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|| Kurenai » Kaede Rukawa {1/3} ||

彼女

Abril estaba a punto de acabar. A pocos días de cerrar el mes más primaveral del año, la temporada de lluvias sacudía la ciudad. Kanagawa sufría de tormentas diarias desde la semana anterior y, a pesar del mal tiempo, él bajaba la cuesta en su bici cada mañana.

Yo lo veía pedalear cuesta abajo desde los últimos días de marzo. Siempre. Sin falta. No importaba que diluviara o que el cielo tronara como si fuera a caerse a pedazos porque aquel chico de cabello negro pasaba frente a mí igual que una centella. Al principio me llamó la atención que rodara tan rápido. Después quise ponerle un rostro más detallado al desconocido con uniforme. A la semana, deseé saludarlo y descubrir quién era, de qué color tenía los ojos o qué actitud tendría si nos encontrábamos cara a cara.

Mi imaginación se extenuaba más y más. Parecía imparable.

Y no. No se trataba de ningún flechazo. Ni siquiera había visto bien su rostro. Solo sentía una curiosidad terrible por mirarle de cerca y por escuchar su voz.

Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta.

Con el paso de las jornadas, empecé a resignarme a verlo apenas dos segundos cada mañana. Eso era todo lo que obtendría y llegué a creerlo hasta que un lunes salí tarde de casa y deduje que, por las horas, él ya habría bajado en su bici. Se había convertido en una rutina para mí. Un pequeño detalle de mi día que no quería perder por no haberme despertado a tiempo, por lo que recorrí las calles que separaban mi casa del paseo marítimo, arriesgándome a rodar por la carretera.

Agitada por las fuertes ráfagas de viento y por los pocos minutos que faltaban antes de que llegara mi tren, alcancé la parada, sorprendida de que hubiera poca gente. Un día ventoso y nublado siempre invitaba a que los vecinos tomaran el tren en lugar de ir a la escuela o al trabajo a pie. Yo no tomaba el tren por razones similares, sino por la paz que me transmitía aquel sitio con vistas al mar.

El tiempo que reunía allí era importante para mí. Aunque no sabía que sería todavía más importante a partir de entonces.

Al refugiarme bajo el toldo de metal, conté a varias de las ancianas que saluda a diario y a una madre con su hijo pequeño. No me di cuenta de que, justo en la fila de asientos más alejada, donde yo solía esperar mi tren, había una quinta figura, alta y enigmática.

Cuando vi en aquel chico al desconocido de la bicicleta, mi corazón se descorchó y tomó un ritmo abismal. Creí que algo implosionaría dentro de mí, pero logré contenerlo y saludar amablemente a las señoras para luego tomar asiento a la derecha del joven de cabello azabache.

Sus ojos estaban cerrados, así que opté por no decir nada. Parecía estar descansando y no quise importunarle. También pude ver un par de auriculares negros colgando de sus oídos.

Es él, ¿verdad?

Tiene el mismo color de pelo.

Debe ser él.

¿Le pregunto?

¿Creerá que soy una maleducada?

Ni siquiera sabe quién soy. A lo mejor se asusta. No quiero espantarlo. No quiero que tenga una primera imagen mala de mí. Pensará que soy una acosadora de manual o que estoy obsesionada con él y no es así.

Me pellizqué el labio inferior con los incisivos y apoyé mi cartera a la derecha. Él había puesto la suya a su izquierda para no molestar a quien se sentara en el banco y yo lo imité.

Es amable.

Nerviosa e incapaz de decidirme, saqué mi libreta y la abrí por la mitad. Ni siquiera sabía en qué página había caído porque mis ojos se desviaron hacia sus pies al discernir una segunda mochila de deporte.

Es alto. Puede que haga baloncesto. O fútbol. También hay jugadores de fútbol altos.

Vislumbré la forma de unas letras en rojo y quise leer lo que ponía porque debía ser el nombre de su escuela, pero una repentina ráfaga de aire frío se coló en la parada y echó mi libreta al suelo. Un par de hojas se escaparon de ella y yo me levanté rápidamente, asustada.

Sin embargo, antes de agacharme, él ya se había encargado de atraparlas, evitando que volaran lejos y que las perdiera para siempre en medio de aquel vendaval. También recogió mi libreta y revisó que no se hubiera manchado.

Creí que estaba durmiendo.

¿Notó mi presencia? ¿Sabía que me había sentado a su lado desde el principio?

Lo siguiente que pensé fue que tenía muy buenos reflejos.

De repente, me la tendió.

Era muy alto. Debía rondar el metro noventa.

Sintiéndome un verdadero tapón frente a su enorme altura, agarré mi preciada libreta con ambas manos y huí de su mirada.

—Ah ... Muchas gracias —dije torpemente.

—De nada.

Su voz sonaba mucho más suave de lo que había imaginado.

Me aferré a la libreta con todos y cada uno de mis dedos y él volvió a sentarse en su esquina. Entonces y solo entonces, me atreví a escrutarle sin ninguna vergüenza.

A pesar de estar yo de pie y él sentado, mi cabeza apenas quedaba por encima. Sus hombros eran anchos y tenía complexión fuerte, de deportista. Cuando aterricé en su semblante, encontré la serenidad personificada. Sus pestañas, largas y negras, se batían cada pocos segundos mientras ojeaba su reproductor de música portátil. Se colocó los auriculares y yo continué examinando el puente de su nariz y la curvatura de sus labios, que le daban una armonía silenciosa a su rostro.

Me pareció el chico más atractivo que había tenido el placer de conocer nunca. Obviamente, no lo exterioricé. Habría sido una estúpida de haberlo hecho.

No obstante, tampoco quería perder la oportunidad de hablar con él porque aquella podía ser la primera y la última ocasión que tuviera para intercambiar más que un "gracias" con aquel chico. Así pues, me armé de coraje. Con una mano protegí mi libreta del viento y con la otra sujeté mi falda azulada.

Puede que no quiera entablar una conversación, pero necesito intentarlo.

—Esta semana hace mal tiempo —comenté—. ¿Por eso no vas en bici? —Al hablar sobre su medio de transporte habitual, debió percatarse de que me dirigía a él y se olvidó de su música. Alzó la cabeza, clavando en mí unos orbes tan azules como el mar que nos observaba en la lejanía. Casi sin aire, seguí hablando—. No quiero parecer una entrometida, es solo que ... Te he visto bajar en bicicleta desde que empezó el curso y ahora coges el tren, entonces ...

—El freno izquierdo se rompió —me respondió.

Son azules. Son del azul más hermoso que he visto nunca.

Me miró con tanta intensidad que el viento no tenía nada que hacer; él me habría derribado primero, sin lugar a dudas.

