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|| Cry for love » Rin Matsuoka {3/3.5} ||

Rin Matsuoka

A primera hora de la mañana, Nao-senpai empezó a moverse. Era pronto. Ni siquiera había luz que llegase desde el exterior, pero ella pareció despertar gracias a una alarma interior.

En mi letargo, me fue difícil reaccionar ante su rapidez. Se apartó de mi cuerpo con sumo cuidado, temerosa de interrumpir mi descanso si hacía un mal movimiento. Por eso mismo fingí que seguía dormido. Aunque no podía verla, sabía que se estaba esforzando por no meter la pata y no sentía que fuera justo destruir su empeño por proteger mi descanso.

Puede que, durante aquellos minutos en los que senpai estuvo esquivando mi brazo, perdiera el conocimiento en más de una ocasión, pero la caricia que proporcionó en mi mejilla fue tangible incluso en aquellas circunstancias.

—Gracias —Escuché cómo hablaba, somnolienta—. Es una pena, pero creo que al final tendré que saltar sobre ti, Rin.

Me ruboricé. En el momento en que entendí que habían sido sus labios, un frenesí se apoderó de mi fuero interno. Aquel ardor con el que empezaba a familiarizarme después de tantos encuentros perpetró mi pecho, asestando un golpe letal del que no me recuperé incluso cuando ella salió de la cama.

En medio de la oscuridad, masajeé el lugar donde mi corazón estaba a punto de discarrilar. ¿De verdad había llegado a tal punto? ¿Esa sensación de ahogo, de angustioso anhelo, seguiría conmigo eternamente? No tenía ninguna seguridad, pero me controló hasta que ella salió por la puerta a hurtadillas. Luego exhalé y abrí los ojos, sintiéndolos llorosos.

Escaso de oxígeno, me propuse apaciguar el terremoto que buscaba derruir hasta la última pizca de sentido común que todavía conservaba. Me volvería loco. Apenas pude manejarlo esa noche, con Nao-senpai entre mis brazos y unas incontrolables ganas de hablarle sobre ... Sobre la maldita ansiedad que me absorbía siempre que la miraba.

Negarlo sería una estupidez porque era más que evidente.

Las palabras del capitán resonaban en mi cabeza, a la par que el recuerdo de su cuerpo, de su aroma. Me incapacitaba. Estaba muy aturdido y mi cara ardía de puro bochorno porque tendría que haber sacado agallas suficientes para confesarle lo mucho que ...

—¿Senpai? —La cabeza de Aoi, colgando desde la cama superior, me sorprendió—. Tu móvil está sonando ...

Alertado por el fuerte sonido del que no me había percatado hasta entonces, corrí a levantarme y apagué la alarma. No quería despertar a Aoi. Además, todavía quedaban un par de minutos para que dieran las siete y la única razón por la que coloqué aquel aviso era que Nao pudiera irse sin que mi compañero supiera nada. Por suerte, ella se marchó minutos atrás, así que no hizo falta mi intervención.

—Perdona —Dejé el teléfono sobre mi escritorio y estiré un poco el cuello—. Puedes seguir durmiendo. Es temprano y ...

—Rin-senpai —me llamó de repente. Yo me giré hacia él y vislumbré en la penumbra que se había sentado en su cama—. ¿Te encuentras bien?

Su interés me conmovió.

—No lo sé, Aoi. No lo sé —Y despeiné mi cabello, recordando cómo ella ...

Ella, ella, ella. Solo ella.

—Estás distraído desde ... Desde hace algunas semanas —Especificó, denotando una preocupación digna de admirar.

—Hay algo que no me deja pensar con claridad —Admití—. Creo que necesito ... Necesito nadar un rato.

Nao-senpai estaría allí, seguro. Y no podía sacarla de mi mente.

Consumía mi alma.

Absorbía todos mis pensamientos.

Me hacía ser alguien que nunca contemplé.

Me desestabilizaba, y no podría vivir sin esa sensación trepando mi vientre nunca más.

—¿Ahora? —Dudó por las horas que eran, pero se decidió a los segundos—. Bueno, supongo que los demás irán pronto también ...

Encendió las luces y ambos gruñimos, incómodos por la repentina fuerza lumínica.

—No tienes por qué venir conmigo si estás cansado —Le pedí que lo reconsiderara mientras sacaba unos pantalones de mi armario—. Puedo ir solo.

—He dormido lo suficiente, senpai. Además, puede que tenga suerte y me cuentes qué es eso que no te puedes sacar de la cabeza —Me explicó, sonriendo amablemente.

Mierda. Él era un buen amigo y yo aún no había sido capaz de sincerarme respecto a los sentimientos que desarrollé por la mánager de nuestro equipo. Para qué mentirme; tampoco me había reconocido a mí mismo ni una milésima parte de todo lo que Nao-senpai había provocado.

No añadí nada más y permanecimos en silencio. Nos aseamos juntos, nos vestimos juntos y, de algún modo, no me cupo duda de que Aoi intuyó cuál era esa misteriosa razón por la que había estado ausente. Lo adivinó, pero no dijo ni un solo comentario y ambos salimos del edificio con las manecillas del reloj marcando las siete y media.

Atravesamos el recinto y, al llegar a las puertas de nuestro pabellón, yo me replanteé qué hacer. ¿Se lo diría? ¿Me declararía? ¿Tendría el valor de aceptar en voz alta cuánto la quería?

Aoi tuvo en consideración mi raro comportamiento y decidió abrir por su cuenta. Relamiendo mis labios, seguí el camino que él acaba de emprender hacia el interior.

El olor a cloro caló en mis fosas nasales y despejó un poco el torrente de emociones que no me dejaban apenas respirar.

Y entonces senpai salió del despacho del entrenador con una pila de informes entre manos, obligándome a tragar saliva inmediatamente.

—¡Suzumura-senpai! —Reclamó su atención Aoi—. ¿Qué haces aquí? Ni siquiera son las ocho.

Ella se sobresaltó ante los fuertes y enérgicos gritos de nuestro kōhai. Controló su equilibrio y nos observó. Cuando me vio ... A lo mejor solo fue mi perversa imaginación, pero habría jurado que titubeó por un momento, como si perdiera la orientación de golpe.

Un intenso calor enrojeció mis orejas, por lo que aparté la mirada de Nao-senpai y busqué la manera de calmar mi ansioso organismo. Las manos me sudaban a la par que un extraño hormigueo ascendía por mis antebrazos. Por no hablar de la tensión que se había adueñado de mi pecho, constriñendo los pulmones.

Cuando me quise dar cuenta, estaba inspirando por la boca.

Desde luego, aquello era mil veces peor que una sesión de brazadas programada por el capitán Mikoshiba. Mucho más desesperante. Mucho más asfixiante.

—Hay muchas cosas por hacer que no pude terminar ayer —Aclaró ella en la distancia—. ¿Y vosotros? El entrenamiento comienza a las nueve y media, ¿por que habéis ...?

—Rin-senpai se levantó y lo primero en lo que pensó fue en nadar un rato, así que lo acompañé —Le explicó, sin olvidar su sonrisa.

No. Eso no es cierto. Lo primero que cruzó mi mente al despertar fue esa chica menuda y trabajadora que no me quitaba los ojos de encima.

—Ya veo —Una suave tos la interrumpió y yo alcé el rostro con urgencia. Nao-senpai se aclaró la voz, sonriéndonos ampliamente—. Si necesitáis algo, estaré moviendo algunas cajas y documentos de sitio. Tengo que dejar todo limpio porque la semana que viene ...

—Te vas.

Los dos me miraron fijamente, en especial Nao-senpai. Todos conocían ya que la semana siguiente ella dejaría su cargo como mánager y una de las dos candidatas, Miyano-san o Emiya-san, tomaría su puesto de forma oficial. Era obligatorio que los estudiantes de tercero se alejaran del mundo de los clubs a partir de diciembre con el propósito de centrarse en estudiar los exámenes de admisión a las distintas universidades. Exámenes que se llevarían a cabo durante el mes de enero.

Cada vez vería menos a Nao-senpai. Tenía que estudiar, centrarse en el porvenir que le esperaba al acabar la preparatoria y dolía porque yo no estaba presente en dicho futuro.

—Sí. Me voy —Asintió, secundando mi intervención.

Debía serle sincero de una vez.

Aunque me resultase difícil, era lo menos que podía hacer después de todo lo que habíamos pasado. Si bien se asemejaba a un acto suicida, quería pensar que había una minúscula posibilidad de que ella sintiera algo similar. El beso de esa mañana, por inocente que fuera, me empujaba a probar suerte, a pesar de que fallar se me antojara mucho más factible.

—Creo que iré primero a cambiarme —Nos comunicó Aoi al sentir la fuerte tensión entre senpai y yo—. Vuelvo enseguida.

Y tras decir aquello, se esfumó. El lejano sonido de sus pasos continuó durante unos instantes, pero terminó apagándose.

Acompañados únicamente del silencio, permanecimos en las mismas posiciones, incapaces de mover un solo dedo.

—¿Qué ocurre, Rin? —La pregunta me desconcertó, pero a la vez la esperaba. No estaba comportándome como siempre y ella lo había notado—. Me miras como si ...

—¿Dormiste bien, senpai?

Antes de responder, me escrutó a conciencia. Mi nerviosismo era visible, solo que Nao no incidió en dicho punto y se acercó a uno de los bancos que rodeaban la piscina para dejar sobre él los documentos que cargaba.

Yo me tomé la licencia y fui caminando hacia allí.

—Sí. Descansé sin problemas —Confirmó y, por su forma de entreabrir los labios, creí que seguiría hablando. No obstante, esperó hasta que yo me situé a menos de un metro de distancia—. ¿Tú no?

—Por supuesto que dormí bien —Era más que eso; no recordaba haber descansado de aquella forma en toda mi vida, pero no podía darle más detalles—. Fue reconfortante —Añadí en voz queda.

Escuchó mi último comentario y procesarlo le sacó los colores. Fue infinitamente adorable.

Esas pequeñas señales me hacían suponer que también sentía algo. Confusión, atracción o más que eso. No importaba. Fuera lo que fuera, me bastaba.

De repente, me fijé en que su pelo, al contrario de lo habitual, estaba recogido en una coleta baja. Sus orejas estaban a la vista y pude observar que tenía dos agujeros en el cartílago además de otro en un lugar más centrado del lóbulo izquierdo. No habría imaginado que senpai tenía tantas perforaciones. Me pregunté si su otra oreja estaría adornada del mismo modo.

Su cuello también había quedado al descubierto y se sintió inusual a la par que revelador.

No conseguía rememorar ni una sola ocasión en que Nao-senpai llevase su cabello recogido. Parecía servirle como una cortina tras la que ocultarse siempre que lo consideraba oportuno, pero esa mañana no se estaba escondiendo de nada. Aquel aspecto le brindaba cierta sensación de serenidad y fortaleza, una mezcla que se arremolinaba en sus ojos marrones.

Por un momento, me ahogué en el deseo de acercarme más a ella, llegando incluso a alzar mi mano hasta su rostro. A punto ya de rozar su oreja, la temerosa mirada que me lanzó impidió que me moviera.

—No sabía que te gustaran las perforaciones —murmuré, retirando mi brazo.

Nao comprendió mis palabras y rozó con sus dedos el lugar que adornaban esos agujeros.

—Oh, esto. En realidad casi nunca llevo pendientes —Apuntó mientras recuperaba su tono sosegado—. Las normas de la escuela los prohíben.

—Mmm —Me humedecí las comisuras—. Estoy seguro de te quedan ... Muy bien.

Oh, por favor. ¿Qué tipo de conversación es esta, Rin? Deja de mirarla como si quisieras devorarla y dile lo que te has propuesto.

—Gracias —respondió al piropo, esquivando mis ojos todo el tiempo—. Yo ... Tengo cosas que ...

—Senpai, ¿podemos hablar después de la práctica?

Mi petición quedó en el aire durante unos segundos.

No tendríamos intimidad alguna mientras Aoi estuviera cerca. Además, los chicos no tardarían en llegar. Debía encontrar la situación más propicia para ... Para contarle cómo me sentía acerca de nuestra relación.

Ella, con un gesto de conmoción que no fui capaz de aliviar, se apoyó en la mesa y dijo:

—¿Hablar?

Asentí, tras lo que accedió a mirarme de nuevo. Mis pupilas agradecieron poder encontrarse con las suyas porque, después de todo, los ojos no mienten, y el pánico que se derramó en ellos me asestó un fuerte golpe en el abdomen.

—En ... —Su incomodidad era contagiosa, pero intenté que no lo descubriera—. En privado, si es posible.

Analizó mi semblante, deseando dar con la señal que le indicara el motivo de mi sospechosa proposición.

—¿Es ...? —Supe que por dentro estaba tiritando de miedo y quise apaciguar cualquier temor que la estuviera atormentado, pero corrió a dar con un salida por sí misma—. ¿Es sobre los menús? ¿Estás notándote mal físicamente otra vez o es por ...?

Había comenzado a buscar entre los papeles que depositó en la mesa, claramente nerviosa, así que me vi en la obligación de agarrar su brazo. No quería que la histeria la controlara porque no era justo que temiese una conversación de la que no saldría nada malo.

Aunque no sintiésemos lo mismo, no me alejaría de ella. No rompería nuestra amistad por un rechazo amoroso.

—Nao —Me interpuse de lleno en su ronda de preguntas, diciendo su nombre de la misma manera que lo hice la noche pasada—, es sobre nosotros.

Fui suavizando mi sujección en su antebrazo hasta que las yemas de mis dedos alcanzaron la palma de su mano. El roce disipó mi miedo, pues ella no se apartó y permitió que explorase sus líneas en mitad de aquel duro intercambio de miradas.

—¿Nosotros? —pronunció en lo que se me antojó un tierno suspiro.

Exhalé.

Perdía el sentido de lo correcto.

A lo largo de las últimas semanas, me había visto cada vez más y más sumiso ante sus acciones. Si me observaba de aquella manera, pidiendo a gritos la verdad, no lograría contenerme.

Escuchaba los tambores de mi corazón, desesperado por dejar de contenerse y gritar cuánto, cuánto necesitaba abandonar las formalidades y besarla.

Mierda. La quiero tanto que ...

—Chicos, ¿ya andais por aquí ...?

Ambos nos apartamos como si fuésemos resortes. Cabía esperar que alguien más llegase pronto y nos interrumpiera, aunque no contábamos con que ese alguien resultase ser el mismísimo capitán Mikoshiba.

Con una fuerte picazón recorriéndome los nudillos de la mano derecha, me giré en su dirección. Nao-senpai, por su parte, se concentró en recoger los folios y carpetas, sin dar la bienvenida a su mejor amigo.

Cuando me dirigí a nuestro capitán para saludarlo, el encuentro con sus penetrantes ojos fue letal. No había amenaza en sus orbes, sino todo lo contrario; una satisfacción que llegaba hasta la estratosfera surcaba su cara, meditando acerca de lo que presenció de buena mañana.

—Buenos días, capitán.

Me incliné, tratando de recuperar el control sobre mis extremedidades a base de sujetar una mano con la otra, abrumado todavía por el contacto físico que habíamos intercambiado.

Nadie habló al principio. El único sonido venía de la agilidad con la que Nao revisaba unas hojas, moviéndolas a toda prisa.

—Buenos días, Matsuoka —Me devolvió la cortesía y, con una última mirada, se concentró en su amiga y en el nerviosismo que desprendía a pesar de darle la espalda—. Nao, ¿no vas a darme ni un triste "hola" después de tu misteriosa desaparición de ayer?

Ahí estaba. El tema que nadie habría sacado de no ser por Mikoshiba-senpai y su imperiosa necesidad de meter las narices en cualquier asunto que tuviera que ver con alguno de nosotros. Quería saberlo todo, incluso el más insignificante detalle, porque se figuraba que ella le relataría una historia falsa o incompleta con tal de no desvelar lo sucedido realmente.

