|| Preferir » Rin Matsuoka {2/3.5} ||
Naoki Suzumura
Ojeé por milésima vez aquella lista en la que solo se podía leer un nombre; el nombre de la chica que apenas consideraba para el lugar de mánager. Si nadie más aparecía a lo largo de la tarde, no habría elección posible y Emiya-san quedaría ya dispuesta como la próxima mánager del equipo de natación de la escuela. Me ocuparía de enseñarle todo lo necesario durante los meses restantes para que estuviera lista el día que yo me fuera.
¿De verdad tengo que confiar en ella a pesar de que no me genera más que desagrado?
Agaché la mirada, perdida en esos malditos pensamientos que apenas me habían dejado dormir la noche anterior. Derrotada, deposité los documentos en el banco que había a mi lado.
—Odio esto ...
¿No puedo quedarme indefinidamente aquí?
Guiada por aquel ataque de nervios, comencé a recorrer el recinto de lado a lado, bordeando la piscina mientras me perdía más y más en los miedos que había estado frenando hasta ese día.
¿Y si nadie más se presentaba? ¿Tendría que poner buena cara y soportar a esa chica hasta final de curso? ¿Sería capaz de cederle mi lugar sin que cientos de sospechas sobre ella intervinieran en mi decisión final?
¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
Angustiada, detuve mi desesperado paseo por el pabellón y tomé asiento al borde de la piscina, como tantas otras veces había hecho ya. Fue un acto que había interiorizado tanto que tampoco fui consciente de que mis pasos acabaron en el carril que Rin solía usar. Había sido demasiado habitual para mí ocupar aquel sitio mientras él practicaba. Sí, demasiado.
Mis pies realizaron diversas formas en el agua cristalina. Al remover el líquido estanco, calmé brevemente aquella inquietud que arrastraba desde el día que conocí a Izumi Emiya.
Una sombra bajo el manto azulado que resultaba el agua de nuestra piscina me distrajo por un segundo y, cuando Rin emergió, mi aliento se entrecortó.
Sus grandes pupilas aterrizaron en mí tan pronto como abandonó la práctica. Bajo mi estupefacta mirada, volvió a impulsarse, alcanzando ágilmente mi posición.
Las gotas se deslizaban por su rostro, pero no parecían incomodarle en lo más mínimo. El aire despreocupado que desprendía Rin en esos momentos era demoledor. Mi corazón sintió el duro golpe provocado por su atractiva aura.
Él, por su parte, en lugar de mantener las distancias entre los dos, consintió que su pecho rozara mis rodillas bajo el agua. Un escalofrío me recorrió las piernas mientras él apoyaba ambas manos en el bordillo, acorralándome.
—Senpai, ¿ocurre algo?
Su voz, con un seriedad alarmante, arremetió contra mis enfermizos sentimientos.
—¿Eh? —Rin frunció el ceño, intentando leer mis movimientos—. No, no. Claro que no. Estaba pensando y acabé aquí. Lo siento —me disculpé, molesta con mis malditos deseos por querer estar cerca de él a pesar de todo—. Sigue con el entrenamiento. Solo vine porque ... Creo que fue por la costumbre —Le mostré una mueca—. Ya me voy, siento haber ...
Su mano húmeda agarró la mía, imposibilitando esa huida.
Inmóvil, dirigí mi atención hacia él y abandoné por completo la idea de marcharme. El calor de sus dedos me envió una inocente carga eléctrica.
—No te vayas —me suplicó—. No me molestas. Todo lo contrario, en realidad ...
—Pero estoy en tu carril —Me interpuse en su declaración, pendiente del sonrojo que se apoderaba de su rostro—. ¿Cómo no voy a ser ...?
—Nao-senpai —Su contundencia selló mis labios—, has dado más de diez vueltas a la piscina. ¿Vas a intentar convencerme de que estás relajada?
Atrapó mi mano con toda calma, aferrándose a ella como si la vida le fuera en aquel gesto. Nunca había imaginado que pudiera cometer un atrevimiento de tal calibre y, sin embargo, agradecí que lo hiciera.
La humedad en mi piel se tradujo en un nuevo flujo de energías que camufló con soltura la vergonzosa escena que estábamos protagonizando a la vista de cualquiera que reparara en nosotros.
Rin me escrutaba, implorándome que no rechazara su amabilidad. Si lo hacía ... No me permití recrear aquella escena porque sabía que habría sido demoledora para mi pobre espíritu.
Me sentí pequeña, indefensa, ante sus poderosos orbes.
—Podemos hablar después —musité, embelesada—. Estabas practicando y he interrumpido tu ...
—Solo ayudaba a Aoi —Corrió a desmentir—. Puedo escucharte ahora, de verdad.
¿De dónde demonios había surgido esa urgencia? ¿Por qué estaba priorizando mi estabilidad mental a cualquier otra cosa, incluyendo la natación que tanto amaba?
El brillo que desprendía su fervorosa mirada me atacó despidadamente. Lo único que pude hacer en medio de aquel ataque fue agachar la cabeza y concentrarme en las tenues ondas que se creaban en el agua debido a nuestros cuerpos. Su torso desnudo seguía estando a escasos centímetros de mis rodillas y, cada pocos segundos, alguna que otra gota caía en mis piernas.
¿Qué estaba pasando?
Con un fuerte nudo en la garganta, me propuse contener ese anhelo que me robaba horas de sueño. No podía ser transparente frente a él porque entonces ... Entonces, incluso Rin se daría cuenta de que mi corazón latía en su dirección.
—Nadie se ha inscrito. Solo Emiya-san —Expuse, en tensión por el férreo peso de su mano sobre la mía—. No me gustaría que una chica como ella terminase siendo la mánager. Tengo ... Tengo el presentimiento de que renunciaría al poco tiempo de empezar y esa posibilidad me genera mucha ansiedad —Suspiré—. Sé que estoy exagerando, lo sé, pero es superior a mí. Ser tan perfeccionista es horrible y estoy siendo injusta con ella porque ni siquiera la conozco. Juzgo su compromiso sin haber ...
—Senpai —Cerré la boca, secretamente complacida por ser lo único que tuviera en mente—, ¿puedo hacer algo por ti?
Una mano invisible penetró en mi pecho y removió hasta el último de los entresijos que guardaba, lejos de las miradas ajenas y de las odiosas personas que se habían divertido a mi costa.
Al mirarle, supe que no mentía. No había forma humana de que unos ojos tan sinceros estuvieran falseando esos sentimientos que abiertamente me demostraba.
—Practica —sugerí, conmovida—. Que lo hagas es suficiente para mí, Rin.
En cierta manera, le dije la verdad. Admirar su empeño, su fortaleza, era más de lo podía pedir. Cuando la sobrecarga de trabajo me cortaba la respiración, enfocarme en sus ágiles y contundentes brazadas suponía un alivio estratosférico.
Rin podía ser amable, respetuoso e íntimo conmigo, pero estaba bastante segura de que él nunca llegaría a entender cuánto me ayudaba su presencia, cercana y tangible.
—¡Rin-senpai, Suzumura-senpai! —La elevada voz de Aoi-kun rompió aquella intimidad de un simple movimiento—. ¿Qué hacéis?
Ligeramente incómodo, Matsuoka, alertado por la llegado de su compañero, decidió acabar con la unión de nuestras manos y echarse hacia mi izquierda para sostenerse correctamente del bordillo.
Sus brazos ya no impedían mi huida, su pecho ya no se aproximaba a mis piernas, entonces, ¿por qué sentí que algo me oprimía el cuerpo?
¿Tenerlo ahí, a escasas pulgadas, me sanaba? ¿Era eso?
La distancia aumentó entre ambos, era inevitable, pero no supuso nada bueno. Yo ... Necesitaba sentir aquella calidez amenazando la frialdad de mi piel o perdería el norte.
—Aoi, te dije que siguieras con el ... —comentó Rin, echándose el cabello rojizo hacia atrás.
—Lo sé, Rin-senpai —Se zambulló y entró en el carril que sus dos superiores ocupábamos—. Os vi y no pude evitarlo, perdón —se disculpó con una grata sonrisa.
Rin, acostumbrado a los arrebatos del más pequeño, se limitó a chasqueuar la lengua, ocultándose de mí a propósito.
Consciente de que su lado más áspero había salido a la luz para alejar cualquier malentendido del invitado sorpresa, traté de mantener la calma y concentrarme en recuperar esa estabilidad que tanto me caracterizaba.
—¿Estás entrenando duro, Aoi-kun? —le pregunté—. He oído que tus tiempos han mejorado desde que acabaron las vacaciones de verano.
"He oído" fue un vil recurso del que me apropié, pues fue el mismo Rin quien me comentó, días antes, lo mucho que Aoi estaba creciendo.
Sus ojos brillaron como dos relucientes perlas al oír mis palabras y el entusiasmo desbordó su escuálida complexión al instante.
—Sí, senpai —Emocionado, continuó—. Rin-senpai y yo entrenamos juntos últimamente y eso me está ayudando mucho —Él se dirigió al susodicho, agradecido—. Sin sus consejos no habría conseguido nada.
—Tienes potencial —Se apresuró a añadir Matusoka—. Lo que yo haga es secundario y lo sabes.
Siempre que se trataba de alardear, Rin recibía con gusto cualquier piropo o halago, sin embargo, si era Aoi el que intervenía en el asunto, algo en él se negaba a aceptarlo. Rin sabía que Aoi lo tenía como un referente, un ejemplo a seguir, y puede que por dicho aspecto no fuera capaz de recibir sus alentadores discursos. Puede que no se creyera merecedor de unas afirmaciones tan buenas.
—Pero, Rin-senpai, si no fuera por ti, yo ya habría dejado la natación —Admitió el contrario, resuelto a contrarrestar el menosprecio al que se sometía el mayor—. Eres genial; tu forma de nadar hizo que quisiera seguir intentándolo, así que me alegro de que alguien tan increíble como tú esté monitoreando mis entrenamientos —Ilusionado, realizó una breve reverencia a pesar de estar imposibilitado por el agua que le llegaba hasta las clavículas—. Nunca me cansaré de agradecértelo, senpai.
El noble gesto de Aoi logró aguar mis ojos.
Si bien no era la primera ocasión en que presenciaba el enorme sentimiento de gratitud y de orgullo que aquel chico tenía por Rin, algo en su voz me hizo lagrimear.
Rin, que ya luchaba contra el sonrojo desde nuestra conversación, no pudo ocultar más el efecto que ejercía en él la declaración de Aoi-kun.
—Maldita sea, ¿por qué te inclinas? —Se giró un poco, lo suficiente para que mi vista no captase la mayor parte de su rubor—. Te he dicho millones de veces que no digas cosas de esas como si nada ...
Aoi soltó alguna que otra risa y palpó su nuca, avergonzado. No obstante, le comprendía demasiado bien.
Enorgullecerse de Rin era demasiado fácil si lo conocías un poco. Hasta la persona más despistada del planeta podía ver lo mucho que se esforzaba por mejorar. Era, de lejos, el chico que más horas pasaba en la piscina y que mejor empleaba su tiempo. Los menús y los horarios de sus entrenamientos, que yo revisaba personalmente, suponían la prueba fehaciente de todo ello.
