La Distracción del Lobo
~La Distracción del Lobo~
Una historia donde el lobo se distrajo y no capturó a Caperucita.
Era tarde cuando el lobo de oscuro cabello había escuchado los característicos pasos de un humano de camino a su hogar, un gran tronco abandonado y hueco.
Con sigilo se asomó mientras se escondía tras un gran árbol, su estómago rugía por no haber comido en varios días, así que esperaba que ese humano que se atrevía a pisar su bosque fuese regordete y jugoso. Y así era. Su vista de inmediato se posó en el chico de capa roja que iba dichoso por el sendero; llevaba en sus manos una canasta llena de dulces y en su rostro llevaba unas gafas grandes que adornaban sus redondas mejillas.
El lobo se relamió los labios al imaginarse a dicho humano entre sus fauces, devorándolo y teniendo comida para un par de días.
Sonriendo mostró sus afiladas garras, éstas brillaron con el sol y se preparó para atacar al humano que había detenido su andar para arrancar algunas flores que estaban entre los arbustos.
Todo estaba perfectamente planeado, el lobo iba a atacar, pero un resonante llamado de auxilio hizo que desviara su mirada en dirección al alarido. Sus orejas se crisparon y se sintió intrigado por el sonido que era tan suave que pocos animales podrían escucharlo, él entre los que podían.
Bufó al esconder sus garras y caminó en busca de aquel llamado, sentía que solo él podría salvar a la criatura que pedía ayuda, y se sentiría vil si dejaba que su egoismo dejase morir a otra criaturilla del bosque. Su andar era acelerado, casi corriendo entre las ramas y rocas, podía sentir que estaba cerca del río.
El lobo pronto se vio a las orillas del río, sintió su piel erizada e intentó olfatear algún raro olor que le indicara dónde estaba la criatura lastimada. Fue en ese momento que su mirada se posó en un pequeño gato en el río que luchaba contra la corriente para salir. El lobo quiso dejar pasar ese hecho, pues odiaba a los gatos, pero esa criatura era tan hermosa que no podía simplemente ignorarla.
Por ello, sin pensarlo otra vez, el lobo se deshizo de su chaqueta oscura y camisa, y se adentró al río a paso rápido. Estando adentro, se dio cuenta que el agua estaba más profunda de lo que esperaba, pero aun así sus pies llegaban al fondo piedregoso del agua. Suspiró al verse cerca del felino, y allí se fijó que la criatura estaba atrapada en una red de gruesas cuerdas y que notablemente no tenía la menor idea de cómo nadar.
El lobo respiró profundo, el agua cada vez aumentaba su volumen, por ello se hundió en el agua tras tomar una gran bocanada de aire y con sus garras rasgó la red. Cargó al felino entre sus brazos y éste, sin saber quién lo había salvado, lloriqueó antes de aferrarse en un abrazo al lobo.
Aliviado y enternecido, el lobo intentó salir del agua a paso lento, ayudándose con su brazo izquierdo para alejar el agua e intentar nadar, pero se vio en complicaciones cuando vio que del nacimiento del agua venían ramas y hojas. Eso sólo significaba una cosa: el río estaba por desbordarse.
Su corazón empezó a latir acelerado e intentó apurar su andar hacia el otro lado de la orilla, pero era demasiado tarde para ello. En menos de lo que esperaba, ya se había visto arrastrado por la corriente, sus pies no tocaban el suelo y lo único que le importaba era no ahogarse ni soltar al felino que llevaba en sus brazos.
Sintió como el agua lo aporreaba, como pequeñas rocas le golpeaban y como las ramas aruñaban su piel desnuda. Pero se negó a dejarse llevar por el agua, sabía que era fuerte y podría salvarse junto al desconocido felino. En medio de sus pensamientos y el hecho de que el agua lo estaba llevando más allá del bosque, el lobo hizo el esfuerzo por salir del agua a través de las rocas que sobresalían del agua hasta que finalmente llegó a la orilla.
Tomando profundas bocanadas de aire y dejando al felino a un lado, el lobo se sacudió para evitar que el frío pegara con fuerza en su cuerpo. Se sintió aliviado al verse fuera del agua y, con ello, recordó por qué se había adentrado al río. Se volvió ya más tranquilo al felino que estaba recostado de lado, se acercó sigilosamente para ver si estaba bien y de inmediato notó que el menor no estaba respirando.
Sin pensarlo acostó al chico de orejas gatunas boca arriba e intentó reanimarle. Presionó su pecho repetidas veces sin afanes de lastimarlo, le dio respiración boca a boca y siguió presionando su pecho. Por alguna razón estaba preocupado por la pequeña criatura, así que no se rindió hasta que, gracias a su trabajo, el felino empezó a toser en busca de aire y recobró por un instante el conocimiento.
—Un... lobo— El chico a penas pudo pronunciar tales palabras.
El lobo se acercó en busca de que el felino dijera algo más, pero el menor de cabellos rubios volvió a caer inconsciente, esta vez si respiraba. Tras un bufido y viendo como el agua seguía bajando con intensidad, el lobo cargó entre sus brazos al felino y se volvió sobre sus talones, mirando el bosque. Había quedado un poco lejos de su hogar, pero podría llegar antes del anochecer, así que empezó a caminar.
(...)
La luna estaba dándole la bienvenida a la noche cuando el lobo llegó a su humilde escondite. Se adentró en el tronco hueco hasta una madriguera la cual consideraba hogar, pero por primera vez que tenía a alguien más allí, se sintió avergonzado: su cama era un gran lecho de paja con telas cubriéndole, las almohadas era la lana de ovejas que hacia años había cazado, su cocina era una pequeña fogata, de resto eran paredes marrones sin adorno alguno más que raices sobresalientes.
Aun así, fatigado por la larga caminata, el lobo dejó al felino sobre la cama y se sentó en el piso, recostando su cabeza en una de las esquinas suaves de la cama. Sintió que en cualquier momento caería por el sueño, pero el hambre atacó su estómago para recordarle que necesitaba llenarlo.
La bestia se puso en pie y estiró sus músculos, miró por un instante a la deliciosa presa que tenía sobre su cama, imaginó comiendo un gato salvaje como ese, pero su mente no pensó exactamente en comerlo como alimento, sino como algo más. Con las mejillas pintadas sacudió su cabeza, notó que el felino estaba temblando y eso provocó que buscara rápidamente entre sus cosas algo para abrigarle.
