"Pero niña, deberías estar escribiendo los pedidos".

Lo sé, pero perdí la hoja :'v y no estoy muy inspirada. De hecho esta en una historia que escribí hace algún tiempo. Sorry ;-;

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Lovino miró las estrellas brillar, era extraño aún estando acostumbrado a dormir bajo techo y en una cómoda y caliente cama no se sentía mal allí en medio del bosque con el frío traspasando sus ropas y con la escopeta como única compañera en esa solitaria noche en la que el único ruido era el viento y su voz rasposa cantando una canción aprendida hace siglos, pensó en todos los años que vivió como una colonia más de España. Llevó una mano a su rostro en un vano intento de quitarse el sueño que le invadía hace unas horas. Se levantó y caminó hasta dónde estaba la campaña.

Feliciano dio las últimas indicaciones a sus soldados y se sentó a mirar al cielo nublado sonriendo levemente jugaba con un adorno del traje muestras con la otra sostenía una pequeña flor que salvo de ser aplastada, recordó cuando convivía con Austria y Hungria, se negó a llorar, hasta sus oídos llevaba las voces de los suyos vociferando gritos de aliento para los desesperanzados, los miró y volvió a levantarse.

— Estamos listo —dijo un hombre con voz firme hacía el norteño, este le asintió y acomodó el rifle en su espalda.

La tropas comenzaron a andar hacía el lugar indicado, dejando atrás a ambas naciones. Romano pasó un brazo por los hombros de su hermano y lo empujó hacía él hasta besarle la frente.

— ¿Listo para ser lo que siempre debímos ser? —Le preguntó Lovino quitándole el sombrero al otro.

— Listo —Respondió Feliciano quitándole el sombrero para ponérselo de nuevo—. Siempre lo estuve.

El menor le robó un beso y salió corriendo hacía donde todos se habían ido, el sureño río y salió detrás del otro.

Esa sería la última batalla.

Ese día serían una sola Italia.