Por lo tanto, que el siguiente comentario escapara de mí no debía ser extraño. Al menos, eso creí en un primer momento.
—Bueno, Aoi-kun no está exagerando, Rin —Me atreví a intervenir, todavía embelesada por su torpe reacción—. Eres como un tiburón mako. Tu velocidad en el agua es impresionante y puedes parecer aterrador si te lo propones, pero, en realidad, eres el chico más inofensivo y tranquilo del equipo. Una apariencia engañosa para alguien que ...
Si las miradas hubiesen hablado, habrían desvelado deseos que ninguno de los dos pretendía revelar.
Con el paso de los segundos, fui descubriendo la verdad oculta tras lo que había dicho y la repercusión que tenía aquella idea en él, que me observaba en silencio.
Naoki, ¿qué acabas de hacer?
—¡Exacto, senpai! —Aoi me apoyó, muy de acuerdo con la similitud que había establecido entre el animal marino y Rin—. No podrías haberlo explicado mejor. Se nota que entiendes a Rin-senpai; por muy cascarrabias que pueda ser a veces, no hay ...
Lo siguiente que sucedió fue casi cómico, ya que Rin se movió cual torbellino y agarró a Aoi para sumergirlo, impidiendo que siguiera con su retahíla de brillantes comentarios acerca de la maravillosa analogía que había salido de mí. A pesar de la inocente sugerencia, supe rápidamente que había metido la pata.
Él me daba la espalda, asegurándose de tal modo de que yo no pudiera contemplar el sonrojo que había inundado sus mejillas.
Aoi pataleaba y alzaba los brazos en busca de una ansiada liberación que no lograría mientras que Rin tuviese apresados sus hombros, canalizando aquella vergüenza que no podía soportar.
Pero, ¿me arrepentía de haber dicho algo tan insulso? Solo si realmente le había molestado que me tomase tales libertades, y era difícil de creer que aquello sucediera entre nosotros.
—Rin —Y se volvió hacia mí, en contra del vergonzoso escenario que habíamos orquestado Aoi-kun y yo—, esfuérzate entrenando. Yo haré lo mismo, ¿de acuerdo?
Esas palabras de aliento lo dejaron boquiabierto y, debido a la impresión, Aoi pudo escapar de su prisión, nadando lejos de él.
Quiero que coja mi mano otra vez.
Respiré hondo.
Quiero acariciar su pelo como siempre hago.
Él pestañeó, asimilando y digiriendo algo que escapaba a mis sentidos.
Quiero tocarlo. Quiero que sepa cómo me siento.
La saliva descendió por mi garganta seca.
Estudié la suave ola que murió en mis rodillas tras su impulso. Sin apenas distancia entre Rin y yo, noté una incipiente picazón en mis lagrimales, como si un anclaje estuviera a punto de romperse en mi interior.
—Nao-senpai —me llamó, aunque ya poseía toda mi atención—, ¿podrías ...?
¿Quedarte? ¿Animarme? ¿Esperarme cuando acabe el entrenamiento? ¿Apoyarme hoy también? ¿Decirme si te sonrojas por mí? ¿Aguantar hasta que sepa lo que quiero? ¿Confesarte? ¿Quererme?
Un sí directo habría sido mi resolución a cualquiera de esas preguntas, pero nunca supe la continuación de su interrogación. Una estruendosa voz le cortó en seco, alejándonos por segunda vez.
—¡Nao! ¿¡Dónde estás!? ¡Preguntan por ti!
Después de vociferar mi nombre, la energía de Seijū se difuminó y comprendí que nuestro tiempo juntos había finalizado. Matsuoka asimiló aquello un segundo más tarde, cuando yo me giré y topé con un capitán que llamaba a su mano derecha algo confundido. Solo nos separaban unos metros, pero tardó en distinguirme entre el resto de nadadores y, al hacerlo, advirtió la cercanía que aún existía entre Rin y yo.
Desde mi lugar, pude ver cómo hacía un gesto con la boca, arrepentido de haberse pronunciado.
—Tengo ... Tengo que irme —dije, ralentizada.
—Sí —Carraspeó Rin—. Me esforzaré hoy, senpai.
Su inmersión en el agua fue instantánea y no tuve margen para decirle nada más. Ni una sola palabra de aliento. En un abrir y cerrar de ojos, él ya se había alejado de mi posición y nadaba hacia Aoi-kun.
Querría ... Querría haberme despedido correctamente. Me habría encantado sonreírle y revolver su cabello como ya era costumbre.
—Nao, siento haber interrumpido.
La disculpa de mi mejor amigo llegó a mis oídos como una corriente de agua templada que apaciguó brevemente mi desilusión.
—Da igual, Seijū —aseguré, cabizbaja—. ¿Qué ocurre? ¿Quién me busca?
Me incorporé, sacando las piernas de la piscina y aferrándome al brazo que él me ofrecía para no resbalarme. Con ambos pies sobre la superficie mojada, escuché lo que me decía, aunque no estaba muy atenta, ya que aquel dulce hormigueo que Rin había abandonado en mi mano izquierda acaparó gran parte de mi conciencia.
—Es una chica de primero. Parece que está interesada en el puesto de mánager —Me indicó.
Procesé aquella información poco a poco, hasta que volví en mí y mis esperazanas al respecto regresaron. Separé los labios y miré con urgencia a mi amigo, rogando por que no fuera una broma pesada. Y así era, pues la sonrisa de Mikoshiba no podía ser falsa.
—¿Lo dices en serio?
El Seijūrō que se habría burlado de mi emoción no estaba; en su lugar, había un chico que me obsequiaba una tierna sonrisa, feliz de presenciar cómo mi ánimo volvía al escuchar la buena noticia.
Ladeó el rostro sin apartar la vista de mí.
—Está allí, en la entrada —Señaló.
Seguí su indicación y descubrí a una estudiante, apartada del resto para no incordiar, que demostraba unos nervios de lo más adorables. Constantemente se colocaba la gafas, a pesar de que estas ya se encontraban sobre el punto correcto de su nariz.
Verla allí, claramente asustada, fue como si me viera a mí misma los primeros días de preparatoria. Ella ya llevaba meses en Samezuka, pero ese miedo a meter la pata y a no ser aceptada estaba escrito en su gesto alicaído.
Fui hasta donde aguardaba a ser llamada y, cuando me reconoció, realizó una rápida reverencia a modo de saludo.
—Buenas tardes, senpai —Se recogió un par de mechones tras la oreja derecha, rechazando el contacto visual en primera instancia—. Me llamo Sayaka Miyano. Soy de primero, clase 1-B. Venía porque ... Quería saber si todavía puedo postularme para el puesto de mánager.
Resollé y no logré contener una enorme sonrisa.
—Por supuesto, Miyano-san —Ella me miró, dejando caer lo aliviada que se sentía tras mi respuesta—. Acompáñame al despacho del entrador. Allí guardo la hojas de inscripción.
A lo mejor esa chica tímida y temerosa era lo que había estado esperando. A lo mejor esas semanas habían merecido todo el sufrimiento.
🌊🌊🌊
El entrenamiento conjunto terminó pronto. A pesar de ser viernes, el uso de la piscina solo estaba permitido hasta las siete y media de la tarde, y más aún si teníamos visita de otra preparatoria. Los chicos de Iwatobi habían venido a entrenar y la principal razón estaba en que su piscina se hallaba al aire libre, por lo que, de vez en cuando, venían para utilizar la nuestra y practicar en invierno.
Ya estábamos a finales de noviembre y les era imposible nadar en su escuela. De tal forma, Mikoshiba habló con la hermana pequeña de Rin, mánager del equipo de natación de Iwatobi, con la intención de que viniesen e hiciesen uso de nuestras instalaciones con total libertad tras acabar la semana. Y así fue; en ese preciso momento, mantenían una competición amistosa de relevos.
Rin ganó, aunque apenas hubo diferencia con su contrincante. El chico de ojos azules y Matsuoka chocaron la mano, gesto que hizo a mi kōhai sonreír de oreja a oreja. Aquella enternecedora imagen me revolvió el estómago y, por un pequeño instante, sentí la respiración pesada.
Los vítores de Gou-san llamaron la atención de todos nosotros y yo sonreí, agradecida de que Rin tuviera una hermana como ella.
—¿Suzumura-senpai?
El llamado de Miyano-san, la aprendiz más joven, recuperó mis sentidos, alejándome del espectáculo que se llevaba a cabo en el agua.
—¿Sí? —Me aclaré la voz.
—Creo que Emiya-san nos está llamando —Señaló en dirección a la entrada de los vestuarios, donde la chica de segundo curso alzaba el brazo derecho—. Puedo ir yo si ...
—No, no, vamos juntas —Asentí, encaminándome hacia allí.
Sayaka Miyano me siguió de cerca en todo momento y se detuvo tras de mí cuando llegamos al lugar en cuestión.
—¿Ocurre algo, Emiya-san?
Mi pregunta acrecentó la oscuridad de su semblante.
—He ido a buscar las toallas para los chicos de Iwatobi y parece que no quedan.
Con una mueca cruzando sus labios, me observó atentamente.
La confusión me golpeó.
—¿Qué?
Ella asintió. Se estaba mostrando avergonzada y casi arrepentida por lo que me había comunicado, sin embargo, no terminaba de tragarme dichos sentimientos.
A pesar de las semanas que habían estado ambas bajo mi tutela, no llegué a congeniar correctamente con Emiya-san. Una pared de cemento invisible nos separaba. Las dos lo notábamos.
Al principio, intenté poner de mi parte, ayudarla a que se integrara bien con el resto del equipo, pero pronto me percaté de que esa chica no quería mi ayuda. Pretendía hacerlo todo sola, ansiaba demostrarme que no necesitaba mis consejos; ni siquiera mi presencia alrededor. Resultaba frustrante, por supuesto. Ahora bien, no estaba dispuesta a rebajarme y quedar por debajo. Quien estaba allí aprendiendo no era yo, sino ella, así que tendría que acatarlo, le gustase o no.
—Fui a los vestuarios y no hay toallas de sobra —repitió, explicándose con algo más de detalle.
—Guardé algunas toallas limpias en los armarios hace un par de días. Es imposible que no estén —Me negué a creer lo que decía.
—Lo sé, pero no están. Puede que alguien se haya confundido y las ...
Incapaz de confiar en aquella chica, yo misma fui a comprobarlo. El armario que recordaba haber usado estaba vacío. Ni una sola prenda quedaba allí, tal y como había comunicado Emiya-san.
Cerré el cubículo lentamente y medité al respecto. ¿Dónde podrían estar?
—Senpai —La más joven se pronunció, a pocos pasos de mí—, ¿quieres que vaya a buscar algunas toallas al club de balocesto? Puede que su mánager todavía esté en el gimnasio.
Rápidamente, observé la hora que marcaba mi reloj de muñeca, confirmando que apenas quedaban unos minutos para las ocho de la tarde.
La mayoría de los clubes cerraban sus puertas sobre las siete y media de la tarde. Siempre había excepciones, en especial cuando las prácticas resultaban más intensas que de costumbre por la proximidad de algún torneo. Por desgracia, no tenía conocimiento alguno acerca de la situación del club de baloncesto, por lo que no podía asegurar que su mánager siguiera en el pabellón a esas horas.