Sin pensarlo, desvistió al chico gato de sus prendas mojadas y le vistió con una gran abrigo rojo que tenía en su poder. Hacía años, en uno de sus viajes, se encontró con una choza abandonada y de allí encontró una gran cantidad de ropa que no desaprovecharía, y gracias a ello tenía algo que ponerle al felino para abrigarle.
El menor dejó de temblar casi al instante en lo que se hacía un ovillo en su puesto. El lobo rio por lo aparentemente tierno y sumiso que se veía la criatura. Luego de un par de minutos admirando al felino de claros cabellos rubios, el lobo salió en busca de lo que sería la cena y rezó por encontrar un venado para asar, algo que le mantuviese lleno toda la noche.
Pronto, con la presa en mano y tarareando una melodía de victoria, el lobo volvió a su madriguera preparado para prender la fogata y asar al venado. Pero en cuando entró, se encontró con un gato salvaje curioso que, en cuanto le vio, frunció el ceño y se tensó para demostrar que estaba a la defensiva.
El lobo alzó una ceja y soltó con cuidado su querida presa, ladeó la cabeza y sus orejas se mantuvieron quietas en espera de que el felino dijera algo.
—¿Dónde estoy, lobo? ¿Qué hago aquí?— Sonaron las preguntas más como órdenes por parte del menor. El lobo dejó de pensar que el lindo felino era tierno y sumiso.
—Estás en mi casa, gatito. Te traje aquí para comerte— El lobo quiso jugar un rato, y abrió ligeramente su boca para mostrar unos blancos colmillos filosos. Notó como el felino, que seguía en cama, empalideció y frunció más su ceño.
—Mira, lobo. N-No soy cualqueir gato salvaje, déjame ir o-o te las verás con mis garras— el felino se mantuvo firme, pero el lobo no entendió porque el rubio titubeaba. Luego recordó que era un lobo que posiblemente podría comérselo, así que evitó soltar esa carcajada que subía por su garganta.
—Calma, gatito. Realmente no voy a comerte. Te traje aquí después de salvarte en el río. No podía dejarte pasar la noche en el bosque, peores bestias que yo podrían encontrarte.— Y tras un suspiro, se acercó a la pequeña fogata donde asaría la carne, su estómago rugía y lo único que deseaba era comer e ir a dormir.
—¿Y por qué me salvaste?— El felino quiso acercarse por curiosidad, pero se negó. Ver a un lobo tan alto y con más músculos que él, le hacía sentir ligeramente resentido, por ello estaba molesto y decidió no acercarse.
—¿Por qué no lo haría?— El lobo empezó a rasgar la carne y la clavó en unas varillas, muchas a decir verdad, luego se lavó las manos.
El felino se mantuvo en silencio mientras procesaba todo lo que había ocurrido. Recordaba el hecho de caer por error en el agua y el haber quedado enredado en una fastidiosa red de pesca, luego recordó cuando se abrazó a alguien, pero de allí supo que había quedado inconsciente.
Miró nuevamente al lobo que estaba de espaldas, se veía feliz, lo sabía porque movía la cola de lado a lado con rapidez. Luego miró su ropa, se suponía que debía estar empapado, pero se fijó en que lo que llevaba no era suyo y que posiblemente el lobo le hubiese hecho algo mientras estaba durmiendo. Al instante desechó la idea pues vio su ropa a un lado, guindada en una cuerda, y notó que su cabello seguía mojado.
—Gra-Gracias por la camisa, lobo— el felino desvió su mirada en cuanto el susodicho le miró de reojo, aparentemente impresionado. Vio como le dedicaba una sonrisa, pero no se dejaría engañar de un vil lobo.
—No hay problema. Ven a comer, debes tener hambre— y tras la invitación, el animado y hambriento lobo se puso en pie para servir un par de vasos de jugo de bayas azules.
Dejó los vasos en el suelo para improvisar una mesa, suponía por alguna razón que el gato salvaje no era de la zona, quizá una criatura mimada, pero eso no evitaba que su atención estuviese en él. Estaba por hacerle un par de preguntas al rubio, tales como si se encontraba bien o necesitaba algo más, pero en cuanto vio como el chico se tambaleaba al ponerse en pie, corrió hacia él para evitar que cayese al suelo.
—¿Estás bien?— El lobo se sintió curioso, pues el felino tenía una clara expresión de dolor en su rostro, algo que no pudo disimular.
—Es mi tobillo, no puedo apoyarlo.— Pronto la expresión de dolor se volvió de molestia.
El felino, con cuidado y sin afan de ofender, se alejó del lobo y se sentó en la cama para revisar su tobillo, le dolía demasiado. Quería maldecir, así fuese en silencio, pues odiaba cuando algo en sus piernas fallaba, pero si lo hacía, toda su educación estaría perdida.
Se mordió el labio inferior mientras hacía el vago intento de sanar el dolor, pero solo lo intensificaba por no saber hacer el masaje. El lobo puso atención en aquello, así que se agachó y acercó sus manos al tobillo ajeno, miró con seriedad al gato y éste, intentando mantener su compostura firme, desvió la mirada en afirmación de que el lobo le ayudara.
—No me había fijado en este golpe. Te lo debiste haber hecho en cuanto el río nos revolcó— comentó el lobo con cierta culpabilidad en la voz, eso llamó la atención del felino.
—No es tu culpa, te agradezco que me hayas salvado, lobo— el rubio, manteniendo su firmeza, agradeció.
De resto, todo fue silencio mientras el lobo masajeaba el tobillo del felino. El lobo estaba tan centrado en su labor, que no se fijó en la atenta mirada del curioso gato. Éste le miraba con tanta curiosidad, nunca había visto tan masculina y fiera criatura, tanta belleza en un solo cuerpo, una mirada perfectamente llena de misterios.
En cuanto el lobo terminó, alzó la mirada con las orejas caídas y la cola quieta, el gato mantuvo su ceño neutral pero algo le gritaba que acariciara al atento lobo que lo había salvado. Así que, con cuidado, palmeó la cabeza del lobo y éste a penas sonrió por el gesto, pues no lo esperaba, pero había sido reconfortante.
—Tienes una cortada— comentó susurrante el rubio y con suavidad deslizó su mano hacia la mejilla del lobo. Rozó la herida que aún sangraba y que no había visto antes. El lobo gruñó ligero por la molestia en su mejilla y eso provocó que el menor alejase su mano.
