
𝓛𝓪𝓼𝓽 𝓑𝓸𝓼𝓼
—Dime si entendí bien, recapitulemos esto. —uno de los militares se paseaba de un lado a otro, confundido por la información recibida. —La hermana del Loco Número 1 está en La Playa, y en lugar de hacerla ejecutiva, ¿quieren que alguno de nosotros la entrene?
—Eso es justo lo que acabo de decir. —Aguni se masajeó las sienes cansado de tener que repetir las instrucciones. —Y no solo es la hermana del Sombrerero, también es un elemento crucial, tienen que protegerla, y ya he escogido a la persona perfecta para la tarea.
—Oh, hermano, te pondrán de niñero. —hasta atrás de los militares estaban Last Boss y Niragi, el dúo dinámico. Todos en ese lugar sabían que Niragi era el más cercano a Aguni, y en quien depositaría ese cargo tan importante no podría ser otro que su mejor elemento. —Te compadezco, si te soy sincero.
—Ojalá este buena. —respondió el de los piercings, ya resignado y levantándose de su asiento.
—Diana, pasa por favor. —Aguni le hizo una señal y a la habitación entró una chica de estatura mediana y cabello negro y liso, de no más de 19 años que miraba sonriente a todos. Aguni colocó ambas manos en los hombros de la chica, quien paseó la mirada entre todos los presentes. —Te presento a quien estará cargo de ti.
Aguni señaló hasta donde se encontraba el par de amigos, Las Boss hizo una sonrisa de lado para burlarse de lo que estaba por pasar Niragi.
—Last Boss, por favor dale un recorrido por nuestras instalaciones, los demás pueden volver a sus áreas. —ante las palabras de su jefe, Niragi se atacó tanto de la risa que golpeó a Last Boss en la espalda, tirándolo de la barra donde antes estaba sentado el par.
—Te compadezco, si te soy sincero. —Niragi imitó las palabras de Samura antes de salir corriendo, pensando en que si se quedaba más tiempo Aguni podría reflexionar de su descabellada decisión y cambiarla.
Diana se balanceó en su sitio, admirando cada detalle del pequeño fuerte o sala de juntas de los militares, después miró a Last Boss, cuya cara no mostraba ninguna emoción, y le sonrió.
Samura comenzó a avanzar dando grandes zancadas, solo se detuvo cuando se percató que Diana lo seguía muy de lejos, casi corriendo para poder alcanzarlo.
—¿Tienes un arma? —la chica negó.
—Fui a clases de artes marciales cuando era niña. —esa boba sonrisa no se le quitaba de la cara, una muy similar a la del Sombrerero. —¿Quieres probarme?
Derribar a la pequeña Diana fue fácil, antes de que si quiera pudiera anticipar los movimientos de Samura, este ya se encontraba encima de ella con ambas katanas apuntándole al cuello.
—Wooow. —abrió la boca muy grande, embelesada por la situación. —Creo que olvidé decir que solo llegué a cinturón blanco.
—Eso se lo dan a todo el mundo.
—Sí, es que solo fui tres días. —Diana se encogió de hombros, Samura la miró hastiado, ignorando que la chica levantaba la mano para que él la ayudara a pararse, siguió avanzando hasta el lado oeste, donde le tocaba hacer guardia.
—La gente aquí se divierte mucho. —Diana observaba con ojos muy abiertos lo más profundo de La Playa; la gente en decadencia. —¿Por qué no te diviertes tú también?
—Los militares no tenemos tiempo para eso. —respondió distante.
—Parece que tus amigos no opinan lo mismo. —con el dedo índice, la nueva militar señaló a un par de chicos con armas que tenían encima a dos preciosas jóvenes.
—Yo no tengo amigos.
—Eso es muy triste. —afirmó. —Yo puedo ser tu amiga.
—Eres muy irritante, te lo deben de decir muy seguido.
—No lo hacen porque Aguni los golpearía, pero me gusta que seas sincero, lo aprecio de sobremanera.
Habían llegado a la zona de Last Boss, subieron por las escaleras de barco al mirador y el chico se sentó a observar.
—¿Esto hacen todo el día? — él asintió. —Que aburrido.
Un rato se convirtió en una eternidad para la enérgica Diana, que en un descuido de Last Boss tomó una de las armas que estaban entre las municiones y le apuntó con ella.
—Ahora sí es divertido.
—Baja eso. —no sonaba alterado, pero una de sus manos ya estaba en posición de ataque con el mango de su propia arma.
Un disparo disipó el silencio, Samura cerró los ojos y el alma le volvió al cuerpo al darse cuenta de que ella había fallado el tiro, la derribó nuevamente y le quitó el arma en un instante.
