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|| Okaeri » Ryōta Kise ||

—¡¡Keicchi!! ¿Qué haces ahí parada?

Sorprendida por escuchar su voz, continué recogiendo los balones que quedaban por la pista y me giré, encontrando a Kise a apenas unos metros de distancia. Llegó hasta mí dando hábiles pasos y se detuvo, sonriente.

—Solo ... Recogía el gimnasio —dije, evitando su mirada.

Le faltaba el aliento.

Supuse que había dado más vueltas al recinto de las marcadas en su entrenamiento y que por eso regresaba tan tarde.

El resto de los chicos ya se habían ido y, por un momento, creí que él también había acabado las prácticas del día.

Estaba tan preocupada por mi situación personal que ni siquiera me sentía plenamente consciente de lo que sucedía en los entrenamientos.

—¿Ninguno de los chicos se quedó a ayudarte? —inquirió, limpiándose parte del sudor que se deslizaba por su cuello—. Serán estúpidos ... Hablaré con Kasamatsu-senpai mañana. No es justo que siempre te quedes la última —hizo un puchero y se colocó la toalla sobre el hombro antes de inclinarse para seguir con mi tarea—. Vamos, te ayudo. Así acabarás antes.

Esbocé una triste sonrisa y no puse pegas a sus buenas intenciones.

Así era él.

Tan alegre y siempre dispuesto a ayudar a sus amigos. Ese era uno de los motivos por los que empezó a gustarme.

Fue inevitable.

Antes de que pudiera darme cuenta, él ya tenía una luz distinta. Brillaba por sí solo y aquel resplandor me agitaba el pecho como si de un terremoto se tratase.

Metió una de la últimas pelotas en el cesto y se apoyó en la pared, analizando mis movimientos.

—¿Ocurre algo? Hoy pareces ... Cansada.

—Bueno, no soy tan enérgica como tú —admití, meditabunda.

—Lo sé, pero no me refiero a eso —aclaró entre alguna que otra risa—. Lo digo por tu rostro. ¿Hay algo que te preocupa?

Nerviosa, deposité el último balón en la enorme cesta y agarré los barrotes, dudando sobre qué hacer.

—Mi abuela está enferma —le revelé.

Alcé la mirada, descubriendo que su postura se había vuelto más rígida. Esa calma que había demostrado desde que entró en el pabellón se había esfumado.

—Siento oír eso —murmuró—. ¿Es grave?

—No lo sé —clavé la vista lejos de él—. Sufrió un infarto ayer. En el hospital dicen que está mejor, pero mañana la envían de nuevo a casa y mi madre no puede volver tan rápido a Japón. Ella está trabajando en Singapur ahora —señalé, apesadumbrada.

—Tu abuela vivía en Kioto, ¿verdad?

De alguna forma, me sorprendió que Kise recordara un detalle tan insignificante como ese.

¿En qué momento había dicho yo eso? Pero, sin importar cómo, él había decidido recordarlo. A pesar de que era algo que no tenía nada que ver con él o con el resto del equipo, me escuchaba y tomaba en cuenta nuestras conversaciones.

Mi estómago se retorció, recordándome cuánto podía llegar a afectarme su empatía.

Me aferré al hierro y tomé una respiración profunda antes de comunicarle lo que aquello significaba.

—Sí —asentí—. Y tendré que marcharme.

Al escucharme, se alejó de la pared y dio un corto paso. Lo necesario para quedar cerca de mí y encontrar algo de soporte.

—¿Marcharte? ¿Cuándo?

Sonaba más angustiado de lo que había esperado, pero tenía sentido. Al fin y al cabo, yo era la ayudante del equipo y mi trabajo estaba allí, con ellos.

¿Cómo podía irme de la región a tan solo unos días del partido que nos daría el pase a las finales?

De algún modo sentía que estaba actuando como una egoísta.

—Mañana —le confesé—. Mi madre me envió hace un rato la información sobre el embarque y la hora del vuelo.

—Pero ... —Kise se detuvo, elucubrando—. El partido es este fin de semana —su voz fue decayendo y la decepción afloró.

Ahí fue cuando no pude más y lo enfrenté, cara a cara.

Yo ... Yo no quería verle así por mi culpa.

Sus hombros estaban caídos y sus pupilas ya no reflejaban el espíritu que solían mostrar. Cuando lo dije no pensé que podría afectarle tanto. Yo ... Si se trataba de una emergencia como esa, podían prescindir de mí. Aunque me encargaba, en gran parte, de monitorear sus prácticas después de clase y controlaba su estado físico, el entrenador también podía ocuparse de todo aquello sin ningún percance.

La importancia de aquel encuentro era mucho mayor a la que estábamos acostumbrados. Era la primera vez que nos enfrentábamos a un reto tan duro y sabía que mi ausencia no les ayudaría a luchar, pero el repentino apagón en sus ojos castaños fue desconcertante.

—Todavía no lo he hablado con el entrenador. No sabía cómo hacerlo, pero supongo que lo llamaré de camino a casa —le expliqué—. Yo ... Sé que estoy faltando a mi deber, pero no sé qué otra cosa puedo hacer. Además ... Puede que regrese antes del sábado. Depende de cuánto tiempo tarde en volver mamá —esa era la única posibilidad que quedaba y quería que él fuera consciente de ella—. Intentaré apurarla. Si es posible, yo ...

—Keicchi —me interrumpió, regalándome una pequeña sonrisa—, está bien. Entiendo que no es fácil para ti decirme esto, así que no te culpes, ¿de acuerdo? Es tu abuela de quien estamos hablando.

Su sonrisa se volvió amable y considerada. En realidad ... Creo que fue suficiente para que esa preocupación que me estaba ahogando cediera. No fue mucho, pero agradecí que entendiera mi situación.

Él siempre se ponía en el lugar de los demás.

—Sí, pero ... Yo ... —me fijé en su camiseta, avergonzada por lo que iba decir—. Yo quiero verte jugar.

Él suspiró, como si hubiera estado esperando a que dijera aquello.

—Y yo quiero que estés allí. No es lo mismo sin ti —se sinceró.

Sus palabras generaron una mella irreparable en mi agitado corazón.

¿Está diciendo que me necesita?

Reuní el valor y traté de sostener su mirada, pero, al hacerlo, me di cuenta de que él no estaba centrando su atención en mí. Sus ojos recorrían distintos puntos del gimnasio, evitando por todos los medios encontrarse con los míos.

¿Qué demonios significa esto?

Mi pulso aumentó y, poco a poco, comencé a distinguir el suave tinte de un rubor que parecía nacer en sus mejillas.

Mi corazón latía demasiado rápido y no sabía muy bien qué decir. Él parecía encontrarse en la misma tesitura, preguntándose qué sería correcto después de decir algo como eso.

En un ataque de valentía, impulsado por la ternura de su cohibido gesto, agarré el borde de mi camiseta y tomé el aire necesario.

—De todas formas, los entrenamientos de esta semana están marcados en la pizarra —indiqué—. Podéis seguirlos fácilmente. No debería haber ningún problema —reconocí, indecisa—. Tienes que procurar no pelear con Kasamatsu-senpai. La unidad del equipo es crucial estos días, así que debes ayudarle y ...

Sus dedos tiraron suavemente de la manga de mi camiseta. Pellizcó un trozo de la tela, impidiéndome continuar. Al observar a Kise, sentí que aquella sonrisa, acompañada de un adorable sonrojo, era solo para mí.

Aquella puerta que había creído cerrada desde que nos conocimos pareció entornarse por unos segundos.

—Me portaré como es debido —dijo, reprimiendo la curvatura de sus labios—. No te preocupes por mí ni por los demás. Estaremos bien.

—P-pero ... —dudé, eclipsada por la imagen que tenía delante—. Sois muy ruidosos y seguro que enfadareis al entrenador mientras no estoy. Y tú ... Podrías pillar un resfriado si sigues saliendo a correr a estas horas. Esta semana hará mucho frío ... Deberías abrigarte más si vas a practicar hasta tan tarde —terminé susurrando, preguntándome si no le molestaba que fuera tan meticulosa.

Su sonrisa creció el doble e incluso una tenue risa escapó de su boca.

—Lo haré —me respondió y esperó unos instantes, augurando algún consejo más—. ¿Nada más, Kaizaki-san?

Así me solían llamar el resto de integrantes del equipo durante los entrenamientos. Era su forma de mostrar cierto respeto hacia mi trabajo, pero Kise nunca me llamaba así. Él simplemente sonreía e iba gritando por todas partes el apodo que escogió el primer día para mí.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué era tan educado y respetuoso conmigo de repente?

—Sí, hay algo más.

¿Realmente ...? ¿Vas a decírselo, Keiko? ¿Eres capaz?

—Soy todo oídos —ladeó el rostro, jugando todavía con la tela de mi ropa.

El retumbar de mis latidos apenas me dejaba escuchar. Estaba demasiado nerviosa, pero sabía que ya era hora de decirle lo que sentía por él. Ya habían pasado más de siete meses desde que ambos ingresamos en el equipo de baloncesto y, para bien o para mal, no me quedaba ninguna duda de que aquel pálpito en mi pecho era mucho más que respeto por alguien tan noble como él.

—Kise —bajé la cabeza, luchando contra la timidez.

—¿Mmmm?

—Me gustas.

El secreto que tanto había guardado dejó de ser desconocido para él.

Tardó en comprender cómo se traducían esas palabras. Estaba bastante claro que esperaba cualquier otra cosa y que por nada del mundo se habría imaginado que yo le revelaría algo así de repente.

Lentamente, fue soltando su agarre de mi manga. Volviendo a la realidad, permaneció un par de segundos en silencio y buscó mis ojos, estupefacto.

—¿Qué? —preguntó con un hilo de voz.

El calor recorrió toda mi cara en un abrir y cerrar de ojos. Mi atrevimiento no solucionaba nada y solo había ayudado a que mi piel se volviera de un granate intenso.

—He dicho que me ... Me gustas.