—Así que es eso ... Claro —Sonreí levemente—. Tiene sentido. Tendrás que llevarla a arreglar —Intuí.

Sus pupilas me hicieron tímida.

Agarré mejor la tela de mi falda.

—Sí —Afirmó.

¿Es parco en palabras o no quiere hablar conmigo?

—Es una pena, aunque seguro que te la devuelven pronto.

Y me senté de nuevo, juntando mis piernas y aguantando la respiración.

¿He hecho el ridículo? ¿Es eso?

—¿Y tú?

Sorprendida, giré el rostro. Me di de bruces con sus ojos cristalinos.

—¿Yo? —formulé, algo confundida.

Movió un poco su barbilla y contempló mi libreta.

—Siempre estás en la parada y siempre tienes esa libreta —Expresó él.

Oh.

Se ha fijado en mí.

El frío subía por mis pantorrillas. Las medias no me aislaban de los escalofríos, pero sentí un calor de lo más absurdo en mis mejillas, como si estuviéramos en pleno verano y el sol me hubiera calentado la cara igual que un brasero.

Mis nervios se revolvieron, obligándome a posar la vista en las baldosas del suelo.

—Bueno, dejo que pase el tiempo hasta que llegue mi tren. Es muy aburrido esperar sin hacer nada —Esbocé una tenue sonrisa.

—¿Dibujas? —Curioseó.

—Escribo —le corregí—. Me gusta escribir.

—¿Es un diario? —Él mismo se dio cuenta de que era una pregunta muy íntima y trató de explicarse—. Quiero decir ...

—No. No escribo ningún diario —me pronuncié yo—. Escribo lo que se me ocurre. A veces describo el mar, hablo de las gaviotas o de cómo me siento. Otras veces son recuerdos o historias que imagino. Tengo mucha imaginación, tanta que suele soñar despierta —Sonreí más, disfrutando de la calidez en mis mofletes—. Eso me ocasiona más de un problema en clase ... —recordé alguna que otra regañina de mis profesores—. Me encanta la literatura y este es un buen lugar para inspirarse, así que aprovecho antes de ir a la escuela para descansar y hacer lo que más me gusta —Me puse al tanto de mis preferencias.

—Mmm ...

Se escuchó como el ronroneo de un gato.

Un poco avergonzada por haberle dicho tantas cosas a un desconocido, me disculpé.

—Lo siento. Hablo mucho, ¿verdad? —Hice una mueca que él no debió notar—. Siento haberte interrumpido. Estabas escuchando música antes de que mis hojas salieran volando ... —Pero no quería dejarlo ahí y solo me callé durante unos instantes. Temerosa, me volví ligeramente hacia él y observé su reproductor—. ¿Qué tipo de canciones escuchas?

Estaba siendo una pesada de primera categoría y el chico podría haberme frenado. No sabía si era por educación o si de verdad tenía ganas de desperdiciar esos minutos conmigo, pero cogió el aparato electrónico y me dio una respuesta.

—Rock.

—¿En serio? —Me emocioné. Él me miró otra vez, interesado en mi reacción—. A mí también me gusta mucho. Colecciono CDs de diferentes tipos de música, pero en especial de bandas de rock. En casa tengo varias pilas enteras —Le regalé otra sonrisa—. Mi madre dice que algún día llegarán al techo.

Ese último dato le divirtió, aunque sólo lo percibí en el mohín de su nariz.

—No conocía a nadie a quien le gustara —reconoció, sin perder el sosiego.

—Pues ya conoces a alguien —dije, contenta—. ¿Qué canción era? —Me incliné unos centímetros y él giró el objeto para que pudiera leer el título—. ¡Kurenai de X JAPAN! —exclamé—. ¿Escuchas a X JAPAN? —Asintió, fijándose bien en mis facciones—. Es la primera vez que me encuentro con otra persona que los escuche. Esa canción es impresionante. Da igual cuántas veces la escuche; siempre me pone la piel de gallina y ...








Esa chica hablaba y hablaba. Solo se detenía para recoger oxígeno y para dejarme contestar. Su voz inundaba la parada de tren.

Cuando me preguntó la razón por la que no había ido a la escuela en bicicleta, le dije la verdad. También podría haber añadido que me desperté tarde y que ya no me daba tiempo a llegar a clase caminando. Coger el tren era lo más lógico porque me llevaría a Sōhoku en menos de diez minutos y no me ganaría una reprimenda del maestro de inglés, pero me guardé toda esa información tan vergonzosa para mí y la oí parlotear de mil cosas distintas.

El viento ya no me molestaba porque estaba ella, con sus mejillas coloradas por el frío y un arsenal de comentarios infinitos acerca de aquel grupo de música y de otros muchos a los que, casualmente, yo también escuchaba.

Por alguna razón que no comprendía, no me disgustaba. La cadencia de su voz era agradable y, extrañamente, me sentía atraído por ella. Tanto fue así que no escuché el tintineo de un tren que llegaba hasta que ella se volvió, dándome la espalda y ojeando a través de los sucios cristales de la parada.

De repente, abandonó su asiento y guardó la libreta en su cartera.

—Ese es mi tren —me informó.

Yo deposité el reproductor en el banco y me puse en pie, como si quisiera despedirme de ella correctamente.

—¿Vas a preparatoria?

Ni siquiera pensé antes de vocalizar. Las palabras ya oscilaban a nuestro alrededor y yo la contemplaba con un anhelo que no había sentido nunca. Era diferente a cualquier otro sentimiento.

Quería que se quedara allí y que hablara una hora más. No hacía falta que nadie más abriera la boca. Mi opinión estaba de más si podía escuchar la emoción derramándose en cada una de sus intervenciones.

—Sí —me lo confirmó.

—¿A cuál? —Indagué más.

Se echó el maletín al hombro. Vi un pequeño llavero brillar en una esquina, pero no pude darle forma.

El vagón avanzaba y ese tiempo se agotaba.

—A Ryōnan. ¿Y tú? —me devolvió la pregunta.

Una pequeña parte de mí se molestó. Solo fue un segundo. Irradiaba tanta luz y parecía tan feliz que solo me centré en nombrar mi preparatoria, lamentando que no fuera la suya también.

—Shōhoku —especifiqué.

Se cerró la chaqueta del uniforme.

—Tomamos trenes distintos, entonces ... —Señaló entre dientes.

El tren paró frente a nosotros. Las puertas estaban abriéndose cuando yo le pregunté lo más importante de todo.

—¿Cómo te llamas? —inquirí.

¿Estoy desesperado? No. Claro que no. ¿Entonces, por qué siento un pálpito en el pecho que no cesa?

Quiero saber su nombre.

No quiero que se vaya sin saberlo.