El problema residía en la hora, sí, pero el mayor inconveniente lo encontré en que los chicos debían estar a punto de las duchas. Si no nos dábamos prisa, nuestros invitados tendrían que esperar y volverían a casa más tarde de lo planeado.
Mordisqueé mi labio inferior, siendo esa la manía que me atacaba cuando algo se interponía en lo que había programado.
—Iré yo —Le informé, dando la vuelta y retomando el camino de salida—. Puede que el pabellón esté cerrado y solo la mánager puede pedir las llaves al bedel. Miyano-san, tú quédate aquí y llámame cuando los chicos acaben, ¿vale?
Ella asintió, conforme con mi decisión, y me siguió por todo el recinto hasta las puertas externas. Mientras me ponía los zapatos, posé mi vista en la figura de Mikoshiba, quien charlaba con la hermana pequeña de Rin.
Aprovechando aquel momento de paz, me escabullí del lugar tras susurrar un escueto adiós a mi kōhai.
La llegada al gimnasio que usaba el equipo de baloncesto fue rápida y resultó una bendita casualidad que justo en aquel instante la mánager estuviera cerrando la entrada con su llave. Le expliqué la situación con toda la celeridad del mundo y ella, amablemente, me permitió entrar y coger lo que necesitara.
Después de tomar prestada una pila de toallas, le prometí que esa misma noche las lavaría y volvería para dejarla en su lugar correspondiente. Ella, una chica de mi mismo año, no puso ningún problema y me insistió en que no hacía falta tal esfuerzo por mi parte. Podía devolverlas al día siguiente, pero yo no me iría a dormir tranquila si no hacía lo que creía correcto. Retrasé su vuelta a casa y, quisiera reconocerlo o no, también estaba importunándola con aquel préstamo. Lo menos que podía hacer era regresar las prendas cuanto antes, así que ella me dio la llave de repuesto que siempre llevábamos encima la mánagers y quedamos en que se la entregaría de vuelta a primera hora de la mañana.
Al entrar en nuestro recinto, con el corazón en la garganta después de aquella excursión improvisada, corrí a cambiar mis zapatos y crucé de esquina a esquina la piscina que, en calma, me dio la bienvenida. Atenta al silencio y a la ausencia de los chicos, conseguí llegar a la mesa que usábamos a modo de registro.
Miyano-san me vio aparecer y despejó la superficie para que yo pudiera dejar sobre ella las toallas que tanto trabajo nos habían dado.
—¿Están en las duchas? —pregunté, respirando con dificultad.
—Sí, senpai. Algunos ya han salido, pero ninguno era de Iwatobi, así que no ha habido ...
—Ah ... —Me agaché y cerré los ojos, aliviada a más no poder—. Me alegro.
—¿Quieres que te traiga un vaso de agua, senpai? Estás sudando —dijo inmediatamente ella.
Su iniciativa era más que adorable y, desde luego, acertada. Aquella era una de sus cualidades que más me agradaron desde el día que comenzó con sus prácticas bajo mi supervisión; siempre sabía cómo actuar. A pesar de la presión a la que estuviera siendo sometida, Miyano-san parecía tener un sexto sentido que la empujaba a cumplir con su trabajo sin fallo alguno.
Eché un vistazo hacia arriba, notando cómo mis pantorrillas quemaban debido a la reciente carrera, y asentí para ella.
—Sí, por favor —Acepté su oferta.
—Enseguida vuelvo, senpai.
Firme en su propósito, se esfumó.
Mientras recuperaba el aliento, me incorporé y retiré algo del sudor que resbalaba por mi frente.
Ese había sido un gran sprint. Ni siquiera pasaron quince minutos y yo ya estaba de vuelta. Aunque, tristemente, mi cuerpo no podía resistir carreras de ese tipo sin previo aviso. Me imaginé que, a la mañana siguiente, despertaría con unas agujetas horribles.
Estiré con suavidad mi pierna derecha y me juré echar algo de crema en las zonas más afectadas para no cargar con fuertes dolores durante el resto de la semana.
—¿Senpai?
Su voz estaba grabada a fuego en mi cabeza y por eso mismo mis nervios me jugaron una mala pasada al intentar girarme hacia él. Puede que el movimiento fuera demasiado impaciente, no estuve muy segura, pero al apoyar mi pie izquierdo en el resbaladizo suelo, perdí el equilibrio.
La gravedad hizo su trabajo y mi cuerpo fue cayendo hacia atrás hasta que sus brazos me agarraron la espalda y la cintura, evitando así un desastre que podría haberme roto la crisma en un santiamén.
Parpardeé y eché el aire que había contenido en vista de aquella aparatosa caída de la que, por suerte, Rin me había salvado.
De repente, me di cuenta de la posición que ocupábamos ambos en la escena, siendo él quien me sostenía y yo quien, en un interno desesperado por agarrame a algo que tuviera cerca, sujetaba con fuerza su brazo derecho.
—¿Rin? —me pronuncié, consternada por su presencia.
—¿Estás bien? Podrías haberte hecho mucho daño —Me aleccionó, afianzando sus dedos a mi espalda baja.
Respiré muy hondo, perdida en la calidez de unas pupilas que tenía a escasos centímetros de distancia.
—Sí —respondí, urgida por los latidos de ese órgano mío que no se callaría nunca—. Estoy de maravilla.
Su pequeña sonrisa me debilitó y, de forma inconsciente, hundí un poco más mis uñas en su piel.
—Parece que vienes de correr diez kilómetros, Nao-senpai —Me ayudó a apoyar ambos pies sobre las baldosas salpicadas de agua y, atrevido, se tomó la licencia de apartar uno de los mechones que habían escapado de mi oreja—. ¿Dónde te habías metido? Vine a buscarte antes, pero no estabas por ninguna parte.
—Salí a buscar toallas limpias —comenté, sonrojada—. ¿Quieres una?
Mi pregunta le hizo reír, dejándome ver sus afilados colmillos. Querría haber fotografiado ese gesto, haberlo grabado en mi retina a fuego, si me hubiese sido posible.
—No, gracias. Ya he usado la mía —me explicó con extrema dulzura—. ¿Necesitas ayuda? Debes estar agotada.
—Lo estoy —Admití en voz baja.
Con cuidado, dejé ir su brazo. El calor de su piel bajo mi mano helada generó una ligera sacudida en mí, como si el suelo temblase bajo mis pies en el momento en que las yemas de mis dedos trazaron un escueto camino por las venas de su brazo. No obstante, mantuve la calma y me aparté, por seguridad, de su corpulenta figura.
De pronto, Rin me guió hasta la silla que acompañaba aquella mesa y se colocó frente a mí, satisfecho una vez me senté en ella.
—Entonces, siéntate aquí y deja que las reparta yo, ¿de acuerdo? —No era mi intención cargarle con un cometido del que yo, en persona, debía ocuparme, pero su alegría calló mis objeciones. Agarró la pila de prendas de aseo sin dificultad y, entonces, pareció recordar algo—. Ah, senpai, una cosa más.
—¿Sí?
Acaricié mi muslo desnudo y coloqué bien mis pantalones deportivos. Tenía algunos músculos entumecidos, al límite de lo que les estaba permitido aguantar.
—¿Puedo esperarte después? —Su interrogante captó todos mis sentidos y, contenta por su explícito deseo, lo miré con los ojos bien abiertos—. Cuando Haru y los demás se marchen.
Me habría encantado aceptar y prometerle que nos veríamos a una hora concreta, sin embargo, todavía quedaban cosas por hacer antes de que la mánager del equipo pudiera marcharse a descansar, y así se lo hice saber.
—Me quedaré hasta tarde, o eso creo —El semblante de Rin cambió, eliminando aquella ilusión que había tintado su mirada—. Deberías irte con el resto antes de que se haga noche cerrada. Dicen que lloverá en un rato.
—¿Acaso quieres librarte de mí, senpai? —bromeó, tanteando el terreno.
—Puede —le respondí, siguiendo su broma con una tenue curvatura en los labios.
Recogí aquellos dedos que habían palpado su piel, notando pequeñas pulsaciones en la punta de estos.
Puede que él lo estuviera tomando a risa, pero yo ... En realidad estaba alejándome de Rin adrede. No era por gusto, claro que no, sino todo lo contrario. A lo largo de esas últimas semanas, había sentido que él trataba de acercarse a mí más y más, y no estaba segura de cómo interpretar sus abiertos pasos.
¿Compasión? ¿Solidaridad? ¿Agradecimiento? ¿Mera amistad, o más que eso? Algo me decía que no correspondería lo que yo sentía por él, así opté por la solución fácil: huir.
Tragué saliva, incapaz de rechazar también sus pupilas.
—Entonces no hay nada que hacer —Se resignó, sosteniendo adecuadamente las toallas—. De todos modos, si terminas necesitando ayuda después, puedes mandarme un mensaje.
—Lo tendré en cuenta, Rin —Asentí, agradecida.
Ojalá hubiese accedido. Ojalá él se hubiese quedado conmigo.
Rin fingió un conformismo frente a mí que ninguno de los dos llegó a creer y se marchó hacia los vestuarios donde, imaginé, debían estar los chicos de Iwatobi, recién salidos de las duchas y a la espera de recibir algo con lo que secarse cuanto antes.
De nuevo sola, suspiré.
¿Por qué estaba siendo tan persistente? ¿Tenía algo que decirme y no se atrevía a hacerlo durante el horario del club?
Aquel viernes, tuve la sensación de que Matsuoka sonaba más decidido e insistente. No siempre me negaba a sus proposiciones, claro, pero solía escudarme en la fuerte carga de trabajo que quedaba al acabar el día. De tal manera, Rin no podía replicar al respecto.
Estaba usando mi maldita posición para apartarlo de mí, para esconderme de él a toda costa. No sabía muy bien qué estaba buscando con eso. ¿Desenamorarme de Rin? ¿De verdad ansiaba un escenario que ni siquiera me había planteado seriamente?
¿Mirarle con otros ojos era posible tras haber sentido cómo mi pecho se desbordaba con un simple vistazo a su silueta bajo el agua?
No miento al decir que aquel pensamiento me acompañó el resto de la tarde y que persistió en mí tras la caída del sol. Incluso cuando los chicos se marcharon, quedando Aoi-kun y Rin los últimos, percibí la esperanza del mayor de que rectificara mi respuesta, pero yo no me pronuncié y clavé la vista en otra parte.
Tanto Miyano-san como Emiya-san quisieron quedarse conmigo, esperando así que aquel lavado a mano de las toallas prestadas acabase pronto. Al menos, antes de la medianoche.
En un primer momento, no me pareció que fuera mala idea. Al fin y al cabo, tenía el pálpito de que la joven de segundo curso tuvo algo que ver en la repentina desaparición de las toallas que yo misma guardé días atrás, y ese sería un buen castigo mientras no pudiera acusarla de lo sucedido. No obstante, recordé que los alumnos de primer curso debían madrugar a la mañana siguiente por unas actividades que el comité de estudiantes había organizado deliberadamente para los más pequeños de la escuela. Al tenerlo en cuenta, insté a Sayaka Miyano a marcharse a casa. Ella no residía en los dormitorios, como sí ocurría con la mayoría del alumnado de Samezuka, así que no me detuve hasta que tomó su bolso y se marchó del pabellón.