No tenía nada que perder.

Kise ... Él solo me veía como a una hermana. Siempre lo decía, pero yo estaba rebasando mi límite.

Después de ver a todas esas chicas confesándose a él y siendo rechazadas, yo ... Creí que no podría contarle cómo me sentía por mucho que quisiera. También fue una sorpresa para mí que la voz saliera de mi garganta.

Sabía que estaba siendo muy imprudente. Lo correcto habría sido esperar un poco más de tiempo. Después de las preliminares o cuando la copa de invierno acabara ... Esas opciones habrían sido mucho mejores porque él no tendría nada más que la victoria en su cabeza. Ese era el objetivo del equipo y sin Kise estarían perdidos. A pesar de ello, yo ... Yo pequé de egoísta nuevamente y le dije algo demasiado vergonzoso.

—Ya ... Ya lo había oído, pero ... —titubeó, incrédulo—. No entiendo por qué dices que yo ...

Muy pocas veces le había visto tan perdido. Ni siquiera yo sabía cómo manejarlo, no obstante, necesitaba serle sincera de una vez. Ya me había preparado para su rechazo. Que él dijera que sí nunca fue realmente una opción dentro del escaso abanico de posibilidades.

Era lógico.

¿Cómo podía gustarle yo a alguien como él?

Sus muestras de cariño solo eran eso. Él se comportaba de esa forma con todos sus amigos cercanos y me alegraba saber que yo estaba en ese grupo de afortunados, pero no había manera alguna de que él acabara devolviéndome la confesión.

Cerré mis puños con fuerza y traté de añadir algo más.

—No sé si hay un por qué. Simplemente ... —me frené, analizando lo que iba a decir con cuidado—. Creo que no pude evitarlo porque ... Eres tú.

Kise enmudeció, examinando mi enrojecido rostro.

—¿Qué ...? —carraspeó, alzando un poco su tono—. ¿Qué podría haber hecho yo para que ...?

Él alzó su largo brazo, pero yo di un torpe paso hacia atrás, alejándome de su alcance.

Me sentía tan estúpida que mi único alivio habría sido salir corriendo de allí.

—No quiero que me respondas ahora —me apresuré a puntualizar, interrumpiendo su negativa—. No sé si soy capaz de escuchar una respuesta, así que ... Solo piensa en ello y cuando regrese ...

Kise avanzó, acortando la distancia que yo había creado por impulso.

—Keiko —me llamó, sin el habitual apodo de por medio—, tranquila. Yo solo ...

—Sé que no estás interesado en tener novia. Sé que rechazas a todas las chicas que te lo piden ... —dije, reprimiendo las lágrimas—. Por eso está perfectamente bien si me rechazas. Tampoco quiero que esto perjudique nuestra relación, entonces ...

—Entiendo lo que quieres decir, pero ...

Él parecía querer darme una respuesta de verdad y, pese a haberme concienciado de que nunca sería algo más para Kise, tuve tanto miedo de escucharle que me seguí hablando en su lugar. Solo así podría sobrevivir después de haber dado un paso al borde del precipicio.

—Después del partido. El sábado —dije, ansiosa—. Llegaré a tiempo para veros. Si hace falta, iré directamente desde el aeropuerto y os veré ganar. Cuando tengáis el pase a la final ... —afirmé, poniendo todos mis pensamientos bajo llave—. Solo entonces hablaremos de esto. Lo importante ahora son los entrenamientos. Nada más.

Apartó el brazo, llevando su mano al bolsillo de los pantalones de deporte.

Al no ser capaz de mirarle a la cara, no podía saber cuál era su gesto.

Compasión. Eso imaginaba en sus ojos.

—Tus sentimientos también son importantes, Keicchi —reconoció, embadurnando su voz con una ternura indescriptible.

Apabullada, arañé la palma de mi mano.

—Promételo, Ryō —solo me refería a él por su nombre cuando le pedía verdadera seriedad sobre algo—. Que ganareis el partido.

Entonces, él se adelantó de nuevo y yo no pude ordenar a mis piernas nada. Estaba entumecida por la incertidumbre y el nerviosismo del momento, por lo que me quedé ahí parada, sintiendo cómo avanzaba en silencio.

—Te lo prometo —terminó diciendo.

Se inclinó, eliminando parte de la enorme diferencia de altura que existía entre ambos, y observé cómo levantaba su mano por segunda vez. Di un leve respingo cuando lo sentí tocando mi cabeza y acariciándome el cabello con su calidez por doquier. Fue tan agradable notar sus largos dedos entre mis mechones que no me atreví a cortar aquello de raíz.

Si tan solo no fueras bueno conmigo, a lo mejor .... A lo mejor no me habría enamorado de ti.

—Voy a pensar en ti seriamente. Espero que lo sepas —añadió él, enredando sus dedos entre mis finos cabellos.

Mi sonrojo empeoró repentinamente. Esas tontas palabras bastaron para hacer crecer la pequeña y estúpida esperanza de que Kise sintiera lo mismo por mí.

—E-está bien, pero debes concentrarte en las semifinales —balbuceé, avergonzada—. Es la prioridad del equipo.

Su dulce risa alimentó aquel amor que revoloteaba en mi interior.

—Claro, Keicchi —dijo antes de girarse y dirigirse hacia los vestuarios—. Ten un buen viaje.

Contemplé su ancha espalda alejarse y, tras eso, llevé ambas manos a mi pecho.

Cerré los ojos.

Las piernas empezaron a fallarme, así que me agaché y presioné cerca de mi corazón. Latía con tanta intensidad que pensé que podría llegar a estallar.

—Tranquilízate, por favor —susurré, tomando profundas bocanadas de aire—. Sea cual sea su respuesta ... Estarás bien, maldita sea.

A la mañana siguiente, tal y como estaba planeado, tomé el avión y me marché a Kioto.

Mi estadía allí fue larga y pesada. Para qué mentir. Se hizo eterna. En gran medida porque no sabía si mi madre llegaría a tiempo ni si podría regresar a casa. La semana estaba llegando a su fin y su viaje solo se posponía una y otra vez, logrando que mis nervios se intensificaran con el paso de los días.

Cuatro días después de mi llegada, el viernes por la noche, entré en el cuarto que estaba ocupando después de ayudar a mi abuela a acostarse. Ella realmente había mejorado su condición, pero seguía siendo preocupante, así que no debía dejarla mucho tiempo sola.

Solo iba a tomar una muda de ropa limpia para darme una ducha antes de volver a su habitación y quedarme con ella parte de la noche, pero de camino a mi maleta, escuché el débil sonido de una llamada entrante.

Creyendo que sería mi madre, corrí al escritorio y agarré el aparato a toda prisa. Sin embargo, con mi dedo ya en la pantalla, leí un nombre distinto.

La vergüenza se apoderó de mí durante dos segundos, pero conseguí arremeter contra ella y descolgar.

Inquieta, llevé el móvil a mi oído.

—¿Sí?

Ho-hola —saludó él—. No sabía si llamar tan tarde sería lo correcto. ¿Molesto?

Tomé asiento al borde la cama y tragué saliva.

—No. Claro que no —le dije, escuchando su suspiro de alivio—. ¿Ha pasado algo?

Sabía qué habían estado haciendo a lo largo de la semana gracias a los reportes del entrenador y de Kasamatsu-senpai y por eso mismo era extraño recibir una llamada suya. También me asusté, creyendo que algo malo había sucedido, pero ese temor desapareció en cuanto él volvió a hablar.

No. Todo está bien —reconoció—. En realidad ... Solo quería hablar contigo.

Mi pecho se contrajo de una manera similar a aquella tarde, cuando le confesé mis sentimientos.

—¿Sobre ...? ¿Sobre qué? —le pregunté, sonrojándome más y más.

Kise pareció meditar acerca de lo que decir a continuación y aquellos instantes de indecisión me hicieron sudar.

Yo ... No lo sé —me fue sincero, mostrándose mucho más desorientado que de costumbre—. Es solo que ... —carraspeó, pero aún así pude percibir cierto temblor en su voz—. Todavía no has vuelto y algo se siente fuera de lugar aquí.

Sostuve mi móvil, asimilando lo que Kise estaba diciéndome.

¿Algo estaba fuera de lugar? ¿Qué quería decir eso?

—¿A qué te refieres? —inquirí, ligeramente emocionada.

Él se rio, pero no sonaba a su risa. Parecía nervioso a través del teléfono.

Puede parecer estúpido, pero ... Es raro no tenerte con nosotros los últimos días antes de un partido. No me da tranquilidad saber que estás tan lejos —admitió.

Sentí una mezcla de decepción y alivio al entender lo que quería decir. Tampoco estaba esperando algo diferente a eso, pero aún no había podido deshacerme de esa diminuta ilusión por ser correspondida.

—Te entiendo —farfullé, relajándome—. Yo tampoco me siento como debería. Al fin y al cabo, esta no es mi casa. Suena un poco infantil —comenté, encogida.

Pedirte que vuelvas a casa sí que sonaría como un niño, ¿verdad?

Él ... ¿Por qué se estaba comportando así? ¿Qué estaba pasando por su mente?

¿Volver ... A casa?

Mi casa estaba allí. Con el equipo. Entre balones. Y con Kise. Mi corazón no tenía ninguna duda respecto a esa última afirmación.

—El partido es a media tarde, ¿verdad? —esperé hasta escuchar un débil sonido por su parte que afirmaba lo que ya sabía—. Trataré de estar allí, Ryō.

Su silencio me preocupó.

¿Lo estaba pasando tan mal por mi ausencia? Yo... No tenía ni idea de que mi trabajo fuera tan importante para él hasta el punto de desestabilizarlo de aquella manera.

Si aquel viaje terminaba causando un problema al día siguiente, probablemente nunca me lo perdonaría.

Keiko ... —me nombró, cada vez más ronco—. Intenta llegar a tiempo, por favor.

Su ruego me golpeó con tal dureza que no supe cómo responderle al principio.

