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|| Namae » Takashi Mitsuya {1/3} ||

La puerta de la librería chirrió, alertándome.

Me giré y dejé caer ligeramente mi torso hacia adelante, haciendo la reverencia correspondiente ante la llegada de un nuevo cliente.

—Buenas tardes —saludé, reincoporándome.

Erguida, me topé con su mirada. Era amable y cálida. Sentí cómo un manto de tranquilidad me engullía tan dulcemente que no pude apartar los ojos de su rostro.

Había algo en ese chico que me sedó. No supe muy bien si se trataba de su sosegado semblante o si, en su lugar, se trataba del peculiar brillo en sus pupilas.

Solo supe que quería mirarle todo el tiempo que se me permitiera hacer algo tan desvergonzado con un desconocido.

Él me ofreció un cordial gesto con la cabeza.

—Buenas tardes —dijo de vuelta y se encaminó hacia el pasillo central de la tienda.

En el momento en que desapareció de mi vista, me forcé a volver a mis quehaceres. Sin embargo, no fui capaz de deshacerme de esa extraña sensación. Satisfactoria e intrigante al mismo tiempo.

Ese fue el día que lo conocí.

Pasaron un par de semanas y ese chico sin nombre apareció a diario, a la misma hora. Siempre rondaban las cinco de la tarde cuando la puerta hacía su particular ruidito y él me saludaba educadamente.

La librería de mi familia también tenía una zona habilitada para la lectura y el estudio de quienes lo requirieran. Los clientes habituales solían visitar el lugar por la mañana. Estudiantes de preparatoria y algún que otro universitario eran los que más acudían a la pequeña biblioteca que teníamos dispuesta al fondo del local.

Pues bien, aquel chico dejaba sus cosas en el asiento más alejado y tomaba un par de libros. A veces los escogía de la sección de arte y en otra ocasiones se decantaba por el pasillo dedicado a la historia. Al fin pude fijarme en que nunca repetía el mismo libro y entonces me preguntaba si los acabaría antes de marcharse en completo silencio, dos horas más tarde.

Él desaparecía, como si nunca hubiera pisado la tienda.

En ningún momento entabló conversación conmigo. Las únicas palabras que compartíamos eran saludos y despedidas que, muy a mi pesar, sabían a poco.

De alguna manera logré acostumbrarme a aquella monotoneidad. Algunas veces y solo cuando me cercioraba de que su atención estaba puesta en el ejemplar que tenía entre las manos, me atrevía a analizar su figura.

Con el paso de los días, aprendí a leer sus escasas reacciones. Si el libro se le antojaba interesante, la serenidad reinaba en su rostro y, esporádicamente, su comisura superior se alzaba en un intento de sonrisa.

Si, por el contrario, el tomo elegido no era de su agrado, su expresión se iba apagando más y más hasta rozar la inmovilidad. Cuando eso ocurría, su mente parecía ocuparse de otros asuntos más importantes. Su presencia allí se tambaleaba porque era su conciencia la que lo mantenía cercano a aquel paraíso lector. Cercano a mí, incluso si no nos conocíamos de nada.

Justo cuando menos esperaba que algo cambiara, sucedió lo que más esperaba en algún rincón dentro de mí.

Ocurrió unas semanas después.

El grito de las bisagras me llamó y yo, que ya me hacía a la idea de que sería él, no supe contener la sorpresa al descubrirlo de pie, parado a unos metros de mi posición, con dos niñas pequeñas tomadas de sus manos.

—Mit-chan, ¿puedes leernos un libro? —preguntó la más crecida.

—Sí, por favor —rogó la otra niña, haciendo un adorable puchero—. Uno de princesas, ¿vale?

Aquella imagen era del todo irreal. Nunca, después de tantos días observándole, habría imaginado que me vería envuelta en una situación como esa.

Y mucho menos imaginé que podría verle sonreír de aquella forma.

Mis dedos se aferraron a la cubierta del polvoriento libro que estaba limpiando en esos momentos. Aquel sucio trapo fue la otra víctima de mi triste estabilidad emocional.

Sus cálidos orbes se achicaron a causa de la bonita curvatura que adornó sus labios y asintió, mirando a la más pequeña con inconmensurable cariño.

—Claro, Mana —afirmó—. Pero tenéis que estar en silencio. Este no es un sitio donde se pueda hacer ruido o hablar muy alto, ¿de acuerdo?