Escuché cómo lo insultaba entre dientes, molesta e irritada. Suponía que el sonrojo de senpai había empeorado bastante, por lo tanto, tuvo que armarse de valor antes de dar la vuelta y mirar a los ojos al entrometido capitán.

—Muy buenos días, capitán —dijo con un obvio recelo—. Me preguntaba cuánto tardarías en llegar y molestar con tu maravillosa presencia.

Él esbozó una gratificante sonrisa y yo mordí mis labios, impidiendo cualquier atisbo de diversión en ellos.

—Oh, ¿molesto, entonces? No pensé que os estuviera interrumpiendo, Nao —Se hizo el ofendido, siguiéndole el juego—. ¿Es así, Matsuoka? Si necesitais un rato a solas puedo volver después y ...

—No, capitán —Corté de raíz aquel flujo de palabras, avergonzado y ansioso. La prioridad debía ser redireccionar la conversación—. Solo estábamos charlando. Nada importante.

—Ya veo —Aceptó, encantado de escuchar más mentiras—. Si ya habéis acabado, ¿podrías explicarme lo que pasó anoche, mánager-san?

Un socarrona carcajada murió en su boca, pero la cercanía me permitió escucharla. Clavé la vista en el suelo húmedo, expectante por conocer la respuesta de senpai.

Obviamente, él dedujo que algo no encajaba. Aquelllos mensajes que Nao le envió desde mi móvil, haciéndose pasar por mí, debieron saltar sus alarmas. Resistió la tentación porque entendió que la mejor decisión sería esperar a la mañana siguiente.

Tendría que agradecerle por no haber irrumpido en nuestro cuarto esa noche, sin embargo, su consideración quedó extinguida en el instante en que nos descubrió sobrepasando la delgada línea entre la amistad y lo que yo había estado condiciando en secreto.

—Cuando tú dejes de aparecer como un maldito fantasma —Escupió ella y sonrió de oreja a oreja—. Me marcho. Que tengáis un buen entrenamiento —Pero, al girarse, recordó que le faltaba algo por decir—. Nos vemos en el almuerzo, Rin.

Se marchó como un rayo. No logré decir nada porque, después de un pequeño parpadeo, ella había desaparecido. Precinté mis labios y tomé esa oportunidad para recalibrar mi estabilidad emocional.

De pronto, el musculoso brazo del capitán se deslizó por mis hombros. Me recuperé a tiempo, manteniendo la compostura, y él sacó tajada de mi indudable desasosiego para su propio beneficio.

—¿Responderás a mis preguntas o tendré que arrastrarme hasta que Nao se apiade de mí? —Por supuesto, sería más fácil sonsacarme la información. Ella estaba descontenta con la falta de educación de su amigo—. Vamos, sé un buen kōhai y dime qué pasó entre voso ...

—Lo siento, capitán —dije, firme. Él chasqueó su lengua, frustrado—. No puedo.

Nunca me habría negado a un favor del superior al que más respetaba en la escuela. Nunca. No obstante, esa situación era demasiado delicada como para airearla en forma de un chisme inofensivo y mediocre de los que revoloteaban la piscina a lo largo del día.

Por nada del mundo buscaba que alguien más se enterara de lo que ocurría entre Nao-senpai y yo. No por vergüenza, sino por deferencia con ella y con eso que todavía no le había explicado.

Ser honesto con mis sentimientos y con los suyos era todo lo que podía hacer.

—Maldito bribón —Fingió ahogarme, pero pronto emitió unas pocas risotadas—. Lo entiendo. Además, si me hubieras contado algo, habría cambiado mi percepción sobre ti, Matsuoka —Endulzó la voz, de acuerdo con mi respuesta—. Esa lealtad que tienes por las personas que aprecias dice mucho de tu forma de ser y me alegra que no hayas dudado; significa que sigues siendo el mismo chico que llegó desde Australia en primavera.

—Gracias por verme con tan buenos ojos, capitán —murmuré, sonrojado.

—No hay de qué —Revolvió mi pelo con cariño y soltó un suspiro con el que se liberó de una gran carga por fin—. Está bien. Muy bien —Noté cómo echaba la cabeza hacia atrás, revisando que Nao-senpai no estuviera cerca—. Es increíble, ¿sabes?

—¿El qué? —Me interesé.

Él guardó silencio, sopesando algo que a mí se me escapaba.

—Permíteme el atrevimiento, Rin —Se disculpó de antemano y bajó la voz—, pero Nao hoy está más radiante que nunca. ¿Lo has notado?

El singular brillo de su iris volvió a invadir mi mente. Pronto sentí la garganta seca, junto a la imperante necesidad de acercarme a ella de la misma manera que cuando la abracé en mi cama.

—Cómo no iba a hacerlo ... —Le aseguré, aturdido.

Mi actitud era translúcida; dejaba ver todo cuanto había crecido en mis adentros desde que la vi por primera vez.

—Así que ha llegado el día, ¿eh? —Sopesó, incapaz de ocultar la felicidad.

—Sí —Se lo reconocí, algo reservado.

Dio un par de palmadas a mi espalda y se alejó, dando por finalizada aquella breve, pero elocuente charla.

—Pues solo me queda desearte suerte, amigo —Agrandó su cálida sonrisa—. Aunque no la vas a necesitar —Puntualizó, insinuando más de la cuenta. Mi pulso volvió a descarrilar al vislumbrar ese conocimiento que solo el mejor amigo de Nao podía poseer—. Ah, me aseguraré de desaparecer a la hora del almuerzo —Sumó a su parloteo—. Díselo a Nao, ¿vale?

—Claro, capitán —Bajé la cabeza, cohibido.

—Por favor, deja de llamarme así —Me pidió, marchando hacia el pasillo—. "Hermano" estaría mejor, Rin.

Estaban ocurriendo demasiadas cosas, así que no fui capaz de analizar correctamente las palabras de Mikoshiba-senpai. Aunque estuvieron rodando mis pensamientos durante toda la mañana, el sonido del agua me aisló de las miles de ideas que mi superior expuso sin maldad, y lo agradecí porque no estaba preparado para todo lo que tendría que manejar aquel día.











Naoki Suzumura

¿Hablar sobre nosotros? ¿Él y yo? ¿Existía acaso un "nosotros"? ¿A qué demonios se refería Rin? ¿Por qué ...? ¿Por qué dijo aquello con una mirada tan profunda y vehemente?

Volví a respirar con fuerza y palpé mi pecho, que continuaba avivando una llama inexistente hasta esa mañana.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué de pronto parecía que él ...?

—¿Suzumura-senpai?

Aquella voz me asustó. No crucé ni una palabra con ningún miembro del equipo desde que Seijū nos sorprendió a Rin y a mí a primera hora, así que una interacción social como esa hizo que me irguiera en el asiento del entrenador.

Emiya-san se asomaba por la puerta entreabierta. Debió llamar, pero mi cabeza andaba en todo y en nada a la vez, por lo que ni siquiera la oí golpear la madera.

—Me mandaste un mensaje para que viniera, ¿no?

—Ah, sí. Pasa.

Tosí brevemente; la garganta me molestaba cada vez más.

Ella entró al despacho y cerró la puerta. No había ni una pizca de arrepentimiento en sus ojos. Además, actuaba con total normalidad, como si los hechos del día anterior no contasen en absoluto. Imaginé que sería así, que no llegaría y se disculparía por aquello. A pesar de todo, viendo cómo tomaba asiento frente a mí, empecé a aceptar que no mantendríamos una conversación agradable.

Levantó la barbilla y me escudriñó con seguridad, rebosante de ese desdén del que solía hacer gala a diario.

—¿Qué querías? —preguntó tranquilamente.

Tienes que aguantar, sin importar la excusa que ponga o las mentiras que escupa. ¿De acuerdo, Naoki?

Confía en que puedes hacerlo. Él ... Él también lo piensa.

—Ayer —Carraspeé—, tú cerraste el pabellón, ¿verdad?

No supo ocultar el asombro.

¿Creyó que me andaría con rodeos o que haría borrón y cuenta nueva después de que se burlara de mí? Ya había soportado demasiado y no iba a dejar que siguiera adelante con su entretenido plan de hacerme añicos.

—Sí.

Por el momento estaba siendo sincera y eso era más de lo que esperaba conociéndola.

—Me lo imaginaba —Asentí, tomando una bocanada de aire—. Peto no esperaste a que yo regresara.

Ladeando el rostro, frunció el ceño. Un destello de malicia iluminó su mirada.

—¿Y qué?

Oh, así que eso buscaba.

Una sonrisa se dibujó en mi boca, pero no una cualquiera, sino esa clase de mueca que no podía evitar hacer cuando alguien me trataba como una chica pacífica, inocente y manipulable.

Qué sencillo sería echarla del lugar a patadas, sin decir una palabra, sin malgastar mi tiempo en esa insolente.

—¿Y qué? —Repetí con las venas hirviendo de pura rabia—. Mira, quería arreglar esto diplomáticamente. No estoy a favor de una pelea porque ...

—Porque saldrás perdiendo y no eres tan estúpida como creen los demás —Lanzó el dardo envenenado, insultándome.

Relamí mis comisuras y agarré su expediente. Esto le produjo una pequeña incomodidad que intentó mantener lejos de mi vista, aunque fracasó de una manera estrepitosa.

—El Comité disciplinario analizará tu caso, pero mi testimonio es tan ilustrativo que no tendrán que meditar mucho lo que harán contigo —Una amenaza en toda regla, las dos éramos conscientes—. Mi intención no es hundir tu expediente de niña perfecta. Solo tienes que ...

—Hazlo. Será todavía más satisfactorio ver cómo haces algo que va en contra de tus bonitos principios, senpai —Concluyó de un modo altanero.

Toda ella; su voz, su semblante, la forma en que tenía cruzados los brazos ... Todo destilaba un desprecio que no iba a tolerar.

—Lárgate —Mi sentencia le arrancó una risa de lo más desagradable—. No calificas para ser la siguiente mánager del equipo de natación de Sanezuka. Diría que lo siento, pero no sería cierto, así que vete.

Emiya-san no se movió.

—¿Cómo puedes ser tan cabal incluso cuando estoy admitiendo que quería hundirte? Aunque me eches, tendrás que explicar lo que pasó al Comité y todos sabrán que una kōhai fue capaz de humillar a la impresionante ... —Su tono había ido creciendo y lo último que quería era atraer a algún curioso.

Notaba cierto ardor en mis pómulos, lo que indicaba que mi temperamento estaba perdiendo la armonía. Rebajarme a su nivel era imposible, pero ella buscaba sacar lo peor de mí a toda costa.

—Necesitas más que eso para humillarme, Emiya-san —Le señalé, elevando mi orgullo adrede—. ¿De verdad crees que eres la primera que ha venido a menospreciarme? Te tienes en muy alta estima, ¿lo sabías? —Guardé su expediente en un cajón y lo cerré con más fuerza de la prevista—. La caída será mayor. Créeme; eso sí que es una humillación.

Se levantó, enfurecida.

—Eres la persona más arrogante que he conocido. Te has creado esa imagen de chica inalcanzable, como si no hubieses hecho nada malo en toda tu maldita vida —Esgrimió contra mí, tanteando la forma de que me doliera realmente—. ¡Ja! ¡Solo eres una marginada que disfruta rodeándose de tíos incompetentes! ¿Es eso lo que pretendías estando aquí? Llamar la atención de unos pocos, creyendo que vales algo cuando ni siquiera se giran a mirarte.

Hecha una verdadera furia, me replanteé si yo no había cometido algún fallo en nuestra rígida relación. ¿Por qué pensaba tan mal de mí? ¿No fui amable con ellas, por igual? ¿Emiya-san se sintió desplazada en algún momento? Nunca fue mi objetivo, si ese era el motivo por el cual decidió destrozarme en público y en privado.

—No entiendo qué te he ...

—¡Existir! —Exclamó. Esa chica acarreaba un odio exacerbado que carecía de sentido—. ¡Estoy segura de que si no estuvieras, él se habría enamorado de mí!

Hombres, cómo no.

Siempre que una chica me echaba en cara algún suceso, la razón principal tenía relación con algún integrante del equipo. La bruja de la mánager los engatusaba a todos y les prohibía salir con otras, claro.

¿Cuántas veces había escuchado ya esa endemoniada historia?

—Emiya-san, acabas de decir que nadie me mira —Le recordé sus propias palabras—. Estás contradiciéndote un poco. ¿En qué quedamos? ¿Soy una inadaptada social o una víbora?

Mi sarcasmo la irritó más. Sus gritos debían ser audibles desde la piscina.

—¡No tienes derecho a burlarte!

—¿Y tú sí? —Se la devolví, acalorada.

—¡Yo me fijé primero en él! —dijo muy segura, como si eso cambiara algo y su discurso de odio tuviese una base sólida.

—¿En quién? ¿Hablas de Mikoshiba? —Me sonreí, cansada de que todo aquello se estuviera repitiendo otra vez—. Siento mucho ser yo la que te lo diga, pero su crush cambia cada semana, más o menos.

—¡Rin! ¡Rin Matsuoka! —Espetó a viva voz—. ¡Es el único que se gira a verte cuando apareces!

¿Rin? ¿Por él quiso entrar en el equipo? Ya había supuesto que había un motivo personal, pero no se me pasó por la cabeza que fuese ...

—No digas estupideces —Espeté a regañadientes.

—¡¿Entonces por qué pones esa cara?! ¡A ti también te gusta! —Indicó—. ¡Eres un zorra! ¿Con cuántos de ellos te has acostado para seguir aquí? —interrogó, a pesar de que no obtendría la respuesta que quería—. Si él supiera lo miserable que fuiste ayer, dejaría de comerte con los ojos y vería que yo soy más ...

Di un golpe en la mesa, callándola.

—Haz el favor y dile algo que no sepa, ¿quieres? —Vociferé.

Por un lado, sentía pena y, por otro, me despreciaba a mí misma. ¿Cómo dejé que una alumna así tuviera acceso al club? Aquel sitio era todo lo que tenía. Allí me había sentido en paz conmigo misma, sin la urgencia de obtener la aprobación de los demás. No tuve que encajar, no me vi forzada a moldearme para ser alguien digno de respeto. Aunque algunos hubiesen cuestionado mi rendimiento, mi simpatía o modales, al final del día, muchos valoraban mi trabajo y se iban tras despedirse de mí con un "gracias por su trabajo hoy, Suzumura-senpai".

Y esa niñata no era nadie, absolutamente nadie, para echar por tierra el cariño que guardaba por todos ellos.

Si amaba a Rin, si no lo hacía ... Si Rin se preocupaba por mí o si solo actuaba guiado por su forma de ser. Si iba a olvidarse de mí una vez me fuera a la universidad o si me echaría de menos ... Ese inconmensurable mundo de posibilidades solo nos pertenecía a él y a mí. A nosotros. Porque el aprecio que nos teníamos era real, independientemente de lo que Emiya-san gritara. Y por eso mismo, no permitiría que cuestionase dichos sentimientos.

—¿Se lo has contado? —Quiso saber, boquiabierta.

El cuello me quemaba. Me di cuenta al levantarme y pasar la mano por la zona. También me ocasionaba una ligera molestia el acto de inspirar y exhalar.

Desalentada, recogí un poco de aire.

—No seas infantil y ...

—¡Dímelo!

Su arrebato me enfureció tanto que no logré contener lo siguiente.

—¡¿Y qué te importa?! ¡Rin sabe perfectamente cómo eres! ¡Ninguno en el club necesita que yo te quite la careta porque ya lo has hecho tú sola! —Los latidos de mi corazón estaban adueñándose de mis oídos—. ¡Yo no soy mejor que nadie! ¡Nunca he pretendido serlo! ¡Solo quiero que salgan adelante y para eso necesitan a una persona comprometida, que los ayude y que no se deje llevar por amoríos adolescentes! ¿¡Entiendes ahora por qué no te habrías sentado aquí —Señalé el asiento que había ocupado durante nuestra reunión—, aunque no fuera yo quien tuviera que evaluarte!? —Me estaba ahogando, pero no paré—. Ten un poco de amor propio y deja de meterte en la vida de los demás —Me apoyé en el borde del mueble, sintiendo la vista algo nublada—. Vete.