—Lo intentaré —insistí.

Me esforzaré al máximo mañana, pero necesito que estés en el banquillo, así que ...

Kise, ¿a quién andas molestando a estas horas?

Aquella pregunta interrumpió nuestra conversación.

Tan pronto como la escuché, distinguí la voz del capitán del equipo. ¿Kise estaba con él?

Oh, senpai —dijo Kise—. Llamaba a Keicchi. Enseguida vuelvo ...

Nada de enseguida. Corre y entra en calor o pillarás una gripe esta noche —se quejó Kasamatsu, riñéndole.

¿Había salido para poder hablar conmigo?

La inquietud me invadió y, al tiempo que los oía discutir, me pregunté por qué Kise estaba tan empeñado en mi regreso. En el fondo, yo era prescindible. Siempre lo había sido, pero él se escuchaba muy afligido.

De acuerdo —se rindió, resoplando—. Senpai se está poniendo pesado. Dice que quiere hablar contigo.

—Claro —acepté, pero reaccioné antes de que fuera demasiado tarde—. Kise, no importa si acabo retrasándome. Estaré anímandote. Recuérdalo.

Incluso si mi viaje duraba más tiempo de lo esperado, yo velaría por esa victoria tanto o más que estando allí, animándolos en primera fila.

Espero poder escucharlo —dijo, algo más alegre—. Hablamos mañana, Keicchi.

Con mi rebelde corazón latiendo como un loco, esperé a que la otra persona hablara.

—¿Kaizaki?

—Sí, soy yo, senpai —dije, apropiadamente.

Me lo imaginaba, aunque no es algo que suela hacer Kise —dijo lo mismo que estaba rondando por mi cabeza y continuó—. ¿Sabes ya si podrás estar aquí mañana?

Solté algo de aire y miré el reloj que colgaba en la pared.

Era bastante tarde y mi madre aún no había dado señales de vida. Me había pasado toda la semana insistiendo en que aquel partido era crucial para el equipo y que tenía que estar al lado de los chicos ese día.

Ella lo entendió y prometió hacer todo lo que estaba en su mano por volver a Japón antes de que fuera demasiado tarde, sin embarg, su trabajo era muy impredecible y no había seguridad alguna en aquel aspecto.

—No lo sé —mi falta de ánimo era clara—. Haré lo que pueda, pero ...

Kaizaki —me interrumpió—, no debería insistir tanto porque tienes motivos de peso y tampoco quiero que lo tomes como una obligación. Estaremos bien aunque haya un hueco en el banquillo —reconoció—. Es solo que Kise ... Ese chico ha estado algo distraído estos días. Los entrenamientos fueron como la seda y estoy seguro de que podremos plantarle cara a nuestros rivales, pero él ... ¿Habéis hablado de algo? —esa pregunta me erizó la piel y logró que mi nerviosismo volviera a primera línea—. En cuanto las prácticas acaban se vuelve sombrío, como si hubiera algo perturbándole.

Puede que mi confesión estuviera causándole malestar. Debía ser complicado afrontar mis sentimientos a sabiendas de que rechazarlos podría ocasionar más de un problema a partir de entonces.

¿Ser amigos era una opción real?

Por eso entendí a qué se refería Kasamatsu-senpai.

—En realidad, hablamos antes de que tuviera que marcharme y puede que por eso ...

Mmmm ... —pareció entender que Kise estaba de esa forma por mi culpa—. ¿Le dijiste lo que sientes por él? ¿Es eso? —en ese momento enmudecí de tal manera que optó por seguir con la conversación—. Creo que Kise está pensando en qué debería hacer. Siempre sobrepiensa demasiado las cosas. En especial cuando son importantes, ya le conoces.

Mordí mi lengua mientras pensaba en cómo estaría soportándolo él. Ser egoísta no era lo correcto en ese momento y, en lugar de pensar en lo que causaría, le dije que me gustaba.

—Creo que hice mal, senpai —le contesté.

—¿Por qué dices eso? —preguntó, curioso.

—Porque solo pensé en mí —añadí—. Porque no quería seguir cargando con esos sentimientos sola.

Puede que no fuera la respuesta que él esperaba, pero tardó bastante en hablar y eso me hizo pensar que opinaba lo mismo.

—¿Sabes? Kise es muy bueno jugando al baloncesto. Es increíble, pero tiene un fallo.

Confundida, reprimí la necesidad de llorar y me interesé por lo que el capitán del equipo estaba diciendo.

—¿Un fallo?

—reiteró—. Su especialidad es imitar a los demás. Es muy bueno en ello. El problema va más allá. Cuando se trata de trabajar en equipo ... Por muy bien que pueda leer los pasos del resto, no siempre es capaz de entenderse y eso hace que dude sobre miles de cosas.

¿Entenderse? ¿A sí mismo?

—Senpai, no entiendo ...

Me refiero a que mira y analiza tanto a las personas que lo rodean que suele olvidarse de lo que quiere realmente —me explicó—. Por eso, al haberte declarado, creo que ha empezado a darse cuenta de que su interior no está en orden.

Kasamatsu-senpai era muy bueno leyendo a los demás y podía descubrir lo que le pasaba a alguien bastante rápido, así que no pude dudar de lo que me estaba diciendo. Si resultaba de esa forma y Kise estaba organizando sus pensamientos ... ¿Qué podía desencadenar?

Si yo había sido el detonante, ¿significaba acaso que esa diminuta posibilidad continuaba ahí? ¿Podía ser que Kise ...?

—Él ... ¿Tiene mal aspecto? Cuando le dije aquello no pretendía molestarle hasta ese punto, senpai.

Expectante por su respuesta, para mi sorpresa, distinguí algo similar a una carcajada que me dejó bastante desubicada.

Para serte sincero, se está comportando como si ... —pero no terminó la frase, poco seguro de lo que eso provocaría, y desvió el asunto—. Bueno, no importa. Kise siempre ha sido un bicho raro, ¿no? Pero no te preocupes, Kaizaki. Ha dado lo mejor de sí esta semana y mañana estará listo para ofrecer todo lo que tiene —aseguró, satisfecho.

—Sí crees que es así, entonces ... Supongo que estará bien —cedí.

Confía en mí, pero sería de gran ayuda que estuvieras con nosotros en la cancha. Eso le dará mucho valor a Kise —ruborizada, entendí que debía pelear y hacer lo imposible para regresar—. Espero verte mañana, Kaizaki.

—Allí estaré, Kasamatsu-senpai —logré decir.

Bien. Buenas noches.

—Buenas noches ... —y el pitido del final de la llamada me acompañó durante un par de minutos.

Dejé el móvil sobre la cama y descansé los hombros, analizando detalladamente la conversación que mantuve con Kise momentos atrás.

"Pedirte que vuelvas a casa sí que sonaría como un niño, ¿verdad?"

Él de verdad me quiere a su lado, ¿cierto?

Mi corazón brincaba de la emoción porque, dejando a un lado mis sentimientos, yo era alguien importante para Kise. Incluso si después del partido terminaba rompiendo todas mis esperanzas, tenía que estar a la altura. No podía intentarlo sin más, sino hacerlo.

Volviendo a la realidad, agarré a ciegas mi móvil y busqué el contacto de mamá. Quedarme de brazos cruzados esperando un milagro que difícilmente llegaría era un error.


・・・


Corría y corría tanto que ni siquiera pude percibir algo del frío que hacía en la calle. Ese maldito autobús había llegado tan tarde que ni siquiera me quedaba tiempo para pensar en las bajas temperaturas.

El enorme recinto estaba ante mí y, cuando fui consciente de que la primera mitad del partido estaba de terminar, comencé a correr como si la vida me fuera en ello.

Al entrar, tuve que pasar los controles rutinarios, pero no se produjo ningún problema ya que llevaba mis acreditaciones. Gracias a eso logré llegar al segundo piso, casi sin aire, pero tan rápido como mis corta piernas lo permitieron.

Empujé las puertas de metal y, por un breve instante, las intensas luces de la pista me cagaron. Me vi obligada a cerrar los ojos, sintiéndolos adoloridos ante el fuerte impacto lumínico.

—Ah, mierda ... —maldije, retomando mi marcha sin apenas discernir el camino correcto.

Agarré la cartera que traía conmigo justo cuando mis orbes encontraron el banquillo de nuestro equipo. Los chicos estaban allí sentados, animando a los titulares del día con toda la energía que tenían.

Exhausta por mi precipitada llegada, me apresuré a alcanzar el lugar.

El entrenador me vio y suspiró, deshaciéndose de una carga que nadie más podía ver.

—Kaizaki-san, me alegro de verte —dijo, relajando el gesto—. ¿Te encuentras bien? Parece que hayas corrido todo el trayecto hasta ...

—Estoy ... Perfectamente, entrenador —dije, recuperando el aliento—. El partido ...

Y con los comentarios del resto que parecían bastante contentos por tenerme entre ellos, busqué como loca el marcador. Descubrir que iban perdiendo por 9 puntos fue un golpe que recordaría por mucho tiempo, aunque aún le restaban un par de minutos al segundo cuarto.

Perder los estribos no solucionaría nada. Todo podía cambiar si esos cinco chicos se lo proponían, por lo que no permití que aquellos números delimitaran mis ganas de luchar y me acerqué a la mesa del árbitro.

Deshice ligeramente la corbata de mi uniforme escolar y puse una mano sobre la superficie, llamando así la atención del profesional a cargo del partido.

—Pido tiempo muerto para Kaijō ... Por favor —le comuniqué, agotada.

El silbido del pequeño receso irrumpió el agitado juego tres segundos después.

Con un minuto y cincuenta segundos del segundo cuarto, el partido entró en un corto descanso y, mientras yo regresaba al banquillo, observé cómo Kasamatsu-senpai y Hayakawa conversaban de algo con Kise.

Mi respiración se detuvo de pronto. Verlo tan desalentado fue mucho más impactante para mí.

