quería hablar contigo —comentó—. ¿Estás ocupada ahora?

—Lo estoy —aseguré, incapaz de mirarle.

—Solo serán unos minutos —insistió—. Es sobre lo que me dijiste la última vez. ¿Recuerdas?

Tragué saliva y alejé las manos del libro de cuentas. Intenté limpiar el sudor en la tela de mi falda.

—Pensé que ese asunto ya estaba zanjado, Hiro-kun —le dije, fría como el hielo.

—¿De verdad? —quiso dudar de mí—. Pensé que podrías necesitar un tiempo para valorarlo mejor.

Negué con la cabeza, reacia a alzar la vista.

—Ya te lo dije —repetí— y no es tiempo lo que necesito. Te lo aseguro.

—¿Entonces? Tu respuesta ... Fue muy precipitada, ¿no crees? —continuó diciendo, desesperado por hacerme cambiar de opinión—. Ni siquiera hemos salido juntos. ¿Cómo puedes estar tan segura de que ...?

—Lo estoy —le frené los pies.

Pero él no quería ataduras. Buscaba avanzar, incluso si eso implicaba obviar mis deseos. No se preocupaba por mí; solo anhelaba una aprobación que yo no podría darle ni en mil años.

Eso significa que no te quiere. Una persona no podría poner en tal situación al amor de su vida.

—¿Una cita sería mucho pedir, Narumi-san? Quiero que me tomes en serio.

Molesta por su ceguera, hice cuanto pude y clavé los ojos en su oscuro semblante.

No podía darme pena porque estaba cruzando la línea que había establecido entre ambos, así que, por mucho que pusiera esa cara de gato mojado, no cedería ni un centímetro.

—¿Por quién me tomas? Claro que lo hice y te rechacé por lo mismo, Hiro-kun —intenté explicarle, temerosa de que mi voz no llegara a él—. No estoy equivocada. Sé que no me gustas.

Su mirada fue endureciéndose. Parecía estar escuchándome, no obstante, el efecto no estaba siendo el que había esperado, pues su rostro se volvió oscuro rápidamente.

Un incipiente enfado crecía tras su máscara de tipo amable y, después de unos largos segundos, comencé a vislumbrarlo.

—¿Por qué? ¿No me crees lo suficiente bueno? —me preguntó, serio—. ¿Qué es lo que no te gusta de mí? Puedo cambiarlo. Puedo hacerlo si me lo pides.

—Nunca te pediría eso —me rehusé—. El problema no eres tú, es solo que ...

—Te gusta alguien más, ¿verdad?

Su declaración cayó sobre mis hombros, haciendo saltar todas y cada una de mis alarmas.

—No —intenté disuadirle.

Aunque Mitsuya no estuviera, un tipo como él, tan cínico e insistente, no podría entrar en mi corazón. Era imposible, pero Hiro se negaba a aceptar mi tajante respuesta porque su orgullo era mayor.

—¿No? —desvió su trayectoria inicial y rodeó el mueble que nos separaba, asustándome realmente—. ¿Y ese chico que viene todas las tardes? ¿Qué pasa con él? —me interrogó mientras se acercaba más a mi posición—. Incluso salisteis hace poco. ¿Pensabas que no lo sabría? —inquirió, robándome la respiración—. Me gustas mucho, Narumi-san. No miento, pero tú te empeñas en esconderte de mí.

¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué no podía aceptar algo tan simple? ¿Por qué había llegado al punto de espiarme? ¿Qué había visto en mí para perseguir un amor inexistente como ese?

Se había apostado fuera y había estado pendiente de mis movimientos. Sabía de la existencia de Mitsuya y, de pronto, me lo echaba en cara. ¿Qué maldito derecho tenía para hacer algo así? ¿Acaso había perdido el juicio? O, más bien, ¿alguna vez lo tuvo? Porque empezaba a dudar de su lucidez.

Si había hecho una locura como aquella, ¿de qué no sería capaz?

Fue en ese instante cuando me dio verdadero miedo.

Siguió caminando hasta quedar frente a mí, acorralándome contra la pared. No tuve más opción que sostener su enturbiada mirada a pesar del temblor que ascendía por mis extremidades.

—¿Y qué pasaría? ¿Qué pasaría si me gustase otra persona? —le confronté, aterrada de mi propia valentía—. No somos nada. Ya te lo dije y lo repetiré hasta que lo entiendas.