—¿Qué demonios te pasa? —le gritó Diana con el ceño fruncido. —No te apunté a ti, mira.
De pie nuevamente señaló una lata de coca-cola, muy lejos de la visión de ambos.
—Te mentí genio, sí sé disparar, es por eso que prefiero el bando de los militares. —Diana también comenzaba a frustrarse, veía en la otra torre de vigilancia a otro grupo de militares, deseó poder decirle a Aguni que le cambiara al guardián, pero cambiando radicalmente la cara, para tener un tema de conversación, añadió. —Me gustan tus tatuajes, ¿tienen algún significado?
—Sí.
—¿Me lo dirás? —preguntó esperanzada.
—No.
—Pfff. —resopló, pasando su cabello por detrás de la oreja. —De cualquier forma, después puedes ayudarme a diseñar uno para mí, debe ser genial no tener que preocuparse por el delineado nunca.
Quizá Aguni perdonaría el crimen de odio que estaba intranquilo por cometer. Samura respiró hondo, su paciencia se agotaba rápidamente desde la llegada de esa niña.
Los días siguieron pasando, pero la relación de ambos no mejoraba en absoluto. Samura no hablaba con ella más allá de los monosílabos habituales, situación que le causaba mucha gracia a Niragi, quien además le propuso intercambiar lugar con él para darle un descanso, pero se negó. Las guardias nocturnas transcurrían felices para el japonés, porque por lo menos por un instante del día, Diana se callaba para poder dormir.
También debía admitir que le gustaba verla dormir, se veía tranquila y en paz, una situación muy ajena a cuando tenía los ojos abiertos y no callaba su boca ni un segundo. Pero escuchar su respiración, acompañados por el ritmo tranquilo de su corazón, se convirtieron en la canción favorita del chico en poco tiempo.
Pasado un mes desde la llegada de Diana a Borderland Samura se mostró un poco menos recesivo con ella, hablaba más, pero también permitía que ella se expresara todo lo que quisiera, de cualquier forma le gustaba escucharla, lo hacía sentir menos solo. Aguni le notificó que ya no tendría que cuidar de ella, y no se lo diría, pero él le pidió que los dejara seguir siendo compañeros de vigilancia, por lo menos lo suficiente para ella pudiera hacer las guardias sola.
—Puede ser algo irritante a veces. —le afirmó Aguni. —Pero también es como mi hermana, entonces mi deber es protegerla a toda costa.
Una de las noches en las que el nuevo equipo se disponía a hacer guardia, Samura comenzó con un dolor de cabeza muy fuerte, para después comenzar a dormitar.
—Estás muy cansado. —le susurró Diana. —Yo haré la guardia esta noche, tú necesitas dormir.
—Ni hablar. —se detuvo para bostezar, últimamente las noches se intercalaban entre los juegos y las guardias, apenas podía dormir unas cuantas horas en el día porque no quería dejar a Diana sola; algo podría ocurrirle. —Duerme, luces cansada.
—No tanto como tú, anda, ve a dormir, yo vigilaré.
Después de mucha insistencia Samura le hizo caso, se hizo un ovillo en una de las esquinas y casi al instante comenzó a roncar levemente. Diana rio ante la imagen, le colocó la frazada que ella tenía sobre los hombros y dejó un beso en su mejilla. Podrían haber sido ideas de ella, pero juraba que vio a Last Boss sonreír entre sueños.
A la mañana siguiente el japonés se removió entre la frazada, abriendo los ojos levemente en lo que estos se acostumbraban a la luz del sol. Niragi, sentado en la silla de los vigilantes, lo miraba con una sonrisa en los ojos.
—Bello durmiente. —se rio de él. —Hasta que despiertas, ya es pasado medio día.
—¿Y Diana, abandonó el puesto?
—La vine a relevar por la mañana, hace algunas 2 horas, tenía los ojos tan abiertos que parecía sacada de una película de terror. —mordió su puño aguantando la risa cuando Samura giró la cabeza. —Parece que pasaste muy buena noche.
—¿A qué te refieres?
—Nada, nada. —negó. —Ve a ducharte, apestas.
Le hizo caso y bajó las escaleras lentamente, atravesó La Playa aún adormilado, notando cómo algunas personas se le quedaban viendo y rápidamente cuchicheaban entre ellos. Cuando llegó a su habitación y se encerró en el baño, entendió perfectamente por qué ocurrían aquellas miradas indiscretas; el labial rojo sangre de Diana estaba perfectamente marcado en su mejilla, inconscientemente con una pequeña sonrisa, Samura levantó su mano hasta tocar aquel rastro del beso. Pasaría mucho tiempo para que él le devolviera el gesto, pero un nuevo calor se había instalado en su interior, dando paso a todo tipo de oportunidades.
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