|| Arigatō » Takashi Mitsuya {3/3} ||
N. D. A.: cuando terminen de leer este capítulo, siéntanse libres de pasarse por la historia que cuenta el "después" de Narumi y Mitsuya. "Stitch", busquen en mi perfil <3
Sábado. 20:14 p. m.
Estaba en casa terminando de vestirme cuando Yuzuha llamó avisándome de que había surgido un imprevisto y que la pelea había tenido que adelantarse unas horas.
Todo pasó muy rápido: la cena en casa de Mitsuya se pospuso indefinidamente y, al parecer, los chicos ya se encontraban en el lugar acordado.
Probablemente no podría conocer a su madre esa noche porque nadie sabía cuánto tiempo duraría el encuentro, pero ese dejó de ser mi pensamiento principal en el mismo instante en que Yuzuha me contactó.
También me dijo que pasaría a recogerme tan pronto como pudiera y así fue, pues, apenas diez minutos después, ella ya estaba en la calle, subida en su moto. No creí que vendría de esa forma, por lo que tuve que sujetar mi falda durante todo el trayecto.
Le agradecí varias veces que se hubiera tomado la molestia de llevarme con ella. Mitsuya pudo mandarme un mensaje de texto con el que me explicaba en pocas palabras que la pelea empezaría pronto. Si Yuzuha no hubiese pensado en mí, habría llegado demasiado tarde.
—¿Qué hora es? —preguntó al detener el vehículo de dos ruedas en el improvisado aparcamiento.
Más motos se arremolinaban en la zona y un grupo de no más de treinta personas daba voces a unos cuantos metros.
Revisé mi reloj de muñeca y bajé de un pequeño salto al pavimento.
—Son casi las nueve —le contesté.
Yuzuha replicó con un chasqueo de su lengua y puso el seguro a la motocicleta.
—Deben haber comenzado ya —supuso, acercándose a mí.
Agarró mi mano y ambas corrimos hasta aquel pelotón de miembros de la Tōman que animaban a su capitán con un fuerte ímpetu.
Yuzuha y yo nos abrimos paso entre varias chicos que se preguntaron qué demonios hacían allí dos chicas como nosotras. Y, milagrosamente, Hakkai entró en nuestro campo de visión. Su estatura nos ayudó a ubicarlo entre todos los espectadores.
Él nos vio después de que su hermana lo llamase y echó a un lado a algunos de sus compañeros de división para que pudiéramos ver lo que estaba sucediendo en primera fila.
Ni siquiera lo saludé; mis ojos se desviaron a la velocidad de la luz y no pararon en su empeño hasta que visualizaron a Mitsuya, en el centro de aquel círculo humano.
—Taka-chan le está dando una paliza —nos comentó Hakkai—. Ese chico no sabe pelear. Es una locura que pidiera un combate como este.
Yo misma pude corroborar lo que decía. Mitsuya no parecía herido en absoluto. Su equilibrio era perfecto y ni siquiera había perdido el aliento. Sus puños cerrados estaban salpicados por la sangre de Hiro-kun y este último se tomaba del estómago mientras tosía. Debió haber recibido un mal golpe que apenas le permitía mantenerse erguido.
Suspiré, notando cómo el nudo en mi garganta se deshacía y podía respirar con más fluidez.
Sentí la mano de Yuzuha, todavía aferrada a la mía, enviar un suave apretón. Todo estaba bien.
Algo más relajada, observé a Mitsuya. Su chaqueta negra estaba abierta, dejando ver parte de su abdomen. Las luces del descampado apuntaban hacia ellos y, mientras que el semblante de Mitsuya solo desprendía rabia y pena, en el de Hiro predominaba el cansancio.
Estaba demacrado. A pesar de que no tenía muchos cortes, se le veía agotado, sin fuerzas para seguir peleando. Imaginé que Mitsuya había concentrado sus ataques en los costados y el vientre, aunque un hilo de sangre corría por su mandíbula.
—Ríndete, Hiro —le recomendó Mitsuya, consciente de que su rival estaba rozando el límite de lo que podía soportar—. Esto no tiene sentido.
Escupió, con las manos sobre sus rodillas. Una carcajada seca acompañó su triste intento de plantarse frente a su contrincante. Golpearle no surtiría ningún efecto porque sus movimientos eran lentos y fáciles de esquivar.
¿Por qué había buscado ese enfrentamiento? Él ya vio una pequeña demostración de lo que Mitsuya podía hacerle si quería. ¿Qué ganaba con recibir una paliza como aquella?
Se adelantó, tropezando antes de alcanzar a Mitsuya, que dejó caer los brazos.
Seguir machacándolo no debía ser plato de buen gusto. En especial porque no había ninguna posibilidad de que Hiro consiguiera propinarle un mero puñetazo.
—Déjalo ya —insistió, cansado de continuar con su estúpido berrinche—. Solo estás haciendo el ridículo. ¿No lo ves?
Hiro levantó la cabeza, jadeando.
—Puedes ganar aquí ... —dijo, con una mueca surcando su cara—. Pero no voy a dejar ... Que te la quedes.
El rostro de Mitsuya cambió de un momento a otro y entendí que Hiro no había incidido en ese tema hasta entonces. En cuanto me metió en su alegato, la piedad que Mitsuya le había demostrado se esfumó como si nunca hubiera estado presente.
Se acercó a Hiro y le cogió del cuello de la chaqueta. No había distancia que los separase, pero el odio que irradiaba Mitsuya llegó a todos los espectadores de la pelea.
—No la metas en esto —le advirtió, enfureciéndose—. Tú fuiste el que me buscó y ahora no eres capaz de dar ni un jodido golpe.
El suave rumor de que peleaban por una chica corrió como la pólvora. Los chicos que estaban a mi lado se preguntaron si el capitán tenía novia y yo tragué saliva.
Con todos esas suposiciones girando en torno a mí, traté de enfocarme por completo en ellos. No era momento de lamentar algo que nunca estuvo a mi alcance.
Mientras se preguntaban el por qué de esa pelea tan desigual, pude distinguir una sola risa socarrona en la boca ensangrentada de Hiro-kun. Sus labios se movieron, diciendo algo que no llegó a mis oídos debido al constante murmullo que se había esparcido por doquier.
Mitsuya levantó la mano para golpearle y, entonces, el destello de un objeto que sobresalía del bolsillo de Hiro captó mi atención.
No tuve tiempo para pensarlo. Mi subconsciente relacionó lo que sucedería si Mitsuya descubría su costado y Hiro sacaba aquello que había ocultado desde el inicio del enfrentamiento. Provocarlo era lo único que necesitaba para que bajase la guardia.
El resto estaba tan ocupado elucubrando sobre mi posible existencia que nadie reaccionó. Tampoco podía esperar a que otro lo viera, así que, por primera vez en mi vida, di el primer paso.
Me deshice de la mano de Yuzuha. Ella intentó detenerme, pero me escabullí, deseando que mi grito alertara a Mitsuya antes de que Hiro sacara su carta maestra.
—¡Parad!
Mitsuya se giró, sabiendo que me encontraría allí. Los presentes guardaron sepulcral silencio, asombrados de que una chica, enclenque y diminuta, se hubiera atrevido a frenar la pelea.
La extrañeza pintaba su gesto y yo intenté hablar, sin embargo, Hiro aprovechó la distracción y apuntó con su puño a la nariz de Mitsuya. Este, tras recibir el impacto, trastabilló un segundo, y cubrió la zona con su mano.
