Sueños.
Nota inicial [1]: La historia ha sido creada por mi persona, pero los derechos de distribución ahora pertenecen al ITSLP.
Todo ocurrió un día cualquiera en el enorme palacio del reino del norte. El rey Kento se despertó a mitad de la madrugada, sobresaltado. Sus pupilas dilatadas por la repentina oscuridad, su pecho subiendo y bajando con notable rapidez debajo de su túnica carmesí con bordes dorados, y su cabeza martillando al ritmo de su corazón.
Se sentó de golpe en la enorme cama de finas sábanas blancas, haciendo un pequeño movimiento para acomodar un mechón de su largo cabello oscuro que estaba estancado entre sus ojos. Cuando se orientó, estiró una de sus manos intentando tomar a tientas la lámpara de aceite de su mesa de noche, pero fracasó y terminó por derribar la fina taza de porcelana que había puesto en ese lugar antes de acostarse.
El chico soltó una maldición al escuchar el objeto quebrarse en el suelo, desistiendo de sus intenciones. Estaba frustrado por otro mal sueño. Las malas noches llenas de pesadillas y tormentos no eran inusuales. Las malas formas en que asumió el trono, la enorme cantidad de nobles que preferían el gobierno de su padre con sus interminables guerras contra los otros reinos, y los intentos de asesinato, no ayudaban a que descansara lo suficiente. En realidad, rara vez lo hacía.
Este día, sin embargo, había tenido la peor pesadilla de todas y la que para su desgracia más se repetía.
En ese momento, las cortinas de la entrada hechas de una fina tela rubí con el símbolo de una llama estampada en el centro se abrieron. Una mujer con pintura de guerra blanca por todo el rostro y ojos delineados de un tono escarlata, entró de improviso, deteniéndose en mitad del dormitorio. Su cabello castaño con toques rojizos caía hasta su cuello, portando un casco dorado que protegía su frente y una armadura verde con placas de protección tan oscuras como la obsidiana distribuidas por el pecho, hombros y piernas. Una mano enguantada sosteniendo un abanico y la otra agarrando la empuñadura de un sable todavía envainado en su cintura.
—¡¿Majestad se encuentra bien?!
El aludido no respondió, parpadeó un par de veces demasiado sorprendido por la repentina aparición de la capitana de su guardia personal para poder pretender hilar palabra.
—¿Kento?
—S-sí, solo ha sido otro mal sueño —respondió el rey, observando los ojos azules de la chica por un breve momento para dejar caer su mirada al desastre aun lado de la cama—. Y una taza rota.
—¿Has dormido algo señor?
—Aiko es mitad de lo noche, no importan las formalidades ahora —dijo regresándola a ver con frustración—. De todas formas, sabes que odio cuando me llamas así. No soy tan viejo.
—Perdona, es la costumbre.
—Lo sé.
—No respondiste a mi pregunta —comentó ella todavía entre las penumbras, permitiéndose relajar un poco su postura.
—Es mejor que la semana pasada. No despierto gritando —aseguró Kento forzando una sonrisa—. Supongo que eso es bueno.
Aiko asintió de forma lenta, guardando su abanico. Sentía compasión por él, ese pobre joven casi de su edad estaba agobiado por el enorme peso de liderar un reino entero. Un pueblo dividido entre personas que apreciaban los tiempos más tranquilos sin tantos abusos, y otra parte que solo ansiaba poder, aun si eso significaba terminar con una vida para lograr sacar a su antiguo gobernante de los calabozos.
—Duerme un poco. Mañana tienes una reunión con el jefe de la tribu del sur —dijo la mujer con gentileza, encaminándose a la entrada—. Enviaré a alguien a recoger este desastre al amanecer.
Al desaparecer por las cortinas, Aiko soltó un suspiro, retomando su posición de guardia afuera de los aposentos reales. El silencio y la soledad de los pasillos la acogieron de inmediato como tantas otras veces. Sus ojos se acostumbraron a la pequeña porción de luz proveniente de un par de débiles llamas a lo lejos y la iluminación de la luna que se filtraba por las ventanas.
La mayoría de los guardias del palacio eran engañados con facilidad en ambientes similares. No más que pequeños obstáculos para los ladrones y asesinos que solo buscaban sus propios beneficios. Pero ella no. Su mente y cuerpo tenían años de adiestramiento, eran como un artilugio sumamente afinado. No existía forma en que fuera burlada con tanta facilidad.
Es por eso que cuando las cortinas a su espalda se volvieron a mover tiempo después, no tardó en notarlo. Su mirada viajó a la entrada del dormitorio donde se encontró con Kento. La misma sencilla túnica roja sobre su cuerpo con unas botas desgastadas de cuero negro en sus pies y un moño mal hecho recogiendo su largo cabello. Parecía que había hecho un esfuerzo a medias por verse presentable frente a una dama. Un gesto que Aiko en el fondo apreció bastante.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué parece que hago? —contestó Kento con otra pregunta mientras salía a los pasillos—. No puedo dormir y revolcarme en la cama solo me está poniendo de los nervios. Pensaba ir a los jardines ¿vienes?