—Per-Perdona, no quise asustarte—el mayor posó su mano en la mejilla y verificó que sangraba, ya le pondría agua y sanaría en algunos días, como toda herida— ¿Me podrías decir tu nombre?— El lobo, ante la suave caricia ajena, miró en espera de alguna respuesta al felino de ojos verdes.
—Me puedes llamar Yurio— contestó—, ahora dime tu nombre.— Ordenó literalmente con el ceño fruncido y apoyándose en sus manos hacia adelante, algo muy provocador. El lobo no vio rastro de molestia en su gesto, sino una especie de tierno puchero de gato mimado.
—Me llamo Otabek— contestó tranquilo el mayor— ¿De dónde vienes?
—E-Eso no te incumbe— el niño había vuelto, o eso pensó Otabek en cuanto se fijó en como el menor cruzaba sus brazos y volvía a desviar la mirada, esta vez cerrando los ojos y presumiendo sus finas pestañas.
—Aún puedo comerte, Yurio— se burló el lobo en cuanto se puso en pie, pero no cambió su semblante tranquilo.
Yurio le miró. En su mente los lobos eran gruñones y malos, se comían a todos y odiaban a los felinos, así que eso era lo que Yurio temía de estar en la misma habitación con un lobo. Sin embargo, el chico que tenía en frente se veía tranquilo y, detallándolo mejor, muy apuesto y servicial.
Pronto una varilla con carne le fue entregada junto a un vaso de jugo y el felino, pensando en negarse, fue delatado por su estómago ruidoso y poco paciente. Sus mejillas se pintaron de un intenso rojo de la verguenza y apenado agarró la varilla, mordió la carne y sonrió finalmente para seguir comiendo a gusto. Otabek notó por fin la sonrisa del menor, era tan linda como lo imaginaba.
Tras estar satisfechos, Otabek se vio en la dura situación de decidir si Yurio se quedaba a dormir o lo echaba al bosque a mitad de la noche. Fue obvia su decisión.
Disipando el calor de la fogata, el frío llegó hasta la madriguera donde Otabek dormía en el suelo y Yurio en la cama. El lobo, debido a su alta temperatura, podía dormir a gusto sin la necesidad de cubrirse con alguna tela, pero el felino por otro lado, temblaba en la cama debido al frío y no era suficiente con todas las camisas que el lobo le había otorgado, no tenía el calor que necesitaba para dormir bien.
Con su ceño fruncido y siendo sigiloso, rogaba que el lobo no se despertara en lo que llegaba a su lado. Al verse al lado del dormilón lobo, el felino se acomodó a su lado lo mejor que pudo y al instante sintió como su cuerpo era cubierto por una oleada de calidez que le daban cosquillas. Sonrió victorioso antes de disponerse a dormir.
(...)
En cuanto el sol hizo su entrada, Otabek se vio rodeado de unos delgados brazos blancuzcos y en su espalda desnuda sintió un suave palpitar. A penas volvió su cabeza para encontrarse con unas esponjosas orejas de gato y un chico rubio apegado a su espalda, robándole su calor. Rio ligero, pues imaginó que el menor había tenido frío y no tuvo opción más que dormir a su lado, pero no esperaba que éste se abrazara a él.
Se volvió por completo en un cuidadoso movimiento, el chico rubio dormía profundamente así que no notó que su "almohada" se había movido. El lobo fue esta vez quien detalló el rostro del felino, sus parpados, sus mejillas, su nariz, su barbilla, hasta sus labios pequeños y entreabiertos.
Pensaba, desde niño y gracias a sus padres, que los gatos de cualquier especie buscarían causarle algún mal o engañarlo, pero nunca había tenido el placer de conocer a uno por si mismo, y no se veían unas criaturas tan malévolas. O quizá, eran criaturas tan bellas que podían ocultar todo mal. Eso provocó que el lobo entristeciera.
—Qué...Qué ves, pervertido— Yurio, despertando, frotó sus ojos y miró ceñudo al lobo del que estaba abrazado.
Otabek rio y con su pulgar limpió la pequeña hilera de saliva que Yurio tenía sobresaliendo de su labio. El menor se quedó paralizado y el lobo, aprovechando, se puso en pie para empezar el nuevo día.
—¿Puedes levantarte?— El lobo le ofreció la mano—. Déjame ayudarte.
Yurio aceptó casi al instante y se puso en pie. Su tobillo no dolía tanto como antes, aún molestaba, pero podía caminar y eso lo hacía muy feliz, y Otabek lo había notado. Tras ello, Yurio se acercó a lo que era el rincón de la cocina, miró detenidamente la carne y las pocas verduras, y empezó a picar la comida como si supiese lo que hacía. Otabek veía de lejos, y en cuanto se acercó, Yurio le pidió que le dejara cocinar.
Tras unos minutos y el uso de la fogata, frente al lobo se pudo apreciar un gran pedazo de carne con algunas verduras de adorno. Al probar la carne, el sabor a sal y comino provocó que sus mejillas se sonrojaran por lo delicioso que estaba; nunca había usado otra especie que no fuese la sal.
Yurio veía con alegría y orgullo como su obra de arte era degustada por el lobo, como éste comía con gusto y como, al terminar de tragar, relamía sus labios. Parecía un pequeño lobo comiendo su aperitivo favorito.
—Que sepas cocinar así de bien quiere decir que no eres de por aquí— Otabek, sintiéndose avergonzado por lo glotón que había sido, dejó a un lado su pedazo de carne.
—Sigue comiendo, nunca me habían dejado cocinar pero soy muy curioso. Me alegra que te haya gustado— Otabek sabía que Yurio estaba feliz a pesar de que tuviese la mirada desviada y los brazos cruzados.
—Realmente está muy bueno— y tras el pequeño halago, las mejillas del felino se pintaron de rojo.
—Anoche me preguntaste de dónde venía...— Yurio cambió de tema rápidamente, y captó la atención del lobo—, escapé de mi casa, esperaba tener suerte, pero terminé cayendo en el agua porque una estúpida serpierte me quiso morder.— Y terminó por reír de forma suave. Ya no eran tan importante ocultarlo como la noche anterior.