Atrapó mi barbilla entre sus dedos, haciendo fuerza para que no pudiera apartar la vista de sus pupilas.

—Me pondría triste, pero puedo hacer que te olvides de él —dio por sentado, muy confiado—. Yo soy tu otra mitad. Lo sé. Encajamos y puedo demostrártelo. Solo tienes que dejarme y ...

Di un fuerte manotazo a sus dedos. Él soltó mi rostro de sopetón, sorprendido.

—Aléjate de mí y vete —sentencié—. No entrarás en razón, así que márchate.

Mis reservas estaban llegando a cero. No estaba segura de poder aguantar ese pulso por mucho más tiempo, pero él seguía insistiendo. Me cogía del brazo y apretaba creyendo que esa era la forma idónea de demostrar un cariño hiriente que me haría sufrir de cualquier forma.

¿Cómo habíamos acabado en esa situación?

¿Acaso cometí algún error cuando hablé con él aquel día? ¿Fue mi culpa que no entendiese?

—Tienes que escucharme, Na ...

—He dicho que te marches —repetí con lágrimas en los ojos—. Suéltame.

El miedo se entremezclaba con la ansiedad. Me tenía aprisionada y sus súplicas no paraban. Ese acoso no iba a ninguna parte y, aun así, Hiro no decaía.

Sus uñas arañaron una zona de mi muñeca, decorando mi blanquecina piel con horrendas marcas rojas.

¿Se daba cuenta del daño que estaba haciéndome? Tanto física como mentalmente. Su comportamiento era de lo más inhumano y yo ya no lograba alejarlo. Defenderme de su ataque era demasiado complicado y, tras esa tensa conversación, solo quería huir , esconderme de él.

Mis habilidades sociales eran pésimas, pero aquello me hacía dudar de si podría sobrevivir por mi cuenta en algún momento. ¿Tan difícil me sería establecer las pautas de una vida que apenas sentía mía?

La campana de la puerta acompañó el alegre saludo de un nuevo cliente.

—¿Narumi? Ayer dijiste que tendrías un pedido esta tarde y pensé en ... —yo busqué con urgencia a Mitsuya y Hiro-kun, por su lado, recuperó la cordura y dio un par de pasos lejos de mí. El ardor en mi maltratada piel era importante, pero lo soporté—. Venir temprano —completó la oración.

Él analizó la incómoda escena. Se fijó primero en mí, comprendiendo que estaba al borde del colapso, y después se centró en el individuo que me había estado acechando sin que nadie lo supiera.

Hiro carraspeó y se giró, dispuesto a dar algún tipo de excusa al cliente que nos acababa de encontrar de aquella forma tan poco ética, pero entonces se percató de quién era el intruso y sus intenciones cambiaron en un abrir y cerrar de ojos.

Si había observado nuestra rutina, debía conocer el horario de llegada de Mitsuya y, ciertamente, ese día se había adelantado casi una hora.

—¿Qué mierda haces tú aquí? —lanzó, como un dardo envenenado hacia Mitsuya.

Pero su atención había cambiado de nuevo y en esos instantes sus confundidos orbes estaban descansando sobre mi figura.

Mordí mi labio, avergonzada y agradecida por verle. Elaborar una respuesta a la incertidumbre que bailaba en su semblante fue imposible, sobre todo porque no encontraba la voz necesaria. El terror se la había llevado consigo.

Mitsuya empezó a entender. Pude percibirlo en la furia que se adueñó de su mirada.

Regresó al otro visitante, que todavía no había puesto tierra de por medio entre los dos.

—Fuera —espetó, con sus cejas arqueadas de pura rabia.

Hiro esbozó una irónica sonrisa, divertido por recibir órdenes de alguien más.

—Es de mala educación entrometerse en los problemas de los demás —se escudó él, como si pudiese justificar lo que estaba haciendo—. El único que sobra aquí eres tú.

No logré apartar la vista de Mitsuya, que cerró sus manos en puños mientras recopilaba aquel cúmulo de emociones que le estaba generando ese enfrentamiento.

—No me gusta repetir las cosas —le indicó en una tonalidad mucho más grave—. Vete. Ya.

No. Esa no era la solución.

Me alerté en el mismo segundo en que vi sus ojos centellear, enfurecidos.

—¿Quién te crees para decirme qué hacer? —se burló abiertamente Hiro-kun, en absoluto preocupado por molestar más a Mitsuya.