Un escandaloso silencio fue todo lo que obtuve tras chillar aquello.

Con esos aires de grandeza, me estudió a conciencia.

—Entonces ... Esa profesionalidad de la que tanto alardeas —dijo, sarcástica— impide que Rin te atraiga.

¿De verdad se concentraría solo en esa parte? ¿No recapacitaría ni lamentaría haber montado aquel numerito de celos?

Llegando a mí límite, opté por responderle.

—Yo no he dicho eso.

Todo acabó con su rostro desfigurado y el prominente sonido de la puerta abriéndose.

Ambas miramos a un Rin de gesto serio que apenas podía esconder la vena de su cuello, a punto de estallar. Haber oído nuestra discusión no podía ser algo bonito, de eso no me cabía duda.

—Rin-san, no ... —Emiya-san se precipitó hacia él.

—Márchate —murmuré una vez más antes de caer en la silla del entrenador, mareada.

Ya había sido más que suficiente.

Él se apartó, dejando espacio para que la invitada saliera del despacho.

—Rin-san, lo que pasó ayer ...

—Suzumura-senpai ha dicho que te vayas —Ni siquiera la estaba mirando, lo que demostraba un desprecio desde luego justificado.

—Pero ... —Desesperada, quiso alcanzar su brazo.

Rin no permitió que eso ocurriera al alejar su mano en un aspaviento.

—No podías haber caído más bajo —Señaló Rin, controlándose—. Todos te están mirando, así que vete si no quieres empeorarlo.

A pesar de la poca fiabilidad de mis sentidos, pude percibir cómo, a lo lejos, un suave rumor se extendía. Los chicos me habían escuchado gritar, habían presenciado cómo perdía los papeles. Había caído en la trampa que esa loca orquestó y era imposible que me sintiera más abochornada.

Cubrí mi boca y bajé los párpados, por lo que no pude ver cómo ella se fue, indignada y al borde del llanto al no haber logrado destruirme.

Una pena; parecía odiarme de corazón.

El murmullo se volvió más reconocible.

Mi peor pesadilla hecha realidad, fantástico.

Esa maldita afrenta me costaría la salud, pero Rin se ocupó de la situación y acalló las voces del resto con un movimiento de barbilla.

—Volved al entrenamiento —Dio la orden. Deduje que Seijū no estaba presente y eso me brindó una pizca de alivio—. ¡Vamos!

—Ya habéis oído, chicos —dijo alguien poco después.

El chirriar de la puerta junto a su posterior golpe me hizo saber que la habían cerrado.

Creí que Rin se iría y me dejaría llorar a solas. Que no querría inmiscuirse en mi frágil refugio. Que no daría más razones para que hablaran sobre nuestra relación.

A veces olvidaba cómo era y lo mucho que odiaba abandonarme a mi suerte.

La confusión me había arrebatado en gran medida la audición, además de la visión. Si intentaba enfocar la mirada, la bruma que se esparcía por mi mente se tornaba más espesa y férrea.

Milagrosamente, el tacto permanecía ahí y pude advertir la suavidad de su mano en mi espalda.

—¿Senpai? ¿Estás bien?

Oh, no ...

—No ... —contesté en un intento por abrir los ojos.

Algunas gotas bailaban en mis lagrimales, con lo cual, mi mirada se enturbió, impidiendo contemplar su rostro como era debido. Habría dado lo que fuera por perderme en sus pupilas y dar rienda suelta al llanto que había soportado desde que Emiya-san comenzó a chillarme.

Ahí descubrí que no me quedaban fuerzas para hacerlo. Gasté todo. De verdad ... De verdad había llorado tanto esos años que aborrecer esa sensación de vacío era el último recurso que guardaba.

Tomó mis mejillas con las manos húmedas. Y, por descontado, el choque de sus dedos fríos con mi piel caliente nos alertó a ambos.

—Nao —Tocó mi frente también—, ¿tienes fiebre? Estás ardiendo ...

—No lo sé —Él me sostuvo y entonces vi que se había arrodillado frente a mí—. Rin ... Yo... —balbuceé, sintiendo cómo el vahído se hacía más real que antes—. Hace meses que no me reconozco a mí misma.

Mi confesión fue repentina. Rin ni siquiera supo qué responder al principio, así que se ocupó de humedecer todo mi rostro gracias al agua que traía consigo después de haber salido de la piscina precipitadamente.

Acarició mi pómulo enrojecido y una solitaria lágrima rodó hasta su mano.

—¿Y no puede ser que olvidaras cómo eras realmente? —Propuso.

¿Cuándo? ¿Cuándo dejé de ser yo misma? Habían ocurrido demasiadas cosas desde que tenía uso de razón y la mayoría de ellas podían haber ocasionado ese retraimiento. Nunca fui un chica normal. Sabía que no tendría muchos amigos aunque lo intentara y estuve de acuerdo con esa soledad. Entonces, ¿por qué demonios había permitido que chicas como Emiya-san tuvieran poder sobre mí? Ser de aquella forma no era malo. Avergonzarme de mí misma; eso sí que era repulsivo.

—Creo ... Creo que estoy recordándolo —Articulé, consternada.

—¿En serio?

La dulzura de su voz me invitaba a decirle la verdad.

Había una delgada línea entre nosotros. Siempre la hubo, y yo tuve la llave todo el maldito tiempo. Si hubiese sido sincera con él aquel día, a la vuelta de vacaciones de verano, no me estaría peleando con un amor que se había transformado en un pesado lastre.

Perdía el conocimiento, notaba cómo su silueta se emborronaba a una velocidad horrible.

—Estoy enamorada de ti, Rin ... —Me liberé, por fin.

Y todo se oscureció.

Mi cuerpo cayó hacia adelante porque percibí el agua que bañaba su pecho a pesar de que mis sentidos estaban apagándose.

—¡Senpai! —Una burbuja de aire explotó en mi oído derecho, provocando que un fuerte pitido me atravesara la cabeza—. ¡Nao! ¡Nao, ¿me escuchas!? —La fría palma de su mano recogió mi nuca—. Mierda ... ¡Aoi! ¿Dónde está el ...?



Rin Matsuoka

Recuperé el aliento después de hacer varias series sin descanso y retiré los excesos de agua que me dificultaban mirar a Aoi. Él se había agachado y parecía haber esperado a que volviera a mi punto de salida.

—¿Qué pasa, Aoi?

Distinguí a algunos de los chicos próximos al pasillo aunque aún no nos acercábamos a la hora del descanso.

—Rin-senpai —me llamó, visiblemente preocupado—, alguien está gritando en el despacho del entrenador.

—¿Qué? —exclamé y me apresuré a salir de la piscina—. ¿Es Nao-senpai?

—No suena como ella —Me sacó de dudas al tiempo que yo tomaba la toalla que tenía preparada—. Creo que es ...

—¡Ja! ¡Solo eres una marginada que disfruta rodeándose de tíos incompetentes! —Escuchamos todos desde fuera.

Nunca la había escuchado tan exasperada, pero identifiqué aquella voz tras unos segundos. Solo había una chica que se enfrentaría a senpai de aquel modo, a plena luz del día, para que todo el equipo se enterara de la inesperada discusión.

—Emiya-san —Me lamenté—. ¿Y el capitán?

Aoi echó una rápida ojeada a nuestro alrededor y, como imaginé, no lo vio por ninguna parte.

—Puede que haya salido o que esté en los vestuarios. Iré a ...

—¡Existir! —Un nuevo grito suscitó murmullos entre los más curiosos—. ¡Estoy segura de que si no estuvieras, él se habría enamorado de mí!

Di un paso al frente. No obstante, Aoi se anticipó a mis acciones y se interpuso en mi camino. Con una seriedad a la que no estaba acostumbrado, se negó a dejarme avanzar.

—Senpai, no te alteres. Suzumura-senpai debe tenerlo controlado. No le gustará que entres de repente, aunque tengas buenas intenciones —Añadió.

Me mordí el labio y acepté que Aoi estaba pensando con el sentido común que a mí me faltaba de solo escuchar a esa estúpida berrear incoherencias.

Nao quiso prevenir aquella reacción huyendo, pero había sacado las fuerzas pertinentes para poner los puntos sobre las íes. Ella se estaba esforzando de verdad; escogió la vía complicada con tal de no pisotearse más a sí misma. Por eso no podía tolerar aquel berrinche viniendo de la persona que había tejido una red pegajosa y sucia con el jodido objetivo de hacerle todo el daño que estuviera en su mano.

Senpai no se merecía nada de eso.

—¡Rin! ¡Rin Matsuoka! ¡Es el único que se gira a verte cuando apareces! —gritó mi desagradecida compañera de clase.

En ese momento, comprendí que Emiya-san había orquestado todo aquello por mí. Si Nao se quedó a la intemperie esa noche, si tuvo que aguantar un comportamiento inapropiado de la kōhai de segundo que hacía y deshacía a su gusto ... Ese cúmulo de injusticias venían única y exclusivamente de un enamoramiento que no sería correspondido y que podría haber cortado semanas atrás si hubiese sido un poco más perspicaz. Si me hubiese dado cuenta, Nao no habría sido su víctima.

Varios pares de ojos me escrutaron entre susurros que no mejoraban la situación.

—Rin-senpai —me interpeló Aoi, apartando la mirada.

—¡¿Entonces por qué pones esa cara?! —Me concentré en observar la puerta que nos impedía ver el interior del cuarto—. ¡A ti también te gusta! —Contuve la respiración y Aoi se aferró a mi brazo con mayor decisión—. ¡Eres un zorra! ¿Con cuántos de ellos te has acostado?

Intenté moverme, pero él se las arregló para que no montara un escándalo también.

—Suéltame, Aoi —Le ordené, mostrando indicios de un fuerte enfado—. Esa hija de ...

—¡Senpai! —Su aullido llamó la atención del resto, que olvidó por un instante la pelea entre esas dos chicas y reparó en nosotros—. Sé que la quieres —Reconoció, bastante ruborizado por estar desvelando algo de mi intimidad—, pero no tienes que ...

—Si lo sabes —Lo frené, angustiado—, deberías entender cuánto me duele —Bajé la voz y escruté sus ojos claros con el corazón en la mano—. Esto ya no es una discusión de trabajo, Aoi. Emiya-san está resentida con ella porque no he sabido manejar mis sentimientos mejor. ¿Lo pillas ahora?

Las palabras de Aoi no eran equivocadas. De una forma u otra, mi deber era esperar y no ser un entrometido porque aquella desavenencia entre ellas se alargaría si yo intervenía a favor de Nao. Sería un error enorme.

—¿Y qué culpa tienes tú, senpai? —Sostuvo mi otro brazo, mucho más serio y duro conmigo—. ¿Acaso no es justo que demuestres el aprecio que le tienes libremente? Si Emiya-san no acepta algo tan simple, el problema es solo suyo.

No tenía por qué ocultar mi amor por Nao. No era sano y tampoco deseaba tratarla de otro modo después de conocer el origen de la enemistad que Emiya-san había desarrollado de repente.

¿En qué estaba pensando? ¿Alejarme de ella? ¿Mentirle sobre lo que más me importaba?

No. Ya no era un cobarde. Había aprendido la lección y aquella actitud murió el día que ella lloró, aterrada ante la idea de que volviera a esconderme detrás de una fachada sombría, de perdedor nato.

A punto de pedirle disculpas, una nueva intervención rompió el ambiente.

—¡¿Qué te importa?! —Escuchar su voz aplazó aquella conversación y me heló los pulmones—. ¡Rin sabe perfectamente cómo eres! ¡Ninguno en el club necesita que yo te quite la careta porque ya lo has hecho tú sola! —Aoi también se giró, estupefacto. Que Emiya-san gritara podía ser súbito, pero no inesperado. Al contrario, la respuesta de nuestra mánager nos impacientó a todos—. ¡Yo no soy mejor que nadie! ¡Nunca he pretendido serlo! —Sentía el sufrimiento en el temblor de su grito, que se rasgaba progresivamente—. ¡Solo quiero que salgan adelante y para eso necesitan a una persona comprometida, que los ayude y que no se deje llevar por amoríos adolescentes! —Retiré las manos de mi amigo, alertándolo. Cuando vio mi gesto, abatido, supuso que no metería la pata, y me dejó caminar entre los chicos—. ¿¡Entiendes ahora por qué no te habrías sentado aquí aunque no fuera yo quien tuviera que evaluarte!?

El último chaval se hizo a un lado y yo alcancé la puerta con el cuerpo aún chorreando. Seguramente, si senpai me viese empapado, se negaría a que pasara al despacho. Aquel pensamiento me sacó una mueca.

Con la mano en el pomo, giré el cuello hacia mi izquierda, donde varios integrantes del equipo permanecían estáticos, atentos a lo que pudiese ocurrir.

—Si le tenéis algo de respeto, apartaos —dije en un tono grave que denotaba agotamiento.

Uno a uno, fueron retirándose de la zona. Solo Aoi se acercó mientras lanzaba miradas amenazantes a nuestros compañeros.

No sabía qué pasaba por sus cabezas. Puede que, a partir de entonces, empezasen a tratarla de una forma fría. Más que antes. Así que solo podía ayudarla a que esos últimos meses en la preparatoria fuesen llevaderos y no estuvieran marcados por unos rumores de mal gusto. El resto dependía de esos chicos que nunca llegaron a comprender realmente a la que había sido su mánager.

Por tanto, abrí la puerta.

Nao se encontraba al fondo, tras el escritorio del entrenador. Emiya-san estaba mucho más cerca de mí, por lo que no tardó en descubrir mi intromisión.

Tenía los ojos llorosos por la rabia y el despecho.

—Rin-san, no ... —Tuvo la desfachatez de ir hacia mí, con un aleteo de pestañas que solo me generaba repulsión.

Me disponía a rechazar su acercamiento cuando senpai se pronunció.

—Márchate —Y se sentó de nuevo.

Parecía enferma. Su tez empaleció rápidamente y yo no perdí ni un segundo más. Necesitaba estar a su lado o no podría perdonármelo.

En cuanto Emiya-san se marchara, entraría y me aseguraría de que no fuera nada grave. Así pues, me eché hacia atrás, creando una prominente separación entre los dos.

—Rin-san, lo que pasó ayer ... —Insistió, rogando por una oportunidad que no le daría ni en sueños.

—Suzumura-senpai ha dicho que te vayas.

Esa puntualización fue más bien el detonante de la tenue relación, cordial y pasajera, que alguna vez tuvimos como alumnos del mismo centro.

¿Cómo demonios iba a fijarme en una chica desalmada que vivía para destruir a enemigos que ella solita había inventado?

—Pero ... —Lagrimeó falsamente.

Moví mi brazo ante el peligro que suponía su aproximación. Manteniendo la calma, miré a un Aoi cabizbajo.

—No podías haber caído más bajo —le espeté—. Todos te están mirando, así que vete si no quieres empeorarlo —Y esa fue mi última palabra.

Ella desapareció entre el tumulto y pocos segundos después se oyó el fuerte sonido de la puerta principal cerrándose. Se fue, aliviándome tanto o más que el final de una competición nacional, y me las ingenié para que los chicos dejasen de parlotear.

—Volved al entrenamiento —Vociferé—. ¡Vamos!

Aoi me ayudó, dirigiéndose a un chico que iba con él a clase.

—Ya habéis oído, chicos —dijo alzando la voz.

Sin embargo, antes de que se retirara junto a aquellos fisgones, le cogí del hombro.

—Busca al capitán —Le di la directriz—. Creo que senpai no se encuentra bien.

Él asintió con energías renovadas y yo me adentré en el despacho. Ya no había ningún escandaloso grito de fondo; solo tenía que preocuparme por ella, por que se relajara y no se sintiera responsable.

Mi suposición no iba muy desencaminada, pues, al volverme hacia ella, descubrí que su postura había cambiado: ya no miraba al frente, sino que había movido el sillón a la derecha mientras sostenía su cabeza con ambas manos. Sus codos descansaban en la rodillas y había encorvado bastante la espalda.