—¡Prometido! —aseguró antes de soltarse del mayor y agarrar la mano de la otra infante—. Vamos, Luna. Tenemos que escoger el libro para que oni-chan nos lo lea.

Ambas rieron y comenzaron a correr hacia una de las estanterías más bajas en busca del libro perfecto.

Él quiso seguirlas algo enfurruñado. Aunque no quisiera que las niñas rompieran el silencio propio del lugar, era imposible contenerlas. Su felicidad me insufló una nueva oleada de paz a la que no pude responder con más que una tímida sonrisa.

De pronto, se detuvo a medio camino y, mientras ellas toqueteaban un par de volúmenes llenos de vivos colores, nuestras miradas chocaron sin remedio alguno.

Yo, que todavía sonreía, relamí mis labios. Estaba avergonzada y no podía ocultárselo.

Él me observó durante unos segundos que se hicieron eternos hasta que carraspeó, quebrando la tensión que se había creado entre nosotros.

—Procuraré que no hagan mucho ruido, pero si es una molestia ... —intentó decir, titubeando.

Al entender el mensaje, no perdí ni un instante y alcé los brazos ligeramente, quitando importancia a su insinuación.

—No es ningún problema. Pueden quedarse —le comuniqué, emocionada por la cortés conversación en la que nos habíamos visto involucrados de repente—. Además, entre semana tú eres el único que viene a esta hora.

El único.

Creo que fueron esas dos palabras las que más le sorprendieron, pero no me permití el lujo de ver con detalle su reacción a mi declaración, pues mis ojos viajaron lejos de su mirada.

No podía recordar un momento tan bochornoso como ese.

Que dijera aquello implicaba algo bastante simple y es que, consciente o inconscientemente, él me generó una curiosidad insaciable desde el principio. Siempre tuve tiempo que dedicarle, admirando su rostro o la delicada forma en que tomaba un libro de su estante correspondiente.

Acababa de evidenciar algo que habría mantenido oculto hasta mi último aliento.

Sabía que el rubor se había extendido por mis pómulos y no me cabía duda de que él se había dado cuenta de mi estado, sin embargo, no dijo nada al respecto.

Fingió normalidad y tomó la dirección en la que las menores se encontraban.

Pensé que estaba salvada. Que todo quedaría en un comentario sinsentido y volveríamos a aquella fría distancia que siempre nos había acompañado.

Error.

Sus pasos frenaron al llegar a mi lado.

La estrechez del pasillo hizo que todo fuera mucho más intenso. Cuando me percaté de que la manga de su camisa rozaba mi brazo, hice acopio de fuerzas y retuve una bocanada.

Sentí que, si respiraba, aquel momento se rompería frente a mí. Sentí que dejaría de existir.

—Gracias. Solo será por hoy —me explicó, con su voz cayendo en picado.

Noté el movimiento de su cuerpo y corrí a detenerle.

—¿Son tus hermanas?

Mi pregunta era indiscreta e innecesaria.

Él dudó; no esperaba que yo continuara hablando.

—Sí —asintió.

—Me lo imaginaba —murmuré, nerviosa—. Os parecéis bastante.

Tenéis la misma sonrisa, quise añadir.

El tono de su cabello era idéntico y la mayoría de sus rasgos se hacían similares a la vista. Cualquiera podría haber deducido que eran familia directa, pero yo, en mi penoso intento por alargar aquella charla, me acogí al abrigo de la torpeza y opté por quedar en el marco absoluto de los ridículos.

—Suelen decírmelo —reconoció—. Aunque ellas son mucho más enérgicas que yo. Nuestras formas de ser no son tan parecidas.

Me gusta tu forma de ser. Tranquilo y paciente.

—¿Cómo se llaman? —inquirí, rogando a mi corazón que aminorara su ritmo.

—La pequeña se llama Mana y Luna es la mayor —me contestó, tan correcto como siempre.

—Ya veo.

Nuestra posición seguía siendo la misma. Cada uno miraba en direcciones opuestas y nuestros brazos se rozaban en secreto, reteniendo un sentimiento demasiado prematuro.

—¿Y tú? —cuestionó.

—¿Eh?

¿Yo? ¿Acaso me estaba preguntando ...?

—Tu nombre —especificó.

Entonces, sin pensarlo, me volví hacia él.

Aquella fue la primera vez que lo miré realmente. La distancia no era un problema como de costumbre y sus ojos, de cerca, lucían mucho más bonitos de lo que habría podido esperar.