Yurio tomó una bocanada de aire, no entendía por qué había dicho todo eso de repente, pero a alguien debía decírselo. Al volverse, vio que el lobo ya había terminado de comer y que estaba por hacer una pregunta, quizá varias, pero al instante alzó su dedo índice y calló al lobo curioso.
—No diré más nada que eso.— El lobo bajó sus orejas pero mantuvo su semblante tranquilo.
—Eso quiero decir que no tienes a dónde ir— Otabek, esta vez con la mejilla apoyada en su brazo, capturó la mirada del gato.
El chico asintió, suponía que el lobo le echaría de su pequeño hogar, lo aceptaría, pero quería decirle la verdad.
—Quédate conmigo.
Y el felino, con clara impresión en su rostro, no supo cómo reaccionar a la tranquila propuesta del lobo. Éste, por otro lado, miraba con atención a su nuevo compañero y sonrió ligero al verle asentir a su petición. El lobo ya no estaría tan solo y el gato ya tendría un ugar donde vivir y pasar el invierno.
(...)
Pasando los días, Otabek aprendió más cosas sobre Yurio. Se había acostumbrado a sus comidas, a sus regaños y malas caras, sus arranques de gato mimado, a las miradas curiosas cada que hacía algo, a cada aspecto proveniente de las hermosas facciones del felino. Mientras, el gato estaba disfrutando de su estadía en la casa del lobo, jugaba con él y podía sentirse importante a su lado, porque el lobo le hacía sentir así.
Entre más avanzaba el tiempo, Yurio pensaba en lo poco que extrañaba su viejo hogar y en lo feliz que estaba en el nuevo, lo feliz que estaba con Otabek como compañero. Sin embargo, aun había algunas cosas que le ocultaba por simple vergüenza y el lobo no podía imaginar qué tipo de cosas pudo vivir un gato tan lindo como lo era Yurio.
Faltaba poco para que el invierno llegara al bosque, y el lobo había decidido llevar al felino a dar un paseo para conocer el lugar. Aprovecharía que Yurio había aceptado salir, otros días no lo había hecho, así que prometía que sería el mejor recorrido de todos.
El recorrido comenzó entre los árboles, Otabek le enseñó a Yurio dónde podría encontrar bayas y frutillas. Luego se encaminaron a los alrededores de la civilización, le comentó que por allí las personas solían cazar animales como ellos, que se cuidase si veía a alguien con un arma, pero que aun así habían personas que les dejaban comida cerca del sendero, por donde Otabek había querido atacar al chico de la capa roja.
Todo estaba ciertamente tranquilo, Otabek agradecía que el ambiente estuviese fresco y que Yurio estuviese bien vestido para el frío, y por ello no imaginaba que alguien fuese a atacarle.
Estaban por volver a casa y buscar la cena cuando Otabek escuchó pisadas a sus espaldas. Quiso decirle a Yurio que empezara a correr, pero antes de hablar ya había sentido un fuerte golpe en su cabeza, golpe que lo hizo caer y lo dejó mareado. Su cabeza daba vueltas y su mirada a penas podía centrarse en el felino de cabello dorado que era alejado de su lado.
Su cuerpo se sentía entumesido, pero intentó ponerse en pie para ir por Yurio. Le había visto luchar contra ese alguien que se lo llevaba, y no dejaba de gritar su nombre, pero los gritos rápidamente se disiparon entre el sonido del bosque y, aunque no quisiese, el lobo terminó perdiendo la consciencia.
Al despertar, el dolor en su cabeza era persistente pero al verse sólo a mitad de la noche en medio del bosque, no pudo evitar entrar en desesperación por recordar que se habían llevado a Yurio. Su cabeza daba vueltas y su mirada estaba nublada, pero estaba tan molesto que encontraría al gato salvaje donde sea que estuviese.
(...)
Yurio, estando en una cómoda cama y con una suave sábana sobre su cuerpo, no terminaba de aceptar que sus dueños le tocasen tras lo que había ocurrido. Su corazón aún palpitaba asustado, se sentía inmensamente culpable al recordar a Otabek tirado en el suelo y más ahora que suponía que debía estar buscándole con una herida en la cabeza.
Nuevas ganas de llorar le atacaron, y por ello se escondió entre las cobijas para que sus dueños no se atrevieran a acercarse a él. Se sentía impotente al tener que quedarse allí, tener que depender de los humanos, cuando solo quería estar con Otabek comiendo algo tan delicioso como carne asada.
—Viktor, Yurio aún no quiere comer.— Un chico con grandes gafas y el cabello oscuro, tenía en sus manos un buen plato de comida para el pequeño gato que, desde que había llegado a casa, no había querido dejarse tocar o comer.
—Pobre, debe estar asustado. Debió ser traumante estar con un lobo.— El llamado Viktor se acercó al chico de la caperuza roja y besó su mejilla en busca de calmarle.
—Se veía muy asustado cuando lo recogimos. Se fue por muchos días.— A pesar de los cariños recibidos, el chico de gafas no podía sentirse mejor pues su querido gato se veía triste y no sabía qué hacer para ayudarle.
—Quizá estuvo con ese lobo. Creo que fuimos muy drásticos al golpearle como lo hicimos, Yuuri— Viktor, tras rodear las caderas del menor, reposó su cabeza en el hombro contrario. Era cierto que querían recuperar a su gatito, pero no esperaban reaccionar de esa forma.
—Ahora me siento la peor persona del mundo— Yuuri, dejando el plato de comida a un lado, veía la tristeza que emanaba del gato escondido entre las sábanas.
—Vamos a dormir, mañana resolveremos esto— y finalmente, el de cabellos plateados convenció a su contrario de volver a la habitación a acostarse. Por obvias razones tuvieron que quedarse en la habitación de huéspedes, pero no hubo problema en ello.
Por otro lado, Yurio no podía consiliar el sueño. Miraba por la ventana atento a cualquier movimiento del bosque, esperando quizá a que el lobo apareciera en su rescate, pensando al mismo tiempo en que se olvidaría de él por haberle dejado en medio del bosque. Eso le bajaba los ánimos, pues no quería perder a la persona con la que mejor se llevaba.
Aun así, a pesar de su tristeza y culpabilidad, el sueño pronto le volvió el cuerpo pesado, sus parpados empezaron a cerrarse y lo único que faltaba eran los cálidos brazos del lobo a su alrededor. Entonces su dueños pasaron por su mente, el recuerdo de la feliz pareja que dormía en la otra habitación le provocaron una pequeña sonrisa, porque por más que esas personas fuesen fastidiosamente amorosas, Yurio no podía odiarles.