Alentado por mi aparición, Mitsuya retrocedió un poco y yo corrí hasta él para apartarlo aún más de Hiro. Una débil hilera rojiza goteó desde su rostro por su pecho descubierto, pero me alegré de que no hubiese sido algo peor.
—¿Narumi? ¿Qué estás haciendo? —se dirigió a mí, sintiendo cómo tiraba de su ropa.
Deja de temblar. No es momento de ser la niña indefensa a la que acostumbras, Narumi.
Inhalé, armándome de valor para poder alejarme de él y mirar directamente a los ojos entrecerrados de Hiro.
Cuando me vio ahí, impidiéndole llegar a Mitsuya, empezó a reír. Fue una risa entorpecida por numerosas toses, pero no le importó estar a punto de ahogarse. Era divertido que fuese precisamente yo la que había comprendido sus intenciones detrás de todo el teatro que organizó por esa maldita revancha.
—Tíralo —le exigí, dando la espalda a Mitsuya.
El silencio ayudó a que sus asquerosas risotadas sonasen por todo el descampado. Terminó agachándose, pues reírse estaba jodiendo aún más el penoso estado de su cuerpo.
Si bien había sido apaleado, parecía conservar bastante bien su sentido del humor.
Clavó sus extenuadas pupilas en mí, sonriendo.
—Mira quién ha venido —dijo, burlándose—. La puta del capitán —escupió sangre.
Avanzó un poco hacia mí, amenazándome.
Mis dientes rechinaron a la par que impedía el paso a Mitsuya al sujetar su brazo. Sus palabras podían no alterarme, pero era diferente para él.
—He dicho que lo tires —repetí, conteniendo mi enfado.
Agrandó su sonrisa, provocándome una arcada que conseguí reprimir.
—¿Que lo tire? —volvió a reír, echando un vistazo a los mosqueados miembros de la Tōman, que no sabían cómo actuar—. Está bien —metió la mano derecha en su chaqueta y de ella sacó la navaja que había identificado a pesar de haberla ocultado satisfactoriamente a los demás—. ¿Te refieres a esto, Narumi-chan?
Tan pronto como atisbaron el filo de la hoja, tanto Hakkai como el chico de pelo largo que acompañaba a Mitsuya aquella tarde dieron un paso adelante, entrando en el círculo.
—Las armas blancas no están permitidas en estas peleas —recordó a viva voz—. ¿Quién coño lo ha registrado?
Hakkai se acercó y le arrebató el cuchillo de un rápido movimiento. Puede que le doblará ligeramente la muñeca, pero él mismo se lo había buscado al romper las reglas de ese tipo de peleas.
—¿Tienes idea de lo que se llevan los tramposos como tú, niñato? —intervino aquel que respondía como supervisor.
El de cabello negro siguió la estela de Hakkai. La furia que reflejaba su gesto hizo que unos cuantos chicos retrocedieran, alertados. No obstante, cuando acababa de agarrar el brazo de Hiro, yo me interpuse.
—¿Baji-san? —le dije, temiendo no recordar su nombre. Él me miró, confundido, ya que nadie nos había presentado—. ¿Puedes esperar un momento? Tengo algo que decirle.
La forma de sus ojos era afilada y el brillo en su iris me resultó tosco, rozando la aspereza.
De igual forma, aflojó su agarre y asintió.
Puede que Mitsuya le hubiera hablado de mí. No estaba segura, pero me prometí que debía agradecerle más tarde. Otro en su lugar habría hecho caso omiso a mi petición.
Se retiró junto a Hakkai, supervisando que la distancia entre Hiro y yo fuera adecuada.
Mikey-kun y Draken-kun se acercaron a ellos, también preocupados por lo que ese individuo pudiera hacer.
Sabía muy bien que Mitsuya no quería que me expusiera de esa manera. Por suerte, él comprendía que era yo quien tenía que poner el punto final a esa historia de locos y no dijo nada.
Hiro, excéntrico, me obsequió una mirada llena de odio. Había pasado de quererme a repudiarme. Qué irónico.
—¿Qué? ¿Qué quieres? —sonaba atormentado—. ¿Buscar dejarme en ridículo delante de toda esta gente? ¿Es eso? Ya sé que lo has elegido a él ...
Respiré hondo y dije lo único que había cruzado mi mente después de escucharle soltar tantas barbaridades.
—Me da igual lo que digas, pero que te quede claro —le devolví la amenaza—: nunca fue una elección, ¿entiendes?
Nunca lo fue porque lo quise a él desde el principio. Ni siquiera tenía conocimiento de tu existencia cuando me di cuenta de que sentía algo por Mitsuya.
No le ofrecí la explicación detallada, pero Hiro lo entendió unos segundos después.
De repente, su semblante se oscureció y sentí cómo la compuerta tras la que había ocultado mi miedo comenzaba a ceder frente a sus irascibles ojos.
Antes de poder moverme, él ya me había tomado de la camisa, fuera de sí.
Contuve el aire. Su aliento me golpeó la cara, como un animal a punto de atacar.
El sonido de los botones desgarrándose llegó a los tímpanos, aunque fue difícil comprender que había roto parte de mi ropa ya que los latidos de mi corazón apenas me dejan pensar con claridad.
La silueta de Mitsuya a mi derecha, frenándole, me brindó una pizca de calma.
—Suéltala o te mato —gruñó, al borde de su paciencia.
Lentamente, la fuerza con la que había tirado de la tela desapareció. Mi camiseta interior quedó descubierta, sin embargo, no hice ni lo más mínimo al respecto. No era mi prioridad.
Controlando el temblor de mis manos, tanteé a ciegas hasta llegar a su torso. Mitsuya notó el roce de mis dedos y empujó de un solo golpe a Hiro a sabiendas de que su intervención no ayudaría a que aquello acabase de una buena vez.
—Disfruta de esta zorra —escupió mientras se tambaleaba—. Y tú —me señaló, con su horrible sonrisa manchada de sangre— disfruta antes de que lo acuchille. Porque lo haré, maldita pe ...
Mitsuya se contuvo, pero yo no pude más y descargué hasta la última gota de impotencia que había almacenado desde que me atacó.
Mi puño se estrelló contra su nariz, rompiéndola.
Las pocas clases de Yuzuha habían servido para algo. Gracias a los múltiples impactos que cargaba tras enfrentar a Mitsuya, la fuerza que concentré en ese ataque tan básico logró que cayera al suelo, dando por finalizado el espectáculo.
—No tienes lo que se necesita —musité, recuperando el oxígeno del que me había privado a causa del nerviosismo.
El ardor en mis nudillos se extendió a modo de calambre por todo mi antebrazo, así que tomé mi brazo y escuché la ola de vítores de los miembros de la segunda división.
Algunos silbidos y aplausos se arremolinaron a mi alrededor. No entendí por qué gritaban con tal euforia, pero sí me di cuenta de que había superado uno de mis mayores miedos.
Hiro podía intentarlo otra vez y puede que en eso se basaran sus futuros planes. Ahora, si ocurría de nuevo, no me cubriría y lloraría como la última ocasión. No lo haría.
Los mismos golpes que había recibido de niña ya no me asustaban y el shock que sufrí al percatarse de aquello anuló por completo mi sentido de la orientación.
Por eso tropecé con él en ese intento por caminar hacia atrás.
Las adustas manos de Mitsuya entraron en contacto con mi piel. Me giró y la suavidad de sus dedos me envió una descarga de la que me valí para volver a la realidad.
—Narumi —resoplé al escuchar mi nombre, examinando el rastro de sangre que serpenteaba sobre sus labios.
Parpadeé, notando las espesas lágrimas que tiritaban en mis lagrimales.
