Lover
Aidan Gallagher un empresario multi millonario, lo tenía todo menos a la mujer de sus sueños.
_____ Luján una chica hermosa, casada con un señor mucho mayor que ella,supuestamente había amor entre ellos. Su marido la vestía bien y la llevaba todas las galas posibles presumiendo que esa hermosura era su mujer pero ella no se sentía amada, la vida que tenía no era como ella soñaba de pequeña.
Pero una tarde la vida de _____y de Aidan cambió, se conocieron, se hicieron amigos y al final resultó en una noche de pasión que después se volvió constante.
—¿Vas a venir no? —preguntó el oji verde a través del teléfono.
—Realmente no lo sé, es mi cumpleaños y no creo que pueda salir, el se empeña por llevarme a cenar y presumirme —bufo molesta.
—Haz todo lo posible, te veo donde siempre. —le dijo y hizo que la castaña sonriera— Te tendré un regalo especial —corto la llamada.
Pasaron las horas y el marido de ella nunca llegó, ella estaba lista para ir a cenar. Tenía un vestido color azul noche que resaltaba sus curvas, sus rizos de su linda caballera castaña caían por su espalda haciendo que se vea más hermosa de lo que era.
En eso una llamada entró y cuando vio el nombre de este, gracias al identificador de llamadas contestó.
—Voy adivinar te dejaron plantada ¿no? —se escuchó la risa ronca del contrario.
—Si te he contestado no es para que te burles si, era mi cumpleaños y lo sabes —dijo ella a un paso de soltarse a llorar.
—Linda sigue siendo tu cumpleaños, el día no acaba —le dijo el otro con un tono alegre.
—No para mí el día acabo y no me llames. —la chica colgó la llamada y se hizo bolita en el suelo.
Aidan Gallagher..
Cuando ella colgó la llamada intenté que la cólera no subiera a mi cabeza y me nublara esta pero no lo pude evitar.
Maneje hacía su mansión lo más rápido que pude, estacioné mi auto afuera y me metí a esta sin ser visto por nadie. Subí las escaleras hasta llegar a la habitación principal que estaba entre abierta.
—______ —hablé mientras una sonrisa se dibujaba en mi cara al ver como estaba vestida.
—¿Qué haces acá?¿Cómo entraste? —me empezó a cuestionar mientras se acercaba lentamente hacía mi.
—Linda vine a pasar tu cumpleaños contigo —cerré la puerta con seguro y me acerque a ella.
—No te acerques a mi —me demandó pero no hice caso y le agarré de más caderas.
—Dime que me vaya y me iré —le dije mirándola serio. —Pero mírame a los ojos.
Ella vaciló y intento alejarse de mi pero no pudo ya que mi agarré en su caderas se hizo más fuerte.
—Dímelo —de mandé enojado y mirándola serio.
—Aidan estás en mi casa por favor —ella miraba a la ventana cada cinco segundos nerviosa.
—Si es por tu esposo ya te voy diciendo que no me importa, es un viejo de mierda qué no perdió la oportunidad de casarse contigo y tener alguien joven a su lado —ella negó y sus ojos se llenaron de lágrimas— Ese es un hombre que no le hace sentir nada, que no la hace sentir amada, querida y sobre todo deseada —ella intentaba no llorar mientras le decía esas cosas— Un hombre, que prefiere revolcarse con una prostituta a pasar el cumpleaños de su mujer —le pase mi celular y ella vio el video de su esposo revolcandose con otra.
Ella empezó a llorar, se que la estaba lastimando pero quería que se diera cuenta con quién se estaba quedando.
—Lo preferiste antes que mi —le dije y ella seguía llorando— Me dejaste tirado, luego de todas esas veces que hicimos el amor y lo disfrutaste.
—¡Basta! —ella me grito y se paró para golpearme pero la tomé de las manos deteniendo sus golpes.
—¡Basta tú! —le levanté la voz también y ella me miró con sus ojos llenos de lágrimas, sus mejillas sonrojadas.
—Sé que me equivoque pero mi familia lo sabía y no querían que me separara de él. —ella me dijo llorando— Mi familia sigue viviendo, gracias a él y no puedo hacer nada.
—Si que puedes hacerlo amor, escapa conmigo —le dije dulcemente mientras limpiaba mis lágrimas— Qué tú familia se vaya a la mierda amor, te pondré en una mansión la que tu quieras, con muchos sirvientes y serás la reina de ahí ¿Qué dices?
Ella me miraba incrédula, en su mirada se notaba lucha interna qué tenía hasta que al final ella me sonrió.
—Acepto —me beso y sacó una maleta del armario.