—¿Tienes problemas de oído? Porque conozco una forma muy buena para arreglar las pérdidas auditivas —le informó, avanzando hacia nosotros.

Estaba determinado a hacer algo y una pelea entre ellos era lo que menos quería, por lo que me interpuse entre él y Hiro. En aquel arrebato de fuerza de voluntad, lo miré, revelando todo ese miedo que contenía en mis espesas lágrimas.

No iba a involucrarlo en aquel sinsentido. Por mucho que deseara protegerme del estúpido que había quedado a mis espaldas, ambos sabíamos que era mi deber acabar con esa dichosa historia.

Mitsuya apretó la mandíbula, mostrando su desacuerdo a mi decisión, pero no continuó. Se detuvo, leyendo en mi cara aquel mensaje. Lo respetó, a regañadientes, y aguardó al siguiente paso del indeseable visitante.

—Sé que quieres protegerme, pero se merece una paliza —comentó Hiro, muy seguro de sí mismo—. Solo tengo que ...

—No te equivoques —le aclaré con voz gelatinosa—. Estoy protegiéndole a él —dije, al tiempo que Mitsuya relejaba sus músculos y me examinaba, perplejo—. Mitsuya está fuera de esto. No merece ensuciarse las manos con alguien como tú —tras esas palabras, me dirigí hacia quien más me importaba en un momento tan delicado—. Ya se marchaba.

Asintió, comprendiendo cómo me sentía.

—Está bien —aceptó, recuperando su suavidad.

Aquel nudo en mi garganta cedió al escucharle y, a pesar de querer sonreír, los nervios eran mucho más potentes.

Todo acabaría sin ningún altercado. Hiro-kun se iría de la librería y yo ... Podría llorar tranquila.

Me imaginé en los brazos de Mitsuya. Se me antojaban el rincón más seguro del universo.

Ese habría sido el final idóneo si hubiésemos estado hablando de una persona en su sano juicio, claro está.

Hiro agarró mi brazo de repente y me obligó a retroceder con tanta fuerza que estuve a punto de trastabillar. Con suerte, pude afianzarme a la esquina más alejada de la mesa y evitar la caída.

Cuando me vi estabilizada, corrí a evaluar cuánto había empeorado el curso de los acontecimientos y ver a Hiro tomando el jarrón que adornaba la entrada me ayudó a intuir lo que su maldita cabeza había planeado.

Mitsuya ya había comprendido su objetivo y gracias a su gran capacidad de anticipación, sumada a la experiencia en combates reales, frenó al loco de su oponente atrapando el mismo objeto de cristal por la base.

Ambos tenían la mano en alto, luchando por obtener el control del asalto, pero Mitsuya tenía una gran ventaja frente a él, que, empequeñecido, solo sabía ladrar en un penoso intento por imponerse verbalmente.

—¡¿Qué ha visto en ti?! —gritó, haciendo retumbar las paredes—. ¡¿Por qué tuviste que entrometerte?! ¡Era mía antes de que tú te encapricharas de ella, maldita sea!

Apenas podía respirar y notaba los brazos entumecidos por los constantes golpes a los que se habían visto sometidos.

No debía caer en su juego.

Aunque no hubiese visto antes a Mitsuya cargar con tanto odio en su mirada, sabía perfectamente que lo destrozaría si se lo proponía. Hiro-kun no era consciente, en absoluto, de que había elegido al peor rival de la ciudad. Provocar a un contrincante como Mitsuya era su perdición, pero no dejó de vociferar y berrear como el niñato que era.

No recordaba haber empezado a llorar. Las lágrimas rodaban por mis mejillas sin dificultad alguna y mi campo de visión se reducía cada vez más, así que, presa de la angustia por no poder comunicarme con él a través de la vista, clavé las uñas en la madera y articulé la única palabra que ocupaba mi aturdida mente.

—Mitsuya —vociferé con la esperanza de que me escuchara a mí en lugar de los engreídos gritos que Hiro escupía una y otra vez.

Traté de retirar la humedad de mi rostro y, cuando lo logré, presencié cómo Mitsuya utilizaba su mano derecha para tirar del uniforme de Hiro, controlando un enfado que no hacía justicia a lo que debía de estar experimentando en realidad.

A esas alturas, si decidía iniciar una pelea, no podía reprocharle nada. Hiro había comenzado una batalla que no podría ganar.