No esperé ni un segundo más y me abracé a él. Todavía aturdida por el subidón de adrenalina, me recogí contra su pecho y escondí el rostro en el lado derecho de su cuello.
—Yuzuha-san me enseñó a noquear a alguien —dije, pasando mis brazos por su espalda—, pero no pensé que podría hacerlo.
Poco después, el calor de su brazo sobre mis hombros me invitó a derramar aquellas lágrimas de las que mi subconsciente necesitaba deshacerse. Dejó su otra mano en mi cabeza, atrayéndola más contra su cuerpo.
Aquel detalle me permitió sentir el sudor que resbalaba por sus clavículas.
De repente, su dulce risa ascendió hasta mis desorientados oídos. Esas risotadas torpes y erráticas me sedaron de pies a cabeza.
—Lo has hecho de maravilla —me felicitó en su habitual tono ronco y, entre todo aquel alboroto, añadió—. Es agradable, ¿verdad? Poder proteger a alguien.
Emití un lastimero sollozo, a lo que él me abrazó con más decisión.
—Sí —le dijo la razón, empapando su dermis—. Lo es ...
No estaba segura de haber logrado protegerle, tal y como insinuó entonces, pero sí reconocí para mis adentros más profundos que me protegí a mí misma. Al fin y al cabo, nadie más que yo podía hacer algo así.
Durante un largo minuto, mi único cometido fue llorar y perderme en las tiernas caricias de Mitsuya. Sus dedos peinaban las hebras de mi cabello a un ritmo pausado, aislándome de los gritos y alabanzas que se repetían continuamente.
A pesar de lo cálido que era su abrazo, sabía que no podía permitirme el lujo de fingir que nada había ocurrido, así que, en cuanto las lágrimas empezaron a secarse sobre mis pómulos, me alejé de él. Limpié mi rostro como mejor pude y observé cómo Draken-kun y Hakkai se llevaban a Hiro.
No había perdido el conocimiento, pero lucía mucho más aturdido de lo que recordaba. ¿Tan fuerte le había golpeado? Por un instante, el sentimiento de culpa que había controlado deliberadamente quiso atacarme.
Aunque sólo fue un amago que no llegó a nada, pues la mano de alguien sobre mi hombro ejerció de cadena. Ese pálpito desagradable disminuyó al girarme y tropezar con la amable mirada de Baji-san.
—Ese ha sido un buen golpe —sonrió, abandonando cualquier rastro de severidad en sus pupilas—. No sabía que la chica de Mitsuya era de armas tomar —su carcajada me relajó al momento. Él extendió su brazo de forma amistosa—. Baji Keisuke, capitán de la primera división de la Tokyo Manji. Es un placer conocerte.
Ese apretón de manos era una mera formalidad, pero agradecí que fuera así conmigo. Mitsuya no había podido presentarme a todos sus amigos antes y él fue el primero en acercarse a mí por iniciativa propia.
—Suzuki Narumi. El placer es mío —le contesté tras aclararme la voz, aceptando su saludo—. Siento haber interrumpido la pelea de esa manera.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió, escéptico—. La has mejorado, con creces —aseguró, con ese rastro de diversión resonando en sus declaraciones—. Mitsuya no habría sido capaz de tumbarlo.
El nombrado le dio un pequeño empujón para evidenciar su desacuerdo.
Baji comenzó a reír y sus colmillos salieron a la luz.
—¿Acaso es mentira? —se regodeó—. Tú no lo pasas bien abusando de imbéciles como ese. Te conozco.
Había dado en el clavo. Es más, habría sido capaz de rendirse con tal de no seguir machacando a Hiro. Mitsuya era demasiado bueno; por mucho que el contrario le buscase las cosquillas, no habría tardado mucho más en finalizar aquel sinsentido.
—Está bien, está bien. Tú ganas —suspiró, agotado—. Y no hables como si Narumi y yo fuéramos novios. Todavía no ... —recalcó, dejando la frase en el aire al posar sus ojos en mí.
Vio algo que tanto él como yo habíamos olvidado y era que mi camisa seguía rota. No era tan escandaloso realmente, sin embargo, Mitsuya no dudó en sacarse la chaqueta de capitán y pasarla por mis hombros. Yo quise arreglar de algún modo la abertura que dejaba a la vista mi cuello y el comienzo de mi ropa interior, pero fue en vano. Faltaban varios botones que debían haber caído al suelo y buscarlos no era muy buena idea, por lo tanto, dejé que él colocara correctamente su prenda sobre mi cuerpo.
Mitsuya también se tomó el tiempo de revisar las costuras de mi camisa mientras fruncía el ceño, concentrado.
—Creo que puedo arreglarlo después —me comunicó, convencido de sus habilidades—. Lleva mi chaqueta mientras tanto, ¿vale?
Asentí, tomando los bordes de la tela para tapar mejor mi escote.
La socarrona risa de Baji-san nos alejó momentáneamente.
—Dirás lo que quieras, pero actuáis como si lo fuerais —comentó antes de retirarse—. ¡Chifuyu! Despeja todo esto. No hay nada más que ver.
Mitsuya quiso ir tras él, luchando contra su orgullo y el sonrojo que salpicaba sus mejillas.
Leyendo sus pensamientos, mi mano rodeó su muñeca sin pensarlo y él detuvo su infantil persecución. Baji-san parecía disfrutar molestándole y era gracioso ver cómo Mitsuya intentaba justificar lo injustificable, así que no pude ocultar mi sonrisa.
—No me importa —le dije, buscando un pañuelo en el bolsillo de mi falda— ¿A ti sí?
La tensión en su expresión se disipó tan pronto como comencé a retirar la sangre seca que quedaba repartida cerca de su nariz y boca.
—No. Claro que no —sostuvo mi mano, haciendo así que mis ojos no tuvieran otra salida que encontrarse con los suyos.
Limpié toda la zona sin dejar de sentir la calidez de sus dedos. Al acabar, él sonrió dulcemente y tomó mi mano para poder llevarme hasta donde el resto esperaba.
Teníamos una conversación pendiente, pero aquel no era el momento de decirnos todo lo que habíamos guardado esos días. Se trataba de algo tan íntimo para ambos que no éramos capaces de exponernos frente a tantas personas.
Yuzuha corrió hasta nosotros y se colgó de mi brazo, alabando mis fantásticas aptitudes. Había sido su mejor alumna y no podía estar más orgullosa del gran progreso que había alcanzado en tan poco tiempo.
Con ella comentando mi actitud en el ring de combate, Mitsuya decidió soltar mi mano y avanzar hasta el lugar en que Mikey-kun y Baji-san comprobaban que el descampado fuera desalojado sin ningún altercado de última hora.
El rato pasó y pronto se nos unieron Hakkai y Draken. Nos aseguraron que Hiro-kun se había marchado por su propio pie, jurando que no volvería a meterse en mi vida. Por supuesto, no pregunté qué métodos emplearon para obligarle a decir aquello, pero de igual forma les di las gracias.
Draken se acercó a mí y acarició levemente mi cabello al tiempo que me sonreía.
—Has sido más valiente que algunos de nuestros chicos, Narumi-chan —aseguró.
Hakkai lo secundó, reconociendo mi valor. Plantarme delante de un tipo como Hiro que ya había perdido cualquier capacidad de raciocinio no era fácil y todos ellos me felicitaron por la hazaña.
El último en aproximarse a mí fue Mikey-kun. Él solo se quedó a mí lado, observando cómo los chicos charlaban entre risas. El ambiente era agradable, como cabía esperar después de tantos años de amistad, y sentí que estar allí, compartiendo aquello, era un lujo para mí.