Ladeó la cabeza, expectante.

—Narumi —le dije, sonrojada.

Si estaba limitándose a ser cordial conmigo o no ... No importaba. Que mostrase ese mínimo interés por saber de mí fue motivo suficiente para que una explosión de felicidad inundara todo mi ser.

—Mmmm ... —masculló, a pesar de que su tono escondía cierto temor a meter la pata—. Tienes buenos libros aquí, Narumi.

Echó una ojeada a mi sonrojo y alejó la vista, comprendiendo que estaba yendo demasiado lejos par ser la primera ocasión que hablábamos con conciencia de nuestros actos.

—Gracias —me limité a responder.

Después de aquel halago, retomó el camino hasta alcanzar a sus hermanas pequeñas, dejándome sola de nuevo.

El resto de la tarde me preocupé por la llegada de ciertos pedidos que esperaba recibir pronto. Supongo que ese fue el escudo que escogí para no pensar en él y en que seguía sin saber su nombre.

Si hubiera querido, me lo habría dado tras escuchar el mío. Aquel era un tonto acto de cortesía, así que, ¿por qué no lo hizo? Puede que no sintiera la misma ansiedad que yo. Puede que no quisiera perder el tiempo con nimiedades de ese estilo.

Cargué con todos esos pensamientos deprimentes durante más de una hora, siempre dando la espalda a la zona en que los tres habían tomado asiento. Si me decidía a mirarlo ... Probablemente él viera la angustia reflejada en mi cara.

Los minutos pasaron lentos y pesados. De pronto, el correteo de las niñas por los pasillos me despertó. Mis acciones dejaron de ser robóticas y mi mirada escapó hasta aquellas dos cabezas inquietas.

La tienda, además de poseer una zona reservada al estudio, también permitía el préstamo de libros.

Supuse que él se lo había explicado y por eso Luna, la más alta, me entregó un tomo diferente. Lo colocó sobre el mueble de recepción y sus resplandecientes orbes claros me observaron, ansiosos.

—Nee-san, ¿podemos llevarnos este libro? No nos ha dado tiempo a acabarlo y es muuuuy interesante —me explicó ella.

Su emoción me atrapó y no pude preocuparme por él. Ni siquiera despegué la vista de ellas. Había algo que me empujaba a admirarlas, como si fueran dos perlas preciosas.

—Claro. Solo tenéis que dejar un nombre —puntualicé, sonriendo—. Tengo que apuntarlo en mi libro de préstamos.

Tomé el grueso volumen de debajo del mostrador y la más pequeña abrió su boca, asombrada por la enormidad del ejemplar.

—¿Ahí apuntas los nombres de todos? —preguntó, boquiabierta.

—Solo de las personas que compran o se llevan libros prestados, pero sí. Son muchos nombres los que hay aquí guardados —y solté una breve risa debido a sus peculiares preguntas.

Dejé el libro sobre la mesa y lo abrí por el punto adecuado. Agarré un bolígrafo cualquiera y las miré, intrigada.

—Bien. ¿Quién me dice su nombre?

—¡Yo, yo! —exclamó Mana.

—No, Mana —la regañó Luna, con sus brazos en jarras—. Yo soy la mayor —dicho lo cual, se giró hacia mí y, con la barbilla en alto, presumió de esa supuesta preferencia—. Mi nombre es Luna.

Era divertido verlas discutir por algo tan insignificante, pero no pretendía que iniciaran una discusión mayor, por lo que les propuse una solución bastante justa.

—Como sois dos, puedo apuntar los nombres de cada una. ¿Os parece bien? —comenté, logrando que las aguas se calmaran.

Mana asintió, alegre por la buena noticia, y Luna suspiró, resignándose a la pérdida de esa exclusividad que creía haberse ganado por haber nacido antes que su hermana.

—De acuerdo —se rindió, a regañadientes.

—Perfecto —claudiqué la disputa y me dispuse a tomar sus nombres aun sabiéndolos de antemano—. Dejadme el libro y decidme vuestros ...

Mi intención era la de tomar nota en las dos últimas casillas que quedaban en blanco en aquella página, no obstante, cierta interrupción me frenó antes de escribir la primera letra.

Su mano descansaba sobre el mostrador, mostrando un libro de costura.

Al alzar la cabeza, volvimos a toparnos con las pupilas del otro como si estas fueran imanes buscando su polo opuesto.

—¿Oni-chan? —lo llamó Mana.