Por su lado, Emiya-san decidió que debía ayudarme con más razón si Sayaka no podía echar una mano. No me negué a ello, pero, desde luego, no me sentí cómoda estando a solas con ella. Esa chica tenía más de una cara y no me apetecía descubrirlas aquella noche.
Siendo más de las ocho, ya no se permitía el acceso a la sala de lavandería, por lo que la decisión de lavar las prendas en la pila olvidada del almacén fue unánime. Nos repartimos la tarea, encargándose cada una de nosotras de dos toallas. A pesar de que tardamos bastante en lavarlas y secarlas con algunos secadores de pelo, no se nos hizo demasiado tarde y a las nueve y media comenzamos a recoger aquel dispositivo improvisado.
Después de aclarar el almacén, encargué a mi aprendiz que comprobase el estado de todos los cuartos del recinto. Esa ronda de supervisión formaba parte de mi trabajo diario, pero, excepcionalmente, dejé que Emiya-san lo hiciera para poder ir hasta el pabellón del equipo de baloncesto.
Gracias al juego de llaves que me proporcionó su mánager, pude entrar al lugar y depositar los juegos de toallas recién lavados en una de las estanterías de los vestuarios.
Llena de alivio, salí de allí y cerré con aquellas llaves, grabando a fuego en mi mente que debía entregarlas a primera hora de la mañana de ese sábado que estaba a pocas horas de comenzar.
En el camino de regreso debía cruzar casi toda la parcela de terreno que ocupaba nuestra escuela. Por tanto, no me extrañó que empezara a lloviznar cuando todavía estaba a mitad del trayecto.
Caminando un poco más rápido, traté de volver antes de que la pequeña llovizna empeorara, pero fue imposible; llegué al portón empapada. Intenté deshacerme de los excesos de agua que serpenteaban por mi ropa. Pronto olvidé esa idea poco práctica y, guarecida bajo el telón de acero que presidía la entrada a la piscina, empujé las puertas.
Para mi sorpresa, estas no se movieron ni un ápice.
Rin Matsuoka
—¡Matsuoka!
Al escuchar cómo me llamaban, aminoré el paso y me giré en mitad del pasillo. El capitán Mikoshiba se acercaba con un halo de frescura rodeándole.
—¿Sí, capitán? —dije, dándole un par de segundos más hasta que nos encontramos cara a cara.
—Iba hacia tu cuarto ahora —Puntualizó—. ¿Hablaste con Nao esta tarde?
—Antes de marcharnos, sí —Afirmé con total normalidad—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada realmente —Una mueca involuntaria cruzó su gesto y me pareció notar cómo su ceño se hacía un poco más pronunciado—. Con la visita de Iwatobi estuve liado hasta la hora de irnos y no pude hablar con ella sobre la práctica de este fin de semana. He intentado contactarla, pero no responde al teléfono.
En aquella ocasión, fui yo quien se extrañó. Con el ceño ligeramente fruncido, emití la siguiente cuestión:
—¿Nao-senpai no coge tus llamadas?
Eso era muy raro.
Si bien cabía la posibilidad de que hubiese llegado tarde a los dormitorios y que estuviera duchándose o terminando de cenar, me parecía increíble y sospechoso que no atendiera a su móvil. Mikoshiba-senpai abusaba mucho de su amistad y solía llamarla a horas intespetivas frecuentemente, por lo que estaba acostumbrada a descolgar aunque la medianoche se aproximara.
—No, y es imposible que siga en el despacho—Aseguró—; ya sabes que a las diez no se permite la estancia en ningún pabellón de deporte de la escuela. Por eso no entiendo qué puede estar haciendo —Se rascó la nuca, meditabundo.
—Puede que se haya ido a dormir pronto —sugerí, consciente de que apenas hacía unos minutos que dieron las diez de la noche—. Ha sido un día ajetreado ...
—Eso quiero pensar —Me secundó, resignándose—. En fin, solo quería preguntarte por si te comentó algo sobre el itinerario de mañana, pero ya veo que no —Comenzó a retroceder, dando por acabada la escueta conversación—. Nos vemos mañana, Matsuoka.
—Hasta mañana, capitán —Observé cómo cerraba la puerta de enfrente, la de su cuarto, y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
¿Le había ocurrido algo a Nao-senpai?
Preocupado, entré en mi habitación y comprobé que Aoi todavía no había vuelto. Decidí tomar aquel momento en privado para sacar mi teléfono y buscar su contacto en mi agenda.
Los pitidos de la llamada sonaron durante treinta segundos, confirmando lo que el capitán del equipo me había relatado.
¿Desde cuándo Nao-senpai paseaba por la preparatoria incomunicada? No se me metía en la cabeza que anduviera en el séptimo sueño a esas horas por la simple razón de que solía trasnochar a diario. Solo los fines de semanas se permitía dormir más de lo habitual, pero teniendo un sábado y un domingo tan ocupados por delante, sentía que algo no estaba bien.
Su ausencia me trasmitía una desagradable sensación de la que no pude librarme. Por tanto, agarré mi chaqueta del armario y comencé a ponérmela, coincidiendo con la llegada de mi compañero de cuarto.
—Rin-senpai, ¿vas a salir? —Se interesó por mi aparente decisión.
Mi forma de ser me impedía que contase con Aoi en una situación como esa, pero estaba seguro de que no tardaría en abusar de nuestra amistad. A lo mejor él podía aconsejarme sobre cómo actuar mientras terminaba de decidir qué era lo que sentía por Nao-senpai.
—Sí. Quiero que me dé un poco el aire —Me acomodé el cuello de la chaqueta—. Vuelvo enseguida.
—Está bien. Yo tengo que devolverle una cosa a Kaizaki-san, pero regresaré pronto también. Recuerda que el toque de queda es a las diez y media —me comentó con su sonrisa usual.
—Lo sé, tranquilo.
Salí de nuestra habitación asegurándome de que no molestaba a nadie en el pasillo.
Todos estaban en sus cuartos, preparándose para dormir, así que no encontré a nadie en mi pequeña escapada. En la entrada del edificio, saqué mi móvil y con él pasé la identificación de alumno por el escáner.
Aquella era una de las tantas exigencias que debíamos cumplir por estudiar en una preparatoria de alto nivel. Samezuka podía llegar a ser muy estricta, pero no me importaba si se me permitía crecer como nadador. Además, quedarme en casa con mi madre y mi hermana no entraba en mis planes.
Después de salir, el aire fresco de finales de noviembre me recibió. Entonce, me percaté de que el conserje que siempre estaba en la entrada, en aquel cubículo de cristal, no andaba por el lugar. Él era quien registraba la llegada de los alumnos y la salida de los mismos. Debido a su desaparición, decidí no dejar constancia de mi salida. No pasaría nada si esa escapada nocturna quedaba para mí: la idea era ir a los dormitorios de chicas y preguntar al guardia que regentaba la entrada allí si Naoki Suzumura había vuelto. Si su nombre y apellido estaban en la lista, volvería a mi habitación. Solo quería saber que ella estaba bajo cubierto porque la lluvia había comenzado a caer y todos los partes metereológicos dieron el aviso de que una tormenta sacudiría la ciudad aquella noche. Necesitaba quedarme en paz aunque Nao-senpai no diera señales de vida.
Después de atravesar el corredor techado que unía ambos edificios, llegué hasta las enormes puertas y un tremebundo silencio me dio la bienvenida, al igual que aquel guardia, quien parecía desesperado por encontrar algo en los cajones del mueble principal.
—Buenas noches —lo saludé, sin recibir una respuesta—. ¿Puedo preguntar por una alum ...?
—Perdona, chico, pero estoy ocupado ahora y tengo que irme —Con una linterna en su mano derecha, salió del lugar en el que pasaba horas encerrado y dio unos rápidos pero torpes pasos en dirección contraria a mí, hacia el recibidor—. La lista está ahí, pero no toques nada más.
Asentí, sacando las manos de mis bolsillos.
—No se preocupe —dije, pero el hombre ya no escuchaba nada—. No moveré nada de sitio ...
Agarré el folio de su mesa y revisé que su hora de salida estaba apuntada correctamente, sin embargo, la de llegada no estaba escrita en aquel papel. Al leer todos los nombres y no dar con el suyo, decidí comenzar desde el principio, imaginando que, por algún casual, lo había saltado.
No fue así. No había indicios de que senpai hubiera regresado a los dormitorios.
Me llevé la mano derecha al pelo, revolviéndolo de puro nerviosismo.
Cabía la posibilidad de que no hubieran tomado su nombre. Tal y como había podido observar, el conserje estaba bastante descentrado, alejado de su principal ocupación. Si ese era el caso, entonces me estaba alarmando sin un motivo sólido. No haber podido hablar con senpai tampoco era un signo claro de que siguiera fuera.
Tendría que haberme marchado y haber olvidado el asunto. Tendría que haberlo dejado esta. Preocuparme demasiado no era lo correcto porque ... Porque yo ni siquiera estaba enamorado de Nao-senpai.
Mi cabeza era sensata al respecto, pero mi cuerpo no comprendió el dictamen final y decidió por su cuenta salir del edificio.
La lluvia no me importó. Es más, sentir cómo mi cabello se mojaba logró activarme del todo, corriendo a máxima velocidad.
La cortina de agua me desorientó al principio. Salí tan deprisa que no ubiqué muy bien la zona en la que se encontraba la piscina. Por suerte, mis ojos se acostumbraron pronto a la poca visibilidad y pude localizar la gigantesca forma de nuestro pabellón tras unos segundos de carrera atravesando el césped de la preparatoria.
Desalentado, aminoré el ritmo.
En el momento en que vislumbré una silueta en la entrada, resguardada bajo el telón de acero que cubría un par de metros, noté cómo el pecho me daba un tumbo que oscilaba entre la tranquilidad y la desazón.
—¡Senpai!
Naoki Suzumura
—¡Senpai!
Creí que eran imaginaciones mías, que mi alicaído espíritu inventó aquel efecto sonoro para que mi positividad se resistiera a la extinción. Esa idea se aferró en mí hasta que las pisadas de alguien chapotearon en el suelo de piedra que presidía la entrada de nuestra piscina.
Giré la cabeza y descubrí que, a mi derecha, estaba él. Y no era un espejismo.
—¿Rin? —Su nombre bailó en mis labios, tembló como una hoja—. ¿Qué estás haciendo ...?
Se apresuró a quedar delante de mi inmóvil cuerpo, teniendo espacio para agarrar mis hombros y sujetarse a mí, como si ... Como si hubiese convivido con un gran miedo hasta entonces.
Sus cejas arqueadas, su agitada respiración, las gotas de agua que caían por su cara, esa mirada recelosa que raramente se apoderaba de Rin ... Todo ello me partió el corazón y volvió a recomponerlo a la misma vez, incrustando hasta el último pedacito.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó duramente —. No respondías las llamadas de Mikoshiba-senpai y pensé que ... —Tras una breve pausa, empezó a sacarse la chaqueta—. ¿Tienes frío? Tu cabello está húmedo ... —Junto a un ágil giro, colocó su prenda sobre mí—. Pillarás un resfriado si no vuelves a ...