Los cinco tomaron asiento, decaídos, y el entrenador Takeuchi analizó el grave desgaste que habían sufrido en esa primera mitad de juego. Me miró, aguardando a que los alcanzara, y esperó a dar las órdenes.

Kasamatsu-senpai fue el primero en percatarse de míi presencia, pero ni siquiera tuvo margen para decir mi nombre, puesto que yo ya había agarrado una toalla limpia e iba directa hacia él.

Con la cabeza gacha y los codos sobre sus rodillas, Kise apenas podía respirar.

Me aterrorizó. Noté cómo la ansiedad trepaba por mi cuello porque ... No recordaba haberle visto en esas condiciones nunca.

Sin embargo, en lugar de lamentarme, llegué frente a él y deposité la toalla sobre su cabeza rubia. Él se sobresaltó y trató de mirar hacia arriba, pero no fue necesario que hiciera ese esfuerzo porque yo misma me dejé caer.

El escozor de mi piel chocando contra el brillante suelo de la cancha fue horroroso. Lo soporté como mejor pude y puse ambas manos cerca de mis rodillas, magulladas y enrojecidas por el golpe.

—Keicchi ... —le escuché murmurar.

Recogí una gran bocanada de aire y levanté la barbilla.

Su rostro, repleto de sudor, no dejaba lugar a dudas.

Que se alegrara de verme me encogió el pecho, pero no perdí los nervios y eché un vistazo al entrenador. Comprendió lo que significaba mi gesto y entonces comenzó a corregir los errores que había notado en el resto, dejando a Kise a un lado.

—¿Has corrido hasta aquí? —preguntó tras analizar mi estado.

—Algo así —admití, recogiendo mi cabello con una cinta que llevaba atada a la muñeca—. Acércame el botiquín ...

Kise tardó un poco en reaccionar, pero tras pestañear un par de veces, se giró y tomó la caja que tenía a su izquierda. Yo la cogí, ansiosa por ayudar, y la abrí con toda la seguridad de lo que estaba a punto de hacer.

—¿Qué vas a ...? —intentó decir.

—Estira la pierna, vamos —le exigí.

Él obedeció. No puso ninguna pega y prestó atención a mis manos. Estaba temblando y él también lo vio, pero frunció los labios y se mantuvo en silencio.

Enrollé rápidamente unas cuantas vendas en torno al gemelo de su pierna derecha, suponiendo uno de los motivos por los que estaban perdiendo.

—¿Cuánto te duele? —le cuestioné sin levantar la mirada del apurado vendaje.

—Es soportable —dijo.

—Sabes que te sacaremos si empeora, ¿no? —relamí mis comisuras, sintiendo el pulso demasiado rápido y el frío sudor cayendo por mi espalda—. ¿No vas a responderme?

Su silencio me molestaba porque sabía en qué se traducía y no me gustaba. Si sus ánimos estaban decayendo a esas alturas del enfrentamiento, todo iría de mal en peor. No podía permitir que él, el centro del equipo, demostrara ni una pizca de debilidad frente a sus rivales.

—Puedo seguir —se limitó a decir.

—Pero llegará un punto en que no puedas, Kise —mi verdad cayó como un témpano—. No hagas fuerza ni busques mates demasiado altos. Déjale eso a senpai o ... Probablemente terminemos cambiándote antes de que el tercer cuarto acabe. ¿Me escuchas?

—Sí —asintió, evitando mi mirada.

Exhalé, preocupada.

Cerré el improvisado arreglo con un nudo que no le molestaría durante el partido y me aproximé más a él.

Las gotas de su sudor caían al suelo desde su frente y yo no pude evitarlo. Me incorporé lo suficiente y puse ambas manos sobre su cabeza, secando así los excesos. Con un extremo de la toalla, me encargué de retirar unas gotas que descendían por el puente de su nariz. Continué de esa manera hasta que no pudo luchar más y sus extenuadas pupilas se encontraron con las mías.

Yo respiré hondo y alejé un par de mechones de su mejilla, llevándolos tras su oreja perforada.

—Podéis remontar —dije, segura de mis palabras—. Hay tiempo. Solo tenéis que cambiar la manera de enfrentarlos.

—Eso dijo Kasamatsu-senpai antes —comentó, permitiendo que mis dedos acabasen descansando en su rodilla—. Son más duros de lo que pensábamos y su defensa es ... Es mejor que la nuestra.

—Entonces solo debéis anotar más que ellos, ¿verdad? —propuse, forzándome a sonreír para él.

Su compungido semblante fue suavizándose hasta mostrarme una sonrisa casi inexistente. Atrapada por el pesar que transmitían sus orbes, pude sentir cómo él tomaba la mano que yo tenía sobre su pierna. Fue un movimiento ralentizado y torpe, pero destruyó cualquier posibilidad de mantenerme firme.

—Supongo que ahora lo verás, pero hay tres tipos enormes marcándome desde el principio del partido y es ... Es muy frustrante no poder hacer pases decentes —dijo, entre dientes.

Ese era el problema.

Cogí sus dedos, despertando unos sentidos que parecían ir durmiéndose con el paso de los minutos. Él no podría continuar a ese ritmo. Si no cambiaban el curso del juego, Kise terminaría cayendo en la treta del equipo contrario.

—No puedes venirte abajo, Ryō. Sé que eres fuerte —le coloqué correctamente la muñequera, mucho más impaciente de lo que quería parecer—. Todavía queda la segunda mitad y los chicos te necesitan.

De repente, sostuvo mi mano.

Su mirada era la que cabría esperar, pero en mitad de todos los contratiempos que se les habían presentado, el brillo en su iris empezó a resaltar.

—Keiko, quiero ganar. Necesito ganar —dijo, firme en su decisión.

Sonreí.

Él no se rendía sin haber plantado cara. Esa era una de las cosas que me animó a quererle y admirarle. Lejos de verle como el chico inalcanzable de la famosa Generación de los Milagros, aprendí a ver al jugador fuerte que era. Podía perder. Ese final era posible por mucho que me molestara, pero Kise no tiraría la toalla hasta que el partido llegase a su fin. Se mantendría, fuera como fuera.

—Entonces, sal y dale la vuelta al marcador.

Sentí cómo sus dedos se aferraban a la palma de mi mano casi con angustia, como si no quisiera dejarme ir.

Y justo en ese preciso instante, el silbato rompió nuestra conversación y el árbitro hizo el llamamiento pertinente para que los jugadores de ambas escuelas regresaran a la cancha.

—Está bien, chicos —alzó la voz el capitán—. No podemos dejar que sigan pasándonos como hasta ahora. Kise —se dirigió hacia él y los dos nos volvimos hacia nuestro mayor—, puedes hacerlo, ¿verdad?

Una satisfactoria sonrisa cruzó su rostro y trató de ponerse en pie. Al intentar incorporarse, me ayudó para que pudiera levantarme también. Tras ese segundo en que nuestras manos se tocaron, él se estiró.

Yo alisé mi falda y mordí mi labio debido al dolor que sentía en mis rodillas.

—Claro, senpai —afirmó, habiendo recuperado parte de su espíritu.

Kasamatsu-senpai sonrió y me miró antes de palmear la espalda de Kise. Estaba agradecido conmigo, pero ni siquiera había hecho algo por lo que tuviera que estarlo.

¿No era ese mi deber? Ya no solo como ayudante del entrenador, sino como amiga de Kise. Como amiga y, por supuesto, como la chica que se había enamorado de él.

—Entonces vamos a darlo todo, ¿de acuerdo? Primero enfocaos en ...

Se fueron alejando en dirección a la cancha, así que llegó el momento en que sus voces dejaron de llegar a mí. Sentí mis piernas mal heridas y no pude hacer otra cosa que sentarme en el banquillo, preocupando al resto de los chicos.

—Estoy bien —les comenté, sonriendo.

Pero ... ¿Cómo demonios podía estar bien después de haber corrido por más de quince minutos mientras oscurecía? Si no pillaba una gripe, sería un milagro.

El partido continuó su curso y, aunque les costó bastante, lograron plantar cara. Sabía que Kise estaba pasando un mal rato, pero consiguió estabilizarse y no exigirse demasiado durante el tercer cuarto.

El entrenador llegó a la conclusión de que, si lo sacábamos en esos últimos minutos, el resto no podría aguantar la presión y su resistencia caería en picado. Todos éramos muy conscientes de ello porque Kise era más que el as del equipo. Si él desaparecía, no podrían reponerse.

Apenas quedaba tiempo para reorganizar el plan y buscar otra estrategia que les diera la victoria. Los segundos bajaban y, con tan solo un minuto de margen, seguíamos a una diferencia de tres puntos. Podíamos remontar. No era imposible, pero ellos casi no podían resistir después de tanto esfuerzo.

Kise apenas soportaba la molestia en su pierna. Cada vez que ponía mi vista sobre él, lo encontraba apretando la mandíbula. Estaba a punto de rozar el límite y nadie en el equipo quería que el encuentro acabara con él lesionado.

Hayakawa-kun fue capaz de encontrar un fallo en la formación de los contrarios y de esa manera pudo anotar dos puntos. Solo restaban veintidós segundos para que la bocina final detuviera el juego y ellos... Se estaban esforzando más que nunca.

Kise pudo agarrar el pase de Kasamatsu-senpai y comenzó a acortar la distancia para llegar a la canasta rival. Se posicionó y tiró con tal rapidez que yo me puse de pie, tratando de ver con claridad la jugada. El balón ya estaba en el aire, pero el centro de la otra escuela saltó. Saltó tan alto que la punta de sus dedos rozó el balón, cambiando discretamente la trayectoria.

La copia de Kise había sido perfecta. Idéntica. Mi corazón, golpeando como un estúpido contra mi emocionado pecho, lo sabía.

Golpeó en el aro y rebotó, girando como una peonza.

Habría entrado. Debió haber entrado.

De no ser por ese salto.

Todos estábamos esperanzados de que esos dos últimos puntos nos hicieran ganar y supongo que por eso la caída fue todavía mayor cuando vimos el balón ladearse y caer fuera de la canasta.