Yuuri y Viktor habían sido los únicos que lo habían aceptado con su mal humor, lo habían mimado tanto como pudieron, y él aun así había decidido escapar para intentar ser independiente, porque su naturaleza era ser salvaje y libre, no estar en una casa siendo cuidado por el par de humanos más cariñosos del mundo, no para estar acostumbrado a dormir en una cómoda cama con cómodas sábanas, no para tener sensibilidades, pero tenía todas esas características.
Estaba por caer ante el sueño, acurrucarse junto a la ventana, cuando el sonido de la madera rompiéndose hizo que saltara de su sitio. Yurio salió de la habitación sobresaltado y allí en la sala vio la puerta de entrada hecha trizas y a Viktor mirando con el ceño fruncido a un feroz lobo mientras protegía a Yuuri.
Nadie había reparado en el pequeño gato que había aparecido en la habitación. A sigilosos y rápidos pasos llegó al frente del lobo y se guindó a él en un abrazo de mera alegría por verle, y el lobo, dejando de lado su molestia, abrazó con mayor cariño al felino que había empezado a ronronear cerca de su cuello. Sin embargo, el menor terminó por caer en cuenta de que seguía frente a sus dueños y un suave rubor adornó sus mejillas, cosa que calmó por completo al lobo.
—¿Estás bien?— Yurio asintió— ¿Te lastimaron?— Yurio negó. Otabek, tras acariciar la mejilla fría del menor, miró el lugar donde estaba, vio las fotos, los juguetes, los collares—. Ellos son tus dueños, ¿cierto?— Yurio asintió y Otabek se sintió un completo idiota.
—Entonces si te encariñaste con el lobo— comentó Viktor a sus espaldas. Yurio esperaba que su "padre" estuviese molesto, pero al volverse a mirarle, tenía una pícara sonrisa en sus labios y Otabek no supo cómo reaccionar a ello.
—¿Quieres ir con él?— Acomodando sus lentes, Yuuri preguntó al ver que el lobo estaba calmado y que el felino se veía feliz al lado del contrario.— Puede ser peligroso.
—Yuuri, ya sobrevivió unos días junto a él. No se ve que lo vaya a lastimar— comentó nuevamente Viktor, esta vez dando un paso al frente para encarar al lobo. Yurio sabía que Otabek no les haría nada—. Pero si vuelves a inrrumpir así en mi casa y querer atacar a mi esposo, te juró que no te vas a escapar tan fácilmente.
La cola del lobo se erizó, pero se mantuvo firme ante la advertencia. Pensó que era normal reaccionar así si se estaba enamorado, por lo que no se molestó en bajar la mirada apenado por su manera brutal de ir por Yurio.
—Bueno— Viktor volvió a su ánimo alegre y se abrazó a Yuuri preparado para volver a la cama—, ya nuestro pequeño gatito ha crecido, ¿no crees, Yuuri?
Yuuri miró a su esposo por un instante, luego volvió la mirada al felino que seguía ronroneando en brazos del lobo, por un momento quiso negarse a dejarle ir, pero su gatito ya no era un bebé.
—¿Nos vamos?— Preguntó en un susurro Otabek, viendo en ese instante como Yurio jurungaba sus ojos por el sueño mientras miraba con atención a sus dueños. El menor asintió.
Entonces el chico de lentes salió a paso veloz de la sala, Yurio pensó en que había hecho sentir mal a su "madre", bajó sus orejas con tristeza y Viktor, ante ello, hizo el ademán de ir tras Yuuri. Pero momentos después, el chico apareció con una canasta en sus manos y una manta doblada en su brazo. Con cariño se acercó al felino y se arrodillo frente a él.
—Aquí tienes tu manta favorita— le mostró una tela con pequeños gatos blancos dibujados en ella— y unos cuantos Piroshkis para que coman de ves en cuando.
—Yuuri...— Viktor sabía que su pareja estaba triste—, no se irá para siempre. Podrán volver siempre que quieran, los dos.— El de cabellos plateados sonrió en lo que abrazaba al chico de lentes.
El de cabello negro asintió y Yurio, viendo tal atención y cariño con el que lo despedían, se abrazó a sus dueños en agradecimiento por lo que estaban haciendo, por todos los años de cuidados y mimos. En cuanto el abrazo terminó, el felino agarró la canasta y su manta y salió junto al lobo de la casa. La dulce pareja se quedó en casa, viendo como de a poco la silueta del gato y el lobo desaparecía entre los árboles.
Yurio, tomado de la mano con Otabek y llevando su deliciosa canasta de Piroshkis, mantenía en sus labios una sonrisa infantil llena de alegría. Sin embargo, sentía que estaba caminando muy rápido puesto que Otabek se quedaba atrás y no decía nada. Estaban cerca del hogar del lobo, Yurio se sabía el camino, pero aun así odiaba estar en medio del bosque de noche.
Fue entonces que sintió como su mano era soltada, y su pánico se elevó al volverse al lobo para darse cuenta de que estaba en el suelo. Con cuidado y fuerza arrastró al lobo hasta recostarlo contra un árbol cercano, miró de forma detallada el estado físico de su compañero, no veía sangre en ningún lado pero podía imaginar que todo había sido ocasionado por el golpe en la cabeza.
Yurio, ahora más que nunca, necesitaba llevar a Otabek a su hogar para que estuviese a salvo. El lobo a penas estaba consciente, podía fijar la mirada pero volvía a cerrar los ojos, su frente estaba sudada y Yurio pudo sentir que estaba más caliente de lo usual. El felino recordaba que esos síntomas los tenía cada que enfermaba y sus dueños le daban medicinas, pero en el bosque no había nada que ayudara.
Pronto el frío se intensificó y Otabek, que no llevaba chaqueta, le llamó en un vago intento de mantenerse despierto. El felino frunció su ceño y arropó al lobo con su manta, no eran tan grande, pero serviría. Tomó una gran bocanada de aire y ayudó a su compañero a ponerse en pie, agarró la canasta y siguió el camino lo mejor que pudo, porque estaban cerca del hogar del lobo y el lujoso felino no estaba dispuesto a dormir en medio del bosque con frío.
(...)