—No quiero volver —musité, deseosa de que mis palabras se hubieran perdido en el sonido de la lluvia estrellándose contra el pavimento.
Rin entendió que algo había sucedido, aceptó mi sentencia y no pidió explicaciones. No era el momento de hacerlo y tampoco estaba segura de que querer contarle por qué estaba a la intemperie, empapada, incomunicada y entristecida.
Conocía perfectamente la hora que marcaba mi reloj de muñeca. El toque de queda estaba ahí, a escasos minutos; si alguien descubría que dos alumnos seguían fuera, en mitad de una tormenta, nos meteríamos en serios problemas.
Aunque ya debía imaginarlo, probó suerte e intentó empujar ls puertas de acero. Estas siguieron cerradas, sin intención alguna de ceder ante la fuerza bruta de Rin. No lo escuché bien, pero creí oír una maldición saliendo de su boca.
Si le explicaba que su compañera de clase había orquestado aquello, dejándome fuera a pesar de que llovía, con el único anhelo de ridiculizarne, puede que hubiese soltado más de un improperio.
Emiya-san lo meditó todo, impidiéndome incluso recoger mis cosas y poder regresar a los dormitorios. Ni siquiera tenía mi móvil, mucho menos mi identificación personal.
De pronto, sentí su mano resguardando la mía.
Rin tiró de mí, envalentonado y frenético, y ambos acabamos bajo la lluvia mientras recorríamos el camino a los dormitorios.
—¡¿Qué haces?! —espeté, intentando seguir sus pasos en la negrura.
Me escuchó, pero decidió no responder. No entendía qué se le estaba pasando por la cabeza y solo la fuerza con la que cogía mi mano me contuvo. Puede que estuviera débil, que hubiera tocado fondo de nuevo ... La diferencia en esa ocasión es que había una persona en mi vida por la que sería más fuerte que antes.
Observando su espalda, me pregunté cómo había sucedido. ¿Desde cuándo ese dulce enamoramiento se convirtió en algo tan profundo?
Un segundo más tarde, las farolas que iluminaban escasamente el camino que seguíamos se apagaron. La luz desapareció y pudimos distinguur alguna que otra voz de alarma lejana.
Pese a ese contratiempo, Rin no se detuvo y continuó la marcha.
—¿Qué ha sido eso? —Mis palabras quedaron en el aire, esperando a ser respondidas.
—Un apagón —contestó—. La tormenta debe de haber hecho saltar la corriente.
Yo llevaba su chaqueta y su camiseta de tirantes capturó mi mirada al cobijarnos bajo el techo metálico de la entrada a los dormitorios masculinos.
Rin sacudió su pelo mojado y, sin soltarme, sacó su teléfono móvil.
—¿Qué hacemos aquí?
Sentía el agua húmeda deslizarse por mi palma, también por la suya. Habría sido más sencillo alejarnos el uno del otro, pero ninguno de los dos lo hizo. Ocurrió todo lo contrario, puesto que, mientras aguardaba a su voz, me tomé la libertad de encajar correctamente mis dedos entre los suyos.
Supongo que fue aquel atrevido acto lo que lo empujó a alzar la barbilla y mirarme.
Una solitaria gota cayó por el puente de mi nariz.
—Dijiste que no querías volver —dijo, dejándome claro que había escuchado mi primera declaración—, así que vendrás a mi habitación.
—¿Qué?
Mi indignación, mezclada con algo de sorpresa y vergüenza, no supuso ningún cambio de actitud en Rin. Él me miró, elevando el rubor de mis mejillas, para acabar dando un pequeño tirón a mi mano.
—Vamos dentro. Necesitas secarte —murmuró, retomando el sendero.
Con un sonrojo tremendo, lo seguí a través del recibidor. No había nadie allí; el guardia no andaba por el interior del recinto. Imaginé que se debía a aquel inesperado apagón que había dejado toda la escuela a oscuras. No había luz que nos guiase, así que Rin se sirvió de su teléfono móvil y encendió la linterna.
Subiendo las escaleras, escuchamos cierto ruido en los pisos superiores. La falta de corriente debía de haber causado gran revuelo en ambos edificios y yo temí que alguien bajase. Si nos descubrían, estaríamos metidos en un buen lío. Sin embargo, Rin parecía bastante tranquilo ante dicha posibilidad. Su decisión al caminar no disminuyó, ni siquiera cuando llegamos al primer piso y comenzamos a cruzar el pasillo repleto de habitaciones.
La tensión no me permitió respirar durante el trayecto hasta la puerta de su cuarto. Algunas voces resonaban a nuestro alrededor, en otras habitaciones, como si estuviesen a punto de salir y pillarnos in fraganti.
Las llaves hicieron su trabajo rápidamente y él no perdió ni un segundo; me indicó que pasara y yo entré en la habitación a tientas. No quería tirar nada ni dar ningún golpe porque llamar la atención implicaría el final de aquella locura.
Sin decir ni media palabra, se las arregló para rozar mi cintura con su mano libre, señalándome dónde esperarle. Aquel movimiento tan simple me sobrecogió y todo mi ser se concentró en nuestras manos tomadas.
¿Alcanzaría mi límite esa noche? ¿Era eso lo que mis latidos gritaban, totalmente descontrolados?
Después de unos segundos y el sonido de sus llaves tintineando, Rin cerró la puerta. Exhaló, tranquilo por haber superado el camino hasta allí, y echó la llave por dentro. De esa forma, tendríamos algo más de tiempo cuando Aoi volviera.
Era sencillo. Le explicaríamos mi posición y no cabía duda de que entendería que estuviera allí, pero una parte importante de mí se negaba a encontrarme en esa tesitura. A pesar de la buena voluntad de Matsuoka, no podía quedarme. Iba contra las reglas del centro que una chica entrara en los dormitorios del sexo contrarios a esas horas y viceversa. Yo recibiría un castigo importante y Rin se jugaría una posible expulsión. Era un suicidio permanecer en su cuarto.
Él intentó encender las luces, pero, como ya imaginaba, el interruptor no mostró cambio alguno.
—Rin, no puedo quedarme —dije lo evidente.
Entonces, soltó mi mano. Su sombra, que a duras penas podía vislumbrar con la poca luz que pasaba por las ventanas a medio cerrar, se movió hasta topar con lo que supuse que era su escritorio. Se entretuvo buscando algo en los cajones, evitando también responder a mi sentencia.
La linterna de su teléfono le ayudó bastante, pues, al no encontrar lo que quería, cruzó la habitación y, más cerca de mí y de la puerta, se concentró en revisar el armario que Aoi y él debían compartir. Entretanto, yo me saqué los zapatos, dejándolos cerca de lo que identifiqué como la literatura doble después de palpar la barra de hierro que unía ambas camas.
Urgó en los estantes y pronto sacó una toalla.
Justo cuando se giraba hacia mi persona, las luces de la habitación nos cegaron.
—Ya era hora ... —farfulló, entrecerrando los ojos.
Yo me vi obligada a cerrarlos durante unos instantes. Llevaba demasiado rato fuera, a la intemperie, y la pobreza lumínica había causado ciertos estragos en mis retinas, volviéndolas sensibles a cualquier estímulo.
Todavía cabizbaja, y tratando que mis pupilas se acostumbraran a la intensidad de aquella lámpara de techo, sentí cómo el peso de una toalla seca caía sobre mi cabeza.
Mis nudillos rozaron la tela de su camiseta de tirantes, sintiéndola también mojada.
Rin se encargó de mover la prenda de aseo por mi cabello, sin usar mucha fuerza en la tarea. Mientras se dedicaba a ello, yo traté de aguantar el aire. Me conmovía que ese fuera su primer deseo una vez estuvimos resguardados de la tormenta, pero la vergüenza también estaba ahí, en mis mejillas, dispuesta a revelarle cuánto me hacía sentir.
—¿Te hago daño?
Su pregunta me sacó una diminuta sonrisa.
—No —contesté.
¿Cómo podía ser que, siendo yo mayor que él, anhelara esos tontos cuidados? Siempre había sido su senpai, su confiable mánager, esa chica en la que podía apoyarse cuando surgiera cualquier problema. ¿Por qué demonios estaba disfrutando de que, por una vez, las posiciones se invirtieran?
Noté cómo sus dedos se colaban bajo la toalla y peinaban algunas hebras de mi pelo, cerca de mi oreja izquierda.
—Senpai —Sonaba serio—, ¿fue Emiya-san?
—¿Ahora eres adivino? —dije con algo de burla, pero apenas un segundo más tarde, esa actitud casi bromista desapareció—. No sé qué he hecho mal con ella. De verdad ... De verdad quería ver de lo que era capaz y conocer su potencial. Si se lo hubiese tomado en serio, la habría elegido —le confesé y él se detuvo, delineando suavemente mi cartílago—, porque ella tiene el carisma que a Miyano-san y a mí nos falta.
Ese comentario final fue suficiente para que Rin hiciera rechinar sus afilados dientes, claramente en desacuerdo.
—Ahí está otra vez —Remarcó, retirando la toalla de mi cabeza tras haber absorbido con ella los excesos de agua—. Deja de menospreciarte, por favor.
—¿Acaso es mentira? —Y me atreví a levantar la barbilla, descubriendo su mirada dolida—. No soy alegre en absoluto y mi forma de ser no es la de una mánager. Solo lo soy porque hago lo que se me pide, porque fui más eficiente que el resto de las candidatas de mi año.
La molestia se extendió por su cara, procesando las duras palabras que habían salido de mi boca.
—Que les jodan —Escupió—. Que les jodan a todos los que no te valoran, senpai. ¿Para qué quieres ser la alegría de la huerta si ya tenemos al capitán? ¿Por qué tienes que criticarte de esa forma? Yo tampoco soy divertido, te supero en antipatía y no sé socializar como un chico normal de diecisiete años haría —Frunciendo el ceño, paró a observar mi gesto—. Si no fueras como eres ... Nunca habrías entendido mis problemas. No me habrías ayudado. Puede que ni siquiera hubiésemos llegado a ser amigos —Aseguró una suposición que me hizo abrir los ojos más y más—. No quiero a una chica sonriente y enérgica como Emiya-san porque es el tipo de persona que prefiere hacer daño a los demás en lugar de echar una mano cuando se la necesita. Es la persona que se ha burlado de tu confianza y no podría tener a alguien así en el equipo.
Sí. Era demasiado estricta conmigo misma. Lo sabía y entendía que Rin me lo echara en cara. No parecía muy reconfortante tenerme delante mientras descargaba la ira y el resentimiento que otros me habían creado, como si yo fuera la culpable de todas las desgracias que surgían a mi alrededor.
No las llamaba, no las deseaba. Entonces, ¿cuál era el motivo de que siguieran ahogándome?
Una amarga sonrisa cruzó mis labios.
El asunto era serio. Rin me estaba regañando, sin contenerse, sin pelos en la lengua. Sin embargo, mi estúpida mente recogió un pedacito de su enfurecido discurso y se adueñó de él como si fuera su tesoro más preciado.
—Si no quieres a alguien como Emiya-san, ¿prefieres a la mánager sin sentido del humor que no supo pararle los pies a una abusona, que terminó quedándose bajo la lluvia por ser demasiado condescendiente y no tener lo que hacía falta para frenar a esa chica que no puedes soportar? —Lancé al aire, movida por el maldito deseo de obtener alguna contestación que pudiera alegrarme.