Perdimos. Hemos perdido.

A un simple punto, finalmente, el árbitro pitó.

Los vítores fueron aplastantes esa noche. Al haber presenciado uno de los partidos má intensos de toda la copa, era comprensible que la gente gritara eufórica desde las gradas.

Si ese balón hubiese entrado, nosotros ...

La tristeza me ahogó durante unos segundos. Fue tal la presión que sentí las lágrimas formándose en mis ojos. No era justo. No lo era, pero ya no había nada que pudiesen hacer.

Mis piernas tiritaron y tuve que sentarme de nuevo. Había estado tan cerca que ya estaba preparada para darles la enhorabuena. Habían dado todo de sí mismos y el desenlace terminó siendo el peor plausible.

Volviendo en mí, parpadeé y corrí a buscarle con la mirada.

Kasamatsu-senpai le ayudaba a mantenerse en pie, pero no era capaz de ver su rostro.

Si yo me sentía así, ¿cómo lo debía estar soportando él?

Fue su tiro el que no entró. Todo recaía sobre sus hombros y erró.

—Maldita sea —sisbeé, levantándome.

Apenas pude dar un paso, pues el entrenador agarró mi brazo derecho. Habiendo frenado mis intenciones de ir con él, me lanzó una corta mirada de resignación.

—¿Puedes ocuparte tú de esperar a que el árbitro marque los resultados, Kaizaki-san? Tengo que responder una llamada y ellos deben ir a los vestuarios a cambiarse —me dijo.

—Sí. Yo me encargo —acepté, sintiendo la garganta algo irritada.

Así que, en contra de mis deseos, fui a encontrarme con el árbitro justo después de que los jugadores se dieran un último saludo. Los chicos ya se estaban alejando, pero el único con el que pude cruzar una mirada fue Kasamatsu-senpai. Kise iba a su lado, caminando con algo de torpeza por el sobreesfuerzo que había hecho.

Las cosas no marchaban bien, por lo que esperé educadamente a que el árbitro pudiera atenderme y, una vez finalizamos, yo me despedí y salí corriendo del recinto.

Solo habían transcurrido dos minutos desde que habían salido, así que ignoré la molestia latente en mis rodillas y entré en la zona reservada a los vestuarios.

Al entrar, ellos ya estaban terminando de asearse. Me observaron algo perplejos y, a pesar del desastroso ambiente, intentaron sonar animados.

—¿Estás de vuelta, Kaizaki? El entrenador todavía no ha ... —comenzó a decir Kasamatsu-senpai.

Eché un vistazo a la sala, comprobando lo que ya me temía. Su cabellera rubia no estaba por ninguna parte y eso generó un fuerte miedo en mi interior.

—¿Dónde ...?

—Dijo que quería estar a solas —desveló el capitán, entristecido—. No debe de estar muy lejos, pero ...

Se repuso a mitad del partido, arremetió contra sus contrincantes con seriedad y todo ... ¿Para nada?

—Senpai, si el entrenador vuelve, cúbrenos, por favor — le rogué, dando media vuelta.

Si Kise estaba culpándose de esa derrota, debía estar ahí para él. No me importaba si se estaba odiando a sí mismo porque podía hacerle entender que no había sido en vano. Perder no siempre conlleva lidiar con un fracaso. También puede hacernos fuertes y eso era lo que tenía que procurar el equipo.

Di una vuelta al lugar, comprobando todos las banquetas, pero él no aparecía. No quería que le encontraran, eso estaba claro. Aún así, con su pierna tan lastimada, no pude fingir y volver con el resto.

Al cabo de unos minutos recorriendo los largos pasillos del pabellón, llegué a un área de descanso mal iluminada. Había un par de focos repartidos por la zona y los grandes cristales dejaban pasar la iluminación de la ciudad. Supongo que fue gracias a eso que di con su figura.

Sentado en el suelo, contra una pared bastante oculta. Él tenía las piernas flexionadas y su cabeza escondida entre ellas.

Un poco más aliviada, comencé a acercarme a él.

—Kise, ¿qué haces ...?

Él, como un perrito asustado, levantó la cabeza y descubrió que yo estaba a unos metros de distancia. En un primer momento, no pude ver nada extraño, pero no necesité mirarle por mucho tiempo para distinguir la humedad cubriendo sus pómulos.

Estupefacta, me di cuenta de que nunca había visto a Kise llorar.

Un mazazo me abatió al ver cómo giraba el rostro, avergonzado por lo que me había mostrado.

¿Por qué ...? ¿Por qué te escondes de mí?

También moría por ver esa parte de él. Verle roto no era algo que quisiera evitar porque, si conocía acerca de su sufrimiento, podía intentar cerrar la brecha y el dolor se iría. Incluso si tenía que cargar con todo yo misma, daría lo que estuviera en mi mano para que Kise pudiera sonreír sin culpa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, levantando su brazo y enterrando los dedos en su cabello para que me fuera más arduo observarle.

Retomé el camino, pensando en qué decirle.

—Kise ...

—Quiero estar solo —dijo, elevando la voz.

Seguí andando hasta que no hubo separación alguna entre nosotros.

Advertí que las vendas que le había colocado un rato antes empezaban a perder presión. El nudo se estaba deshaciendo lentamente.

Tragué saliva y me agaché, quedando a su altura.

—Hicisteis un gran partido —logré susurrar.

Su sollozo me hizo poner ambas manos en el frío suelo, sintiendo cómo mi alma lloraba con él. Mis rodillas, rasguñadas, volvieron a impactar contra la dura superficie.

Ver a la persona que quieres en ese estado es horrible y yo lo entendí en ese momento, con Kise derrumbándose frente a mí.

Él revolvió su pelo, atormentado.

—Es mi culpa que hayamos perdido ... —declaró—. Kasamatsu-senpai debe sentirse decepcionado y tú ...

Pero no continuó.

¿Qué pasaba conmigo? ¿Le había molestado algo? ¿Creía que yo le echaría las culpas por el resultado?

Sin saber qué hacer, me aproximé más a su tembloroso cuerpo. No llegué a tocarlo. No fui capaz.

—No digas eso —le supliqué, notando aquella maldita picazón en mis orbes—. Tú ... Fuiste el mejor.

Kise sacudió la cabeza, negándose a que volviera a vislumbrar su gesto.

—No es cierto ... Si hubiera saltado un poco más alto, yo ... —gruñó, revelando parte de su frustración—. La pelota habría entrado, pero ni siquiera pude hacer eso y ...

—Ryō —y mi voz se quebró.

Él, alertado por lo que acababa de escuchar, alzó la mirada. Su cara, enrojecida por el tiempo que había pasado llorando, volvió a ser visible para mí. Sentí un punzante ardor en el torso, como si verle así fuera mi mayor debilidad.

A través de sus propias lágrimas, logró discernir mi semblante. No tardó mucho en descubrir mis ojos cristalizados, con aquellas densas gotas bailando en mis lagrimales. Los suyos se abrieron más, impresionado.

—Kei ...

Pero no quería escuchar ni una palabra más de su boca, así que cerré mis manos en puños e insistí en lo único que sabía.

—Fuiste el mejor —repetí—. Lo fuiste para mí —aclaré, a punto de seguirle en aquel doloroso llanto—. Siempre lo has sido, ¿por qué ...? ¿Por qué no eres capaz de verlo?

Él era la maldita estrella del equipo y todos confiaban en él. Una victoria o una derrota ... ¿Qué importaba eso? Daba igual el marcador porque Ryōta Kise siempre sería el mejor jugador de baloncesto que podría existir para mí y para sus compañeros.

Quería decirle tantas cosas ... Quería que supiera lo mucho que le admiraba, pero Kise fue más rápido y se encargó de ahogarme con sus grandes brazos. Se colgó de mi cuello y tiró de mí tanto que pronto noté su corazón latir a la misma velocidad que el mío.

Perpleja, dejé mis brazos inmóviles.

—No llores, por favor —murmuró, sorbiendo su nariz.

La tensión que agarrotaba mis extremidades desapareció por completo. Él me abrazó con fuerza, demostrando cuánto me había echado de menos esos días previos al encuentro.

—Claro que voy a llorar, estúpido —golpeé suavemente su espalda, extendiendo mi mano hasta que me vi capaz de acariciar el lugar—. No es justo que te trates así cuando marcaste más de la mitad de nuestros puntos y cubriste a Hayakawa-kun para que pudiera anotar todos esos triples sin problema —le recordé, relajándome—. Que hayamos perdido no quiere decir que hayas jugado mal, ¿entiendes?

Acomodó su mejilla contra mi hombro, empequeñecido.

—¿De verdad crees que estuve a la altura? —inquirió, buscando mi aprobación.

Su infantil pregunta me sacó una corta sonrisa.

—Puedes sentirte decepcionado contigo mismo, pero no estás en tus mejores condiciones —noté cómo él se abrazaba más a mí—. Te exigiste demasiado estos días, ¿verdad? Tu pierna estaba perfectamente cuando me fui.

Él respiró hondo y se ocupó de que ese abrazo fuera el lugar más cómodo del mundo. Su regazo pareció ampliarse solo para mí, dejándome más espacio en el que poder descansar.

Paulatinamente fui comprendiendo nuestra posición. Kise subió su mano hasta mi cabello recogido, donde jugó por unos instantes antes de retirar la cinta que lo sujetaba.

Yo me quedé estática al percibir el roce de su nariz próximo a mi oreja.

—Necesitaba ganar, ya te lo dije —murmuró—. Tú pusiste esa condición, ¿recuerdas? Dijiste que debía ganar y que solo cuando estuviésemos a salvo de la eliminación podría darte una respuesta —exhaló, tocando algunas de mis hebras castañas—. No podía perder y mírame ahora.

"Keiko, quiero ganar. Necesito ganar".

No era tonta. Ganar siempre sería su objetivo principal, sin importar cuál fuera el premio o a dónde llevase al equipo. También fue así en esa ocasión, pero él había mantenido en su mente aquella conversación durante todo esos días. Había una parte de él que ansiaba esa victoria por lo que le dije.