Tragué saliva, algo cohibida por la forma en que me escrutaba.

—Estaba tomando sus ... —traté de explicarle.

—Mitsuya —dijo él.

Oh.

Sentí la boca seca y llegué a la conclusión de que sus ojos eran demasiado peligrosos para mi penosa fuerza de voluntad.

—Mit-chan, eso no es justo. Ella iba a apuntar los nuestros —se quejó la mayor y tiró de la ropa de su hermano.

"Mit-chan".

Tenía sentido, pensé.

—También te llevarás un ... —deduje, anonadada ante su repentina reacción.

—Sí —confirmó, rompiendo esa conexión visual a propósito—. Me llevaré este, así que ponlos ... —tomó aire, algo acelerado—. Ponlos a mi nombre.

Nunca antes se había dado esa tesitura. Él solía leer allí y nunca se llevaba libros a casa. Siempre me dio la sensación de que evitaba causar problemas. Por eso se sentaba lejos de mí, como si de esa forma me importunase lo menos posible.

Pero aquella vez su intromisión había sido tan anhelada por mi parte que ni siquiera la califiqué de una manera tan cruel como esa. No era capaz si se trataba de él.

—Bien —le respondí, agachando la cabeza para tomar nota.

—Pero yo quería ... —lloriqueó Luna.

Estaba tan ruborizada que no levanté la mirada en ningún momento. Me ocupé de registrar su nombre en silencio, por lo tanto, no tuve la oportunidad de ver que el sonrojo también había pintado su blanquecina tez.

Puso su mano en la cabeza de Luna, logrando que esta dejara de quejarse, y revolvió su cabello suelto.

—¿Cuántas veces he dicho que no abuses de tu poder como hermana mayor? Mana también puede dar su nombre aunque sea la pequeña —la regañó, manteniendo la amabilidad en cada una de sus palabras.

—Está bien —farfulló, aceptando la dulce reprimenda.

Calló al instante, pero su hermano no dudó en agarrarla y atraparla entre sus brazos. Ella se cogió a su cuello, satisfecha por la suavidad con la que el mayor de los tres la estaba tratando.

—Oni-chan, nos lo terminarás de leer en casa, ¿verdad? —preguntó Mana, visiblemente contenta.

—Sí, pero primero debéis terminar los deberes —les advirtió.

Ellas se lamentaron y yo, todavía desorientada por lo ocurrido, terminé de escribir.

La razón por la que me lo desveló no estaba clara, pero tampoco quise indagar en aquella incógnita. Conocerlo era mucho más de lo que podría haber pedido.

—Aquí tenéis.

Las niñas tomaron su libro y Luna pidió que la bajase de su regazo. Él cumplió su demanda, viendo cómo ambas se despedían de mí a voces y se apresuraban en llegar a la salida. Cuanto antes volvieran a casa y acabasen sus obligaciones, antes podrían descubrir el desenlace de la historia.

Sin añadir nada, cogió el libro del mostrador. Sin embargo, pude leer el título, recordando que era uno de los ejemplares que ya había leído. Lo recordaba porque fue el mismo que tomó el primer día y, a la hora de dejarlo en su lugar, cometió el fallo de depositarlo una estantería más abajo. Yo revisé que todo estuviera en su lugar esa misma noche y encontré el error.

Si ya lo había leído, ¿por qué lo estaba tomando prestado?

Esa pregunta se repitió en mi mente durante largos segundos y entonces me di cuenta de que él estaba a punto de desaparecer otra vez.

Agarró el manillar de la puerta y tiró de ella, pero yo no lo resistí y reclamé su atención, siendo demasiado codiciosa.

—Mitsuya-kun.

Dejó de moverse, respondiendo a mi llamado. Volvió su rostro, que reflejaba una expresión pausada.

—¿Sí?

Sostuve el bolígrafo con fuerza.

Sentía mis labios temblar después de haber dicho su nombre en voz alta y mi respiración apenas podía recuperar la pauta.

—Puedes venir con ellas tantas veces como quieras —mi voz salió difícilmente.

El nerviosismo era evidente en mi caso, pero él pareció extraer cierto disfrute de aquello.

Mierda. Esa sonrisa.

Empujó la puerta y sostuvo la curvatura de sus labios hasta el final.

—Lo tendré en cuenta —reconoció—. Hasta mañana, Narumi.

¿Por qué no utilizó un vocabulario más formal? Parecía ... Parecía querer acercarse a mí, después de todo.