—¿Narumi? —me sorprendió que me llamara por mi nombre a secas, pero obvié aquel detalle y me giré. Sus orbes se achicaron y me regaló una cálida sonrisa—. Bienvenida a la Tōman.
Un inmenso sentimiento de agradecimiento invadió mi interior. Me habría gustado mostrarle cómo me sentía, pero era imposible que pusiera en palabras algo tan importante.
Dejé caer mis hombros y le devolví una sonrisa aún mayor a Mikey.
—Daré lo mejor de mí, capitán.
Los últimos integrantes de la segunda división se despidieron de Mitsuya y Hakkai. Solo quedábamos nosotros. Baji-san no tardó en presentarme a su subcapitán, Chifuyu. Ya no me quedaba nadie por conocer. Todos los nombres de los que Mitsuya me habló alguna vez estaban allí, charlando conmigo como si fuera una más del grupo.
Los minutos pasaban y ninguno daba señales de querer irse. De pronto, Baji comenzó a contar batallitas de cuando eran niños y el resto tomó asiento en unos escalones de piedra que protegían de las repentinas corrientes heladas que sacudían la noche.
Yuzuha y yo seguimos a Hakkai, ocupando un lugar en la segunda fila y ella recordó que mi hermana le había llamado justo cuando me interpuso entre Mitsuya y Hiro. El ruido de la pelea la obligó a alejarse antes de contestar. Con las prisas, olvidé mi móvil en casa y, según me dijo Yuzuha, mi hermana quería saber a qué hora volvería. Yuzuha, presa de la situación, terminó explicándole que me quedaría en su casa a dormir y mi hermana no puso ninguna pega. Puede que se alegrara incluso.
El problema era que el hermano mayor de Yuzuha y Hakkai estaría en casa esa noche y no parecía ser mi simpático con las visitas inesperadas.
—No te preocupes —la tranquilicé, observando sus desilusionados ojos—. Puedo volver a casa. Habrá otro momento para eso.
Ella volvió a disculparse, maldiciendo también al idiota de su hermano mayor. No tenían muy buena relación y Yuzuha comenzó a descargar toda su ira contra él. Me relató varios acontecimientos que evidenciaban su mal carácter. Ciertamente, no me apetecía permanecer mucho tiempo bajo el mismo techo que un individuo como ese.
La convencí de que no me molestaba, pero ella continuó insistiendo en que no había planeado bien aquello. Hakkai, de tanto escuchar sus disculpas, intervino en la conversación y puse verde a su hermana.
—Tendrás que acostumbrarte, Naru-chan. Nee-san es muuuuy irresponsable cuando quiere —afirmó.
Yuzuha, irritada, se tiró sobre él, llamando la atención de todos a pesar de que no sabían el motivo de la discusión. Las carcajadas de Mikey-kun se propagaron y, en un abrir y cerrar de ojos, la risa se había adueñado de cada uno de nosotros.
Seguí con la mirada a los dos hermanos, aunque su figura subiendo los peldaños se apoderó de mis cinco sentidos unos segundos más tarde.
Se acomodó a mi lado y suspiró. Él se benefició del alboroto y se tomó el tiempo de estirar las piernas, apoyando ambas manos en la piedra.
—¿Estás cansado? —curioseé sin levantar demasiado la voz.
Exhaló nuevamente y me miró con una adorable sonrisa cruzando su rostro.
—Un poco. ¿Y tú?
—También —reconocí—, pero esto es bastante divertido. Casi no lo noto.
Yuzuha gritó y Hakkai trató de huir de la furia de su hermana.
Nunca tuve un grupo de amigos con el que hacer esa clase de cosas y, viendo aquella escena, una mezcla de lástima y alegría crecía en mi pecho.
Aquella tenue decepción se vio presa de un florecimiento mayor causado por el roce de sus dedos. Yo no moví mi mano, sintiendo cómo Mitsuya buscaba la manera de tomarla.
—Siento lo de la cena —se disculpó—. Al parecer, mamá tuvo que irse hace un rato por un aviso del hospital. Está doblando turno esta noche.
—No pasa nada —respondí—. Será otro día.
Se las arregló para que nuestros dedos encajaran a pesar de la mala posición. En silencio, dio un suave apretón a mi mano que yo repetí, nerviosa por la cercanía.
Permanecimos un par de minutos sin cruzar palabra, pero, después de haber pasado tanto tiempo solos en la librería, sabía perfectamente que estaba esperando a poder decir algo más.
Su titubeo era tan adorable que aguanté todo lo que pude sin pronunciarme.
—Mitsuya, sé que hay más. Habla —solté, girándome un poco.
Él se rindió y ancló su mirada a la mía. Un imperceptible sonrojo comenzaba a ser visible para mí, sin embargo, me lo guardé y esperé a que dijera aquello que no se atrevía a revelarme.
—Podrías venir a casa y quedarte a dormir —sugirió, afianzando el agarre de nuestras manos—. Mana y Luna deben estar dormidas y mamá no volverá hasta mañana a mediodía. Todavía ... Todavía no hemos hablado de nuestro ... Ya sabes. Sé que es precipitado, pero ...
—Iré —mi determinación le robó el habla. Procesé lo que implicaba y adorné un poco más mi respuesta—. Dijiste que arreglarías mi camisa, ¿no? —su rostro se suavizó, consciente de que estaba hecha un manojo de nervios—. Mi hermana se asustaría si me viera llegar a casa así ...
Mitsuya se inclinó más, ganando algo de espacio.
Yo me humedecí los labios, temiendo que la ausencia de distancias le invitase a avanzar más de lo debido.
—¿Solo por eso?
No me mires así, por favor ...
—Bueno, puede ... —tragué saliva, con mis mofletes humeando—. Puede que no sea solo por eso ...
Con sus párpados entornados, vislumbré el rastro de una sonrisa que estaba engendrándose en sus comisuras.
—¿De verdad quieres?
Mordí mis labios, atenta a sus ojos de cordero.
Tenía muchísimas ganas de estar con él, sin nadie más alrededor. Mi corazón se aceleraba de tan solo imaginarlo, no era un misterio para Mitsuya. Mirarme le bastaba para saber que nada podría ponerme más ansiosa que esa idea.
Tras unos duros segundos, conseguí mover la cabeza, asintiendo. Al mismo tiempo, intenté esconderme de él bajando la barbilla.
Si seguía sosteniendo su mirada, acabaría pareciendo un farol rojo que podría iluminar toda la zona en un instante.
Cerré los ojos fuertemente, deseosa de que mi rubor no llamase demasiado su atención, pero enseguida sentí el calor de su propia mejilla sobre la mía y dicha misión fue imposible de cumplir.
Poco a poco, levanté los párpados.
Mitsuya frotó con suavidad nuestros pómulos. Me recordó a un gatito buscando mimos y el calor en mi rostro se disparó de nuevo.
—Si eres tan linda —me susurró—, será difícil que me controle, Narumi.
Sus palabras bailaron en torno a mí, aturdiéndome.
—¡Eh, Mitsuya!
Ese llamado le obligó a separarse de mí.
Cuando se dio cuenta de que solo era Baji-san en su divertido afán por avergonzarle, saltó del peldaño y corrió hasta él, dejándome sin una pizca de oxígeno.
No volví a hablar con Mitsuya hasta que, una hora después, los chicos comenzaron a decir que se hacía tarde. Yo lo busqué con la mirada y, antes de que pudiera encontrarlo, él tomó mi mano.