Estaba actuando egoístamente. En realidad, solo ansiaba que él me regalara los oídos porque sabía que, dijera lo que dijera, no mentiría. Por eso quise sonsacarle algo más. Necesitaba reunir valor para tantas cosas que ... Pensé que Rin podría darme un pequeño empujón.
Ah, pero me dio mucho más que eso.
—No es que lo prefiera. Preferir implica la existencia de varias opciones —me explicó, aún molesto—. Te quiero a ti —Fue directo, y pronto vio ese reflejo de sorpresa y estupor en mis ojos. Mi sonrojo llegó también a sus pómulos, comenzando a entender lo que había dicho—. Como mánager del equipo, claro. ¿Cómo no podría quererte? —Dio un paso atrás, volviendo a arrepentirse de aquello último—. Todos dirían los mismo que yo. Tu trabajo ... Tu trabajo es impecable y ...
"Te quiero a ti".
Repítelo, pero esta vez dilo en ese otro sentido que te ha sacado los colores.
Esa fue mi petición silenciosa. Una petición que no se me otorgó, por supuesto.
Solo había elegido mal las palabras. Un fallo, sí, un fallo que me dio la vida.
Sus balbuceos se repitieron hasta que decidí frenar el bochorno tomando su antebrazo desnudo.
Él me contempló, confuso acerca de mis acciones y ruborizado. Muy ruborizado.
Era maravilloso tenerle así de indefenso solo para mí; un espectáculo privado al que solo yo tenía acceso. Por desgracia para mis sentimientos, y por fortuna para él, hice como si nada hubiese pasado. Como si no me hubiese puesto la miel en los labios.
—¿Puedes prestarme una camiseta? —Le pedí, suave.
Rin parpadeó una cuantas veces y asintió, marchando de nuevo hacia el armario que permanecía abierto.
Dejé ir un largo suspiro, procurando no llamar su atención y esperé a que mi corazón se calmara.
No. No estaba preparada para decirle lo que sentía. Moriría en el intento y él se vería en una encrucijada de la que no sabría cómo salir. Nuestra relación daría un giro de cientochenta grados, en una mala dirección, obviamente. Ese camino estaba cortado, incluso si todo aquello conseguía consumirme. Su amistad valía más que mi amor por él.
Sí, esa era la opción más sensata.
Cuando regresó a mí, yo tomé la camiseta negra que me ofrecía.
—Puedes cambiarte tras la litera —Me indicó, volviendo a su actitud habitual—. Yo también debería ...
—Pillarás un constipado si no te cambias, sí —Concluí su idea—. Gracias. Te la devolveré mañana.
—Claro —murmuró.
Seguí su indicación y, antes de sacarme lo ropa empapada, eché un vistazo hacia él. El plan era relajarme, pero ver cómo, de espaldas a mí, comenzaba a sacarse la camiseta de tirantes, me creó una ansiedad infinitamente adictiva.
A punto de perder los estribos, respiré hondo y me giré.
Sabía que Rin no era de la clase de chico que aprovecharía aquel esperpéntico escenario para saciar su curiosidad. No me miraría. No lo haría por nada del mundo. Y yo, sumida en mi desesperación, llegué a desear que lo hiciera porque aquel tonto detalle significaría que le interesaba, aunque sólo fuera de forma física.
¿Qué estupideces estás pensando, Naoki? Deja de ser tan patética, ¿quieres?
Mi voz interior hizo un llamado de atención, sacándome de aquella nebulosa que parecía engullirme poco a poco, y me ocupé de quitar la prenda que ya tenía pegada al cuerpo.
No me había dado cuenta hasta ese mismo momento, pero estaba helada. Haber corrido hasta el edificio, aunque estuviera diluviando, había logrado engañar a mi cuerpo por unos minutos. De pronto, empezaba a sentir los dedos de las manos fríos, los hombros pesados y un débil temblor recorrerme la columna.
Colocando la camiseta de Rin sobre mi ropa interior, entendí que necesitaría algo más si pretendía entrar en calor.
Me di la vuelta, ya cambiada, y carraspeé.
Rin, ocupado en analizar el calor claro del papel de pared, reconoció la señal y se giró hacia mí con precaución al principio. Tras comprobar que su camiseta ocultaba mi pecho, evitando cualquier malentendido o situación embarazosa, me miró a los ojos, lleno de un inmenso alivio.
—¿Es cómoda? No tengo muchas camisetas de manga larga, pero pensé que una te vendría bien —aclaró, un poco más nervioso—. Dejaré ... Dejaré nuestra ropa en la silla. Se secará pronto.
—Está bien —Y le di mi ropa.
Él se había puesto otra camiseta de tirantes como las que solía usar. Supuse que su percepción del frío era algo diferente a la mía, pero no dije nada al respecto y analicé la manera en que acomodaba las prendas húmedas sobre el respaldo de su silla. En realidad, tardarían horas en quedar secas, pero ninguno volvió a sacar el tema.
—¿Tienes más toallas? —Interrumpí su objetivo.
—Sí, un momento.
Rebuscó en el armario por tercera vez y, sintiéndome un poco mal por estar abusando de su buena fe, le pedí que se sentara en la cama después de agarrar la toalla seca. Él lo acató, lejos de negarse, y se acomodó sobre el colchón. Cuando entendió cuáles eran mis intenciones, guardó silencio y agachó la cabeza, atento a los movimientos de mis manos.
Con cuidado, hice lo mismo que él minutos antes conmigo. Repasé todas las zonas de su cabello, aunque no estaba muy mojado en primer lugar. Fue una suerte porque sería horrible que enfermara y no pudiera seguir con los prácticas de ese fin de semana. Por eso mismo, para asegurarme de que su salud no peligraba, di varios repasos a su cuero cabelludo.
—Senpai —Interceptó mis caricias por un momento, solo hasta que me recuperé anímicamente y logré continuar, acomodando algunos de sus mechones oscuros—. Lo que dijiste antes no es verdad.
—¿El qué, exactamente? —Me interesé en su alegato, aunque no era muy tentador volver al punto de partida.
Sentí cómo dudaba, pero no lo destaqué. En su lugar, peiné su pelo con mis dedos agarrotados.
—Tienes sentido del humor —Apuntó—. Eres más divertida de lo que crees —dijo, enmudeciendo por segundos. Con cierta tranquilidad, eligió la siguiente parte de su explicación—. Tampoco pienso que seas condescendiente, en el mal sentido de la palabra. Quiero decir ... —Distinguí cómo se mordía las comisuras, controlando el nerviosismo que todavía se aferraba a su voz—. Puede que suelas buscar la forma de agradar a todos, de que nadie quede descontento, pero eso es algo admirable. Yo no sería capaz —susurró lo último, a lo que contuve una exánime carcajada—. Y eres la persona más capaz que conozco para plantarle cara a una abusona como Emiya-san —Ahí, Rin levantó la mirada—. Siempre nos defiendes a todos en el equipo. Si alguien nos subestima, tú eres la primera en replicar y dar las razones por las que están equivocados. Solo que, cuando se trata de ti, te obligas a pensar que no puedes hacerlo —Me escrutó, tensando su ceño—. Y los dos sabemos que no es así.
Rin llevaba razón.
Me había acostumbrado a dejar que el mundo me pisoteara, que la gente se aprovechara de mí y no sentirme en el derecho de quejarme siquiera.
—¿Intentas animarme, Rin? —dije en tono burlón.
Pero sabía perfectamente que él no estaba bromeando.
Agarró mis muñecas y la toalla se deslizó, cayendo en su cama. Dejando a un lado aquel tonto juego, acepté su seriedad. Lo estaba haciendo por mi bien. Aquella conversación que no quería tener era obligatoria, muy a mi pesar.
—No —habló, arqueando las cejas—. Quiero que abras los ojos.
Me acomodé. Después de la última decepción social, fui aislándome más y más. Incluso si no era lo que deseaba, llegó un momento en que la soledad se había convertido en un refugio al que no quise renunciar. Preferí aislarme por miedo a salir mal parada.
Preferí.
Preferir implica contemplar varias opciones.
Siempre hubo otro camino. Solo me negué a verlo porque era más atrayente apartar la vista o fingir haber quedado ciega.
Ojos que no ven, corazón que no siente, ¿verdad?
Ah, pero yo tenía el mío destrozado.
La pregunta era si quería seguir viviendo de ese modo que me succionaba la vida paulatinamente. Llegaría el día en que apenas pudiera sobrevivir si continuaba sorportándolo.
Mis hombros se desplomaron a causa de una verdad que no me veía capaz de manejar.
—Sé que tengo que hablar con ella —Reconocí, avergonzada de mi comportamiento esquivo—, pero hace mucho que no me enfrento a nadie. Siempre acaba en una discusión, se dicen cosas horribles y no hay manera de arreglarlo.
—¿Entonces? ¿Vas a dejar que todos te pisen? Hablar no significa discutir —Se detuvo, moderando la totalidad con la que se expresaba—. Yo ... Yo he me pasado la vida discutiendo conmigo mismo y con el fantasma del que fue mi mejor amigo —Aquella revelación unió distintos puntos de la historia que ya conocía—. Hasta que no hablé con él, no entendí que debí haber sido valiente desde el primer momento. Si lo hubiera sido, no habría pasado nada grave —Asintió para sí, culpándose por el asunto que tuvo pendiente con Nanase-san—. Puede salir mal. Es más, es muy probable que Emiya-san busque una confrontación directa contigo, pero es la solución adulta. Es la solución que te liberará de esa culpa con la que cargas, senpai.
Sonreí.
¿Cómo había permitido que mi kōhai temiera por mi salud mental?
—Lo sé —Me observaba, esperanzado—. No te preocupes por ...
Sin embargo, nuestra conversación se vio interrumpida por el sonido de unas llaves y el giro de una cerradura.
—Mierda —verbalizó Rin.
De pronto, sus manos se concentraron en mi cintura, agarrándome y tirando de mi cuerpo hacia él. Entrando en pánico, noté cómo nuestros pechos se rozaban.
—¿Q-qué haces?
Con el siguiente pestañeo, mi espalda cayó sobre el colchón. Él hizo un gesto bajo la cama, escondiendo lo que imaginé que serían mi zapatos, y se colocó a mi lado. Ágilmente, atrapó las sábanas y las pasó por encima de mí.
—Discúlpame, senpai —Corrió a excusarse, nervioso.
Esa disculpa no era necesaria. Rin solo estaba persiguiendo la forma de que aquella travesura no acabase en desastre, así que lo entendí y bajé la mirada a sus clavículas.
La puerta se fue abriendo y, pese a que yo no podía moverme ni mirar en esa dirección, casi podía ver a Aoi entrando en la habitación.
—Rin-senpai, ¿ya has vuelto? —Su alegría era palpable, pero mi corazón latía tan fuerte que me resultaba difícil escuchar como era debido—. ¿Te enteraste de que se fue la luz hace un rato? Parece que han podido arreglarlo.