Me senté, agotada por el cúmulo de emociones que estaba soportando. La presa que contenía dichos sentimientos estaba desbordándose y todo por culpa de Mitsuya.

Mitsuya.

Debilitada, cubrí mi boca. Ocultar mi alegría no tenía sentido alguno. Ya no quedaba nadie cerca, pero ese fue el impulso de mi mano.

Así que ese es tu nombre.

Aquella sonrisa me acompañó el resto de la jornada, unida a mí como si se hubiera convertido en mi mejor compañera.



・・・



Los días pasaron y nuestras charlas se volvieron continuas y habituales. Hablábamos de futuras lecturas, de nuestras preferencia, sobre nuestros gustos personales ... Sus hermanas también se convirtieron en un tema de conversación bastante recurrente.

Yo no estaba segura de poder aconsejarle correctamente al no tener hermanos pequeños de los que cuidar, pero Mitsuya se interesaba por mí y por mis puntos variados de vista.

Él se acercaba al mostrador sin aparentar mucha curiosidad y se apoyaba de espaldas a mi posición para escuchar todo lo que tenía que decirle aunque esto fuera lo más simple del mundo. Y, una vez terminaba mi monólogo, me preguntaba por diferentes cosas. Eran charlas constantes y ansiadas por mi parte.

Ese sentimiento siguió creciendo hasta que, una tarde, Mitsuya se ausentó.

Miles de razones cruzaron mi mente ese día, pero ninguna dio en la clave. Recostada sobre el despejado mostrador, esperé contemplando la puerta hasta que el ocaso me avisó de que debía cerrar pronto.

A la mañana siguiente, me lamenté por no haberle pedido nunca su número de teléfono. Si lo supiera, habria contactado con él o eso pensé al principio.

¿Eres alguien para él? Solo sois conocidos, ni siquiera estáis cerca de ser amigos. Por lo tanto ... ¿Por qué tendrías el derecho de preguntarle por su falta el día anterior?

Con aquel maldito pensamiento rondándome la cabeza y muy pocas horas de sueño a mis espaldas, me dirigí hacia la librería.

Nee-san dijo que iría y se ocuparía de todo durante el desayuno, pero que tenía que hace un recado antes de ir, así que yo me ocuparía de abrir la tienda y de dejarlo todo preparado para cuando ella llegara.

Abrí los ventanas y me aseguré de que todo estuviera en su lugar. Solo estaría allí hasta que ella apareciera, ya que pronto sería la hora de entrada a clases.

Decidí revisar las tareas matutinas apuntadas mientras esperaba. Me senté y, zarandeando las piernas terriblemente cansada y aburrida, esperé. Aquella fue una espera que acabó antes de lo que tenía pensado, pues la puerta se abrió apenas cinco minutos después.

—Nee-san, he dejado preparados los ... —comenté, poniéndome en pie.

No obstante, mis músculos detuvieron cualquier movimiento y lo único que fui capaz de hacer al encontrarlo allí fue observar, boquiabierta.

Él rechazó mi mirada rápidamente y ocultó su rostro, aprovechando la escasa luz que se colaba desde fuera.

—Perdón por la ... Interrupción —hizo una pequeña pausa y prosiguió—. ¿Has abierto ya?

Batí mis pestañas, terriblemente confundida.

—Sí. Acabo de hacerlo —le respondí.

Mitsuya no me dirigió la mirada en ningún momento, solo asintió y examinó el suelo como si este fuera lo más interesante del lugar.

—Si no es molestia —se aclaró la voz, incómodo—, ¿puedo usar el baño?

—Claro —aseguré, preocupándome a pasos agigantados.

Agachó más la cabeza y se encaminó hacia el fondo de la librería. Ya conocía el recorrido, por lo que no necesitó ninguna indicación para llegar al lavabo.

De pronto, me di cuenta de que había cierta presión molestando en algún punto de mi pecho.

¿Por qué huyes de mí?

Creo que lo que más me dolió fue que no quisiera chocarse con mis ojos.

Por eso mismo, en un tonto arrebato por preguntarle qué sucedía en realidad, seguí el mismo camino que él. Por suerte no había cerrado la puerta y pude asomarme un poco desde el marco de madera.

Él estaba ligeramente inclinado, observando su reflejo en el espejo con el objetivo de calcular la gravedad de un par de heridas que adornaban su mandíbula. Tan pronto como puse un pie dentro del cuarto, fue consciente de que tendría que darme alguna explicación, por pobre que fuera.