—¿Es una orden? —cuestionó Aiko ladeando un poco la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Es más bien una invitación —contestó siguiéndole el juego—. Aunque puedo ordenártelo si prefieres.
—Gracioso —dijo con ironía—. Lo sigo, señor.
Aiko hizo una pequeña reverencia, en un notorio intento de enfatizar el uso de su última palabra. El chico rodó los ojos, pasando a su lado, fingiendo no prestarle atención. Cuando ella lo alcanzó a mitad del corredor sin poder ahogar una risa, logró notar como los labios del rey se curvaron en una diminuta sonrisa casi imperceptible.
Caminaron en silencio a un paso tranquilo por los amplios y sumamente decorados pasillos. En la estructura predominaban los colores fuertes como el rojo, dorado y negro. Los creadores de esa maravillosa obra arquitectónica se habían esmerado en proyectar una sensación de grandeza en cada rincón del palacio.
Durante el trayecto, intercambiaron miradas y unos pocos gestos. No necesitaban más para entenderse, tenían una conexión especial desarrollada por tantos años compartidos. Los dos todavía atesoraban en sus mentes el recuerdo de cómo se conocieron, aquella tarde de verano en el reino del oeste. Esa promesa hecha en el pasado a las afueras del bosque de cuidarse mutuamente que hasta ahora se mantenía viva.
La misma por la que él traicionó a su padre y la misma por la que ella lo prefirió a su propio reino.
Kento y Aiko se detuvieron en la entrada de los jardines reales. Un hermoso panorama de viva naturaleza los recibió con los brazos abiertos. El rey se llenó de una repentina nostalgia nada más dio un paso en el camino de tierra del interior. A su derecha estaba el estanque de los patos donde pasó infinidad de horas de su infancia cuando quería paz, a su izquierda la pequeña zona de flores que su difunta madre tanto cuidaba, y al fondo el frondoso roble que pese a los años parecía fuerte y sano.
El par de jóvenes se acomodaron debajo del árbol, los hombros tocándose, las espaldas recargadas en el fuerte tronco y la luz de la luna reflejando parte de sus esbeltas figuras en el suelo. No hablaron por un largo rato. Disfrutaron de la compañía mutua, cada uno entretenido con sus propios pensamientos.
—Entonces ¿Qué fue esta vez? —preguntó Aiko de repente, rompiendo el silencio y volteándolo a ver.
—¿De qué hablas? —respondió el chico con una ceja enarcada, regresándole la atención.
Ella arrugó la nariz como si la cuestión fuera demasiado obvia para recibir una respuesta así.
—El sueño. ¿De qué se trataba esta vez?
—¡Oh! No fue nada, en verdad —aseguró con los ojos más abiertos por la sorpresiva pregunta.
—Parecía haber sido algo para que rompieras una taza.
—¡Eso fue un accidente! —espetó el joven rey haciendo una mueca—. Nada más que un mal movimiento. Eso fue todo.
—Kento no tienes que decírmelo si no quieres. Pero quiero que sepas que no te juzgaré si decides hablar —Le aseguró Aiko con un suave tono y una pequeña sonrisa—. Somos amigos ¿recuerdas?
El chico suspiró mirando al frente, intentando mantener lo mejor posible la compostura. El tema de los sueños era delicado para él, nunca había profundizado en eso con nadie. Y sin embargo, necesitó de toda su determinación para evitar derramar toda la confesión de sus labios en el instante que ella se lo pidió de esa manera tan amable.
—¿Estás segura? —preguntó Kento casi en un susurro, dispuesto a compartir otro de sus secretos.
—Si. Confía en mí.
El chico asintió, buscando la forma correcta de empezar. Aiko no lo presionó, sabía que hablaría cuando estuviera listo.
—Tengo una pesadilla casi todas las noches. Estoy en los pasillos del palacio y afuera está oscuro —comenzó a relatar clavando su mirada en el suelo—. Soy mucho más joven y de repente escucho gritos provenientes de la alcoba de mis padres. Corro para saber que ocurre y cuando entro mi madre está en una esquina, llorando. Mi padre, él está acorralándola mientras le grita, bastante ebrio. Levanta la mano para pegarle, pero me interpongo y por alguna razón lo veo sonreír...
Kento se detuvo, incorporándose un poco para separar la espalda del tronco y quedar sentado, una expresión de tristeza estampada en su rostro y una voz acorde a su estado de ánimo. Aiko lo observó, preocupada. Ella pensó en pedirle que se detuviera y olvidara que le pidió eso, no obstante el chico volvió a hablar mucho antes de que pudiera gesticular palabra.
—Es tan grande y yo tan pequeño. Una mano viaja a mi cabello y lo sostiene con fuerza, la otra va a mi brazo. Suplico y lloro implorando que me suelte, pero no lo hace. Luego siento dolor cuando me golpea con un látigo de cuero una y otra vez, exclamando que soy un mal hijo. Cierro los ojos esperando que de alguna manera todo termine y para mi sorpresa lo hace. Al abrirlos mi madre me está cargando y estamos en los pasillos nuevamente.