—No es tu puta propiedad —aseguró, reprimiéndose—. Si no pillas eso, demuestras que eres un jodido animal.

—¡Cálla ...!

La voz del contrario fue consumida por el estridente sonido del vidrio siendo despedazado.

Muda, observé cómo los pedazos de cristal se escurrían hasta el suelo después de que Mitsuya hubiera ejercido demasiada presión sobre el frágil objeto.

Hiro vaciló por primera vez, pero Mitsuya no le permitió echarse a un lado y sostuvo con más decisión el cuello de su camisa.

—Vuelve a ponerle la mano encima y te juro que no respondo de mí, ¿me oyes? —le puso sobre aviso—. Vuelve a tratarla como lo has hecho y procuraré que sea lo último que hagas, hijo de perra —declaró, inmóvil—. Y no quieres sacarme de mis casillas, hazme caso —le mostró una sonrisa ladina, una que, probablemente, le perseguiría en sueños a partir de entonces—. Puede que tú no vayas a respetar sus decisiones, pero yo sí. Tienes suerte, así que aprovéchala y vete antes de que decida romper algo más que un maldito jarrón.

Lo empujó lejos, soltando su ropa en el acto.

Hiro titubeó, impactado tras haber visto cómo había hecho añicos aquella pieza de decoración empleando únicamente la fuerza de sus manos.

Esa pequeña demostración fue suficiente para que saliera de la librería entre torpes pisadas.

Desapareció y el ambiente volvió a ser el de siempre.

No había ruido. La paz a la que tan acostumbrada estaba había regresado en pocos segundos y por fin, después de esa horrible circunstancia de la que había sido protagonista, pude inspirar, impaciente por recuperar el aire que ese chico me había arrebatado.

Sin ese miedo acuciando mis pobres sentidos, me sostuve mejor del escritorio hasta alcanzar la silla.

Respiré, llorando, y cuando quise buscarlo, me di de bruces con su complexión.

Apurado, se agachó. Más próximo a mi altura, pude contemplar cómo su iris recobraba el dulce color que solía regalarme. Sus manos atraparon mis mejillas con un rápido movimiento. Admiró mi rostro e inspeccionó cada pequeña parte de este, temiendo encontrar algún golpe, y entonces entendí que había pasado un mal trago, pudiendo rivalizar con la cruel experiencia que me había supuesto aquello.

—No te ha hecho nada, ¿verdad?

Esas fueron las primeras palabras que salieron de él.

¿Me había sentido tan aliviada alguna vez? Porque aquel sentimiento me golpeó de lleno con tal intensidad que las gotas siguieron descendiendo mientras yo sorbía mi nariz y movía la cabeza hacia los lados.

No era capaz de hablar. Lo único que pude hacer en medio de aquel penoso llanto fue sostener sus dos manos a pesar de que todavía descansaban sobre mis enrojecidos mofletes.

Mitsuya se acercó, apoyando su frente en la mía.

Percibí el débil rastro de su respiración.

—Menos mal —susurró, atento a las cortas pausas que tomaba para respirar entre sollozo y sollozo—. Siento que haya pasado esto —prosiguió—. No me paré a pensar que ese estúpido podría estar mal de la cabeza. Si lo hubiera sabido ... Más que consejos te habría enseñado a dar un buen golpe.

Su sinceridad me hizo reír.

Él retiró algunas de las lágrimas y unos segundos después logré abrir los ojos, chocando con su hermoso rostro. Su sonrisa me cegó por momentos, pero pude sostener su mirada.

Atrapé su mano izquierda, agradecida con él.

Mitsuya esperó a que mi voz volviera y, mientras mis cuerdas vocales se reorganizaban, se entretuvo acariciando mis vergonzosas facciones.

—Gracias por no ...

No terminé, dudosa de lo que estaba a punto de decir.

A pesar de mi inseguridad, él asintió con dulzura. No hacía falta que le diera las gracias por algo así, pero yo no sabía de otra manera que le hiciera llegar mi gratitud.

No es solo eso. Hay más cosas que quiero decirte.

Retiré sus manos de mi piel, más recuperada, y sus ojos se desviaron hasta mi mejilla derecha. Quitó algo del lugar. Yo le observaba con tanta atención que no pudo ocultármelo y pronto até cabos.

Cogí su muñeca, cayendo en la cuenta de que había roto un jarrón de cristal hacía tan solo unos minutos. Un par de manchas rojizas se extendían por la palma de su mano cuando la examiné.