—¿Senpai? —Me agaché hasta arrodillarme frente a ella—. ¿Estás bien?

Me dio la sensación de que meneaba la cabeza un poco.

—No ... —masculló, entrecerrando los ojos.

Verla en ese estado fue demoledor porque nunca imaginé que luciría tan rota e indefensa.

No podía andarme con rodeos. Ella parecía mareada y aletargada. Entonces recordé las toses que la sorprendieron a primera hora de la mañana, cuando el capitán llegó. ¿Y si había pillado un resfriado?

A toda prisa, coloqué mis manos sobre sus mejillas y comprobé que su temperatura corporal era anormal. A pesar del escaso color en su rostro, se sintió como si metiera los dedos en una olla hirviendo.

Trasladé mis dedos a su frente, mojando todo lo que pude en el trayecto.

—Nao, ¿tienes fiebre? —Claro que tenía, pero quería asegurarme de cuál era su capacidad de respuesta—. Estás ardiendo ...

—No lo sé —dijo al cabo de unos segundos eternos—. Rin ... —Articuló mi nombre, lo que me revolvió el estómago y aceleró mi pulso—. Yo ... —Me insulté por pensar algo así, pero una vocecita me susurró al oído lo hermosa que era—. Hace meses que no me reconozco a mí misma.

Su lamento me puso los pies sobre la tierra. Olvidé las cursilerías y, acariciando sus pómulos pálidos, me aproximé más a su cuerpo.

Me aterrorizaba que perdiera el equilibrio de repente.

—¿Y no puede ser que olvidaras cómo eras realmente?

Frunció el ceño, sopesándolo.

Inevitablemente, sonreí. Por desgracia, mis labios no supieron cómo mantener la forma y esa sonrisa desapareció sin dejar pista alguna de su efímera presencia. Ni siquiera Nao logró percibirla, ya que apenas podía mantener los ojos abiertos.

—Creo ... Creo que estoy recordándolo —murmuró.

—¿En serio? —pregunté, retirando un mechón rebelde que se había escapado de su coleta.

Al mover mi mano, me percaté de cuánto estaba tiritando. No era frío, sino miedo.

Nao dejó que sus brazos descendieran, acabando en su regazo.

Vaciló.

Por un momento muy breve, me regaló una mirada de vacilación que recordaría hasta el fin de mis días. No la olvidaría porque sus orbes marrones se aclararon hasta el punto de hacerme dudar sobre ese dulce color almendrado.

Con un tierno mohín en sus labios, noté que el peso de su cuerpo caía contra mí.

—Estoy enamorada de ti, Rin ...

Y se desplomó encima de mi pecho húmedo.

Parpadeé varias veces, consternado por su confidencia.

Sentí cómo su cabeza se movía, inerte. Mis ojos se bañaron en unas lágrimas espesas y libertadoras, pero no percibí su respiración en mi cuello. Aquello fue todo lo que me hizo falta para recuperar la consciencia y abrazarla, esquivando el escenario en el que ella se desprendía de mis brazos hasta desnucarse en el suelo.

El pánico me obligó a amoldar mi antebrazo a su nuca desprotegida. La apoyé en mi hombro derecho y alcé la voz.

—¡Senpai! —Su boca permaneció entreabierta después de haberme confesado sus sentimientos—. ¡Nao! ¡Nao, ¿me escuchas!? —Todo era muy confuso; no se me antojaba real que Nao-senpai se hubiera desmayado, pero su rictus era una clara evidencia—. Mierda ... —Mis nervios no lo soportaron y la horripilante sensación de que no volviera a respirar arrasó con esa madurez de la que estaba terriblemente orgulloso—. ¡Aoi! —grité a pleno pulmón—. ¿Dónde está el capitán ...? —Intenté levantarme, pero mis piernas no reaccionaron—. ¿Senpai? ¿Senpai, me oyes? No puedes ... No puedes decir algo así y desmayarte ... No es ...

Iba a llorar como un niño pequeño, pero alguien entró en el despacho sin nada de delicadeza. Cuando quise alzar la mirada, Mikoshiba-senpai ya se había agachado y tenía la vista puesta en el cuerpo de su mejor amiga.

Él jadeaba. Debía haber recorrido toda una maratón. El sudor que le bajaba por las sienes atrapó mi atención.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, nervioso—. ¿Se ha desmayado? Eh, Naoki. Nao, responde, maldita sea ...

La figura de Aoi en la entrada me brindó seguridad, aunque no la suficiente.

—Un ... —Noté la primera gota en mi mejilla—. Un perfume —dije—. Necesita oler algo fuerte, capitán.

—¿Qué? —Vio mis ojos llorosos y entendió que debíamos actuar con diligencia—. Vale, vale ... Esto debería servir, ¿no?

Sin dudarlo, comenzó a remangarse la chaqueta. Presto, se inclinó y depositó su muñeca bajo la nariz de Nao. Los dos esperamos atentamente, analizando el semblante sin vida de la que se había convertido en la persona más importante de nuestras vidas.

Recupérate. Recupérate y te diré ... Cuánto lo lamento, Nao ... Cuánto te quiero.

No habían transcurrido ni cinco segundos cuando ella ladeó la cabeza. Al instante, el alivio fue mezclándose con el oxígeno que me forcé a tomar.

—¡Nao! —Su grito la sorprendió y lo siguiente fue moverse, escondiendo la cara contra mi hombro desnudo—. Naoki, di algo o te llevo a la puta enfermería —Nao cerró con fuerza los ojos—. ¡Eh, no me ignores! Despues del susto que nos hemos llevado todavía quieres que ...

Emitió un débil sonido de queja y yo, temblando, la acerqué más a mi torso. La resguardé mientras rezaba para que las gotas de agua que tenía repartidas por toda mi complexión canalizaran algo de ese calor infernal que la estaba consumiendo.

—¿Senpai? —Mi susurro quedó en el aire, a la espera.

Sus exhalaciones eran pausadas. Las sentía haciendo cosquillas en mi piel.

—Rin ... —Expresó, arrastrando la voz—. Dile a Seijū que se calle ...

El susodicho se incorporó y empezó a reír, como si estuviera terriblemente indignado en lugar de haber sentido cómo el corazón se le paraba.

Mikoshiba-senpai no dijo nada sobre el río de lágrimas que regaba mi rostro y yo tampoco me pronuncié respecto al suyo.

—Sigues siendo la misma mocosa de siempre, ¿lo sabías, Naoki? —Se sorbió la nariz y revolvió algunas hebras de su cabello—. Joder ... Casi me da un puto paro cardíaco ...

—Lo siento ... —farfulló ella.

Suspiré y, con la mano que tenía libre, limpié los excesos de agua de mi rostro.

—¿Te sientes mejor, senpai? —le pregunté.

—Solo un poco —Sus labios rozaron mi clavícula y aquel pequeño detalle erizó todo el vello de mi cuerpo.

Permaneció acurrucada, abrigada por mi abrazo, y procuré que la posición no fuera incómoda. Un mísero minuto había pasado, ni más ni menos, y Aoi interrumpió el imperturbable silencio.

—Suzumura-senpai debería ir a la enfermería, senpai —Se dirigió a mí, todavía pensativo.

—Sí —Repitió el capitán, que aún luchaba contra su llanto—. Naoki, ¿estás mareada?

Me concentré en ella, en cómo arrugó su nariz ligeramente al no verse capaz de abrir los ojos.

—Tengo ganas de vomitar —Se sinceró.

La palidez no la había abandonado. Además, apenas estaba usando un débil impulso para ampararse en mi regazo.

—Genial ... —dijo mi superior con ironía—. Entonces tendremos que llevarte. Caminar no es una opción, desde luego.

—Yo puedo cargarla, capitán —Aseguré.

El deseo egoísta de seguir apretándola entre mis brazos me llevó a decir aquello, aunque sabía que él se negaría.

—¿Estás loco, Matsuoka? —Me echó en cara—. Sigues empapado. Si sales fuera pillarás una gripe mucho peor que la de Nao.

—Pero ... —Quise rebatirle, sin éxito.

—No hay pero que valga —Se puso en pie y secó su cara con las mangas de la chaqueta que traía puesta—. Vamos, ¿puedes levantarte? Yo la llevaré —Afirmó, masajeando sus manos.

Poco contento con la decisión final, fui levantándome, temeroso de que algún movimiento demasiado brusco empeorase su salud. Había recogido sus piernas con mi otro brazo y Nao-senpai estaba acomodándose, sin embargo, no había tiempo que malgastar. Me dolía tener que romper su estabilidad, pero que la viese la enfermera era lo más importante.

Mikoshiba-senpai imitó la posición en la que había estado durante los cortos minutos que la sostuve, tras lo que ella dio un gemido de protesta.

—Agh ... Rin, tu mano —Movió la suya, buscándola.

Se la tendí, extrañado. Ella la agarró y se la llevó a la cara, de modo que mis nudillos recorrieron casi todo su rostro.

Sonrojado hasta la médula, observé que su expresión se relajaba otra vez.

—Es agradable ... —dijo, disfrutando de la frescura de mi piel.

Yo miré al capitán, que sonreía como un padre orgulloso. Que él presenciara un momento tan íntimo me avergonzó más que haber perdido una serie de estilo mariposa.

—S-senpai, tenéis que ir a ... —tartamudeé, cohibido frente a unos espectadores que se regodeaban con mi rubor.

—¿Vendrás después? —inquirió, soltando mis dedos poco a poco.

Faltaba toda una hora hasta el descanso para almorzar, pero la complacida mirada del capitán Mikoshiba me indicó que no importaba.

Quería estar a solas con ella. Lo necesitaba o me volvería loco de remate. ¿Era mucho pedir? Solo ... Solo necesitaba confesarme, corresponder a sus sentimientos, y estaría libre de cualquiera de esas ataduras a las que me vi sometido por estúpido, por ciego.

—Sí —susurré—. Iré enseguida.

Ella asintió, débil, y se recostó contra el pecho del capitán, quien me escudriñó al tiempo que Aoi pasaba una chaqueta del equipo sobre su pequeña figura.

—Bien —Se rindió—. Cámbiate y dile a los chicos que se cancela el entrenamiento de la tarde. La enferma desea estar contigo, así que no la hagas esperar, ¿de acuerdo? —Asentí con un gesto conciso y rápido que satisfizo sus demandas—. Ah, de verdad ... Mírame, cargando contigo sin recibir ni un triste gracias porque en realidad quieres irte con otro. Ya te vale, Naoki ... —Argumentó en broma de camino a la salida.

—Deja de meterte conmigo ... —Lloriqueó Nao-senpai.

Aoi y yo los vimos marcharse y, de pronto, noté mis piernas temblar.

¿Qué acababa de ocurrir?

Ella ... Ella dijo que estaba enamorada de mí, ¿verdad? No se trataba de una artimaña más de mi diabólica mente.









Naoki Suzumura

La enfermería se convirtió en mi hogar aquel día. Cuando llegamos Seijū y yo, la enfermera del turno de mañana me cedió una cama con la mayor presteza posible y, mientras él me ayudaba a acomodarme, comenzó a hacerme una serie de preguntas. Finalmente, llegó a la conclusión de que mi desvanecimiento y posteriores ganas de vomitar se debían a no haber ingerido nada sólido durante las últimas veinte horas, unido a los indicios de un resfriado incipiente. Por no hablar de una aparente subida de tensión provocada por la fuerte discusión con Emiya-san.

La lluvia de la noche pasada consiguió colarse en mi organismo de la peor forma y, sumando el resto de factores que habían intervenido, la joven enfermera no se escandalizó. Aseguró que me repondría si comía, descansaba y tomaba los medicamentos adecuados, así que me tomó la fiebre y fue a buscar unas pastillas al almacén.

Por desgracia, el mareo no quería irse y ni siquiera después de haber ingerido la dosis que la enfermera me recetó pude librerme de él. La amable mujer me recomendó que durmiera y que, al despertar, comiera algo de la cafetería. Con esas instrucciones en mente, Seijū me cubrió con varias mantas con el objetivo de que no pudiera escaparme.

—Seijū, ya estoy me ...

—Naoki, sé que estás esperando a tu enamorado, pero, si no te duermes ahora mismo, prometo que le veto la entrada, ¿estamos? —Me amenazó, enfadado.

Y yo no tuve más opción que cerrar los ojos a pesar del trabajo que me costó volver a abrirlos.

No solo era por Rin. Si bien esperaba su llegada, como tal, yo no estaba acostumbrada a ser la lisiada que acataba órdenes, obligada a descansar por todos los adultos.

Era extraño, pero no pude rechistar más, por lo que me hice un ovillo en la cama y dormí varias horas.

Hacía tanto tiempo que no dormía las horas necesarias y que no tenía un buen descanso que, en el momento en que fui recobrando la consciencia, creí que el sol había salido después de una larga noche. Lejos de la realidad, solo había dormido un par de horas, ya que el reloj de pared apuntaba hacia las tres de la tarde.

Exhalé un largo suspiro y toqueteé mis orbes en un desesperado intento por deshacerme del cansancio.

—Ni que hubiera hibernado durante semanas ... —me dije a mí misma, somnolienta.

A mi lado, alguien dejó escapar una suave risa. En alerta, me giré y encontré a ese chico de cabello morado que protagonizaba mis sueños desde hacía unos pocos meses.

—Veo que has descansado, senpai —Se regodeó.

—Rin, ¿qué ...? —Me detuve, esquivando un ataque de tos—. ¿Qué haces aquí?

Busqué la manera de incorporarme, pero él, que había tomado asiento a mi izquierda en la misma cama, se apresuró a impedirlo. Colocó ambas manos sobre mis hombros y yo caí nuevamente sobre la almohada. Con una hermosa sonrisa, apenas pronunciada, canalizó cualquier deseo que tuviera de rebelarme.

—Fuiste tú la que me pidió que viniera —comentó, sonriendo también con la mirada—. Y es mejor que no te muevas mucho. Le prometimos a la enfermera que cuidaríamos de ti hasta que volviera de su descanso.

—Ah ... Claro —Mordí el interior de mi mejilla, contemplando cómo acomodaba las mantas sobre mi cuerpo.

—Podrías marearte otra vez —Sí, era una posibilidad que debía valorar, pero tenerle allí, cuidándome, neutralizó mi pésimo estado de salud—. Además, Mikoshiba-senpai dijo que no salieras de la cama bajo ningún concepto.

—Y tú ... Te encargarás de que no lo haga, supongo.

La única persona que quería ver estaba ahí, conmigo, pero eso implicaba que mi temperatura podría variar. Cada vez que Rin y yo compartíamos un momento a solas, sentía ese límite que me autoimpuse debilitarse.

—Eso parece —Reconoció.

Alisó las sábanas y cruzamos las miradas durante una milésima de segundo. Los dos nos alejamos. Yo me tapé hasta el cuello y él, por su parte, se aclaró la garganta.

Entonces me vino el recuerdo de todo lo acontecido esa mañana. Los chillidos de Emiya-san se repitieron en mi aturdida mente, como si hubiese vuelto a atormentarme.

—Rin —Él alzó la cabeza y me proporcionó una suculenta visión de sus pupilas—, siento lo que pasó con Emiya-san —Apenada, me aferré a esa disculpa—. Pensé que lograría manejarlo, pero ella no estaba por la labor y acabé perdiendo los modales. Tendría que haber actuado mejor con ...

Con un ágil movimiento, enredó sus largos dedos en mi cabello. Acarició la zona mientras yo trataba de mantener la compostura. Su atrevimiento no conocía la mesura y me alegraba de que así fuera. Ya que yo no tenía los arrestos para hacerlo, él suplía mis faltas.

—Escuchamos algo de vuestra conversación —Comenzó a relatar— y solamente ella levantó la voz. Bueno, quizá gritaste un poco, pero eso no es lo importante —Le quitó hierro al asunto, sonsacándome una escueta sonrisa—. Me refiero a que hiciste bien. La única que debería arrepentirse es Emiya-san. Tú solo te defendiste de las estupideces que decía.