El joven rey parpadeó, y lentamente subió su mano a su cara. Los dedos se deslizaron por su mejilla donde una cicatriz en forma de línea estaba presente, estropeando su rostro. Usualmente habría temblado con ese movimiento, pero esta vez no lo hizo. Estuvo firme en el momento que su pulgar hizo contacto con la piel maltratada.
—Eso no es solo un sueño ¿verdad?
Kento no respondió, estaba extremadamente tenso para hablar, ni siquiera parecía capaz de mover un músculo.
—¿Fue la primera vez que te hizo daño?
—No... —Logró hilar palabra casi en un susurro inaudible—. Pero fue la primera en dejar una marca.
Aiko de forma cuidadosa, como si temiese romper al chico, colocó una mano enguantada en su hombro, ganándose su atención. Forzó otra sonrisa comprensiva en su rostro, al mismo tiempo que tomaba la manga esmeralda de su atuendo para deslizarla hacia arriba y dejar al descubierto su hermosa piel blanca manchada por un par de cicatrices.
—Tenía ocho años cuando me hice estas —dijo ella en voz baja como si alguien pudiese oírlos, señalando un par de heridas curadas en el brazo—. Mi madre estaba enojada conmigo, la verdad no recuerdo el motivo, aunque siempre me culpaba por haber sido una niña y no un varón como mi padre quería.
Aiko dejó de hablar un momento para acomodarse una vez más en el tronco con una tranquilidad envidiable. Miró al cielo, notando la luna y las estrellas a su alrededor. Kento imitó sus acciones, esperando a que continuara con su inesperado relato.
—Me lanzó una taza y me cortó. Esa fue también la primera vez que tuve una cicatriz —siguió hablando—. Me escapé de casa poco después y viví en las calles durante un tiempo hasta que Ming me encontró, y fue entonces que verdaderamente tuve un hogar y una familia.
—Entonces tú entiendes...
—Un poco sí.
—Lo lamento —Se disculpó el chico, parecía más deprimido que antes—. Estoy llenándote de mis problemas, sin pensar en los tuyos. Soy un idiota.
—No lo eres y no te cuento esto para hacerte sentir peor, Kento —aseveró Aiko—. Lo hago para que sepas que puedes hablar conmigo de lo que quieras. No tienes que cargar con todo solo. Ya te veo matarte lo suficiente con todos esos asesores que esperan cometas un error para restregártelo en la cara.
—¿Cómo duermes con eso cada noche? —cuestionó de repente, un brillo de intriga reluciendo en sus ojos.
—Aprendes —respondió ella simplemente—. Los recuerdos y el miedo no desaparecen por completo, pero sabes que es pasado. Ser valiente no significa no tener miedo, sino confrontarlo. Con los años sueñas cada vez menos y se vuelve más llevadero.
—Quizá tengas razón.
—La tengo —aseguró Aiko con una determinación impresionante propia de su persona.
Kentó parpadeó un par de veces, asombrado por la seguridad de la líder de su guardia. Deseaba ser como ella, seguro y valiente. Los dos poco después comenzaron a reír sin razón, el dolor esfumándose poco a poco como la neblina matutina.
—Vamos señor, es hora de que confronte a sus demonios —dijo la chica mientras se levantaba, ofreciéndole una mano al aludido.
—Cuantas veces tengo que decirte que no me llames así —respondió fingiendo irritación con una leve sonrisa, aceptando la ayuda.
—Mis disculpas, su majestad.
Ella volvió a inclinarse en notoria burla y él solo respondió con otro de sus característicos gruñidos. Enseguida, los dos regresaron sobre sus pasos hasta los solitarios aposentos reales, una vez más en silencio, pero esta vez en un ambiente más tranquilo.
—La próxima vez que no puedas dormir estaré aquí —dijo la chica en el momento que se detuvieron a pocos pasos de las cortinas de la habitación—. Podemos ir a los jardines y mirar las estrellas.
—Me encantaría Aiko.
Y cuando ambos se separaron, una nueva determinación recorría los cuerpos de los dos jóvenes.
Kento se tumbó en su cama, dispuesto a confrontar las pesadillas que aguardaban a que cerrara los ojos, los recuerdos que por tantas noches lo atormentaron y no le permitieron tener paz. Sin embargo, esa batalla tendría que esperar, ya que esa noche cayó en un sueño profundo.
Aiko, desde la entrada, se puso en guardia con la pintura de guerrera perfectamente colocada en su rostro, sus armas enfundadas y una mirada ardiente en sus ojos, llena de un nuevo coraje por proteger la vida a sus espaldas y no permitir que nadie le volviera a hacer daño.
Fin.
Nota de autor final: Este es mi primer escrito orginal y a menos que vuelva a participar en un concurso de mi universidad el único. Prefiero mis fan-fic y creo que queda obvio que este era uno de ellos xD.
Si, en caso de que tuvieran la duda, los personajes son claramente inspirados en Zuko y Suki de Avatar: El último maestro aire.
En fin, espero les haya gustado.
Saludos :D
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