Cuando entendí la razón de su rechazo, traté de controlar la tensión que me agarrotaba las extremidades y exhalé.

—¿Has tenido una pelea?

No entendía el por qué un chico como él podía haberse visto involucrado en una trifulca.

Miles de ideas comenzaron a cruzarse en mis perturbados pensamientos hasta llegar a generarme un ligero dolor de cabeza. Aunque esa molestia no sólo se manifestó ahí, sino que se duplicó y, al cabo de unos pocos segundos, percibí un punzante malestar en el pecho.

¿Qué había ocurrido y por qué demonios me asustaba tanto verle así?

Mitsuya tomó un pedazo de papel limpio y se dispuso a retirar algo de la sangre reseca que quedaba en aquel corte superficial, cerca de su pómulo izquierdo.

—Algo así —admitió.

No quería explicármelo, como era de suponer.

Él estaba tratando de ignorarme, pero había algo en su semblante que no me dejaba dar media vuelta y dejarlo a solas. Parecía estar buscando las palabras adecuadas, por lo que no me apresar y, a pesar de la ansiedad que me generaba aquella situación, esperé en completo y absoluto silencia a que Mitsuya escogiera el discurso correcto.

Había frustración en sus gestos. Se movía de forma pesada y entonces me planteé la idea de que hubiera pasado toda la noche despierto.

Impulsada por esa preocupación, me adelanté.

—¿Tampoco has dormido? Tienes mala cara —puntualicé, deseando que no me considerara una entrometida.

Mitsuya arrugó el pañuelo y agachó la cabeza. Suspiró como fuerza.

Estaba cargando con algo demasiado grande como para no expresarlo.

—Narumi, yo soy el capitán ... —se relamió los labios, manteniendo la vista fija en el lavamanos—. Soy un capitán de escuadrón en una pandilla de la ciudad. Tōman. Dudo mucho que la conozcas, pero es muy importante para mí —me reveló—. Incluso si salgo herido, es un lugar que aprecio de corazón y por el que daría cualquier cosa. Es por eso que tengo estas pintas —terminó intentando burlarse del mal estado con el que había llegado—. Lamento que tengas que enterarte así, yo ...

Tiré de su ropa.

No lo hice conscientemente; mis pasos me guiaron a él sin siquiera esperar una orden directa. Una vez estuve a su lado, mis dedos actuaron por su cuenta al engancharse de su chaqueta oscura.

Nunca lo había visto con ropa casual. Aquella era la primera vez. Parecía casi como si ese día estuviera marcado como el día en que conocería realmente a Mitsuya Takashi.

No me molestó. No me hirió. Lo único que logró confensándome aquello fue que mi respiración se volviera un poco más ligera.

Cerré los ojos, reteniendo las lágrimas como me era posible, y deposité mi cabeza contra su brazo con toda la suavidad que pude reunir.

Apoyada de esa manera, enrosqué mis dígitos en la tela.

—Está bien —contesté.

Mitsuya se mantuvo en silencio, dudando.

—No ... —estaba titubeando—. No creo que esté bien —murmuró, tomando parte de mi antebrazo.

Empezó a preocuparse por mí, pero esa no era mi intención en absoluto. Solo ... Solo quería descansar cerca de él y asimilar que estaba a salvo.

De algún modo que ni yo misma conocía, siempre supe que había algo más que nunca se atrevería a contarme. No importaba cuánto hablásemos ni lo bien que llegásemos a conocernos en un futuro porque él me lo habría ocultado a toda costa.

Mitsuya era así. No miraba por sí mismo, sino por los demás.

Privarme de aquella lujosa información era lo mínimo que podía hacer por mí. Eso era lo que él había estado pensando desde aquella tarde en que llegó acompañado de sus hermanas.

—Claro que está bien —insistí, aferrándome más a su ropa—. Has dejado de fingir que todo marcha como te gustaría, así que está perfectamente bien ahora.

Mientras luchaba contra el llanto, sentí cómo él se relajaba. Sus músculos expulsaron cualquier tipo de tensión. Pudo insispirar, libre de cualquier mentira que hubiera planeado decir antes de presentarse allí.

—Debería molestarte —continuó al cabo de unos segundos—. Ser miembro de una pandilla no es fácil de aceptar para la gente que me conoce fuera de todo eso. Suelen ... Suelen escandalizarse y sentirse decepcionados conmigo —reconoció, tímido.