—De todos modos, siento haberte puesto en esa tesitura —Reiteré, imaginando que todo el equipo se había enterado de los motivos del enfado de la que pudo haber sido la siguiente mánager—. Si hubiese esperado a que estuviésemos solas, puede que ...

—Olvídalo, senpai —La melosidad de su tono bastó para callarme—. No es culpa tuya que las cosas terminaran mal.

Obviamente, no estaba en mi mano que dijera tales barbaridades. Tampoco la incité en ninguna ocasión a que desarrollara ese odio hacia mí. Podía llevarme bien con Rin, sin embargo, ella no tenía derecho a echar por tierra nuestra relación, fuera de amistad o no. Cualquiera en mi lugar habría perdido los estribos si un chica la insultaba y denigraba con calificativos que prefería olvidar.

Pero había algo más porque Emiya-san confesó sus sentimientos por Rin, sin miedo de que media escuela la descubriera en esa situación tan bochornosa.

—¿Hablarás con ella?

Frunció el ceño.

—¿Por qué lo haría? —Me lanzó la pregunta de vuelta.

Por una parte, necesitaba decirle aquello para dejar mi conciencia tranquila y, por la otra, temía que su respuesta fuera distinta a la que había previsto.

—Dijo que te quería —Y al instante me arrepentí porque decirlo lo hacía demasiado real.

Él me regaló una mueca sarcástica que se acercaba al epítome de lo ridículo.

—No esperarás que valore sus supuestos sentimientos después de todo lo que te ha hecho, ¿no? —Me indicó—. Aunque se hubiese comportado como una persona respetable, ni siquiera la miraría a los ojos para rechazarla. No se lo merece —Agachó su mentón y retiró la mano con la que peinaba mis mechones—. Nao, ¿puedo ...? ¿Puedo preguntarte una cosa?

Se puso nervioso. Lo sentí en cuanto empezó a hacer complejos puzzles con sus dedos.

—¿El qué?

Incluso me pareció vislumbrar el comienzo de un sonrojo en sus pómulos. Aquel color suave combinaba excelentemente bien con su cabello. Me habría pasado toda la tarde admirando esa estampa, pero Rin tenía algo más urgente que discutir.

—No recuerdas lo que me dijiste, ¿verdad? —cuestionó, más tímido que nunca.

—¿Esta mañana? —Asintió, expectante—. Si fue antes de desmayarme, creo que no. No había perdido el conocimiento nunca y me sentí muy mal, como si estuviera en una nebulosa —Le expliqué, sintiéndome mal por carecer de esa memoria a la que apelaba—. Tampoco podía escuchar correctamente; me pitaban tanto los oídos que creí que mis tímpanos explotarían en ...

—"Estoy enamorada de ti, Rin" —Me interrumpió—. Esas fueron tus palabras.

Él podría haber fingido. Tenía la información en su poder. Yo no lo recordaría, sin importar el tiempo que pasase. Si lo hubiese tomado por un tonto delirio, no estaríamos mirándonos a los ojos en aquel momento.

Esa confesión contra la que me había resistido día y noche ya no era solo mía; Rin también la conocía y eso significaba que no había marcha atrás. No había forma humana de retroceder.

El bombeo habitual de mi corazón no prosiguió su senda. Se detuvo en seco y, justo después, comenzó a palpitar de nuevo tan rápido que habría muerto de un ataque si la vida hubiese sido benévola conmigo. Pero no lo fue. No se apiadó de mí.

Las cejas de Rin, arqueadas, intentaban transmitirme algo que la crisis no me dejó captar.

—Yo ... En realidad ... No es que ... —No podía articular ni una frase coherente.

¿Por qué demonios las tres neuronas que aún vivían decidieron soltarlo en mitad de aquel caos? ¿Por qué?

—Senpai, no me malinterpretes —Volvió a hablar él, que lucía un poco más tranquilo—. Quiero que hablemos sobre esto seriamente. También es importante para mí porque puede cambiar nuestra relación, así que cálmate —me suplicó—. Sé que no jugarías con algo tan importante y ...

—Ese es el problema —Me inmiscuí en su alegato. Las palpitaciones retumbaban por todo mi cuerpo, pero continué en medio de esa agonía que solo yo había provocado—. Te lo dije anoche y lo mantengo; no quiero que nuestra relación cambie. Si ... Si la solución era tragarme mis propios sentimientos, lo haría encantada —Respiré, luchando con la sensación de mis ojos cristalizándose—. Iba a ser esa cobarde conformista de la que ayer te quejaste —Expuse, humillándome—. Soy feliz de esta manera. Más feliz de lo que lo he sido en los últimos tres años de preparatoria —Rin me observaba, petrificado, porque no había meditado cuál sería mi reacción—. Y me niego a que una ambición como esa destruya la amistad que tenemos. No tienes por qué mirarme con lástima. Sabía que lo harías cuando te enteraras de que ... —Incapaz de sostenerle la mirada, me escondí detrás de mi brazo izquierdo. Rompería a llorar en cuestión de segundos y no quería que él me viera peor—. Planeaba decírtelo después de mi examen de ingreso, cuando no tuviéramos que encontrarnos más. Sería más fácil rechazarme de ese modo ... —Tuve una breve pelea con mi sistema respiratorio, que estaba disfrutando demasiado de mi dolor—. No estoy preparada para escucharlo, yo ...

—Nao —susurró, cortando mi infinita contestación—. Respira, por favor.

Traté de seguir su consejo. A pesar de las dificultades, pude modular el aire. A cambio de aquel favor, mis orbes no soportaron más y empezaron a derramar gotas, a cada cual de mayor grosor.

—Lo siento —Sollocé.

Siento ser una tonta que se ha enamorado de ti cuando sabe que solo puedes amar la natación.

Al final, Emiya-san y yo sí que teníamos algo en común.

—Entonces, ¿no quieres mi respuesta? —me preguntó, sosegado.

—No. No digas nada —Zarandeé el brazo y traté de quitarme alguna que otra lágrima.

Lo había empeorado, por supuesto. Con lo rápido que habría sido mentirle y, en su lugar, acabé llorando por segunda vez delante de él. Mi autoestima no podía llegar a un nivel más bajo.

—De acuerdo —Aceptó—. ¿Puedes mirarme al menos?

Di unos aspavientos con la cabeza, todavía tapándome la cara.

—Estoy muy avergonzada, Rin —Conseguí decir entre hipidos—. Y no creo que pare pronto.

Él aguardó un minuto en completo silencio, permitiendo que llorara tanto como deseaba. Esperó y esperó mientras que yo, hecha un desastre, me decía mentalmente que no podía haber una confesión más funesta que la mía. ¿Por qué? ¿Por qué mi paciencia no detuvo ese maldito impulso?

—Está bien —dijo de pronto—. No diré nada hasta que tomes la prueba de acceso. Me ocuparé de que nuestra relación sea la misma de siempre —Me ofreció, lo que apaciguó mi desalentado llanto—. Pero mírame, senpai. No soporto que te escondas de mí.

Era una falta de respeto hacia él y, bueno, ya me había visto llorando, así que no sería un gran problema que lo hiciera de nuevo. Además, Rin Matsuoka no sería capaz de actuar con maldad y burlarse de mí por unas cuantas lágrimas.

Limpié mis mofletes, irritándolos, y me encargué de corresponderle con una mirada que estuviera a la altura.

—Perdón —Retiré una gota que escapaba del rabillo de mi ojo.

—Tampoco me gusta que andes todo el día pidiendo disculpas —dijo, un poco alicaído.

Por actitudes como aquella sería una locura que Rin pensase en darme una oportunidad. Aunque no sintiese nada por mí, se me pasó por la cabeza que estuviera valorándolo. Su respeto no era falso, eso lo sabía, por lo tanto, no me habría parecido nada descabellado que hubiese dicho que sí. Y no quería que se viera obligado a complacerme. Bajo ninguna circunstancia desearía su cariño si así anteponía mi felicidad a la suya.

—¿Es un trato? —le pregunté, sorbiendo mi nariz torpemente— ¿Haremos como si esto no hubiera pasado hasta el día de mi examen?

Ese vacío temporal me brindaría unas pocas semanas de paz interior que necesitaba. Su rechazo me dejaría rota, en todos los sentidos, y, a pesar de lo egoísta que pudiera sonar, no podía permitirme una decepción amorosa, y menos aún si venía de él. Iba a romperme el corazón por más que esa no fuera su intención en absoluto. Yo ... Tenía unas semanas de estudio intenso por delante y huir momentáneamente de dicho desplante era lo poco que me quedaba.

Rin me escrutaba, tan amable como siempre.

—¿Crees que podría negarme cuando me miras de esa forma? —Suspiró, rindiéndose a mi petición—. Lo prometo —Me aseguró, ofreciendo una minúscula tregua a mi corazón—. Podrás concentrarte en estudiar. Olvídate de lo que ha ocurrido. No me sentiría bien si hablasemos de esto cuando no estás lista —Describió mientras tocaba el cabello de su nuca.

—Bien ... —Me desinflé como un maldito globo hasta el punto de notar la presión salir de mi organismo.

Pensé que habíamos llegado a un acuerdo del que los dos nos beneficiaríamos, pero Rin no pretendía dejarlo así durante un largo mes y medio.

—Con una condición —Añadió de repente.

Intrigada, me desplacé lo suficiente como para atisbar un brillo en su rostro que me desorientó.

—¿Cuál?

Una brizna de astucia desencajó su semblante y, sin meditarlo más, se agachó. Con los ojos bien abiertos, me perdí en la oscuridad de sus pupilas, extremadamente dilatadas. Sentí cómo su mano izquierda caía en la almohada, cerca de mi cabeza. El tejido se hundió ante el peso de Rin y yo, obnubilada, contuve el aliento.

—Que esto no lo olvides.

Fue un movimiento demasiado veloz del que no me habría librado ni aunque hubiese querido. Porque no me negaría a él ni a sus labios, que cazaron los míos con la agilidad de un experto.

Mi primer beso fue robado. Otra chica en mi posición se habría sentido atacada, puede que le hubiera abofeteado, pero no era mi caso. Tras unos escasos instantes, accedí a ese adorable roce y abrí la boca.

Un peligroso fuego escaló a través de mi pecho cuando Rin utilizó su otra mano para sostener mi mejilla. Él me guió, haciendo más fácil el contacto entre nuestras bocas.

No veía nada. Mis párpados descendieron tan pronto como él decidió actuar. Solo notaba la presión de su boca y el cosquilleo de sus mechones en mi tez.

Su complexión estaba ahí, procurando no ejercer mayor presión e incomodarme. Sin embargo, no recopilé el autocontrol necesario y agarré a ciegas su camiseta. Rin comprendió que podía avanzar un poco más, así pues, introdujo su lengua entre mis temblorosos labios, extrayendo un apagado sonido de placer del fondo de mi garganta.

Muy en contra de nuestros deseos, sucumbimos a la inexperiencia. En especial yo, que no conseguí soportar la ausencia de oxígeno. Desplacé mi mano a su pecho, tras lo cual él dibujó una delgada línea, permitiendo que el aire volviera a ese condenado círculo vicioso.

Rin retrocedió lentamente.

Frente a la incauta distancia de cinco centímetros, nuestros resuellos se entremezclaban con una facilidad alarmante.

Vi cómo ocultaba sus comisuras gracias a una adorable succión, pero yo no me preocupé por aquello y las mantuve separadas. Estaba tan atontada que solo me sentí capacitada de inspirar a través de ellas.

—¿Esa ... Es tu condición? —inquirí, al borde de unas lágrimas que no querían marcharse.

Su sonrojo. Maldita sea, habría pasado horas admirando la pigmentación rojiza que coloreaba su piel.

—Sí —respondió, y me dio la impresión de que sus ojos estaban llorosos.

En algún momento, ese solemme respeto que siempre me tuvo se convirtió en aprecio. El aprecio dio paso a la confusión y, finalmente, esa neblina se transformó en un amor como el que yo le profesaba.

No tenía que decirlo porque lo veía reflejado en su mirada. La misma mirada que me había acompañado cada mañana cuando me detenía delante del espejo.

—Pues —Tomé una bocanada de aire y me deshice de cualquier rastro de culpa—, déjame decirte que podría ... Podría olvidarlo, ¿sabes? —El destello de una sonrisa iluminó sus facciones—. Es decir, ha sido solo un momento y ... Estoy enferma. ¿Quién me asegura que no estoy soñando o que no es efecto de algún ...?

—¿Sigues mareada, senpai?

Se entretuvo apartando un mechón rebelde de mi pelo y yo me rendí por completo a ese sentimiento que habíamos callado. El miedo a que la respuesta fuera negativa se disipó en un instante, dejando vía libre a una codicia que me quemaba las entrañas.

—Mucho —Afirmé, extasiada.

—Entonces debería ... —Su tono decayó.

—Deberías —Le apremié.

Él asintió y me besó por segunda vez.

Aquel beso fue mucho más cálido. Más acogedor. Más profundo y, a la vez, menos torpe que el primero.

Cuando mis dedos treparon por sus costillas, Rin tuvo que parar. No era mi intención frenar sus instintos, pero seguíamos en la enfermería de la escuela. Si nos descubrían en una situación tan comprometida, sería difícil dar explicaciones. Y todavía más engorroso sería justificar un comportamiento del todo indecoroso en un espacio público.

—¿De verdad no quieres hablarlo? —Volvió a decir entre jadeos—. Serán casi dos meses sin ...

—Creo que ahora ... —Acaricié su cuello y humedecí mis labios, hinchados por la devoción con la que Rin los había tratado—. Solo soy capaz de lamentarme por no habértelo dicho antes. Estoy indispuesta de verdad —Afligida, entrecerré los ojos.

—Puede que te esté subiendo la fiebre —Llevó su mano a mi frente y esperó unos segundos—. Y a lo mejor yo tengo la culpa de que ...

—La tienes. Claro que la tienes —Exhalé un suspiro, acalorada. Mis duras declaraciones le hicieron reír—. Además ... ¿Qué vas a hacer si te contagio? Tenéis un viaje la semana que viene y yo ...

Presionó sus labios contra los míos, ahogando mis quejas. No tenía energías para reprocharle nada de lo que hiciera y él se lucró de mis dolencias desvergonzadamente.

Solo es por esta vez, Naoki. Puedes darte un respiro.

Al finalizar la unión, Rin se encogió, pegando su rostro a mi mejilla derecha, tan roja como las suyas.

—No eres nada justa, senpai —declaró—. Después del martes, te irás del club y estarás tan ocupada estudiando que no podremos vernos —Sacó a relucir—. ¿Piensas que me importa pillar tu resfriado?

Sonreí mientras palpaba su espalda a modo de consuelo. A mí me dolería igual que a él. Nos habíamos acostumbrado demasiado a la presencia del otro, y si a eso le sumábamos lo que acababa de pasar, nadie podía culparnos por ser los estudiantes más egoístas de Samezuka.

—Necesitas ser responsable, ¿me oyes? —Recordé lo que Seijū y yo habíamos hablado días atrás—. Rin —lo llamé.

—¿Mmmm?

Arigatō —Un par de gotas bailaban en mis lagrimales.

El significado de esa palabra iba mucho más allá de amarlo y él, conociendo cuánto reunía, no dudó en incoporarse. Sus ojos, agrandados y cristalizados, examinaron cómo comenzaba a llorar.

Me había deshecho en lágrimas demasiadas veces en muy pocas horas y Rin estuvo ahí para contemplarlo. No obstante, ya no había dolor ni contención detrás; solo un incalculable agradecimiento y cariño.

De forma pausada, secó aquellas lágrimas con sus dedos. Al poco tiempo, esbozó una dulce sonrisa. Yo me limité a admirar su gesto de paz. Se parecía a la cara que ponía cuando salía de la piscina, liberado y dichoso por haber dado todo lo que tenía dentro en el agua.

De verdad ... De verdad me estaba mirando de esa manera.

—Nao, yo también te ...

Al igual que la noche pasada en su habitación, la entrada de un tercero se inmiscuyó en nuestro intercambio de confidencias. Junto al fuerte golpe de la puerta, el sujeto emitió unas pocas quejas y se fue acercando a la cortina que nos brindaba cierta privacidad.