—Perdón. No quería romperlo —murmuró, arrepentido.

Había pequeños pedazos incrustados en diferentes zonas. El sangrado no era alarmante, pero debía retirar los trozos antes de que se hundieran más en la carne y fuera más complicado sacarlos.

—Eso da igual —le contesté—. ¿Te duele? Tengo que quitarlos o podrían ...

Se movió, apoyando la barbilla en mi hombro. No era un abrazo, pero se parecía bastante. Si yo no hubiera tenido sus manos ocupadas, él habría completado la acción, ofreciéndome aquello que tanto había deseado.

—Dime que estás bien, por favor —me suplicó, derrotado.

¿Cómo no podría estarlo ahora que estás aquí?

Se dejó caer contra mí, ofreciéndome toda la calidez que guardaba.

—Mitsuya ...

—Necesito escucharlo —repitió, pegándose a mí como un gatito en busca de mimos—. Solo una vez.

—Estoy bien —dije, sonriendo un poco—. Y estaré aún mejor cuando pueda curarte la mano.

Tras insistir un par de veces más, acabó por rendirse.

Fuimos a la trastienda y yo me encargué de coger el botiquín. Ya lo había empleado aquella mañana, bastante lejana ya, y creí, en mi inocencia, que no lo requeriría nuevamente.

A pesar de la molestia que trepaba por mi brazo derecho, no me pronuncié al respecto y me senté junto a él mientras abría la caja.

De alguna forma, mi cabeza se mantuvo ocupada durante la mayor parte de la cura y eso evitó que pensara en lo sucedido. Me retraje de todo cuanto me rodeaba, bloqueando la sensación de pánico que seguía albergando en algún lugar, dentro de mi pecho.

Mi concentración era alta y Mitsuya se dio cuenta. No dijo nada. Supongo que no lo vio necesario hasta que un detalle le obligó a despertarme, sosteniendo la mano con la que había retirado los cristales. Pegué la gasa a su piel antes de que me interrumpiera.

—Narumi —me llamó, agarrando dos de mis dedos para que mi mano dejase de moverse por su cuenta—. Estás temblando —afirmó.

Estaba en lo cierto. Mis dígitos parecían haber cobrado vida, pues ese gesto espasmódico que llevaban a cabo no era orden mía.

Frustrada y abochornada, cerré la mano en un puño repetidamente. Al cabo de unos segundos haciéndolo, mi mano volvió a ser la de siempre, sin la presencia de temblores.

¿Tanto me había afectado? Ni siquiera me fijé en que mis dedos se encontraban de aquella manera. Si Mitsuya no lo hubiera descubierto, yo ...

—¿Quieres hablar? —me preguntó, depositando nuestras manos en su regazo.

Rodeó mis dedos con los suyos a modo de protección.

—No —le confesé, evitando el problema a toda costa.

—De acuerdo —rozó mis nudillos suavemente y alzó la cabeza—. Me quedaré hasta que estés mejor.

Curvé mis labios en un triste intento por sonreír para él.

¿Cómo iba a explicarle lo que había pasado si ni siquiera yo lo entendía? Parecería una niña y no me cabía duda alguna de que acabaría hecha un mar de lágrimas por segunda vez, así que pensé bien en qué debía hacer.

Mitsuya vio los arañazos en mi antebrazo y se encargó de limpiarlos mientras más debatía acerca de qué decirle.

Él esperó y esperó sin poner ni una sola pega a mi silencio. No interrumpió mis cavilaciones y, en su lugar, curó las pequeñas heridas que yacían repartidas por todo mi brazo. Al acabar, colocó unas pocas tiritas sobre las zonas afectadas y acarició la tela para que quedaran pegadas correctamente.

Admiré su minucioso trabajo y le agradecí el esfuerzo, a lo que él sonrió.

¿Por qué no podía explicarle nada? ¿No se había ido el nudo en mi garganta? ¿Dónde se habían metido mis energías? Sabía que era todo una fachada, pero no conseguía volver en mí.

—No entiendo qué hice mal —finalmente me pronuncié, saliendo de aquel letargo, a lo que él me miró—. Pensé que siendo amable podría ...

—No tienes la culpa —sus manos cubrieron las mías a pesar de estar malherido—. Está obsesionado contigo y no es algo que hayas provocado tú, Narumi.

