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Sinfonía.

Estaba nervioso, en su corazón había un revoloteo de emociones que definitivamente se estaba volviendo una vorágine de amor, envidia, admiración, derrota, nostalgia, y anhelo. Dios, no sabía ni como rayos podía parecer tranquilo, aunque no lo estaba ni un ápice, ¿cómo siquiera podría pensar en tranquilidad? Era imposible.

A cada momento, no podía evitar mirar a su derecha y notar la concentración con la que Arthur observaba hacia el frente, encantado por ver la combinación del violonchelo y piano, se sentía pequeño en la habitación de colores solemnes donde un vitral gigante destacaba gracias a las luces doradas, un conjunto hermoso que pretendía dar un aspecto angelical a los intérpretes de finas obras instrumentales, como si realmente lo necesitaran, con tan magnífica presentación. Sí, definitivamente, al ver esos ojos brillar como campo primaveral, no podría admirar más la dedicación y pasión con la que aquellos intérpretes buscaban remover a su público.

La pasión y admiración parecía desbordarse de los ojos del inglés, que miraba con tal concentración los instrumentos, que el americano sintió envidia, envidia por no ser tan interesante como esos músicos que mantenían la atención de la persona que ha amado por meses.

Las últimas notas resonaron en el salón y corazones, observó con atención como los intérpretes agradecían el aplauso y señalaban al pianista de acompañamiento antes de que éste diera su propia y todos juntos le acompañaran con una gracia divina.

Aplaudió con un sonrisa baja, las obras eran hermosas y se sentía agradecido de que estos eventos le permitieran admirar a Arthur, atesorando esa expresión emocionada, con esos aplausos fuertes antes de que el anglo se colocara de pie como si aplaudir con esa sonrisa y lágrimas en los ojos no fuera suficiente, el verlo así le hizo sonreír ampliamente, aunque sintiera envidia de ésta noche, atesoraba con su vida lo que hoy pudo conocer del raptor de su corazón, estaba feliz de verlo apretar el programa emocionado mientras le decía frases sobre lo hermosa que sería la canción, la forma en la que la chelista tocaba las notas o como el piano producía dulces sonido, hasta le producía ternura el recordar cuando el mayor llevaba un dedo a su boca solicitándole silencio antes de que las luces bajarán y los nuevos dulces sonidos envolvieran la habitación.

Se alejó de Arthur, sintiendo una pequeña presión cuando acomodó mejor la tela de su traje, como si no fuera ya lo suficientemente perfecto esa noche, acercándose luego con esa sonrisa a la chelista. Arthur no era feo y él mejor que nadie lo sabía, sabía que ese inglés podía ser más popular si se lo propusiera, con su acento y prendas elegantes era perfecto y ahora mismo no se iría sin el teléfono de la chica.

Con una sonrisa triste encontró un pequeño puesto decorado con una tela de color rojo, en ella perfectamente colocados estaban los discos de la agrupación pequeña, incluso con canciones de los músicos invitados y de autoría de alguno de ellos. No dudó en sacar su billetera, sería un buen regalo para el menor de los Kirkland, así tal vez en él se iría su último intento, su último "te amo" y dejaría escapar al viento ese sentimiento que lo carcomía.

No estaba bien amar.

No estaba bien sentir eso por él.

No estaba bien decir "Te amo".

—Arthur.— Llamó cuando lo vio salir con una sonrisa que creció al llegar a su lado. Tal vez Kirkland nunca notaría la devoción con la que ese nombre salía de sus labios cada que le llamaba. —¿Cómo te fue?

—Un éxito.— El inglés recorrió su cabello hacia atrás, cosa que inevitablemente lo hizo sonrojarse. —Tengo su número.

—¿Tanto te interesó?— Soltó tratando de ocultar el tono dolido, jugando inconscientemente con el regalo en sus manos.

—Su música.— Habló el inglés, suspirando un poco, manteniendo una mirada alegre, pérdido aún en sus sentidos, extasiado con el poder de la música. —Me gustó tanto como a ti te gustan las estrellas.

—Sabes, hay algo que me gusta más que las estrellas.— Su voz bajó cada vez más, el anglosajón se detuvo bajo un faro, la curiosidad iluminaba los ojos verdes y el corazón de Alfred latió agitado, con miedo.

—¿Algo?— El mayor se acercó con duda al americano, si Alfred lo hubiera mirado podría notar un poco de miedo reflejarse en el rostro que más le gustaba. —¿O alguien?

El americano le rehuyó a la mirada, cosa que hizo el corazón del británico se contrajera

—¿Es de aquí o de tu nación? ¿Volverás? — Lo último le supo a reclamo con una mezcla de duelo, Alfred levantó la vista y lo vio por primera vez: miedo, una emoción que no creyó ver nunca en los ojos esmeralda de su querido amor; esperanza, eso sintió en seguida dentro de su corazón, que volvía a latir agitado, acompañado de una sensación de vacío en su estómago.

–Te amo.

–Te amo.

¿Quién lo dijo primero? No lo sabemos, sólo que fue directo, preciso y conciso, se sintió tan bien que cualquier miedo desapareció en medio de una melodiosa y agradable ventisca.

Tal vez luego sepamos si en medio de esa noche algo más allá nació, pero dicen que la música mueve almas y corazones; sin embargo a veces no se necesita ni una tonada más allá del latido de tu loco corazón, acoplándose con el de tu amado en una misma sinfonía, llamada amor.

|Beteado Marzo, 2020|

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