El calor subió a mis mejillas, entendiendo que Kise había considerado mi declaración, tal y como me prometió que haría.

—Yo no ... —balbuceé, obstaculizada por el peligroso ritmo de mi corazón.

—Cuando la pelota cayó, lo primero en lo que pensé fue en ti y en que había faltado a mi palabra —me confesó, enrollando uno de mis mechones entre sus dedos—. Incluso lograste volver a tiempo para ver cómo ganábamos. Es ... Es bochornoso que hayamos perdido, Keicchi —se lamentó, acercándome más a su cuerpo—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

Podía distinguir cierta burla en el tono de su voz.

Era un hecho que estaba jugando conmigo y con esos sentimientos que yo misma le desvelé. No tenía la capacidad de rehusarme a su sibilino capricho, pero la vergüenza que estaba sintiendo rozaba el tope de lo que podía aguantar.

Agarré los costados de su camiseta y me encerré en su amplio pecho.

Kise se olvidó de mi pelo, dándose cuenta de que mi rostro había acabado presionado contra sus clavículas.

Su sudor mojó mi pómulo, pero yo no me distancié ni un triste centímetro.

—No importa que hayamos perdido —comencé, temblorosa—. S-solo tienes que rechazarme —cerré los ojos, atemorizada por escucharle decir aquello—. Podré soportarlo ...

No sería capaz. No estaba preparada para oír la excusa que hubiera elegido.

Nunca aspiré a más. Él, siendo caballeroso, había tomado en cuenta mis sentimientos, pero aquello solo cambiaría la forma en que diría que no sentía nada por mí.

Mierda ... Su amabilidad no sería consuelo suficiente.

De repente, él ejerció fuerza para separarnos. Yo me vi arrinconada, pues aquel llanto había vuelto a brotar a raíz de mis inseguridades. Cuando sus ojos tuvieron la visión oportuna, Kise pudo observar tranquilamente mis facciones. El temor que estas reflejaban debió ser curioso de analizar, por lo que intenté cubrir mi ruborizado rostro.

En el momento en que sus dedos se posicionaron sobre mi muñeca, el desconcierto barrió mi escudo protector y no logré mantener la decisión.

Alcé la mirada vidriosa, encontrando un gesto que nunca había visto en él.

—Siempre te encargas de ayudarme a mejorar con tus regaños y enfados —dijo, retirando una solitaria gota que caía por la esquina de mi ojo—. ¿Desde cuándo ha sido de esta manera ...?

Alejó mi brazo, teniendo una imagen completa de mi avergonzado semblante.

Vi cómo se adelantaba. También vi cómo se inclinaba hábilmente. Presentí el peligro de aquello en la melosidad de sus pupilas, pero no me negué y esperé a que sus labios se juntaran con los míos en una íntima caricia.

Kise apoyó su otra mano en el suelo, tomando un punto de apoyo. Mientras, con su derecha, se encargó de sujetar mi acalorada mejilla.

Sentí el bajón de la adrenalina mientras admiraba sus ojos, que permanecían cerrados a pocos centímetros de mí.

Me estaba besando y yo ... En una situación distinta, lo habría alejado. No habría permitido que irrumpiera en mi línea de defensa sin oponer cierta resistencia.

Lo habría hecho, de verdad.

Si mis adentros no se hubieran retorcido de emoción y Kise hubiera sido otro, aquel beso no habría sucedido. De ninguna forma.

Pero a veces desatendía mis pensamientos y aquella fue la excepción a la regla.

Tras diez segundos, él creó una pequeña separación entre nuestras bocas. Al abrir sus ojos, advirtió que los míos habían aguardado abiertos de par en par todo el tiempo.

—Tus lágrimas ... —musitó—. Saben bien, Kaizaki.

Las derramé por ti, así que deberías tomar la responsabilidad.

Esa frase cruzó mi cabeza brevemente, pero él fue tan sagaz capturando mis comisuras por segunda vez que no tuve margen de reacción. Aquella declaración se ahogó en el dulce contacto de su boca.

Un vertiginoso huracán se liberó en mi estómago mientras Kise tomaba mi cara y profundizaba la unión de nuestros labios.

¿Querer tanto a alguien era posible?

Perdí cualquier tipo de fuerza y le permití besarme porque realmente estaba contenta de que se hubiera atrevido a dar ese paso. La valentía que demostré aquella tarde en que le confesé mi amor no aparecería por ningún lado, por lo tanto, solo él tenía la posibilidad de remediar esa larga espera.

Un suave chasquido me dio la libertad de apartar el rostro de él, abochornada y errática.

¿Qué acababa de pasar?

Su pausada respiración se derramó por mi moflete. Kise lucía calmado, con una pizca de brillo en su orbes. Por error, mi vista aterrizó en sus labios abiertos y, menguada ante su imponente figura, traté de retroceder.

Fue una pena que sus largas piernas me tuvieran acorralada.

—Eres cruel, Kise —le espeté, apartando la mirada.

—¿Lo soy? —me consultó.

Sus dedos trazaron un escueto camino hasta mis ojos y allí se encargó de eliminar las lágrimas restantes.

¿Por qué estaba demostrando tanta delicadeza conmigo?

—No ... No deberías besar a una chica con la guardia baja —le reñí, perdiendo la firmeza de mis escuálidos brazos.

A pesar de no estar mirándole directamente, pude discernir el amago de una sonrisa en sus labios.

—Lo tendré en cuenta a partir de ahora —me comentó, ladeando el cuello hasta interponerse en mi reducido campo visual—. Aunque pensé que besar a la chica que me gusta no sería tan extraño.

Procesar aquellas palabras fue más trabajoso de lo esperable.

Kise permaneció callado, augurando mi reacción, pero mis neuronas conectaron demasiado despacio y aquel letargo le causó diversión.

Su sonrisa creció, solo para mí, y un retardado click accionó la palanca exacta en mi organismo.

Se reclinó, apoyando su espalda en la pared trasera.

—¿No me vas a pedir que lo repita? —inquirió.

Atónita, contemplé su mirada.

—Es ... Es imposible que ...

Pero él ya había imaginado que me negaría a creer una declaración como esa, así que agarró mi mano con cuidado y yo traté de procesar lo que estaba sucediendo en aquel preciso instante.

—Sé que esperabas un no —adivinó—. He pensado mucho en esto y, los primeros días, llegaba a la conclusión de que lo mejor sería eso. Que siguiésemos siendo amigos, como hasta ahora —hizo una mueca y acarició mis nudillos, pensativo—. Pero es ... Es algo estúpido que haya podido creerlo así. ¿Para quién sería mejor? —frunció el ceño, rememorando aquel debate que le había acompañado toda la semana—. Mientras estabas fuera, me di cuenta de que no podría darlo todo hoy si no estabas en el banquillo. Por eso, cuando llegaste, creí que podíamos ganar —su sonrisa lanzó un único dardo a mi alterado corazón, que bombeaba y bombeaba, perplejo—. Consigues que saque lo mejor de mí, que luche incluso si no me quedan fuerzas para hacerlo. Has logrado que te anhele como nada en el mundo, Keiko —sentenció, con sus ojos marrones resplandecientes de la emoción—. Creo que no entendí todo esto hasta que me dijiste lo que sentías. Estaba bloqueado por un sentimiento al que no podía darle un nombre, pero ahora comprendo que era mucho más sencillo. Solo ... Solo tenía que mirarte de la manera adecuada —finalizó, habiendo soltado todo lo que quiso.

Ahí lo tenía. El chico por el que había caído estaba correspondiendo esos sentimientos que intenté esconder continuamente.

¿Qué puedo decir ahora?

¿Hay algo que haga justicia a cómo me siento?

Mis labios empezaron a palpitar y yo no fui capaz de sostenerle la mirada. Me concentré en su mano, que agarraba la mía con demasiado cariño.

—Si estás intentando ser amable, puedes parar. No es ...

—Keicchi —me frenó—, ¿por qué no eres capaz de creer que me he enamorado de ti? —su interrogativa dio un vuelco a mi pecho—. Sé que eres muy reservada e insegura, pero siempre has confiado en mí. ¿Va a cambiar eso ahora?

—No —dije, temiendo herirle—. Claro que no —mi voz pendía de un hilo.

¿Era una idea tan descabellada que, al final, Kise también sintiese lo mismo?

¿Por qué no podía permitirme creerlo? Él tenía esa mirada de determinación, denotando que estaba muy seguro de sus declaraciones.

—¿Entonces? —mi silencio le hizo avanzar, tomando así parte de mi cintura—. ¿Tengo que volver a besarte? ¿Es eso?

Mis alertas saltaron por los aires y, entrando en pánico, busqué la forma de retroceder, a pesar de que su abrazo había bloqueado cualquier vía de escape.

Sus carcajadas sonaron tan relajadas y agradables que fui incapaz de apartar la vista de su vívido rostro. Él ... Parecía feliz.

Tiró de mi muñeca con suavidad, atrayéndome hacia su regazo otra vez. A medio camino, Kise suspiró, como si se estuviera quitando un gran peso de encima.

—Keiko, no estoy bromeando —aseguró, adquiriendo una seriedad alarmante—. No podría bromear sobre algo así. Y menos aún si eres tú.

La candidez que desprendían sus ojos desbloqueó aquel diminuto seguro que había mantenido hasta entonces para evitar que un tercero pudiera herirme.

Incluso si era él quien debía lastimarme, lo prefería a seguir observando desde la distancia.

Ryōta Kise siempre fue alguien inalcanzable para mí, pero aquella mentira había llegado a su fin y él ... Él realmente me estaba mirando, angustiado por lo que pudiera decirle.

Me dejé arrastrar por sus intenciones y, de pronto, él volvió a estar a escasos centímetros de mí. Sus brazos me tenían protegida de todos esos pensamientos contradictorios que buscaban negar lo innegable.