Al despertar, se sentía cómodo y abrigado en medio del frío. Otabek, tras un buen rato durmiendo, abrió los ojos con pesadez para darse cuenta que estaba nuevamente en su pequeño hogar y que a su lado, sentado en el suelo, dormía Yurio sin protección alguna. Quiso actuar rápido y ponerle una sábana encima, pero la gravedad lo devolvió a la cama por el dolor de cabeza.
Yurio despertó de golpe de su reciente sueño y vio a Otabek con una mano en la cabeza. Suspiró aliviado de verle despierto y de inmediato cambió el pañuelo que tenía en la frente por uno con agua más fría. En cuanto colocó el pañuelo en la frente del lobo, éste le miró con un poco de confusión y pronto le dedicó una ligera sonrisa.
—Hola— quiso comenzar el lobo, pero se ganó una mirada filosa por parte del felino que ahora le peinaba con cariño.
—No hables. Tienes que descansar tras ese golpe en la cabeza— comentó el menor—. Tenías fiebre y estabas sudando, no sabía qué hacer. Me tenías asustado, idiota. No vuelvas a enfermarte, no sabré qué hacer.
Otabek, impresionado, no despegó su mirada de los claros ojos del gato, notó que brillaban a pesar de su ceño fruncido y que aun así seguía peinándole con cuidado y cariño. Entonces le vio alejarse, y no le dio tiempo de voltear a ver qué hacía cuando el chico de cabellos dorados ya estaba a su lado con un plato de sopa.
—Hi-Hice lo mejor que pude. Fui a buscar algunas hierbas. Servirá para que te mejores pronto.—Y con poca fuerza, el felino se acomodó en la cama para después acomodar la cabeza del lobo sobre sus piernas, así estaría más elevado para comer.
Acercó con cuidado la cuchara a la boca del lobo, esperaba inconscientemente que la sopa supiese bien, y en cuanto Otabek la probó, asimiló que no sabía tan mal puesto que el lobo sonrió. Las mejillas del mayor se sonrojaron un poco por la tierna atención, pero Yurio tomó aquello como síntoma de la fiebre y fue más insistente en darle la sopa al pobre enfermo lobo.
En cuanto el plato estuvo vacío, Yurio bufó aliviado y orgulloso por haber cuidado de alguien. Dejó el plato de lado y acomodó su manta sobre el pecho del lobo para que no tuviese una pizca de frío. Otabek le miraba atento, no prestaba atención en algo que no fuesen sus gestos, y Yurio intentaba no reparar en aquello.
—Nunca me había enfermado— comentó el lobo—, si lo hice, nadie me cuidaba. No estoy acostumbrado a estar así, pero te agradezco que cuides de mi, gatito— Otabek, a pesar de no tener tanta expresividad, se podía sentir feliz.
Yurio se vio sin palabras, sonrojado y culpable. Decidió en ese momento no responder con otra cosa que un asentimiento, Otabek no le tomó importancia. Pocos fueron los minutos que el lobo permaneció despierto, seguía siendo de noche, así que se disculpó con el felino por mantenerle despierto y le invitó a que se acostara a su lado para que se abrigara del frío. Yurio aceptó, podía asimilar que ya le había dado todos los cuidados posibles al lobo.
—Yurio...— le llamó el lobo, el menor alzó las orejas en señal de que le estaba prestando atención—, ¿por qué no me dijiste que no tenías garras?
El felino se tensó en su lugar, tragó en seco en busca de alguna excusa, pero nada venía a su mente que estaba siendo atacada por el sueño y el cansancio.
—No me gusta hablar de ello, solo era una debilidad que no me permitía ser libre. Por ello no me dejaron en el bosque y por la misma razón casi nadie me quería, pues buscaban gatos de caza con buenas garras. Yo no podía cumplir esas espectativas.
—Eso no te hace menos especial— Yurio se sonrojó, pensó que era causa de la fiebre y que Otabek estaba delirando—. Te adoptaron unas buenas personas, y si no hubiese sido por eso, ahora no seríamos amigos, sino tu estarías esperando para cazarme.
—¡Tuviese garras o no, seriamos amigos, Beka!— Ese comentario había afectado a Yurio, y Otabek se sintió mal por haber causado tal susto en el menor.
—Disculpa— Otabek con cariño alzó su mano para acariciar la mejilla del felino de ahora ceño fruncido y éste desvió la mirada—, no quise alterarte.
—Eres un tonto— Yurio volvió a recostarse, esta vez más encogido que antes.
—Recuerdo cuando nos conocimos— el lobo lentamente caía ante el sueño, pero había captado la total atención del rubio—, me amenazaste con rasguñarme, y aun así me seguías pareciendo...— Yurio esperaba el final de la oración, pero el lobo había bostezado—, me seguías pareciendo la criatura más linda... del bosque.
Y al finalizar la frase, el lobo terminó por quedarse dormido. Yurio alzó con impresión su mirada, sus ojos brillaban y se había acercado al lobo lo suficiente para sentir su tibia respiración. Con ceño fruncido le picó una mejilla, un toque suave y que no molestó al mayor.
—Beka, tonto— y tras ello, le besó la frente al lobo que estaba profundamente dormido.
(...)
Pasando los días, llegaron a convertirse en semanas y éstas en meses. Cuando menos se lo esperaban, los animales del bosque ya se preparaban para el invierno, recogiendo comida y buscando nuevos y cálidos hogares para pasar la vestizca que año tras año llegaba en dicha época.
Yurio, por otro lado, se preparaba para una celebración que los humanos hacían cada invierno. Era la llamada Navidad, una celebración donde se adornaba la casa con luces y se comía pavo, pero Yurio no hallaba la forma de cazar un pavo sin que Otabek se diese cuenta; quería que fuese una sorpresa para el lobo, pero lo necesitaba.
—Yura... Has estado muy raro, ¿pasa algo?— repentinamente, el lobo había aparecido a sus espaldas mientras guindaba unas luces en las ramas que sobresalían de las paredes. Había ido a casa de sus dueños por ellas y agradecía que no necesitasen electricidad.
—Na-Nada. No me asustes así— el menor se volvió a mirar al lobo con el ceño fruncido.
—No te sobreesfuerces, gatito. Puedes llamarme para lo que sea que necesites.— Otabek con su ceño tranquilo y la ceja alzada, posó su mano en la cabeza del rubio como costumbre— En esta época hace mucho frío, así que vístete adecuadamente para que te mantengas caliente.