Rin se levantó de la cama y yo alcancé las sábanas para ocultar la mitad de mi rostro. Tenía los labios muy enrojecidos y abultados y los ojos llorosos.

—Eh, Matsuoka —Reconocer aquella voz me arrancó un sonoro suspiro—. ¿Se ha despertado ya o ...? —Seijūrō se asomó entre las telas blancas que colgaban del techo y vio cómo le lanzaba una mirada fulminante—. Cuánta hostilidad ... —dijo entre dientes antes de mirar a un Rin sonrojado hasta la médula—. ¿Es que llego en mal ...?

—No, capitán —Negó el más pequeño—. Estábamos esperando que volvieras.

El invitado analizó la cara de su compañero de equipo y después me echó una rápida mirada que yo rechacé al taparme de pies a cabeza con las mantas.

—Joder, sí que os he interrumpido —maldijo—. Lo siento ... Puedo irme y ...

—No importa —Insistió Rin—. Quedé con Aoi en la piscina después de comer, así que debería marcharme.

Conocer ese detalle hizo que descubriera mi cabeza y lo buscara a mi lado.

—Rin —Volví a nombrarle.

No quería que se fuera. Sería muy complicado encontrar algún momento así a partir de entonces, aunque no sentía que me estuviese condenando a un duelo sin él. De algún modo, estaba segura de que nos las ingeniaríamos para mantener el contacto, incluso durante vacaciones o mi ausencia tras año nuevo.

Me observó cálidamente y, obviando los curiosos ojos de mi amigo, mostró una tímida mueca.

—Te llamaré luego, senpai.

Reacia a su marcha, me forcé a asentir.

Sin entretenerse más, recogió su chaqueta de la silla que no había ocupado y se despidió de Seijū con una breve reverencia.

Hasta que no escuchamos el click del cierre de la puerta, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Mientras yo me acomodaba en la cama y succionaba mis labios de puro nervio, Seijūrō tomó asiento en aquella banqueta medio rota, mostrándome una bolsa de plástico con diferentes platos de la cafetería.

—Bueno ... Hora comer, Naoki —comentó, sacando un recipiente con arroz—. A no ser que ya hayas comido otra cosa, claro —Denotaba una ironía que enfureció mi rubor.

—Un día acabarás con mi paciencia, Seijū —le espeté a regañadientes.

Ya sentada, me recogí el pelo y fui abanicando con la mano toda la zona de mi cuello. Notaba cómo me hervía la piel, así que busqué algún termómetro cerca.

—¿Acaso estoy exagerando? —Continuó él—. Tu boca está roja. Por no hablar de la suya —Señaló—. Haré como que me sorprendo cuando el lunes Rin aparezca con un buen resfriado.

A pesar de sus constantes intentos, no le conté nada durante el tiempo que estuve comiendo. Él me hizo compañía y soltó algún que otro comentario sobre el futuro del equipo. Ya habíamos charlado largo y tendido sobre ese asunto, por lo que no profundizó en demasía y aguardó a que terminase de comer.

Con la barriga más o menos llena, él me arropó, me tomó la temperatura y me dio un vaso de agua tibia junto a la siguiente pastilla. La tragué y respiré hondo mientras Seijū se sentaba.

—Seijū.

—¿Qué necesita la paciente?

Bajé la vista, dudando acerca de lo que quería preguntarle.

—Tú ya lo sabías, ¿verdad?

Seijū se cruzó de brazos y puso esa cara de ignorancia tras la que se escudaba siempre que se hacía el desentendido.

—¿El qué? —Intentó librarse de responder.

—Ah, venga ya —Bufé, siendo consciente de que tendría que darle más detalles o no se quedaría satisfecho—. Que Rin también me quiere.

Me quiere. ¿De verdad merecía que Rin me quisiera? Tendría que aprender a valorarme un poco más porque amaba a ese chico y me negaba a mirar hacia otro lado.

Mi fiebre no ayudaba. Podía sentir perfectamente el calor que emanaba mi piel, en especial cuando el gracioso de mi mejor amigo se las apañaba para que especificara.

—Puede que sí. Puede qué no —Se encogió de hombros, jugando al despiste—. Me pediste que no interviniera y eso hice.

Estaba segura de ello. Aunque hubiese hablado con Rin, no le había instigado. Si su voluntad hubiese sido la de echarme una mano, las cosas se habrían torcido. Los dos éramos conscientes.

Cuando un tercero intenta entrometerse en una relación ajena, puede hacer un daño irreparable.

—Gracias por no hacerlo —Le agradecí.

—Si de verdad estás agradecida, dime de una vez lo que ha pasado, ¿te apetece? —No se cansaba, desde luego.

Siempre me contaba sus desventuras amorosas, aunque ambos sabíamos que nunca se había enamorado de alguien. Solían ser romances bastante cortos con chicas a las que no conocía y que terminaban antes de que Mikoshiba empezase a sentir más que una mera atracción física.

Por descontado, ese no era mi caso.

—No sé muy bien qué ha ocurrido —Le fui sincera, con los labios palpitando.

Por primera vez en mis dieciocho años de vida, había besado a alguien. Y no solo eso: lo verdaderamente asombroso residía en la fuerza que lo impulsó. Cuando me estaba besando, entendí un poco más de las miles de historias que Seijū me contaba acerca de la atracción más pasional. Si bien Rin no se movió por la lujuria, fue inevitable que esa idea no pasase por mi mente.

—Oh, genial —En tono burlón, prosiguió—. ¿Solo os habéis comido la boca? ¿Nada más?

—¡Seijūrō! —dije en un pequeño grito.

—Perdón, perdón —Agitó las manos, movido por el escándalo. De pronto, abandonó ese papel de payaso que tanto disfrutaba y su semblante cambió de una forma drástica—. No me lo tengas en cuenta y ponte en mi lugar; mi hermana ha dejado de esconderse por fin y se ha confesado al chico que le gusta. ¿No puedo estar contento o qué? —Puso ojos de cachorrito.

Ese listillo también sabía que había sido yo la que dio el primer paso. ¿Cómo lo hacía? ¿Tan sencillo era leer mis acciones? Sin duda, me conocía más que nadie, así que no debió costarle mucho imaginar cómo sucedieron las cosas entre Rin y yo.

—Está bien, pero no empieces a acosarle —Le pedí, sintiendo el inicio de un leve dolor de cabeza.

—¿Qué dices? —exclamó, escéptico—. Solo hablaré con él de unas pocas ...

—Seijū, si se te ocurre hacer alguna estupidez, te juro que ...

—Era broma, Naoki —Me calló, ganándose una fulminante mirada de mi parte. Con una amable sonrisa, siguió hablando—. Estás más quisquillosa que de costumbre, ¿sabes? Entonces ... ¿Cómo te lo ha pedido? —Quiso indagar más.

Di un largo bostezo, notando el efecto de la medicación. En cuanto mi temperatura se regulara, intentaría dormir un rato más.

—¿Qué me tendría que pedir, según tú?

Mi pregunta le sorprendió, claramente.

—Ser su novia —Su seguridad era digna de admirar—. ¿Qué iba a ser si no?

Bueno, no habíamos hablado de todo eso porque algo más importante nos entretuvo, pero tampoco me quitaría el sueño el hecho de estar o no en una relación formal con Rin. Al fin y al cabo, lo único que debía preocuparme había desaparecido al enterarme de que él me correspondía.

—No lo ha hecho —contesté sin más—. Y me ofende que pienses que no podría suceder al revés —Añadí, un poco enfurruñada.

—¿Entonces? ¿En qué habéis quedado? —Me urgió—. ¿Amigos, amigos con derechos, os casareis cuando él se gradúe ...?

—¿Crees que después de todo lo que he sufrido me preocupa una maldita etiqueta? —Mi inquisición no era real, sino todo lo contrario.

¿Ser su novia? Sí, claro que me gustaría serlo. ¿Por qué no? Pero no necesariamente ese mismo día. Nada cambiaría lo maravilloso que había sido conmigo y nada podría mejorarlo.

—Ah ... Rin no sabe que se ha ganado el cielo contigo —comentó, sacándome los colores.

—Cállate, ¿quieres?

Él había estado a mi lado desde que tenía uso de razón. Durante mi infancia, Seijūrō fue mi apoyo. Cuando mis padres se divorciaron, cuando mi padre nos negó, todo ... Todo resultó más llevadero porque él era mi amigo, pero no solía decir de un modo tan explícito cuánto me apreciaba.

—Él te hace muy feliz, ¿no? —Amplió su sonrisa.

Aunque Rin no se hubiese enamorado de mí. Aunque mis sentimientos hubiesen permanecido ocultos hasta el final. Aunque me quisiera solo como amiga, no podría ser una persona desgraciada. Él era más de lo que podría pedir.

—Mucho —murmuré.

Satisfecho, me instó a dormir y yo no tardé apenas en caer rendida. Fue casi instantáneo. Puede que la ansiedad me hubiera impedido descansar bien esas semanas, pero se había solucionado por fin.

Y así, pasaron los días. Mi gripe mejoró rápidamente y pude concentrarme en estudiar. Rin y yo compartíamos algunos mensajes de texto, bastante escuetos y que no hacían justicia a lo que sentíamos, pero que eran suficientes por el momento.

No fue hasta el martes de la semana siguiente cuando volvimos a vernos. Ese día, los de tercero nos despedíamos del club y del resto de compañeros, así que no era el ambiente más feliz. Sin embargo, al cruzar la puerta de acero junto con Seijū y distinguir cómo Rin giraba la cabeza, esperando encontrarme allí, la alegría desbordó mi pecho.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para camuflar el sonrojo, ya que todos siguieron a Rin y posaron sus ojos en nosotros. Yo me convertí en el centro de sus atenciones y a duras penas logré manejar mi estabilidad sabiendo que él me estaba observando de aquella manera tan desesperada.

Mikoshiba se encargó de empujarme, ayudándome a regresar en mí.

—¡Capitán, por fin has vuelto! —gritó alguien.

—¡Ah, también ha venido Suzumura-senpai! —Lo secundaron inesperadamente.

Desde de lo sucedido aquella mañana, no había vuelto a la piscina. No me había enfrentado a esos chicos a los que tanto apreciaba y que habían presenciado la peor crisis a la que podría haberme arrojado la vida nunca.

¿Y si ahora me desprecian? ¿Y si les avergüenza haberme tenido como mánager?

No los culparía, por supuesto. Cualquiera me rechazaría después de tal espectáculo. ¿Por qué no fui capaz de controlarme? De repente, estaba a punto de pagar las consecuencias por aquel despropósito.

Pestañeé, aferrándome con la mano izquierda a mi propio brazo, el derecho. Estaba haciéndome pequeña, minúscula, delante de las mismas personas que no me habían tomado en serio en ocasiones anteriores y que no me habían demostrado su agradecimiento correctamente.

¿Acaso podrían perdonarme por el ridículo que hice?

—¿Senpai?

Levanté la barbilla y su cabello morado me cegó. Una sencilla sonrisa bailaba en sus comisuras, revelando el anhelo que había guardado desde que nos despedimos en la enfermería, cuatro días atrás.

—Rin ... —Sentí cómo mi corazón palpitaba, agitado.

—Bienvenida —dijo, con sus orbes centelleando—. ¿Ya te has recuperado de tu resfriado?

—Sí. Ahora estoy ... —Tragué saliva—. Mucho mejor.

La cabeza grisácea de Aoi rompió la conversación, interponiéndose entre Rin y yo de un pequeño salto. Él sonreía; desprendía felicidad por doquier. Incluso sus ojos azules parecían alegrarse de verme.

—Suzumura-senpai, me alegra que estés aquí —Noté cómo Rin daba un paso en la dirección opuesta, dejando algo de espacio para que Aoi pudiese acercarse a mí—. ¿Te encuentras bien? Quise ir a la enfermería, pero Rin-senpai y Mikoshiba-senpai me dejaron encargado del equipo. Lo siento —Se disculpó, acompañando esa palabra de una pronunciada reverencia.

—Tranquilo, Aoi —Quise calmarlo—. Entiendo que estos días están siendo muy ajetreados. Pero no tienes que preocuparte. Ya estoy perfecta —Aclaré, agradecida con ese chico.

Él se acarició el mentón, examinando de cerca mi tez, tan colorada que no pude escabullirme.

—En realidad, juraría que nunca te había visto tan bonita, senpai —Su piropo intensificó el rubor, extendiéndolo también por mi cuello y orejas—. ¿Tú qué piensas, Rin-senpai?

Rin se giró, algo confundido, y me miró atentamente. Durante un par de segundos, pensé que no diría más allá de una simple respuesta que siguiese la broma de Aoi.

—Supongo que sí —Reconoció, apartando la vista.

—¿Qué supones exactamente? —Insistió el pequeño.

Una juguetona sonrisa adornaba su rostro. Resultaba evidente su diversión. Saber que su senpai sentía algo por mí debió ser muy revelador para Aoi.

—Que ... —No fue capaz de mirarme a la cara—. Que está preciosa.

Mordí mi labio, controlando el fuerte impulso de arrojarme a sus brazos.

—¿Desde cuándo eres así de sincero, senpai?

La picardía en la voz de Aoi no pasó desapercibida para ninguno y Rin fue el primero en recuperar la compostura, acercándose a su compañero de habitación, con la intención de frenarle.

Un tierno sonrojo estaba surgiendo en sus mejillas, detalle que me debilitó.

—Aoi, cállate o te prometo que ...

Pero mis risas detuvieron aquella graciosa pelea de amigos. Ambos me miraron, perplejos, y esperaron en silencio hasta que yo pude hablar de nuevo.

Feliz por Rin, porque había encontrado a un buen amigo en nuestro kōhai, los intenté amedrentar.

—Aoi, no te metas tanto con Rin. Es tu senpai, ¿recuerdas? —Él asintió, todavía risueño—. Y tú —Miré al mayor de los dos, divertida—, no abuses de la posición que tienes como mayor —Chasqueó la lengua, resignado, aunque podía distinguir el atisbo de una sonrisa en sus comisuras—. Gracias por vuestras palabras y por todos estos meses de trabajo —dije, para terminar. Ellos me observaron hacer una reverencia de sincero agradecimiento— Sé que el equipo queda en buenas manos. Lo único que me apena es que no podré veros crecer como lo hacía hasta ahora —Fui incorporándome y comencé a notar ese ardor en la parte posterior de mi garganta que avisaba de un llanto más que inminente—. Espero que el próximo curso mejoreis vuestros tiempos y que podáis llegar a las nacionales, de verdad.

El gesto de Aoi me dejó destrozada, puesto que sus labios temblaban y sus ojos estaban cargados de espesas lágrimas. No tuve tiempo de decir nada porque él ya se había lanzado contra mí, abrasándome con un cálido abrazo.

Yo miré a Rin, que también lucía bastante apenado.

Torpemente, palmeé la espalda de Aoi, que ya había roto a llorar.

—Vendrás a visitarnos, ¿verdad? —cuestionó entre tiernos hipidos.

Quería decirle que sí, que no desaparecería por completo de sus vidas, pero sus lágrimas empapando mi uniforme lograron que las mías crecieran al instante.

Rin las vio y apreció la fuerza con la que estaba conteniéndome para no acompañar a Aoi. Así pues, caminó hacia nosotros, entristecido, y acarició el cabello de Aoi a modo de consuelo.

—Claro que vendrá, Aoi —Su mirada calmó ligeramente el desasosiego que me generaba aquella despedida—. No se va del país, ¿sabes? —Intentó bromear.

Pero él también sufría, igual que yo, y deseaba consolarlo. Quería pasar todo el tiempo que me quedase allí con él, aunque mis exámenes se aproximaran.

Sin añadir nada a su declaración, alargué mi brazo izquierdo y atrapé la tela de su sudadera. Al sentirlo, Rin me regaló una débil mueca, asintiendo.