Su melena negra se agitó gracias al viento rebelde. Ella intentó domarlo con su mano derecha y dejó que una señora y su hijo entraran al vagón primero. Así pudo mirarme un poco más y yo prolongué el privilegio de tener sus ojos almendrados en mi persona más tiempo. Solo unos segundos fueron suficientes para serenar aquella desazón que me roía por dentro.

—Podemos seguir con esta conversación mañana —propuso la chica sin nombre—. ¿Estarás aquí?

Un dulce pinchazo avivó la agitación de mi pecho.

—Mi bicicleta seguirá rota mañana —aseguré.

¿Por qué demonios quiero más de esto? ¿Qué me ha hecho? Apenas ... Apenas han sido cinco minutos en los que ha hablado una barbaridad y yo odio a la gente ruidosa.

¿Por qué estoy deseando que mañana sean diez o quince más?

—Cierto —Reprimió una bonita sonrisa y se acercó al tren. Apoyó su mano en la puerta abierta—. Pues nos vemos mañana. Adiós —Movió un poco su muñeca a modo de despedida.

—Adiós ... —susurré yo.

Las puertas de metal se corrieron y ella desapareció en un tren hacia Ryōnan.



...




Yo ya la había visto en aquella parada varias veces. Siempre estaba en el mismo banco con la cabeza gacha, perdida en el contenido de aquella libreta marrón hasta que el ruido de las ruedas de mi bicicleta la invitaban a mirar.

Nunca cruzamos miradas.

Bajaba la colina demasiado deprisa como para fijarme en su rostro debidamente o identificar el color de sus ojos, pero eso había cambiado.

Aquel freno roto me había dado más de lo que había pedido.

Ella apareció quince minutos antes de que su tren pasara. Había llegado con más margen, aunque yo había pasado unos cinco minutos esperándola.

No quería desperdiciar ni un segundo.

—Buenos días —me saludó.

Se alisó la falda y tomó asiento a mi derecha.

—Buenos días —dije.

—Hoy hace un mejor día, ¿no crees? —Acomodó su cartera y contempló el cielo, recubierto de nubes rojizas—. El cielo tiene un color precioso. Naranja, aunque también parece rojo —Valoró con la barbilla en alto—. Dicen que ese tono aparece después de un viento fuerte.

No había más viento helado. No había avisos de lluvia. Solo quedaban los restos de un tiempo revuelto que había acabado y que auguraba unos días cálidos. Muy cálidos.

—¿Escribirás sobre él?

La cuestión se escapó de mis labios repentinamente.

Ella esbozó una sonrisa, pero la contuvo bastante bien.

—Podría —Se encogió de hombros y clavó sus ojos castaños en mí. Yo la había estado mirando con mucho descaro y no parecía importarle—. ¿Lo leerías? —me preguntó.

También encogí mis hombros.

—Supongo —manifesté.

A pesar de la sobriedad de mi respuesta, en mi interior había una verdadera revolución.

Satisfecha con mi predisposición, se aferró a su cartera y sacó la libreta junto a un bolígrafo negro. La abrió, comprobando las hojas libres restantes.

—Entonces necesitaré concentrarme —alegó, enérgica—. Puedo parecer una persona muy habladora, pero también disfruto del silencio. El silencio es el mejor aliado de cualquier escritor —declaró.

Respiré hondo y apoyé mi espalda en la cristalera trasera.

Sus dedos eran finos, blancos como la nieve.

Deseé tocarlos, así que me crucé de brazos y bloqueé aquellos impulsos imposibles de cumplir.

—Me gusta el silencio —comenté, fingiendo una serenidad que no se correspondía con la mezcla de emociones que me amenazaba en secreto.

—Bien porque no abriré la boca hasta que lo termine —Aclaró mientras destapaba el bolígrafo.

Al principio, lamenté esa decisión. Creí que lo que más quería era escucharla hablar, pero los minutos pasaban y entendí que estar a su lado me bastaba y me colmaba de múltiples sensaciones. No necesitaba que me contara su día en la escuela ni historias viejas de su infancia para conocerla. Contemplarla en completo silencio y ver cómo escribía y tachaba en aquella hoja en blanco me ayudaba a conocerla mucho mejor y me ofrecía cosas que una charla no podría brindarme.

No estaba mintiendo. Me encantaba el silencio. Sin embargo, su silencio era superior a cualquier otro.

La brisa de finales de abril nos acompañó el resto de la semana. Martes, miércoles, jueves, viernes y sábado. El sábado, contra todo pronóstico, el remoto sonido de las campanas silbaron a lo largo y ancho de la calle, y ella se levantó al instante para arrancar aquella página de su querida libreta y entregármela. No lo esperaba. Ya me había acostumbrado al tamborileo de sus dedos sobre el papel o a los chasquidos de sus labios cada vez que se bloqueaba. No me gustó que su silencio terminara, pero la idea de que su voz regresara me arrancó de raíz todo el malestar.

—Toma —Yo cogí la hoja—. He tardado toda la semana, pero creo que es un poema decente. Júzgalo por ti mismo —Cerró su libreta y la guardó con el insistente sonido del tren llegando, cada vez más próximo—. ¿Me darás tu opinión el lunes? —me interrogó.

Quiere saber si estaré aquí el lunes.

—Está bien —No dudé.

El vagón se detuvo y esa estampa me recordó que no serían veinticuatro horas, sino cuarenta y ocho.

No la vería en dos largos días.

Sostuve con fuerza el poema y, sentado, observé cómo daba un saltito dentro del transporte público. Agitó amigablemente su mano para mí.

—Genial. ¡Hasta el lunes! —se despidió.

El tren se puso en marcha y subió la colina sin esfuerzo. Giró en el punto más alto, perdiéndose entre los edificios.

Con cierta tristeza que no comprendía muy bien, observé la hoja que portaba su letra.

—Sigue sin decirme su nombre ... —musité a la nada.

Y tan pronto como lo dije, leí sus versos. Todos demostraban un dominio de nuestro idioma magnífico. Ninguno era peor o de menor calidad. Al menos, eso sentí como inexperto en literatura. Aunque la última palabra resplandeció sobre las demás con un brillo especial por su significado y no por su descripción de aquel cielo rojo.

Kurenai.

Es una oda a ese cielo rojo que nos abrigó días atrás y a la canción que nos gusta a ambos.

Mi corazón bombeó, arrítmico.

Y podría haber sido el final, pero había algo más al pie de la hoja.

"Firmado por Emiko Kūdo".

Debí sonreír. No podía asegurarlo porque estaba demasiado concentrado en releer su nombre y su apellido, escritos en tinta negra. El posterior resentimiento de mis comisuras fue todo cuanto tuve para avalar aquella sonrisa fantasma.