—Deja eso, yo te lo daré todo —ella me miró avergonzada— Te lo digo enserio, solo vamos —ella me dio la mano y nos escapamos por la ventana.
Un año después...
Había pasado ya tiempo que ella estuvo escondida junto con Aidan y por fin saldría a la calle de nuevo.
Ella se ponía un vestido color vino y se arreglaba como siempre.
—¿Ya estás lista? —preguntó su esposo al verla dándose los últimos retoques.
—Si ahora si vamos. —le dijo sumamente feliz— Todos nos vana a ver juntos como una familia.
—Bien amor pero tranquila si, estás a unos pasos de dar a luz cariño —ella asintió.
Aidan le tomó la mano con delicadeza, observándola con una mezcla de amor y preocupación. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo desde aquella noche en la que ella decidió escapar con él. Habían construido una vida juntos, lejos de la sombra de su antiguo matrimonio, y ahora estaban a punto de formar una familia.
— Prométeme que si te sientes mal, me lo dirás. —dijo Aidan, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja.
— Te lo prometo. —respondió ella con una sonrisa tierna, llevándose su mano al vientre. — Estoy feliz, Aidan. Nunca imaginé que mi vida sería así.
— Así como qué, amor? —preguntó él, curioso.
— Así de perfecta. —susurró, apoyando su frente contra la de él.
Aidan sonrió y la besó con suavidad. Sabía que la felicidad absoluta no existía, que aún quedaban desafíos por enfrentar, pero en ese momento no importaba nada más que ellos dos y el bebé que estaba por llegar.
— Vamos, que el mundo nos espera. —dijo él, ofreciéndole el brazo.
Ella asintió, entrelazando su brazo con el de su esposo. Juntos, salieron al mundo nuevamente, sin miedo, sin dudas, listos para vivir el futuro que tanto habían soñado.
Cuando salieron del lujoso restaurante, las miradas se posaron sobre ellos como si fueran el centro de atención de la noche. No era para menos. Ella, con su vestido color vino que resaltaba su figura a punto de dar a luz, irradiaba una felicidad que nunca había tenido antes. Y Aidan, con su porte elegante y mirada posesiva, caminaba a su lado con orgullo, dejando claro que ella le pertenecía.
Sin embargo, entre todas esas miradas curiosas y sorprendidas, una destacó sobre las demás. Su exesposo.
Estaba sentado en una mesa cercana, con una copa de vino en la mano y una expresión que pasó de la sorpresa a la furia en cuestión de segundos. No podía creer lo que veía. La mujer que una vez había considerado suya ahora brillaba al lado de otro hombre. Y no cualquier hombre, sino Aidan Gallagher, el empresario multimillonario al que siempre había visto como una amenaza.
Ella lo vio. Y, por primera vez, no sintió miedo. No sintió culpa. Solo satisfacción.
Aidan notó la tensión en su cuerpo y, sin soltar su mano, la acercó más a él, como si con ese simple gesto le recordara que ya no tenía nada que temer.
—Nos está mirando. —susurró ella con una media sonrisa.
—Déjalo mirar. —respondió Aidan con un tono despreocupado, pero con una mirada afilada. —Que vea lo que perdió.
El exesposo dejó su copa sobre la mesa con un golpe seco y se levantó. Caminó directo hacia ellos, con pasos firmes y una mirada llena de rabia.
—Así que era cierto. —dijo con voz fría, clavando sus ojos en ella. —Te escapaste con él y ahora esperas un hijo suyo.
Ella alzó la barbilla, dispuesta a enfrentar la situación.
—Sí. Y es lo mejor que me ha pasado en la vida.
El hombre apretó los puños.
—Eras mi esposa.
—Era tu trofeo. —lo corrigió ella, con seguridad. —Y ya no soy eso. Soy libre.
Aidan dio un paso adelante, interponiéndose entre ellos.
—Te sugiero que no causes una escena. —advirtió con calma, pero con un tono que dejaba claro que no estaba pidiendo permiso.
El exesposo soltó una risa amarga.
—¿Y crees que esto es el final? —su mirada se volvió peligrosa. —Esto no termina aquí.
Aidan lo miró sin inmutarse, pero en su interior, su instinto protector se activó. No iba a permitir que nadie amenazara a su mujer y a su futuro hijo.
Ella, sin embargo, tomó la mano de Aidan y le sonrió.
—No importa lo que digas. Yo ya elegí.
Y con eso, lo dejaron ahí, de pie en medio del restaurante, viendo cómo la mujer que había dado por sentada ahora era completamente inalcanzable.
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