Era eso lo que le impedía contarme todo, ¿no es así?

Incluso alguien como él, a pesar de ser una de las personas más fuertes y seguras que había conocido, tenía sus miedos. Y el principal era que el resto lo menospreciara o se decepcionara tras saber todo sobre su vida.

Debería de haberme dado cuenta.

En ese momento, me hice algo más valiente y conseguí apartarme lo suficiente como para alzar la barbilla y clavar mis húmedas pupilas en su rostro.

Sus cejas se arquearon, asustándose. Observó detenidamente el agua cristalina que bailaba en mis ojos, comprendiendo que estaba resistiéndome.

Pese a ello, hice el esfuerzo de sonreír para él.

—No hay manera en que pueda sentirme así —le confesé—. Estoy segura de que amas ese sitio tanto como dices y con eso me basta para saber que estás orgulloso de ser quien eres. Nunca podría rechazar eso de ti —afirmé, sin pizca de duda alguna—. Sé que puedo confiar en lo que dices, solo ... —una sola gota se deslizó por el rabillo de mi orbe, a la vista de Mitsuya—. Parece que me había preocupado demasiado, ¿verdad?

Cierta dulzura bañó su semblante y, tan pronto como terminé de hablar, se encargó de alzar su mano derecha para retirar la escueta gota que caía por mi piel lentamente.

Intentó sonreír, pero quedó en un torpe amago.

—Sí —su susurro abrasó mi rostro, cálido y temeroso—. Perdón por no venir ayer. No quería causarte problemas.

En aquel preciso instante comprendí que nunca estuvimos destinados a ser conocidos o simples amigos. No era posible que la velocidad de mi pulso pudiese ser justificada por un mal presagio. Insignificante e infantil.

Ese mal presagio me había robado el sueño aquella noche, pero, de la nada, sus amables palabras me devolvieron todo lo que creí haber perdido.

Nuestros caminos se habían cruzado, pero eso no implicaba que la amistad fuese el motor de la relación que apenas habíamos iniciado.

A lo mejor era un sentimiento más fuerte.

Después de insistir un rato, él se dejó arrastrar hasta la trastienda, donde guardaba algunos utensilios que podían servir para cubrir sus cortes. Hice que se sentara en un viejo banco. En realidad, no se atrevió a enfrentarse a mí. Estaba siendo el chico amable de siempre. Quería compensarme, por lo tanto, permitió que le colocara unas banditas en las zonas más afectadas.

No apartó la mirada de mí otra vez y aquel detalle me colmó de una felicidad inmensa.

—Hecho —concluí, suspirando.

—Gracias —me agradeció, repasando el lugar con la yema de sus dedos.

Analicé su rostro y quedé satisfecha tras comprobar que desprendía un aura mucho más apacible que cuando llegó.

—¿Irás a casa ahora?

Hizo una mueca y movió la cabeza, negando.

—Mi madre está hoy allí y no quiero que me vea de esta forma —reconoció, algo avergonzado—. A ella no le gusta que haga este tipo de cosas.

Asentí.

Quería evitarle ese mal trago a su madre. Después de todo, no me sorprendía. Debía ser duro encontrar a tu hijo malherido y no haber podido hacer nada para cuidarlo.

—Puedes quedarte aquí, si quieres —le sugerí.

Mitsuya alzó la cabeza, contrariado.

—Pero tú te ibas a clase, ¿no? —mis ojos se abrieron sutilmente, siendo imposible que él se percatara—. No quiero que ...

—No. No me iba —le mentí al instante—. Mis clases de hoy no son muy importantes y nee-san tiene que hacer unos recados. Me encargaré de la librería ... Durante unas horas, al menos.

¿Acaso él quería que yo me quedara?

Solo fue una sensación momentánea, pero la sorpresa fue tal que me apresuré a corregirle. No me importaba faltar a clases. Es más, estaría engañándome a mí misma si me marchaba tranquilamente sabiendo que él estaba solo.

—Entonces puede que me quede un poco más —se dejó vencer.

Contenta por haber ganado aquel pulso, guardé todo en su lugar y tomé asiento a su lado en la banca.

Sin preguntar nada, Mitsuya se acomodó contra la pared y comenzó a relatarme el incidente de esa madrugada.

Me habló de sus compañeros y de que no habría sido capaz de abandonarlos a su suerte cuando otra pandilla de un barrio vecino les atacó por sorpresa. Ese también fue el motivo por el que no dio señales de vida el día anterior. Los preparativos se alargaron más de lo previsto.