Rin se aclaró la garganta. En mitad de aquel ataque de pánico, trató de mover sus manos lejos de mi cintura. La camiseta que me había prestado se había subido un poco, descubriendo la parte baja de mi vientre, por lo que él llevó sus extremidades algo más arriba, acomodándolas en mi espalda.
—Sí. Cuando llegué todavía no lo habían solucionado —comentó—. ¿Han dicho si puede volver a pasar?
Sus pasos estaban por doquier. Aoi parecía estar recorriendo el cuarto de esquina a esquina, buscando algo.
Inquieta, me recogí más contra su pecho. Temiendo que Aoi se percatara de que bajo las mantas de la cama de su superior había una tercera persona. Incluso me obligué a aguantar la respiración. Cubrí mis labios con ambas manos y me percaté de que estaban todavía más frías que antes.
—El portero ha subido y le ha explicado a Mikoshiba-senpai la situación. Creo que han encendido el generador de emergencia para que haya luz el resto de la noche. De todos modos, las reglas dicen que debemos tenerlo todo apagado antes de medianoche, así que no creo que sea un gran problema —Expuso el chico de primero y emitió un sonoro suspiro—. Estoy tan cansado ... Ah, el capitán parecía preocupado. Creo que estaba intentando localizar a Suzumura-senpai —Procesé la información, lo que desencadenó que mi pulso se disparara y un sentimiento de culpabilidad tremendo tomara mi interior—. Es una pena que no nos dejen salir después del toque de queda ... —Se acercó a la litera y yo tapé mi boca con más intensidad—. ¿Has hablado con ella, senpai?
¿Cómo no había pensado en Seijū? Me olvidé de cualquiera y solo pensé en mí, en todas las cosas que hice mal, y, mientras, mi mejor amigo intentaba hablar conmigo para asegurarse de que todo estaba bien.
No, Seijū. Nada anda bien, y no mejorará hasta que tome la iniciativa.
—No, pero seguro que Nao-senpai está perfectamente —Rin acarició mi espalda, instándome a recobrar la tranquilidad.
—Sí, supongo que sí —Hubo un pequeño silencio—. ¿Te vas a dormir ya, senpai? Solo tengo que cambiarme y apagaré la luz.
—No te preocupes. Apágalas cuando termines —Añadió Rin—. Estoy agotado. Probablemente me duerma enseguida ...
No estaba sola. Seijū siempre estuvo ahí, desde que éramos niños, y ahora ... Ahora también está Rin. Éramos amigos. Por supuesto que lo éramos. Que mi amor fuera unilateral no quería decir que él no pensase en mí, en mi bienestar.
Al final, solo había hecho que las dos personas que más me importaban temieran por mi seguridad.
—No tardaré. Además, mañana tenemos práctica a primera hora —Recordó en voz alta Aoi.
—Mmm ...
Después de un minuto, los muelles dela colchón de arriba crujieron. Rin pareció relajar su agarre, pero estuvo atento a cualquier palabra que dijera Aoi.
—Buenas noches, senpai —dijo al apagar las luces de la habitación.
—Buenas noches, Aoi —Le devolvió la despedida y aquel reducido espacio que los tres compartíamos cayó en un sórdido silencio.
Yo mantuve la boca cerrada durante un par de minutos, al igual que Rin. Él decidió moverse primero, acercando su rostro a mi oído bajo la sábanas. Cuando sentí sus labios acariciando mi lóbulo izquierdo, comencé a espabilarme.
—Aoi suele dormirse rápido. Puedes estar tranquila —me confesó.
Asentí, aunque no supe si él comprendió el significado de mi gesto debido a la poca distancia que había entre nuestros cuerpos.
Caí en la cuenta y, sin previo aviso, tomé en el puño parte de su camiseta. Sobresaltado, buscó mis ojos en la oscuridad.
—Tu móvil —Le indiqué.
Al escucharme, Rin bajó el brazo y urgó en sus pantalones. Cuando me lo dio, susurré un rápido agradecimiento y me metí en sus mensajes.
—¿Le vas a decir que estás aquí?
—No. Si se entera, vendrá hecho un furia. No quiero meterte en un lío —Aclaré mientras tecleaba en la pantalla.
Esperó, tratando de encontrar una posición en la que ambos tuviésemos espacio. En realidad, se alejó de mí unos pocos centímetros. Yo fingí estar concentrada en la redacción de aquel mensaje, pero noté muy bien cómo separaba sus piernas de las mías.
Mientras él intentaba acomodarse de manera que a los dos nos fuera más fácil compartir aquella cama, escogí unas palabras que no le hicieran sospechar sobre lo que en realidad estaba pasando en la habitación de enfrente. El mensaje fue escueto, imitando la seriedad de Rin, y solo le decía que había hablado conmigo, que no debía preocuparse por su mejor amiga porque ella estaba perfectamente bien, en su cuarto, y a salvo del diluvio.
Mentirle no era de mi agrado. Al contrario, estaría lamentándome por ello durante un buen rato, pero no quería involucrar de nuevo a Rin. Él ya había hecho más de lo que debía.
Me relajé tras haber enviado la última frase.
—Bien. Seijū lo leerá pronto y ... —Apagué su móvil y, al momento, fui silenciada por él.
Yo pretendía devolverle el aparato, pero Rin me lo impidió al sostener mi mano izquierda. Conmocionada, me apresuré a vislumbrar sus ojos que, en plena oscuridad, brillaban más que nunca.
Le conocía desde hacía unos ocho meses y no recordaba ni una sola ocasión en que me hubiese mirado así. Y ese momento de paz que compartimos se transformó en otro motivo para desear con mayor fervor todo lo que había creado en mis incontables delirios.
Lentamente, atrapó mis dedos meñique y anular.
—Tienes las manos heladas.
Noté que mi mano comenzaba a temblar en cuanto oí aquel comentario venir de Rin. Él también lo sintió, pero no se echó atrás. Contra todo pronóstico, sostuvo mis dedos entre los suyos y contempló la celeridad que se había adueñado de mi respirar.
—Rin, yo ... —Quise expresarme.
Mi voz fue apagándose.
¿Un arrebato de valor lograría algo? No. Era imposible.
Para empezar, no sabía cómo poner en palabras lo que sentía. Si ni siquiera era capaz de sincerarme, ¿cómo le demostraría cuánto le amaba?
—¿Tú? —Me empujó a seguir, inmóvil.
Tenía la boca seca y mi garganta se negó a continuar por ese camino.
Aún no. Aún no estoy preparada para decirlo en voz alta porque cuando lo haga ... Entonces será más real que si solo lo guardo para mí.
Con un suspiro entrecortado, bajé la vista a sus labios.
No podía pensar. No conseguía ordenar mis pensamientos ni escapar de esa trampa en la que yo misma había caído.
Me rechazará.
Si hablo ahora, lo arruinaré.
—Yo ... No quiero que dejemos de ser amigos cuando me vaya.
Una realidad que también me había estado atormentado desde que entendí cuánto me importaba Rin. Al menos pude serle sincera con eso y vi en sus pupilas que el sentimiento era mutuo, pues su mirada se suavizó. Pasados unos segundos, acarició el dorso de mi mano con su dedo índice.
—Yo tampoco, senpai —Me pareció verlo sonreír, pero apenas podía admirar algo que no fuera el fulgor de sus ojos—. Será raro cuando no estés cerca. Te echaré de menos —confesó—. Todos lo haremos, aunque no lo creas.
—Todos, sí —susurré.
—Sí —Repitió, eliminando la distancia que nos separaba al encajar su cuerpo con el mío—. Solo que ... Voy a extrañarte mucho más que ellos.
Mi pecho subía y bajaba de una manera demasiado reveladora. Me urgía llenar unos pulmones que parecían vaciarse con cada segundo que pasaba allí, en esa cama, mientras tomaba mi fría mano y me escrutaba, confiado y directo.
¿Se trataba del poco espacio? ¿De una cercanía a la que no habíamos tenido que enfrentarnos hasta entonces? ¿El cansancio, tal vez? ¿O simplemente Rin estaba perdiendo el control sobre sus acciones?
—¿Rin?
Mi murmullo se deshizo antes de llegar a sus oídos.
En lugar de alejarme, me asusté cuando su frente chocó con la mía. La punta de su nariz se deslizó por mi mejilla, alentando a mi corazón a perder el rumbo por completo.
No sabía que él estaba luchando consigo mismo. No tenía ni idea de que Rin estaba experimentando por primera vez lo que tantos meses soporté yo en silencio.
Exhaló varias veces, próximo a mi boca.
—¿Por qué tienes que irte? —preguntó, aunque no esperaba mi respuesta—. ¿Por qué ahora, justo cuando ...? —Intentó rectificar, pero no fue capaz y optó por callar durantes unos segundos más, permitiendo así que nuestras respiraciones se entremezclaran en una sola—. Cuando más te necesito.
Oír aquella declaración me entristeció porque de verdad creí que Rin estaba delirando a causa del cansancio acumulado, por la falta de sueño o, peor aún, porque mi cabeza estaba inventando escenarios ficticios que pudieran satisfacer el famélico ardor que se expandía dentro de mí.
—Tú no me necesitas —le contesté y él fue soltando mis dedos, atento—. Lo que necesitas es dormir. Mañana tenéis práctica, ¿recuerdas?
Emitió un pequeño ronroneo, dándome la razón. Me soltó, comprendiendo que no debía ir más allá, y aquello rasgó mi alma de un modo que, muy difícilmente, podría tener arreglo.
El calor de su mano huyó como si nunca hubiera participado en aquella escena tan perversa.
—Lo dices como si no tuvieras que madrugar también, senpai —Arremetió contra mí.
Recobrando la compostura, eché la cabeza hacia atrás, buscando sus centelleantes orbes y rezando por que esa atracción física que había sentido solo hubiese sido un espejismo. Uno un tanto cruel.
—Yo no soy quien debe tener fuerzas mañana.
Noté sus movimientos, delicados y contenidos. Él hundió parte de su rostro contra la almohada, escondiéndose, igual que un niño después de hacer una travesura.
Para mi tranquilidad, mi corazón, que había intentando matarme deliberadamente, recuperó su ritmo normal. Sintiéndome algo más relajada y agotada, finalmente escuché los muelles de la cama rechinar.
—Claro que debes, Nao —Usó mi apodo, petrificándome—. Descansar puede ser la solución a tus problemas.
Por supuesto que necesitaba dormir adecuadamente. Solo quedaban unos días para dejar mi cargo en el club y seguir estudiando a marchas forzadas de cara al examen de admisión que me esperaba a la vuelta de vacaciones, la segunda semana de enero. Conservar un buen horario y reservar la dosis exacta para descansar era primordial, pero me resultaba muy difícil pensar en algo que no fuese él. Y más si, de repente, me encontraba bajo sus sábanas y escuchaba toda clase de comentarios que podían desestabilizarme.
—¿De verdad? ¿Y pretendes que duerma aquí? —Solté, algo irónica.
—Sí, esa es la idea —No tembló ni un ápice al responder—. ¿O saltarás sobre mí y te quedarás bajo la lluvia toda la noche? —Me devolvió aquel tono burlón.
No estaba bromeando. Conocía a Rin, y supe desde el primer momento que realmente pretendía acogerme en su cuarto. ¿Había pensado bien en las consecuencias? Podía no suceder nada, claro, sin embargo, mi tendencia a imaginar el peor final era superior a todo lo demás, incluso a la amabilidad que reflejaban sus ojos desde que nos encontramos fuera.