Yuzuha y Hakkai preguntaron si Mitsuya me llevaría a casa. No pude responder y fue él quien comentó que iríamos primero a su casa para poder coser mi camisa. No quería hacerme pasar por el mal trago y, ciertamente, los demás no necesitaban tener todos los detalles de lo que ocurriría esa noche.
Si bien no estaba pensando en nada fuera de lo normal, la sensación que se apoderó de mí al llegar a su moto fue nueva y alarmante. ¿Y si él quería hacer algo para lo que yo no estaba lista?
Estaba tan distraído pensando en todo eso que acabé tropezando con su espalda. Mitsuya se burló un poco de mí, recalcando lo distraída que había estado ese último rato, y sacó un casco de la parte trasera del vehículo. Él hizo un gesto con la mano para que me acercara.
Colocó el accesorio en mi cabeza y se tomó su tiempo con el cierre del mismo, asegurándose de que quedaba bien ajustado.
—No tienes porqué ponerte nerviosa —me comentó de repente.
Y estaba en lo correcto. Al fin y al cabo, apenas estábamos dando nuestros primeros pasos como pareja. Ni siquiera lo éramos oficialmente y yo ya me preocupaba por temas demasiado complejos.
—¿Tú no lo estás?
Mi interrogante fue inesperado para Mitsuya. Lo leí en sus pupilas, en cómo acarició mi mejilla tras asegurar el cierre del casco.
—Sí —me reconoció—, pero también soy feliz. Creo que eso lo compensa.
Así era. La satisfacción de ser correspondida por él me hacía infinitamente afortunada. A pesar del constante hormigueo que trepaba por mis extremidades, tenerle conmigo y saber que sentíamos lo mismo era mucho más importante.
Mitsuya ya se había subido a la moto cuando me ofreció la mano para montar tras él. No era la primera vez que montaba en una, por lo que no fue difícil acomodarme. No me lo pediría, pero sabía que estaba esperándolo. La necesidad de tocarle era abrumadora y cuando pasé los brazos, aferrándome a su abdomen desnudo, el escalofrío que le sobrevino no me pasó desapercibido.
—¿Tu casa está muy lejos? —pregunté, apoyando la mejilla en su espalda.
Mitsuya carraspeó y el rugido de la moto logró que me afianzara aún más a su cuerpo.
—Solo son cinco minutos hasta allí —confirmó—. Sujétate bien, ¿de acuerdo?
Tal y como pidió, me mantuve agarrada a él durante todo el camino.
El trayecto pasó más rápido de lo que me habría gustado. Cuando tuve que alejar las manos de su torso, sentí la pérdida de calor en estas y cómo el rubor se extendía hacia mi rostro.
Él me ayudó a bajar y los dos fuimos hasta la puerta de su casa. Era una planta baja, cerca de mi barrio.
Cuando Mitsuya abrió la puerta, intentó ir con cuidado y no hacer mucho ruido. Por lo que me dijo, su madre debió dejar durmiendo a Mana y Luna antes de irse al trabajo. Teniendo en cuenta eso, pasé el umbral, siguiéndole de cerca.
—Iré a comprobar que están en la cama —me susurró, a lo que yo asentí.
Pero no fue necesario que lo hiciera, pues dos cabecitas asomaron desde la última habitación del pasillo que recorría la casa.
No las culpaba. Debía ser difícil dormir sabiendo que no había nadie allí.
Las dos se alegraron de ver a Mitsuya y cuando me distinguieron en la oscuridad no perdieron ni un segundo. Salieron corriendo de su cuarto, contentas por mi repentina visita.
—Naru-chan, ¿qué haces aquí? Ya no es hora de cenar —preguntó Mana, agarrando mi larga falda a modo de saludo.
—Bueno, yo ... —balbuceé, acariciando su cabello suelto.
No contemplé aquella posibilidad. Confié en que las niñas estarían profundamente dormidas y que no habría explicaciones que dar. Decirles que solo había acompañado a Mitsuya y que me iría pronto sería mentira, entonces ...
—Naru-nee, ¿te quedas a dormir? Mit-chan dijo que vendrías hoy —se pronunció Luna, aferrada a la cintura de su hermano.
—Eh, vosotras dos —las detuvo Mitsuya, consciente de que no sabía cómo explicarles lo que pasaba—, no pregunteis tanto y decidme por qué estáis despiertas. A mamá no le hará gracia que andeis correteando a estas horas.
Luna hizo un puchero, sujetando más a su hermano mayor. Mana, por el contrario, escondió la cara en la tela de mi falda y se agarró a mi pierna.
—Solo estábamos esperando a que volvieras —aseguró Luna, preparada para ser amonestada—. Cuando mamá no está eres tú quien duerme con nosotras.
Las dulces palabras de Luna me ablandaron al segundo y supe por su semblante que él también había caído ante los encantos de la niña.
Mitsuya se agachó y la levantó en brazos. Una pacífica sonrisa surcaba sus labios cuando me miró. Luna se abrazó a su cuello, enterneciendo la imagen que tenía frente a mis ojos.
—Está bien —cedió, extendiendo la mano hacia Mana, que observaba todo pegada a mí—, pero vamos a la cama ya. Es muy tarde. Narumi-chan irá al baño mientras tanto.
—No hace falta —le contesté, sintiendo a Mana alejándose de mí para tomar la pierna de Mitsuya.
No obstante, él me indicó con unas pocas señas dónde quedaba él cuarto de baño y movió sus comisuras sin emitir sonido alguno. Por lo que leí en ellas, me instó a usar el aseo para una ducha si me apetecía.
Yo me negaba a causar molestias innecesarias y sacudí las manos, haciéndole saber que no hacía falta.
Mitsuya no hizo más comentarios al respecto y se marchó hasta la habitación de la que ambas habían salido. Yo, incómoda, divisé el baño y me dispuse a caminar cuando él salió de nuevo.
Encendió la luz del pequeño cuarto y me animó a pasar ladeando la cabeza.
—Estoy bien así, de verdad —reiteré—. Te ayudaré a acostarlas y ...
Su mano rodeó mi muñeca y así pudo acercarme a su posición. Sus dedos estaban calientes.
—Te traeré algo de ropa, ¿de acuerdo? Yo me ocupo de ellas, tranquila.
—Pero ...
Mi reproche no llegó a nada gracias a su maravillosa habilidad de callarme. Solo fue un beso en la mejilla que se las arregló demasiado bien para hacer desaparecer cualquier queja que tuviera.
Mitsuya se quedó ahí un segundo más; con su boca rozando mi pómulo.
—Una ducha rápida no te hará daño, Narumi —mi silencio se convirtió en la respuesta que él esperaba—. Se dormirán enseguida, vamos.
¿Y cómo te podría decir que no si lo haces de esa manera?
—Vale —me cogí al marco de la puerta, con el corazón a punto de estallarme.
Se apartó, satisfecho.
—Te dejaré la ropa fuera —me indicó.
Sentía la garganta seca. Estaba deseando tener algo de tiempo a solas con él, así que no puse más objeciones y me saqué su chaqueta de capitán, sonrojada hasta la médula.
La agarró y aguardó hasta que me metí en el baño, cerrando tras mi paso.
Intenté ser rápida porque supuse que él también querría asearse antes de dormir y me conciencié de que debía calmar mis emociones si quería que las cosas marchasen correctamente. Aunque Mitsuya tuviera el extraordinario poder de cegarme, tenía que mantener la cabeza sobre mis hombros si quería decirle todo lo que había reservado para ese momento.