—Y entonces Hakkai se empeñó en que fuera con él a casa —siguió relatando—. Él es mi mano derecha y sé que se preocupa por mí, pero no quería ser una carga para él ni para su hermana. Empezó a lloriquear, como siempre —dijo, divertido ante el recuerdo—. "Taka-chan, si no vienes a casa, le diré a tu madre". Sus amenazas son siempre así aunque nunca las cumple —tomó aire—. Es como un hermano pequeño al que tengo que proteger constantemente.

Dio un largo bostezo y yo sonreí. Estiré mis piernas, agradecida por la confianza que estaba demostrando y dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Dudo que puedas ser una carga para él. Estoy segura de que le habría encantado encargarse de tus golpes. Puedo entender cómo debió sentirse.

Cuando quise retractarme, esa declaraciones ya habían llegado a sus oídos. Me fue imposible ocultar el sonrojo porque ... Era la verdad.

Si aprecias a alguien, quieres serle de ayuda en los momentos difíciles.

Él ladeó la cara después de admirar mis enrojecidas mejillas por unos segundos.

—Supongo que llevas razón —dijo en voz baja.

La vergüenza consiguió callarme durante todo un minuto, pero me forcé a romper aquella incomodidad con algo diferente.

—Ahora que lo pienso, parece que todos te dicen de una manera distinta —lo pensé con detenimiento—. Nunca te digo por tu nombre y ni siquiera nos hablamos formalmente. Algo como Takashi-san ... Nunca lo he dicho.

Fue así desde el principio. No éramos muy cercanos, sin embargo, nos referíamos al contrario como si fuésemos conocidos de toda la vida.

—Bueno, siempre pensé que no era necesario —comentó, restándole importancia—. Casi todos me llaman por mi apellido. Solo me llama así mi madre y es para echarme la bronca por algo ... Por lo demás, solo la gente en la que no confío me dice por mi nombre. Se siente raro —el tono de su voz iba decayendo con el fluir de la palabras—. Y el tuyo ... Narumi suena bien para mí, aunque Naru-chan también sería lindo ...

¿Cómo pretendía llamarme de esa forma y que yo pudiera resistirlo? Cada vez era más débil frente a él y se usaba un apodo como ese conmigo, probablemente acabase rota a causa de su adorable y descarado comportamiento.

Quise creer que aquel era el efecto de ser el mayor de tres hermanos. Me forcé a pensar que debía tener esa clase de trato con sus hermanas pequeñas y que por eso ... Por eso aquello se le antojaba lindo.

Con la cara ardiendo, de repente sentí cómo su cabeza caía sobre mi hombro izquierdo.

Me volví hacia él, incrédula, y mordí el interior de mi mejilla tras descubrir que había cerrado los ojos, vencido por el cansancio.

—Mitsuya —murmuré, temblorosa.

Estaba demasiado cerca de mí. Su aliento rompía en mi cuello y mi corazón no estaba preparado para soportar una actitud tan tierna por su parte.

—Sí ... —contestó, a punto de caer rendido—. Suena bien si eres tú quien lo dice ...

Había bajado la guardia por completo y no recordaba haberle visto tan desprotegido antes.

Solía mantener la distancia entre ambos. Él siempre procuraba no cruzar una línea que se había marcaba por cuenta propia, pero, en esos momentos, parecía haber desaparecido.

Indefenso, sus espiraciones pasaron a ser monótonas y pausadas.

No me moví ni un centímetro y esperé sentada, cargando con él, mientras que comenzaba a darme cuenta de que me gustaba y de que, si no hacía algo al respecto, terminaría enamorándome irremediablemente.

Y llegué a la conclusión de que no quería impedirlo.






・・・

Tokyo Revengers = uno de mis mangas favoritos

Mitsuya Takashi = el amor de mi vida si no fuera un personaje 2D 🛐

Debería estar estudiando, pero hace unas horas terminé esta primera parte de la mini historia de Narumi y Mitsuya y no he sido capaz de esperar a subirlo otro día 👽👽

Intentaré no tardar demasiado en subir la segunda parte (aunque podría extenderse a tres partes, pero eso está por ver uwu) 💜✨

Echo de menos ser más activa por aquí, pero qué se le va a hacer ༼༎ຶ༎ຶ༽

Os quiere, GotMe 💜

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