Por primera vez, sentí que podía dejar a un lado la indecisión. Yo también le quería, así que no había nada de malo en ello.

Sonrojada, alargué mis brazos hasta tomar la tela de su camiseta. Tiré un poco de su prenda, buscando el mejor método para frenar la euforia que recorría mi cuerpo.

—Ryō —lo nombré, dudando—. ¿Puedes repetirlo?

Gracias a la posición de mis manos, pude sentir a la perfección el aumento de su pulso. Él parecía estar más nervioso que yo.

—Me gustas —reiteró—. Me gustas mucho, Keiko.

Maldita sea ...

Apoyé la frente en su pecho, desalentada.

El tono de su voz quebró mi espíritu por completo.

Me hice una bola contra él, demostrando ser la chica impotente que en ocasiones resultaba siendo.

Kise me abrazó nuevamente, suponiendo que necesitaba unos minutos para digerir aquello. No interrumpió mis elucubraciones, sino que esperó y esperó con sus brazos a mi alrededor.

Al poco tiempo, yo me incorporé sin hacer ningún movimiento brusco. Cabizbaja, sentí cómo pegaba su mejilla a mi cabello.

—No es que no te crea —le dije—. Es solo que no sé qué decir —mordisqueé mi labio inferior—. Nunca creí que pudieras corresponderme y ... Me pilló por sorpresa.

—Lo sé —musitó—, y no pasa nada. Para mí es más que suficiente con esto.

¿Un abrazo? ¿De verdad era tan fácil contentarlo?

Se sintió tan tierno diciendo eso que no pude resistirme y sonreí. Mi intención principal consistía devolverle el gesto y aferrarme a él, pero mi posición no era la más apropiada, así que, cuando intenté girarme, mi rodilla rozó peligrosamente el suelo. Al quejarme, Kise cedió brevemente y la fuerza de su abrazo disminuyó de sopetón.

—¿Te he hecho daño? Lo siento, no quería ...

—No, no es eso —aseguré mientras nos alejábamos—. Es mi rodilla. Creo que antes, durante el partido, fui un poco ...

No pude terminar la explicación, puesto que él ya se había precipitado para poder analizar el estado de mi pierna. Yo imité sus actos y advertí que la zona estaba rasposa y ligeramente irritada. No era un gran problema, en absoluto, pero Kise no lo vio de ese modo.

—¿Fue ...? ¿Fue cuando te arrodillaste para vendarme?

Su pregunta dio en el clavo.

—Creo que sí, pero estoy bien. Solo es un rasgu ...

—¿Por qué no fuiste a la enfermería?

Sus dedos repasaron la zona que rodeaba mi herida, como si estuviera evaluando la gravedad del hematoma.

—No hacía falta —me limité a responder—. Puedo curarlo cuando llegue a casa.

Entonces, Kise se puso en pie, denotando cierta urgencia. Extendió su brazo hacia mí y yo lo miré, confundida.

Agitó su mano un par de veces, con el ceño fruncido y una creciente tribulación en sus ojos.

—Vamos —dijo.

—¿A dónde?

—A los vestuarios —contestó—. Alguien tiene que curarte eso o se pondrá peor.

Él no estaba acostumbrado a enfrentar heridas de ese tipo, así que me causó ternura que pareciera tan concienciado sobre aquella penosa lesión.

Ni siquiera había sangrado. No había nada que apuntara a que pudiera infectarse o llegar a generar un problema más grave, sin embargo, su determinación bastó para que le tomara de la mano y dejara que me impulsara para levantarme.

Una vez sobre mis piernas, la diferencia de altura entre ambos se hizo aún mayor. Él sostuvo mi mano mientras yo encontraba equilibrio.

—¿Puedes caminar? —inquirió.

—¿Acaso vas a llevarme en volandas? —le devolví la pregunta, divirtiéndome por su forma de afrontar ese anodino inconveniente.

—Lo haré si lo necesitas —afirmó.

Lo decía en serio, no había rastro de burla en su voz. Saber que pretendía tomar medidas tan drásticas logró sonrojarme como una niña.

—El lesionado aquí eres tú, tonto —corrí a decir, mirando hacia otra parte—. Puedo moverme perfectamente.

—De acuerdo —se rindió—. Supongo que es ... Es raro verte herida. Siempre eres la que se encarga de curarnos, así que ...

Antes de echarme atrás, me agarré de su brazo en busca de un apoyo que, tal y como acababa de decir, no necesitaba. Kise no se movió en un primer momento. Yo no solía mostrar debilidad alguna frente al resto. Hacerme la dura era mi especialidad, por lo que aquella inocente acción le sorprendió.

No tenía problemas para caminar, pero ir de su brazo era demasiado tentador como para rechazarlo.

—Los demás se marcharán si no nos damos prisa —le comenté, cohibida.

—Sí —me dio la razón y emprendimos nuestro camino de regreso juntos—. ¿Keicchi?

Apenas habíamos dado unos cuantos pasos cuando me llamó, pero estaba tan roja de la vergüenza que aguardé unos segundos en silencio.

—¿Qué pasa?

—Me gustas —dijo, sin más.

Mi cara se volvió un verdadero hervidero de sentimientos y por eso mismo decidí agarrarme más a él. No podía soportar que me viera tan conmovida por su dulzura.

—Ya lo dijiste antes —me quejé, más ruborizada que nunca.

—¿De verdad? —no había picardía en su forma de hablar, así que me contuve—. Creo que no me cansaré de decírtelo.

Al llegar al pasillo de los vestuarios, los chicos ya estaban saliendo con sus mochilas y abrigos preparados. Pronto se percataron de nuestra presencia y, solo cuando los ojos de Hayakawa se abrieron de par en par, me di cuenta de que seguía tomada de su brazo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Hayawaka—. Kaizaki-san, ¿te encuentras mal ...?

Fui apartándome de Kise, consciente de que él no me habría dejado escapar si no hubiera sido tan veloz.

—Me golpeé la rodilla antes y Kise se ofreció a ...

—En realidad ... —me detuvo él, pero lo pensó un poco más y se inclinó cerca de mi oído—. ¿Está bien para ti si ellos lo saben?

Incapaz de responder, vislumbré cómo Kasamatsu-senpai retrocedía con el propósito de ocultar una sonrisa. ¿Él ...? ¿Podría ser que él hubiera pensado que algo podía suceder entre Kise y yo? Nuestra conversación el día anterior ... ¿Acaso se refería a que Kise me quería también?

Parpadeé, dejando a un lado ese pensamiento.

Todos estaban esperando que alguno de los dos se pronunciara, así que lo medité por unos instantes hasta llegar a la conclusión de que terminarían descubriéndolo si nosotros decidíamos esperar un tiempo. Trabajábamos juntos y dudaba mucho que Kise pudiera contenerse.

—Está bien —contesté.

Él me había tenido en cuenta a la hora de contárselo a nuestros compañeros. Si me hubiera negado, Kise lo habría respetado y simplemente habríamos fingido normalidad. Pero no lo dije porque podía percibir la emoción en sus palabras. Ansiaba compartir esa felicidad con el resto del equipo: estaba bien con ello.

—Lo cierto es que Keicchi y yo estamos saliendo —declaró Kise.

Todos formaron un gran alboroto, ya que ninguno de los dos había demostrado ningún interés en mantener una relación amorosa con nadie antes. Él rechazaba a diario a chicas de toda clase y yo era todo lo contrario a su caso. ¿Quién podría haber imaginado que personas tan opuestas acabarían siendo pareja?

Oh, cierto. Había alguien que sí supo relacionar los puntos exactos.

Una vez me dejaron libre de preguntas a las que no respondería ni aunque pudiera, me alejé del grupo y la figura de Kasamatsu-senpai entró en mi campo de visión.

Él sonreía mientras esperaba apoyado en la pared.

—Senpai —dije yo, sonrojada—, perdón por ...

—Kaizaki, no tienes que disculparte por nada, ¿sabes? —me sermoneó alegremente.

—Pero es ...

Se acercó a mí y acarició mi cabeza con su gran mano.

—Si Kise te hace algo no dudes en decirme, ¿de acuerdo? Yo me ocuparé de ese chico.

Sus palabras fueron sinceras, como todo lo que él decía. Era un alivio tenerle como capitán del equipo y como superior. No importaba qué ocurriera, estaba segura de que podía contar con él para arreglarlo.

Esbocé una tímida sonrisa.

—Gracias, senpai —la agradecí.

Relajó sus hombros y volvió a guardar ambas manos en los bolsillos de su pantalón.

—Cuida de él —me pidió.

Después de eso, él mismo se encargó de ahuyentar a los demás y hacer que avanzaran hacia la salida del recinto. Echó una ojeada a su reloj de muñeca y señaló a Kise con aire amenazante.

—No te entretengas y haz esa cura rápido, ¿me oyes? El entrenador está fuera esperando por nosotros.

—Solo serán dos minutos, senpai —le prometió, visiblemente contento.

—Eso espero —y se giró, empujando a los otros—. Te lo encargo a ti, Kaizaki.

Hizo un gesto con la mano mientras se alejaba de nosotros y mis labios se curvaron en una sonrisa sin que pudiera evitarlo.

Kise, curioso, se inclinó para observar mi cara de cerca. Yo retrocedí torpemente.

—¿Por qué sonríes?

—Bueno —aclaré mi garganta, notándola seca—, tenemos un gran capitán. ¿No puedo sonreír por eso?

Entré en los vestuarios y me acerqué hasta llegar a los bancos vacíos. Tomé asiento y estiré mi pierna, observando el estado de la herida.

—Mmmm, claro que puedes —dijo Kise, paseando por el cuarto hasta llegar a la cajita reservada a primeros auxilios—. Aunque ahora también tienes un gran novio —fingió sentirse desplazado—. ¿No sonreirás por eso, Kaizaki-san?

Pasé mis manos por la falda, alisando la tela, y suspiré. Desde que nos conocimos en el club de baloncesto, uno de sus pasatiempos favoritos pasó a ser molestarme con bromas como esa y ahora tendría otro tipo de cosas con las que sacarme los colores.