Al salir del baño, me sequé y volví a colocarme la ropa interior. Después de eso, abrí lentamente la puerta y recogí las prendas que Mitsuya había dejado en una esquina del pasillo.
La camisa no era muy grande, pero llegaba con facilidad por encima de mis rodillas. Por otro lado, el pantalón de deporte que me prestó era más ancho y necesité de varios nudos para hacer que se mantuviera en mi cintura sin caerse.
Vestida, me di cuenta de que su aroma estaba ahí, mareándome más y más. ¿Cómo iba a estar calmada si estaba rodeada de él?
Antes de ducharme, me hice una pequeña coleta con una gomita que siempre llevaba en la muñeca y decidí mantenerla porque, a pesar de haberme duchado, notaba un fuerte calor por todo el cuerpo que no se iba por mucho que respirase hondo.
Me armé de valor y salí, tomando el borde de la camisa entre mis dedos.
Cuando me acerqué a la habitación de la que provenían esas voces, me encontré a Luna y Mana bastante ocupadas. Mitsuya tenía gesto de cansancio, pero había seguido la indicaciones de sus hermanas y descansaba, sentado sobre la cama que presidía el dormitorio mientras las dos pequeñas se ocupaban de cubrir su cara con adorables banditas de toda clase.
Él me vio y suspiró, incapaz de hacer frente a los exhaustivos cuidados médicos a los que le estaban sometiendo.
Sin duda, era una escena que me habría gustado observar durante algo más de tiempo, pero el reloj marcaba más de medianoche.
Al final y con algo de esfuerzo, pudimos convencerlas de que Mitsuya estaba bien. Ellas lo dejaron ir a la ducha a regañadientes, aunque, cuando se dieron cuenta de que yo estaba allí, insistieron en que querían un cuento antes de dormir.
Yo pensé que no sería efectivo. Se las veía muy despiertas y no sabía si conseguiría algo con esa lectura, sin embargo, en el momento en que pasé la segunda hoja, eché un vistazo y descubrí cómo descansaban la una junto a la otra. Mana se durmió abrazando a su hermana mayor y, con sus suaves respiraciones a un ritmo bajo, yo decidí salir del cuarto.
Si volvían a despertarse, probablemente sería imposible que pegaran ojo el resto de la noche.
Quise comprobar si Mitsuya seguía en el baño, pero la luz apagada me confirmó que no. Lo busqué en la siguiente habitación, poco segura de dónde podría situarse su cuarto. Por suerte, di con él enseguida.
En una camiseta de manga corta negra y unos pantalones similares a los que me había prestado, había tomado asiento al borde del colchón de la que parecía su cama.
Nunca había estado en el cuarto de ningún chico y que la primera vez fuera esa me frenó al principio.
No había mucho espacio y lo único que pude distinguir fue un armario en el lado opuesto a la cama y un escritorio bajo la ventana bajada.
La luz de la mesilla de noche alumbraba su regazo, donde descansaba mi camisa. La aguja que tenía en su mano derecha me dio información suficiente y pudo comprender a qué se estaba dedicando a pesar de la escasa iluminación.
Me atreví a entrar, pero él estaba tan concentrado cosiendo nuevos botones a mi camisa que no reaccionó a mi llegada hasta que me situé a su izquierda. Percibir mi presencia le bastó para perder la compostura y clavarse la puntiaguda herramienta en uno de sus dedos. Pacientemente, observé cómo se llevaba el dedo anular a la boca y chupaba la herida con el propósito de cortar la hemorragia.
—Lo siento —me disculpé, temerosa.
—Ah, no es nada —dijo, comprobando que la sangre ya no salía—. Estoy acostumbrado —sonrió y levantó la cabeza—. ¿Se han dormido?
Yo me acerqué más, preocupada por su dedo.
—Sí.
Su cama no era muy alta, pero, al estar yo de pie frente a él, tuvo que alzar bastante la barbilla para poder mirarme.
Cuando tomé su mano y examiné la punta de sus dedos, vi la hilera de heridas que se repartían por su piel.
No estaba segura del motivo por el que se había pinchado tantas veces. Podían ser las intempestivas horas o, por el contrario, mi presencia en su casa. Fuera cual fuera, no quería que siguiera esforzándose de aquella manera, por lo tanto, le arrebaté mi ropa y la dejé sobre la cama.
Mitsuya fue testigo en silencio. No dijo nada y permitió que yo hiciera aquello, sin ninguna intención de réplica.
También entendió que había llegado el momento de hablar.
Apartó los utensilios de costura, depositándolos sobre su escritorio, y regresó a su lugar.
Por alguna razón, no pude tomar asiento a su lado en la cama. Estaba tensa, lo sabía, pero no supe qué hacer o qué decir cuando él me agarró la mano.
Su cabello húmedo captó mi atención durante unos segundos.
—Tu mano —habló, despertándome—, ¿está bien?
Si me fijaba, se podía ver la huella de aquel golpe en mis nudillos. Eran simples rasguños que enrojecían levemente la zona, pero no me molestaba. Si Mitsuya no lo hubiera preguntado, puede que no hubiese sido consciente de que quedaba ese rastro en mi piel.
No dolía. En realidad, solo pensaba en que él estaba allí, a mi alcance.
De repente, mi otra mano aterrizó sobre su mejilla. Ambos nos miramos, perplejos.
¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso no podía manejar esos sentimientos que ansiaban desbordarse?
—Cuando te conocí, me miraste igual —declaró Mitsuya, rompiendo el apacible momento.
—¿Igual? —le pregunté un poco desorientada.
El calor de su rostro fue propagándose por mis dedos, por la palma de mi mano.
—Sí —asintió, dulcificando su mirada—. Me miraste como si no quisieras que me fuera. Como si me necesitases aunque no nos conociéramos todavía.
Me avergonzaba saber que él me vio de esa manera, pero era el modo que mi interior había hallado para expresar cuan atrapada me tenía. Si se fijó en eso la primera vez que nos vimos, estaba diciendo que me tuvo en cuenta desde el principio. Nunca fui invisible para él.
El tacto de sus manos, subiendo por mis costados lentamente, me cortó la respiración. Me impulsó más hacia él, logrando que quedase entre sus piernas.
—Estos días ... Me he dado cuenta de lo codicioso que soy —comentó.
—¿A qué te refieres?
Repartí débiles caricias a su pómulo. Caricias que él aceptaba y disfrutaba con toda libertad.
¿Cuándo se volvió tan preciado para mí? ¿En qué instante comencé a alegrarme por tenerlo en mi vida?
—Desde que dijiste mi nombre y sonreíste ... —recordó con voz suave—. Solo he querido verte tantas veces como pudiera —me desveló, afianzando sus manos a mi complexión—. Ni siquiera lo pensaba, solo ... Solo iba hasta allí y esperaba que me miraras con la misma emoción. Quería ... Quería ser yo quien te hiciera lucir tan feliz.
Apreté mis labios, conmovida.
Todo ese tiempo, debido a mis inseguridades, creí que aquel sentimiento era unilateral. Que Mitsuya nunca podría quererme de forma amorosa por mucho que lo deseara y, en realidad, siempre estuvo velando por mí.
No quería llorar, así que me tomé unos segundos para recuperar el habla.
—Estar contigo me hace feliz, Mitsuya —me aventuré a decir, apabullada por la sinceridad que estaba demostrando—. También quiero verte todo el tiempo y ... —mi pulso empezó a fallar y, por miedo a que él lo sintiera, desplacé mi mano a su hombro, sujetándome con fuerza a su camiseta—. Yo ... Ahora no sé cómo explicarlo, pero ...
