Unas esferas especiales
Acostumbraba viajar a Michoacán, a un pueblo cerca de Ciudad Hidalgo. Todos los años tomábamos la misma ruta, pues el viaje era largo y el paisaje no dejaba de asombrarnos; comprábamos víveres para un par de semanas durante las vacaciones y no salíamos de nuestra casa que tenía un jardín natural para jugar fútbol. Inclusive, formamos porterías con unos puntales de nuestra cerca.
En raras ocasiones, rodeábamos para "pueblear" en los señalamientos donde advertían la proximidad de algunos lugares interesantes. Mi padre no era una persona de viajar, pero las pocas ocasiones en que lo hicimos, mis hermanos y yo disfrutábamos en demasía la aventura.
Cuando él murió, yo formé mi propia familia a los pocos meses. Lamentaba que no pudiera conocer a mi primer hijo, nacido el mismo año de su defunción. Una vez que hubo la posibilidad, comenzamos a hacer varios recorridos a otros estados en un carro de gama media-baja con financiamiento.
Mis tíos se establecieron años antes en Atlacomulco, un pueblo que creció potencialmente en los últimos años; siempre que nos veíamos, aprovechábamos para hacer tontería y media. Cuando los primos crecimos y comenzamos nuestra etapa de aultos, las visitas dejaron de ser frecuentes; nos lamentamos madurar en ocasiones, pero es parte de la vida.
A tan solo media hora de ahí, hay un pueblo que decidimos visitar. Tlalpujahua significa 'tierra esponjosa', debido a la consistencia de la zona. El paisaje, al estar en una zona alta, en una especie de cerro y tener calles onduladas estilo montaña rusa, se hace apetecible para recorrer a la vista.
A unas cuantas casas, encontramos tres puestos de esferas navideñas; no reparamos en ello hasta que recordamos que estábamos en junio. Mayor fue nuestra sorpresa cuando encontramos un sendero de puestos ambulantes ofreciendo los adornos redondos.
-Buenas. Estamos buscando unas esferas especiales para nuestro árbol- Mi intención era la de hacer un comentario jocoso para reír un poco, pero el joven, con la mejor disposición para ayudarnos, se acercó a nosotros de manera muy sigilosa.
-El señor Tlachisqui se encuentra a orillas del pueblo, subiendo un poco por la terracería. Digan que Tlanahuatili los mandó- Creí, por momentos, que me contaba un chiste. Los nombres eran demasiado extraños, poco convencionales, pero deduje que no al no percibir una risa en su rostro.
El camino oscurecía gradualmente por la sombra de los árboles frondosos conforme nos acercamos. Al final, una choza de tablones desgastados y corroídos por la lluvia, apenas adornada por paquetes de esferas pintadas a mano. Un viejo sentado en una silla mecedora aguarda afuera.
-Buenas tardes, ¿es usted Don Tlachisqui?- Se incorpora y camina rengueando, con dificultad, hasta la ventanilla del auto. -Estamos buscando unas esferas especiales para nuestro árbol que pondremos en navidad.
-Vienen buscando esferas para su árbol de navidad, ¿a mitad de año, amigos? Les gusta anticipar las cosas, pero hay cosas que no se pueden anticipar, ¿no?- Escondía su sonrisa en un prominente y descuidado bigote entre blanco y amarillento por la nicotina.
-¿Qué quiere decir? Mejor nos vamos, no queremos causar molestias. Hasta luego- Cambié la palanca de velocidades a reversa, pretendiendo regresar y pensando que habíamos cometido un error, pero colocó su mano sobre el parabrisas.
-Les traigo un paquete especial. No se vayan, muchachillos- Caminó hasta la puerta y demoró cuatro largos minutos, hasta salir con un paquete de esferas que recibí desconcertado.
-¿Cuánto es?
-Llévatelas, estaba esperando a alguien especial para entregárselas. Sé que eres muy escéptico, pero en ti hay un aura especial; este regalo sólo lo podrás ver tú- Los ojos entrecerrados por la edad me miraron de una manera extraña para perderse en la puerta carcomida y emprendimos el camino de regreso hacia la Ciudad de México.
Hablamos por todo el recorrido de lo extraño en el asunto y reímos; traíamos un paquete de esferas navideñas regaladas en junio. Lo que no entendía y me provocaba inquietud, era el hecho de la recomendación o por qué se consideraban especiales. Las veía comunes y corrientes.