—¿Lo tengo? No recuerdo que me lo haya pedido nadie —dije, siguiendo su chistosa estela.

Kise cruzó el vestuario y se colocó frente a mí tras dejar la caja a mi lado. Se arrodilló y yo quise impedirlo, pero él me regaló una mirada cargada de tranquilidad que no me permitió abrir la boca.

—Mi pierna está bien. Solo siento molestia cuando hago un esfuerzo mayor —abrió el maletín y tomó una gasa limpia—. Y sobre lo otro ... La solución es sencilla. ¿Quieres ser mi novia, Keiko?

Se ocupó de limpiar correctamente la zona irritada y humedecer con algo de desinfectante. Siguió los pasos adecuados, así que me relajé y aquella sonrisa volvió a apoderarse de mis comisuras.

—Sí. Sí, quiero —acepté.

Él acarició mi rodilla y sopló al repartir aquel líquido sobre mi piel.

—¿Ves? Solucionado.

Pellizqué el interior de mi mejilla, terriblemente feliz por todo lo que había acontecido.

Mientras tanto, observé cómo tomaba una tirita de tamaño mediano y hacía los cálculos perfectos para ponerla en el lugar correspondiente.

Un creciente picor se había extendido por toda mi garganta y, sin poder retenerlo, me vi obligada a toser varias veces.

—¿No te sientes bien? —preguntó él, terminando su trabajo.

—Estoy bien, pero puede que haya pillado un resfriado —toqué mi cuello, sintiéndome más caliente que antes.

—No deberías esforzarte tanto —me regañó, dando por acabada la cura—. Procura tomar algo de medicina cuando llegues a casa, ¿vale?

Me miró y yo asentí, haciéndole sonreír.

Recogió todo lo que había utilizado para curarme y pasé la mano por la zona.

No necesitaba que Kise se preocupara tanto por mí, pero era agradable saber que cuidaría de mí si algo iba mal. Nunca había tenido a alguien que hiciera aquello en mi luga. Ver aquella tirita sobre mi rodilla me insufló una ingente cantidad de energías.

—Kise —me dirigí a él, por lo que cerró la cajita y centró su atención en mí—, gracias.

Sus pupilas destilaban un cariño que nunca llegaría a ser capaz de agradecer por completo. Era inconmensurable.

—Puedes contar conmigo para lo que sea —me aseguró—. No importa el qué. Siempre estaré ahí para ti.

Así solo consigues que me enamore más y más de ti.

Terminó de guardarlo todo bajo mi atenta mirada, pero antes de que pudiera alejarse demasiado, sujeté su antebrazo. Él esperó a que yo dijera lo que me rondaba la cabeza y, al ver que tardaba bastante, tomó asiento a mi derecha en la banqueta.

—Hay una cosa más —le comuniqué.

—¿Qué es?

Sus ojos brillaban. La preocupación se reflejaba en ellos, pero eso que quería contarle no era nada por lo que tuviera que poner una expresión de ese estilo.

—Estoy orgullosa de ti.

Debí decirle aquello justo después del partido. Cuando dieron el pitido final solo pude pensar en que todo el esfuerzo que habían puesto en los entrenamientos no había dado fruto alguno, pero no era así. Aquella derrota les haría más fuertes y vería el proceso de cerca, apoyándolos más que nadie. En especial a él, porque, si no hubiera dado todo lo que tenía, el equipo se habría descompuesto sin remedio sin su voluntad.

Kise siempre era rápido en la cancha, pero aquella vez ni siquiera discerní cómo lo hizo para atraparme entre sus brazos. Mi respuesta natural habría sido la de frenarle y resistirme, no obstante, yo fui la que dio lugar a ese momento y no me apetecía ponerle pegas.

A veces, era como un niño buscando mimos.

Inspiré, agradecida con mi corazón por haberle elegido a él.

—Tienes que cambiarte —le recordé, notando su acompasada respiración—. Senpai nos regañará, Ryō ...

Se aferró más a mi complexión.

—Solo un minuto —murmuró, enterrando su rostro en mi cuello—. Deja que abrace a mi novia un minuto más.

Con una sonrisa, decidí darle aquello a modo de premio por haber jugado con más pasión que nunca.

Después de esos minutos de intimidad, Kise se cambió de ropa y yo esperé en el pasillo para poder cerrar los vestuarios. Regresar la llave era una de la tareas que se me asignaban siempre que había un partido importante. El conserje del primer piso me dio las gracias y nos despedimos de él antes de bajar las escaleras principales.

Una brisa helada nos recibió en cuanto pusimos un pie fuera. La noche era ya cerrada y el frío se había intensificado. Desde luego, yo no recordaba un tiempo tan adverso en mi camino hasta el lugar. Aunque no me extrañaba, puesto que corrí tanto para llegar a tiempo que tampoco tuve la oportunidad de enfriarme.

Kise se adelantó, buscando al resto. Cuando dio con ellos, sacudió su mano para que supieran que nos disponíamos a bajar.

Aproveché ese descanso y cerré correctamente mi chaqueta, pero bastaron unos pocos segundos para entender que aquello no impediría que mi salud se viera más afectada por el mal tiempo.

—¿Vamos, Keicchi?

Alcé la barbilla, encontrándolo allí parado.

—Sí, ¿están abajo? —le pregunté, adelantándome.

Pese a esas palabras, él no respondió, sino que frenó mis pasos y examinó detenidamente mi rostro.

De pronto, se sacó la bufanda que llevaba atada al cuello y la tomó cuidadosamente antes de envolverla alrededor de mi entumecida garganta.

Yo volví a sonrojarme, pero no dije nada y le permití hacer lo que quería.

—Deberías haber traído algo más de abrigo —me echó la bronca, liando la cálida y mullida tela con sumo cuidado—. Las temperaturas han bajado mucho esta noche y tu resfriado empeorará.

Retiró parte del cabello que se había quedado dentro de la prenda y lo acomodó por mí.

—No tuve tiempo de hacerlo. Vine a toda prisa —dije, avergonzada.

Solo pude dejar las maletas en casa, así que no tomé nada más de abrigo. En mi mente solo había espacio para el partido.

—¿Así mejor?

Yo asentí y él sonrió, acomodando los extremos del accesorio para que no me resultasen molestos.

Aquella bufanda era tan larga que cubría parte de mi rostro, así que Kise, después de echarme un vistazo, no pudo contener por más tiempo la risa.

Fruncí el ceño, ruborizada. Gracias a que la prenda tapaba la mitad de mi cara pude fingir que no pasaba nada frente a él, aunque ese salvoconducto solo me sirvió durante unos segundos.

Antes de que pudiera decir algo por su comportamiento, él había bajado la tela, descubriendo así mi boca. Solo fui consciente de que me estaba besando cuando el calor de sus labios empezó a extenderse por los míos, contrarrestando el frío que me había atrapado desde que salimos del recinto. Sentí cómo su pelo rozaba mi nariz, constatando que no era un espejismo.

Se acercó más a mí, tanto que pronto noté sus manos tomando las mías de forma inesperada. Las agarró, decidido, y se encargó de meterlas en los bolsillos de su abrigo. Una vez en esa posición, Kise envolvió mis dedos con sus grandes manos, obligándome a entrar en calor de tal forma que mi cuerpo y el suyo quedaban demasiado cerca.

—Me pregunto cómo puedes ser tan tierna y mandona a la vez —musitó, sin alejarse apenas.

Cerré con fuerza mis labios. ¿Y si le pegaba ese resfriado? Era tan despreocupado que ...

—Y-yo ... —sentía la cara hirviendo debido a su atrevimiento—. Enfermarás si haces eso, Kise.

—¿Lo ves? Ahí está de nuevo —sus ojos sonrieron mientras la punta de su nariz se deslizaba por mi mejilla helada—. Eres demasiado para mí, Keiko ...

¿Tendría que acostumbrarme a todo eso? Porque apostaría mi vida a que moriría más pronto que tarde si él continuaba tratándome así.

—¡Kise, Kaizaki! ¿Venís o nos vamos sin vosotros? —chillaron.

—¡Tenemos una reserva en ese restaurante que tanto te gusta, Kiseeeee! —berreó Hayawaka, tan enérgico como siempre.

Kise se apartó de mí e impidió que mi mano saliera de su bolsillo. Acabó arrastrándome escaleras abajo y, una vez llegamos con los demás, se disculpó por haber retrasado nuestro regreso.

Kasamatsu-senpai le echó en cara varias cosas, pero no tardamos mucho en retomar el camino hacia el restaurante donde cenaríamos después de haber sido eliminados del torneo.

Era muy decepcionante, no obstante, el ambiente resultó ser mucho mejor de lo que cabría esperar tras lo ocurrido. Todos parecían bastante animados y con ganas de seguir practicando, así que pude relajarme y disfrutar de la calidez que esa pequeña familia desprendía.

Kise consiguió librarse de senpai unos minutos más tarde. Realmente odiaba sus regaños, pero eran muy graciosos de ver.

En ningún momento permitió que me alejara de su lado y fue bonito sentir sus dedos enredados a los míos, como si temiera que fuera a irme a alguna parte sin él.

Me notaba un poco congestionada por el resfriado. Aun así, tiré suavemente de su mano. Kise se apresuró a mirarme. Creyó que necesitaba algo importante, pero, en realidad, solo quería decir una palabra que había guardado bajo llave desde que lo vi en la cancha.

Tadaima —dije en un susurro que encerraba toda la felicidad que no había alcanzado hasta entonces.

Él me sonrió, recordando la conversación telefónica del día anterior. Esa en la que me pedía que regresara a casa pronto.

Sus ojos se achicaron debido a la enorme sonrisa que adornaba sus hermosas facciones y se inclinó, besando mi cabello rápidamente.

Okaeri —me respondió en voz baja.

Sí. Por fin estaba en casa.







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22/03/2021

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