Declararme a través de una llamada era mucho más fácil que soltarlo con él a unos pocos centímetros de distancia. Sus ojos reflejaban amabilidad y cierta ternura, comprendiendo lo difícil que me estaba resultando.
—Ven —me pidió.
Él tiró de mi cintura y marcó las directrices para que me sentara sobre sus piernas. Aquello hacía que estuviésemos tan cerca que podía escuchar a la perfección la ruidosa orquesta que se había propagado por mi pecho.
Con el objetivo de que estuviera más cómoda, se echó hacia atrás. Mis rodillas desnudas se posicionaron a ambos lados de su cuerpo, algo similar al viaje que compartimos en su moto un rato antes. No obstante, ya no era su espalda lo que tenía frente a mí, sino su rostro.
Las facciones de Mitsuya eran dóciles y me invitaban a respirar.
Debía verme como un farol rojo. Era vergonzoso no ser capaz de controlar mis nervios y, a pesar de todo ese bochorno, Mitsuya no se burló. En su lugar, alzó el brazo y atrapó mi sonrojada mejilla en su mano.
Relajó el gesto y esbozó una sonrisa que contenía demasiadas esperanzas.
—Me avergüenza admitirlo, pero tuve envidia de ese chico —la profundidad de su iris anestesió mi corazón por momentos—. Fue el primero en declararse a ti. Fue capaz de decirte lo que sentía, aunque su veracidad sea cuestionable. Yo salí huyendo y no te enfrenté adecuadamente —dijo, arrepentido—. Querer a alguien me hizo sentir una debilidad nueva que no sabía cómo gestionar. Por eso entiendo que te resulte complicado decirlo —sentí cómo mis músculos se destensaban al ver la dulzura recorriendo su semblante—. Iremos sin prisas. No tienes que preocuparte por nada de eso, Narumi.
Aquella sensación que me embriagaba iba más lejos de lo que creía. Cuando lo miré en ese instante me di cuenta de que el término "gustar" no le hacía justicia.
—¿De verdad te sentiste así?
Mi pregunta consiguió que el color rojizo se extendiera a todo correr por el resto de su cara.
—Es infantil, lo sé —con una mueca cruzando su rostro, soltó un par de torpes risotadas—. Perdón. Quise decírtelo cuando te besé y ...
No reprimí aquel impulso que nació de mis adentros y me apoderé de sus labios. Mi poca experiencia hablaba por sí sola, por lo que el beso que le robé fue mucho más breve y desastroso que el único que habíamos compartido ambos.
No sabía cómo hacerlo, cómo hacer que mi inocente enamoramiento llegara hasta él. Solo se me ocurrió eso, tomándole por sorpresa. Mi movimiento no estaba planeado y supuse que Mitsuya se mantuvo inmóvil porque mi súbito ataque era poco probable.
Un par de segundos bastaron para saciar mi ansiedad.
Al separarme de él, sentí cómo los ojos se me humedecían.
Quería estar a la altura de lo que él merecía. Quería que se sintiera orgulloso de mí.
Él observó, estupefacto, mis orbes vidriosos.
—Pero tú has sido el primero en todo lo demás, Mitsuya ... —susurré, firme y decidida.
Procesar mis palabras no le llevó más de unos segundos y, cuando lo hizo, su respuesta consistió en atraerme hacia él y fundir nuestras bocas en una.
Sus manos se apropiaron de mi cintura y, de pronto, algunos de sus dedos rozaron mi piel, subiendo ligeramente la camisa que me había prestado. Mientras él me tocaba, yo me aferré a su ropa. ¿Cómo podía tomarme de esa manera tan vigorosa y pretender que mis constantes vitales siguieran un ritmo pausado?
Pronto entendí que ese beso no era cómo los demás. Que sus labios acariciaran los míos era algo encantador y tierno, pero no se parecía a la intensidad con la que me besó entonces. La paciencia que sentía normalmente cuando nos tocábamos estaba bajo mínimos; ni siquiera sabía si él se había estado controlando.
¿Podría ser ese el resultado de la desaparición de la distancia que establecimos entre ambos desde que nos conocimos? Toda la prudencia que percibí en él se desvaneció y lo único que tuve presente fue la presión de su lengua entreabriendo mis labios.
Algo cálido se fundía en mi pecho. ¿Qué era? ¿Por qué no me dejaba pensar con claridad?
Mis articulaciones se movieron sin avisar. La situación era propicia a ello y yo me abracé a su cuello, desesperada y abrumada por la calurosa oleada que su cuerpo me ofrecía.
Mitsuya notó mi acercamiento y profundizó en mi boca.
Nunca se me pasó por la cabeza que un roce como ese me haría sentir tan bien. A pesar de la vehemencia con la que me besaba, no era forzado ni rudo conmigo. Incluso cuando perdimos el equilibrio, cayendo sobre su cama, él tomó las riendas y se colocó sobre mí, pero no experimenté nada similar al miedo que se apoderó de mis nervios cuando Hiro se abalanzó sobre mí.
Lo que Mitsuya me ofrecía era abrasador y desbocado, pero al mismo tiempo también se sentía acogedor. Como si me envolviera en su esencia y perdiera el rumbo del exterior. La humedad de sus labios y el cosquilleo de su cabello rozando las yemas de mis dedos era lo único que reconocía.
Comenzaba a faltarme el aire y supe por la tirantez con la que me sostenía que él también estaba llegando a su límite.
De repente, él cortó el beso y se incorporó.
Jadeando, abrí los ojos y descubrí que su estado físico era idéntico al mío. También le costaba mirarme; el brillo en sus retinas me indicaba que ese tipo de intimidades eran nuevas para los dos.
Sus labios estaban húmedos y el aliento agitado, pero lo que más llamó mi atención fue la rojez que coloreaba sus cachetes. No pude evitarlo y ordené a mis manos que bajaran. En el camino, dos de mis dígitos tocaron su pendiente.
Mis palmas abarcaron sus sonrojadas mejillas y esperé a que dijera lo que trataba de hacerme saber.
—No puedes ... No puedes decir algo así de pronto porque yo ... No sé cómo contenerme si lo haces —expuso, acalorado.
La inexperiencia hablaba por nosotros. Nuestro interior estaba tan revolucionado después de conocer los sentimientos del otro que era complicado no entregarse a la adrenalina del momento.
El ardor de su rostro calentaba mi piel. Una parte de mí quería volver a besarlo de nuevo, pero la visión que tenía de él, desorientado y adorable, fue más contundente. Agitó mi pecho, reiterando cuánto me afectaba saber que era yo la culpable de esa linda expresión.
—No quiero que te contengas —declaré, deshinibida—. Me gusta que seas tú mismo y me gusta que me toques como lo acabas de hacer. No dejes de hacerlo, por favor ... —acabé susurrando, atrapada bajo su esbelta figura.
Él abrió sus ojos, como si temiera haber escuchado mal. Mi mirada dilatada fue suficiente para que comprendiera que estaba siendo seria con mis palabras.
Al poco, emitió un sonoro suspiro y se agachó, escondiéndose a un lado de mi cuello. Dejé caer mis manos, hipnotizada por la inocente manera que tuvo de ocultar sus incendiados mofletes.
—Mierda, Narumi ... —la punta de su nariz recorrió parte de mi garganta, estremeciéndome—. ¿Qué me estás haciendo?
No lo sé ... No sé qué es esto, pero quiero atesorarlo. Quiero ver a dónde nos lleva, Mitsuya.