Emiko Kūdo

Después de las clases del día, fui al gimnasio, como ya era costumbre, y entré. Se me había hecho tarde porque tuve que limpiar la clase. Me tocaba hacerlo aquel sábado, así que no pude marcharme a los entrenamientos hasta que todo estuvo reluciente. Cuando aparecí por el gimnasio, casi todos los chicos me saludaron. Ellos salían de los vestuarios, listos para practicar. El entrenador debía estar dentro, aconsejando a algunos de ellos. Los mayores llegaban a la pista con mucho ánimo y así me lo hicieron saber con sus eufóricos saludos. Yo les devolví los gestos con educación.

—Buenas tardes a todos —exclamé.

—Buenas tardes, Kūdo-san —dijeron algunos superiores de segundo que también se incorporaban al grupo de los más veteranos.

Con una sonrisa para todos ellos, avancé hacia el lugar que ocupaba habitualmente Suzuki-senpai, la mánager del equipo de baloncesto de Ryōnan, y coloqué mi cartera junto a la suya. Si no estaba allí, intuía que estaría ayudando a alguien en los vestuarios.

—¡Emi-chan!

Aquel grito era muy reconocible. Solo él se dirigía a la chica nueva con un apodo tan cercano y cariñoso. Eso hacía él; invitaba a todo el mundo a conocerlo y a depositar su confianza en el dicharachero y aparentemente despreocupado jugador estrella de Ryōnan. No habían pasado más de cuatro semanas desde que entré al equipo y siempre había tenido mucha consideración conmigo. Siempre me tendía la mano por si necesitaba ayuda y me cuidaba como si fuera su hermana pequeña.

Al volverme, lo vi acercándose a mí.

—Buenas tardes, Sendoh-senpai —le respondí.

Él esbozó una entrañable sonrisa.

Ya se había cambiado de ropa y cargaba el número siete, listo para ese partido en el que los miembros de tercero se enfrentarían a segundo y a primero.

—Buenas tardes. Te noto de buen humor —alegó, observándome minuciosamente. Yo sonreí todavía más—. ¿Ha pasado algo?

—No lo sé —fingí—. Simplemente estoy feliz.

No iba a contarle acerca del misterioso chico de la parada ni de nuestros encuentros. Tampoco le hablaría del poema que había escrito pensando en él. No me sentía capacitada para revelarle aquello a nadie porque ... De alguna manera, todavía lo interpretaba como un sueño que, poco a poco, se materializaba. No me apetecía desvelar un secreto que solo era nuestro.

—Eso es una buena señal —Puso ambas manos en sus caderas—. Una chica bonita y alegre siempre traerá suerte al equipo. Sobre todo si esa chica es nuestra nueva mánager —puntualizó con ciertos aires de seductor.

—¿También quieres ser el rey de los halagos, senpai? —bromeé mientras sacaba de mi cartera la libreta donde apuntaba los entrenamientos, tal y como me estaba enseñando a hacer Suzuki-senpai—. ¿No te basta con el baloncesto? —continué, provocándole unas pocas risas.

—Puedes quejarte de mis halagos, pero a ti tampoco se te dan mal —rebatió él.

Sendoh-senpai era muy amigable y simpático. Al principio creí que solo se comportaba de ese modo con las chicas, pero pronto entendí que era su personalidad y que yo no era la única que percibía un halo de tranquilidad cuando él estaba cerca.

Todos se sentían como yo si se trataba de Sendoh Akira.

—Todavía no soy vuestra mánager. Solo llevo un mes como ayudante de Suzuki-senpai —le recalqué, por si lo había olvidado.

—Pero lo has estado haciendo muy bien desde que empezaste —me felicitó y yo me sonrojé al momento—. Además, Jun-chan se marcha de viaje la semana que viene con su clase y ya ha decidido que te dejará a cargo de su puesto —me confió aquella información que solo debían saber el entrenador y algunos elegidos.

Seguía sorprendiéndome muchísimo que hablase de Suzuki-senpai con tanta familiaridad porque ella era una alumna de tercero y él aún cursaba segundo. Sin embargo, ella nunca rechazó tal cercanía por parte de Sendoh Akira. En realidad, Sukuzi-senpai era la primera que se reía de sus graciosos comentarios. Lo que para otros podría ser una falta de respeto, Sendoh-senpai lo transformaba en un forma de relacionarse con el resto.

—Supongo que podré ocupar su lugar hasta que vuelva —Accedí, consciente de que ese era mi papel como aprendiz de mánager.

Tras comprobar que no había nadie que pudiera escuchar nuestra conversación, se inclinó, solventando parte de la distancia que nos separaba, puesto que su metro ochenta impedía que nuestros ojos estuvieran al mismo nivel.

—Tendremos un partido amistoso con el Shōhoku durante su ausencia.

Impactada por la noticia, lo miré, rebosante de emoción.

—¿Qué? ¿De verdad? —inquirí, boquiabierta.

—No me gusta mentir —explicó, orgulloso de su transparencia—. Jun-chan ha hablado con la mánager de su equipo y ya está acordado —Añadió.

—Senpai, ¿has dicho con el Shōhoku? —le pregunté, inquieta.

El nombre de esa preparatoria se me había incrustado dentro como un dardo puntiagudo. Lo tenía agujereándome el pecho de lado a lado.

La sola idea de que él pudiera ...

—Sí —Me lo confirmó y ladeó la cabeza—. ¿Conoces a alguien allí? —Yo no supe responderle porque saber que jugarían contra el Shōhoku me dejó indefensa—. ¿Emi-chan? —Entrecerró los ojos, extrañado por mi silencio.

—Ah, sí —contesté tan pronto como mis cuerdas vocales se movieron—. Conozco a alguien, pero no sé si juega a baloncesto —le expliqué, obviando los detalles—. ¿El capitán del Shōhoku es ese rival del que siempre habla Uozumi-senpai?

Creía recordar que Uozumi-senpai entrenaba y entrenaba con el objetivo de derrotar a un alumno de otra escuela y cuando Sendoh-senpai se refirió al Shōhoku algo se removió en mi mente, señalándolos a ellos como sus rivales eternos.

—Justo ese —Asintió—. Akagi es su rival desde que comenzaron la preparatoria.

—Eso es mucho tiempo —balbuceé.

—Lo es y parece que el Shōhoku será muy fuerte este año —Se apoyó en el respaldo de una de las dos sillas que usábamos Suzuki-senpai y yo.

—¿Por qué? —Fruncí el ceño.

—Porque tienen al rookie estrella —Me puso al tanto del nuevo fichaje del Shōhoku—. ¿Te suena un tal Rukawa? —nombró al chico en cuestión.