Un segundo después, Seijūrō reclamó la atención de todos los presentes. Aoi se alejó de mí, limpiándose las lágrimas, y yo le pedí que estuviera tranquilo a pesar de que no estaba segura de cuánto tiempo aguantaría sin seguir sus pasos, deshaciéndome en un llanto que no podría controlar.

Todos nos reunimos frente a la piscina bajo la órdenes del que todavía ostentaba el título de capitán del equipo. Seijū me pidió que permaneciera a su lado durante el pequeño discurso que había preparado para los chicos, por lo que me situé a su izquierda y respiré hondo. Debía concentrarme en lo que iba a ocurrir y no en recordar que aquel era mi último día como mánager. Por mucho que doliera, esa etapa de mi vida llegaba a su fin y no había nada que pudiera hacer además de mantener mi puesto hasta el final con todo el orgullo que albergaba tras esos años desempeñando la labor.

Mi mejor amigo dijo las palabras que tenía preparadas y, al terminar, me indicó que podía decir algo también. Probablemente, mi escueta intervención no fue memorable para ninguno de los presentes. Bueno, salvando a unas cuantas personas, el resto olvidaría mi nombre cuando el curso acabase. Sería como si nunca hubiese existido.

Agradecí, por última vez, a todos ellos por su esfuerzo y compromiso con el equipo. Al final, todos guardaron silencio.

Pensé que les había molestado. Pensé que estaban deseando perderme de vista. Y, con todos esos pensamientos agujereándome el vientre, agaché la cabeza.

¿El recuerdo que les quedaría de mí sería tan horrible?

—Senpai.

Rin se había plantado a escasos centímetros de mi posición, sosteniendo un enorme ramo de flores de múltiples colores. Ojiplática, observé cómo me las ofrecía, revelándome un pequeña sonrisa a la misma vez.

Mis brazos reaccionaron con lentitud, tardaron un poco en rodear el ramo. Cuando pude sostener el obsequio por mi cuenta, Rin se inclinó, reduciendo la distancia entre nosotros.

—No ha sido idea mía —murmuró, admirando mi perplejidad de cerca.

Yo contemplé su dulce semblante, procesando lo que estaba ocurriendo, pero ni siquiera tuve oportunidad de decir algo porque Yuki-kun, uno de los chicos de segundo, se adelantó.

—Suzumura-senpai —Rin se apartó ligeramente, permitiéndome que centrara toda mi atención en el portavoz del equipo—, gracias por habernos cuidado durante los últimos años —Sonrió de un modo un tanto amargo—. Esta es nuestra forma de pedirte perdón por no haber valorado tu trabajo como debíamos y ... Por no haberte defendido —Algunos de ellos apartaron la mirada, avergonzados y arrepentidos de sus actos—. Lo que dijo Emiya-san estuvo muy mal y no tuvimos el coraje necesario para cuidar de ti. No estuvimos a la altura, Suzumura-senpai. En cambio, tú sí lo demostraste al hablar tan bien de unos desagradecidos como nosotros —Se inclinó, gesto que el resto imitó cuidadosamente. Aquella estampa fue todo lo que necesitaba; mis lágrimas comenzaron a brotar a una velocidad aplastante—. Gracias por todo tu trabajo, senpai. Te echaremos de menos.

Cubrí mis mejillas, consciente de que los sollozos se volverían incontrolables en los próximos segundos.

¿Ellos no me odiaban? ¿No me repudiaban después de todo?

Probablemente, aquella fue la vez que más querida me sentí. No había ningún momento en mi triste vida que se comparase a la sensación de felicidad y alivio que me sobrecogió en aquel entonces.

—Gracias a vosotros —Logré decir, tras lo que la mayoría clavó los ojos en mí—. Creo ... Creo que nunca os lo he dicho, pero estoy muy orgullosa de lo que habéis conseguido.

La voz me temblaba demasiado y mi rostro debía ser un verdadero cuadro. De repente, Aoi se desmarcó de los demás. A pesar de la escasa visibilidad que tenía, pude discernir el logo de nuestra preparatoria en la camiseta que me mostraba. Era una igual a la que todos ellos tenían, identificándolos como miembros del equipo de natación. Yo nunca tuve una y tampoco la pedí por temor a que se rechazase mi deseo, así que, al verla en las manos de Aoi, rompí a llorar como una niña pequeña.

Fue tal el ardor que me trepó por el pecho que me vi en la necesidad de dar la vuelta, enfrentando la pared y evitando que los chicos vieran a su mánager rota, desconsolada, incapaz de recomponerse y dar la cara una última vez.

—Ya sabéis que Nao no es una persona de muchas palabras, aunque no creo que haga falta decir nada más —Interfirió Seijū a mi favor—. Gracias por esto, chicos. Me alegra y me enorgullece haber dirigido un equipo como este —Calló durante unos segundos, dejando que limpiara mi cara y recuperará el aliento—. Nao, tenemos que seguir. ¿Estás presentable ya?

Alargué mi brazo izquierdo, golpeando el suyo en broma. Aquello hizo reír a más de uno y a mí también me sacó una sonrisa.

Poco después, me giré, ya más calmada y sin gotas rodando por mi piel. Sorbí mi nariz y asentí, dándole permiso para que continuara. Aoi me dio la camiseta y yo se lo agradecí antes de que regresara a su lugar junto a Rin.

En el camino, nuestros ojos se cruzaron y solo pude distinguir una gratitud infinita oculta en sus orbes. Rin no solía ser muy expresivo, siendo ese un rasgo que compartíamos, pero habría apostado lo que fuera a que él estaba conteniendo sus lágrimas de una manera muy similar.

Más o menos recuperada, dejé el ramo sobre la mesa, asegurándome de que las flores no rodarían hacia el suelo en un descuido.

Seijū esbozó una sonrisa, satisfecho, y se aclaró la voz antes de anunciar cuál era el punto final que debía tratarse en esa reunión.

—Bien —Se pronunció, conmigo a su izquierda de nuevo—. Ahora solo queda comunicar mi decisión acerca del que será el siguiente capitán del equipo —Susurros al respecto se propagaron por el lugar, declarando una fuerte expectación por el resultado de la deliberación de Mikoshiba—. Mentiría si dijera que fue difícil elegir a mi sucesor —declaró, sorprendiendo a la mayoría—. En realidad, creo que lo tuve claro desde el día que lo conocí, pero eso no quiere decir que el resto seáis menos que él. Ya lo sabéis, ¿no? —comentó, aligerando el ambiente con una broma—. Valoro el esfuerzo de todos por igual y sé que llegareis lejos si os lo proponeis —Su seguridad nos transmitió un sentimiento de paz inmenso—. Por eso, la persona que esté al frente y dé la cara tiene que ser fuerte y respetable. Alguien en quien podáis confiar, a quien podáis contar vuestros temores y pedir ayuda —Añadió, describiendo lo que él mismo había sido durante todo un año—. Y no me cabe ninguna duda de que esa persona os llevará más alto que yo —Se dirigió a mí—. ¿Haces los honores, Nao?

Aunque no estuviera de acuerdo con eso, no podía rebatirle ni una sola palabra después de su emotivo discurso. Me guardé los reproches y agarré la nueva chaqueta de capitán.

Yo conocía al candidato que Seijū tenía en mente desde verano y estaba de acuerdo con su elección. Aunque puede que una pequeña parte de mí estuviera más contenta de que fuese él y no otro.

Caminé hacia ellos, desviándome a tiempo para poner rumbo en dirección a Rin, que me miró, completamente inmóvil. Cuando me detuve delante de él, los chicos rompieron en una cálida oleada de aplausos.

Si minutos atrás él ya había tenido motivos suficientes para secundar mi llanto, al comprender la situación, las razones se multiplicaron, humedeciendo sus ojos por segunda vez.

Aproveché el rumor de los aplausos y me acerqué más a Rin. Me devolvió la mirada, tratando de asimilarlo.

—Tampoco fue idea mía —Le comuniqué, sonriente.

Quería abrazarlo, felicitarlo por haberse convertido en el nuevo capitán, pero el público a nuestro alrededor me lo impedía, por lo que guardé las distancias y esperé a que él me lo agradeciera, educado.

El resto de la reunión estuvo constituido por los formalismos entre el antiguo capitán y el nuevo. Rin declaró lo agradecido que estaba y Seijū acabó la escena dándole un abrazo. Mis labios empezaban a doler después de haber sonreído durante tanto tiempo, pero era inevitable si tenía frente a mí a dos de las personas que más quería en el mundo.

Al igual que Seijūrō, yo también tenía muchas esperanzas puestas en la carrera de Rin. Demostró su compromiso día a día y siempre ayudó en todo lo que estuvo a su alcance. Cuando mi mejor amigo me habló sobre su decisión, independientemente de mis sentimientos, no hubo nada que mi lado más racional y cuerdo pudiera decir en su contra.

Solo admiré la estampa de todos ellos, eufóricos por saber que Rin Matsuoka sería el sucesor de Seijūrō Mikoshiba.

Tras proclamar a Miyano-san como la próxima mánager, Rin dio su primera orden como capitán, comunicando que podían descansar el resto de la tarde y que seguirían con los entrenamientos al día siguiente.

Varios chicos se acercaron a él, con alguna que otra duda sobre el futuro del equipo, así que tanto Rin como Seijū permanecieron allí con la intención de responder a todo lo que se preguntara.

Imaginando que tardarían un buen rato, me dispuse a hablar con Miyano-san de algunos asuntos. Me acompañó hasta el despacho del entrenador, donde le expliqué un par de cosas sobre el papeleo semanal que no recordaba haberle expuesto. También fuimos a los vestuarios para concretar el lugar de los objetos imprescindibles en el cuidado del recinto.

—¿Lo tienes todo claro? —ella asintió, observando cómo cerraba el armario en el que guardábamos los botiquines—. Perfecto, sé que podrás manejarte cuando me vaya —me incorporé, sacando la llave que me había acompañado durante esos dos años—. Aún así, si tienes alguna pregunta, no dudes en preguntarme. Los chicos también pueden echarte una mano.

—Muchas gracias, Suzumura-senpai —me agradeció, ilusionada—. Espero estar a la altura.

Sonreí, contenta con su presencia. Sin duda, era la mejor candidata que podía haber deseado.

—Claro que lo estarás. Confía en ti misma, ¿vale? —le di el juego de llaves, meditativa—. Y no dejes que nadie te pisotee. Eres la nueva mánager de uno de los mejores equipos de natación del país. Recuérdalo.

—Me lo repetiré todos los días. Lo prometo —su alegría era tan adorable que volví a sonreír, notando cierto dolor en las mejillas.

Me giré, comprobando que las puertas de los armarios estaban correctamente cerradas.

—Eso espero —murmuré—. Eres un pilar muy importante, así que debes mantenerte fuerte.

No repitas mis errores, aprende de ellos ahora que estás a tiempo. Ese fue el consejo que no logré darle, puesto que la interrupción de un invitado inesperado se impuso, sorprendiéndonos a las dos.

—Nao, ¿estás ...? —su voz llegó a nosotras desde la puerta. Él se dio cuenta de que no estaba sola. Estuve segura de que se lamentó de haberme llamado por mi nombre delante de Miyano-san—. Ah, senpai, no quería molestar. Volveré cuando ...

—No, capitán —dijo la más pequeña—. Ya hemos acabado —le explicó antes de escrutarme y hacer una reverencia—. Hasta pronto, Suzumura-senpai.

—Adiós —le respondí, contemplando cómo se marchaba sin apenas hacer ruido.

Rin hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y la nueva mánager desapareció del lugar.

Habíamos sido bastante cuidadosos, por lo que me extrañaba que Miyano-san se fuera para dejarnos solos, pero era posible que se hubiera percatado del acercamiento que surgió entre Rin y yo. De igual forma, le agradecía aquello. Había tanta gente ese día que llegué a pensar que no podría pasar ni un triste minuto con Rin.

Un pesado silencio, únicamente perturbado por el lejano murmullo de una conversación que estaba teniendo lugar en la entrada del pabellón, empujó a Rin a cerrar la puerta de los vestuarios con cierto apremio. Vi cómo suspiraba y se apoyaba en la superficie metalizada, descansando por fin.

Debía de haber sido apabullante conocer la opinión de Seijū y encontrarse de repente al mando de todo el equipo. Conociéndolo, era más que probable que ni se hubiera planteado esa posibilidad.

—Enhorabuena por su ascenso, capitán Matsuoka —dije, sosteniendo mis manos mientras esperaba a que él se aproximara.

—Sí, gracias.

Tomó asiento en el banco más cercano, a apenas un metro de distancia de mí. Parecía un poco pálido, como si todavía no entendiera lo que estaba pasando.

Preocupada, me acerqué a él.

—¿Rin?

Analicé sus movimientos; la forma en que levantó la vista y me miró para luego volver a fijarse en el suelo. Pude distinguir media sonrisa en sus comisuras.

—No te preocupes —revolvió su pelo—. Solo estoy un poco saturado ahora mismo.

—¿Por haberte convertido en el capitán? —le pregunté, ansiosa por tranquilizarlo.

—No ... —comenzó a decir, corrigiéndose al poco—. Bueno, sí, pero es más que eso. No esperaba que Mikoshiba-senpai me eligiera a mí porque no sé si estoy realmente preparado para serlo —admitió parte de su temor—. Es otro problema diferente.

Masajeó sus sienes con la mano derecha, preocupándome cada vez más.

—¿Cuál?

Dejé mi mano en su hombro y él, percatándose de lo atribulada que me sentía, se encargó de tomar mi muñeca en un suave movimiento. La agarró y, un segundo después, puso el dorso de mi mano al alcance de su boca, besando mi piel.

Aquel sencillo gesto me estrujó el alma.

Rin mantuvo cerca de sus labios mi mano y respiró hondo. Podía notar el cosquilleo de su respiración en mis nudillos, brindándome una extraña emoción.

—Hasta que no te he visto entrar, no me he dado cuenta de que hoy es el último día que podré verte de esta manera —pegó su nariz a mis dedos, cada vez más cabizbajo, ocultando en todo momento su rostro—. Debería estar feliz. Debería ... Debería ser la persona más dichosa del mundo ahora mismo —resopló, y se ayudó de su otra mano para sujetar la mía con más fervor—. Pero solo he podido mirarte y pensar, una y otra vez, en qué hice mal para que la vida me diera todo lo quería antes de conocerte y que, teniéndolo, solo sea capaz de arrepentirme de no haber reconocido lo que sentía por ti cuando todavía teníamos tiempo.

En el instante en que un pequeño rastro húmedo bañó mi mano, fui comprendiendo el peso de sus palabras.

Claro que se encontraba mal. Yo me iría bastante lejos y no podría visitarle tanto como me gustaría. No nos veríamos apenas y puede ... Puede que nuestra relación no prosperase como deseábamos.

La persona correcta, pero en un mal momento. Ese era también mi mayor miedo; que el amor que sintiésemos no bastase.

Tendríamos que sacrificarnos muchísimo si queríamos que aquello funcionara y él estaba percatándose de ello en el que debía ser uno de los mejores días de su vida como nadador y como estudiante.

—Mírame, Rin —le dije.

Él meneó la cabeza, profundamente herido y en contra de mostrarme su cara embadurnada de lágrimas.

Me recordaba a lo que sucedió en la enfermería, justo antes de que correspondiera a mi confesión. Éramos tan, tan parecidos que llegaba a darme miedo.

—No quiero que me veas así ... —y un sollozo acompañó su declaración.

Una agridulce sonrisa se instaló en mi semblante. ¿Era dolor, lamento, o acaso comprensión? Una mezcla de todas ellas sería lo más sensato.

Nunca lloró delante de mí, aunque tampoco imaginé cómo se vería en mitad de un llanto como ese. Sin embargo, comencé a sentir la urgencia de hacerlo esa tarde, mientras Rin se escondía de mis ojos y apretaba con fuerza mi mano, aterrado por un futuro que no nos permitiera seguir juntos.

—Pero yo quiero ver la cara que pones al llorar —me burlé, enterrando mi otra mano en su cabello, acariciándolo—. Seguro que frunces el ceño, igual que cuando te enfadas.