Así era. Si yo hubiera actuado diferente ... ¿Quién me aseguraba que no habría acabado igual? Intenté ser yo misma con Hiro-kun, serle sincera, no andarme con rodeos a la hora de contarle cómo me sentía, porque tuve la sensación de que esa sería la manera adecuada de zanjar las cosas.

Si no había servido de nada ... ¿Tenía que echárselo en cara?

—Siempre intento que los demás se sientan cómodos. Hago todo lo que está en mi mano para no ser un incordio —me sinceré, molesta con el mundo y conmigo misma—. Odio cuando creen que pueden hacer lo que les dé la gana conmigo. ¿Ser amable implica eso? —esa picazón en los ojos volvió a golpearme y tuve que parar por unos segundos—. Entonces no quiero ser de esta forma —aguanté la respiración y observé sus dedos enrojecidos, luchando contra la humedad que nacía en mis lagrimales.

Había involucrado en unos problemas que no sabía cómo resolver a la persona que menos lo merecía. Las heridas que surcaban sus dedos me lo recordaban, rompiéndome tanto que no tenía idea de cómo arreglar ese desastre.

—Narumi —me incorporé, tropezando con su mirada—, el error no es tuyo.

Su tono expresaba tristeza y su cara solo me empujaba a sentirme peor. Le dolía que estuviera diciendo esas barbaridades.

—¿Entonces cuál es la razón? —pregunté, sin pizca de ánimos.

Si el shock del momento no me hubiese dejado extrañamente deprimida, habría cambiado mi actitud al instante. Mitsuya no tenía por qué soportar mi decaimiento. No era justo que se encargara de alegrarme porque dudaba que alguien pudiera hacerlo.

Sus labios estaban apretados y el ceño fruncido. Agarró con algo más de fuerza mis dedos índice y corazón. También había un ligero temblor en sus pupilas. Estaba dudando sobre qué añadir, pero, a la vez, parecía saber bien lo que quería comunicarme.

—No lo sé —exhaló, derrumbándose—. Pero no eres tú. Es imposible —insistió antes de atrapar mi mejilla con su mano libre—. No debes cambiar por nadie. Agradar a la gente es difícil, siempre lo es. En realidad solo necesitas a unas pocas personas que te aprecien lo suficiente.

Quise agradecerle aquellas buenas palabras, aunque mi resolución no ponía de su parte.

—Lo haces ver muy sencillo —murmuré, observando su semblante, cargado de preocupación—. Dudo mucho que tenga gente así cerca.

Una mueca cruzó su rostro. Casi no podía verla debido a las lágrimas que caerían en breve. Lo lamenté; me habría gustado admirarla con claridad.

—¿Y yo? ¿Acaso no lo soy? —lanzó la cuestión, dulcificando su voz—. Me gusta tu personalidad —reconoció y una extraña presión se apoderó de mi caja torácica—. Puede que no te sirva, pero ...

Una solitaria lágrima me despejó la vista, pudiendo corroborar que su rubor no era invención mía.

—No quería que pensaras eso.

Mi nerviosismo se disparó cuando relajó su mirada y sonrió como de costumbre, satisfecho tras escucharme.

¿Por qué me miraba de esa manera? ¿Por qué se me aceleraba el pulso aun sintiéndome tan destrozada?

—A lo mejor es a mí a quien no le sirve ...

Se estaba inclinando demasiado, no obstante, andaba tan perdida en la candidez de su voz que no reaccioné a tiempo.

Debería haberlo sabido. Puede que me hubiera negado a descifrar sus acciones, pero estaba ahí: en la forma de tocarme, en la necesidad de ayudar siempre que le era posible, en nuestras triviales conversaciones.

Yo misma rechazaba la idea de que él también hubiera desarrollado sentimientos por mí. Todo ese tiempo me forcé a pensar que no era realista imaginar aquello.

Justo ese día, con mi nivel de autoestima por los suelos y unas enormes ganas de venirme abajo. Justo en ese bendito segundo él hizo lo único que podía reavivar mi alma.

El abrigo de sus labios actuó como un verdadero sedante y entumeció los míos en cuestión de un parpadeo.

Estábamos cerca, muy cerca, y sus desiguales latidos llegaron a mis oídos.

Mitsuya enredó nuestros dedos, incapaz de proceder sereno. No parecía él. Nunca reveló sus nervios frente a mí y en esa ocasión ni siquiera podía controlarlos.