Ese apellido había sonado en nuestro gimnasio durante las últimas semanas. La verdad era que no había prestado especial atención a los murmullos de mis compañeros. Yo siempre andaba liada con Suzuki-senpai y nunca había disfrutado de los rumores, así que solía olvidarlos, pero los jugadores de nuestro equipo no se cansaban de hablar sobre Rukawa-kun, que parecía una amenaza en potencia para el campeonato.

—Los chicos han hablado de él estos días —reconocí.

—Pues nos dará mucho trabajo —declaró él, visiblemente enterado de las habilidades del novato rival—. Si hubiese venido a Ryōnan, posiblemente, seríamos invencibles —Se sonrió, bromeando a pesar de la seriedad que usaba al hablar sobre dicho tema.

—Hablas como si no lo fuéramos ya, Sendoh-senpai —Le seguí la burla y así lo animé—. ¿Acaso lo has visto jugar? —dije, escéptica.

Yo solo me fiaba de mis cinco sentidos. Las habladurías solo eran habladurías y no trataría como cierto nada que no presenciara por mí misma. Mis ojos eran míos y de nadie más y nunca fallaban leyendo a la gente. Gracias a mi vista sabía que Sendoh-senpai era bueno y empático con los demás, sabía que Suzuki-senpai me ayudaría en todo lo que estuviera a su alcance para que siguiera con su labor una vez se marchara de Ryōnan y sabía que ese chico con el que me encontraba cada mañana era serio y amable. Sabía que tenía un corazón grande y que ansiaba descubrirlo, aunque sólo dispusiera de unos pocos minutos al día.

—No, pero he oído cosas y dicen que es un jugador brillante para su edad —Interrumpió mis pensamientos.

El golpe de las pelotas en la pista comenzó a enturbiar nuestra pequeña charla.

Sendoh-senpai me escrutó a conciencia, como si quisiera leer el fondo de mis pupilas y descifrar los entresijos de mi opinión. Que me mostrara tan segura y terca le generaba curiosidad y su rostro se iluminaba de pura exaltación.

—¿Crees en los rumores, senpai? —titubeé.

—A veces hay que creerlos para no subestimar al enemigo, Emi-chan —respondió, templado y formal.

Él estaba curtido en esa clase de asuntos y nunca lo tomaría por alguien arrogante y creído que alardeaba de tener la verdad absoluta. Por tanto, decidí confiar en su criterio.

No era un mal planteamiento y así se lo hice saber.

—Puede que tengas razón —le concedí.

—Tengo razón.

Un chico de primero gritó su apellido y Sendoh-senpai levantó la mano derecha a modo de respuesta. Lo reclamaban. Todos necesitaban sus consejos y su compañía y yo no debía robarle más tiempo.

—Claro —Él echó a caminar hacia aquellos que lo llamaban y yo le deseé una buena tarde—. ¡Buena suerte en el entrenamiento de hoy! —Me lanzó un guiño, agradecido, y se fue trotando—. Rukawa, ¿eh? —murmuré para mí. Abrí la libreta y la lista que el entrenador había marcado para hoy entró en mi campo visual, pero no la leí—. A lo mejor él sabe quién es ... —farfullé, recordando al chico sin nombre—. Aunque preguntarle por ese chico sería extraño. No quiero que piense que me interesa un tipo popular de su escuela.

Y así me libré de ideas que podrían confundirlo.

No estaba interesada en nadie. Claro que no.








Narrador omnisciente

Los jugadores del equipo de baloncesto del Instituto Shōhoku todavía no habían aparecido por su gimnasio. La única persona que andaba por allí tan temprano era la mánager, Ayako, que se entretenía en revisar los horarios previstos para la semana siguiente antes de que sus compañeros llegaran y el entrenamiento diera comienzo.

Entonces, el pesado ruido de la puerta principal la invitó a girarse y poner un nombre al primer chico que había terminado sus clases de la tarde.

—¡Rukawa-kun, buenas tardes! —dijo ella, de lo más enérgica—. ¿Listo para entrenar?

Rukawa-kun, un alumno de primero que siempre se presentaba antes de la hora para iniciar su práctica el primero, dejó de mirar el papel que traía en sus manos y se fijó en su superior. Los ojos negros de la joven se chocaron con los azules del chico.

—Ayako-senpai —habló él, saludándola.

Rukawa siempre medía mucho sus palabras y no hablaba más de lo estrictamente necesario. Era el menos sociable de los chicos que conformaban el equipo de Shōhoku, pero Ayako nunca lo trató de manera diferente.

—Así me llamo —Sonrió ella. De repente, se dio cuenta de que Rukawa sujetaba algo y su faceta más indiscreta vio la luz—. ¿Qué es eso? ¿Una carta de amor? —preguntó, bastante entrometida. El chico apartó la mirada y observó de nuevo el pedazo de papel que había ojeado durante todo el día—. Tienes muchas admiradoras, ¿eh? ¿Te lo ha dado alguna de esas chicas de primero que vienen a animarte todas las tardes?

El interrogatorio de Ayako-san intimidó al jugador, que se guardó en un bolsillo aquella nota y siguió su camino. Quería entrar en los vestuarios cuanto antes.

—No es eso —Se limitó a contestar.

La estudiante de segundo curso analizó detenidamente los movimientos del pequeño y vislumbró cierta rojez en su pálido rostro.

—Si no es eso, ¿por qué te sonrojas? —bromeó, interesada en esa faceta del novato.

—Iré a cambiarme ... —Avisó él, esquivo.

Vio cómo se escabullía en dirección al vestuario, muy avergonzado. Era raro pillar a Rukawa-kun con esa clase de actitudes. Además, no recordaba haberle notado nervioso por las visitas de esas chicas que incluso habían formado un club de fans para apoyar a la joven estrella del equipo. Su conducta siempre era fría e indistinta y no se alteraba por nada ni por nadie. Parecía estar hecho de hierro, así que le resultó curioso que se hubiera ruborizado.

El contenido de aquel papel debía ser importante para él porque, de lo contrario, nunca se habría exhibido tan indefenso como entonces, ni siquiera delante de su amable mánager.

Ayako permitió que huyera.

—Tiene cara de pocos amigos, pero supongo que también puede ser tierno ... —masculló en voz baja. Sin embargo, el estridente golpe de la puerta abriéndose consiguió que olvidara a Rukawa-kun y se centrara en el otro novato del año con mayor potencial—. ¡Hanamichi Sakuragi! —gritó Ayako, pletórica—. ¿Estás preparado para seguir con mi entrenamiento especial? —Atacó al joven pelirrojo, que sintió un escalofrío en su espalda.