—Gracias— Yurio se sentía más pequeño cuando el lobo le ponía la mano en la cabeza, pero la dulce mirada que el mayor le dedicaba, le hacía olvidar el sin fin de insultos que le hubiese dicho a cualquier otra persona.
Era cierto también que últimamente Yurio y Otabek estaban más unidos, más encariñados, más acostumbrados, pero Yurio, cada que el lobo le hacía sonrojar, no podía evitar recordar la noche en la que le dijo que era lindo. Quizá estaba delirando, dormido y con fiebre, pero lo había dicho antes de abrazarlo, y ese gesto era algo que el felino nunca olvidaría.
Los días cada vez se hacían más cortos, más rápidos, y Yurio ya conocía el lugar perfecto para cazar un pavo. Su lista estaba casi completa, o eso decía en el papelillo que había hecho para recordar cada cosa que debía hacer en esa época.
Era noche, vispera de navidad, cuando Yurio despertó a mitad de la noche para comenzar con su plan. Su primer y único obstáculo estaba presente: estar encerrado en los brazos fuertes y pesados de un lobo. Yurio sabía que Otabek era difícil de despertar, pero igual de difícil era zafarse de sus brazos, sobretodo por lo cálido que era estar entre ellos.
Sin embargo, centrado en su misión, salió de su encierro sin error alguno. Estando de pie en la salida, sintió que con una chaqueta soportaría el viento frío de la noche y terminó por dar un paso fuera de su hogar. Una sonrisa de orgullo cruzó por su mente en cuanto empezó a caminar, pero a medida que se alejaba de su escondite, más fuerte se hacía el viento.
Aun así siguió caminando hasta que llegó a la zona que había marcado, allí instaló su trampa para las aves y se sentó a esperar, a ver si alguna tonta ave venía por la comida que él había dejado. El rubio se sentía feliz de intentar cazar algo, deseaba volver a casa con las manos llenas y sorprender al lobo, pero a medida que pasaban los minutos, más incrementaba el frío y ningún ave se asomaba por la comida.
Al verse casi congelado, el felino se puso en pie con dificultad y regresó a paso lento al escondite del lobo. Sus piernas pronto empezaron a entumecerse y, estando cerca de casa, empezó a refunfuñar por el frío que hacía, por no haber cazado nada, por dejar su cómoda y cálida posición entre los brazos de Otabek, por la mala suerte que tenía.
Al llegar a la puerta del tronco hueco, sus manos dolían y necesitaba calor para que sus huesos se descongelaran. Frunció el ceño y suspiro irritado, y pudo notar que su aliento era gélido. Quiso hablar, quizá gritar para que Otabek le abriera, perola voz no salía de su garganta. Tuvo miedo por un segundo de congelarse allí afuera.
Fue entonces que vio una pequeña luz dentro del escondite, algo mínimo, pero lo vio. Sonrió ligero, hasta sus mejillas dolían. La puerta se abrió entonces ante sus ojos y allí, con varias chaquetas en mano, Otabek se veía molesto y preocupado al verle cubierto de nieve y temblando del frío.
El lobo, hirviendo en furia, cargó al pequeño gato hasta estar sentado a un lado de la fogata y le quitó la ropa fría que llevaba puesta. En rápidos movimientos lo cubrió con las chaquetas cálidas, lo abrazó a su pecho y cubrió sus orejas pues éstas estaban aún temblando. El calor de su cuerpo y el de la fogata le ayudarían a volver a su temperatura normal.
—¡¿A dónde rayos fuiste en medio de esta ventisca?! ¡¿Estás loco?!— Otabek, por primera vez ante la mirada del gato, se veía molesto y procupado. Yurio podía escuchar los acelerados latidos del mayor, quizá porque su corazón estaba casi congelado y latía de forma pausada.
Yurio, sin embargo, no podía hablar y Otabek había entendido aquello. Era un pequeño gato que no estaba acostumbrando a la vida salvaje, poco sabía de las ventiscas, poco sabía de lo que el frío podía ocasionar en su cuerpo. El felino tenía sus mejillas y nariz roja, el resto de su piel estaba pálida, casi azulada, y sus labios titiritaban entreabiertos, sus hermosos ojos estaban cerrados.
Otabek terminó por tragarse sus palabras interrogativas al ver al felino tan afectado por el frío, al verlo temblando y aferrándose a su pecho. Con cuidado se arrastó un poco más cerca del fuego y frotó los brazos del menor para que el calor llegara más rápido a sus huesos, pero el chico solo hipeaba.
Yurio notó esa preocupación en la mirada desesperada del lobo, sabía que era toda su culpa, pero sabía que había una pequeña posibilidad de mejorar el tenso y congelado ambiente.
Con poca fuerza, se arrodilló frente al lobo y, aprovechando que éste le miraba confundido, se acercó con su aliento gélido para besarlo. Sus labios inexpertos apenas tocaron los contrarios, a penas lo saborearon, y ya podía sentir sus mejilla calientes por la emoción que esa acción causaba en su sistema.
El lobo, impresionado por el gesto de su tierno compañero gatuno, no pudo contra el impulso de acostarlo contra el piso y sujetar sus manos. Yurio le miró fijamente, vio las mejillas rosadas del lobo y luego pasó su mirada a los labios carnosos del mayor. Imaginó y soñó con besarle, pero era estúpido a la hora de querer hacerlo, porque no sabía nada sobre el tema.
Otabek se sintió tentado por el cuerpo friolento del felino, tentado por los pequeños labios, tentado por las sensibles orejas, tentado de mil razones que solo él podía imaginar. No podía creer el atrevimiento del menor, pero no sería en vano. Tras morderse el labio, se acercó a los labios del felino para besarle, enseñarle lo que sería su primer beso, enseñarle cómo se hacía.
Yurio sintió su cuerpo temblar, no solo por el frío, sino por aquel beso. Pronto sus manos fueron soltadas y las llevó al cuello del lobo, éste llevó sus manos a las caderas delgadas del rubio mientras jugaba con sus labios. Yurio sentía que en cualquier momento perdería el conocimiento, quizá por el frío o por la emoción.
—No vuelvas a irte así. Te dije que podías llamarme para lo que fuese— Otabek, tras finalizar el beso, apenas dejó unos milímetros que lo separaran de los labios pequeños del felino.
No era intención de Otabek, pero al fijar sus ojos en los orbes verdes del menor, éstos estaban cristalizados y a punto de estallar en llanto.