Lo escuché soltar una rápida carcajada.

Seguidamente, abandonó mi mano derecha y se abrazó a mi cintura, enterrando la cabeza en mi vientre. Así, pegado a mi camiseta, siguió llorando sin controlar demasiado sus sollozos.

Yo me enfoqué en un punto del vestuario, perdiéndome en los tiernos temblores de Rin. Se deshizo en lágrimas mientras mis dedos peinaban su pelo, esperando a que aquello apaciguara su desasosiego aunque fuera momentáneo.

Nada me destrozaba más que verlo tan entristecido. Si supiera que estaría roto de pena, no me habría importado decirle la verdad aquel día de verano, cuando volvimos de vacaciones.

Ese recuerdo alivió un poco el pesar y mi corazón me invitó a confesarle aquello.

—¿Recuerdas la noche que te encontré practicando después de verano? —inquirí, con él aferrándose a mi espalda—. Yo estaba llorando y tú me seguiste hasta aquí para saber por qué estaba así. Incluso me preguntaste si era tu culpa —rememoré.

Gimió, tratando de responderme.

—Sí —logró decir, entrecortado.

Los papeles se habían invertido, puesto que era yo la que intentaba consolarlo a él después de varios meses.

—Estaba tan feliz de que pudieses ser tú mismo que lloré hasta quedarme sin una gota de agua en el cuerpo, ¿sabes? —emitió un sonido de aprobación—. Pero no sólo tuve un motivo para llorar de aquella forma —reconocí—. Me abrazaste de repente y fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaba enamorada de ti. Creí que estaba condenada a un amor no correspondido porque era imposible que amases más allá de la natación —me sinceré con él, sabiendo muy bien que estaba conteniendo el llanto para escuchar correctamente—. Y míranos ahora —me reí brevemente—. Al final, no era una locura.

Él se separó de mi estómago, con la nariz congestionada.

—Nao, yo ...

Al alejarse y poner algo de distancia entre ambos, pude ver con claridad su rostro, todo rojo por el llanto y mojado por unas lágrimas que seguían saliendo.

Rin no continuó hablando. En su lugar, se fijó en mi cara, que también acogía las primeras gotas.

No me frené y atrapé sus pómulos en mis manos. Miré con detenimiento sus orbes, que me transmitían todas esas palabras que no conseguía articular. Sus cejas arqueadas confirmaron mis sospechas. Sí, ese era el semblante de Rin. El más desprotegido y hermoso que había tenido el placer de contemplar desde que lo conocí.

Retiré alguna que otra de sus lágrimas, aguantando los hipidos que buscaban escapar de mi garganta difícilmente.

—El otro día, después de que te fueras, pensé que era un maldito milagro. No lo entendía, pero ... —mi voz se tambaleó—. ¿Acaso hace falta comprenderlo? Por eso ... No cambiaría ni un minuto de este año —le confesé, observando cómo sus labios tiritaban—. Y sé que no voy a dejar de quererte aunque esté lejos de aquí. Es más —sonreí—, hay un porcentaje altísimo de que mi cariño por ti se triplique en las primeras semanas. Soy mucho más débil de lo que ...

Sus afilados colmillos se asomaron cuando apretó la mandíbula, entendiendo cuánto tiempo había sufrido en silencio.

—Naoki —me llamó, con la mirada empapada.

—Lo que quiero decir, Rin, es que —haciendo hueco entre sus piernas, me agaché hasta quedar a su altura. Aún existía una pequeña diferencia y él se vio obligado a levantar el mentón— da igual lo que pase cuando me vaya. Te quiero lo suficiente —apretujé sus mofletes, extremadamente dichosa—. ¿Tú no?

No le culparía si estaba dudando de sus sentimientos. Él acababa de encontrar un nombre a esa incógnita y nuestras vidas se estaban bifurcando a un ritmo vertiginoso. Así que ... Yo me sacrificaría por los dos hasta que su amor pudiera sobrevivir por cuenta propia. Le amaría el doble si fuera necesario.

Frunció más el ceño y, sin previo aviso, se puso de pie. Su figura, imponente, me hizo retroceder. No tenía el equilibrio requerido para permanecer erguida, así que fue un alivio que Rin me agarrase de las caderas un segundo antes de besarme, desesperado por ese llanto que no cesaba y por corresponderme, haciendo que olvidara esa posibilidad que le había planteado.

El escandaloso golpe, seco y repentino, de mi espalda contra las taquillas me asustó, por lo que me aferré a él y encontré refugio en los amables movimientos de su boca.

Rin me rodeó con decisión, pero podía notar el temblor en sus dedos, que luchaban por sostener mi mejilla izquierda en aquel apasionado momento.

Suspiró sobre mis labios, luchando contra esos impulsos que lo arrojaban al llanto nuevamente.

—Ni siquiera sabía cómo decírtelo —masculló— porque no creo que un 'te quiero' haga justicia a esto que me quema por dentro —se palpó el pecho y yo emití un largo sollozo—. Lo entiendes, ¿verdad? —moví la cabeza, asintiendo, y me abracé a su torso, comprendiendo demasiado a lo que se refería. Rin acarició la parte posterior de mi nuca—. Entonces ... Está bien. Aunque sea difícil, podemos hacerlo.

—Vendré todos los meses —le comuniqué, cerrando los ojos—. Te escribiré a diario y ...

—Lo sé —se apresuró a añadir, consolándome—, pero no te presiones demasiado. Entenderé cualquier problema que haya y te ayudaré en lo que pueda, así que no te sobreesfuerces, senpai.

Sonriente, decidí apartarme de su complexión. Él, que aún tenía las mejillas húmedas, se quedó analizando mi desastroso rostro como si fuera una obra de arte.

—¿Tanto miedo tienes de que me lleve al límite? —quise averiguar.

Se inclinó y besó rápidamente mis comisuras, pero, cuando iba a apartarse, se arrepintió y volvió a hacerlo con mayor intensidad.

—Nos parecemos mucho en eso —señaló, dando en la clave.

—Tienes razón —susurré.

Rin siguió besándome, intentando remediar lo que sus miedos habían desencadenado. Atrapó mi cara entre sus grandes manos y curvó los labios, apenado.

—No quería hacerte llorar más y mira cómo estás —se quejó, paseando su cristalina mirada a lo largo y ancho de mi tez.

—No me molesta llorar por ti, Rin —le fui sincera.

Amarle implicaba muchas cosas y estaba lista para afrotarlas. Si debía llorar porque lo amaba, entonces deseaba llorar toda la vida. Llorar por amor no suponía un lastre para mí. Después de haber descubierto ese sentimiento, no sería capaz de regresar al principio, estando vacía.

Entonces, puso esa cara de concentración a la que estaba acostumbrada tras tantos entrenamientos frustrados y batallas perdidas.

—Seamos pareja oficialmente —su proposición me conmovió más de lo previsto.

Si no lo había sugerido yo misma era, básicamente, debido a que no buscaba imponerle mis deseos. Si bien aquella formalidad no suponía mi prioridad, creí que solo significaría un peso mayor en sus espaldas. Ya tenía muchas cosas en mente y no quería, bajo ningún concepto, que nuestra relación se transformara en una piedra más.

Me vino a la cabeza la conversación que Seijū y yo tuvimos en la enfermería e, inevitablemente, esbocé una sonrisa.

—¿Es lo que quieres? —pregunté.

—Sí —afirmó, sin una pizca de duda—. ¿Y tú? —me incitó a darle una respuesta.

—Si es lo que quieres, estoy bien con ello.

Pero le molestó que mi contestación fuera aquella, ya que realizó un tenue mohín con su nariz y sus labios se adhirieron como si fuesen uno solo.

—Odio cuando eres así —me reveló, descansado el brazo izquierdo en las taquillas, pocos centímetros por encima de mi cabello, para conseguir un punto de apoyo.

—¿En serio? —me interesé, intentando descifrar si realmente se había enfadado.

Estaba esforzándose por parecer incómodo y aquel papel que pretendía interpretar me resultaba bastante gracioso.

—Me consientes demasiado —espetó, echándome en cara.

—No lo hago —ladeé el rostro, retándole.

—Sí que lo haces —repitió.

Pasé el pulgar por su pómulo, limpiando una última gota que se estaba secando bajo su ojo.

—¿De verdad lo detestas?

No iba a actuar de un modo que él rechazara. Solo tenía que decírmelo y dejaría de ...

—No —me lo negó, suavizando su semblante—. No podría por mucho que quisiera —aclaró, atrapando mi mano antes de que tuviera la oportunidad de alejarla de su cara—. ¿Quieres ser mi novia, Nao?

Noté ese picor en los ojos, detalle que avecinaba una nueva tanda de lágrimas de la que no podría librarme después de que Rin hubiera reformulado la pregunta para que fuera yo la que hablara por mí misma.

—Claro que quiero ...

Con mi mano derecha, sujeté su camiseta, atrayéndolo hacia mí. Cuando se dio cuenta de mis intenciones, inclinó más la cabeza y no movió su boca ni un ápice hasta que pasaron varios segundos besándolo. Era la primera vez que yo lo besaba y quise pensar que ambos la disfrutamos como si fuera algo único.

Las gotas rebasaban mis lagrimales al cortar la unión con un dulce chasquido.

—¿Quién te ha enseñado a ser tan descarado? —comenté, preguntándome cómo podía quererlo con tal intensidad.

—Nadie. Aprendí yo solito —dijo, orgulloso de ser autodidacta.

Mi carcajada le arrancó una bonita sonrisa, aunque apenas me deleité con ella porque volví a refugiarme en su abrazo, reacia a seguir llorando cuando solo tenía cosas por las que sentirme plena.

Él me pegó a su pecho, inspirando hondo.

—El Rin que yo conozco es un peluche, no un galán —espeté—. Ya tengo suficiente con Seijū, así que no me hagas esto —lloriqueé, ocultando el llanto ágilmente.

—Acostúmbrate, senpai —me abrazó más—. No seré siempre tu adorable kōhai. Ahora también soy tu novio y eso significa que ...

—Está bien, está bien —lo escuché reír, divirtiéndose al mostrar esa faceta madura y masculina que me eclipsaba sin remedio—. Guarda la palabrería y déjame llorar tranquila.

Estuvimos en los vestuarios un rato más, pero el sentido de la responsabilidad me forzó a separarme de él. Estaba haciéndose tarde, la luz debía haber desaparecido ya y todavía teníamos que cerrar el pabellón.

Rin me acompañó a cerrar el despacho del entrenador con el juego de llaves de repuesto que debía tener el capitán, por lo que fue él quién se lo guardó.

Salíamos a la piscina cuando Rin me tomó de la mano, sonrojándome. Solo pasaron dos segundos antes de oír el silbido de mi mejor amigo, que nos esperaba en la puerta principal de brazos cruzados.

Yo rodé la mirada, mostrando una mueca.

—No pongas esa cara y agradece que no os he interrumpido —amenazó, señalándome con su dedo índice.

No traté de soltar la mano de Rin porque él parecía estar bien con esa muestra de afecto, por lo que caminé a su lado mientras entrelazaba nuestros dedos.

—¿Qué haces todavía aquí? —lo interrogué, incapaz de sonar enfadada.

—Eh, eh, no vayas tan rápido. Las preguntas las hago yo —se irguió—. ¿Tengo cuñado ya o vais más despacio que un par de tortugas?

Yo miré a Rin, poco segura de lo que él estaba pensando, pero, para mi sorpresa, hizo una reverencia a Seijūrō, evidenciando algo que no era secreto. Ruborizada, escuché lo que tenía que decir.

—Mikoshiba-senpai, Nao y yo somos pareja. Por favor, cuide de mí a partir de ahora.

Habló con tanta formalidad que aquello parecía más una presentación oficial a la familia, lo que hizo extremadamente feliz al tonto de Seijū, que sonrió de oreja a oreja.

—Quien debe cuidar de alguien eres tú, Rin —reflexionó—. Y no es una persona fácil, te lo aseguro.

—Seijūrō —lo llamé, sin ganas de sus bromas.

Él levantó las manos, haciéndose el inocente.

—¿Qué? Es la pura verdad —pero cambió su tono y volvió a dirigirse hacia un Rin terriblemente sonrojado—. Quién me iba a decir que ganaría un hermano tan pronto —puso la mano en su hombro—. Recuerdas lo que hablamos aquella vez, ¿no? —el pequeño asintió, resistiendo una sonrisa—. Te lo encargo.

—¿De qué hablas? —pregunté, confundida.

—De nada —quiso huir—. ¿Nos vamos?

Empujó la puerta, intentando desviar la conversación. De haber estado solos, le habría sonsacado la información que me ocultaba, pero el calor de la mano de Rin me ayudó a contener el impulso.

Estaba cerrando la puerta cuando Seijū recordó algo.

—Ah, ¿sabes con quién he hablado antes? —se inclinó.

—¿Con quién?

—Momo —me dijo—. Lo he convencido para que venga a Samezuka. ¿No es increíble? —parecía muy emocionado.

—Pensé que no lo conseguirías —lo pinché, ganándome una fea mirada de su parte—. ¿Cómo le va con los exámenes de ingreso? —me interesé por ese chico al que consideraba como mi hermano pequeño.

Vislumbré cierta molestia en su gesto.

—Bueno ... Ya lo conoces —se encogió de hombros.

—Senpai —habló de pronto Rin, desubicado—, ¿de quién estáis hablando?

En ese momento caí en que Rin no conocía a Momo. Se podía leer perfectamente en su rostro que no seguía la conversación en absoluto, por lo que Seijū se apresuró a explicarle con detalle al respecto.

—De mi hermano pequeño. Lo tendrás el año que viene en el equipo, si todo marcha bien —le devolvió su juego de llaves al nuevo capitán, que ya contaba con dos iguales, y los tres nos pusimos en marcha, en dirección a los dormitorios—. Es tan bueno como yo. Incluso mejor. Solo le falta esforzarse un poquito —añadió, conociendo cómo era su hermano—. Además, será mejor que no tenga cerca a Nao.

—¿Por qué? —también me miró, contrariado.

Yo hice una mueca, aunque toda aquella situación me causaba diversión.

—Bueno ... Podríamos decir que Momo tiene un insignificante crush en tu novia, Rin —puntualizó él, mientras contenía la risa—. Si le sumamos eso a que su concentración es un desastre, sería un gran problema, creéme.

Los hermanos Mikoshiba tenían un imperioso afán por las mujeres y Momo siempre tuvo una fijación conmigo que nunca llegó ni llegaría a nada, pero, sin duda, era algo que debía tener en cuenta después de que Rin y yo hubiésemos comenzado una relación sentimental.

Él no era un chico celoso y sabía que entendería ese enamoramiento, que no la tomaría con Momo. Estaba tranquila sobre eso. Es más, juraría que se volverían amigos y que el menor admiraría a Rin una vez lo conociera. Sin embargo, agarré su mano con un poco más de ímpetu, indicándole que no debía preocuparse. Los ojos de Rin me recalcaron que el temor era nulo, y siguió así el resto del camino a pesar de los constantes intentos de Seijū por perturbar esa tranquilidad.

Presenciando aquella amistosa charla entre ambos, mientras uno hablaba del atractivo que poseía su hermanito y el otro se mantenía firme en la inamovible posición de novio, pensé en lo mucho que echaría de menos esos encuentros triviales cuando me graduara.







🌊🌊🌊

Penúltima parte del shot de Rin, según lo que tengo previsto xD

Más de 20.000 palabras; cada día me doy más miedo 🤡

Por fin se han declarado y son novios, lloroooo 😭😭😭🤧🤧🤧🥹🥹🥹🥹

Estoy planteándome seriamente hacer una novela de Rin y Nao sobre su relación después de la graduación, la verdad 🤔. Me da la sensación de que hay muchas escenas que encajan con ellos y que no me podré incluir en la parte final porque se haría eterno y dejaría de ser un "shot" (aunque eso ya es cuestionable ahora mismo 😂).

¿Qué opináis? 🧐

Os quiere, GotMe 💜

01/06/2022

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