Kaede Rukawa

El siguiente lunes, también llegué temprano a la parada. Había varias personas esperando cuando ella apareció, pero desaparecieron de mi alrededor en el mismo instante en que su silueta entró en juego. No pude dejar de mirarla y la perseguí todo el sendero hasta el banco.

Se sentó a mi derecha.

—Hola.

—Hola —le dije, todo lo amable que pude.

Yo no era alegre y no quería que me tomara por un estúpido, aunque tampoco pretendía fingir un ánimo que no tenía. Ella era la más simpática y yo estaba bien siendo el tipo calmado y silencioso. Me gustaba pensar que Kūdo-san también estaba cómoda con esa dinámica.

Kūdo-san.

Por algún motivo, no me terminaba de agradar eso de llamarla por su apellido, a pesar de ser lo habitual en cualquier relación de amistad que recién daba sus primeros pasos.

—¿Leíste el poema? —se pronunció ella.

No alimenté su intriga.

—Sí —Afirmé.

—¿Y qué te pareció? —me preguntó, con los ojos brillando más que un farol en mitad de la noche.

Atrapado en el hechizo de su radiante mirada, tragué saliva y me erguí ligeramente.

—Es precioso —Expresé.

Pero ni yo sabía si me refería a aquel poema o a algo más como ... Como el color oscuro de sus iris, que me apresaron en una celda incorpórea, aislándome del mundo que había creído conocer hasta entonces.

—Eso significa que te gustó, ¿no? —Supuso, feliz—. Quédatelo. Es un regalo —Y se negó a recibirlo de vuelta. Mi mirada debió intimidarla porque, tan solo un par de segundos más tarde, giró el rostro hacia el amplio mar y, seguidamente, hacia el cielo—. Hoy ya no es rojo. Es de un azul tan clarito que se confunde con el horizonte. Seguro que ...

—Miko-san.

Lo dije. Dije algo que solo podría decir una persona cercana a ella. Una persona que la conociera bien, que tuviera su confianza y que realmente mereciera tener un privilegio como ese.

—Es Emiko —replicó sin mirarme. Un suave tono rojizo coloreó sus pómulos—. ¿No me llamarás por mi apellido?

No. Quiero llamarte de otra forma.

—¿Te desagrada? —dije, temiendo que no fuera de su agrado.

—No —Saltó al instante y, para ser más contundente, posó sus eufóricos orbes en mí—. Es que nadie me llama así, pero Miko suena bien —Se justificó mientras su sonrojo empeoraba—. Puedes llamarme Miko. Es un buen apodo —consintió al final.

Le favorecen. Las mejillas coloradas le favorecen tanto que podría pasarme las horas muertas contemplando su rubor y desentrañando las razones por las que este saldría de su escondite.

Embelesado con su repentina y tierna timidez, parpadeé.

—Miko-san, gracias por el regalo —Se lo agradecí.

También quería agradecerle que me hubiera hablado aquella mañana, una semana atrás, y que el despiste la hubiera aturdido lo suficiente como para dejar escapar su libreta a causa del fuerte vendaval.

Tenía mucho por lo que darle las gracias.

—De nada —Sonrió y, completamente ruborizada, se incorporó, poniendo ambos pies en el suelo y forzándome a alzar la barbilla con tal de poder mirarla—. Miko significa sacerdotisa —Avanzó un par de metros y después regresó, encarándome—. ¿Tengo pinta de sacerdotisa? En Ryōnan no llevamos una falda roja, sino azul.

Al decir aquello, tomó algunos pliegues de su falda. Imaginé que no era su intención, pero así dejó a la vista de cualquiera una parte de sus muslos que tintó mi cuello de ese peligroso sonrojo.

Huidizo, levanté la mirada y me fijé en su lazo, perfectamente anudado al cuello de su camisa blanca.

—Tu lazo es rojo —Me escudé en ese detalle de su uniforme—. Rojo carmesí.

Kurenai.

Se tocó el accesorio con los dedos. Parecía no haberse percatado de ello nunca.

—Sí. Es cierto —Admitió y decidió desviar el tema de conversación antes de que su adorable torpeza invadiera mi mente—. ¿Cuál es tu nombre? —me preguntó—. Ya sabes el mío. Lo justo es que yo también sepa el tuyo —Expuso, convencida de que su lógica era aplastante.

No vi ningún problema en darle aquellos datos sobre mí.

—Mi apellido es ...

—No. Tu nombre —demandó, estricta—. Me llamas Miko, así que yo también quiero llamarte por tu nombre —declaró. No obstante, apenas entreabrí los labios cuando ella volvió a hablar—. Espera. Si parezco una sacerdotisa, tengo que comportarme como una. Debería ser capaz de adivinarlo, ¿no? —dijo, bromista. Con dos dedos en su mentón, hizo el típico gesto pensativo—. Mmm ... Veamos. Por tu forma de ser, seguro que es un nombre tranquilo —Iba por buen camino—. Podría ser Kaito, pero el mar no siempre está en reposo y tú eres imperturbable, así que tiene que ser diferente ... —dedujo—. Yūto es otra opción, aunque ... No. Déjame pensar. ¿Yasuo? —Evaluó y analizó mi semblante con gran efusividad—. No —desechó esa posibilidad y suspiró—. No tienes cara de llamarte Yasuo —Hizo una bonita mueca con sus comisuras y lo meditó durante unos segundos—. ¿Me das una pista? —suplicó.

Esa petición podría haberme hecho sonreír si mis labios no estuvieran oxidados.

—¿Una sacerdotisa necesita pistas? —Le devolví la pelota.

Ella sonrió por los dos.

No me cabía ninguna duda de que su sonrisa era mucho más hermosa y valiosa que la mía y disfruté de la estampa que me regalaba, todavía sonrojada y entusiasmada por resolver aquel acertijo.

—No, pero yo todavía estoy aprendiendo el oficio —se mofó—. Vamos, dime —exigió, obstinada.

La situación me divertía y opté por seguirle la corriente.

—Tiene relación con los árboles —le comuniqué.

—Sí. Eso encaja contigo —Asintió, satisfecha con el dato—. Veamos ... —Se paseó por la parada, sin alejarse en exceso de mí—. ¿Itsuki? —Pero mis ojos eran nítidos, o así debió sentirlo ella, porque no tardó en retirar el nombre—. Eso sería muy sencillo —Echó la vista al cielo y las tonalidades azuladas propusieron otra opción—. Aoki tendría sentido ... —Se giró, pensativa—. El que más justicia te hace es Kazuki, pero sé que no te llamas así —aseguró.

—¿Estás segura? —Levanté las cejas.