—Que-Quería darte una sorpresa— el chico no quería titubear, pero no lo podía evitar, por ello frunció su ceño—, no quiero depender siempre de ti. También soy útil.— Yurio, sorbiendo su nariz, desvió la mirada para que el mayor no le viese.
—¿Cómo reaccionarías si me voy mientras duermes y vuelvo muerto del frío?
Yurio entonces se volvió a él, sin palabras, solo para ver la mirada nostálgica del lobo. Otabek le acarició la mejilla, deslizó su mano hacia la frente del felino, intentó llenar de calor el rostro aún pálido del chico, todo con cuidado e intentado darle confianza, el gato se dejó mimar por las cálidas manos.
—Ahora sólo me interesa que tu cuerpo entre en calor— Yurio estuvo por contestar, algo tonto a decir verdad, pero Otabek lo acalló con un nuevo beso, uno igual de dulce que el anterior, uno igual de suave que el anterior, igual de lento y cálido.
El felino, aprendiendo cada movimiento de los labios ajenos, pudo sentir que el calor volvía a su cuerpo, que podía mover sus huesos con facilidad, que ahora si podía sentir el fuerte calor que expulsaba el cuerpo del lobo. No había caído en cuenta de que sus cuerpos estaban a centímetros de estar por completo pegados, que las telas serían velozmente desprendidas si alguno de los dos deseaba eso.
Pensar en algo más que besos, provocaba que la inocente mente del felino explotara, que sus mejillas se tornaran de un color más fuerte y que Otabek notara el repentino acelerar de sus latidos.
Al terminar el beso y fijarse en el tierno rostro nervioso del felino, el lobo supo de inmediato que aún no era tiempo de comerse al gatito.
—Por-Por favor espérame— tales palabras salieron de los labios del menor en un tono que no podía describirse como suplicante, sino retador, porque así era la voz de Yurio, era retadora, provocativa, orgullosa, nada suplicante o sumisa sino firme y segura.
—Lo haré.
Y el frío finalmente abandonó el pequeño hogar del gato y el lobo. Ambos volvieron a la cama, Yurio no volvería a apartarse de Otabek al dormir, ya no se arriesgaría a congelarse sin el lobo.
A la mañana siguiente, el felino se sintió sumergido en un sin fin de chaquetas y sábanas que le daban calor. Se sintió estafado al no ver al lobo a su lado, estaba haciendo una lista mental de lo que le diría, pues le estaba haciendo la misma trampa que él había ingeniado. Sin embargo, al quitarse las mantas de encima y dejar sobre sus hombros su manta favorita, encontró a un Otabek bien vestido frente a una mesa hecha de madera, en ella había un gran pavo recién hecho y varias flores alrededor.
Con impresión, se puso en pie y tambaleó por el frío que aún ocupaba su cuerpo, Otabek se acercó a ponerle una bufanda alrededor del cuello y le invitó a sentarse frente al pavo. Pero Yurio le miró ceñudo y con las manos en las caderas.
—¡Este era mi plan!— Refunfuñó el menor con los ojos achinados— Eres un tramposo.
—No es mi culpa que hayas dejado esto por ahí— y el lobo, mostrando una leve sonrisa, sacó de su manga un papelillo, el papelillo donde Yurio había escrito su plan para la mañana de navidad—. Pero solo falta algo de la lista.
Yurio se vio confundido, tenía todo bien planeado y Otabek se había robado su idea de sorpresa. Fue entonces que el lobo, dejando el papelillo de lado, sacó un extraño ramillete de hojas y frutos blancos de su espalda. Se lo entregó al rubio y le indicó que lo tenía que guindar en el techo, y con su ayuda pudo amarrarlo a una raíz que sobresalía.
—Listo— Yurio sonrió al ver la flor guindada en el techo, se le hacía familiar, pero no terminaba de entender.
—Ahora...— esta vez, agilmente, el lobo atrapó al gato entre sus brazos y sostuvo su quijada a centímetros de sus labios—, si dos personas estan bajo el muérdago, deben besarse.
Yurio recordó entonces lo importante que era esa flor. Sus dueños usualmente se besaban bajo esa flor, la conmemoraban, era parte escencial para los enamorados en navidad. El felino sonrió animado y saltó en ataque al lobo, tan repentinamente que Otabek perdió el equilibrio y cayó al suelo, y antes de quejarse, Yurio ya le estaba besando de forma inocente y con una inmensa sonrisa en labios.
—Feliz navidad, Yura.— Otabek, con poco sonrojo en sus mejillas, acarició la cabeza del felino después del beso sorpresivo del menor.
—Feliz navidad, Beka.— Y Yurio no pudo evitar llenar de besos el rostro del lobo, demostrar que había cazado a un lobo y que sólo era suyo. El gatito estaba feliz.
(...)
Un par de años después...
Tras el cambio de hogar y llevar todas las pertenencias de un lugar a otro, el lobo y el gato habían conseguido un lugar más grande y cómodo que el anterior.
—Ey Beka...— Yurio, quien llevaba una holgada camisa cubriendo su cuerpo y tenía el cabello más largo, había llegado a la cocina improvisada donde el lobo intentaba cocinar algo nuevo. El mayor no se había molestado en volverse, estaba muy concentrado.
—Dime, gatito.
—¿Recuerdas que te dije que "me esperaras"?— Preguntó seductor el felino. Su cola traviesa se enredaba en su pierna desnuda mientras daba media vuelta de regreso a la habitación con un suave movimiento de caderas. Otabek le miró de reojo, sonrojándose al instante— No creo que pueda aguantar más.
Y tras ese comentario, el felino volvió a pasos lentos a la habitación. El lobo, sonriendo ligero, dejó lo que hacía y caminó tras el gato mientras se quitaba la camisa. Mordió su labio al ver a Yurio acostado boca abajo en la cama, llevando únicamente su camisa, provocando a su instinto animal.
—Hora de comer, lobito.
---Fin---
¡Volviendo de las tinieblas! Me prometí que al terminar clases, actualizaría alguna de las historias. ¿Qué tal, galletitas? Tiempo sin verlas /w\
¿Qué opinan del Shot? Necesito una opinión colectiva.
Sin más que decir y feliz de estar de vacaciones, les deseo lo mejor en estos días y los que siguen.
Las quiero mucho, galletitas owo
Bye~
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