Al llegar a casa, las guardamos debajo de las escaleras hasta diciembre. Los meses transcurrieron con normalidad y por fin compramos el árbol, un oyamel frondoso a un precio regateado. Aunque había opciones más cómodas, prácticas y económicas con los artificiales, debía tenerlo natural por el olor, me transmite un sentimiento extraño y agradable.
Con el constante trabajo y la vida atareada de la ciudad, no deciramos hasta el día de navidad, justo en la noche. Dejamos todo listo y fuimos con la familia de mi prima para la cena; sin mayor importancia que la de los abrazos a la medianoche, regresamos a casa.
Dirigí la mirada a las esferas rojas y me di cuenta que los detalles que tenían en amarillo cambiaron a dorado e inclusive percibía un brillo singular. No hice mayor comentario, tal vez el alcohol de la sidra me había empedado y veía cosas raras; o tal vez no. Subí a acostarme y no tardé dos minutos siquiera en quedarme dormido.
Me desperté como a las tres de la mañana. Se me habían olvidado los regalos en la cajuela del carro y pensé en bajar por ellos, así que me puse un pantalón y una chamarra gruesa. Tardé media hora en salir de la habitación, con exceso de cautela para no despertar a nadie.
A la mitad de las escaleras percibí un brillo extraño por la ventana, me provocó un poco de miedo al principio, pero continué bajando más despacio, ya con más seguridad y viendo lo que emitía ese peculiar brillo dorado.
No podía creerlo. Era él, dejando los regalos debajo del árbol y volteando a verme al percatarse de mi presencia. Mi corazón latió tan rápido que podía sentir la presión sanguínea en mi cuello, y mis ojos se inundaron de mar escurriéndose por las pestañas. Se acercó y me dio un abrazo que, aunque no era físico, lo sentí tan cálido que mi espíritu se recocijó.
-¿Qué pasó, Chuy? ¿Cómo has estado?
-Bien, papá. No sé si estoy soñando o si esto es real, pero le doy gracias a Dios, al cielo y a todo por este momento. Te extrañé tanto... todos te extrañamos.
- Qué bueno. Cuida mucho a tus hijos y a tu mamá, me dio gusto verte otra vez.
-No, espérate. Bajo con chuyín para que lo saludes... y con Aldo. No te vayas- subí como bala disparada y los desperté aún con fluído nasal desde las fosas hasta los labios, sólo para encontrarnos con un árbol que, para entonces, me parecía hueco y desabrido. Los regresé a la cama para abrir sus regalos por la mañana.
Después de la navidad más especial para mí, emprendí el regreso en mi día de descanso. Arribé apresurado, esquivando cuanto peatón invadía las calles, pues en épocas navideñas, el pueblo se llena como si de un andén de metro a hora pico se tratara. Llegué hasta la zona de su cabaña, apagué el motor y toqué desesperado. Nadie respondió después de media hora. Bajé hasta abordar con mis preguntas al primer vendedor de esferas que me contestó, después de cinco intentos.
-Hola, amigo. ¿No sabes si hoy está Don Tlachi en su choza?- El sujeto me miró con una extrañeza inusitada, un rostro de asombro. -¿Quién?
-Tlachisqui, el vendedor de estrellas.
-Amigo, creo que estás confundido o alguien te jugó una broma. Tlachisqui significa mago en náhuatl; yo vengo de una comunidad y mi familia lo habla. No hay nadie con ese nombre; al menos yo no lo conozco.
-Vive en lo alto, en una choza de madera a orillas del pueblo, en la desviación a Tlacotepec.
-Amigo, sólo hay una choza en ese punto... y te aseguro que ahí no vive nadie. Esa casa tiene más de diez años sin habitar; ahí vivía Don Eleuterio, que En paz descanse... Yo creo te dijeron mal.
Regresé, con más preguntas que al emprender el viaje. Mi escepticismo por lo paranormal desapareció a partir de entonces, y ahora utilizo las mismas esferas, agradeciéndoles por permitir que la magia de la navidad llegue hasta aquellos con los cuales ya no tenemos contacto físico y que, por nuestra cotidianidad, los olvidamos en ocasiones.
-¿Por qué hablas con las esferas?
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