—Completamente —contestó ella—. Las sacerdotisas tenemos muy buena intuición —Rio suavemente. Se me antojó la risa más dulce del mundo—. Más nombres de árboles ... Matsu podría ser ... —barajó—. Fuyuki también significa árbol, igual que Tatsuki, pero tampoco tienes pinta de Tatsuki —Colocó sus brazos en forma de jarra—. Debe ser un nombre sonoro ... Un nombre más bonito y sereno como ... —Su mirada era intensa y me debilitó. Me dejó tiritando, aunque de que el tiempo era benévolo aquella mañana—. ¿Kaede?

En cuanto oí mi nombre salir de su boca, todo careció de importancia. Cualquier otra cosa que hubiera estado en mi cabeza se volatilizó. En realidad, había poco más dentro de mí además de su recuerdo durante la última semana. Y no era un recuerdo; ella estaba allí, delante, y nos quedaba algo de tiempo antes de que se marchara y ... Y lamenté de todo corazón que ese condenado tren se la tuviera que llevar a la otra esquina de la ciudad en cuestión de minutos.

Me habría encantado que lo repitiera y me pregunté seriamente si esos supuestos poderes no corrían por su sangre.

Como si quisiera cumplir mis deseos, lo repitió.

—¿Kaede-kun?

Algo aturdido, la miré a los ojos.

—¿Qué? —inquirí.

—¿Lo he adivinado? —dijo, esperanzada.

—Sí ... —reconocí.

Se irguió, estupefacta.

—¿De verdad? —Y esbozó una sonrisa de victoria—. Puede que sí tenga el don de adivinar, después de todo —exclamó, feliz de que sus esfuerzos hubieran dado fruto.

El sonido de una campana nos obligó a observar el pie de la cuesta, confirmando así la inminente llegada de su tren. Por pura inercia, abandoné mi asiento y distinguí el número que se veía en el morro del transporte.

—Es tu tren —dije.

—Cada vez llega más temprano ... —Se quejó ella—. ¿Por qué te levantas?

Su interrogante colapsó mis movimientos.

—Ah ... No lo sé —respondí, resguardándome ambas manos en los bolsillos.

Sonrió. Debió encontrar mi reacción graciosa, puesto que mantuvo la curva de sus labios hasta el momento de decir adiós.

—Ya ha pasado una semana —comentó. El tren paró al borde de la calzada—. ¿Todavía no han arreglado tu bicicleta?

Sus grandes ojos oscuros me embobaron.

—Creo que tardarán en devolvérmela.

Era mentira.

Según lo que me explicaron en el taller la semana anterior, la tendrían lista a mitad de esa semana. Como mucho, la tendría de vuelta en un par de días, pero no fui capaz de decirle la verdad y dibujé otra realidad en la que me quedaban muchas mañanas tomando el tren para ir a clase. Muchas mañanas viéndome con ella.

El brillo de sus pupilas limpió toda culpabilidad por haber mentido.

—¿Eso quiere decir que te veré mañana? —preguntó, ilusionada.

¿Por qué se emociona tanto? No soy nada especial. No le ofrezco conversaciones interesantes ni nada que de verdad necesite. Solo me siento a su lado durante diez minutos y la escucho o la veo escribir. Nada más.

¿Qué tiene eso de bueno? ¿Por qué quiere verme mañana? ¿Qué espera de mí? ¿Acaso hay algo que no comprendo?

El tren emitió un sonido agudo, avisando a los pasajeros para que bajaran o subieran.

Ella caminó hacia el transporte, pendiente de mis gestos.

—Hasta mañana, Miko-san —Me atreví a decir, cediendo a sus anhelos.

Se montó. En esa ocasión, no usó su mano. No me dijo adiós de ese modo.

—Hasta mañana, Kaede-kun —se despidió, sonriente.

Pasamos la semana juntos. Dos semanas saludándonos cada mañana, sin faltar. Dos semanas charlando de cualquier tema que a Miko se le ocurriera, menos de la escuela. Ese asunto no entraba en el repertorio de Kūdo-san, pero no me importó en ningún momento porque podríamos hablar de la cosa más insustancial y ella se las arreglaría para convertirla en algo atractivo incluso a mis ojos.

Yo, que solo me interesaba por el baloncesto, deseaba con toda mi alma que esos minutos diarios se prolongaran un poco más, aunque era una petición difícil de cumplir.

Con nuestras charlas, olvidaba que el partido amistoso con el Ryōnan se acercaba. Así, llegamos al sábado y volví a desentenderme de mi pronta visita a su preparatoria. No se lo dije porque, como vengo contando, el tiempo que pasaba con ella era solo de nosotros y mi lugar en el equipo de baloncesto del Shōhoku todavía no había tenido relevancia alguna.

Cuando Miko se subió al tren aquel día, me convencí de que no era tan importante. Para empezar, no me encontraría con ella porque solo los equipos citados irían a la escuela un domingo. Sin embargo, cabía la posibilidad de que ella asistiera al partido con la finalidad de animar a sus compañeros y esa idea me irritó un poco. Quería que me animara a mí, aun sabiendo que era imposible que apoyara al equipo enemigo. Puede que aquella fuera otra razón por la que no le hablé del partido. Si no la hacía partícipe del encuentro, no se sentiría mal por tener que tomar un bando. Además, nunca habló sobre baloncesto, por lo que deducía que el deporte por el que yo vivía y respiraba no le llamaba la atención ni una pizca.

Ella se fue sin saber que me presentaría en su preparatoria a la mañana siguiente. No lo sabría. Era muy probable que no supiera de la existencia del partido entre Ryōnan y Shōhoku. Saber que yo formaba parte del equipo del Shōhoku tampoco cambiaría nada entre nosotros.

Por ende, guardé silencio y esperé a que las puertas de su tren se cerraran. En su ausencia, hice algo de tiempo hasta que mi tren pasara. Podía llegar a Shōhoku andando en menos de un cuarto de hora. Mi escuela estaba muy cerca. Por eso la elegí. Pero prefería coger un tren si así conservaba esos minutos en su compañía.

Miré mi reloj de muñeca y confirmé que, dadas las horas y los diez minutos que faltaban para que la primera clase comenzara, no me dejaban más alternativa que aguardar un minuto más y montarme en ese vagón que bajaría la colina y me acercaría a la misma esquina del Shōhoku.

Las campanillas de mi tren resonaron por toda la calle.

La veré el lunes. Da igual que no nos veamos en el partido. Ignoraré que mi bicicleta lleva dos días arreglada y vendré otra vez a la parada.