Más gotas bañaron mis mejillas, pero la escena era tan irreal que no logré dejarme llevar por su roce. En cambio, observé la tierna forma que escogió de cerrar los ojos, inquieto por lo que estaba haciendo. Quise sonreír y entonces recordé que el primer chico que había despertado algo en mi interior estaba presionando su boca, cauto y adorable, contra mis labios.

Mi sonrojo acompañó al suyo y, de pronto, deshizo el vínculo. Retrocedió, abriendo los ojos. El cautivador destello de sus orbes me congeló y algo invisible me abofeteó con el objetivo de que volviera a la realidad.

Mitsuya acababa de besarme y yo ... Yo solo contuve el aire.

—Lo siento —dijo, desconcertándome—. No tendría que haberlo hecho. N-no era el momento. Estaba ... Siendo egoísta —se retiró, alejándose más de mí.

¿Por qué? ¿Por qué te vas?

—Mitsuya ... —le interpelé, sintiendo mis labios palpitar como locos.

Esa diminuta llama de esperanza se prendió en su semblante nuevamente.

Ante la ausencia de reacción era de suponer que creyera que lo estaba rechazando, pero no era mi intención.

Ojalá hubiera podido adelantarme a él. Ojalá hubiera podido deshacerme de las inseguridades que habían pintado sus gestos. Ojalá mi cariño le hubiera alcanzado.

Me gustaba. Muchísimo. Tenía que decírselo, pero, al parecer, ese beso se llevó consigo mis aptitudes más básicas y me dejó en la más absoluta estacada.

El súbito abrir de la puerta del almacén nos distanció más.

Mi hermana no era consciente de que había llegado en el momento menos oportuno, así que, al descubrir que no estaba sola, quedó estática.

Mitsuya, como un manojo de nervios, se levantó. La nostalgia de su mano en mi mejilla y de nuestros dedos entrelazados fue algo que no sentí al principio, sin embargo, la mirada desconcertada de mi hermana mayor me recordó que había algo más importante de lo que teníamos que ocuparnos.

—Perdonad —se disculpó automáticamente—. No sabía que estabas con alguien, Naru.

De haber estado tranquilo, él se habría presentado. Su forma de ser le habría empujado a ser educado con mi hermana. Si no acabáramos de compartir algo más que palabras, por supuesto.

—No se preocupe. Ya me marchaba —dijo a toda prisa.

No se giró. No me dio ni un simple adiós.

Mis ojos se pegaron a su amplia espalda, viendo cómo se alejaba y desaparecía por la puerta. El chirriante sonido de la entrada se me antojó más desagradable que de costumbre; estaba avisándome de que había perdido la maldita oportunidad de ser plenamente sincera con él.

Debí decirle algo, lo que fuera. No habría huido si hubiera tenido constancia de que su codicia era mutua. Al fin y al cabo, no éramos amigos corrientes. ¿Alguna vez lo fuimos?

Narumi, ¿por qué le dejaste marchar?

—Pensé que estarías sola —se pronunció ella, dejando su chaqueta en una polvorienta silla—. Era un chico muy mono. ¿Es ese amigo del que me habías hablado? Por cierto, el jarrón está hecho tri ...

Me humedecí los labios, notando el calor en estos, y retiré las últimas lágrimas que quedaban en mi barbilla por instinto.

—Es el ... El chico que me gusta.

Mi respuesta no fue la esperada y mi hermana soltó la caja que acababa de tomar. Un golpe sordo repercutió de una pared a otra, marcando el compás de mi estresado corazón.

¿Y ahora? ¿Qué es lo siguiente, Narumi?







🌤🌤🌤

2ª parte lista ✔️✔️

Estas semanas he estado pensando en el shot y terminé llegando a la conclusión de que dos partes serían pocas, así que preparaos para una tercera y última próximamente xD

También le he dado vueltas a una posible historia exclusiva de Mitsuya, pero sigo pensándolo 🤔🤔🤔

Supongo que todo se andará, pero mientras me decido, aquí tenéis la continuación de Narumi y Taka-chan uwu

Muchísimas gracias por el apoyo que le distes a la primera parte. No pensé ni de lejos que tanta gente llegaría a leerla 🤧🤧💜💜

Creo que eso es todo, por lo queeeee espero que hayais disfrutado de la lectura 🥰🥰

Os quiere, GotMe 💜

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