—Suena bien —musité, rindiéndome ante él—. Así no molestaría a nadie.
—A mí me molestaría, senpai. Si no te quedas, no podré pegar ojo —No sonaba molesto, pero tenía bastantes motivos para estarlo, así que no repliqué—. Mikoshiba-senpai no es el único que tenía miedo, ¿sabes?
Al escuchar lo último, entendí que necesitaba saber su opinión porque hacía demasiado tiempo que solo pensaba en mí, en cargar con todo sola, como si no existiera ni una persona que deseara aliviar aquel peso excepto Seijū. Recientemente había sentido que le preocupaba más de lo habitual mi condición anímica y me negaba a echarle más piedras a su enorme bolsa de capitán y de amigo.
Por eso y por puro egoísmo, me conciencié de que Rin tampoco tenía que entrar en un juego tan doloroso. Sobre todo cuando estaba a punto de irme de la preparatoria, empezando una vida lejos de él y de esos sentimientos que me habían hecho compañía en secreto.
—Lo siento —Me acurruqué a su lado, avergonzada por no haber pensado en él ni en Seijū.
—No importa —Y su mano volvió a atacarme, cayendo sobre mi cabello suelto—. Tu posición en el equipo hace que lo observes todo para que no nos falte nada —comentó, y enterró sus falanges en el espesor de mi pelo—. Pero puedes pensar en ti también. Que hoy lo hayas hecho no es malo —Aclaró, sabiendo muy bien que, dentro de mi cansada mente, una vocecita repetía una y otra vez lo mal que manejé la situación aquella noche—. Estoy seguro de que el capitán y yo pensamos igual. Lo entiendo, senpai. De verdad.
—Dices que lo entiendes —Me atreví a decir, cohibida por las suaves caricias que estaba dando a algunos de los tirabuzones que se habían formado a causa de la humedad—, pero dudo que alguien pueda hacerlo. Ni siquiera yo.
Saber que no pude quererme por lo que era años atrás me impedía avanzar. Me impedía dejar ese feo recuerdo a un lado y comenzar a apreciar las virtudes que había demostrado con creces. Aunque Rin se percatara de ello y me recomendara seguir hacia adelante, sin arrepentimientos insustanciales, mi alma no podía deshacerse de las cadenas que me oprimían el estómago.
—Ser tan cruel contigo misma no ayudará, senpai —Su aliento me aturdió de repente. Casi olvidaba el poco espacio que nos separaba—. ¿Por qué te niegas a verlo?
No es que me niegue a reconocerlo. Es ...
—Porque es más cómodo no hacerlo.
Rin procesó mi explicación y, al cabo de unos segundos en los que solo alcanzamos a oír las profundas respiraciones de Aoi y unos truenos cada vez más retirados, se acercó, tomando mi espalda. Su abrazo era cálido, tal y como lo recordaba, sin embargo, el detalle de su corazón, que latía a una velocidad endemoniada, provocó que mis ojos lagrimearan, luchando por reprimir la esperanza de que él sintiera algo similar a lo que me mataba día tras día.
Encajé el rostro bajo su quijada y mis labios rozaron la piel de su cuello sin pretenderlo.
—Tú no eres una persona conformista —murmuró, pegado a mi oído—. Así que no mientas. No te mientas a ti misma porque no conozco a nadie con más agallas. Has aguantado comentarios bochornosos. También tuviste que soportar a Emiya-san aunque todos sabíamos que te haría la vida imposible. Y todo porque querías seguir siendo nuestra mánager. Querías estar a la altura —Argumentó, y yo tuve que cerrar los ojos para no caer rendida al cansancio ni ante esa seguridad que Rin me estaba ofreciendo—. Eso te convierte en una persona magnífica, senpai. Una persona de la que estoy ... —Noté cómo tragaba saliva, cómo titubeaba antes de concluir su escueto discurso—. De la que estoy muy orgulloso —Acabó con un hilo de voz.
Tiré por la borda todos mis esfuerzos de contención y me olvidé de la tensión, del agobio, de la asfixia que se apoderó de mí mientras estuve fuera, expuesta a todo y sin fuerzas para defenderme de los ataques que se avecinaban.
Esos pedazos que, rotos, no habían sabido encontrar el camino para volver a encajar entre ellos, hicieron el amago de rozarse cuando me abracé a su torso.
¿Qué más daba? Si podía sentirme querida y valorada por Rin, no importaba que ese sentimiento estuviese lejos de ser un amor romántico. Solo necesitaba quedarme así y aspirar el aroma a menta fresca que venía de su cabello.
—Creí que estar orgullosa era mi papel como senpai —Alegué, abandonándome al abrigo de sus brazos.
—Podemos cambiar nuestros roles alguna vez —Su sugerencia me instó a sonreír.
—Me parece bien —Accedí, con la amenazante falta de sueño serpenteando mis sentidos.
—Entonces intenta dormir y no huyas en mitad de la noche. Duele que rechaces mi hospitalidad, Nao ... —Acompañó su enternecedor lamento de un bostezo más que esperable.
Ese apodo reverberó en mi cabeza durante unos segundos que se hicieron eternos.
De pronto, el ambiente se volvió más pesado, casi borroso a la vista. La fatiga fue ganándonos y apenas nos mantuvimos despiertos.
Apoyando mi mejilla derecha sobre su hombro, resguardé mis brazos alrededor de su cintura, gesto que él tampoco deshizo a pesar de que, poco a poco, estaba perdiendo la noción de la realidad, viéndose engullido por el mundo onírico.
—Nunca podría rechazar algo que viniera de ti, Rin —Articulé, agotada—. Ni siquiera si me dijeras que no ...
¿Llegué a decir aquello?
Peor aún, ¿Rin me respondió?
Mi memoria, un tanto borrosa, no supo responder a dicha pregunta cuando, unas siete horas más tarde, desperté, todavía con su brazo derecho apresándome cual oso de peluche.
Nos habíamos movido a lo largo de la noche, como era natural, pero nuestras posiciones seguían siendo igualmente comprometidas. Sin ir más lejos, mi pecho rozaba su costado. Aquel detalle me obligó a retroceder levemente, solo para no sentir el rubor pintando mis pómulos de buena mañana. Demasiado tarde, sí, porque el simple hecho de haber dormido con Rin, el uno junto al otro, ya bastaba para colorear mi pálido cutis.
Intenté zafarme de su abrazo y, al lograrlo, fui consciente de que lo sentiría ahí, en la zona baja de mi espalda, durante el resto del día como mínimo. Al igual que notaría cada poco rato su apacible respiración en mi frente.
Aturdida y medio dormida, me incorporé. Muy en contra del calor que sentía estando a su lado, me aparté de su cuerpo y comprobé que él seguía en el séptimo sueño. No quería despertarlo por nada del mundo, así que contuve el aire y me permití un breve descanso, solo mientras terminaba de recuperar mis plenas facultades.
Durante aquellos escasos minutos, observé al chico que suspiraba entre profundas inhalaciones para acabar concluyendo que era el ser más hermoso que mis pupilas habían podido captar.
Lo miré. Más bien, lo admiré. Estuve atenta a la forma en que su pecho se levantaba al respirar. Grabé en mis retinas el gesto de relajación que gobernaba su rostro. Me repetí a mí misma que no había sido un error quedarme esa noche porque me sentía llena; caí dormida sintiéndome la chica más agradecida y enamorada. Y no importaba cómo acabase todo cuando me confesara; mereció la pena.
Con una sonrisa que no desaparecía de mis labios, me incliné sobre él y, por un momento, pensé en besarlo. Fue algo rápido, un impulso que destruí sin dudar, pero que me sedujo. En lugar de cometer ese error, aparté algunos de los mechones morados que caían desordenados sobre sus ojos cerrados. Tentada, alejé la mirada de su boca y le di un tímido beso en la mejilla.
Solo con eso, me aseguré un par de horas de sonrojo.
Tenía que marcharme antes de que Aoi despertara y me descubriera en su cuarto, por lo que eché un vistazo a la ventana para confirmar que el sol no había salido. Imaginé que debían ser las seis y algo de la mañana y que sus alarmas no tardarían en sonar.
Algo más preocupada, me entallé los ojos y observé una última vez a Rin. Verlo tan tranquilo, tan desprotegido ... Saber que solo yo había compartido con él la misma cama aceleraba mi pulso y me hacía terriblemente dichosa. Pero todo lo bueno acaba y yo debía desaparecer antes de que fuera demasiado tarde.
—Gracias —Mi voz ronca sonó tan débil como un suspiro cualquiera—. Es una pena, pero creo que al final tendré que saltar sobre ti, Rin.
Él mismo me pidió lo contrario horas antes y, lamentablemente, no veía otra salida que no fuera esa.
Me moví con todo el cuidado que pude reunir y conseguí desplazarme sobre su torso hasta llegar al borde de la cama. Me puse en pie, asegurándome de que Aoi tampoco había despertado, y fui hacia la silla en la que mi camiseta descansaba ya seca y lista para ser intercambiada por la que Rin me prestó.
Me cambié, recogí mi pelo para comenzar bien el día y vi que el reloj de la mesilla de noche marcaba las siete menos veinte.
Perfecto, tenía tiempo suficiente.
Oh, pero antes de irme, tomé prestada una chaqueta de deporte de Rin. Pasaría frío a esas horas y no podía regresar a mi cuarto por el momento. Él no se molestaría y esa misma mañana la tendría que vuelta. Era solo un préstamo.
Una vez salí de los dormitorios, fui a ver al conserje que vigilaba el campus y le pedí la copia de llaves que él guardaba en caso de emergencia para poder abrir la piscina. Le expliqué que no encontraba mi llavero y que tenía bastante prisa, a lo que no puso pega alguna. Con aquellas piezas metálicas en mi poder, me dirigí hacia el recinto y allí abrí las puertas que seguían cerradas gracias a la bonita travesura de Emiya-san.
Dentro, revisé el lugar a conciencia y pronto descubrí que mis cosas estaban en la silla del despacho del entrenador. Por lo tanto, su objetivo no era llevarse mis enseres y hacerme el día más complicado. Su plan siempre fue dejarme aislada durante la noche, abandonarme a mi suerte y poner mala cara cuando la acusase de todo aquello.
Aún no había meditado la forma en que me enfrentaría a ella, pero debía hacerlo. Le pediría que reconociese sus retorcidas acciones, la echaría del equipo con las mejores palabras y me olvidaría de esa chica para siempre. Sí, ese era el plan.
Ya solo quedaba darme una ducha antes de que los primeros miembros llegaran a la práctica matutina.
🌊🌊🌊
Hola, buenas noches 👉🏻👈🏻 He vuelto con más de 14.000 palabras bajo el brazo 🥴🥴🥴
Cada vez tengo menos idea de cuántas partes serán las que compongan este shot (ya no tan shot) de Rin 🤡🤡. Sobre todo porque, conforme voy escribiendo, meto escenas nuevas como un loca. Help 🙂
Espero traer la siguiente parte antes de terminar el curso, así que no agonicéis demasiado <3
Os quiere, GotMe 💜
11/04/2022
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