Emiko Kūdo

El domingo llegué temprano a la escuela. Al ser la sustituta de la mánager, no podía retrasarme ni un minuto. Tenía que prepararlo todo antes de que el equipo apareciera, así que me puse manos a la obra. Para cuando Sendoh-senpai y el capitán llegaron al gimnasio, yo estaba empapada en sudor por andar moviendo colchonetas que había dejado olvidadas otro club el día anterior. Sendoh se apresuró a ayudarme con la última y prometió que me echaría una mano en los quehaceres que me faltaran por terminar, pero le insistí en que podía terminar sola y él se fue al vestuario entre múltiples quejas.

Si necesitase más manos, se lo haría saber a cualquier de los chicos. Si no tuviera que cambiarse y calentar, no me habría duda en pedírselo a más de uno. Sin embargo, aquel era un día importante. Un partido importante. Era el primer enfrentamiento del año y, aunque fuera un amistoso, los contrincantes imponían mucho. Si bien no había llegado muy lejos los años previos, nuestro capitán, Ūzumi-senpai, le tenía mucho respeto al capitán del Shōhoku y eso significaba que no debíamos infravalorarlos porque los trofeos y las medallas engalanaran su imagen.

Si no los tomáramos en serio, seríamos una vergüenza como equipo de baloncesto.

Las gradas no estaban atiborradas de alumnos, pero había bastantes caras conocidas. Conforme se acercaba la hora del encuentro, más estudiantes subían. Algunos de ellos eran del Shōhoku, pues no los reconocía. Unas cuantas chicas llegaron con pancartas y, mientras sacaba las cestas con canastas a la cancha, me tomé un pequeño descanso y leí el apellido de Rukawa en ellas. Ese novato, además de ser una estrella para su edad, también era popular.

Perdida en aquellos pensamientos, el chirrido de la puerta del gimnasia hizo que girara la cabeza y descubriera a una chica de cabello rizado, frondoso y negro como la noche. El trayecto que tomó, directa hacia mí, junto a su vestimenta deportiva, me fueron claros indicios de que no era una fanática más del equipo contrario, sino su mánager.

—¡Hola! —me saludó con efusividad—. Tú debes de ser Kūdo-san, la mánager del Ryōnan ahora que Suzuki-senpai está de viaje, ¿verdad?

Solté el carro y me volví en su dirección.

—Sí. Soy yo —Bajé suavemente la cabeza a modo de respeto.

—Yo soy Ayako, la mánager de Shōhoku —se presentó, muy sonriente.

—Encantada, senpai —Le devolvió la sonrisa—. Espero que tengamos un buen partido.

Era una chica muy guapa. Su tez bronceada encajaba a la perfección con el color de sus ojos y con la tonalidad de su pelo. Además, su aura era cálida y brillante. No me cabía ninguna duda de que atraía a la gente de su alrededor y de que tenía muchas amistades. Era esa clase de persona que querías tener cerca.

Deseé poder entablar una buena relación con ella.

—¡Eso seguro! —Confirmó, más radiante que el sol de aquel domingo—. Yo también me alegro de conocerte. Suzuki-senpai habla maravillas sobre ti —me halagó.

Me pilló por sorpresa que lo hiciera. No obstante, un comentario tan inocente como ese me rodeó el corazón, agradecida por lo que mi senpai había estado diciendo de mí al resto de sus conocidos.

—Suzuki-senpai solo me ve con buenos ojos ... —le dije algo avergonzada.

No tuve oportunidad de contestar porque una voz desde la puerta reclamó su atención.

—¡Ayako-san! —Era un chico, pero la luz que llevaba del exterior no me dejaba ver su rostro—. ¿Puedes venir? ¡Son Hanamichi y el capitán!

—¡Voy! —gritó ella, retrocediendo. Antes de alejarse demasiado, me explicó brevemente su repliegue y se interesó por la tarea que estaba llevando a cabo hasta que me interrumpió—. Tengo que separar a esos dos animales. ¿Necesitas ayuda?

Coloqué ambas manos en las rejillas de la gran cesta. Solo tenía que empujarla hacia el otro lado de la pista. No sería mucho trabajo.

—No te preocupes —le aseguré que no había ningún problema—. Puedo sola.

Por alguna razón, su rostro desprendió una inmensa empatía. Ella sabía que las labores más pesadas no eran imposibles para una chica menuda como yo. Seguramente, también estaba acostumbrada a hacer de todo en el Shōhoku. Por ende, no se opuso a que continuara haciéndolo, pero sí sugirió que alguien contribuyera a moverlo.

—Terminarás más rápido si alguien te ayuda —habló, acertada—. ¡Rukawa-kun! —exclamó, cada vez más cerca de la puerta—. ¿Puedes echarle un cable?

Yo ya había empezado a tirar de los enganches de metal, así que no me entretuve en observar al tal Rukawa, que fue bien recibido por varios gritos desde las gradas.

Sí que es famoso, pensé.

—Claro, senpai —Oí que decía.

No me fijé apenas en lo que hizo antes de alcanzarle. Deduje que tiró al suelo su mochila, ya que, cuando sus manos entraron en mi campo de visión, no cargaban nada, listas para serme útiles.

—De verdad, no hace ... —Intenté negarme.

Solo fue un intento fallido.

Él se había posicionado frente a mí. No pretendía ser descortés. Por eso mismo, levanté la mirada y decidí enfrentarme a su rostro con la definida intención de darle las gracias.

Su rostro. Un rostro que creí desconocido, pero que no lo era en absoluto.

Los ojos claros de Kaede-kun resplandecieron, hermosos e inocuos, al reconocer en mí a una persona diferente de la mánager del Ryōnan.

Aguanté la respiración, atónita.

El carro no se movió ni un centímetro. Ninguno de los dos ejerció fuerza para que las ruedecillas giraran.

Entonces, me di cuenta de que Kaede-kun, el chico que pellizcaba mi pecho cada mañana en la parada, era el reputado rookie del Shōhoku de apellido Rukawa, y por lo tanto, nuestro adversario.








🏀🏀🏀

Hace muuuuucho tiempo que no me pasaba por esta historia y tenía este primer capítulo casi acabado desde septiembre, así que decidí ponerme a escribir esta noche, dejarlo por aquí y felicitaros el año nuevo con un poco de retraso ^^

Espero que, aunque no sepáis quién es Rukawa (del anime de Slam Dunk), le hayáis dado una oportunidad al shot y que os haya gustado. Planeo hacer dos partes más, así que no os olvidéis de que esta novela sigue vivita y coleando 💕

Ah, y recuerdo perfectamente que os debo la parte final del shot de Rin (además de su mini novela), pero son demasiadas cosas por hacer y poco tiempo el que tengo. Como siempre, os pido paciencia. Ojalá tuviera más tiempo para escribir, pero la realidad es distinta 😅

Nos vemos pronto, o eso espero 🫶🏻

Os quiere, GotMe 💜

4/2/2024

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