Permanecimos en aquella posición un rato hasta que él se apartó y echó un vistazo a mi apaciguado semblante. Después dio dos besos cortos a mis labios y se incorporó.
—Traeré el futón, ¿vale?
—¿Por qué?
Me observó, contrariado.
—Para dormir —respondió con toda naturalidad—. Tú te quedarás en mi cama y yo ...
Como un resorte, me senté a su lado.
—No.
—¿No?
Sostuve su brazo y me di cuenta de que no quería separarme de él.
Lo lógico sería que hiciéramos eso. Él dormiría en otra parte y me dejaría descansar allí, pero necesitaba ser egoísta. Dormir con Mitsuya era una fantasía que nunca imaginé hasta ese segundo.
Mientras ordenaba mi mente y me disponía a decirle aquello, él tomó la delantera y se acercó a mí. Fue un beso rápido que apenas sentí. En su lugar, me centré en la calidez que desprendía su torso y aguanté la respiración.
—Pensé que no querrías —admitió.
—Te he echado de menos —mi rubor aumentaba cada vez más—. Claro que quiero.
Ladeó la cabeza, admirando lo vergonzosa que estaba siendo de repente.
—Ah ... Podría pasar toda la noche escuchándote decir eso —se inclinó, sobrepasando mis defensas a una velocidad inverosímil—. ¿Lo volverías a ...?
Yo apreté mis labios, mucho más tímida que minutos atrás.
—Te he echado mucho de menos —repetí, cumpliendo su petición—. Estos días sentía como si algo faltase y ahora que estoy aquí no ... No quiero separarme de ti.
Estaba llena por dentro. Notaba la felicidad desbordándose y no sabía cómo detenerlo, así que solo me quedaba decirlo para que él fuera consciente de cuánto me importaba. Aprendería a expresar mejor mis emociones. Lo haría para que Mitsuya no dudase ni por un segundo que ...
—Te quiero —su voz me golpeó y no supe qué decir—. Y no me separaré de ti. Te lo prometo.
Lo dijo con tal convencimiento que solo pude asentir.
Él ... Realmente acababa de declarar su amor por mí.
La conmoción me impidió corresponder un último beso que depositó sobre mis comisuras, tras el cual, Mitsuya alargó el brazo y apagó la luz de su mesilla. A oscuras, tomó mi mano y me ayudó a entrar bajo las sábanas. Esperé a que se cubriera también, ciñéndose a mi lado.
Estábamos cara a cara, pero no comencé a diferenciar su rostro hasta pasados unos minutos. La penumbra adquirió un poco de claridad, permitiéndome encontrar sus brillantes ojos en la oscuridad.
Mordisqueando mi labio inferior, acomodé mi cabeza en su almohada.
—Estás haciendo esa cara —murmuró, algo divertido—. Cuando quieres decir algo y no sabes cómo, frunces tu ceño. Igual que un cachorro asustado —su habilidad para leer mi gesto a pesar de la opacidad en la que estábamos envueltos me sorprendió—. ¿Qué es?
Sé sincera, Narumi. No descansarás en paz hasta que te hayas abierto completamente a él, ¿no es así?
—Creo ... Creo que yo también te quiero.
Mi murmullo le alcanzó y habría dado lo que fuera por ver la exaltación en sus pupilas, no obstante, Mitsuya pasó su brazo por mi costado. Me atrajo hacia su pecho, donde coloqué mi mano. Sus latidos habían aumentado y llegó un momento en que ya no supe discernir entre los suyos y los míos.
—¿Lo crees? —ante su pregunta, me apresuré a asentir—. Bien ... —y me apretó más contra él, luchando por no revelar su alegría.
Entonces era algo mutuo. Nuestros corazones gritaban de alegría y yo no quise callarme más.
—Mitsuya.
—¿Sí? —sentí su boca cerca de mi cabello.
—No es que lo crea. Estoy segura —aclaré.
—¿También quieres que pasemos toda la noche despiertos? Porque estoy a punto de perder la cabeza, Narumi ...
Su adorable amenaza me sonrojó como nunca, tras lo que tomé la tela de su camiseta en un puño.
—Es ... Es demasiado pronto para eso, ¿no?
Mi inocencia también tenía un límite. Era una broma, lo sabía, pero no pude evitar imaginar algunas de las cosas que podrían ocurrir en un futuro no muy lejano.
Mitsuya rio, besando mi cabeza entretanto.
—Tan linda ... —musitó, abrazándome todo cuanto podía—. ¿Qué quieres hacer en su lugar?
Su propuesta me mantuvo callada durante un minuto que se nos antojó eterno. Me revolví, escuchando los muelles de la cama quejarse.
—Puedes ... ¿Puedes decirme qué te gusta de mí?
Desde que correspondió a mis sentimientos, esa pregunta se estuvo repitiendo en mi interior una y otra vez. ¿De verdad había algo, por simple que pareciese, que amase de mí?
—Esa sería una lista muy larga —reconoció.
—¿En serio?
Sus débiles carcajadas vibraron a mi alrededor.
—Probablemente amanezca si empiezo a enumerar todas las cosas que se me pasan por la cabeza ahora mismo. ¿No quieres dormir?
El sueño desapareció en el mismo instante en que estuvimos solos en esa habitación. Esa íntima charla que me estaba ofreciendo era demasiado tentadora. No quería perder la oportunidad de escucharlo porque necesitaba averiguar qué le había llevado a enamorarse de mí. Era de vital importancia para mi pobre autoestima.
—Por favor —le rogué.
—Mmmmm ... Creo que siempre tuve presente que ...
Quise llorar y quise agradecerle por todo. Mientras le oía, me dejé abrazar por él y recopilé todas y cada una de sus hermosas palabras.
Me sentía afortunada porque mi corazón no podía haber elegido un mejor hogar que ese.
No estoy segura de cuánto logré escuchar, pues terminé cayendo rendida en su resguardado regazo. Mitsuya se convirtió en mi refugio, en esa persona que tanto había esperado y que amaría sin importar el tiempo que pasase.
—Gracias por quererme —balbuceé, a punto de caer en sus brazos una vez más.
—Gracias a ti por dejarme hacerlo, Narumi —alcancé a oír en la distancia—. Duerme bien.
A veces solo se necesita a alguien que te ayude a levantar el vuelo. Alguien que te quiera incondicionalmente para así poder comenzar a amarte a ti misma. Mitsuya era ese alguien.
Gracias por existir.
Gracias, Mitsuya.
🎐🎐🎐
El día ha llegado: la historia de Narumi y Mitsuya llegó a su fin ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
(En realidad no; hay una historia en mi perfil que cuenta el después de todo esto xD)
Escribir estos capítulos ha sido un enorme placer para mí y espero que os hayan gustado, pero todo lo bueno termina y esta no podía ser la excepción 🤧
Sigo pensando en la estructura que le daré a la historia de Mitsuya, así que espero traeros información pronto, pero mientras tanto y en honor al día que es y al capítulo 21 de TR, que acaba de salir, os comunico que el próximo shot que escribiré por aquí será protagonizado por Baji Keisuke 🥺🥺🥺
Ya tengo la historia pensada y solo tengo que ponerme a escribir. Lo malo es que mis clases empiezan en poco más de una semana y tengo una mini mudanza de por medio :(
De todos modos, trataré de subir su primera parte la primera o segunda semana de septiembre, así que esperad por ella ✨
De nuevo, mil gracias por todo el apoyo que le habéis dado a esta pequeña serie de Mitsuya. Ojalá sigáis leyendo lo que tengo preparado 🥰
Os quiere, GotMe 💜
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro