Labios Rojos
Sinopsis: Beatrice siempre ha sido una diosa del sexo, y como todas las noches, baja a su bar favorito en busca de compañía para la noche. ¡Segundo puesto en el Golden Star Awards! Portada de: @Martoluchi, a quien le dedico esta historia.
Abrí la puerta de aquel pub aprovechando al máximo su chirrido. Perfecto, había captado su atención.
Un paso, otro, otro. Todos los hombres que había allí estaban en absoluto silencio, por lo que lo único que se escuchaba eran mis tacones.
Yo ya me imaginaba como me estarían viendo: una mujer joven, con un bonito vestido negro corto y un tocado de redecilla que me cubría la frente y mis ojos, dejando únicamente ver mis labios rojos como rubíes.
Sí, una mujer de negocios en busca de caza. Bob fue el primero en hablar.
-¿Lo de siempre, Beatrice?
-Eso mismo, Bob. -Sonreí con sobriedad.
Bob me dio la espalda para prepararme mi cosmopolitan.
Aunque notaba como toda la atención iba dirigida hacia mí, no me rebajé a girarme y verlos babear.
Conocían mi fama. La más perfecta de las empresarias durante el día, la más sucia de las putas por la noche. Con mi transformación nocturna me había ganado mi apodo «La Loba», nombre por el que pocos se atrevían a llamarme.
Por fin el primer valiente de la noche se dejó caer en el taburete de al lado.
-Así que Beatrice, ¿eh? Bonito nombre.
-No tanto como esos glúteos -ronroneé.
Este podría ser un buen candidato. Su cuerpo empezó a hablarme. Sus bíceps me dijeron que era un hombre de gimnasio, su mirada esquiva que probablemente le estuviera esperando una Señora «Glúteos perfectos» en casa y su cara roja que ya había bebido bastante antes de mi llegada.
-¡Eh, tú! ¡Otra de lo mismo! -Chasqueó sus dedos y Bob asintió, corriendo a hacer su trabajo.
Bob nos sirvió lo nuestro y se apartó para dejarnos hablar. Él sabía lo que debía hacer, pues yo era su mejor clienta. Si sus hijos llegaban a ir algún día a la universidad, iba a ser gracias a mi pequeña obsesión.
-Bueno... Me imagino que detrás de todos esos músculos hay un nombre... -dije tan confiada como de costumbre.
-Gérard, Gérard Vierne. -Sonrió de manera nerviosa.
-Um... Francés... Me gusta. Y dime, ¿qué te ha traído hasta este pequeño lugar?
Gérard se frotó la nuca.
-Negocios.
-Pues estás de suerte, amigo, porque a mí me encantan los negocios.
Tenía experiencia con los hombres, sabía que eso ya le habría provocado una erección, y si no lo había logrado, estaría a punto.
-Te voy a hacer un pequeño favor porque te veo nervioso, y te voy a ahorrar toda esa parte en la que intentas seducirme ridículamente y yo finjo que no tengo planeado acostarme contigo desde que te vi al cruzar esa puerta. ¿Te parece?
-Perfecto.
-Pero a cambio quiero que escojas un compañero. -Me miró sorprendido-. Esta noche he planeado algo especial, y este número requiere dos ayudantes.
Sabía que al principio no le haría mucha gracia, pero también sabía que había oído cosas maravillosas sobre mis noches de sexo.
-Aquel.
Señaló a uno de más o menos su complexión. Ese hombre joven nos observaba a la vez que terminaba su vaso de whisky escocés.
-Excelente, yo hubiera escogido el mismo.
Avancé hacia el rubito y le quité la copa de la mano para llevármela a los labios y acabar su contenido.
-Hola -lo saludé.
-Hola.
-¿Te interesa la magia?
-Depende del mago.
-Oh, créeme, esta maga sabrá complacerte.
Sus amigos empezaron a golpearlo en la espalda y a reír, mientras sentí como mi otro acompañante se empezaba a desesperar.
-Está bien -aceptó entre risas.
-Perfecto, ...
-Sean.
-Perfecto, Sean. Vamos, acompañadme.
Dos calles y llegamos a mi apartamento. Notaba que había tensión entre los dos de ahí atrás y que su testosterona debía estar por los cielos, y Dios mío si me ponía.
Sonó el clic de la cerradura y pasamos adentro.
-Ropa fuera -ordené.
Lo dije con tal fiereza que ninguno se atrevió a discutir. Ambos intentaron que no lo viera el otro, algo bastante ridículo. Seguramente no tenían experiencia en el campo de los tríos, o por lo menos no de esta clase.
Mientras se desnudaban quise poner las cosas sobre la mesa.
-Como buenos caballeros que sois, espero que hoy me tratéis como lo que soy: una perra loca de sexo. Nada de sensibilidad, nada de piedad, nada de razonamiento. Solo sexo salvaje, como alimañas de la selva. Si no, ahí tenéis la puerta.
Me giré, dándoles la espalda. Me quité mi tocado con suavidad y deshice mi recogido, dejando que mis ondas castañas cayeran sobre mis hombros.
-Bueno, ¿quién será el valiente que me quitará el vestido?
Dudaron, pero entonces escuché unos pasos acercarse a mi espalda. Su aliento se posó sobre mi cuello y su mano bajó, sin ningún atisbo de timidez, mi vestido. Con la espalda al aire, noté el peso de sus manos subir, primero, y luego aventurarse a la parte delantera de mi cuerpo. El vestido cayó por su propio peso.
Y la cosa se puso agresiva, justo como a mí me gustaba. Un empujón hacia la parte trasera del sofá me hizo caer sobre él y quedar con el culo hacia arriba.
Las manos que habían acariciado mi espalda se atrevieron con mi culo. Aquella mano metió el dedo corazón en mi vagina, comprobando así mi humedad y excitación.
-Um... -dije.
-Aparta -Era la voz de Sean.
Sean apartó a Gerard de un empujón, y apoyando una mano en mi espalda para impedirme levantarme. Él no se anduvo con rodeos y entró directamente al ataque con fuerza. Incluso pude notar las venas de su pene.
-Así yo no puedo hacer nada. -Tiró Gérard por él para atrás.
-Búscate un hueco.
-Sh... Basta chicos, hay Beatrice para todos...
Me levanté y caminé hasta la cama.
-Al ataque, cachorros.
Dado el pistoletazo de salida, corrieron junto a mí.
Sean se puso delante de mí y señaló su pene.
-Lame.
Una felación a cuatro patas. Este hombre sabía lo que se hacía.
Gerard aprovechó que la puerta de atrás estaba libre y empezó a montarme con ganas.
Sean apretó mi cabeza contra su miembro. Gérard casi logró que me atragantase.
Me inundó una especie de calor cuando Gérard se vino adentro y gimió.
-Mmm.
-Sh, no se habla con la boca llena -me recordó Sean.
Gérard empezó a frotarme las tetas con fuerza, y Sean me soltó.
-Mal, mal, esto no es suficiente. ¡Quiero más locura! ¡Pasión! ¡La mejor noche de vuestras vidas!
Gérard me dio un azote.
-Para, que tú no sabes -dijo Sean.
-Me estoy cansando de que no pares de desautorizarme. Te recuerdo que fui yo el primero.
-Pues demuéstrame lo que vales -dijo abriéndose de piernas.
Por fin algo interesante.
Mientras Gérard le entraba por detrás, Sean me agarró y me acercó a él. Empezó a lamerme todo el pecho.
Me dejé caer y abrí las piernas. Esto sí que iba a ser divertido. Y ahora era él el que lamía.
-¡Dios, Gérard, con cuidado, hombre!
-Sin piedad, esa era la norm -soltó entre empujones.
Gérard cayó.
-Estoy muerto.
-No, de eso nada. Todavía no he recibido nada de salvaje -me quejé.
Sean se levantó y agarró una cinta que había sobre la mesa de la cocina.
-Está bien, démosle emoción a la señorita.
Y con la mordaza puesta, las manos atadas a la cama y Gérard recuperado, la fiesta empezó de nuevo.
Con cada uno colgando de un pecho empecé a notar el despertar del instinto salvaje en mí.
-¡Más! -dije cuando se me resbaló la cinta de la boca.
Sean se separó y me dio unos azotes que me dejaron con la piel temblando.
-Eso.
Mordió mi muslo con fuerza.
-¡Ay!
-¿Eso significa que lo estoy haciendo bien?
Gérard rodeó mi cuello con su mano y me lamió el lóbulo de mi oreja derecha, apretándolo con fuerza entre sus labios carnosos.
Los mordisquitos de Sean empezaron a subir por la espalda y también de intensidad.
-¡Au! Eso duele, pero me gusta...
No contestó. Solo hizo un ruido que si no hubiera sabido que era de él hubiera pensado que era de un animal feroz que acechaba entre las sombras.
Sus dientes rechinaron entre ellos en su boca.
-Sean...
Otro mordisco.
Entonces Gerard se puso bajo mi pecho y también empezó a morder.
-Chicos, no, esto no es lo que yo... ¡Aaah!
El dolor fue indescriptible. Un dolor extraño, nunca antes probado, pero que al ver la carne de mi pezón en la boca de Gerard se convirtió en puro terror.
La sangre cayó sobre la cama.
-¡Soltadme! ¡Soltadme!
-Sin piedad... -susurró Sean a mi oído, marcando cada letra de las palabras.
Entonces me arrancó el lóbulo izquierdo. Gérard se adueñó de mi cuello y arrancó una capa de piel superficial.
-¡Basta!
No escupían la carne, se la tragaban. Me estaban devorando... Y entré en el más horroroso de los pánicos.
Grité. Nadie respondió.
Las uñas de Gérard me cortaron la espalda.
Y volví a gritar. Y otra vez no hubo respuesta.
Metió los dedos donde estaba la herida y separó mi piel. El dolor ahogó mis gritos.
Giré un poco la cabeza, y pude ver que Sean se relamía. Sus ojos estaban rojos.
Mientras Gérard seguía comiendo con ferocidad en mi espalda, Sean me arrancó el cartílago de la nariz.
Un instinto caníbal se había apoderado de ellos.
Mi sufrimiento se volvió insoportable y recé para que me desmayara de una vez, como había oído que ocurría cuando tu cuerpo ya no aguantaba más.
La punta de un cuchillo ayudó a Gérard a romperme una costilla. Oía como mi hueso crugía en su boca.
-¡Por favor!
El cuchillo se clavó de nuevo.
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